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CAPÍTULO 85

Operación Z. 

28 de octubre del 2017 — Positano Italia.

Christopher.

La yegua de Alex se asoma en la punta de la cumbre boscosa, saca un tablero digital mientras Patrick despliega las alas del dron que recorrerá el área.

—Una belleza — lo lanza al aire y este abre las alas metálicas alzándose sobre las cumbres—Como crecen.

—Si sabes que es un robot repleto de metal, ¿Cierto? —se burla Simón— El que tenga apariencia de halcón no lo hace real.

—Para mí lo es —replica Patrick— Alcanza una velocidad de 390 kilómetro por hora, tiene un dispositivo de rastreo de quinientas yardas, detector infrarrojo, cámara de cuarenta y cuatro megapíxeles y pasa desapercibido entre aves. Me tomó tres meses crearlo y es más útil que tú.

—Ja, ja, ja —Simon suelta una risa burlesca— Perdona se me olvidaba que te crees Emmett Brown. 

—¡Callen maricones inservibles! —interviene Gauna. 

Estamos infiltrados como la guardia carabinera. El área es pequeña, todos se conocen con todos y no ha sido fácil mantener un perfil bajo. Nos hemos tenido que repartir, una parte está distribuida en el pueblo haciéndose pasar por mercaderes y turistas mientras los que hemos tenido contacto directo con los Mascherano nos mantenemos escondidos en las montañas.

—Hay una guardia de ochenta hombres —dice Alex mirando el tablero— Sin contar la guardia interna y los escoltas personales.

—No será fácil entrar —comenta Bratt— De seguro nos triplican en número.

—Nunca dije que sería fácil, la clave está en enfocarse en el objetivo.

El halcón de acero inicia el descenso volviendo al brazo de Patrick. 

—¿A qué no es una maravilla? —pregunta tajante. 

Nos devolvemos al refugio improvisado que es una cueva de piedra repleta de armas y explosivos. La noche cae, los soldados faltantes se reúnen para planear el paso a seguir. 

—Hay una sola entrada —Simón señala el mapa— Y dos vías de escape, por mar y aire.

—No es prudente atacar en las próximas horas —Ángela se asoma en la entrada, viene seguida de Meredith y Alexandra— Antoni contraerá matrimonio mañana e invitaron a los clanes de la mafia eurupea. 

—¿Matrimonio? —pregunto. En las investigaciones no dice nada sobre matrimonio. 

—Si matrimonio —añade Alexandra— Se va a casar con Rachel.

La oración me hace arrugar el puto mapa «Este hijo de las mil perras»

—Es un matrimonio forzado —aclara— En el pueblo todos comentan sobre su próxima dama, la tildan de resbalosa y problemática. Hizo que mataran a Brandon Mascherano y mató a los escoltas que lo protegían, lo último que se sabe es que intento escapar y ahora está recluida en los calabozos subterráneos.

—Ese tipo tiene problemas de masoquismo —dice Patrick— Le encanta que lo rechacen.

—Hay que posponer el ataque —sugieren atrás.

—¡Si posponemos nos atacaron a nosotros! —espeta Alex— ¡Esta estúpida fachada no demorará más de un día!

— ¡Pero...! —replican.

—¡Pero nada, entraremos, Al que le de miedo puede recoger sus cosas y largarse!

—¿Cómo vamos a entrar?

—No tengo la más mínima idea capitán Lewis, y cuando no tengo ideas suelo improvisar.

—No pensará entrar a una manada de mafiosos sin un plan, ¿Cierto? —inquiere Patrick. 

—Improvisaremos la entrada y planearemos el escape, tenemos un helicóptero y dos lanchas. Ya que habrán tantas personas armadas usaremos el helicóptero en modo de ataque, todos tienen que enfocarse en ir por Rachel —me quita el mapa que arrugué— Cuando la tengan deben ir al puerto, las lanchas los estarán esperando.

—¿Y cómo llegamos al puerto? —pregunta Parker.

—¡Depende de cada uno! —levanta la voz— ¡No les puedo dar todo masticado, cada quien debe buscar la manera de poner su trasero a salvo! Las lanchas los llevaran con Rick James, consiguió un barco de la armada, nos sacará del país cuando estemos completos.

—¿Alguien tiene dudas? —pregunta Gauna.

Todos levantan la mano.

Tomo las riendas de la situación planeando una entrada coherente. Según Angela, los músicos están en el pueblo, puedo infiltrarme por ese lado y evaluando al personal que asistirá, los otros podrían tomar los lugares de los que no llaman mucho la atención. 

Las mujeres la tienen mucho más fácil ya que pueden pasar como acompañantes de los principales cabecillas.

—Retornen al pueblo —ordeno— Traigan todo el material que se necesite.

Obedecen y me quedo viendo la invitación dorada que me entregó Alexandra. 

Antoni Mascherano y Rachel James.

Tienen el gusto de invitarlos al matrimonio católico que se llevará a cabo el día veintinueve de octubre a las 4:00 PM.

"El amor es lo más parecido a una guerra, y es la única guerra en que es indiferente vencer o ser vencido, porque siempre se gana", Jacinto Benavente.

Los esperamos.

La estupidez más grande que he leído en mi vida, escribiendo citas románticas como si la novia estuviera enamorada de él. Rompo el papel antes de encender un cigarro. 

«Creen que pueden quedarse con lo mio»

—Supongo que te marcharás cuando todo esto acabe —comentan a mi espalda. Es Bratt.

—Supones mal —contesto sin mirarlo.

—No pensarás quedarte a su lado y volverla tu novia...

—Eso es decisión de ella, no mía.

