13. Como la lluvia
The night we met - Lord Huron
22 de diciembre, 2010
Darla
Uno, dos, tres.
Un paso, dos inhala, tres exhala.
Concentrarse en lo concreto, eso ayuda contra la ansiedad.
¿Cuántos peldaños hay? ¿Qué sonidos puedes reconocer? Infinitas preguntas que pueden formularse, mientras baja la taquicardia que me producen las actividades más simples de la vida, como socializar. Me gustaría que respirar no se hiciera tan difícil, pero digamos que tampoco puedo ser otra persona. Soy esto. Y, con algo de suerte, hoy podría hacer feliz a Danka, mi mejor amiga hace casi un mes. Todo un récord para mí, que no logro mantener un lazo con nadie más allá de un primer encuentro.
No quiero decepcionarla. No quiero fallar, quiero hacer el esfuerzo de retribuir toda la bondad que ha tenido conmigo.
Sí, si me concentro, nadie lo va a notar.
Convéncete, Darla Eloise. Todo estará bien.
Me complican cosas tan pequeñas. Por eso no me hago las preguntas adecuadas, no las que calman, sino las que te hacen temblar las piernas. ¿Cuántas personas habrá en la casa de Kaoru, la mejor amiga de Danka? ¿Llegaré demasiado temprano? ¿De qué les voy a hablar? ¿Se darán cuenta de que no tengo mucho tema? ¿Diré algo que me haga quedar mal?
Si piensan que soy tonta, en realidad, no me perturba. Estoy acostumbrada a la mirada condescendiente de la gente. ¿Diré algo que haga que las demás se sientan mal? ¿Qué pasará si ellas tienen expectativas y no las puedo llenar? A eso también estoy acostumbrada, pero no sé qué se siente decepcionar a una amiga, por lo que esta incertidumbre es casi insoportable.
Y digo casi, porque en la escala del uno al diez, siempre guardo mi diez para alguna ocasión futura. Si dijera que ahora, lo que siento es tan fuerte, ¿qué quedará para la próxima vez que me sienta así o peor? El límite debe guardarse como reserva siempre, sobre todo porque estos, más que barreras, son como el horizonte: cada vez que sientes que te estás acercando, este se aleja mucho más. O eso leí en un poema. ¿Era de Whitman? No, parece que no.
Son las cuatro de la tarde y, de todas las ciudades en las que he vivido, creo que la tarde de Boston es una de mis favoritas. El invierno en los adoquines y edificios de la ciudad siempre me han resultado muy agradables para poder caminar. Y no hace tanto frío como en Canadá, donde la piel se me llega a poner morada por el frío. Una de las cosas que estar sola la mayoría del tiempo me ha enseñado a apreciar es una buena caminata, una con suficientes colores y texturas para admirar, que casi olvidas dónde vas.
¡Pero yo no me puedo olvidar! Ni mucho menos atrasar. Así que, cuando doblo la última esquina que me falta para llegar a la dirección exacta de Kaoru Uchiha, acelero un poco el paso.
Casi me resbalo en un pequeño bache de la acera. Calma. Todo está bien. Por suerte, me puse ropa oscura, así que no se nota que me saltó un poco de agua de un charco a mis medias, cuando intenté recobrar el equilibrio. Me sacudo un poco. No soy tanto del cliché literario de los dos pies izquierdos, pero cuando estoy nerviosa -lo que ocurre constantemente- pierdo un poco la noción de mi cuerpo.
Un pequeño estruendo a mis espaldas me asusta.
Me giro y veo a Danka y eso me tranquiliza un poco, a pesar de que se esté aferrando a un poste para no caer al suelo por el mismo bache con el que yo tropecé. Ya estoy acostumbrada a su torpeza, porque más que un cliché soso, ella es como sacada de alguna comedia de William Shakespeare. Su risa resuena en toda la avenida, mientras yo le alcanzo su patineta.
