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CAPÍTULO 7

Golpe con la realidad.

Rachel.

Me duelen los músculos, las piernas, los brazos y la cintura. 

«No quiero moverme».

Mi cerebro proyecta el tráiler de la noche anterior «Christopher encima de mí, yo caliente, él atrapándome las manos, yo correspondiendo los besos y teniendo el mejor orgasmo de mi vida».

«¡Virgen santa!».

Abro los ojos con la esperanza de que haya sido un sueño. La luz que se filtra a través de la tela me confirma que no. «¡Sí, soy una maldita zorra!»  «¡Bratt!» «¡¿Cómo mierda pude engañar a Bratt?!» «¿Cómo diablos lo voy a mirar a la cara?» «¿Cómo carajos le diré lo que acabo de hacer?»

Rompo a llorar.

«¿Cómo pude ser tan estúpida?» No tenía por qué dejarme llevar.

Me visto con lo poco que llevo, tengo la camisilla destrozada, para colmo, no hay señal de mis bragas. 

 Me recojo el cabello e intento calmarme, ninguno de mis intentos da fruto. Trato de controlar mi respiración, si sigo así voy a hiperventilar.

Salgo. Lo único que hay es el aire húmedo de la selva y leña mojada.

Debí dejar que durmiera afuera, todo fue mi culpa. Me pesa el corazón. Me dejo caer sobre las hojas mojadas acunando la cara entre las rodillas. 

—Nos vamos —dicen a mi espalda.

No lo miro, me quedo como una estatua mientras recoge la tienda.

Años de noviazgo tirados a la basura por un simple momento de debilidad. Tanto mis promesas como el amor que juraba tenerle eran mentiras, porque el que ama no engaña, el que ama no traiciona y el que ama no rompe en mil pedazos la confianza de un ser querido.

No contengo las lágrimas. «Estúpida, estúpida y mil veces estúpida» Me repito una y otra vez.

—¡Muévete! —me ordena.

Me limpio la cara sacando fuerzas desde donde no las tengo. 

—¡No tengo todo el día! —me regaña.

Me lleno de aire dando media vuelta para seguirlo. Está de pie frente a mí, erguido y con los brazos cruzados, con su típica figura prepotente y autoritaria. 

«Lo odio»

—¿Dejarás de lloriquear? ¿O necesitas otra hora de llanto y lamentaciones?

—¡Eres un maldito gilipollas!

Se encoge de hombros como el típico crío que le importa una mierda todo lo que pasa.

—No es la primera vez que me lo dicen.

Su cara de tranquilidad es desesperante, mataría por darle un puñetazo borrándole la máscara de serenidad.

—Anoche...

—Lo de anoche fue un error. ¿Ok? Me vale una mierda si se lo quieres decir a Bratt, a Sabrina o a toda la central. Ya está y no hay nada que hacer —se pasa los dedos por el cabello— Lo único que quiero es salir de ésta selva de porquería sin tener que lidiar con tu inestabilidad emocional.

Se da media vuelta para marcharse.

—Pensé que Bratt era tu mejor amigo.

Medio se voltea con una ceja enarcada.

—Y yo pensé que tú lo amabas.

Se marcha dejando mi dignidad por el suelo. Pateo la lata de sopa antes de seguirlo «¿Qué carajos me pasó?» 

Mi vida, mis sueños de una familia feliz, mi futuro con el hombre que da la vida por mí. Todo lo arruiné, todo lo jodí.

No tengo motivos suficientes para culpar al energúmeno que camina frente a mí porque en el fondo yo quería que esto pasara. Aprieto los dientes «Lo llevo queriendo desde que lo vi»

En el gimnasio deseé que me besara, luego soñé con él en el avión y anoche... Anoche disfruté sus caricias, sus besos. Disfruté el puto orgasmo que me provocó.

Eso es lo que me asquea ¿Qué clase de enfermedad mental tengo?

Mi lucha no fue contra él, fue contra mí ya que me odiaba por querer ese momento.

Siete horas después continuamos caminando a la deriva, sin señales ni esperanzas de nada. Andamos en silencio mientras el desespero me abarca. Si no hallamos la salida tendremos que pasar otra noche juntos y no me creo capaz de eso.

