1. Christmas in New York.
✩ Notas del autor: ¡Hola mis bonitos lectores! Bienvenidos a la Banana Fish Winter Week, una actividad realizada en twitter, desde que supe de esta dinamica me vi demasiado tentada para participar, pero como probablemente saben, estoy con el omegacember en paralelo, así que, espero no morirme en esto, pero quedé muy enganchada con mi trama estúpida, perdón.
✩ Género: Domestic Fluff/ Drama/ Slice of life/ Comedy/ Post Canon.
✩ Ship: AshEiji y leve mención de SingEiji.
✩ Advertencias: Humor estupido, parece un drama novelesco al comienzo, pero tiene sentido y lo cobra con los capítulos, este es solo un fic tonto y rosita para sanar mi corazón.
¡Espero que les guste!
Es Navidad.
Es Navidad y hace un año murió.
Bueno no exactamente, pero el 20 de diciembre del año pasado se dejó morir en la biblioteca, en la silla donde Eiji solía contemplarlo con esos grandes ojos de estrellas, con una carta que simplemente no merece entre las manos. Recuerda haberse recostado, mirando el mural del techo, se desangraba gracias a Lao, o a sus mismos pecados en realidad, él sonrió durante sus últimos minutos de lucidez, no porque estuviese feliz, al contrario, le fue agridulce saber que estaba muriendo y no ser capaz de hacer nada al respecto, aceptar la muerte con los brazos abiertos, saber que al menos, fue amado.
Eiji.
Su Eiji.
Ni siquiera tuvo la energía para pedir ayuda, estaba tan cansado que los párpados le pesaban, como si todos los cadáveres finalmente lo hubiesen alcanzado y ahora, reclamasen venganza, fue una sola vez la que decidió actuar por impulso, dejar de ser un leopardo porque Eiji le hizo creer que destino es una simple manifestación que fluye y cambia, patrañas. Se quedó ahí, quietecito, desangrándose sin que nadie lo escuchase, como acostumbra, como pasó en Cape Cod con su entrenador de béisbol o durante esas noches en el prostíbulo, nadie escuchó ese grito silencioso.
Así que el 20 de diciembre Ash Lynx falleció.
¿Cómo sigue aquí, entonces? Porque el desgraciado de Blanca esperó estoicamente, vigilándolo de las sombras antes de llevarlo a urgencias y arrastrarlo al Caribe. Si bien, el sujeto le dio herramientas para que pueda sobrevivir (herramientas que ya no necesita, pero agradece), le es dura la dualidad, ese mismo asesino lo manipuló emocionalmente para que dejase ir a su ángel, no porque Eiji sea un ángel perfecto e idealizado, Dios no, lo que ama son sus imperfecciones, sino porque ha sido quien le extendió una mano desinteresada para sacarlo del infierno.
Sus figuras paternas son una mierda.
Esa es su conclusión.
Pero de todas maneras, pasan un año a solas con Blanca, leyendo montañas y montañas de novelas, tratando de hacerse pasar por muerto para que efectivamente lo dejen en paz, revelando la fachada única y exclusivamente a Max para que encubra el caos en Nueva York, fue toda una...Experiencia.
—Puedes hacerlo.
Sus manos tiemblan contra la puerta de metal, está nevando con fuerza, las calles se han convertido en una fantasía invernal, el letrero de la tienda arremete, dejando una niebla fantasma en el cristal, Aslan traga duro. Finalmente, se halla a salvo, pensó que tendría que ir a Izumo para reencontrarlo, lo tomó por sorpresa cuando el anciano le dijo que Eiji seguía en la ciudad, trabajando en una florería para pagarse los estudios bajo el ala de Ibe.
Puede hacerlo.
Ha ido a terapia por un año, puede hacerlo.
¡Mierda! ¡No!
¿Cómo diablos debe enfrentar al amor de su vida luego de tanto?
«Hola Eiji, lo siento por mentir sobre mi muerte pero ¡hey! Acá estoy, bebé».
—Oh... —No tiene tiempo para pensar, Eiji abre la puerta de la tienda—. Lo lamento, no lo vi.
No ha cambiado nada, ese es su primer pensamiento.
