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CAPÍTULO 21

En las Nubes. 

Christopher.

La sala de interrogatorios está iluminada con la leve luz que irradia la bombilla del centro de la habitación

Las puertas de hierro le dan paso al menor de los Mascherano, Alejandro, quien entra  sonriendo como un desquiciado mientras lo amarran a la silla. 

—Viejo amigo —saluda— Me alegra  saber que la vida te ha sonreído. 

—Ahórrate los comentarios sarcásticos.

—Admiro tu metamorfosis —continúa—  Pasaste de criminal a ser el coronel de uno de los ejércitos más importantes del mundo. De aliado a perseguidor número uno. Antoni aún lamenta eso.

—No vine a escuchar tus puntos de vista —lo interrumpo— Sabes que estás hundido hasta el cuello, así que colabora antes de que sea demasiado tarde.

—Eso no pasará. Primero muerto antes de traicionar a mi hermano, no todos somos como tú —advierte— Prepara tu ejército porque tu futuro no augura nada bueno.

—No les tengo miedo —me burlo— Estoy acostumbrado a tratar con payasos igual o peor que tú.

Se le descompone la cara en una mueca de odio.

—Una cosa es acabar con un enemigo a la vez y otra tener que desplegar todas tus fuerzas contra los dos grupos criminales más fuertes del momento. No estamos solos, lo sabes, los Halcones están creciendo...

Me inclino en la mesa mirándolo a los ojos, su horrible cicatriz sigue tal cual como la recordaba.

—Llevo años preparándome para matar a tu hermano.

—Al igual que él lleva años recordando lo que nos hiciste. Ninguno se ha olvidado de Emili, de cómo murió por tu culpa.

—No murió por mi culpa. No intentes tapar el pecado de tu familia culpándome a mí, su sufrimiento lo causaron ustedes mismos.

—¡No te atrevas a culparnos por algo que sabes muy bien que fue tu culpa! —grita— ¡Estaba perfectamente bien hasta que llegaste!

—No, nada estaba bien y fui el único que lo notó.

—Para nosotros lo estaba —gruñe— No eres más que una peste destructora que llega a acabar con todo. Acabaste con la vida de mi hermana y la paz de nuestra familia. Juro por la memoria de mi padre que apenas tenga la oportunidad me cobraré la ofensa ....

—No será ni ahora, ni nunca —contesto tranquilo.

—¡Te crees la gran cosa, sin embargo, no serás más que cenizas! Tú y tu estúpido ejército —exclama— ¡Cuando Antoni cierre el trato con los Halcones en Tokio estarás perdido!

Me levanto palmeando su hombro a la vez que su furia se apaga al notar el error que acaba de cometer.

—Eres el Mascherano más idiota de todos —me le burlo—  Ya veo por qué insisten en mantenerte lejos de los negocios.

Las cadenas tintinean contra las barras de metal cuando intenta liberarse.

—No cantarás victoria... 

—Las amenazas solo le suman años a tu condena.

—¡No me importa quedarme aquí  por el resto de mi vida con tal de ver a mis hermanos triunfar!

Suelta a reír como un loco.

—Intento ayudarte pero ya que te niegas a colaborar tendré que seguir con el código establecido. En un par de semanas serás presentado ante un juez estadounidense debido a que Estados Unidos reclama tu extradición por los delitos causados en su nación. Supongo que sabes lo difícil que es sobrevivir en una cárcel norteamericana.

Golpeo la puerta de hierro preparándome para salir.

—Dicen que te hacen lamentar todos tus delitos, eso es algo no muy alentador para ti debido a toda la mierda que causaste. Ya me imagino cómo te pasarán factura por cada una de las mujeres que violaste, torturaste y mataste.

—Hablas omitiendo que no eres inocente...

Sonrío con ironía.  

—Espero que tu estadía sea grata —ordeno que se lo lleven a su celda mientras me voy a mi oficina.

Los cara a cara con los Mascherano son un viaje al pasado, es como estar frente a un espejo, el cual refleja mi verdadera esencia. El uniforme de coronel no borra ni quita nada, es solo la vestimenta de la bestia.