—Me pasó lo mismo —indico, bajando mi bufanda para que le sea más fácil escucharme—. Esta esquina está embrujada, ¿no crees?
Ella me abraza y le devuelvo el gesto con mucho gusto.
—La que está embrujada soy yo, porque mi mamá me dijo que no viniera en skate, pero como venía tarde y el taxi es el privilegio de pocos... Me salté su consejo —confiesa, riendo otra vez. Siento una punzada de culpa, puesto que yo sí había venido en taxi, pero me bajé en una calle equivocada, porque el conductor no lograba entender lo que yo quería decirle y colapsé—. Hola, Dar.
—Hola, pequeña, ¿cómo estás? —saludo.
—Bien. Un poco abollada, pero una raya más para esta cebra...
Rio tímidamente. Tiene cada frase.
—¿No te planteas la posibilidad de que escogiste un medio de transporte que se burla de ti?
—¿Bromeas? Todos los días —responde, al momento que me toma del brazo para terminar de recorrer lo que nos queda de camino—. Nah, la verdad es que es parte del encanto de esta mierda.
—¿Caerse?
—Sí, porque es lo único que tienes asegurado. Y porque nunca caes más abajo del suelo —sentencia. Parpadeo en respuesta, encontrándole más sentido a sus palabras que al famoso Cómo hacer un amigo en diez simples pasos—. ¿Estoy muy loca?
—Diría que sí, pero por los motivos adecuados —contesto con toda la ternura que me inspira. Después de todo, Danka es menor que yo y me ha contado que participa en esta banda a escondidas de sus padres, ya que estos tienen una visión bastante conservadora de lo que debería estar haciendo con su futuro. Ella es valiente. Yo también quiero serlo, por eso estoy acá—. Estoy un poco nerviosa.
—Entendible.
—Cantar frente a un público, siendo introvertida se siente como compartir demasiado —murmuro, posando la mirada en mis pies—. Como si estuviera en el baño con la puerta abierta.
—¿Haciendo del uno o del dos?
De nuevo, no puedo evitar reírme con su sentido del humor. La de ojos celestes se une a las carcajadas.
—Del dos —confieso, roja como la luz de un semáforo.
Danka aprieta un poco mi brazo.
—Vas a estar bien, cariño —trata de reconfortarme—. Tu voz es tan angelical y hermosa que vamos a ser la banda más envidiada de La Comarca. Y bueno, si sientes que no funciona o te sientes muy mal, no pasa nada. Encontraremos otra forma de pasar el tiempo, ya lo verás.
Cuando llegamos a la puerta de la casa, remuevo los rizos alocados de su cabeza.
—¿Cuál leíste, El Hobbit o El señor de los anillos? —pregunto, consciente de la alusión a Tolkien que acaba de hacer.
—El Hobbit, pero porque me obligaron en la clase de Literatura —admite, riendo. Danka es toda risas, lo que me ayuda a amilanar los nervios—. Me sorprendió que me gustara tanto, no se me da mucho eso de leer por obligación.
—Me cuesta imaginar que alguien pueda obligarte a hacer algo y salirse con la suya —indico, meditando la idea.
—Si lo dices de esa forma, suena cool.
—Quizás lo eres, ¿quién sabe? Yo, por cierto, no tengo mucha autoridad en el asunto.
En ese momento, dudo frente al timbre. Danka toma mi mano, pulsándolo con la que tiene libre y cuando suena el portón automático, creo que me voy a morir.
—Siempre viendo lo bueno en el resto y no en ti. No creas que no me doy cuenta, Dar —dice, cuando cruzamos el umbral—. Gracias por venir hoy, sé lo mucho que significa para ti. Y quiero que sepas que valoro cada gramo de esfuerzo que requiere, tanto que espero que esto te dé, eventualmente, tanta felicidad como a mí.