Si bien, luce ligeramente más adulto, con una melancolía extinguiendo las arrugas que se establecen alrededor de sus ojos, apagándole esa aura ingenua, casi infantil que siempre lo caracterizó, el calor que desprenden esas pupilas es inconfundible, son sus brasas de comodidad, son sus gotas de dulzor tras haber estado sediento en un mundo que lo dejó vacío, son esas iris que lo hacen pensar que los ángeles existen y no solo eso, que en lugar de alas, usan pértigas para surcar tan alto los cielos que desaparecen, son esas que le bombean por las venas hasta escaldarle el corazón, es ese sentimiento de «Mi alma siempre estará contigo».
Son los mismos ojos de ciervo que lo enamoraron cuando le pidió la pistola en el bar, diablos, eso le roba una sonrisa. Sus mechones tan negros que se confunden con tinta derramada en un contraste de nieve, esos cabellos por donde él solía pasear sus dedos mientras leía, esos que le recuerdan a la última noche de Halloween donde conservó su inocencia, se encuentran atados por una coleta, sus pestañas se agitan, escarchándose contra el gélido de Nueva York, haciéndolo lucir sublime en dicha acuarela nostálgica. Están enfrente, levemente cambiados, siendo los mismos niños enamorados.
—¿Señor? —Su voz lo saca del trance fantasmal, cuánto ha extrañado ese acento solo lo sabe hasta escucharlo otra vez, quiere grabarlo en su memoria para reproducirlo en una caja musical—. ¿Va a comprar algo? Ya estaba cerrando.
—S-Sí. —Es una respuesta torpe y nerviosa y él es un manojo de pánico andante porque tiene al amor de su vida enfrente, se encuentra con un estúpido disfraz y no tiene idea de dónde empezar a disculparse—. Quiero comprar plantas.
—Entonces pase. —Eiji lanza una sonrisa más brillante que el sol, quiere llorar, pretende estrecharlo entre sus brazos con fuerza, como si su alma dependiese de él, porque bueno, lo hace—. ¿Qué clase de flores quiere? Son un regalo bonito para Navidad.
Aunque la florería es pequeña, se encuentra generosamente decorada con diferentes plantas, todos los colores existentes, las formas de pétalos y los aromas rodean el lugar en jarrones blancos, existe un escritorio al centro que también funciona de mostrador, es un local bastante simple y acogedor, le llaman la atención las fotografías que penden de las paredes, son de su pandilla, un retorcijón no tarda en revolverle las entrañas, en quemarlas como ácido corrosivo. Aislarse le fue imprescindible para su recuperación y su resurgimiento actual, pero los extraña, es inevitable.
—¿Señor...?
—Winston. —La mentira sale sola de sus labios—. Christopher Winston.
¿Acaso su alma gemela no debería reconocerlo? No ha pasado tanto.
—¿Qué flores quiere?
Todas lucen iguales pero diferentes, es un mar que lo ahoga, ha leído sobre el lenguaje de las flores, porque quería regresar con un gesto romántico, ni siquiera se tiñó el cabello o cambió de apariencia para justificar esta ceguera temporal, este no es su plan, la idea era que Eiji rompiese en llanto antes de lanzarse a sus brazos o le pateara las bolas, cualquier opción era mejor que esta indiferencia.
—Esas. —Ha apuntado a los girasoles, no sabe por qué.
—Esas son mis favoritas. —Eiji sonríe, acariciando las flores con suma gentileza—. Me recuerdas a un amigo que tenía. —Oh, finalmente lo obvio se pone encima de la mesa.
—¿Me parezco? —Ash se inclina hacia el mostrador, suplicante, apoyando sus codos en el escritorio.
—Un poco. —Musita, preparando el ramo en un papel celofán, amarrando con una ternura inefable a los girasoles, como si fuesen tesoros, no debería extrañarle considerando que ha tocado a su mugriento cuerpo de prostituto y homicida con aún más cuidado—. Pero siempre lo estoy buscando, así que no es raro, suelo confundirlo bastante con desconocidos.
Eiji siempre está esperando que Ash aparezca enfrente, las palabras de Max lo golpean en una oleada de culpa.
—Acá tiene. —Ash no tiene intenciones de salir de la tienda, es casi medianoche, la tempestad cae con copos de iridiscencia a las afueras, sabe que abusará de la buena voluntad de este tozudo, pero se profesa desesperado—. Espero que hagan muy feliz a quien se las regale.
—Pero la tormenta afuera no parece cesar. —Agradece que por primera vez en su vida, el mundo le dé la razón, intensificando la ventisca del exterior, bloqueando el paso a la puerta—. No creo que podamos salir. —Eiji arruga su nariz erráticamente igual que un conejito, extrañaba este gesto, lo extrañaba tanto que siente que físicamente fallecerá sino lo abraza en los siguientes segundos.
