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CAPÍTULO 23

Malo. 

Rachel. 

Frente al espejo intento lucir lo más provocadora posible acomodando las tiras de mi vestido marrón. Es corto, holgado y el escote en V da una perfecta vista de mis pechos. 

Llevo dos días evitando ver al imbécil que se hace llamar coronel e hice un pequeño resumen de lo aprendido a lo largo de mi carrera. Nos especializan en un arte llamado «Seducción» Y yo voy hacer uso de eso ahora.

He tenido una lucha conmigo misma, entre lo que me conviene y lo que no. Por una parte, sé que lo mejor es dejar todo así, sería lo más sensato. Pero por otro lado, sé muy bien que dejé de ser sensata hace mucho tiempo. 

Mi dignidad clama venganza. Quiero demostrarle que no es inmune a mi encanto como cree y jura «¡Bajarle el ego es lo que necesito!» Su altivez me tiene harta.

Me suelto el cabello. La mata de hebras negras me cubre la espalda y parte de la cintura. Me aplico un poco de brillo labial mientras me preparo para verlo después de cuarenta y ocho horas de abstinencia. 

«A hora le digo así, porque las ganas de follar a toda hora son como una maldita droga» 

Tomo la carpeta que me dará la excusa perfecta para visitarlo.

Es mediodía, la mayoría de los soldados están almorzando o en su hora de descanso. Los pasillos están vacíos, logro escabullirme evitando que me vea alguien conocido.

 Subo por las escaleras de emergencia y con cautela me encamino por el pasillo que me lleva a su oficina.

Me escondo cuando veo a Laurens en su cubículo «¡Demonios!» Asomo la cabeza y respiro aliviada cuando recoge sus cosas preparándose para salir. Scott aparece sonriéndole como un idiota. 

Mira a todos lados antes de darle un beso en la mejilla. 

«Ya me encargare de él más tarde» Abordan el ascensor juntos. 

Salgo de mi escondite, acomodo el escote y continúo. Soy consciente de todo lo que se me avecina, su desprecio o... La victoria de verlo caer en picada. 

La puerta de madera se cierne sobre mí, lleno mis pulmones de oxigeno entrando sin golpear. 

Extrañé su rebelde belleza «¡Dios!» No tiene el uniforme de entrenamiento, está vestido con un pantalón clásico azul oscuro y una camisa blanca la cual esta arremangada sobre sus antebrazos. La tinta negra sobre su piel resalta el blanco de la prenda y el botón del cuello está abierto desacomodando el nudo de la corbata. 

En el perchero cuelga la chaqueta de su traje de gala como coronel.

Está organizando un modelo a escala de Río de Janeiro. Tiene los ojos concentrado en la tarea, ni siquiera ha notado que entré sin su permiso. Un mechón de cabello rebelde le cae sobre la ceja y él lo aparta sin perder de vista la tarea. 

«Este hombre destila sexo» La reacción de mi cuerpo me hace cuestionar qué tan elaborado está mi dichoso plan.

—Coronel, buenas tardes  —cierro la puerta. 

Levanta la cara quemándome con los ojos, debo abofetearme mentalmente para no empezar a actuar extraño ya que si deseo conseguir lo que quiero debo actuar como una persona madura. 

—¿Qué haces aquí?

—Traigo lo que me solicitó —me acerco segura— Que bueno que esté montando el plano de Rio, esta mañana recibí información de primera mano que le será muy útil.

No pone buena cara cuando continúo como si no pasara nada. 

—El capitán ya puede volver a la ciudad. El perímetro de vigilancia que montó ha dado resultados e informaron anoche que no hay riesgo para volver. De hecho, es un excelente momento para hacerlo.

Rodeo la mesa posándome a su lado, tomo uno de los edificios de poliestireno y lo ubico en el centro de la maqueta.

—Este es el lugar perfecto para ubicar a las tropas — explico—Un edificio residencial donde los vándalos van a dormir.

—Eso no suena muy inteligente, correrían demasiado peligro.

—Exacto —le quito la figura que tiene en la mano— Eso pensarán ellos, ninguno se imaginará que meteremos el equipo en la boca del lobo.

Me abro paso entre su cuerpo y el borde de la mesa.

—Perdón —restriego el trasero en su entrepierna colocando la figura en su sitio.

