Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 25

Coronel y teniente.

Rachel.

No quiero abrir los ojos sé que si lo hago la luz entrará por ellos, quemará mi cabeza y la hará estallar en mil pedazos, mi cuerpo se desvanecerá poro a poro como un vampiro ante la luz del amanecer. Quiero morirme y llevarme a mis amigas a mi paso.

No recuerdo nada de la supuesta noche de desahogo, ni siquiera sé cómo llegué a mi cama.

El sonido de la aspiradora me inundan los oídos enviando un torrencial de corrientes dolorosas que torturan mi ebrio cerebro. 

El ruido se intensifica cuando acercan la aspiradora al borde de la puerta. ¡Maldita seas, Lulú!

Abro los ojos al recordar que Lulú no trabaja los sábados y Luisa debe estar peor que yo como para coger la aspiradora. La oscuridad me marea, ruedo a un lado entre sábanas suaves inhalando un delicioso aroma masculino.

 ¡Mierda! Intento levantarme, si embargo, termino yéndome de bruces contra el piso.

¡Mierda, mierda, mierda! Rachel James Mitchell, eres la mujer más estúpida del planeta tierra. Me maldigo a mí misma al reconocer el lugar que me rodea, el mundo me da vueltas, para colmo, una arcada de vómito se apodera de mi garganta mientras me levanto como puedo. Corro a la primera puerta que encuentro con la esperanza de no equivocarme y sea el baño.

No me equivoco, levanto la tapa del retrete e intento desocupar mi estómago, no hay nada más que dolor por el esfuerzo de mi cuerpo en sacar lo que no hay.

La cabeza me martillea, desahuciada me levanto en busca de la ducha. 

¿Cómo diablos vine a parar aquí? Lo último que recuerdo es haber abordado un taxi con Luisa ¿Me trajo mi amiga? Es imposible, ella no me rebajaría de tal manera.

Me baño a la vez que rememoro la rutina de mi última vez aquí, cepillándome los dientes y apresurándome para que no me vea.

«¡Perdí la mínima dignidad que me quedaba!» Busco mi ropa, no hallo nada, no sé si es porque no está o porque todavía estoy demasiado ebria como para encontrarla.

—¡Señorita! —tocan a la puerta— ¿Puedo entrar?

Sea quien sea no estoy en mi casa como para impedírselo, me levanto del piso sentándome en una de las esquinas de la cama.

—Adelante —contesto nerviosa.

Una mujer alta y menuda entra con un uniforme compuesto por un vestido y un delantal gris.

—Buenos días — saluda con acento francés— Me imagino que está buscando su vestido.

Asiento sin contestar.

—No está aquí, tuve que lavarlo porque estaba lleno de vómito.

¿Vómito? No quiero imaginarme en las condiciones que llegué anoche.

—Démelo como esté, necesito irme —me levanto, el simple hecho de saber que hubo vómito me da un ticket seguro a la reprimenda del siglo por parte de Christopher Morgan.

—No podrá usarlo, está dentro de la lavadora.

No puedo quedarme aquí esperando a don arrogancia. 

—Tengo afán ¿Podría prestarme uno de sus uniformes o una sudadera? 

—Deja el afán.

Una mujer aparece detrás de la chica francesa, puede estar rayando los cincuenta años. No es muy alta pero sí un poco robusta. La chica se aparta para que pueda entrar, baja los dos escalones de la habitación plantándose frente a mí..

—Soy Marie —extiende la mano— La nana de Christopher.

—Rachel —correspondo el saludo muerta de la vergüenza.

Mira a la empleada pidiéndole que se marche.

—El portero me informó que llegaste casi a las cuatro de la mañana, ebria e insultando a Christopher.

Se me cae la cara de vergüenza, si mi madre supiera que su hija se ha convertido en un monstruo sin dignidad me mandaría a quitar el apellido.

—¿Recuerdas algo? —me mira como si tratara de descifrar mis ojos.

Sacudo la cabeza, ni siquiera sé cómo llegué aquí.

—Subiste con Chris, vomitaste el vestíbulo, el pasillo y a Zeus.

Ok, no solo me quitaría el apellido, me mandaría a vivir  seguramente a Marte.

—Lo siento, no tengo la más mínima idea de cómo...