—Tiene razón. —Finalmente se resigna—. Ordené mi cena antes de que nevara, ¿quiere compartir?
—Eso me encantaría.
Le duele física, psicológica y espiritualmente no poder abrazar a Eiji, descubre que eso es posible al tenerlo a su lado en el mostrador, ha acomodado dos sillas con forros de cuerina para que cenen, es el menú del Chang Dai, lo distingue por el aroma, Nadia es excelente en la cocina, le preocupa no haberla resguardado lo suficiente, Shorter no sigue con vida, y aunque no son familia sanguínea, la siente como tal, más que Jim, al menos. ¿Su padre habrá llorado su muerte? Ni siquiera desea parar a considerarlo.
—Es delicioso. —La comida no presentaba tan buen sabor de meses, no porque Blanca carezca de habilidades culinarias, sino porque extraña ese apestoso natto o esas risas azucaradas, nadie lo ha sacado de la cama con la misma tosquedad que él, Dios, esto es peor a lo que temía—. Entonces...
—¿Sí? —Eiji alza el mentón, sus pupilas parecen esferas de caramelo contra el albor plateado de la tienda, eso le roba el aliento, cree que si las vislumbra atento podrá mirar a una galaxia naciendo y destruyéndose en paralelo. Aslan juguetea con los servicios, enroscando sus zapatillas hacia la silla.
—¿Siempre pasas Navidad con desconocidos? —Su risa es tan linda, esto le aprieta el pecho, como si su corazón se hubiese partido y ahora hiciese malabares con sus pedazos afilados, duele mucho.
—No. —El vapor enrojece su nariz de botón, esponjando aún más el cabello sobre sus cejas espesas, a Ash siempre le gustaron las facciones de este chico, le tomó una infinidad comprender que además era atracción romántica—. Es mi primera Navidad en Nueva York, de hecho.
—¿Tus amigos?
—Trabajando. —El sudor le delinea hacia la bufanda, odia vestirse como un abuelo para mantener su fachada, es el mismo look que usaba cuando pretendía ser el hijo de Max—. Pero lo prefiero, me sirve para pensar, el año pasado no fue una Navidad muy linda. —Es su culpa, se reprocha.
—¿Por qué? La Navidad es una época agradable. —Pero el desgraciado pregunta de todas maneras.
—Porque perdí a un amigo días antes. —La culpa le carcome el alma, expandiéndose de sus tripas hasta su garganta, sus dedos se tensan alrededor del cubierto de plástico, se derrumba—. Navidad no es una fecha muy agradable para mí. —Aslan sabe que se derrumbará en cualquier momento, es vulnerable, realmente vulnerable ante esos ojos de ciervo, el cubierto se estrella contra el suelo, su existencia le pesa, lo empuja igual que ese mar de cadáveres bajo sus pies.
—Lo lamento.
—No, la conversación se volvió lúgubre por mi culpa. —Ríe, el polvo flotando se asemeja a cristales a causa de ese tenue impulso de aire, es inevitable—. Ya estoy mejor, mis amigos me han ayudado y por eso regresé a la ciudad, Nueva York es una parte de mí que no quiero olvidar jamás. —Esa ha sido siempre la cuestión ¿verdad? Personas como él fueron forzadas en este mundo de horrores y agonía, no les dieron la opción, pero Eiji...
Eiji eligió permanecer a su lado porque lo ama y ya.
Tiene suerte, mucha suerte.
—¿Tú qué haces acá? Es raro ver clientes tan tarde. —Aslan frunce la boca, puede sentir cada grieta en sus labios acrecentarse tras el movimiento, está seco, claro que lo está, su oasis lo espera justo acá al frente—. No quise sonar grosero, perdón.
—Los japoneses se disculpan demasiado. —Bufa, divertido—. Vine por amor.
—¿Amor? —Incluso con los años, tras presenciar un festival de rencor y maldad, se ha ruborizado, esa belleza lo conmueve de sobremanera.
—Perdí al amor de mi vida porque soy un idiota. —Se queja, arrastrando las zapatillas hacia la silla—. Estoy tratando de ganarme su perdón, quiero iniciar de nuevo.
—¿Si lo amabas tanto por qué lo perdiste?
—Porque no creía merecerlo. —Es la verdad absoluta—. Todavía no merezco. —Musita, haciéndose pequeño dentro de su abrigo, no lo dice por el negativismo, ha trabajado el tema incontables veces durante sus sesiones de terapia, tampoco lo dice para causar pena, es solo que nadie es merecedor de un amor tan puro e incondicional como el de Eiji Okumura, nada más, nada menos—. Pero quiero.
—Eso es lindo.
—Gracias.
—Entonces los girasoles son las flores perfectas. —La sonrisa de Eiji es tan deslumbrante que ilumina la noche entera, dejando a las estrellas irrelevantes.
—¿Son flores de disculpa?
—No. —El japonés esconde una sonrisa sagaz mientras acaricia los pétalos, el local desprende un aroma extraordinariamente dulce, todavía así, bajo ese bricolaje de fragancia logra distinguir a la perfección la esencia de Eiji, es curioso cómo la memoria se reactiva con estímulos puntuales—. Pero pueden interpretarse como un deseo de amor hacia una vida feliz o de admiración.
—Pareces saber mucho sobre esto. —Aslan se inclina, aunque esas flores le sientan de maravilla a Eiji, es él quien anhela su calidez, quien suplica para beber de sus rayos.
—Claro que sí, es mi trabajo. —Bufa, inflando las mejillas, solía picarlas antes solo para molestarlo, se muere por hacerlo ahora—. Espero que te salga bien.
—Yo igual. —El corazón le late tan rápido que lo siente en la punta de sus dedos—. La cena está deliciosa.
—¡Claro! La compré en el mejor restaurante de la ciudad. —Y aunque su inocencia sigue sin encajar en ese mugriento nido de ratas, de alguna manera se las ha arreglado para florecer en la adversidad, tiene razón, regalarle girasoles es idóneo si le expresan admiración—. ¿Quieres ver una película para matar el tiempo? —Esto lo toma por sorpresa.
—¿Eh?
—Tengo mi celular y...
—Quiero.
La tensión de tener a Eiji al lado, con sus hombros rozándose en el mostrador, compartiendo un par de audífonos baratos, viendo terribles comedias americanas de Navidad hasta que amanece, es...
Es su hogar.
Es acá donde pertenece.
Ha quedado absolutamente embriagado luego de esta cita (no oficial), su piel cosquillea, el calor se ha expandido de su hombro para quemarle el resto del cuerpo, limpiándolo, purificándolo, dándole un nuevo sentido, es un polo atraído hacia el otro extremo del imán, ¿para qué lo niega? Incluso en otra vida lo buscaría, es una conexión de almas, algo indescriptiblemente maravilloso, el vínculo que los mantiene atados en un entendimiento inefable. Probablemente, es más fuerte que enamorarse, es una emoción que lo impulsa a ir al infierno ida y vuelta, a hacer un trato con el diablo, a sacar el cielo, a sucumbir entre las llamas del averno con tal de garantizar su seguridad.
Ha matado y muerto por Eiji antes, ahora quiere vivir.
No por Eiji, sino a su lado.
—Ha sido bastante divertido. —Finalmente, la tormenta cesa al día siguiente, Aslan está convencido de que lo hará, se dará el valor para confesarse y recibirá los golpes que merece por mentirle acerca de su muerte con honra—. Soy Eiji Okumura, por cierto.
—Eiji Okumura. —Pronunciarlo enciende la palidez de su corazón, late con tanta ferocidad que teme que se detendrá—. ¿No te gustaría acompañarme a desayunar? Quiero charlar contigo. —El aludido se quita el delantal, desamarrándolo de la cintura, las cajas de comida penden en el mesón, junto al historial de esas horrendas películas navideñas.
—Eres muy amable, Christopher. —Nombre falso de mierda—. Pero mi novio me pasará a buscar.
—¿Novio? —Aslan palidece.
—Sí, ha sido un gusto. —Los girasoles desprenden algunos pétalos contra el papel celofán, aquello lo marchita, lo seca hasta dejarlo sin alma ni vida—. Espero que te vaya bien con tu confesión.
Mierda.
Esto no era parte del plan.
Todo esto tiene una explicación tonta, de que Ash y Eiji son tontos y se joden mutuamente, ya lo verán bien para el día tres, así que nadie se arme un apocalipsis por favor. No me tengo fe, nunca he llevado a cabo dos actividades en paralelo, si lo logro me sentiré realizada, tampoco creo que hayan lectores tan resistentes para seguirme en tanto spam, pero se vale soñar. Muchas gracias si alguien leyó esta tontera.
¡Nos vemos mañana!
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