Dicho esto, entramos a la casa y Danka inmediatamente se quita los zapatos. Yo la observo con atención y la imito. La arquitectura de la fachada era nada comparada con su interior. Afuera todo muy americano, pero dentro reina la decoración oriental, de todos colores y es algo que jamás en mi vida había visto de cerca.
Siempre he querido ir a Japón, pero cuando mis padres tuvieron la oportunidad de visitarlo, me dejaron en Canadá con mi abuela.
El vestíbulo es pequeño y le da paso a la sala que tiene un solo sillón de dos cuerpos en la esquina, el resto son cojines repartidos en el suelo, alrededor de una mesa de centro. No es tan espacioso, pero sí acogedor. Todo es tan ecléctico y peculiar, que no puedo evitar pensar en si Harry Potter se habrá sentido así la primera vez que fue al Callejón Diagon, con tantos estímulos y detalles que atender.
El olor, sin duda, es algo que también te cautiva. Una mezcla de té verde y jazmín muy sutil, pero persistente. Inhalo. Lleno mis pulmones de esa fragancia, que a todas luces debe ser el olor de un hogar.
Nada comparado a lo que me espera después de aquí.
—¡Huntzie! ¡El macarrón de mi queso, la patata de mi Cajita Feliz, el gas de mi cocacolita! —saluda la que supongo que es la dueña de casa, abrazando a Danka y rodeándola con demasiada facilidad, gracias a la baja estatura de la aludida—. ¡Llegaste!
—Y traigo compañía —anuncia Huntzberger, dando un paso hacia el costado para presentarme a su mejor amiga—. Kao, ella es Darla Leloquetier, la chica de la que no he dejado de hablarte.
—Un gusto, Darla —dice y me ofrece la mano para que se la estreche, lo cual no debería ofrecer mayor inconveniente, salvo porque al fin la veo y...
Sus ojos.
Ay.
No.
¿Qué está pasando?
—¿Dar? —me anima Danka, al ver que me he congelado.
Claro, para ellas esto no significa nada. Pero antes de que mi mente divague mucho más, me obligo a corresponder el gesto lo más educadamente posible.
—Ho-hola —balbuceo, para luego agregar la frase que había practicado de camino—: Estaba ansiosa de conocerte. Tienes... Unos ojos muy bonitos —finalizo, porque no me aguanto.
—Los heredé de mi padre —cuenta y luego nos ofrece algo de beber. Al volver, su aura es completamente exultante—. ¿Cómo están? Ya estaba aburrida esperando sola con Annisse que no suelta a mi hermano. —Hace una mueca—. Nunca puedo hablar con él cuando ella llega.
—¿Annisse es amiga de tu hermano? —pregunto, recordando que Danka me contó que era la baterista de la banda.
—Corrección, la novia. De mi hermano mayor —responde, para luego hacer un gesto hacia Danka, llena de diversión—. Porque mi hermano pequeño está enamorado de Huntzie.
—¡Mentirosa!
—¡Acéptalo!
—¿Y por qué no podría estarlo? Eres linda —intervengo, intentando aportar algo a la conversación.
—¿Ves? —comienza Kaoru, pero en ese minuto irrumpe en la habitación un gran perro de pelaje rubio, que reconozco como un Golden Retriever, el que recorre la estancia en círculos, moviendo su cola de manera frenética. A mí se me congela la espalda, ya que me dan algo de miedo—. ¡Hey, Futoppara-chan! ¡Quieto! Disculpa, Darla, es que le emocionan las visitas.
Brevemente, me quedo paralizada, mientras Kaoru y Danka persiguen al can por la habitación. Aprovecho la distracción para poder sentarme en el rincón, en el sofá de tapiz caoba. Trato de respirar, de modo que las manos no me suden por el miedo y la ansiedad que se vuelven a apoderar de mí.
No tengo por qué preocuparme. Seguro todo esto es solo una coincidencia. Nada más.
Uno, dos, tres.
