Dos
El reloj marcaba la 1:00 de la madrugada, Tzuyu se removió en el sofá debido al frío que sentía, despertando ligeramente.
Pensó en volver a dormir, pues apenas llevaba una hora de sueño, y estaba bastante cansada como para hacer algo más.
Sin embargo, poco después de reacomodarse, sintió una brisa helada pegar en su cabello y rostro, junto con un par de toques en su hombro. Evidentemente, se asustó, pues sabía que Sana no estaba en el departamento, y no había escuchado que nadie entrara. Se alteró tanto, que incluso cayó del sofá al darse la vuelta para intentar ver quién o qué lo había tocado.
Aunque, su verdadero miedo apareció cuando sólo logró ver una enorme luz dorada frente a ella, flotando a medio metro del suelo.
—Que carajos...—susurró totalmente atónita, bajando la mirada por lo cegadora que resultaba aquella iluminación.
No se levantó del piso, ni tampoco pudo hacer nada más, pues aquella luz rápidamente comenzó a cambiar de forma; primero haciéndose larga y ancha; luego, se formó una especie de silueta femenina; y por último, frente a los ojos de una pelinegra asustada, se materializó una chica, flotando en el aire.
Su vestimenta era blanca, con detalles en dorado, cabello rubio, algo ondulado, piel ligeramente bronceada, ojos azules brillantes y una divertida sonrisa en forma de corazón; además de estar rodeado por un aura dorada. Pero, aunque su apariencia pretendía emanar confianza y dulzura, Tzuyu pegó un grito casi agudo al ver a aquella persona intrusa.
—¿¡Quién demonios eres!?, ¡largo de mi casa!—gritó, retrocediendo con ayuda de sus piernas. Ni siquiera le importó estarse arrastrando por el suelo.
—Ay, pero que vocabulario tan feo.— la chica rubia soltó una risa breve—Tranquila, no vengo a hacerte daño, prometido.
—¡Pregunté quién eres!—Tzuyu pensó en ese momento que estaba soñando, porque aquella escena no podía ser verdad.
—Cierto, que descortés soy.— se acercó más al pelinegra, mostrando una sonrisa amistosa— Soy Mina, el espíritu de las navidades pasadas, tú eres Chou Tzuyu ¿verdad?, dime por favor que no me equivoqué otra vez...
Pero, mientras la rubia hacía muecas preocupadas y bastante tiernas, Chou todavía no podía salir del shock, mucho menos ahora. ¿Quién estaría tranquila al hablar con un espíritu?, es decir, un fantasma estaba en su departamento, justo frente a su nariz, ¿cómo se suponía que debía reaccionar?
—S-sí... Soy yo...—respondió en un casi susurro—¿E-espíritu dijiste?...
—Gracias al cielo, sí es aquí...—Mina suspiró aliviada, antes de responder a la pregunta obvia de Tzuyu—¡Exacto!, me enviaron aquí porque, al parecer, tienes un enorme problema relacionado con la Navidad, ¿o me equivoco?
—No, el problema no está "relacionado", el maldito problema es la Navidad, así de sencillo.—bufó Tzuyu, tragándose el miedo y poniéndose de pie.
—Ay vamos, nadie puede odiar tanto una fecha así, ¿eres el Grinch?—la rubia soltó una risa.
—Quizá lo soy, ¿y qué?, tengo razones de sobra.—desvió la mirada—Toda la vida, me han pasado cosas desastrosas y horribles justo en éstas épocas del año, diciembre tiene una maldición para mi.
—No no no, es el mes más bonito del año, no trae maldiciones para nadie, ni siquiera para la amargada número uno.—Mina sonrió divertida, Tzuyu sólo bufó por el apodo—Así que, sin más excusas, ¡nos vamos!
—¿A dónde?, ¿quién te dijo que yo quería ir contigo?—dio un par de pasos atrás, negando con las manos y cabeza.
—Ya te dije, me enviaron para llevarte a la fecha en donde todo tu problema empezó, y no me pidieron que te preguntara tu opinión al respecto.—explicó la rubia, manteniendo su sonrisa.
—Eso es grosero.—bufó Tzuyu.
—Tú pareces grosera, y no por eso el plan cambia, vámonos.—con una pequeña risa, tomó la mano contraria sin esperar más reclamos.
—Hey, no, no iré contigo.—intentó detener sus acciones, pero Mina tenía mucha más fuerza de la que aparentaba—No tengo ningún problema que a ti te incumba, ¡suéltame!
