El pequeño animal caminaba con dificultad por la acera resbaladiza, no comprendía en que momento se entumecieron sus garras, hacía no mucho se apoyaba en la esquina del tejado buscando los últimos rayos de sol del otoño, pero ahora apenas se vislumbraba nada, todo era siempre sombrío. Ni un humano a la vista, los restos de la basura estaban húmedos e incomestibles. Una luz apareció a poca distancia, quizás habría un lugar para resguardarse. Entonces se acercó, una figura amigable se alzaba delante de él, algo llamativo le sobresalía de la cara en forma puntiaguda, portaba una sonrisa y su cabeza estaba cubierta con sombrero negro que terminaba en un tenue resplandor plateado, quizás todo iría bien ahora.

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La mujer corrió con prisa por el paraje nevado para que su hijo volviera a casa cuando algo oscuro llamó su atención. Era un diminuto gato de unos meses de edad que se cobijaba a los pies de un hombre de nieve, se apiadó de él acariciando su pequeña cabeza, tenía la temperatura más baja que vio en un ser vivo. No lo dudó un momento y lo sostuvo dentro de su propio abrigo.

-Tranquilo cosita, vamos a buscar un buen sitio.