—No te disculpes —me interrumpe— El alcohol es un pésimo enemigo cuando de amores se trata, no sé qué relación tengas con Christopher, no obstante, supongo que sabes que está casado.

Me abofetea con lo que me dice, por supuesto que está casado y sé perfectamente con quien.

—Si.

—No me agrada su esposa, de hecho, la odio. Pero para mi concepto, una mujer que se mete con un hombre comprometido deja mucho que decir.

No solo soy una mujer que se mete con un hombre comprometido, sino una mujer que traiciona a su novio con su mejor amigo.

—¿Dónde lo conociste? —es mejor disparando preguntas que Luisa en uno de sus interrogatorios.

—En el trabajo... Y entiendo lo que me quiere decir, es solo que... Él es un... No podría explicar lo que es, ni el porqué de haber venido aquí.

—No te estoy juzgando, no conozco su historia y sé el efecto que puede causar mi hijo en las mujeres —frota mis brazos— Toma esto como un consejo de mujer a mujer; eres linda, no es justo que desgastes esa belleza en este tipo de relaciones. La querida siempre será la querida y cuando se empieza una relación así, se está condenado a vivir como la intrusa. Te lo digo porque lo viví en carne propia.

—Entiendo.

—Eres muy valiente al aventurarte en una relación con Christopher con Sabrina Lewis de por medio ¿La conoces?

«sí, es mi cuñada»

—Si.

—Entonces debes saber de qué te estoy hablando.

—Lo mejor es que me vaya, lamento haber arruinado su piso y haber vomitado al perro.

—No puedes irte hasta que Christopher llegue, fue muy claro con eso antes de irse.

— No quiero verlo.

—Pero el a ti si, ven conmigo que te he preparado un caldo de pollo, tu estómago debe estar clamando por comida.

—Señora no creo que...

—No voy a discutir contigo linda, solo empeoraría tu dolor de cabeza —se encamina a la puerta— Anda, tengo varias aspirinas que te servirán.

Descalza y envuelta en el albornoz sigo a la mujer hasta el comedor, el reloj de la pared marca las nueve de la mañana. Todo está igual que la vez pasada, con la gran diferencia que dos mujeres se pasean de aquí para allá con la versatilidad de haber vivido durante años en este lugar.

Miranda pone un humeante plato con sopa sobre la mesa invitándome a tomar asiento. El olor me despierta el apetito, me sirve un vaso con jugo de naranja y deja dos aspirinas encima de un pequeño plato.

Mis ojos se pasean del ascensor a la puerta con el miedo de que Christopher aparezca exigiendo que quite mi trasero de su costosa silla.

—Pruébalo, está delicioso —me anima la mujer de avanzada edad.

A lo mejor si como rápido me deja ir.

Tomo la primera cucharada con el miedo de que mi estómago devuelva la comida. No pasa, el líquido caliente «El cual está delicioso» reconforta mi sistema digestivo haciendo que tanto las náuseas como el dolor desaparezcan.

Bebo cucharadas lentas alternando con el jugo de naranja mientras Marie toma asiento frente a mí dándole sorbos a su taza de té.

—El portero me dijo que no estabas segura que Christopher viviera aquí.

Definitivamente el portero es un cotillero. 

—A decir verdad, no recuerdo nada de lo sucedido.

Sonríe bajando la taza de té.

—Fue una buena noche de fiesta.

—Supongo.

—Si no te borra la memoria y te deja una resaca olímpica, fue una noche de fiesta perdida —comenta. Me pregunto si no será la madre perdida de Laila— Solía bailar mucho cuando...

Tres golpes secos se oyen en la puerta «¡Que alguien me mate!» El corazón se me detiene de solo pensar que no me largué lo suficientemente rápido.

La mujer frente a mí se levanta indicándole a Miranda que no abra la puerta.

—No espero a nadie, Christopher siempre carga las llaves o usa el ascensor, debe ser...

—¡Miranda abre la puerta!

Mi dolor de cabeza llega a nivel Dios. Suelto la cuchara entretanto mis piernas se ponen en marcha buscando un lugar donde esconderme ante el chillido de la voz de Sabrina.

—¡Sé que hay alguien allí!

Me encierro en la habitación colocando el pestillo. 

El corazón se me quiere salir «Esto es lo que te ganas por idiota!» Me recrimino a la vez que busco un lugar para esconderme.