Tranquila. Todo va a estar bien.
Luego de unos cinco minutos de ardua persecución, por fin logran calmar al revoltoso animal. Suspiro y pongo las manos sobre mis rodillas, tratando de pensar en cualquier cosa que me relaje. Es en ese instante en el que suena el timbre y Kaoru anuncia que son Liz y Mayra, las dos integrantes de la banda que faltaban y que, si no me equivoco, son las guitarristas.
El hecho de que, cuando estamos todas en la sala, el espacio se reduzca considerablemente, no permite que me relaje.
—¡Kosuke! ¿Qué te parece si dejas de retener como rehén a nuestra baterista? —grita Kaoru, asomando su cabeza en lo que puedo identificar como escaleras, a lo que una voz masculina bastante grave le responde algo que no logro captar.
De pronto, la habitación se vuelve un caos, ya que todas empiezan a hablar fuerte y saludarse de manera efusiva. Yo, mientras tanto, me encuentro parapetada en el sillón, con la mano lista para saludar desde lejos. No quisiera tener que ponerme de pie toda temblorosa.
Uno, dos, tres.
Inhala, exhala. Respira.
Oh.
Desde el primer día he sabido que él es más hermoso de lo que cualquier paisaje pudiera soñar con ser. Por eso, de todas las cosas para las que me preparé antes de venir, todos los escenarios y sus contratiempos posibles, jamás me imaginé que esto pudiera ocurrir.
Porque cosas así solo pasan en los libros.
Aunque, si lo pienso bien, que él haya sido quien bajó las escaleras junto a Annisse parece tan correcto como el día que lo conocí, porque de él emana una sensación tan vertiginosa, que estaba claro que, si nos volvíamos a encontrar, sería en circunstancias catastróficas. Y vaya que lo son.
"Los ojos violeta son poco comunes" recuerdo que le dije. ¿Cuántas personas en todo el mundo tienen los ojos de ese color y yo preferí engañarme en lugar de hacer la matemática y salir corriendo en cuanto pude?
En medio del bullicio, lo observo. Ahora se ve mucho más animado que aquella vez, más despierto. Tiene una perforación en el labio donde antes había una cicatriz. Otra de las tantas que vi ese día. No solo en su cuerpo, sino que en sus ojos. Su pelo negro, alborotado, está más corto, lo cual lo hace ver un poco menos joven que antes. Pero lo que más me llama la atención, es la vivacidad con la que observa todo a su alrededor y la manera enérgica a la que responde cuando llaman a su nombre.
Kosuke.
El mismo que me convenció con un par de acordes de guitarra, que ir a terapia no era tan malo. El mismo que me había regalado la mejor conversación en todo lo que va de mis dieciocho años; el primero que no me obliga a disculparme por quién soy, sino que...
Ay, no. Qué estúpida. Meter la cabeza en los libros y mis días en la flauta traversa y el violín, sin duda, me hacen sobre dimensionar todo lo que me pasa. Y no hay absolutamente ninguna razón por la que él tuviera que acordarse de mí. Así que, si no respiro, quizás pueda arrancar sin que nadie se percate.
Quiero echarme a correr lo más lejos posible, eso es lo que me dice la mente. Pero mi cuerpo demanda otra cosa, permaneciendo inmóvil y con los ojos puestos en él. Veo que se está riendo y eso me brinda una extraña sensación de tranquilidad, pero cuando Annisse interrumpe esa sonrisa con un beso que él responde tiernamente, sosteniéndole el rostro como si fuera un tesoro... Entonces, como la lluvia, mi alma se me cae a los pies.
Literal, como si agua cayera, siento que podría llorar ahora. Podría decir que es el pánico de estar en medio de tantas personas, experimentando tantas cosas al mismo tiempo, pero eso sería una mentira monumental.