Siento su dureza y cómo respira hondo antes de apartarme. 

—Hay una construcción en esa misma calle —prosigo— No es viable poner un grupo tan grande en ese edificio. Pero sí podríamos colocar cinco o seis haciéndolos pasar como empleados de la constructora.

Recuesto el peso de mi cuerpo sobre la mesa, las tácticas de coqueteo son mi fuerte en misiones con hombres y mujeres comunes y corrientes. Pero es difícil implementar dicha experiencia con la montaña de perfección que tengo enfrente.

Tomo el lápiz que yace en la mesa, le muerdo la punta concentrándome en el color turbio de sus ojos. Me repara la boca, saco el lápiz y me humedezco los labios con la lengua.

—O usted ¿Qué piensa?

Tarda en contestar, su mirada pasa de mi labios al escote del vestido cuando me echo el cabello para atrás dándole una mejor vista.

—Le hice una pregunta, coronel.

Vuelve en sí negando con la cabeza, peinándose el cabello con las manos. 

—No sé, no puedo concentrarme —espeta— ¿Por qué no traes tu uniforme de pila?

—Iré a la ciudad cuando terminemos —pienso rápido— quise ahorrar tiempo viniéndome preparada de una vez.

—Aquí hay reglas y el uniforme es una de ellas.

—Claro —sonrío— No volverá a pasar, lo siento. 

Se va a su escritorio dejándose caer en la silla. Acato el plan y lo sigo recostándome en el borde de madera frente a él simulando que leo lo que investigué. 

—El informe dice que el grupo terrorista se ha dividido en dos bandos y que uno busca liderar al otro.

—No te creo —responde cortante. 

Le ofrezco la carpeta. 

—Puede revisar la información si quiere, no he modificado nada. Todo está tal cual lo envió el bloque de investigación.

Me arrebata las hojas sujetándome la muñeca con fuerza. Los documentos salen volando cuando se levanta. 

—¿Crees que no noto cuando me están provocando? —bajo los ojos a su entrepierna.

«¡Está cachondo!» El agarre brusco que ejerce sobre mi muñeca solo me pone peor. 

—Me alegra que esté funcionando —admito fijando la vista en su entrepierna.

—¿Le gusta provocarme teniente?

—Si —reconozco tensándolo en el acto. 

Su aliento acaricia mi mejilla cuando exhala pasándose la lengua por los labios, me mata su cercanía y mi corazón empieza a dispararse con su calor.

Lentamente toma los bordes de mi vestido y los empuña con fuerza para luego bajar a mis muslos e iniciar un ascenso suave que me quema en el acto cuando aprieta mi piel empujándome contra el escritorio

Doy un leve salto con la arremetida en tanto toma mi cintura sentándome en la mesa. Abro las piernas y me atrevo a mantenerle la mirada «¡Fuerza!»

Se aparta un poco y ladea la cabeza observando el encaje de las bragas que dejé expuestas. Sonríe como si le gustara lo que ve e inmediatamente sus dedos se desplazan al borde de la prenda, toca por encima mientras se mete despacio jugando con el elástico.

Segundos que se me hacen eternos, pero que son recompensados con el tacto de sus dedos sobre mi clítoris.

—¡Joder! —se me escapa un jadeo.

—Estás empapada —susurra.

Mueve los dedos poniéndome el mundo al revés. Todo lo planeado se va a la basura, horas ideando lo que consideraba perfecto para que solo durara un par de minutos.

Con mi propia lubricación estimula mi clítoris tomándolo entre sus dedos, trazando movimientos circulares que tocan puntos detonadores de clímax que no sabía que existían. Mis jugos se esparcen volviendo la masturbación suave y exquisita.

—¡Dios santo! —empiezo a soltar incoherencias cuando presiento la llegada del orgasmo.

—Estás actuando como una ninfómana —gruñe en mi oído— Temo a que, si mi polla entra ahí, tu coño no quiera soltarla jamás.

—Es lo más probable —dejo caer la cabeza en su pecho inhalando el olor de su loción.

Estoy desesperada, frustrada y con ganas de llorar. Este no era el plan, se supone que era él quien debía perder los estribos.

—¿Qué quieres? —pregunta.

Sello los labios logrando que aumente la velocidad a la hora de estimularme. 