—¿Por qué tardaste en abrir? —increpan en el vestíbulo.

—Estaba limpiando las ventanas del estudio —contesta Miranda.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta Marie.

Los tacones resuenan en el piso.

—Visitando a mi esposo.

—Debiste llamar antes de venir porque Christopher no está.

—Tampoco está en la central —reclama— Espero que no me estés mintiendo y lo estés escondiendo.

—Mi hijo jamás se negaría a darte la cara, no es un cobarde.

Pego la oreja a la puerta esperando la respuesta de Sabrina.

—Sí que lo es, me dejó sola, encima tiene una amante. Pero bueno, no tengo que repetirte lo que ya sabes.

—No sé nada, dije que no está, así que ten la amabilidad de marcharte.

—No, lo voy a esperar hasta que llegue.

Sus tacones siguen resonando sobre el piso mientras se pasea por la casa.

—Cuántas veces te he dicho que la servidumbre no debe comer en el comedor —reclama.

Se hace un breve silencio, de un momento a otro escucho sus pasos en el pasillo.

«¡En que vaca loca me he metido!»

Retrocedo cuando su sombra se refleja bajo la puerta. Sigo retrocediendo hasta toparme con la cama. No hay donde esconderse ya que en el baño será el primer lugar donde buscará evidencia sobre una amante, el balcón me dejaría expuesta y la cama es demasiado baja.

La perilla se mueve. 

—¡Miranda! —grita.

La sombra de la chica aparece.

—¡Ábreme la puerta! —le ordena y mentalmente inicio un breve rezo pidiendo ayuda.

—¡Sabrina, por muy esposa que seas de Christopher, no tienes ningún derecho a violar su privacidad!

—Cállate Marie  —espeta— ¡Miranda, abre la puerta!

—¡No! —replica Marie— Te voy a pedir que esperes a mi hijo en la sala.

—¿Hijo? —se burla— No seas patética, te contrataron para ser su sirvienta, y morirás siendo su sirvienta. 

Cosas como estas son las que me hacen odiarla.

—¡Abran la puerta! —vuelve a ordenar.

Se quedan en silencio. Puedo ver como la sombra de Miranda retrocede.

—¡Que abras te digo!

Corro al closet cuando los gritos de Miranda y de Marie hacen eco afuera, como puedo me oculto entre un sin fin de camisas y chaquetas. Por la ranura de la puerta visualizo las sombras armando una batalla campal.

Todo se vuelve un caos. Me imagino a Sabrina batallando con las dos mujeres, pueda que no esté en función en el ejército de inteligencia, sin embargo, en su momento fue un soldado como lo fue Luisa, por lo tanto, ambas recibieron un entrenamiento a dos escalas y dicho entrenamiento dotan de habilidades que suman puntos a la hora de atacar o defenderse.

Alguien cae al piso, me vuelvo presa del pánico debido a que no me perdonaría que una de las dos mujeres salga lastimada por mi culpa.

El tintineo del manojo de llaves se oye seguido de varios intentos por abrir la puerta.

He luchado contra violadores, mafiosos, narcotraficantes, terroristas, dictadores, asesinos y nunca me habían temblado las piernas como en este momento ante el miedo de la batalla épica que se desatará entre los dos hombres que tengo clavados en la cabeza.

La puerta se abre y ella aparece vestida con vaqueros y una chaqueta de lino, su cabello revuelto empaña la perfección física que la caracteriza. Miranda la sigue con un pésimo aspecto, trae el cuello del uniforme roto mostrando la copa del sostén y tiene el cabello enmarañado.

—¡Largo! —le ruge Sabrina. 

La chica no duda en hacerle caso

Sabrina repara la habitación enfocándose en la cama desordenada, se acerca moviendo las sábanas, las huele y entrecierra los ojos antes de lanzarse a ella en busca de algo.

Baja y algo pequeño reluce entre sus dedos. Automáticamente me llevo las manos a las orejas confirmando que encontró uno de mis pendientes.

Lo empuña, furiosa rebusca más pistas, revisando el baño y mirando bajo la cama.

—¡Maldito! —grita frustrada.

Continúa la búsqueda revisando los papeles que hay sobre la mesa. Me congelo cuando se acerca a las puertas del armario.