—¡Nos vamos de viaje!, te recomiendo dejar de quejarte y mejor poner fuerza en tu agarre.—la rubia lo miró de reojo, mientras aparecía de la nada una especie de varita.
Mina extendió una mano al frente, y ésta comenzó a rodearse de pequeños brillos y destellos dorados. En cuestión de segundos, ella estaba sujetando una varita plateada, con una bola de luz en la punta.
Sin embargo, eso no fue lo que más sorprendió a Tzuyu, si no lo que pasó después.
Con aquel objeto, la rubia dibujó varios círculos en el aire, hasta que frente a ellos apareció una clase de túnel o portal dorado, el cual iluminó bastante la sala y liberó muchos brillos como si fueran diamantina.
Evidentemente, no era algo común de ver, y su naturaleza extraña sólo logró asustar nuevamente a Tzuyu.
Pero, ella no pudo escapar de la situación, pues Mina la jaló hacia dicho túnel, haciendo que Chou comenzara a levitar a su misma altura para poder cruzar juntas. Ambas entraron al agujero luminoso —entre risas divertidas del espíritu, y gritos algo ruidosos de la pelinegra— desapareciendo ellas y el portal del lugar en segundos.
En un abrir y cerrar de ojos, estaban flotando en un espacio sin forma, color dorado como oro, y con muchas cosas chispeantes alrededor.
—No creo que debamos ir a mi pasado... No es un lugar bueno ¿sabes?—habló Tzuyu un par de instantes después.
—¡Pero necesitamos ir!, además, me emociona mucho ver tus primeros años.—sonrió Mina—Verás, no sabía si decírtelo... ¡Pero soy una gran admiradora tuyo!, tu música, la interpretación, los espectáculos, ¡en especial los navideños!, son tan hermosos.
Tzuyu solamente arqueó una ceja confundida, una cosa más sumada a la lista de rarezas, y ser admirado por un espíritu ni siquiera entraba en el top 3.
—Ah... Lo siento, ¿es extraño que sea fanática tuya?—la rubia respiró hondo después de su euforia.
—Bueno, esa no es la parte que me parece más extraña ahora.—suspiró, dándose cuenta que aunque reclamara, no saldría de ese loco sueño.
Porque sí, hasta ese momento, Chou todavía pensaba que podría estar soñando, nada más. Pero aún así, no le gustaba el destino a donde iba la situación, pues recordaba muy bien el momento donde el problema de su vida había cobrado mayor fuerza, y no deseaba revivirlo. Sería una pesadilla, pero Mina solamente quería seguir su misión y pasar tiempo de calidad con uno de sus músicos preferidos.
No hablaron durante el resto del trayecto, un silencio algo raro los rodeó por al menos un minuto.
Al llegar a su destino, Tzuyu casi cayó al suelo por la repentina desaparición del túnel, pero Mina logró sostenerla del brazo antes de que ocurriera un accidente.
—¡Llegamos!, mis notas dicen que la fecha exacta es en la Navidad de...—la rubia miró a su alrededor, totalmente confundido por el ambiente que veía—Ay no, me equivoqué, debíamos haber llegado justo en Navidad...
—No, tu cálculo fue correcto.—Tzuyu largó un suspiro.
—¿Correcto?, pero eso no puede ser, no hay ni una sola decoración, ni siquiera entra mucha luz, y...—se interrumpió ella misma, al darse cuenta de lo que pasaba— Vaya... Lo lamento...
Habían llegado a la Navidad del 2007, cuando Tzuyu tenía apenas 12 años, y vivía en su ciudad natal, Tainan. Era una casa pequeña, silenciosa, con las ventanas cerradas y cubiertas por cortinas poco translúcidas; de paredes grises, muebles oscuros, y sin una mínima decoración de ningún tipo.
Ni siquiera parecía haber televisión ni nada que pudiera emitir ruido o entretener a alguien, simplemente, todo se veía encerrado y triste.
Frente a ellos, en una ventana, se encontraba una niña levantando la cortina apenas un poco, viendo primero detrás suyo antes de mirar el exterior. Aquella niña, por supuesto, era Tzuyu.
—Mira, ahí estás.—sonrió levemente Mina, caminando hacia la pequeña pelinegra—¡Desde siempre has sido una lindura!
—Gracias... Pero, ¿no deberíamos guardar silencio o algo así?, podrían darse cuenta de nosotros.—susurró Chou algo confundida aún.