—¿Mi polla? ¿Eso quieres, por eso estás aquí? 

La mano libre viaja a mi cabello obligándome a que lo mire. Su lengua me toca los labios y no sé  porque me mareo con la dosis de adrenalina que desencadena. 

—Contéstame —jadea y vuelvo a sellar los labios. 

Deja de tocarme, se aferra a mis hombros y empieza a besarme con fiereza. Un beso largo cargado de morbo donde nuestras lenguas batallan por tener el control mientras baja por mis brazos y sujeta mi cintura estrechándome contra su erección, la recalca y me refriego contra ella como animal en celo.

Es un arrogante de mierda, pero momentos como este valen la pena «¡Díganme masoquista!» Sin embargo, me condenaría al infierno por un minuto con su boca.

Me baja de la mesa dejándome de cara contra la madera, sus rodillas separan mis piernas a la vez que sus manos ahuecan mi trasero cuando lo magrea.

Baja los tirantes de mi vestido llenándose las manos con mis pechos mientras que por inercia le refriego el culo en la entrepierna. Esta tan duro y yo estoy tan excitada que siento como mis jugos recorren la cara interna de mis muslos.

Estoy preparada y lista para recibirlo, sin embargo, la verdadera tortura empieza cuando comienza a repartir besos húmedos por mi columna vertebral. Un beso, luego otro y otro mientras sus manos me estrujan el trasero. 

No lo soporto, voy a terminar derritiéndome si sigue, así que lo encaro en busca de su erección. El enorme tronco está punto de reventarle el pantalón, es un placer tocarla sobre la tela. 

 Me desespera que esté desperdiciando toda esa energía ahí, guardada sin hacer nada.

Me aparta la mano apoderándose de mi cuello, luego baja, besa, lame y chupa cada uno de mis pechos.

—¡Déjate de rodeos y follame ya! —me harta. 

—Ja —aparta la boca de mis pechos— No voy a coger contigo. 

La mandíbula me llega al suelo. Entonces, ¿qué carajos estaba por hacer? Da dos pasos atrás soltándose el cinturón del pantalón.

—Te dicho que no me gustan los juegos Rachel —dice— Ni estos, ni los que tienes con Alan.

—No tengo ningún juego con Alan...

Se encoge de hombros.

—Tengo una impresión totalmente diferente.

—Quieres esto tanto como yo y lo estoy viendo —replico. 

Las erecciones no mienten y él está que se revienta.

Un atisbo de ilusión aparece cuando libera el miembro erecto dejándose caer en la silla. El glande le brilla a causa del líquido preseminal  mientras las venas marcadas parecen palpitar sobre el falo que parece de hierro. 

—Hay formas de deshacerse de las ganas.

Sujeta el tallo presumiendo del tamaño y la potencia que emana, me mira antes de empezar a sacudir la mano sobre ella. Despacio, mordiéndose los labios, apretando la mandíbula ubicando la cabeza en el espaldar de la silla. 

El falo se hincha a medida que se le acelera el paso del aire con los jadeos suaves que avasallan su garganta. Se auto complace ante mis ojos mientras yo me quedo como idiota mirando lo que hace.

Ver a Antoni masturbándose me pareció vil y bajo. Pero verlo a él «¡Joder, verlo es erótico y excitante!»

El cabello le cae sobre las cejas. Me quedo ahí petrificada viendo cómo se complace, hipnotizada con los gestos de su cara, en cómo se le remarcan las venas de los brazos cuando le añade velocidad a los movimientos de su mano.

—¿Te gusta lo que ves? —jadea.

Asiento anonada, tal afirmación parece que lo prende más ya que lo hace más rápido mientras mi coño se deshace sobre su mesa. El morbo es exquisito, deseo cabalgar sobre su miembro, sin embargo, no quiero dejar de ver lo sexy que se ve así, siendo un puto cabrón que no tiene pudor a la hora de mostrarle a una mujer como se masturba.

La erección crece y entre abre la boca cuando la eyaculación se derrama en su mano sacándole una sonrisa cargada de satisfacción.

—¿Ves? Yo siempre tengo un as bajo la manga para todo  —medio se limpia antes de levantarse a acomodarme el vestido— El que vengas aquí, semi desnuda a provocarme es un mal plan. Dije que no quería nada contigo y no voy a cambiar de opinión.