Es porque me aferré tanto a esa conversación, a nuestros encuentros, quizás idealizándolos en mi mente, que no me di cuenta de que esto es el mundo real y que, cuando se construyen realidades a partir de la fantasía, el costo de caer es demasiado alto.
¿Podía Danka tener razón en que uno nunca cae más abajo del suelo? Tengo que ponerlo en duda. Más aún cuando me doy cuenta de que lo que vi en el hospital psiquiátrico fue una versión acotada de su energía, de lo que parece ser su verdadera luz. Ser testigo de cómo besa a su novia es la confirmación de que la vida sigue dándome más excusas para no tener absolutamente nada por lo que luchar.
Porque no soy suficiente.
Siento que pierdo la noción del tiempo, no podría decir con exactitud si lo que transcurren son minutos o segundos. De hecho, estoy de pie y no sé en qué momento pasó. Trato de concentrarme en mi respiración, pero lo único que escucho es un zumbido en los oídos.
Restriego un poco mis ojos, a ver si eso me ayuda a enfocar la vista. Y es en ese instante en el que Kosuke, con sus intensos ojos violeta, se da cuenta de mi presencia. Está a unos cuantos pasos de mí, ya en el medio de la sala. Se le ve sorprendido, pero rehúyo su mirada.
¿Voy a tener una crisis de ansiedad? Por favor, no, no. Calma. Necesito calma. Mis manos tiemblan y mis rodillas se doblan, haciéndome caer sentada al sillón nuevamente. ¿Alguien se estará dado cuenta de lo que me está pasando? ¿Ya todos creen que soy una rara? ¿Van a cancelar el ensayo por mi culpa?
—¿Darla? —escucho a Danka—. Cariño, ¿estás bien?
Quiero responderle, quiero tener control sobre mí misma, pero mi campo visual se reduce y solo soy capaz de agachar la mirada a mis manos, sintiendo la necesidad de encorvarme hasta llegar a estar en posición fetal.
—Respira. —Esa voz la reconocería en cualquier parte. Suena cerca, baja y aterciopelada, como acunando mis pensamientos. Como si se hubiera teletransportado hasta mí.
¿O lo estoy inventando?
¿Todas me están mirando? No, no lo podría soportar.
—Nadie te está mirando, tranquila —dice la misma voz, mientras veo cómo sus manos, con una piel ligeramente tostada, toman las mías para apaciguar su temblor. ¿Cómo supo lo que me preocupaba? ¿Acaso lo dije en voz alta? ¿O es que recuerda lo que mencioné en la terapia grupal?—. No te quiero asustar, ¿vale? —Si me concentro en lo que dice y no en mis pensamientos, respirar se hace más llevadero. Creo que en algún momento se dirige a otra persona, pero no presto atención. Luego, vuelve a mí—. Vamos a contar juntos, ¿te parece?
Alzo mis ojos. Kosuke está arrodillado frente a mí. De pronto, es como si nadie más estuviera en la habitación. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, cuatro, tres, dos, tres, cuatro, cinco, seis, cinco, cuatro, tres, cuatro, cinco, seis, siete, dice él, sin dejar de sostenerme.
Sí, conozco ese ejercicio. Repito junto a él la secuencia, hasta que todo lo que ocupa mi mente es no perderme en el orden de los números. Él se percata de esto y me ofrece una sonrisa cálida, sincera. Una sonrisa hermosa, en la que casi no se le ven los iris, pareciera que la alegría le cerrara los ojos y es el gesto más bello que he visto.
—Estás a salvo, ¿lo ves? —dice.
—Sí.
—Lo hiciste muy bien. Yo siempre echo espuma por la boca cuando la psiquiatra me recuerda este ejercicio, que funcione hace que quiera tragar cloro —responde, poniendo los ojos en blanco. Sí, recuerdo ese sentido del humor—. No te voy a mentir, algo me decía que te volvería a ver, ¿qué tan loco es eso? —A causa de que no le respondo aun, agrega—: ¿Te acuerdas de mí, verdad? Estaba medio drogado y con cara de que hubieran lavado dinero en mi estómago...