—Ay no, ni te preocupes, cuando viajamos a otras épocas, nadie puede vernos ni escucharnos.—respondió la rubia con una sonrisa.
—Menos mal...—Tzuyu se acercó un poco a la niña, sorprendida de verse con 14 años menos.
Por supuesto, recordó por qué en aquel entonces había volteado hacia atrás antes de ver por la ventana, y es que por la puerta de esa sala estaba a punto de entrar la persona responsable de sus comportamientos actuales.
O bueno, quizá no responsable, pero sí era una causa importante de ellos.
—¡Tzuyu! —gritó una voz masculina, bastante ronca, desde la puerta.
Ambos intrusos dieron un pequeño brinco por el susto, y vieron como un hombre alto entraba al lugar, luciendo más que molesto.
La niña Chou cerró rápidamente la cortina, girando sobre sus talones con evidente preocupación, quedando frente a frente con él.
—¿Se puede saber qué haces?, deberías estar en tu habitación practicando.—el hombre se cruzó de brazos.
—Sólo veía por la ventana... Los Minatozaki ya adornaron su casa y...—la pequeña Tzuyu tragó duro—Quería ir con ellos...
—Ja, ¿crees que me importa lo que tú quieras, o la decoración ridícula de los Minatozaki?, no.—bufó el contrario, haciendo que la niña bajara la mirada—Debes quedarte aquí, sabes que ensayar es lo más importante.
—Pero, papá, es Navidad... ¿No podríamos hacer una pequeña excepción por hoy?, Sana dijo que estarían esperándome en su casa...—continuó la pelinegra, con la voz cada vez más baja.
Sí, aquel hombre era el padre de Tzuyu, el cual, sólo la hacía ensayar y trabajar arduamente los 365 días del año, sin importar la festividad ni los reclamos de su hija.
El señor Chou nunca había podido ser el músico famoso que siempre soñó, pues carecía del talento necesario; sin embargo, cuando notó lo buena que Tzuyu era para la música, decidió que era su momento de brillar, usando a la pequeña como su fuente de victoria.
Y, al no estar su madre presente, Tzuyu quedó a su completo cuidado, y por supuesto, a su disposición total para ser obligada a aprender piano, violín y algo de guitarra, además de sus largas y tediosas lecciones de canto; todo eso, desde que tenía uso de razón.
Su padre no le permitía salir más que a la escuela, y un domingo al mes para que dejara de quejarse. Tampoco tenía permitido celebrar nada, pues decía que todas esas tonterías eran pura mercadotecnia que lo hacían perder el tiempo. Tzuyu no era una chica amargada desde siempre, ella de hecho amaba las festividades, en especial las navideñas. Pero, con tanta presión paterna que recibía, tuvo que aprender una cosa más.
A madurar rápido, y a creerse todo lo que el señor Chou le decía. Sólo de ese modo lograría tener una vida más amena a su lado.
—Esa niña lo único que hace es meterte ideas, te he dicho que no quiero que estés con su familia, y aún así lo haces.—regañó su padre— No hay excepción, ni tienes permiso de ir allá, hoy tienes que ensayar piano, y no quiero escuchar nada más, ¿entendido?
—Sí papá...— Chou bajó la mirada, mientras la Tzuyu adulta sólo largó un suspiro pesado al recordar el sentimiento de impotencia que lo invadió en ese momento.
—Bien, ve a tu habitación, no quiero que salgas de ahí hasta que la cena esté lista.—y con eso, el señor Chou salió del lugar.
La pequeña pelinegra caminó hasta su cuarto, entre cerrando la puerta; no dijo nada más ni reclamó, pues ella nunca había tenido el valor necesario para confrontar a su padre.
Y mientras comenzaba a tocar su piano con evidente desánimo, Tzuyu y Mina se mantenían junto a ella, mirándola.
—Ésto es genial, verte en tus inicios es fantástico. —expresó la rubia, disminuyendo su sonrisa al instante— Claro, quitando el hecho de la discusión...
—No te preocupes, él sólo estaba haciendo su trabajo como padre, lo entendí más tarde. —Tzuyu rodó los ojos.
Aunque, por más que quisiera negarlo, todo lo que había sucedido en esa casa la había herido mucho, tanto, que a la fecha aún no podía quitarse aquellas cargas de encima. Su padre no hacía "su trabajo", solamente se aprovechaba de un talento y una vida que no eran suyos.
Después de unos minutos de ver a Chou tocar, la pequeña se detuvo, formando una mueca pensativa; era lógico que tramaba algo.
