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CAPÍTULO 20

Una Visita Inesperada.

RACHEL. 

Troto hombro a hombro al lado de Luisa en nuestra décima vuelta al parque Kingston  mientras Lulú trata de alcanzarnos. 

—¡No puedo más! —jadea mi amiga dejándose caer en el césped.

—Ya somos dos —Lulú cae a su lado abriendo una botella de agua.

—Tienen un pésimo estado físico —las regaño.

—Lo sé —se queja Luisa— Pero ten en cuenta que no puedo adelgazar ya que me tomaron las medidas del vestido y si bajo de peso me quedará flojo.

Miro a Lulú preguntándome qué excusa va a sacar.

—¿Qué? —enarca una ceja— Saben que solo vengo por los chicos en pantaloneta. Además, siempre he dicho que tallas hay muchas, en cambio vida hay una sola.

—El chico de las donuts va a cerrar —señala Luisa— Cómprale una caja antes de que se vaya.

—Mejor dos, el ejercicio nos dejó hambrientas.

Me acuesto sobre el césped verde cuando Lulú se va gritándole al pobre hombre que la espere.

—Te he visto con mejor ánimo estos días —comenta Luisa— ¿Me perdí de algo?

Aún no le he contado sobre mi encuentro con Christopher en la sala de investigaciones, quiero posponer el festejo de victoria por haber tenido la razón.

El encuentro calmó mis ansias mas no los deseos. Sigo pensándolo cada cinco segundos. Llevo tres días sin verlo, omitiendo e ignorando el hecho de que lo estoy echando de menos.

—Con muy poco, a decir verdad —miento.

—¿Qué cenaremos hoy? No sé si pizza o hamburguesa.

—Ambas —propongo.

—Me encanta como piensas.

Lulú se une a nosotras mientras caminamos a casa. Saco mi móvil respondiendo los mensajes que me envía Sam «Mi hermana», no para de enviarme fotos de la universidad.

—Creo que sí me perdí de algo —comenta Luisa delante de mí— Y de algo muy importante.

Levanto la cara entendiendo a qué se refiere.

Christopher está frente al edificio recostado en su Aston Martin. Tiene una de las manos metidas en la chaqueta de cuero negro mientras que con la otra se saca el cigarrillo de la boca soltando una bocanada de humo

Lulú muestra una donut a medio masticar observándolo con la boca abierta.

—¡Por Dios! ¿Desde cuándo los playboys visitan la calle?

—Adelántese —les pido— No tardaré.

—No tengo problema en esperarla —comenta Lulú.

Bajo del andén dándome un repaso mental de lo fea que debo verme con zapatillas deportivas, ropa de gimnasio y el cabello mal recogido.

Me recorre con los ojos mientras acorto la distancia que nos separa. Miro a Luisa por encima de mi hombro indicándole que suba. 

Acorto el espacio y su loción hace estragos de inmediato. 

—Tenemos una conversación pendiente —dice cuando me acerco.

—Te escucho —cruzo los brazos sobre mi pecho.

—No voy a hablar aquí con tu amiga y tu empleada mirándome por la ventana. Cámbiate que iremos a otro lado.

No me da tiempo de alegar, solo entra al auto azotando la puerta.

—Tienes media hora —ordena.

«¿Nunca le enseñaron modales?»

Entro al edificio. A decir verdad, quiero escuchar lo que tiene para decir.

Subo, abro la puerta de mi apartamento observando como Luisa y Lulú están con binoculares espiando por la ventana.

—¿Quién es ese muñecote? —pregunta Lulú.

—Nuestro jefe —contesta Luisa lanzándome una mirada de reproche.

—¿En dónde trabajan? ¿En el planeta de hombres con apariencia de semi Dios?

Luisa me sigue a la alcoba cerrando de un portazo cuando estamos adentro.

—¿Qué hace aquí? —pregunta.

—Tenemos una conversación pendiente —busco lo que me voy a poner.

—¿Conversación? ¿Respecto a qué? —se interpone apartándome del closet.