Me acomoda las bragas.

—Si quieres saciar tus ganas —me toma del mentón— Ve con el soldado que estabas por tirarte en el estacionamiento. 

—No me hables como si fuera una...—la rabia me consume. 

—No quiero oírte —me calla— Lo único que quiero es que quites tu trasero de mi escritorio y te vayas a trabajar.

Miles de sentimientos se me acumulan en el pecho hasta el punto en que lo siento pesado. 

—Fuera —vuelve a decir. 

Termino de acomodarme el vestido saliendo rápido. No tengo rabia, me duele el corazón. 

Me paso las manos por la cara y los dedos se me empapan con las lágrimas que me recorren el rostro «Estoy llorando y ni siquiera me estoy dando cuenta» 

Bajo las escaleras con prisa buscando el jardín en busca de oxigeno «¡Lo odio!»

—Jaque mate —escucho la voz de Brenda. 

—¡Hiciste trampa otra vez! —replica Luisa.

Las busco, están bajo el mismo árbol de Olmo donde estuve con Bratt hace semanas. Alexandra y Laila las acompañan alrededor del tablero de ajedrez.

—¡¿Qué te pasó?! —pregunta Brenda preocupada cuando me acerco. 

Todas voltean a mirarme. 

—¿De qué tornado saliste? —pregunta Luisa. 

Me dejo caer en el césped sintiéndome como una vil cucaracha. 

—Me estás asustando —insiste Luisa. 

No hablo, temo a que si lo hago romperé a llorar.

— Últimamente estás actuando muy extraño...—dice Brenda.

—Déjala —interviene Alexandra— A lo mejor solo necesita relajarse y meditar ¿Quieres que te dejemos sola?

Vuelvo a negar, es lo menos que quiero en estos momentos.

—Cariño —habla Laila— Somos tus amigas, solo dinos que quieres.

—Embriagarme hasta perder la conciencia —logro decir. 

—¡Wooo, eso podemos dártelo! —aplaude emocionada— Solo confía en la vieja Laila, ¿Qué te apetece? ¿Ir a un bar corta venas y embriagarte al ritmo de rock lento y deprimente? ¿La disco, dónde podrás quemar todo tu dolor con pasos cachondos? ¿O quieres desgarrar tus cuerdas vocales en el karaoke cantando a grito herido?

— Discoteca, solo chicas.

—Cariño —se ríe— No podría llevar hombres aunque quisiera, estoy más sola que Hitler en el día del amigo.

—Estás sola porque no ha llegado el indicado —la consuela Luisa. 

—Lo sé, nene —mueve la mano restándole importancia— No me aflijo, le saco mucho provecho.

—Hoy ocho en punto en el Ice —propone Brenda.

—Tengo la tarde libre —añade Alexandra— ¿Alguna quiere ir de compras y a la peluquería antes de la noche de alcohol?

—¡Yo! —contestan todas a coro.

Tengo cosas que hacer, pero tendrán que esperar. Necesito tiempo con ellas y olvidarme mi depresión post perdida de dignidad.


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Después de una tarde de consumo masivo en los caros almacenes de Harrods, me preparo para mi noche de alcohol.

Fui a la peluquera, me arregle el cabello y las uñas queriendo curar mi miserableza gastando un pastal de libras en un vestido color ciruela strapless que me queda de maravilla. 

«Tengo que hacerlo» Me digo frente al espejo. Toda decepción debe pasar por una buena resaca. Me coloco los tacones, las joyas y me doy un toque de perfume.

Salgo y veo a Luisa fumando al lado de las puertas del balcón.

—¡Estás preciosa! —deja la colilla en el cenicero— Date la vuelta.

Giro sobre los tacones dándole lo que quiere.

—¡Zorra! —me nalguea— Hoy paras el tráfico. 

—Lo mismo digo —tomo su mano obligándola a que me imite.

—Brindemos porque somos  unas zorras sexys —trae dos tragos—¿Puedo saber por qué quieres embriagarte?

—Hacemos esto siempre —le resto importancia.

—No me mientas —súplica—Hoy estabas triste, te conozco, sé que no eres de las que se deprime así por que sí.

El corazón me duele de solo recordarlo.

—Christopher corto todo conmigo, intente seducirlo e hizo el oso de mi vida  —el resentimiento me abarca— Me hizo sentir como una estúpida.

—No eres ninguna estúpida —recibo el trago— Las equivocaciones son necesarias en la vida. Así es como aprendemos. 

—Arrinconemos el recuerdo en el hueco del olvido —alzo el vaso a modo de brindis. 

—Que así sea —brindamos. 

El líquido caliente me quema la garganta.

Tomo mi abrigo, sujeto el brazo de mi amiga cuando salimos a embriagarnos como en los viejos tiempos. 

El Ice es la disco del momento, Brenda, Laila y Alexandra nos esperan junto a la fila que se formó en la entrada. 

Las saludo, Laila se acerca al portero y este nos deja pasar de inmediato. 

—¿Como hiciste eso? —pregunta Luisa— Se supone que debíamos tener reservación para pasar así.

—Salí con el dueño, así que puedo venir aquí las veces que quiera sin pagar una libra.

Laila, con su vestido de mangas largas y espalda descubierta es una trampa mortal para cualquier hombre. Es bonita, lo sabe, por lo tanto, saca el mayor provecho de eso siempre, pobre el que se atreva a herirla, es un arma de doble filo que cobra con creces la más mínima ofensa. Con ella y con Brenda he tenido las peores resacas de mi vida.

Nos ubicamos en una mesa junto a la pista, la discoteca se mueve al ritmo de Chris Brown y la canción Loyal. 

Empezamos con una ronda de tequila

—¡Nadie parará hasta estar lo suficientemente ebria! —grita Brenda chocando las manos de todas en el aire.

—Estoy más que preparada —alzo mi copa.

—Como en los viejos tiempos —dice Laila.

Pasamos por la sal, el trago y luego por el limón. Alexandra tose conteniendo la risa.

—Es mientras te acostumbras a nuestro ritmo —le dice Luisa.

Y así empieza nuestra noche, la mesa se llena de cócteles, una botella de whisky y uno que otro shot de la bebida mexicana. Nos apoderamos de la pista bailando al ritmo de David Guetta, Bruno Mars, Justin Timberlake y Rihanna.

Noches como estas fueron parte de mis primeros años en la gran ciudad cuando aún no cumplía la mayoría de edad, así que tenía que falsificar mi identificación para entrar a lugares como estos.

Como olvidar mis constantes peleas con Bratt mientras dábamos los primeros pasos en nuestra relación, insistió tanto en que me alejara de este tipo de diversión que al final terminé haciéndole caso. Aunque no niego que me escapaba a disfrutar de lo que más me gusta, bailar.

La discoteca se llena, los hombres se amontonan a nuestro alrededor en busca de ligues y en una noche de sexo. Brenda los llama "Los desechables": coqueteas, disfrutas de sus movimientos, escuchas como te halagan y luego los haces a un lado. Luisa lo llama "terapia para la autoestima"

Ebrias nos vamos a Wonka, un ambiente totalmente diferente con una mezcla de americanos, latinos y europeos.

La mesa vuelve a llenarse de margaritas y botellas de whisky. 

—Esta mezcla de alcohol nos va a matar — Dice Luisa arrastrando las palabras.

—De algo hay que morir—contesta Laila— Y si moriré hoy, lo haré feliz porque fue ebria y estando con mis amigas.

Me abraza junto a Alexandra.

Un grupo de hombres se acerca a la mesa cuando el Dj entona Get Busy de Sean Paul. Todas menos Alexandra sonreímos de forma cómplice ya que esta canción es como nuestro himno, no hubo una fiesta o una noche de disco donde no la bailáramos.

Brenda toma a uno de los chicos de la mano y se lo lleva, Laila mueve sus hombros aceptando la invitación, Luisa no dice nada, solo se va al centro de la pista y por mi parte, dejo que el chico me guíe seguida de la pareja Alexandra.

Mi pareja es más alta que yo «Latino» Es de piel trigueña y ojos oscuros, nos entendemos a la hora de movernos y pese a mi corto vestido, y a mi movimientos sensuales al compás de la canción, mantiene el debido respeto.

La canción acaba dándole paso a una de notas suaves «Bachata» Tuve la oportunidad de disfrutar tan maravilloso género cuando estuve en puerto rico.

—¡Amo esa canción! —grita Laila en el centro de la pista.

—¿Una más? —propone el chico.

Dejo que me tome de la cintura y se mueva conmigo al ritmo de la música lenta. Me dejo llevar en tanto mi perfecto dominio del idioma español me permite entender la letra, se me humedecen los ojos al escucharla. Parece como si hubiese sido escrita para él ya que lo describe a la perfección.

♪♫ Él te da su amor, tú duermes con dudas. ♫♪

Ahora ves que la costumbre no es lo que aparenta ser.

Es tan sincero, contrario a mis defectos,

Pero sigo siendo el malo que no dejas de querer.

Tú serás la cinderella, él, el tonto que da pena,

Y aunque yo no sea un príncipe azul.

Soy tu amor, y tu dilema, y al igual que en las novelas,

Soy el malo con una virtud.

Que me pregunte como te conquiste.

Que anote mis truquitos en papel.

No basta los morales, y ser fiel.

♪♫ Si tú deliras por el malo que te eriza la piel. ♪♫

La cabeza me da vueltas. Enamorarme de él, sería estúpido y peligroso, él no es el hombre que busco y como le dije a Laurens, el hombre malo y tóxico no cambia. 

Christopher no es más que eso, sexo placentero «¿Entonces qué es lo que me está doliendo tanto? ¿Por qué los sueños húmedos y los pensamientos constantes? ¿Por qué la necesidad de verlo y querer tenerlo cerca?»

Es ilógico quererlo debido a que no es mi tipo, odio a los arrogantes de su clase.

 A los que con su actitud quieren llevarse al mundo por delante, los que se creen dioses y amos de todo, los que no tienen sentimientos, sino dagas para herir. Además mi corazón le pertenece a Bratt.

—¿Estás bien? —pregunta mi pareja.

No sé ni en qué momento dejé de moverme. 

—Quiero sentarme —la cabeza me da vueltas. 

—Es lo mejor, el trago tuvo que haberte caído mal.

Me pone la mano en la espalda guiándome a la mesa. 

—Toma un poco de agua —me entrega la botella que tengo en la mesa antes de irse. 

Dejo el líquido ante el miedo de mis sospechas, agua no es lo que necesito. Lleno mi vaso de whisky, lo bebo sin respirar, sirvo otro y otro hasta acabarme la botella. Pido otra y la tomo hasta la mitad. Lo que sea que esté sintiendo debe ahogarse en alcohol.

Las chicas vuelven. Se toman lo que queda en la botella y me arrastran otra vez a la pista. 

Salto y bailo hasta que me duelen los pies. Retorno a la mesa, tomo más whisky y me regreso a la pista. Sigo bailando incluso cuando la mayoría de la gente se marcha dejando el lugar desierto. 

—Una noche estupenda —Laila se balancea de aquí para allá encima de la mesa, descalza y con la botella en la mano.

—Estoy de acuerdo contigo —contesta Alexandra inclinándose mi botella de agua. Brenda se  quedó dormida sobre la barra y Luisa habla ebria con Simón alzando la voz por encima de la música.

—¡Chicas, me alegra que se estén divirtiendo! —aparece el encargado del lugar— Pero ya vamos a cerrar.

Todas le bufamos, incluso Brenda que alza la cabeza con el cabello enmarañado. 

—Lo siento, son políticas del lugar. Les llamaré un taxi.

La brisa fría nos tambalea a todas. Brenda toma un taxi con Laila y Alexandra mientras yo abordo el mío con Luisa.

—A Belgravia por favor —le pide mi amiga.

Recuerdo todo lo que pasó mientras las luces pasan frente a mis ojos. Sus besos, sus toques y sus constantes desprecios «Imbécil» Fui una tonta al no decirle todo lo que se merecía. De hecho, tengo que decírselo. Miro la hora en mi móvil, son las 3:05.

El auto se detiene frente a nuestro edificio, espero que Luisa baje y vuelvo a cerrar la puerta.

—¿Qué haces? —intenta abrir.

—Voy hablar con ese gilipollas engreído, le diré lo imbécil que es.

—Faltan dos horas para que amanezca, puedes hacerlo mañana —se frota la sien—Te acompaño si quieres, así lo golpeamos entre las dos, tú en la cara y yo en los huevos.

—No. Mañana no tendré la valentía que tengo ahora, debo restregarle lo pendejo que es —alego— No me importa que esté en su apartamento modelo, durmiendo en su pija cama con alguna rubia despampanante.

—¡Rachel baja ya o tendré que sacarte a la fuerza!

—Debo hacerlo Lou. Lléveme a Hampstead —le digo al hombre que arranca dejando a mi amiga soltando groserías en medio de la calle.

Tomamos el noroeste de la ciudad atravesando Charing Cross. Me pesan los párpados a medida que la brisa me acaricia la cara.

Los emblemáticos edificios británicos me avisan que estamos llegando.

—¿Dónde la dejo? —pregunta el taxista.

¡Mierda! Olvide dónde queda, busco alguna señal que me recuerde como era el lugar.

—Recorra todo el sector, le avisaré cuando deba detenerse.

Esto es una pésima idea, estoy demasiado ebria para ubicarme.

Un lujoso auto se detiene frente a un elegante edificio gris.

—¡Es aquí! —le grito al hombre—...Eso creo.

Le pago antes de bajarme, al otro lado del andén hay cuatro edificios parecidos con valet parking y autos costosos estacionados frente a la acera.

Me meto la cartera bajo el brazo mientras tiemblo de frío. Busco mi abrigo, no lo tengo, seguramente lo perdí en la discoteca. 

Entro al edificio simulando estar sobria, cosa difícil porque las botellas me están haciendo estragos en la sangre.

El encargado del vestíbulo me mira con las cejas enarcadas cuando me acerco a la barra, me siento horrorosa ante el impecable traje gris que porta.

 ¿Y si estoy en el lugar equivocado? No tengo el más mínimo recuerdo de este hombre.

—Buenas noches —finjo una sonrisa.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Estoy buscando a Christopher Morgan.

Me evalúa, no pone buena cara. 

—¿Piso y número de apartamento?

—Ummm no lo recuerdo. Solo sé que es el último piso...En uno de esos penthouse pijos.

—Señorita, esto es un edificio de máxima seguridad, si no tiene el piso y número de apartamento no puedo ayudarla.

—Entiendo, pero ¿Podría mirar si su nombre está en la lista de residentes?

—Está prohibido, si no tiene la información que le pido le ruego que se marche o tendré que enviar una alerta de seguridad.

—Vengo desde muy lejos —insisto— Solo quiero hablar con el señor Morgan un minuto. Míreme, ¿cree que sea un peligro?

—Señorita, está ebria. Lo mejor es que se vaya para su casa.

No me queda otra que hacerme la víctima

—Sé que no es una hora decente para venir y tiene toda la razón al aconsejarme que me vaya, pero afuera hace frío —le muestro el vestido— Puede darme una neumonía...

—Lo siento, no puedo hacer nada.

—Señor, ni siquiera sé cómo irme. Seré breve en lo que le diré al señor Morgan.

—No sabe si el hombre que busca vive aquí.

— Usted puede sacarme de la duda, solo tiene que verificar si se encuentra en la lista de residentes. Si no está, me marcharé hacia el otro edificio, si tampoco está allí, lo seguiré buscando hasta hallarlo.

—Lo siento, no puedo hacerlo.

El mundo se me oscurece cuando el alcohol me pone a dar vueltas la cabeza. Me froto las manos en la cara, no creo que pueda andar más de un kilómetro.

Rebusco dinero en mi billetera.

—Puedo pagarle si quiere.

—¡No es necesario! —replica impaciente.

—Ayúdeme, no me siento en condiciones de ir muy lejos.

Sacude la cabeza furioso. 

—Permítame su identificación y tome asiento —señala uno de los sofás— Veré que puedo hacer.

—Gracias —le extiendo mi documento.

Me acomodo en el abullonado sofá de la sala de espera.

Recuesto la cabeza en el espaldar del sillón, el hombre detrás del mostrador teclea en su computadora mirándome molesto a la vez que le alzo los pulgares dándole animo.

Vuelvo a marearme, cierro los ojos y poco a poco pierdo el conocimiento volviéndome presa del sueño. De repente, todo se torna oscuro en la resplandeciente sala.  

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