—Prometiste apartarte, estás faltando a tu palabra.

—No estoy faltando a nada —lo encaro— Me hice a un lado y no volvió contigo, así que déjalo pasar. 

—Ella me quiere...

—Si te quiere, pero como amigo no como novio.

—No finjas que la conoces. Llevamos cinco años de noviazgo, tuvimos historia, planeamos un futuro —declara— En el fondo sabes que tengo muchos más derechos que tú 

—Ella no te quiere, ¿Por qué no entiendes eso? Ya deja de relucir la patética relación que tuvieron —espeto— Se enamoró de otro y aunque lo lamentes, ese otro soy yo.

Retrocede.

—Le lavaste la cabeza —gruñe— La manipulaste para que me olvidara, la Rachel que dejé no fue la misma que encontré cuando volví de Alemania.

—Obviamente no era la misma, la que encontraste ya no sentía nada por ti.

Lo dejo solo, no tengo tiempo para discusiones, debo centrarme en lo que haré mañana, literalmente me meteré en la boca del lobo y quiero salir vivo de todo esto.

Enciendo otro cigarro recostándome sobre las paredes de la cueva. Alguien se mueve a pocos metros y... 

«Juro por Dios que si es Bratt le estrellaré la cabeza contra las piedras»

—Coronel —me saluda Angela.

—Estoy ocupado —la corto, si no estoy para discusiones mucho menos para coqueteos.

Me quita el cigarro dándole dos caladas antes de devolvérmelo. 

—Lo he echado de menos —sus uñas recorren mi brazo. 

—No tengo tiempo para esto —la aparto y lo único que logro es que me ponga contra la pared. 

—Un polvo rápido puede ayudarle con el estrés —se abre los botones de la blusa dejándola caer— Solo relájese, yo me encargo de todo.

Los pequeños le quedan libres quitándome el enfoque cuando se toca los pezones con la punta de los dedos sin dejar de mirarme.

—¿Qué pasa?—me besa— Necesita relajarse y lo sabe. 

Su mano viaja a mi bragueta mientras se apodera de mi boca, por un momento me desconecto coaccionando a la hora de pasear las manos a lo largo de su espalda. Mi entrepierna reacciona y mi cerebro se convence de que si. Liberar la tensión es lo que necesito.

Mete la mano, pero de un momento a otro los besos ya no me saben a nada. Su toque me hastía al punto de hacerla a un lado sin ningún tipo de interés. 

—Vete —le entrego la ropa.

—Pero...

—¡Que te vayas! —espeto. No me gusta sentirme frustrado y el no poder revolcarme con la que se me antoje no me pone de buen humor. El orgullo me pone a dudar sobre lo que realmente quiero.

Recibe la blusa de mala gana. 

—Es por lo de su esposa ¿Cierto? —pregunta a medio vestir— No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero no es justo que me rechacen por eso, soy fiel cuando me entrego a alguien.

—No confundas las cosas y márchate.

—No tengo la culpa de que mi madre...

—No me importa tu madre, esto no es por ti...

—¿Hay alguien más?

Asiento.

—Es una chica con suerte —se marcha sin darme la cara.

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29 de octubre del 2017.

3:00 pm.

Acomodo los gemelos del esmoquin negro, en tanto miro por la ventana. Camionetas y limusinas se pasean por el centro del pueblo.

—¿Qué prefieres? —pregunta Simón— ¿Guitarra o violín?

—¿Importa?

—Si, en un estuche hay una ametralladora y en el otro una escopeta.

—Ametralladora.

Me entrega el baúl de la guitarra.

—Tienen buen gusto —les dice a los hombres amarrados en el piso— No se sientan robados, les devolveremos todo en cuanto acabemos.

—No mientas —dice Patrick poniéndose los zapatos.

—¿Todo el mundo listo?

Gauna se asoma en la puerta, trae un traje blanco y su mano empuña el mango de un hacha plateada.

—¿A dónde cree que va con eso? —pregunta Laila.

— A la boda —desarma el hacha metiéndola en el estuche del piano. 

—Se supone que somos soldados, no caballeros medievales.

—¡Es mi arma! Defiéndase con lo suyo, que yo lidio con lo mío.

—¡Se ha vuelto loco!

—Vamos a ver si dicen lo mismo cuando se les acaben las balas y mi hacha siga intacta.

—El auto llegó —avisa Parker por el auricular.

—A sus posiciones —ordeno. 

Preparo los proyectiles mientras los otros encierran a los músicos en el baño. 

Patrick, Simón, Laila y Gauna salen conmigo. Afuera, Alan y Scott se encargan de que el personal no abra la boca.

Dos hombres nos esperan, abordamos la camioneta. Los Mascherano ven este lugar como su mayor escondite, nadie los ha atacado aquí, se sienten libres, por ende, tienen la guardia baja.

Nos advierten sobre lo que debemos hacer y lo que no. Laila los distrae con preguntas y comentarios coquetos, durante media hora los embelesa evitando que revisen el instrumental.

Tomamos el camino de piedra, los soldados se reportan desde su posición, la mayoría ya se ha colado entre el personal. 

Abren las rejas de acero dejando que el auto suba a la cumbre que alberga al castillo. Las puertas nos indica el ingreso al mismo y oculto mi rostro de las cámaras de la entrada. 

—Por acá —nos indica una de las empleadas del servicio— Tocarán después de la ceremonia.

—Estamos listos, coronel —me avisa Parker— ¿Órdenes o excepciones?

Observo a los invitados, es como si me hubiese ganado el premio mayor ya que hay un sin fin de criminales.

—No quiero prisioneros —murmuro en voz baja— Maten a todo el que se les atreviese.

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