Le suena el móvil, no responde, insisten, se distrae con el sonido insistente de la llamada y se desenfoca yéndose a la puerta.

Detiene la marcha en el umbral volviendo la vista al armario «maldita sea ¿No que se largaba?» Se enfoca en las puertas como si pudiera verme a través de ellas.

Regresa caminando en línea recta. «ya valió todo, aquí fue, de esta no hay salida ni escapatoria» respiro hondo y acepto mi destino como el condenado a la guillotina.

Pega la mano en el manubrio plateado a la vez que cierro los ojos. Lo hecho, hecho está y no hay forma de devolver el tiempo.

Oigo el leve chirrido de la puerta cuando la luz me ilumina los dedos de los pies.

—¿Se te perdió algo? —suelta el manubrio cuando llega Christopher.

El mínimo espacio abierto se cierra haciendo que mis pulmones vuelvan a funcionar.

—Necesitaba hablar contigo —aparta las manos de la puerta.

Él se recuesta en el umbral, trae ropa deportiva y tiene pinta de haber salido a trotar.

—No tenemos nada que hablar.

—Yo creo que sí— se voltea mostrando mi pendiente en alto como si fuera un trofeo— Estás trayendo a tus amantes aquí.

—Es mi casa —se encoge de hombros— Soy libre de traer a quien me plazca.

—¡No! —se aleja del armario plantándose frente a él— ¡Eres un hombre casado! Estoy harta que no me respetes ni que me des mi lugar. Tu sirvienta, tu secretaria, tu padre, todos quieren pasar por encima de mí como si estuviera pintada en la pared.

Le entierra la mirada de acero cuando lo encara.

—¡Quiero que me des el lugar que me corresponde! —le exige.

—Vete —le gruñe— Voy a hacer de cuenta que no viniste aquí. Agrediste a Marie y a Miranda queriendo entrar por la fuerza a mi habitación.

— Estaba en mi derecho de...

—¡No! —su voz truena en la habitación—¡Tu derecho es darme el divorcio que vengo exigiendo hace años!

La hace retroceder.

—¡No puedes venir a exigir cosas incoherentes sabiendo que eres un cero a la izquierda en mi vida!

Niega tapándose los oídos.

—No, no, no.

Se acerca a ella apartándole las manos.

—Estoy cansado de tu negación Sabrina, entiende que no te quiero y esfuérzate por joderle la vida a otro.

—¡Para mí no habrá nadie más que no seas tú! —solloza— Yo te amo...

—Pero yo a ti no, entiéndelo de una puta vez.

—Dame la oportunidad... —le suplica.

—Estás tan equivocada creyendo que voy a compartir mi vida con una loca que quiso atarme a punta de mentiras —vuelve a encararla— Manipulaste a tus padres, a tu hermano, pero no a mí. ¡Así que entiende de una puta vez que asco es lo único que me das! 

—¡Déjame hablar!

—Lárgate de mi casa  —la toma del brazo.

Ella empieza a forcejear histérica. 

—Christopher —Marie aparece apoyada del hombro de Miranda— Suéltala para que pueda irse.

La libera. Ella alisa su chaqueta lanzándole una mirada furiosa a la mujer que espera en la puerta.

—¡Vete! —le ordena— Y deja a mi hijo en paz.

Sale empujándola con el hombro. Los pasos se alejan y solo se escucho el ruido al estrellar la puerta principal cuando abandona el apartamento.

—Estaré en el comedor si me necesitas —avisa Marie antes de Marcharse.

Recuesto la cabeza en la fría pared. Una emoción más y entraré en un colapso nervioso.

—Sal —me ordena sentándose en la cama.

No quiero hacerlo, no estoy para peleas ni humillaciones, tampoco para ser echada por enésima vez. Pero es necesario, no puedo quedarme a vivir aquí como si este fuera el armario de Narnia.

Empujo la puerta saliendo despacio, está de espaldas, ruego que se mantenga así mientras me marcho a la velocidad de la luz. 

Se deja caer en la cama acomodando los brazos detrás de la nuca, entonces aprovecho el momento para salir corriendo «¡lo logré!» canto victoria cuando salgo al pasillo.

En el vestíbulo está Miranda sosteniendo una bolsa con hielo sobre la cabeza de Marie, me invade la culpa, provoqué esto con mis estúpidas niñerías de niña ebria.