Se me escapa una risa pequeña, para la que tengo que llevarme la mano a la boca, puesto que no quiero que piense que me burlo de él, pero un poco sí (¿cómo no iba a acordarme de él?). Es solo que dice cosas tan oscuras, como si nada, que me hace difícil no compararlo con algún personaje literario que no haya tenido un final trágico. Su ironía debe ser un mecanismo de defensa.
—Tus chistes son difíciles de olvidar —digo.
—¿Tú has aprendido a contar algunos?
—No. Pero a veces siento que soy uno, ¿eso cuenta?
La carcajada que sale de sus labios es diáfana, lo suficiente como para que note que, efectivamente, todas salieron de la sala, haciendo que la atmósfera sea mucho más respirable que antes.
—Buen intento, pero no creo que esa clase de humor te quede —indica, poniéndose de pie y ayudándome a hacer lo mismo, sin soltar aún mis manos. Me sonrojo al instante, qué vergüenza—. No lo tomes a mal, pero podría abrazarte justo ahora. No lo haré, tranquila. Es solo que tu carta, la que me diste en la terapia... Dios, es patético, no sé cómo explicarlo, pero gracias. —Debería decirle que lo entiendo a la perfección, que tengo la suya enmarcada, pero no—. Me hizo cuestionar toda mi maldita existencia, pensar tan pronto volví a casa: "¿cómo se llamará esa chica sacada de un libro de Austen?"
¿Sabrá él que eso, en mi idioma, es una forma de coquetear?
Siento cómo se me acalora el rostro y tengo que mirar para otro lado.
—Perdón, no te quiero incomodar —se apresura a decir, antes de que yo pueda articular palabra—. Le echaría la culpa a mi desorden de litio, pero solo soy un idiota impulsivo.
¿Desorden de litio? ¿A qué se refiere? De lo que he leído, jamás han mencionado el litio como elemento crucial en la depresión. Pero, quizás, yo solo asumí que eso era lo que tenía. Así como doy por hecho muchas otras cosas y siempre me equivoco. Además, ¿por qué siempre se está disculpando conmigo? Es de lo más raro escuchar esas palabras de otra boca que no sea la mía.
—En realidad no me molesta, Kosuke.
Digo su nombre sin pensar y si no estuviera tan en las nubes por la crisis que acabo de tener, diría que sus dedos ejercen presión sobre mis manos al escucharlo.
—Estoy en desventaja, creo —dice con tono íntimo.
Tardo en comprender, pero solo porque justo en ese instante decide soltarme las manos.
—Ah, claro. Soy Darla.
—Darla —repite—. ¿Tienes segundo nombre?
—Eloise.
—Darla Eloise —articula, pronunciando con lentitud cada sílaba—. Definitivamente, eres de un libro de Austen, ¿a que sí?
Oh, aquí vamos de nuevo. ¡Algunas intentamos no enamorarnos, Kosuke, se agradecería algo de colaboración!
—En realidad, me sentiría más cómoda bajo la pluma de Mary Shelley, pero... —comienzo, pero me interrumpe.
—¿La de Frankenstein? Imposible, tú no puedes ser un monstruo.
Ya está, suficiente. Otra palabra más sobre literatura que salga de su boca y mi cara se podrá de color rojo radioactivo.
Rio, poniéndome la bufanda hasta la nariz, para taparme.
—Lo de ser monstruo es relativo para los ojos que observan, yo considero que la criatura es bastante hermosa, a pesar de que el entorno la corrompe —contraargumento, ya que Frankenstein es uno de mis libros favoritos, precisamente, por esto.
La cara de Kosuke es indescifrable, como si mis palabras hubieran tenido un alcance más allá de lo literal.
—Joder —murmura, sin dejar de mirarme, ni terminar la frase al mismo tiempo que da unos cuantos pasos hacia atrás. Alguien viene.