Mi angustia va por fases: culpa, miedo, vergüenza. En parte me preocupa lo que piense de mí, es amigo de Bratt, seguramente le restregará en la cara que soy una zorra, eso incrementará su dolor. Dolor que yo ocasioné comportándome como una perra estúpida. 

Se detiene indicándome que retroceda cuando se oyen voces en la maleza. 

—¡Armas arriba! —ordena. 

Hablan en portugués, cargo mi arma apuntando hacia los arbustos.

Las voces se acercan y un grupo de hombres salen del matorral, traen el uniforme del ejército de Brasil. 

—¡Manos arriba! —nos apuntan.

No me atrevo a bajar el arma, en los países latinoamericanos los grupos insurgentes suelen usar el mismo uniforme que el ejército local.

—¡Bajen las armas! —exige un moreno.

Ambos negamos con la cabeza.

—¡Soy el capitán Bruno Saavedra. Exijo que se identifiquen!

Cruzo miradas con Christopher, capitán o no tiene una guardia de veinte hombres y de nada sirve oponerse.

—¡Soy el coronel Christopher Morgan! —baja el arma indicándome que baje la mía— ¡Y ella es la teniente Rachel James!

Todos bajan los proyectiles, se ponen firmes dedicándole un saludo militar al coronel.

—Me encargaron su búsqueda, mi coronel —explica el moreno— El capitán Robert Thompson comanda el operativo de rescate.

—Quiero verlo —se abre paso entre la gente dejando que los soldados le indiquen el camino. 

—¿Agua? —dos mujeres me ofrecen una cantimplora.

La recibo sin emitir palabra. Tengo rabia mezclada con culpabilidad. Por un lado, me avergüenza lo que hice y por el otro, no dejo de recordarlo. 

Las horas pasan bajo el incipiente sol mientras las lágrimas descienden solas y en parte me duele que cayera sabiendo que no me criaron así ¿A caso mi madre no crió una mujer de bien? Me revolqué con un hombre casado que es el mejor amigo de mi novio. 

Bratt no me va a perdonar esto. Sigo caminando con el peso encima mientras Christopher va más adelante como si no hubiese pasado nada. 

Me pregunto en qué carajos estaba pensando para... Quiero creer que esto fue una locura por parte y parte. 

—Debe ser una tortura trabajar con alguien así —comentan. 

—¿Qué? —pregunto fijando la vista en las dos mujeres que caminan a mi lado.

—Que debe ser muy difícil trabajar con semejante coronel —responden sin dejar de mirarlo. 

—¿Falta mucho para llegar? —desvío el tema con el molesto comentario. 

—Media hora más.

Nunca  había caminado tanto. Siento que tengo agujas en los pies cada vez que doy un paso. No sé si me duelen más las extremidades o el peso de todo esto. 

Dos camionetas esperan por nosotros cuando llegamos a la carretera y Christopher aborda la primera sin inmutarse a mirar si lo sigo o no. 

—Por aquí, teniente —me dice uno de los cabos.

El trayecto dura cuatro horas en una deteriorada carretera destapada.

Deteriorada como el respeto que debía tenerle a Bratt, me doy asco. La palabra puta me queda pequeña. Mi cerebro me recrimina la idea de que durmiéramos juntos «¿En qué carajos estaba pensando?». Solo a mí se me ocurre semejante estupidez.

Llegamos a una base militar.

El coronel baja primero, tiene barba de dos días y al igual que yo, está lleno de barro. 

—Gracias a Dios que están bien —nos saluda el capitán Thompson.

Le dedico un saludo militar.

—Supe lo que sucedió y enseguida organicé el escuadrón de búsqueda —le explica al coronel.

—Demoraron dos días en encontrarnos —lo atropella cuando pasa por su lado— Tardó demasiado, capitán. 

—La selva no es fácil de explorar, señor... Hice lo que pude, pero...

—Sabe lo que pienso de las excusas —levanta la mano para que se calle— ¿Alguna novedad?

—Llevamos a cabo el operativo de rescate con las coordenadas que nos dio. Fue un éxito, los secuestrados están a salvo.

—Bien.

—El ministro no ha dejado de llamar, ¿Desea que lo pongamos en contacto con él?

—¡No! —contesta molesto— Necesito comida, un baño y que nadie me moleste.

—Sí, señor —el capitán deja que lo escolten adentro. 