—Lo siento —me acerco a ella tomando una gaza para limpiarle la sangre del labio.

—No fue tu culpa —musita.

—Claro que lo fue.

—No, estuvieras o no me hubiese opuesto para que entrara a la habitación.

Limpio la sangre, el impacto del golpe le dejó una marca violeta.

—Además disfruté arrancarle esto —alza la mano mostrando un mechón de cabello rubio. 

Miranda se ríe tomándole la mano para que sujete el hielo.

—Le llevaré el desayudo al señor Morgan—se marcha a la cocina.

La ayudo cambiando el hielo, de paso miro si mi vestido está listo para poder marcharme antes que Christopher salga y termine ganándome un discurso de odio como Sabrina.

No lo veo por ninguna parte, vuelvo al lado de la nana hasta que Miranda aparece veinte minutos después con la bandeja intacta.

—Solo tomo jugo —comenta de camino a la cocina.

—Era de esperarse —contesta Marie con los ojos cerrados.

—Miranda podrías darme mi vestido por favor, debo irme ya.

—Enseguida.

—Mis zapatos y mi cartera también... Si fue que los traje.

—Si, lo hiciste —dice Marie— Los zapatos los puse bajo la cómoda de la cama, y la cartera está en el cuarto cajón de la mesita de noche. Puedes ir por ellos mientras Miranda alista tu vestido.

Es como si me estuviera empujando al borde del abismo y no tenga las facultades para detenerla, golpearon a ambas por mi culpa, como voy a decir "hazme el favor de traerlos tú"

—Ok.

La cama está perfectamente tendida, en el balcón se encuentra él de espaldas con la misma ropa deportiva y el cabello azotado por el viento.

Silenciosamente busco los zapatos, además de rebuscar mi billetera entre los cajones, pero para cuando quiero levantarme, ya está apoyado en la puerta corrediza.

—Ya me voy —alzo las manos a la defensiva— No va ser necesario que me eches.

—¿Eres consciente de todo lo que hiciste anoche? —espeta— ¿O estabas demasiado ebria para recordarlo?

En momentos como este es cuando deseo tener una varita mágica y desaparecerme.

—No recuerdo nada, pero ya me lo comentaron.

—¿Y te parece bien estar buscándome en edificios ebria y sin estar segura si vivo en ellos o no? —increpa— No eres una adolescente para que hagas cosas tan inmaduras.

Me da la espalda volviéndose hacia el balcón, observo como se sienta en una de las sillas del pequeño comedor.

Tiene razón, mi inmadurez causó desastres en todos lados y si algo me ha recalcado mi papá, es que siempre se deben reconocer los errores y disculparse, así la otra persona no lo aprecie ni lo merezca, es algo necesario para sentirse en paz consigo mismo.

El viento me alborota el cabello cuando salgo, el sol está radiante. La mitad del balcón permanece iluminada por sus rayos mientras que la otra está cubierta con un moderno techo de madera. El espacio es amplio, del mismo modo que el principal, cuenta con tumbonas, puf y una mesa para desayunar.

—Escucha —me poso frente a él— No debí haber venido...El problema fue que me tomé medio bar, por eso estaba un poco loca y ahora no me acuerdo de nada... No tengo explicación para mi comportamiento.

Tomo aire.

—Lo último que quería era hacer el ridículo otra vez y tener que tolerar tu actitud de mierda.

Enarca la ceja molesto.

—¿Pides disculpas con insultos?

—Digo la verdad, después de tantos " Lárgate" "Déjame la vida en paz" "No quiero nada contigo" ¿Crees que iba venir en sano juicio para que me remataras? —digo— Obviamente no, pero el alcohol es un pésimo consejero y ahora estoy en el deber de pedirte disculpas por tan mal comportamiento.

No contesta, por lo tanto, tomo eso como un "Vete"

Aunque me hubiera gustado oírlo decir algo, no puedo hacer más. La punzada de decepción aparece, así que me resigno a irme después de haber hecho el peor oso de mi vida.

—No te he dicho que te vayas —me toma la muñeca cuando intento marcharme.

—Tu jerarquía no cuenta aquí, ahora somos Christopher y Rachel, no coronel y teniente.