Y ante la duda de Mina "¿porqué te detuviste?", Tzuyu sólo respondió un "ya lo verás".
La niña salió de su habitación, caminando por el pasillo principal hacia el cuarto de su padre; abrió muy poco la puerta, y al asomar su carita, pudo ver que él ya estaba más que dormido. Así que, decidido a cumplir con la invitación de los Minatozaki, Tzuyu escapó por la ventana de la sala, la cual daba directamente al patio principal.
Algo importante —que la pareja mencionaba de vez en cuando— era que ambas se conocían desde los 10 años. Se hicieron amigos cuando Sana se mudó desde Osaka, Japón a enfrente de los Chou, y desde entonces, habían sido prácticamente inseparables.
Tzuyu solía pasar las festividades con la familia Minatozaki, pues de una u otra forma lograba convencer a su padre para dejarla salir; o en otras ocasiones, escapaba.
Y le gustaban especialmente las fechas decembrinas, pues junto a su mejor amiga Sana, presentaban una canción frente a su familia. Eran muy buenos juntas, y a todos les provocaba felicidad ver a los dos niños divirtiéndose.
Queda más que claro cual familia apoyó su relación cuando ésta salió a la luz. El señor Chou se negó por mucho tiempo, hasta que Tzuyu decidió que se mudaría a Corea junto a su novia; ésto no cambió la negación de su padre, pero al menos no tuvo que volverla a ver.
Y los Minatozaki, desde siempre, les dieron su comprensión y apoyo, pues era lógico que algo así pasaría.
En fin, el pequeño Chou cayó de pie al patio, y en cuanto estuvo libre de esas cuatro paredes controladoras, echó a correr lo más rápido que pudo, llegando a la puerta de Sana en unos cuantos instantes.
Tocó inmediatamente, mientras los dos adultos invisibles cruzaban la puerta con facilidad, porque claro, podían atravesar todas las cosas.
—¡Chewy!, me alegra que vinieras.—salió una niña rubia, de mejillas abultadas, y con un par de centímetros de estatura menos que la pelinegra.
—Sabes que no me pierdo la Navidad aquí.—sonrió Tzuyu, abrazando a la contraria.
Y claro, la escena derritió de ternura a Mina; Chou sólo se dedicó a sonreír, pues recordaba a la perfección la carita de su novia cuando eran niñas, y sobre todo, se acordaba de que en ese momento, ya ocultaba sus sentimientos amorosos por ella.
—Pero, ¿tu novia no tenía el cabello rosa?, no entiendo porque aquí lo tiene amarillo. —Mina frunció el ceño, confundida.
—Sana es rubia de nacimiento, ¿enserio creíste que el rosa algodón de azúcar era su color natural?, existe el tinte.—bufó Tzuyu por la pregunta tonta.
A partir de ahí, todo el ambiente se volvió cálido y dulce, pues los Minatozaki eran personas muy cariñosas.
Cada integrante de la familia saludó a Tzuyu como si fuera uno de ellos; la señora Minatozaki le dio a probar un poco de ensalada de manzana, la favorita de Chou, y la cual hacían especialmente para ella; e incluso Sana le reveló que habían muchos regalos bajo el árbol que tenían su nombre, aunque Chou se sintió apenada por eso último, ya que no había tenido oportunidad de llevar ningún obsequio para nadie.
Tzuyu era muy querida desde siempre por ellos, motivo por el cual, aquella gran casa llena de luz era su lugar favorito del mundo.
Más tarde, ambas niñas desaparecieron por unos minutos, mientras el resto de la familia se acomodaba en los sofás de la sala, frente a la chimenea encendida.
Era hora del espectáculo de Navidad más esperado por todos, y ahora, incluso Tzuyu adulta se sentía emocionada internamente por revivir aquel bonito momento.
Hasta ese día, Tzuyu y Sana pasaban el año entero preparando la canción, incluyendo la música, letra y vestuarios. Sana no tomaba ninguna clase de canto ni costura, pero aún así, se esforzaba para hacer adornos para los trajes —ya comprados, por supuesto—, y ensayaba cada que podía para no desafinar.
Ésto, mientras Tzuyu tomaba varias lecciones de canto para practicar la canción que habían elegido, saltándose las órdenes de su padre de solamente ensayar lo correspondiente a sus clases.