Es Danka.
—Traje un poco de agua, ¿está bien? —pregunta, atravesando la sala a paso atolondrado. Se nota que está nerviosa—. Dios, debí estar más pendiente, tú me dijiste que te costaban las multitudes, Dar, lo siento tanto.
—Tranquila, pequeña —trato de apaciguarla, mientras recibo el vaso que me ofrece—. Ya estoy mejor.
—Pero podemos irnos cuando quieras, de verdad —insiste, dándome la confirmación de que lo que tiñe sus ojos es culpa—. Las chicas te quieren conocer, pero...
—Petiza —la llama Kosuke y las dos lo miramos a él—. Creo que Darla te dijo que está mejor. No condiciones su respuesta, no es culpa de nadie, ¿vale? —Al finalizar, le da un tierno abrazo, que ella corresponde.
—Vale.
—Eso es —responde el de ojos violeta, depositando un beso en la frente a Huntzberger que parece un gatito en sus brazos.
Kosuke es muy de piel. Me aterra. Me atrae.
—¿Y ustedes se conocían? —pregunta Danka—. Lo siento, no pude evitar escuchar parte de su conversación mientras venía.
—Sí —contesta Kosuke, pero conforme habla, la voz le titubea y me mira, como pidiéndome aprobación—. Nos conocimos en... Bueno, ¿no te molesta que lo diga? No quiero sacarte del clóset o algo así —Niego con la cabeza—. Nos conocimos en terapia.
—¡Wow! ¿En serio? ¡Qué...!
—¿Loco? —termina él.
—Uy, qué tonto eres.
—Admite, ibas a decir loco.
—¡No!
En ese momento, una cuarta voz irrumpe en la sala, sin previo aviso y los tres damos un leve respingo ante la sorpresa. Annisse, una chica de casi un metro ochenta de estatura, pecosa, nos mira con los brazos cruzados y una actitud hosca.
—¿Y tú no ibas a salir, friki?
—¿Ya me quieres echar de mi casa, Anns? —responde Kosuke, con humor.
—Nop. —Entonces ella se dirige a mí—. ¿Estás mejor?
—Sí —susurro, queriendo hacerme humo—. Gracias.
A continuación, me termino el contenido del vaso, mientras Annisse y Danka hablan con Kosuke, pero me disocio de la conversación, sin evitar volver a sentir el corazón apretado. Cuando Danka me vuelve a preguntar si quiero irme o ir al garage de la casa para conocer al resto de la banda, siento los tres pares de ojos sobre mí.
Elijo enfocarme en el violeta. Entonces, inspiro profundo.
—Vamos —consigo decir a Huntzberger—. No ensayaste conmigo para nada.
La mirada de mi amiga se dulcifica y puedo ver cómo, en medio de la emoción, asiente.
Las tres nos adentramos al pasillo, Annisse liderando el camino hacia el ensayo, seguida por Danka y yo en la retaguardia. Antes de girar y perder de vista la sala, volteo levemente la cabeza para verlo por última vez. Él se encuentra de pie y lo descubro mirándonos.
—¿Darla? —me llama.
—¿Sí?
—Deberías estar orgullosa de ti.
Tú también, quiero decirle, pero se va. Y yo sigo mi camino, con el pecho lleno de canciones, dudas y nerviosismo. Pero con el convencimiento de que nunca había llegado tan lejos.
Eso tiene que significar algo.
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Bueno, como que esto ya trae chisme jeje
¡Al fin se dicen el nombre! JAJAJA qué clase de slow burn es este. Pido perdón, pero ya saben. Cali está delulu x)
Les agradezco mucho cada comentario y que estén por acá. Les anuncio que se vienen unos capítulos intesos y que el romance se va a poner weno jaja
Nos vemos pronto, Cali;
PD. Hice banners nuevos jeje, espero que les gusten <3
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