—No te lo estoy diciendo de coronel a teniente, te lo estoy diciendo de Christopher a Rachel.

Su agarre se intensifica cuando tira de mi mano.

Estando sentado y yo de pie, puedo detallar el gris brillante de sus ojos. Ojos que me están volviendo loca arruinando el sentido común de mis pensamientos.

—Quiero irme —muevo la mano bajo su agarre.

—No mientas, sabes que no quieres hacerlo.

—Pero debo.

Tira de mi brazo sentándome en sus piernas.

—Nunca haces lo que es debido.

—Me dejaste en claro que no querías nada más.

—El que te me desnudaras anoche me hizo cambiar de opinión.

Me acaricia la nuca, mientras baja lentamente abriéndose paso por la tela del albornoz, su tacto va encendiendo mi piel cuando libera uno de mis pechos atrapándolo con los dientes. No hay juego previo, sin más su lengua se va arremolinando en mi pezón erecto mientras sus manos acaricia el piercing de mi ombligo.

—Espera —lo aparto— No quiero.

No estoy para juegos y humillaciones. Me excita demasiado, pero sé que no podré soportar otro rechazo como el de su oficina.

—¿Qué pasa?

—No quiero otro desplante.

—Soy yo el que te está buscando —me recorre la piel desnuda.

Lo aparto levantándome a la vez que me cubro el pecho descubierto.

—Si, para luego decirme que aparte mi culo de tus piernas y me largue.

Toma mis caderas sentándome a horcajadas sobre él, su mano va a mi cuello llevándome a su boca, no pregunta, simplemente roza nuestros labios y se abre paso consumiéndome con un beso vehemente que me pone a saltar el corazón.

—No vas a ir a ningún lado —empieza a mordisquearme la barbilla mientras mete las manos dentro del albornoz.

Estoy siendo la tonta, la que no ve más allá de sus narices sometiéndome a él, asimismo, a nuestro vínculo tóxico que solo se alimenta de sexo.

Soy Theresa, Alina, Samara, todas las protagonistas literarias que se han dejado llevar por hombres como él. Estoy siendo la tonta que se está dejando controlar del malo que no le conviene, la que se está hundiendo en arenas movedizas sabiendo que no va a salir bien librada.

Estoy siendo la que predica y no aplica, porque con qué criterio me atreví a reclamarle a Laurens sobre Scott, donde yo estoy haciendo lo mismo con un demonio sin escrúpulos y sin sentimientos mucho más grande que mi amigo.

Sus caricias me empapan, no me atrevo a bajar la vista porque sé que lo estoy impregnando con mis jugos. Toma mis piernas empujándome más, montándome sobre la polla que se le marca por encima del pantalón deportivo.

Tiro del borde de su camiseta, comienzo a comerle el cuello y el torso con besos húmedos que se van poniendo calientes con cada toque, está tan duro que maltrata mi epicentro, pero el morbo y las sensaciones me obligan a refregarme de arriba a abajo.

—¿Quieres?  —susurra contra mi pecho reafirmándome lo excitado que está.

Siento la punzada de miedo ¿Otro truco?

—Vamos —mete las manos por debajo de mi cabello besándome la boca— Deja el miedo. 

Paso saliva, me cuesta rehusarme y decir ¡No! Por el contrario, mi garganta aclama lo que quiere sentir.

—Dime ¿Quieres? —me besa— Porque yo sí ¿Y tú? 

—Si... 

Mi oración es orden suficiente para que medio me levante y se saque el miembro erecto que salta ante mis ojos tentándome con el tamaño y la potencia.

—Arriba...

Me da taquicardia.

—¿Bromeas? —pregunto cuando intenta montarme.

—Ya lo hemos hecho en el balcón.

—Era de noche, ahora estamos a plena luz del día —en Londres, la gente se la pasa paseando en helicóptero. No quiero perder mi ultimo gramo de dignidad cuando me vean desnuda y brincando sobre su miembro.

—Nadie sabrá lo que hacemos —muerde mi hombro— Pensarán que eres mi novia y que somos una simple pareja dándose cariño.

Mete las manos por dentro de la bata masajeándome el trasero.

—Relájate —se relame los labios.

Toma su miembro ubicándolo en mi entrada mientras levanto la pelvis deseosa por recibirlo, tiemblo a medida que va entrando, mis músculos se van expandiendo con la dilatación, el aire se pone pesado en tanto se me eriza la piel con el toque de su lengua en mis pezones.