—No necesito compañía —regaña a los soldados que lo siguen.

—¿Estás bien? —me pregunta el capitán.

Se me forma un nudo en la garganta, quiero arrojarme en su hombro y soltar el peso que tengo en el pecho.

—¿Te lastimaron?

—No, señor —me limpio las lagrimas— Solo estoy algo conmocionada con lo que pasó.

—¿Llamo al psicólogo?

—No es necesario.

—El capitán Lewis llamó diez veces —me acompaña a los dormitorios— Ponte en contacto con él, está preocupado.

Asiento.

—Llámame si necesitas algo.

Se da media vuelta para marcharse.

—Señor —le digo antes de que se vaya.

Se vuelve hacia mí.

—¿Puedo quedarme con usted? No quiero volver a Londres.

Frunce el ceño confundido. 

—Tengo que consultarlo con el coronel.

—Le agradecería si lo hace.

Asiente.

 —Dudo que se niegue ya que la misión de rescate fue un éxito. De seguro ya no te necesita.

El peso desaparece por un segundo.

—Le preguntaré y te avisaré sobre su respuesta.

Se marcha.

Entro a la habitación, hay ocho camas pulcramente arregladas y en una de ellas yace un uniforme del ejército de Brasil. El baño tiene toallas y útiles de aseo.

Miro mi reflejo en el espejo, mi cabello es una maraña de nudos lleno de barro y hojas, tengo los brazos rasguñados y la cara quemada por el sol. Me quito el uniforme antes de entrar a la ducha. 

Me desenredo el cabello frente al espejo. Las lágrimas vuelven a surgir. Se me cae el alma cuando noto los moretones que tengo tanto en los senos como en el cuello «Chupetones».

«¡Joder!».

Me doy la vuelta negándome a ver mi reflejo e inmediatamente mi cerebro evoca como me los hizo, sus labios contra mi piel, los dedos en mi sexo, los jadeos en mi oído. 

«—¿Te gusta? —susurra 

—Mucho» 

El pecho se me estremece poniéndome a temblar. «Estoy mal de la cabeza»  Me baño, suben una bandeja con comida y no pruebo bocado. Quien hace lo que le hice a Bratt, no merece otra cosa más que morir.

Intento dormir, mas no concilio el sueño. Todo está tan latente que no puedo ni acostarme. 

Me pongo de pie cuando abren la puerta.  

—El capitán quiere verla —dice un alférez dedicándome un saludo militar.

Me coloco los zapatos siguiéndolo hasta la pista de aterrizaje. 

 El capitán está con la tropa de Londres, mis compañeros me saludan y sonríen.

  —Nos vamos —avisa.

—Claro —sonrío por primera vez en el día. «Quedarme con la tropa es una excelente noticia».

—Me voy con la tropa a Río de Janeiro mientras tú te vas con el coronel.

—Pero... —el peso recae.

—Intenté convencerlo —se frota el puente de la nariz— ...Se rehusó. Lamentablemente, no puedo contradecir sus órdenes.

La tropa se para firme dedicando un saludo militar cuando Christopher llega con cuatro soldados que visten el uniforme de la FEMF.

—Quiero un informe con los detalles del operativo de rescate —le ordena al capitán.

—Claro, señor.

—El  jet está listo — avisa uno de los soldados.

Se encamina a la aeronave que no pertenece ni al ejército ni a la FEMF.

—Ve —me ordena mi capitán— Sabes que no le gusta esperar.

Los soldados de la FEMF miran el jet con la boca abierta. Los asientos son de cuero gris, hay un mini bar, una cocina y una pantalla gigante.

Todo es lujoso y ostentoso, en una de las paredes resalta una enorme "M" dorada.

—¡Es de oro! —exclama un soldado pasando la mano por el material.

—Déjalo —lo manotea su compañero— No hagas que el coronel salga y nos eche.

—Viajar con el hijo del ministro más importante tiene sus privilegios.

Reciben las copas de champaña que les ofreció la azafata mientras me acomodo al lado de la ventana.

—El sofá es más cómodo, señorita —sugiere la rubia con sonrisa encantadora.

—Estoy bien aquí.

—¿Desea algo de comer?

Niego.

No merezco comer, ni estar cómoda, ni mucho menos estar en este lujoso jet privado. Lo único que merezco es que alguien me abandone en la selva.

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