Antoni disfraza sus demonios con trajes mientras que yo lo hago con el uniforme. 

El viento de otoño me hace meter las manos en el bolsillo del pantalón. 

—Coronel —el teniente Smith se me atraviesa dedicándome un saludo militar— Tenemos malas noticias, el capitán Thompson acaba de reportar una masacre en Manaos. Los Halcones negros incurrieron en la ciudad, se enfrentaron con el ejército y la policía dejando treinta muertos y quince heridos.

Vuelve el cólera, se supone que debo que evitar este tipo de cosas. 

—Secuestraron a las mujeres del hogar de paso contra el maltrato.

—Número exacto.

—No tenemos la cifra exacta, pero sabemos que muchas de esas mujeres estaban resguardándose ahí con sus hijos, encima no hay señales de los niños por ningún lado. Los criminales también incurrieron en la base militar llevándose casi todo el armamento.

Me encamino a la sala de investigaciones.

—Comunícame con el capitán Thompson y dile a Luisa Banner que venga.

—Como ordene, señor.

Hablo dos horas en vídeo conferencia con el capitán, quien me pone al tanto de toda la situación.

Su tropa debe ser retirada de Río de Janeiro por unas semanas, por lo tanto, debo moverlos a Colombia mientras planeo un contraataque.

La mañana y parte de la tarde se me van eso, en idear el plan para responder al ataque.

—Coronel, buenas tardes —saluda Luisa cuando entra. 

—Tengo entendido que fuiste tú la encargada del interrogatorio de los Halcones capturados.

—Sí, señor.

—¿Qué información importante lograste conseguir?

—Estaba trabajando en un informe para usted sobre eso —se acomoda el marco de los lentes— El patrón que presentan los capturados es típico de poder y hambre de venganza que poseen la mayoría de los grupos insurgentes. Todos tienen las mismas características psicosociales; personas de bajos recursos, en su mayoría capturados, que intentan entrar ilegalmente a otros países.

—¿Alguna cosa que nos diga el motivo de su alianza con los Mascherano?

—Poder y dinero, tienen gente, pero no disponen de recursos. Eso confesó uno de los cabecillas bajo tortura, dijo que los Mascherano recaudan grandes sumas de dinero debido al tráfico de personas y con ello, están financiando sus armas. No sólo están secuestrando mujeres, también están reclutando hombres entre los veintiún y treinta años, los cuales están siendo obligados a marchar en sus filas. A mi parecer, están buscando ser un ejército revolucionario como las Farcs o el Talibán pero a nivel mundial, ya que quieren iniciar una guerra contra los países ricos.

—¿Algo sobre los Mascherano?

—Nada, ninguno de los capturados en Moscú ha dado declaraciones.

—Retírate  —le ordeno.

—Como mande, mi coronel —se marcha.

—Señor —Smith vuelve a entrar— El comando policial de Milán se puso en contacto, dicen que Amelia Mascherano quiere testificar en contra de su esposo.

—Ponte en contacto con ella asegurándote que no sea una trampa —advierto— No sabemos si se trata de uno de los trucos de su marido.

—Enseguida señor.

Debo desplegar un bloque de búsqueda para las mujeres desaparecidas y reubicar mi estructura de ataque.

Me pongo en contacto con la central de Tokio, tengo que enviar una tropa para que se encargue de la búsqueda de Antoni en estos días.

Adelanto lo que más puedo y me encamino a mi oficina. 

—Coronel  —Patrick sale de una de las oficinas con un Ipad bajo el brazo. 

No le contesto, lo único que quiero es un trago doble y una cajetilla de cigarros. 

—La tropa de Bratt se reportó —avisa— El plan de infiltrado sigue en pie.

—Un punto a nuestro favor —contesto sin detenerme.

—No del todo, las cosas se están poniendo feas, tuvo que desconectar el equipo de rastreo para prevenir posibles sospechas. Se comunicó desde un teléfono público e informó que seguirá incomunicado por varias semanas más.

—No podemos dejarlo a la deriva, es demasiado peligroso.

—Intenté hacerlo entrar en razón pero no quiso escucharme —se encoge de hombros— Y para empeorar, alguien intentó entrar al sistema informativo de nuestra base de datos.

Respiro hondo antes de entrar al ascensor, sus alcances se están extendiendo demasiado.

— ¿Lograste impedirlo?

— Por supuesto, de hecho, reforcé el sistema de seguridad informativo —enciende el IPad— Me topé con algo muy curioso mientras lo hacía.

Subimos a la tercera planta. 

—Las cámara de tu oficina han sido manipuladas más de tres veces en una semana. 

Detengo el paso mientras hago un repaso mental de todos los dispositivos que he tenido que manipular a causa de mis encuentros con Rachel.

—¿Tienes conocimiento de esto?

—Sí.

Enarca las cejas confundido.

—¿Seguro? Pensé que alguien podría estar usando tu clave de acceso al sistema para...

—Tengo conocimiento y no hay ningún problema en ello.

Me mira a la espera de una mejor explicación.

—¿Puedo saber el motivo? No es normal que sean manipuladas tantas veces.

—No —me pongo serio—  No hay explicación, las manipulé porque quise.

—¿Estás metiendo mujerzuelas y organizando orgías? —indaga— ¿Por qué no puedo saber el motivo?

—¡Porque no! —contesto molesto— Y no preguntes más, si tengo dichos accesos es porque puedo hacer lo que quiera con ellos.

Laurens se levanta del puesto cuando nos ve.

—Buenas... tardes coronel —balbucea—  Capitán gusto.... en verlo.

Patrick le sonríe, por mi parte la ignoro como siempre.

—Su esposa lo está esperando —me avisa antes de que entre al despacho.

—No quiero ser descortés pero no me agrada tu mujer. Por lo tanto, me devolveré por donde venía.

—Contacta a Bratt —le ordeno— Intenta convencerlo de que no haga una tontería.

—Se lo dejaré a su novia, es débil cuando de ella se trata. Cuando termine el entrenamiento de vuelo, la pondré al tanto... No es que sea un entrometido —baja la voz— Pero deberías regalarle un espejo a tu secretaria, por lo que veo no ha notado que su maquillaje se asemeja al de el Guasón.

Se marcha.

Sabrina clava la mirada en la puerta cuando me ve, se levanta cruzándose de brazos mientras da pequeños golpes en el piso con la punta del pie. «Odio que haga eso»

—Llevo dos horas esperándote —me reclama.

—Estaba ocupado —rodeo el escritorio— Y de haber sabido que estabas aquí, hubiese tardado mucho más.

Deja caer la carpeta que le envió mi abogado. 

—¿Qué es esto?

—Pensé que sabías leer —inquiero— Pero si no sabes, te lo explico  —tomo los papeles— Es mi sexta demanda de divorcio... 

—Insistes en esa tontería.

—No es una tontería Sabrina, quiero el puñetero divorcio y el que te niegues a dármelo me está colmando la paciencia. 

—Eso no va a pasar y lo sabes, ¡Soy tu esposa, el matrimonio es para toda la vida!

—¡No somos nada maldita sea! —estallo— ¡Solo firma la puta demanda y ve a joderle la vida otro!

Se frota los dedos en la sien. No carece de belleza, de hecho, eso fue lo que me sedujo cuando era un adolescente, asimismo, reconozco que su personalidad obstinada también llegó a gustarme por un tiempo.

Pero fue un simple gusto que paso rápido. Rodea la mesa sentándose en el borde de madera. 

—Deberíamos ir a clases de pareja —sugiere— Mamá conoce un psicólogo muy bueno, ya nos  apartó una cita.

—Tu negación a la realidad no va a atarme ésta vez.

—Cielo, solo quiero arreglar las cosas —se inclina acariciándome las piernas. La blusa se le entreabre mostrando sus pequeños pechos— Te amo y no quiero perderte.

«Me asquea que diga eso» 

Detengo sus manos antes de que lleguen a mi entrepierna.

—No pierdes lo que nunca has tenido.

Se arrodilla en el piso mirándome con picardía. 

—Te convenceré de lo equivocado que estás. 

Me levanto y la tomo de los hombros para que se ponga de pie.

—Quiérete —la aparto— Y no pierdas tu tiempo conmigo. 

Aferra las manos a mi cuello. 

—¿Quieres hacerte el difícil? —ronronea inclinándose para besarme, aparto la cara evitando que me toque los labios. 

—No más juegos Sabrina, firma los papeles y vete.

—Ummm —baja las manos por mi pecho— Te haré cambiar de opinión.

La alejo.

—¡No! —pierdo la compostura— Puedes desnudarte, bailar pole dance sobre la mesa y aun así no despertarás ni la más mínima erección —me jode que se empeñe en amargarme el día— No te amo, no te deseo y tampoco te quiero en mi vida...

Me voltea la cara con un bofetada. 

—¡¿Quién te crees para humillarme así?!

—Solo digo la verdad, te quiero, pero a metros de mi vida. Tus estúpidas actitudes sólo están alimentando mi desprecio hacia ti.

Vuelve a levantar la mano y la detengo en el aire antes de que me toque. Se zafa, entonces arremete golpeándome con los puños en el pecho. 

«Lo que faltaba» La aprisiono entre mis brazos arrastrándola hacia afuera. 

—No se va a acabar —me grita.

— ¡Fuera de aquí!

—¡Suéltame! —se libera antes de llegar a la puerta— Llevo tu apellido y estás muy equivocado si crees que voy a soltar eso. 

Se va dando un portazo. «Es una maldita desquiciada»

Abandono el lugar en busca de aire, este día de mierda me está asfixiando.

Deambulo por la cafetería y por los pasillos intentando poner mis pensamientos en orden. Saco mi caja de cigarrillos, fumo uno recostado en los murales que rodean al jardín mientras observo la práctica aérea. 

Me da jaqueca el rugido de los motores de los aviones, sin embargo, no me molesta. Necesito distraerme con algo o terminaré rompiéndole la cara a alguien, ahora que recuerdo Patrick mencionó que Rachel estaría encargada de la prueba aérea. 

«Un polvo rápido me dará la distracción que necesito» 

Apago el cigarrillo encaminándome a la pista. 

Los soldados se alinean cuando me acerco, el último avión aterriza abriendo la cápsula dejándome ver lo que busco. 

—Coronel —me saluda Rachel bajando del avión. 

Tiene el cabello recogido en una trenza de medio lado, levanta los lentes aviator mostrándome el cielo que carga en los ojos.

—¡Todos ustedes fuera de aquí! —le ordeno al grupo de principiantes que la acompaña.

—¿Está todo bien? —frunce las cejas preocupada.

—¿Por qué no habría de estarlo? —me meto bajo el techo que resguarda a los aviones.

El grupo de soldados se larga dejándonos solos.

—¿Puedo ayudarle en algo?

Se desprende del equipo de aviación.

—El que no me tutees estando solos, es una clara señal que sigues enojada.

—Te equivocas —se defiende— De hecho, nunca he estado enojada.

—Claro —increpo con sarcasmo— Tuviste que salir muy feliz de mi apartamento: Sin bragas, con un vestido destrozado y llevando puesta una playera robada por encima.

—Querías que me fuera —se abre el cierre del overol— Y no robé nada, solo me comporté como tú cuando te quedas con mi ropa interior.

Lamenté haberle hablado como le hablé. No quería ser un patán y sentí miedo de eso, ya que ninguna mujer me motiva para andar con amabilidades y arandelas. 

 Disfruto follar y desechar sin tener que dar explicaciones ni preocuparme por herir sentimientos.

—Me gusta la playera que te llevaste ¿Cuándo me la devolverás?

—Cuando me devuelvas las bragas.

—Entonces disfruta la playera —me burlo— Porque las bragas se quedan conmigo. 

—No entiendo tu fetiche de robarlas —cuelga el overol en el perchero— Tuve la seria teoría de que te las ponías y luego te paseabas con ellas frente a tu espejo.

—¿Y qué te hizo dudar de eso? —suprimo la  carcajada.

—Que es imposible que tu gran polla quepa en una de ellas.

—Inmensa y placentera polla —la corrijo.

—En fin —se encoge de hombros — Son demasiado pequeñas para ti. Aparte, el rojo y el negro tampoco van con tu color de piel.

Suelto a reír sacándole una sonrisa. 

—Insisto que tu sonrisa me gusta —confiesa. 

Cosas como esas no deben decirse cuando tienes una relación solamente sexual.

—Las llaves del avión —trato de cambiar el tema.

Mete las manos en el bolsillo del overol acatando la orden. 

—No tardes, el encargado está esperando a que se las entregue.

—Que espere sentado —salgo a la pista en busca del avión que piloteaba— Porque por ahora no pienso devolverlo. 

Rueda los ojos mientras me sigue.

—Daremos una vuelta.

—Daremos suena a dualidad.

—Sí, porque lo haremos juntos.

—No pienso subir allí contigo.

—¿Te da miedo? —pregunto a mitad de la escalera.

—Va contra las reglas y quiero conservar mi empleo.

—No seas aburrida, nadie nos dirá nada. Soy un coronel y el amo de romper las reglas —le ofrezco la mano para que me siga — Sube.

—No.

—Es una orden James, no me hagas ponerte una sanción por desobediente.

Mira a todos lados.

—Mejor...—duda.

—¡Sube! —insisto y toma mi mano. 

Me acomodo en la silla dejando que se siente sobre mis piernas. Calibro la potencia de los motores y tomo los controles de vuelo preparándome para despegar.

Alcanzo la velocidad necesaria dejando que la nariz del avión empiece a elevarse.

—Despegue no autorizado —habla Vicky a través del auricular.

—Apaguemos esto —desconecto el transmisor.

—Esto es una pésima idea —se queja— Pondrían bombardearnos, estamos en área protegida y no se puede volar así por que sí.

—Entonces salgamos del área— acelero la marcha de los motores volando hacia el horizonte.

El río Támesis aparece frente a nosotros mientras el sol naranja se esconde bajo el agua.

—Estás mal ubicada —le digo a la chica que observa el bello paisaje sobre mis piernas— Si no te sujetas podrías lastimarte.

—¿Lastimarme? —vuelve sus seductores ojos hacia mí rodeándome el cuello con el brazo.

—Sí, cuando haga esto —giro el avión en una vuelta de barril.

—¡No puedes hacer eso a tal velocidad! —me regaña.

—Relájate, sólo nos divertimos.

Suspira rodeándome el cuello con los brazos. 

—Tomaré nota mental advirtiéndome de no volver a divertirme contigo —me acaricia la mejilla con los nudillos. 

—Miedosa. 

—Miedosa no, precavida si —se acerca a mi boca. 

Me relajo bajo su calor cuando pasa el pulgar por mis labios ladeando la cabeza lista para besarme. Junta nuestros labios a la vez que activo el piloto automático para tener vía libre sobre su cuerpo. 

Mi cerebro borra los problemas además de la rabia que sentí en el transcurso del día. Me centro en ella y en los dulces labios que me devoran.

Separa nuestras bocas y acomoda la cabeza en mi cuello. Lo ideal sería apartarla, decirle que como simples amantes no podemos permitirnos este tipo de momentos pero me gusta la paz que transmite y el olor de su cabello. La dejo ahí, quieta, contemplando como el sol desaparece por completo.

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La luna adorna el cielo cuando volvemos, aterrizo y dejo el avión en su lugar, apago los motores mientras dos reflectores se enfocan en nosotros cuando abro la cápsula para salir. 

—¡Ustedes! —grita un grupo de soldados corriendo hacia nosotros— ¡Lo que estaban haciendo no está permitido!

Tomo la mano de Rachel escabulléndome por detrás.

—¡Alto! —vuelven a gritar— ¡Deben asumir las sanciones correspondientes!

Se escucha el sonido de los pasos que corren a nuestras espaldas mientras huyo entre medio de los aviones hasta llegar a la base de control, empujo la primera puerta que encuentro cerrando antes de que alguien nos vea. 

 Es el cuarto de neceseres, en él hay escobas, baldes y uniformes viejos tirados en el suelo. 

—¡Se fueron por el otro lado! —gritan afuera.

—Te lo dije —Rachel se ríe. 

—Shhh —la pego a mi pecho apartando las hebras de cabello que le han caído en la cara.

Se para en puntillas dándome un beso en el cuello, solo basta con eso para que mi erección se expanda dentro del  pantalón. De hecho, la estoy deseando desde que la vi salir del avión.

Tiro del borde de su camiseta dejándola en sostén, mi nariz recorre la clavícula y el mentón percibiendo el olor a vainilla que tanto la caracteriza. Está urgida, así que no tarda en llevar las manos a la pretina de mi pantalón.

Queda muy poco de la mujer que temblaba cada vez que me acercaba. Ahora me toca, me besa y me abraza como si fuéramos amantes hace años. 

Enredo la mano en su trenza echándole la cabeza para atrás. 

Tira de mi camiseta y caemos al suelo en medio de besos, hambrientos el uno por el otro, la  desnudo en tanto lleno mis manos con los pechos grandes y redondos. Me encantan los senos de esta mujer y no dudo a la hora de prenderme , consentirlos y lamerlos uno por uno. 

Se relaja ubicando los brazos encima de la cabeza, invitándome a que la siga tocando. Beso su vientre, sus costillas y el pequeño piercing que le adorna el ombligo. Vuelvo a subir a su boca devorándola con ferocidad, dejando que nuestras lenguas batallen. 

—No tarde tanto, coronel —jadea contra mi boca— Me inquieta. 

Su súplica es una orden, aparto la tela del boxers  entrando en ella de un solo tirón. Quisiera tener la paciencia de disfrutarla despacio pero no puedo, su olor y su desnudez me enloquecen al grado de no querer parar. No puedo irme despacio cuando lo único que quiero es devorarla y escucharla gemir mi nombre. 

La embisto sin contemplaciones, mi deseo exige llenarla por completo cuando me aferro a sus hombros enterrándome en su coño palpitante. 

—¡Joder! —saca la cara de mi cuello.

—¿Dolió?

—Un poco pero que no se te ocurra parar —advierte con una sonrisa. 

Le devuelvo la sonrisa besándole los labios. 

—Soy una masoquista, lo sé.

Mueve las caderas aclamando más, su humedad cubre mi polla a medida que entro y salgo acelerando los embates. Los ojos se le oscurecen bajo el éxtasis cuando se dilata y palpita  pidiéndome más. Y quiero darle más, hace música con cada jadeo, con cada gruñido, me eriza la piel poniéndome como un poseso. 

Me acelera el corazón a la vez que los pensamientos se hunden en la oleada de placer que brinda su cuerpo. Vuelve a gemir y la embisto con fuerza mientras atrapo su boca ahogando el grito que provoca el orgasmo que la invade.

Me mata la forma en que se derrite en mis brazos cada vez que la penetro. La envuelvo en mis brazos sujetando su cara obligándola a que me mire ya que sus ojos deseosos son el detonador de mi clímax. 

—Nunca me cansaré de esto —la beso sin dejar de embestirla.

Mueve la cintura enterrándome las uñas en la espalda en tanto atrapo su labio inferior con los dientes, las venas me palpitan y la respiración se me agita cuando me clavo en su coño derramando hasta la última gota. 

Parpadea cuando me hago a un lado y esta vez es ella la que me abraza dejando la cabeza sobre mi pecho. 

—Estoy cansada —dice con los ojos cerrados.

—Igual yo pero no podemos dormir aquí —miro mi reloj— Son las ocho, en una hora las patrullas harán el recorrido de vigilancia.

—¡Las ocho! —repite sentándose de golpe— Tenía una reunión a las siete.

Se viste a la velocidad de la luz, me tomo mi tiempo mientras la observo pelear con el cierre de su pantalón.

Medio se arregla el cabello e intenta huir.

—No despedirse es de mala educación —la tomo de la cintura.

Sonríe enarcando una ceja.

—¿Lo dice el rey de la descortesía?

La empujo contra la pared apoderándome de su boca, refregando mi miembro para que sepa que puedo darle mucho más. 

—Deja de distraerme con besos candentes —me regaña— Patrick va a matarme.

—Ok —me aparto— Que tenga una buena noche, teniente.

—Igualmente, coronel —me dedica un saludo militar— Solicito permiso para retirarme.

—Concedido. 

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