—El lunes fui a verlo al gimnasio —me quito la ropa— Lo besé y más tarde le hice un oral en la sala de investigaciones.

Si no hablo la tendré pegada a la espalda el resto de la noche.

—¡¿Por qué no me contaste nada?! Soy tu mejor amiga, tengo derecho a saber ese tipo de cosas.

—Estaba buscando el momento indicado, ¿Podemos discutirlo después? Me está esperando afuera.

—Debería matarte por esto —me regaña — Ten por seguro que me las cobraré.

—Perdón...

—Ve a la ducha —me interrumpe— Buscaré tu ropa.

Tomo una ducha rápida, dejo que mi amiga me seque el cabello mientras me maquillo. Me pasa un vestido camisero color oliva para que me lo ponga.

—¿No hay otra cosa que no sea un vestido? —me quejo.

— Pasas los días con pantalón y botas —va a la cajonera sacando un cinturón a juego— No es justo que escondas tus piernas en esta ocasión.

No estoy para discusiones, me meto en el vestido mientras que dejo que ajuste el cinturón encima de mi cadera, calzo mis tacones, agarro mi cartera y me preparo para salir.

El frío nocturno me eriza la piel cuando salgo a la calle. El DB 11 sigue en el mismo lugar. Lo rodeo deslizándome en el asiento de cuero del copiloto.

—Aparte de tu amiga ¿Alguien más sabe que cogemos? —pregunta mientras me coloco el cinturón de seguridad.

—No.

—Nadie más puede enterarse — advierte.

Asiento y enciende el motor adentrándose en el tráfico de Londres.

No habla durante el camino. Mantiene la vista fija en la carretera, algo bueno teniendo en cuenta que conduce como un loco esquivando todo lo que se le atraviesa, pasamos por el centro y se encamina a Hampstead.

Se detiene en un lujoso edificio gris de treinta pisos. El valet Parking corre para abrir la puerta.

—¡Buenas noches, señor! —lo saluda cuando baja.

No contesta, solo le arroja las llaves para que las atrape en el aire.

La recepción parece más la de un hotel cinco estrellas que la de un edificio residencial. El portero lo vuelve a saludar, pero al igual que el otro hombre, se gana la ignorada del siglo.

Teclea el código del piso en el ascensor mientras se mantiene en silencio como si estuviera solo. Las puertas se abren dejándome maravillada con el pent-house que se cierne sobre nosotros.

El recibidor es un espacio amplio repleto de mármol y con techo abovedado, en las paredes cuelgan obras de arte con paisajes de la arquitectura de Londres. Hay un enorme acuario el cual ocupa toda una pared, a mi derecha hay un juego de sofás con estampado hindú, frente a los muebles hay una pantalla gigante acompañada de una enorme chimenea.

Hace frío, el viento helado proviene de las puertas dobles del balcón. Todo es de color negro y plateado.

Garras resuenan en el piso cuando un lobo siberiano de color gris y blanco corre hacia él.

—Zeus —lo saluda pasando la mano por su cabeza. El animal se para en dos patas sobre su cintura.

—Que lindo —le acaricio el pelaje.

Me ladra y olfatea.

—Ten cuidado —advierte— No le gustan los desconocidos.

—¿Quién es un lindo perro? —le hablo.

Crecí con un labrador, así que no puedo evitar hablarle como niño pequeño. El animal se relaja en el piso girándose sobre su espalda pegando las patas a su panza.

 —Pero que bien educado estás.

Miro al hombre a mi lado que me repara con el cejo fruncido.

—Parece amigable.

Rueda los ojos mientras se dirige a la cocina.

Escucho el sonido del grifo y vuelve secándose las manos con una toalla.

—Siéntate —señala el sofá.

—Tu idea para hablar, ¿Tenía que ser precisamente en tu apartamento?

Suelto al perro que se va corriendo por los pasillos.

—No solo te traje para hablar —se quita la chaqueta.

El corazón me da un vuelco con el comentario. 

—¿Tienes hambre?

Niego tomando asiento. 

—¿Vino, Coñac?

 —Vino está bien.

Va hasta el mini bar, sirve dos copas antes de sentarse en la silla que se encuentra frente a mí. 

Me sudan las manos, la tensión se puede cortar con un cuchillo.

—¿Qué tal Cambridge? —intento poner un tema de conversación.

—No te traje para hablar de trabajo.

«Tiene serios problemas de educación»

—Di todo lo que tengas que decirme —exige— No volveré a tolerar tu inmaduro comportamiento.

—No tengo mucho para decir —me encojo de hombros— Pienso que te acuestas con Irina, además, sentí pena por Sabrina cuando fue a mi apartamento.

—Tus cambios emocionales pueden causarnos problemas a futuro.

—¿Problemas a futuros? Tenemos problemas desde que nos acostamos ¿Cómo crees que me sentí cuando Sabrina fue a mi casa exigiendo saber quién es tu amante? ¿Cómo iba a contestar sabiendo que soy una de las tantas?

—Ella no lo sabe.

—¿Qué haremos cuando lo sepa?

—Eso no va a pasar —asegura—Te preocupas por cosas absurdas.

—¿Tú no? ¿No te has puesto a pensar cómo lo tomará Bratt? o ¿Cómo lo tomará tu esposa?

—Sí, pero preguntándome no obtendré respuestas.

—Haces que todo suene fácil y no es así.

—No quiero preocupaciones, solo quiero disfrutar esto mientras dure. Se acabará cuando Bratt vuelva, así que no entiendo porqué le pones tantos peros a algo tan sencillo.

—No estoy muy segura de eso —contesto decepcionada.

—¿No estás segura de qué? ¿De volver con Bratt cuando llegue?

—Y de poder lidiar con todo esto.

—Lo harás porque lo amas. Cuando lo veas, volverás a sentir lo mismo que has sentido durante cinco años.

—Ahora piensas por mí.

—No pienso por ti, solo estoy siendo realista, aparte por mí solo te sientes atraída. Te gusta lo bien que la pasamos juntos, sin embargo, a él lo amas. Lo que sientes por él y por mí son cosas muy diferentes.

Bebo un sorbo de mi vino.

—¿Quieres o no? —pregunta molesto. 

Obvio que quiero, ya me empantané con esta mierda y ahora no puedo quitarme la suciedad así por que si. 

—Disfrutemos de la química sexual ¿sí? Ten por seguro que no pasará a mayores.

«Dudo que lo mío sea solo química sexual. Pensarlo como lo pienso y que mi corazón actúe como actúa cada vez que lo tengo cerca va mucho más allá de eso»

—No sabes si de pronto...

—Rachel nadie va a enamorarse. Es solo sexo —me interrumpe—  No voy a robarle la novia a mi mejor amigo, ni alejarte de él. Métete eso en la cabeza y ya deja tantos delirios morales. 

Quisiera decir que no, poder tener la voluntad suficiente para alejarme, sin embargo, tomar distancia solo hace que lo añore más.

—Contéstame ¿Quieres o no? 

—Sabes que sí.

Deja mi copa en la mesa acortando el espacio que nos separa.  Sus manos viajan a mis muslos subiendo con suavidad, sin perder contacto visual. 

Se acerca a mi rostro en tanto cierro los ojos preparándome para el beso, pero sus labios no llegan a mi boca, buscan mi mejilla mientras alcanza el elástico de mis bragas. Mete los dedos por el borde antes de tirar deslizándola por mis piernas.

—Me quedaré con éstas también —susurra.

Se las mete en el bolsillo ofreciéndome la mano para que me levante. 

—Quiero mostrarte algo.

Me invita al balcón, la vista es impresionante. Se ven los edificios y la playa, todo está iluminado por las luces nocturnas.

Se sienta en una de las tumbonas, abre las piernas para que me acomode con él. Hago caso dejando que me abrace cuando poso la espalda contra su pecho. 

—¿Alguna vez te han follado en un balcón bajo la luz de la luna?

Sacudo la cabeza. 

—Entonces espero que disfrutes de la experiencia.

Lo detengo cuando lleva las manos al cinturón de mi vestido.

—¿Por qué no hacerlo en una habitación como la gente normal?

Piensa antes de responder.

—Me gusta innovar.

Desabrocha mi vestido el cual se abre dejándome solamente con el mero sostén, las bragas las tiene él, así que no pierde tiempo a la hora de tocarme sin ningún tipo de restricción incitándome a que me abra más. 

—Voy a compensarte por lo del lunes.

«¿Compensar?» Si se refiere a devolverme lo que hice es un rotundo sí.

Cambia de posición ubicándome bajo su cuerpo. El corazón me late frenéticamente cuando apoya la frente sobre la mía dejando que le toque el torso por encima de la playera. 

Me acaricia la cara con los nudillos besándome la frente, la nariz y el mentón. Sigue bajando por mi cuello deteniéndose en mis senos, luego continúa su trayecto descendiendo hasta mi monte de venus.

Apoya los labios en el vértice de mis muslos y un torrente de exquisitas sensaciones bajan donde se posicionan sus labios. Gimo al sentir sus dedos sobre mi excitado clítoris en tanto arqueo la cabeza desesperada por las sensaciones que me abarcan.

Se me contraen los músculos del estómago, tengo los nudillos blancos por la presión que ejerzo sobre la tela de mi vestido. Su mano se apodera de mi sexo dándome una masturbación suave y deliciosa mientras reparte besos en la cara interna de mis piernas. 

Jadeo.

—Calma nena —murmura— Mi boca todavía no llega ahí.

Mira mi sexo a la vez que sigue tocando mientras le empapo los dedos con mi humedad.

—¡Dios! —gimo desesperada.

—No linda —se ríe— No es Dios quien te está tocando.

Intensifica los movimientos divirtiéndose con la tortura placentera que está ejerciendo, introduce otro dedo y siento que me voy a morir.

—Me gusta ese sonido.

—¡Joder... para ya, vas a volverme loca!

—Lo bueno no llega todavía —siento que se me va el mundo cuando acaricia mi clítoris con un suave lametón. Mis piernas lo rodean mientras el calor de su boca envuelve mi sexo por completo.

Se queda ahí, haciendo maravillas con la boca, acabando con mi razonamiento con las lamidas que atacan mi sexo. Sin pudor, sin pausas con un morbo el cual me hace dudar quien realmente soy. 

Es por esto que no me lo puedo sacar de la cabeza. Es por esto que lo pienso a cada segundo. Esto es lo que me desespera imposibilitando conciliar el sueño.

Él y su forma salvaje de catapultar espasmos de extremo placer. El orgasmo me abarca mientras hundo las manos en su cabello liberándome de la presión que acaba de desencadenar. 

—¿Te gustó? —pregunta pasando los labios por mi abdomen.

Dejo caer la cabeza en la tumbona.

—Es la pregunta más estúpida que me han podido formular.

Se ríe en tanto vuelve estar a la altura de mi cara besándome sin dejar de sonreír. 

—Sabes muy bien.

Le abro la pretina del pantalón tocando la férrea erección que se esconde atrás. Nuestros labios no quieren soltarse ni para quitarle la ropa. 

Me separa las piernas ubicando el glande en el centro de mi sexo. Se queda quieto e involuntariamente mis caderas se mueven rogando que se encaje del todo, lleva la mano a mi nuca y lanza la primera embestida con ferocidad. Me aferro a su playera sacándola por encima de su cabeza percibiendo las sonoras exhalaciones que emite cuando se mueve de arriba abajo.

Le clavo las uñas en el hombro cuando acelera los movimientos, los embates no son muchos ya que de un momento a otro se pone de pie llevándome con él.  

Camina conmigo, no sé adónde diablos me lleva, solo soy consciente de que empuja una puerta donde ya no hace frío.

Desliza el vestido por mis hombros en tanto me libera del sostén, caemos en una mullida cama y lo beso por primera vez en la noche, aprovecho metiendo mi lengua en su boca saboreando lo bien que sabe. Corresponde el beso suave que se vuelve salvaje agitándole la respiración, a la vez que me aferro a las sábanas de la cama mientras intensifica las embestidas.

—¡No puedo contenerlo más! —jadeo contra su boca. 

Tenso los músculos cuando la oleada de movimientos inundan mi epicentro. Me mareo, el mundo se desvanece, lo único que capto es el leve sonido que suelta su garganta con cada embestida, siento el calor y el cosquilleo de mi entrepierna que crece y crece cortándome la respiración. Sin aguantar un segundo más, me corro susurrando su nombre en medio de jadeos y quejidos. Percibo su tibieza entre mis muslos cuando me da un último beso dejándose caer a mi lado. 

El cabello se le pega a la frente.

—Sí —sonrío.

—¿Sí, qué? —pregunta confundido.

—Sí, me gustó.

Le brillan los ojos cuando sonríe. 

Lo que estoy viendo ahora está muy lejos del hombre arrogante, altivo y demandante que veo todos los días. 

Me apoyo sobre los codos dándole un beso en los labios. 

—Me gusta como sonríes. 

Borra la sonrisa arrugando las cejas. 

—No sonríes mucho —me volteo boca abajo. Desnuda y sin sábanas— Deberías hacerlo más seguido.

Dibuja círculos en mi espalda.

—¿Estás declarándote?

Ruedo los ojos hundiendo la cabeza en la almohada.

Me besa el hombro envolviéndome entre sus brazos. Los párpados me pesan, me quedo dormida bajo el calor que emite su pecho.

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Despierto con su pierna sobre mi cintura.

Me levanto con cuidado para no despertarlo mientras me siento en la orilla de la cama. Lo observo convenciéndome de que es real, en tanto rememoro el sexo soñoliento que tuvimos en la madrugada.

«Abrí los ojos y ya estaba sobre mí, lamiendo y saboreando mis pechos. Estaba dormida, pero él estaba muy despierto, además, mi cuerpo estaba respondiendo de muy buena manera.

Se dejó caer a mi lado invitándome a abrirme de piernas sobre su cintura. En esa posición soy más susceptible a su tamaño, tomó mi cintura y se encajó no de un todo en el interior de mis muslos, ya que dolió cuando quise bajar sin previa preparación. 

—Muévete nena —me ordenó.

Clavé las uñas en sus bíceps moviéndome con cuidado, autocomplaciéndome con la dura erección que me daba placer con una mínima parte...» 

Se mueve y corro al baño privado que es más grande que mi apartamento. 

Todo es majestuoso, se me van los ojos en el jacuzzi que predomina en el centro del lugar. Al frente, un gran ventanal muestra una deslumbrante vista del amanecer londinense. La decoración del piso y la ducha son mosaicos de color crema y plateado.

Tomo una toalla del manubrio adentrándome en la ducha, me lavo rápidamente, salgo y rebusco entre los cajones un cepillo de dientes. 

Los compartimientos están llenos de champú, gel, espumas, maquinas de afeitar y... ¿Preservativos? Cierro el cajón en tanto abro el siguiente. Encuentro lo que busco haciendo caso omiso a lo que acabo de ver.

Me lavo los dientes frente al espejo e intento simular que no vi nada «¿Un cajón lleno?»

«¿Es tan promiscuo que necesita un cajón lleno de condones?» Escupo la espuma y vuelvo a meter el cepillo en mi boca.

No usa preservativo conmigo. He estado expuesta a cualquier tipo de enfermedad follando como coneja sin ningún tipo de protección, «¡Que estúpida!»

Salgo con cautela, sigue dormido. Recojo el vestido, el sostén y me visto en la sala.

Busco los zapatos quedaron en el balcón, no hay rastro de mis bragas, así que me engancho el bolso en el hombro lista para marcharme.

No conozco el código del ascensor, por lo tanto, mi única opción de salida es la puerta principal.

—¿Te vas sin despedirte? —pregunta cuando coloco la mano en la perilla.

Volteo, está de brazos cruzados al lado del acuario, en bóxer y con el cabello revuelto. Me atraganto con mi propia saliva, definitivamente es una tentación andante.

—Te hice una pregunta.

—Es temprano, no quería despertarte.

Se acerca con lentitud, intento decir algo pero mi garganta se niega a articular palabra.

Pego la espalda contra la puerta cuando se planta frente a mí. Huele a loción y a pasta dental.

Acaricia mis muslos acelerándome el ritmo con el ascenso precipitado de su mano, llega a mi sexo esbozando una sonrisa al confirmar que no tengo ropa interior.

—¿Saldrás así?

—Cierta persona roba mi lencería. 

—Si eso hará que salgas así, seguiré robándola hasta que muera.

Me quita el bolso e intento hablar pero se abalanza sobre mi boca estampándome contra la madera mientras me clava las manos en el culo refregándome su miembro. 

—¡Tengo que irme! —jadeo contra su boca.

No contesta. Me levanta en el aire y camina conmigo a la cocina, el mármol frío me quema el culo cuando me sienta en la barra. Desciende por mi cuello repartiendo besos y mordidas cargadas de desespero. 

Me veo de cabeza en el abismo respondiendo de semejante manera ¿Era sumisa o que carajos? La brusquedad no me lastima, por el contrario, me excita el que me tome con fuerza y entierre los dedos en mi piel gruñendo desesperado por tenerme. 

—Quiero que usemos preservativo —le exijo tomándolo de la cara para que pare.

Da un paso atrás. 

—Usas anticonceptivo, ¿No?

—Sí —me bajo de la barra— Pero el anticonceptivo solo previene el embarazo y hay muchas cosas que prevenir. Así que, si seguiremos con esto, es mejor que nos acostumbremos a usarlo desde ahora en adelante.

—No —me corta e intenta acercarse.

—¡No actúes como un crío! —lo aparto— Ponte el jodido preservativo, tienes un montón en la cajonera.

—Volvemos al asunto de los reclamos y los celos.

—No es un reclamo, solo estoy siguiendo las reglas básicas de educación sexual.

Se me abalanza y me voltea sobre la barra recostándome la polla en el trasero.

—No voy a usar un jodido preservativo sabiendo lo bien que se siente estar piel a piel contigo.

Me sube el vestido ubicándose en la entrada de mi sexo, mi humedad es tanta que le permite lanzar la primera embestida sin problemas. Sin tiempo de hablar me lanza tres arremetidas dejándome sin pulso y sin aire. 

La placentera sensación de llenura y satisfacción me apaga las neuronas «¡¿Por qué carajos era que discutía?!»

Se me seca la boca, respiro con dificultad cuando se aferra mientras tira del escote de mi vestido. La fuerza que ejerce lo rompe provocando una lluvia de botones en el piso. Desliza la tela por mis brazos, desabrocha mi sostén y magrea mis tetas como un salvaje. 

Vuelve a embestirme pegando los labios en el borde de mi clavícula. Me olvido de todo, en lo único que me concentro es en los violentos espasmos que me atacan dejándome atontada y medio estúpida en tanto me amasa los pechos sin dejar de arremeter, el aire se me estanca en la garganta cuando desciende por mi cintura perpetuándose en el centro de mi coño «¡Muerooo!» Arqueo la cabeza cuando me atrapa el clítoris con los dedos.

Choco contra su hombro y me entierra la nariz en el cuello inhalando mi aroma como si fuera la mejor de las fragancias, busco sus labios devorándole la boca. 

Sigue presionándome contra el mármol disfrutando de los embates violentos. 

—Dime que no te gusta —exige con los dientes apretados— E iré por el jodido preservativo.

Jadeo, me estoy prendiendo fuego a mí misma, cada partícula de mi cuerpo está en llamas, el que esté dentro de mí, así, de una forma tan brusca y feroz me tiene al borde del clímax.

—Háblame —continúa— Quiero saber lo mucho que te gusta. 

Me empuja la espalda contra la barra mientras entra y sale con destreza trazando círculos rítmicos que me ponen a ver estrellas.

—¿El placer te dejó muda? —masculla— Pensándolo bien, tienes razón en querer usar el preservativo, hay mucho que prevenir.

Se detiene dejando mi orgasmo a medias.

—¡No te atrevas a dejarme así! —grazno.

—Ok, veo que si puedes hablar. Supongo que la próxima vez pensarás dos veces lo del preservativo.

Envuelve mi cabello en su mano y vuelve a invadirme, el agarre me echa la cabeza hacia atrás, se le entrecorta la respiración mientras arremete contra mis caderas. Suda, su cuerpo empapa al mío mientras choca contra mi trasero soltando pequeños gruñidos. Mis sentidos se despiertan a la espera de la oleada de placer que se avecina, mi coño empapa y envuelve la exquisitez de su miembro.

—¡No lo soporto más, maldita sea! —jadeo en busca de qué sujetarme. Las manos se me deslizan en el borde del mármol —¡Es demasiado, me gusta demasiado!

—No tienes porqué soportarlo—responde de la misma manera— Solo suéltalo.

Exploto en un millón de fragmentos y me dejo ir bajo el calor de su cuerpo, siento como se derrama dentro mío mientras se clava sin querer salir.

Todo me da vueltas, mis piernas y rodillas amenazan con dejarme caer. Me suelta e intento estabilizarme.

—Ya puedes largarte —se coloca el bóxer.

Se me sube el calor a la cara «¿Quién se cree que es para echarme como una ramera?»

No digo nada, sólo evalúo qué diablos me pondré. Mi ropa está... Me coloco el sostén e intento acomodar el vestido destrozado.

Sé que si dice algo terminaré ahogándolo en el acuario.

—Ummm —murmura— Ese vestido no se ve para nada decente.

—¡Cállate! —le ladro.

Suelta una carcajada.

—¿Por qué te enojas? Pensabas irte ¿No?

—Sí, pero eso no te da motivos para echarme como una puta.

Me encamino a la puerta y se me atraviesa con una sonrisa.

—Si sales así, te confundirán con una.

Por supuesto que me confundirán, sin bragas, con la ropa rota y con el cabello vuelto un desastre.

—¡Vete a la mierda! —le escupo— Salgo como se me da la gana.

—Se te olvida que soy tu coronel —advierte risueño— No puedes faltarme el respeto.

—Tampoco debo revolcarme contigo así que apártate.

Intenta tomar mi barbilla pero no se lo permito.

—Te enojas por algo absurdo, solos somos amantes que disfrutan de sexo omitiendo el romanticismo y las palabras amables.

—No me consideres tu amante. De hecho, no me pongas título ni definición ¡Y apártate que me quiero largar!

—Buscaré algo para que te pongas.

Se devuelve a la habitación así que aprovecho el momento, corro al balcón tomando la camiseta que tenía puesta la noche anterior, me la coloco encima y me apresuro a la puerta.

El pasillo está vacío, bajo por las escaleras de emergencia con los tacones en la mano.

Se me cae la cara de vergüenza al salir de la escalera, hay varios residentes en el vestíbulo pulcramente arreglados. Abrazo mi bolso y corro hasta la puerta de cristal. Es la peor vergüenza que he podido pasar.

Me alejo lo más que puedo antes de pedir un taxi. Varios me ignoran, deben creer que soy alguna habitante de la calle.

Al décimo intento uno se detiene, es un hombre de edad con lentes de marco grande. Me mira por el espejo retrovisor preguntándome si estoy bien.

—¿Está bien? —pregunta Luigi cuando entro a la recepción. 

Asiento con la cabeza y sigo derecho.

No me siento bien. Me conozco, debería estar odiándolo, siempre odio a los hombres como él, pero mi corazón está proyectando todo lo contrario.

Acabo de salir de su casa, furiosa y a medio vestir. Y en vez de estar enojada, estoy aclamando más de lo que me estaba dando. «Mi estado mental es grave»

Abro la puerta, Luisa está en el sofá leyendo el periódico mientras toma café.

Enarca las cejas cuando levanta vista.

—Muero por escuchar la explicación del porqué vienes vestida así.  

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