Además, la pelinegra también le enseñaba piano al hermano mayor de Sana, para que él les ayudara a tocar la melodía. Se lo tomaban muy enserio, pues era algo especial que ambas compartían.
—Y ahora les presentamos...—comenzó Tzuyu, cuando ambas estuvieron listos, de pie frente a todos.
—De Minatozaki Sana y Chou Tzuyu...—siguió Sana, tomando la mano de su compañera.
—¡La mejor obra navideña de la historia!—gritaron al unísono, recibiendo aplausos de la familia.
El piano comenzó a ser tocado, ellos empezaron a hacer un pequeño baile —constando de pasos básicos de lado a lado—, y juntas, iniciaron su canto armónico.
"We wish you a merry Christmas" fue la canción elegida del año, y con todo el esfuerzo impuesto en la presentación, salió perfecta. Ambas se veían muy lindas, la melodía fue excelentemente interpretada por el mayor de los Minatozaki, y sus voces formaron una tierna armonía.
—Y dijiste que no habías traído regalos para nadie, ¡mentira!—soltó Mina emocionado, cuando la presentación acabó.
—¿Qué quieres decir?, enserio no traje nada.—Tzuyu la miró confundida.
—¡Tu talento y presencia!, los hiciste muy felices con sólo estar aquí con ellos, cantando y celebrando.—la rubia extendió sus manos al frente, señalando con eso la escena.
Todos aplaudían, abrazaban a los pequeños, y agradecían por otro espectáculo increíble; ambos niñas se veían demasiado contentos por ello.
—Buen punto... Jamás lo ví de ese modo...—suspiró Tzuyu, con una leve sonrisa.
Sin embargo, el ambiente cambió casi al instante, pues la puerta fue golpeada con fuerza desde afuera; la señora Minatozaki fue para abrirla, mientras la pequeña pelinegra intentaba encontrar un escondite detrás de los adultos, sabiendo bien quien era el desesperado que estaba a punto de tumbar el obstáculo de madera.
—Vámonos, ahora.—pidió Chou a Mina, recordando que lo siguiente, no sería nada lindo de ver.
—¿Porqué?, nos estamos divirtiendo.—sonrió la rubia.
La mujer abrió, y en ese instante, el señor Chou entró sin esperar invitación, con un semblante sumamente intimidante y molesto. Gritó un par de veces "¿¡dónde está Tzuyu!?", y de inmediato, todos los presentes intentaron ponerse frente a la niña, a manera de protección, pues su padre parecía no estar dentro de sus casillas en ese momento.
—Dije que nos vayamos, ahora Mina.—volvió a decir Tzuyu, ésta vez algo asustada, casi suplicando que se fueran.
Y antes de ver lo demás, el espíritu hizo caso, abriendo rápidamente el portal de regreso al departamento de Tzuyu.
Mina no era conocida por dejar de sonreír, pero en cuanto ambas estuvieron sentadas en el sofá de la chica, no pudo hacer más que mostrarle una expresión triste; ella realmente no sabía lo que pasaría en el viaje, y ahora se sentía mal por no haber pedido más información de aquella lejana fecha antes de ir por Chou.
—Lo lamento... Debimos irnos cuando lo pediste, en verdad no tenía idea de nada...—soltó Mina después de suspirar.
—Mi padre arruinó toda la fiesta... Se quedó ahí gritando por al menos dos horas, insultándome a mi, a Sana, a los Minatozaki... Fue horrible.—explicó Tzuyu con la mirada baja—Esa fue la última vez que estuve en la casa de mi novia, desde entonces ella jamás me dejó sola ni por un segundo, para evitar que volviera a huir...
—¿Y cómo fue que seguiste viendo a Sana después?...—preguntó la rubia por curiosidad.
—Él estaba conmigo en la escuela, y por las noches, exactamente a las ocho, iba a verme por la ventana de mi sala...—sonrió con tristeza—Mi padre la corrió mil veces, y aún así ella continuó buscándome...
Sana fue persistente en ver a Tzuyu, sin importar cuantos gritos recibiera por parte del señor Chou.
Así fue durante muchos años, hasta que, cuando ambas tuvieron la mayoría de edad, decidieron formalizar su noviazgo e irse de Tainan; los Minatozaki les dieron algo de dinero para su mudanza y estudios posteriores, mientras que el padre de Tzuyu ni siquiera se despidió de su hijo cuando notó que su decisión no cambiaría.
Pero, aunque la pelinegra no volvió a tener cerca a su progenitor, las marcas que dejó en ella nunca pudieron borrarse del todo; por eso Tzuyu no sólo odiaba la Navidad, y todo diciembre, si no cualquier festividad grande, y sobre todo, detestaba tener errores y que los demás se los recalcaran; digamos que tenía un trauma social por culpa de su padre, cosa que lo había llevado a discutir mil veces con Sana.
—Lamento que hayas tenido que pasar por eso...—Mina intentó poner su mano sobre la contraria, recibiendo un movimiento brusco por parte de Tzuyu para cortar el contacto.
—No importa, es algo estúpido seguir pensando en el pasado, de todos modos, ya está hecho.—bufó Chou —Sí, mi padre fue pésimo, pero al menos me instruyó bien para ser un artista de calidad, y eso es lo único que me interesa.
—¿Aún no ves el error?, Tzuyu, tu padre...—Mina fue interrumpido de inmediato.
—Ya silencio, no quiero seguir escuchando más cosas, mucho menos de alguien que no es real.—se extendió en el sofá, volviendo a acostarse, y haciendo que Mina se quitara de ahí—Ve a hacer algo más importante, no quiero verte aquí cuando abra los ojos.
Se giró y cerró los ojos, dándole la espalda a la rubia; éste, sin decir nada más, desapareció rápidamente con un aura decaída.
Tzuyu volvió a mirar detrás suyo, y al notar que el espíritu ya no estaba, soltó un suspiro pesado.
—¿Lo ves?, fue un sueño, no tiene que importarme.—y así, regresó a su posición inicial, con la intención de dormir una vez más.
Eran las 3 de la mañana, Tzuyu llevaba alrededor de una hora y media dormida.
Todo estaba silencioso como de costumbre, hasta que una estruendosa música navideña comenzó a sonar justo detrás de ella.
Reaccionó por completo en unos segundos, y cuando giró su vista, casi gritó nuevamente por la imagen; ésta vez había campanas, trompetas, algunos tambores y violines flotando por toda la sala, entre chispas verdes y líneas brillantes que parecían dibujar espirales en el aire.
En medio de todo el espectáculo, estaba una chica, dando vueltas en un mismo lugar —obviamente, flotando—, tarareando y moviendo las manos alegremente.
Tenía cabello rojo como un bastón de caramelo, ropa verde llena de pequeñas decoraciones —como campanas, galletas de jengibre, dulces, etc—, piel clara y ojos verdes esmeralda, además de estar rodeado por un aura del mismo tono.
Un nuevo espíritu había llegado al departamento, y éste parecía ser aún más festivo que el anterior.
—¡Con un carajo, dejen de aparecer así!—gritó Tzuyu, sentándose en el sofá.
—¡No seas amargada, ven a bailar conmigo!—respondió animada el espíritu, jalando por las manos a la pelinegra.
Lo hizo dar varias vueltas junto con ella, perdiendo el ritmo con la música; y no se detuvo hasta que vio la mareada que se encontraba Tzuyu.
—¿Quién... Demonios eres?...—preguntó la pálida cuando por fin paró de girar.
—Número uno, que fea palabra.—soltó una breve risa, antes de hacer una reverencia —Número dos, soy el espíritu de las navidades presentes, Jihyo.—sonrió.
—Ah... Sí, tu amiga dorada te envió porque lo hice enojar, ¿no?—bufó Tzuyu, aún sin tomar enserio lo que pasaba.
—No, de hecho me enviaron desde los mandos altos, para ayudarte con tus problemas que sigues sin entender.—dijo divertido—Pero sí, Mina mencionó que le cae mejor la Tzuyu chiquita.
—Pues lo siento por madurar. —rodó los ojos —Y ni creas que dejaré que me vuelvan a llevar a donde no quiero, suficiente tuve hace un rato, y lo único que deseo ahora es dormir, ¿entiendes?
—Sí ajá, entiendo, pero ahora, te pido que tú comprendas que no tienes opción más que venir conmigo, ¿si?— Jihyo sonrió, entrelazando su brazo derecho con el izquierdo de Tzuyu, sin pedir permiso.
—Es increíble... Escucha, puedo resolver mis problemas yo solo, no necesito que todo un circo de brillos venga a mi departamento.—la pelinegra intentó soltarse, pero otra vez, fue un esfuerzo sin éxito.
—Mmm, no, no puedes resolverlos, por eso estamos aquí.—Jihyo apareció en su mano una varita plateada, con una bola de luz verde en la punta—Aclarado el asunto, ¡nos vamos!
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