—Calma —susurra— Podrías lastimarte.

La respiración se me agita, es una tortura estar así, inclina la pelvis hundiéndose poco a poco. El cabello se le pega a la frente empapada de sudor y mi garganta se queja cuando la tengo entera.

—¿Duele?

Asiento con la cabeza.

—Nunca había dolido tanto.

—Estamos en una pose de máxima penetración, es normal sentir dolor mientras tu cuerpo se acostumbra.

Pone una mano en mi vientre y otra en mi espalda.

— Solo falta un poco, ¿Vale?

«¿Un poco? ¿Es que acaso ya no la había metido toda?»

—Entre más mojada estés, más fácil será.

—Dudo que mi cuerpo pueda abrirse más —estoy que quemo.

—Te equivocas —sonríe hundiendo la cara en mis pechos mientras que traza círculos lentos con su pelvis a medida que los espacios vírgenes dentro de mí se abren paso para recibirlo.

—¡Señor Morgan! —Miranda toca la puerta abierta de la alcoba— Traje el vestido de la señorita Rachel.

Intento levantarme, pero su agarre me lo impide «¡que cosa con este hombre!» Forcejeo encima de él, juro que si me ven así me tiro por el balcón.

—Pero ¿qué te pasa? —mascullo— Nos verá.

—¡Déjalo en la cama! —le ordena.

Me quedo quieta. 

—Y arregla las camisas de mi armario —agrega.

—Pero...

—Shhh —me calla— Es parte de la emoción...

—Joder, no me metas en tus cuentos raros que no soy ninguna exhibicionista.

Desliza su dedo con un descenso lento desde mi abdomen hasta mi sexo abriéndome los pliegues y acariciándome los labios con suavidad.

—Mírate, estás totalmente empalada por mí sin dolor y más dilatada que nunca.

Bajo los ojos, el dolor desapareció siendo reemplazado por un torrencial de sensaciones que mueren porque empiece a moverse.

—Esto se llama lascivia; la imposibilidad de controlar el libido sin importar que tan morbosa sea la situación —susurra en mi oído—Tu cuerpo controla todo, como lo está siendo el tuyo en este momento quitandole el control a tu cerebro y revelándose ante el placer de mi miembro.

Los pasos de Miranda rondan adentro y no aparto la mirada del umbral con el miedo que aparezca en cualquier momento. Se mueve y.... Joder, si es excitante. El miedo y su polla palpitando dentro de mí mientras sus ojos arden presos del placer que impone mi sexo. 

Empieza a lamerme las tetas y voy perdiendo el enfoque, el pecho se me quiere salir, no sé porqué en vez de levantarme empiezo a besarlo con urgencia mientras su erección rota en ángulos precisos y exquisitos. El morbo me gana y exijo más saltando sobre él colisionando nuestras caderas una y otra vez.

—¡Nena! —exclama con dientes apretados— Demasiado voltaje.

—¿No te gusta?

Echa la cabeza atrás pasando saliva. 

—Le hice una pregunta, coronel —tomo su barbilla para que me mire.

Corresponde mi fiereza sujetándome el cabello.

—No me gusta —aprieta la mandíbula— Me encanta.

—Eché de menos esto —sigo moviéndome.

—Coincido.

Me acaricia la espalda bajo la tela del albornoz, la constante caricia de arriba abajo repitiendo la misma secuencia y el hecho que en cualquier momento su empleada nos vea, suelta la última llama de mi cuerpo.

Se me escapa un jadeo cuando atrapa mis labios aferrando las manos a mis pechos en tanto me pierdo en medio de espasmos de autentica lujuria.

Suelto sus labios a la vez que hundo la cabeza en su cuello aferrando los dientes a su piel. Mi cuerpo se vuelve contra mí, quiere gemir y gritar su nombre con auténtico desespero.

—Eres tan exquisitamente placentera —me besa y me muerde aferrándose a la piel de mis caderas preparándome para:

La explosión.

El fuego.

La colisión.

Y luego la paz.

—He terminado, señor —avisa Miranda. 

—Yo también.

Le pego en el hombro y vuelve a sujetarme con fuerza llevándome contra él. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro