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EPÍLOGO

Un año después.

25 de diciembre del 2018.

Bratt.

Las gemelas no paran de arrojarse palomitas en su absurda pelea por la película que vinimos a ver, llevo hora y media preguntándome porque accedí al plan, me hubiese quedado en casa viendo especiales navideños.

—¡Basta! —las regaño.

En la pantalla se proyecta los títulos finales.

—Gracias a Dios —tomo mi abrigo preparándome para salir. 

Hay poca gente en la sala y las mujeres me dedican miradas traviesas cuando me tropiezan a propósito.

—Lo siento guapo —se disculpa una guiñándome un ojo.

Ignoro el coqueteo. 

—Me encantó —Mía se me pega al brazo— Amo al señor Grey.

—Es un machista —se queja Zoé.

—¡No me importa! —replica Mía— ¡Machista o no quiero que me amarre a la cama!

—No sé porque vinimos a ver esa porquería —espeta Zoé— Mía la viene a ver todos los viernes, hasta se sabe los diálogos.

—¿Ya la habías visto? —le reclamo.

Se encoge de hombros dándole un sorbo a su bebida. 

—Gané la apuesta, me lo debían.

Las arrastro fuera de la sala mientras mi móvil vibra por quinta vez en la tarde. Es mi madre, lleva toda la semana insistiendo para vaya a la cena de navidad.

Rechazo la llamada, no quiero ir ya que siempre intenta liarme con las hijas de sus amigas. Tampoco quiero ver el puesto de Sabrina vacío.

Remuevo el puñal en la herida cada vez que recuerdo su estado. Lleva un año recluida en el hospital estatal de psiquiatría, tiene cuatro trastornos diferentes. Sigue creyendo que tiene una hija, encima a lo largo del año intentó suicidarse dos veces. 

—¿Podemos ir a la librería? —pregunta Zoé— Quiero un libro nuevo.

Nos movemos entre los visitantes, está nevando. La gente se pasea con gorros, bufandas y paquetes de regalo.

Mia se va al estante de sagas juveniles, en cambio Zoé, a la de Stephen King.

Doy una vuelta por el lugar deteniéndome en el estante principal.  

Reparo los títulos por encima "De padres a hijos" "Cumple tus metas" "Tu cuerpo, tu decisión" "El poder de la mente" "¿Cómo asimilo que se acabó? «Que estupidez» Continúo mi camino «Como si fuera verdad» Las guías no reparan corazones rotos, me detengo antes de dar la vuelta, me pica la curiosidad de saber sobre el contenido.

Tomo el último riéndome de los idiotas que compran esto "Si aún no superas el dolor de una partida tenemos una guía práctica de..."

—¡Capitán! —saludan atrás. 

El libro se me resbala de las manos e intento levantarlo, pero tropiezo con el estante tirando todo. 

—Meredith —me incorporo en medio del desastre.

—Permítame ayudarle —se ofrece.

El personal nos socorre. 

—¿Qué haces aquí? —dejo que los demás hagan el trabajo.

—Busco algo que me distraiga esta noche —alza un libro— Las novelas románticas son interesantes cuando se está solo.

Sonríe.

—Ya somos dos.

—¿Tampoco tiene planes para hoy?

Niego.

—Me quedaré en casa.

—O podrían cenar juntos y hacerse compañía —me abraza Mía— ¿A qué hora puede recogerte? ¿Siete u ocho?

—¡Mia! —la regaño.

—¿Qué? Es buena idea, no quieres ir a cenar con la familia —réplica—Sal y disfruta con la pelirroja ¿Te desagrada la idea?

Le pregunta a Meredith.

—No —se sonroja.

Me siento como un idiota, nos vemos todos los días. Me parece una estupidez que deba usar intermediarios para hablarle.

—Te recogeré a las ocho —murmuro. 

Tampoco quiero lucir como un imbécil maleducado.

—Le enviaré mi dirección —se marcha. 

—Es linda —comenta Zoé— No es tan sexy como Rachel, pero tiene lo suyo.

—No lo ayudas mencionando a la muerta.

—Silencio —señalo las cajas — Vayan a pagar, quiero dormir un rato antes de la cita forzada. 

Me quedo con el nombre de Rachel, no me gusta que la señalen como muerta, sin embargo, es lo que se le hizo creer al personal externo. Las gemelas recién hora ingresarán a la central. No puedo contradecirlas, ni decirles que está exiliada, que en ningún momento falleció.

Llevo un año sin saber de ella. Intenté buscarla, huir y unirme a su exilio, pero nadie sabe sobre su paradero, es como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra.

Mentiría si digo que la olvidé, que ya no me importa, que la supere como me pidió. No es así, la quiero igual o más que antes. Reparo sus fotos, releo sus cartas,  sus mensajes. Leo una y otra vez los te quiero y los te amo que me dijo estando juntos. 

Dejo a las gemelas en la mansión Lewis, me marcho antes de que mamá o mi papá se den cuenta que llegué.

Lo últimos doce meses han sido una lucha constante contra la mafia Italiana. El que no toma precauciones es dado de baja ya que el mandato de Antoni Mascherano es sangre, tortura y muerte.

Fingir la muerte de Rachel lo puso peor, no deja de atacar, los intentos de capturar a Christopher son cada vez más fuertes. Quiere matarlo sea como sea, lo manifiesta en cada de sus amenazas. Lo culpa de la muerte de Rachel y juró hacerlo pagar con creces.

A Christopher le valen mierda las amenazas, llevan un año jugando al gato y al ratón. Antoni dejó de molestar a los James, el negocio se quintuplicó, ahora es un criminal de talla mundial y Christopher es el coronel más destacado de la FEMF.

La lucha le ha sumado puntos al equipo que lo rodea, somos considerado de la serie élite. Dominick, Simón, Patrick, Angela, Laila,  y todos los integrantes del ejército inglés somos considerados héroes ante el mundo.

Sobra el dinero y los reconocimientos.

Lástima que nada de eso sirva para dejar de odiarlo como lo odio. Trabajar juntos es una tortura, encima las peleas se están tornando violentas, la última vez me fracturó la mano.

Me gustaría que Rachel lo viera, que notara el desastre que es. En cuanto se fue no ha hecho otra cosa que follarse a toda la que se le atraviesa, no tiene que ver con nadie. Antoni es su único enfoque y cuando no están en batalla, folla con media ciudad.

Estaciono frente a mi casa, mis los escoltas privados  aseguran el perímetro antes de entrar al edificio. Saludo al portero y abordo el ascensor.

Me dejo caer en mi abullonado sofá, no es un buen día y dudo que sea una buena noche.

Mejor le digo a Meredith que no tengo ánimos para salir.

Busco el móvil y localizo el numero en mi lista de contactos, pero el aparato vibra en mi mano con una llamada de Simón. 

—El Grinch se dignó a contestar —habla al otro lado de la línea— ¿Ya robaste adornos e incendiaste árboles navideños?

—Hice un motín este año—me sirvo un trago de ginebra.

—No confirmaste la asistencia a la reunión navideña, nos gustaría saber si ponemos un plato más en la mesa.

—No, tengo cosas que hacer.

—Deprimirte frente a la chimenea no cuenta como un plan navideño, hablé con Mia y me dijo que no tenías planes con tus padres.

«Si Mia sigue así terminaré enviándola a Alaska»

No es que no quiera compartir con mis compañeros, el problema radica en que me recuerdan mi vida pasada, me evocan a Rachel.

—Ven, cenas y te vas. Será divertido.

Me cuesta decirle que no, últimamente le sacó el cuerpo a todo.

—Bien, pero espero que sirvan la cena temprano.

—Le diré a Luisa, te espero a las ocho.

Abandono la idea de llamar a Meredith, no tiene caso hacerle el feo en navidad. 

Duermo, tomo una ducha y para cuando quiero salir está nevando. Entro al auto, según la dirección que me envió vive en los edificios que atraviesan el Picadilly. 

Llevo un año sin salir con nadie, mi último evento importante fue la boda de Simón y estaba con Rachel. Seguía herido por lo del engaño, aunque tenía la esperanza de que las cosas volvieran a hacer como antes.

Respiro hondo lidiando con los azotes que me avasallan el pecho. La quiero, si. No lo pongo en duda, pero tengo que dejarla ir, recomponerme y mirar nuevos horizontes. Tengo veintiséis años, no puedo aferrarme a lo que no pasará.

Meredith está parada sobre la acera, trae el cabello suelto y lleva puesto un vestido rojo con tacones a juego.

Me sonríe desde lejos. Tiene linda sonrisa, de hecho, es muy bonita. Se pueden contar las veces que la he visto sin uniforme. 

—Hola —abre la puerta del auto— El clima está horrible.

—Dímelo a mí, las calles son un caos —trato de ser amable— Lindo vestido.

—Gracias —se sonroja.

—Simón me invitó a cenar, quise sacarle el cuerpo, pero...

—No importa —se esconde un mechón de cabello detrás la oreja— Será divertido compartir con los compañeros.

«Espero que los otros piensen igual» Echo andar hacia la casa de Simon, ella no habla en el trayecto solo me sonríe de vez en cuando. 

—Antes de entrar —Meredith abre el bolso cuando nos estacionamos frente a la casa de los Miller— Me gustaría darle el regalo de navidad, no quiero que sea incómodo adentro.

Me siento como un estúpido al no traer nada.

—No sabía que...

—No se preocupe —me ofrece el obsequio envuelto en papel rojo— Lo compré porque quise, no espero nada por parte suya.

Lo abro y la ira llega cuando quito el papel. Debo parecer algún fracasado como para recibir un regalo así.

—Vi que lo observaba en la librería y...

—Solo lo veía ¿Sí? —contesto molesto.

—Si no le gusta —intenta quitármelo— Puedo cambiarlo por otra cosa.

—Gracias por la insinuación de que soy fracaso personal.

—No lo compré con la intención de ofenderlo —se defiende— Solo pensé que...

—No tienes derecho a pensar cuando ni siquiera me conoces —tiro el libro sobre la guantera.

Golpean el vidrio de la ventana. 

—¿Saldrás? —pregunta Patrick —O quieres que te traigamos la cena.

Estrello la puerta cuando salgo.

—Hola Meredith —Patrick saluda a la chica que baja detrás de mí.

—¡Bratt! —me recibe Simón.

Todos están alrededor de la chimenea, Laila, Alexandra, Luisa, Scott e Irina.

Brenda y Laurens sostienen a sus respectivos bebés mientras un chico que no conozco les hace piruetas para que se rían.

Angela reparte copas de vino y Meredith atrae la atención de todos. 

—Sigan —nos invita Luisa.

Ángela se acerca con la bandeja. 

—Meredith no te quedes en la puerta —le pide a su amiga.

Finjo que no pasó nada, solo apoyo la mano en su espalda guiándola adentro. Tomo asiento en el brazo del sofá dejando que me presenten al desconocido. Es la cita de Laila, tiene pinta de Friki y es profesor en Oxford

—¿Podemos pasar a la mesa? —se queja Scott después de una hora de anécdotas sobre viejas experiencias.

No es que le ponga mucha consideración a la charla, la botella de borbón se robó toda mi atención.

—Solo falta que llegue el último invitado —comenta Simón.

Dejo el trago a medias, entiendo perfectamente quien es el "Ultimo invitado".  Me choca que haga este tipo de cosas, detesto que quiera reunirnos como si fuéramos alguna manada de super amigos.

Tocan el timbre y se me remueven los ácidos estomacales.

—Lo mejor es que me vaya —me levanto. 

—Cálmate —me pide Patrick— Comerá y se ira a alguna orgía navideña.

—Buenas noches —saluda una rubia exuberante de casi dos metros.

Christopher entra con la mujer pegada en el brazo. 

—La idea era cenar como familia —dice Simón y todos se levantan.

No saluda a nadie, simplemente se empina una copa. 

—No te vayas —me ruega Simón— Deja esa actitud, solo le das importancia.

—Que Bratt se largue para que la noche sea fenomenal.

Empieza. 

—¿Qué esperas Lewis? —me desafía— ¡Largo! 

—No empieces —se molesta Patrick. 

Se me planta al frente y me levanto para encararlo.

—Que raro que no te estes lamentando el pésimo estado de tu hermana la demente  —apesta a licor.

—Vete a la mierda —lo empujo y me encuella. 

—Mi casa no es ring de boxeo  —se atraviesa Luisa— ¡O se compartan o se largan!

La cena transcurre mientras me sigo sintiendo igual. Todos se ven felices, incluso Brenda que no deja de consentir a su bebé. En parte me siento como ella que perdió a Harry y yo a Rachel. 

«Me duele tanto todavía»  Aún tengo impregnado su aroma en mi piel. Esa mezcla de shampoo de vainilla y perfume Chanel. Contengo el nudo que se me forma en la garganta.

Tenía tanto planes... todos se fueron a la basura. Creí que para esta fecha seria mi esposa y mirénme, lidiando con el desgano que causa no tenerla cerca. La  cena acaba, me quedo aparte reparando las fotos que tiene Luisa con ella en uno de los estantes. 

—¿Todo bien? —Simón deja caer la mano sobre mi hombro— Encenderemos las linternas de buenos deseos, a lo mejor santa nos escucha y nos los concede— se ríe— ¿Quieres venir?

Niego.

—Lo mejor es que me vaya, no me siento bien con él aquí.

Me toma del brazo cuando paso por su lado.

—No eres el único que la extraña —me dice— Todos lo hacemos, también era mi amiga, sin embargo, odio que le den tanta atención.

—No lo entiendes...

—Nos pidió avanzar y estamos haciendo todo lo contrario. Luisa no para de lamentar su partida, tú no la superas, las chicas no dejan de recordarla. El único que parece tener un poco de lógica es Christopher, ya que es el único que no se detiene a rememorar el pasado.

—No soy Christopher.

—Lo sé, nunca serás como él, pero tienes que despertar y avanzar ¿Piensas quedarte aferrado a su recuerdo? Ya pasó un año, nunca la volveremos a ver, tienes a una linda chica esperándote  a un par de metros. Una chica que lleva más de un año esperándote.

—No digas tonterías.

—No son tonterías ¿Qué crees que hace en medio de un sinfín de personas que no le agradan? Está por ti, porque quiere una oportunidad.

Me suelta, aunque duela tiene razón. Le palmeo el cuello dándole un abrazo. Creo que él y Patrick son los dos únicos amigos buenos que he tenido a lo largo de mi vida.Nunca se da por vencido a la hora de querer ayudarme.

—Te veo mañana en el comando —me despido.

Christopher se largó con la rubia y por mi  parte me despido de todos yéndome con Meredith. La tormenta de nieve no cesa todavía, así que termino desviándome hacia mi casa que esta más cerca. 

—No creo que podamos atravesar Piccadilly —apago el motor— No con esta tormenta, los escoltas no pueden seguirme el paso.

—Puedo quedarme en la recepción y esperar que pare.

—¿Y ser blanco de algún francotirador italiano? —abro la puerta— No gracias, no quiero cargos de conciencia en navidad.

Espero que aseguren el área.

—Sal, podemos calentarnos frente a la chimenea.

Se abraza a sí misma corriendo a la entrada. 

—¿Sigue molesto por lo del libro? —pregunta cuando entramos— Le juro que no fue mi intención...

Me quito la chaqueta. 

—Déjalo estar, mejor guardemos silencio  —enciendo el estéreo— Aerosmith merece ser escuchado.

Le ofrezco una copa antes de aflojarme el nudo de la corbata. 

—Es mi banda favorita.

Sonríe, el cabello le brilla bajo la luz del fuego.

—Solía dedicar canciones de Aerosmith.

Baja la mirada decepcionada.

—¿La ama igual que antes?

Me arden los ojos.

—Si.

—No lo culpo —se vuelve hacia la chimenea— La teniente James era una mujer hermosa.

—Es...

—Era, ya no está, ni estará —deja la copa sobre la mesa— Su nombre murió, ahora está al otro lado del mundo con una nueva vida, usted debería hacer lo mismo. Tiene que dejar de mirar atrás y darse nuevas oportunidades.

—No hay quien llene sus zapatos.

—No, ella es inigualable ya que todos tenemos ese don, todos marcamos de una forma diferente —me pasa las manos por el pecho— Si me deja puedo tapar esa marca.

—¿Cómo?

Retrocede, se lleva las manos al cierre del vestido.

—No soy ella, pero puedo ser un nuevo cambio, una mejor alternativa.

Se abre el cierre del vestido sacando los brazos de las mangas. La prenda cae dejándola en bragas. 

—A veces solo hay que probar otros labios.

Quiero apartar los ojos, pero no puedo. Se me acelera el corazón mientras mi entrepierna cobra vida al ver la diminuta lencería. Se acerca con un beso suave. 

—Un intento —susurra contra mi piel— Solo un intento y si no pasa nada actuaremos como si nunca existió este momento.

Cierro los ojos. Rachel aparece con un recuerdo que me taladra todos los sentidos. Meredith me obliga a que la mire mermando el triste desespero que surgió de  la nada. 

La amo, pero todos tienen razón al decir que debo dejarla ir, no está aquí y nunca lo estará.

No puedo lamentarme el resto de mi vida. Me quita la ropa con paciencia recorriéndome el dorso, suelta el pantalón y caemos frente a la chimenea dejando que me prenda de sus pechos. Lamo toqueteando los pezones endurecidos. 

Cambia los papeles queda abierta de piernas sobre mí. Siento la humedad de su coño cuando me dedica una mirada llena de deseo. Es sexy, menuda y bonita. El cuerpo delgado emana más elegancia que otra cosa. 

Dibuja la línea de mis labios antes de bajar hacia mi boca dándole rienda suelta a la vehemencia que surgió de la nada. Empieza a moverse y tomo el tallo de mi miembro ubicándolo en su entrada, me monta despacio enlazando mi mirada con la suya, soltando gemidos que me ponen más duro. 

—¿Le gusta capitán?

Atrapo sus senos dejando que se contonee. 

—Si.

Me aferro a la piel de sus caderas controlando los movimientos, palpito dentro de ella cuando salta con premura «¡Joder lo hace demasiado bien!» Y quiero más, mucho más.

Devoro su boca mientras la embisto una y otra vez. 

Besos... Mordiscos y caricias. No sé cuántas le doy y me da, pero la noche se resume en eso; los dos devorándonos uno al otro frente a la chimenea, sobre el sofá, sobre mi cama y en el baño.

La observo dormir sobre las sábanas de mi cama, el cabello rojizo hace contraste con el blanco de las almohadas, el albornoz muestra las aureolas de su pechos. 

Abre los ojos buscándome al lado de la cama, nota que no estoy y se incorpora cuando me ve al pie de la misma. 

—¿Qué hora es? —se aparta el cabello de la cara.

—Las diez.

—¡Debí levantarme más temprano! —se levanta asustada— Tengo trabajo que hacer en la central.

La tomo de los hombros para que vuelva a sentarse.

—Creo que te sancionarán, porque no irás a trabajar hoy.

La empujo contra la cama antes de soltar el albornoz. 

—No quiero problemas con mi capitán —dice contra mi boca— Me gusta complacerlo y...

—Complácelo ahora —deslizo la mano dentro del albornoz queriendo toquetear su desnudez. 

Bajo por su abdomen, esconde la cara en mi cuello y percibo el tacto de su coño húmedo cuando introduzco dos dedos en él. 

—¿Que seremos? —pregunta.

—Amantes.


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