CAPÍTULO 15
Verdades y Mentiras.
Rachel.
—Según ésta revista, ocho de cada diez matrimonios fracasan.
Las abarrotadas calles de Knightsbridge están congestionadas de transeúntes que caminan por los andenes con bolsas de los almacenes Harrods y Harvey Nichols. Brenda y Luisa caminan a mi lado lamiendo conos de helado.
—Simón y yo seremos del 20 % de los no fracasados —comenta Luisa deteniéndose en uno de los semáforos en rojo.
—Hay una lista que ayuda para evitar los índices de fracaso —contesta Brenda alzando su ejemplar de la revista Cosmopolitan— Tener una buena comunicación, respetar las opiniones del otro, evitar que familiares y amigos se involucren, tener sexo frecuentemente... Creo que la última no sería problema para mí.
—Ni para mí —se ríen.
Brenda me mira cuando nota que no me causó gracia el comentario.
—¿Qué? —avanzo cuando el semáforo cambia a verde.
—Dije algo gracioso y no te reíste.
—No tengo por qué hacerlo cuando no me causa gracia.
—Siempre lo haces así no te cause gracia —se me atraviesa— El que Bratt no esté te está afectando, ¿Cierto?.
Luisa disimula la risa detrás del helado, sabe que el motivo de mi aturdimiento emocional no se debe a Bratt, se debe a Christopher. Ayer me vio entrar con el vestido destrozado, con una chaqueta de cuero que evidentemente no era mía, por ende, no paró de hacerme preguntas.
—Si, tal vez sea eso —miento para sacármela de encima.
Es igual o peor que Luisa cuando quiere saber algo.
—¡Miren! —Luisa señala una tienda en inauguración— ¡Es la nueva tienda de Victoria Secrets! —exclama— ¡Tengo que entrar!.
—¡Y yo!
La tienda es una combinación de colores negro y rosa, con un reluciente estante en el centro del lugar. Tiene exhibidores con sostenes de encaje a juego con tanga de hilo. La colección empieza desde lo señorial a lo más chic y atrevido.
—¡Mira esto por Dios! —Luisa sostiene un Baby Doll rojo cereza— Simón se va a volver loco.
—¡Pruébatelo! —le grita Brenda metiéndola en el Vestier.
Recorro la tienda considerando la idea de renovar mi armario de ropa interior «Últimamente mis bragas son robadas o destruidas»
Camino topándome con una pared llena de conjuntos sexys.
Uno me llama la atención, es azul con tirantes y unas minúsculas tangas. Me imagino en él, así que tomo una canasta echando sostenes, cacheteros, tirantes...
—Bratt no aprobaría que te coloques algo así —comenta Luisa por encima de mi hombro.
—Solo estoy mirando.
Baja la mirada a la canastilla que está a mis pies tomando uno de los sostenes que quiero comprar.
—Tal vez no sea del gusto de Bratt, pero sí del gusto de Christopher —se acerca a mi oído— Tengo la leve sospecha de que le gusta el sexo duro.
Mi mente recopila las veces que hemos estado juntos, literalmente actúa como un animal cuando de sexo se trata. Lo que no roba me lo rompe.
El corazón se me dispara alivianándome la saliva.
—Te sonrojaste —se burla.
—No digas tonterías —la regaño— Si quiero comprar ropa interior provocadora debe ser para Bratt no para...
Me callo. Lo mejor es no mencionar su nombre con Brenda cerca.
—Si es para Bratt —se cruza de brazos— pierdes tu tiempo, ¿Recuerdas la vez que te regalé ese conjunto negro de encaje para tu cumpleaños? Se enojó diciendo que ese tipo de cosas no eran para una chica decente.
El incómodo momento está intacto en mi cabeza. Me desvestí frente a él, en vez de contemplarme, armó un show al verme el conjunto puesto.
—Tendrá que acostumbrarse.
Recojo la canastilla haciendo fila detrás de Brenda.
—¡Woow! —sonríe cuando arrojo la ropa interior sobre el mostrador— Alguien tendrá muchas noches candentes.
—Ya lo creo —comenta Luisa con sarcasmo.
Salimos de la tienda y nos vamos al supermercado para surtir la despensa. Es noche de "Chicas". Casi todo es helado, soda, frituras y golosinas-.
Estaciono el auto. Salgo disponiéndome a sacar la comida mientras que Luisa y Brenda caminan adelante.
Mi celular vibra mostrando uno de esos molestos mensajes promocionales. Lo leo sin dejar de caminar hasta que choco con la espalda de Luisa, quien se quedó de pie en la mitad de la recepción.
Miro por encima de su hombro y entiendo el motivo. Sabrina Lewis está frente al mostrador de Luigi vestida con un traje de pantalón negro.
Su mirada pasa por Luisa, Brenda y luego por mí.
—Necesito hablar contigo —dice sin saludar— ¡Ya y en privado!.
El tono elevado de su voz me avisa que no viene a tener una conversación pacífica «¿Se habrá enterado de que me acuesto con su marido y engaño a su hermano?».
Luisa le lanza una mirada envenenada mientras me quita las bolsas de las manos.
—La charla no será en nuestro apartamento —le advierte.
Se acerca en tanto los tacones aguja resuenan en el piso. No es alta, pero con los zapatos altos queda a mi altura.
—No te preocupes Banner, no tengo ningún interés de entrar a su cuchitril.
Brenda se lleva a Luisa evitando un altercado.
—Podemos ir al café de la esquina —señalo la puerta.
Se adelanta. Su perfume queda impregnado en el aire cuando pasa por mi lado.
Sabrina no se detiene a mirar si la sigo o no, el que vaya con prisa no quita la elegancia que tiene al caminar. El traje que lleva la hace ver como si hubiese salido de un desfile de modas.
Miro mis converse color rosa, mis vaqueros desgastados y mi buzo de capota. Mi cabello no ayuda mucho ya que tengo las hebras por fuera del moño. Parece que hubiese salido de un parque de diversiones.
Llega al café sentándose en una de las mesas del fondo. El mesero se acerca y...
—Un té de hierbabuena —le ladra al chico sin darle oportunidad de preguntar.
—No deseo nada, gracias —tomo asiento.
—Sabes por qué estoy aquí —dice sin rodeos— Sabía que no eras de confiar.
Me aturdo sin saber qué contestar. No sé de qué habla pero lo más probable es que se refiera a su marido.
—Lo sé todo, Rachel.
«¡Mierda!» Efectivamente sabe lo de su marido, no tengo respuesta para eso. Me mira con odio y no la culpo, también odiaría que mi cuñada si se acostara con mi esposo.
«Debe haber una manera de salir de aquí sin dar explicaciones» Pienso. Miro a todos lados, el florero contra la pared aparece en mi campo de visión.
Debería darle con él, dejarla inconsciente y luego huir. «No, eso sería inmaduro y peligroso». Replanteo otra cosa, puedo decir que voy al baño de atrás e intentar salir por la ventana. «¡No! También sería una mala idea ya que la ventana es pequeña. Seguramente me quedaré atascada».
—No sé a qué te refieres —intento hacerme la desentendida.
—No te hagas la estúpida.
El chico llega con el té aislando la tensión. Siento ganas de darle una buena propina solo porque se quede sentado a mi lado, evitando que esté a solas con la arpía de mujer que tengo enfrente.
—Sé que Christopher se revuelca con Irina Vargas.
—¿Irina? —suelto el aire que contenía, sin embargo, en vez de sentirme aliviada me siento decepcionada.
—Sí con Irina, una de tus amiguitas, y no se te ocurra decirme que no lo sabías porque ese tipo de cosas no se ocultan.
—¿Cómo sabes que se acuesta con ella?
En vez de estar feliz de que no tenga la más mínima sospecha sobre mí, hago preguntas que no me incumben.
—Los vi ayer revolcándose en su oficina.
«Ayer» Seguramente antes de salir conmigo. Imagino como primero la folló a ella para luego terminar de saciar sus ganas conmigo. La punzada de decepción me atraviesa doliendo más de lo que debería.
—No sé nada de eso —contesto molesta.
—No pienses que soy tonta, él es tu coronel, ella es tu amiga. Es imposible que no sepas nada de lo que pasa en tus narices.
—Te equivocas, no tenía la más mínima idea —contesto con el mismo tono— Como bien lo dijiste, es mi coronel. No me interesa su vida privada.
Apoya los codos en la mesa amenazándome con los ojos.
—No te creo y el que me ocultes algo así, me demuestra lo poco confiable que eres —me señala— Sigo preguntándome qué diablos ve mi hermano en ti. Eres alguien que no vale la pena, probablemente estás liada con tu amiga para que mi matrimonio se destruya.
—No tengo que liarme con nadie para destruir tu matrimonio —sonrío con hipocresía— Aunque nuestro odio sea mutuo, no me interesa tu fabulosa vida, ni la vida promiscua de tu marido. Si tienes problemas con Irina, soluciónalos con ella no conmigo.
—La cubres porque eres igual a ella —me escupe.
Me levanto, si me quedo terminaré estampándole la cara contra la mesa.
—Piensa lo que quieras.
—Perra —masculla cuando me voy.
Abandono el lugar. También estoy molesta, pero conmigo misma por dejarme engatusar de un insensato como él.
¿En qué estaba pensando?, «¿En que íbamos a ser amantes fieles o algo así?» No es fiel ni con su propia esposa, ¿Por qué iba a hacerlo conmigo?.
Me dejo caer sobre el sofá cuando llego a casa. Luisa y Brenda no están a la vista, lo primero que hago es largarme a fumar al balcón. Irina comienza caerme mal de un momento a otro y él ni se diga.
Me ha hecho perder la cordura tantas veces. Razón que debo empezar a recuperar. Es hora de tomar el mando de mi cuerpo dejando lo que está mal, trazando una línea amarilla entre él y yo.
Vuelvo adentro.
El IPhone vibra sobre la mesa mostrando la imagen de Bratt, no hemos hablado desde ayer por la tarde. No hay que ser muy inteligente para saber lo cabreado que está. Tomo el celular ideando qué le diré ¿Sobre qué mentiré ahora? Acepto su llamada planeando la última mentira de nuestra relación.
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En la mesa de la sala de investigaciones busco la información sobre los principales criminales: Antony, Alejandro, Brandon, Philipe y Bernardo Mascherano.
De todos se puede conseguir información detallada menos de Antoni, el segundo hijo de Braulio Mascherano. Solo hay una fotografía de él a medio perfil.
Releo la escueta hoja que habla sobre su perfil.
Antony Mascherano, veintiséis años de edad, ingeniero bioquímico casado con Amelia Mahala. Sin hijos. Heredero de todo el imperio delictivo de su padre.
—¿Algo nuevo para reportar?
Alexandra entra a la sala con una taza de café.
—No —suelto la hoja— La única novedad que tengo es que Alejandro Mascherano tiene un perro llamado Scooby.
—El general quiere que nos reunamos.
Se me aumentan las ganas de desaparecer, reunión con el general equivale a ver a Christopher. Cosa que no quiero, al menos no hoy. Sé que no podré evitarlo toda la vida pero tengo la certeza de que entre menos lo vea, más fácil será el que me deje de gustar.
—Recogeré todo e iré enseguida.
—Vale —se va.
Me encamino a la reunión. Tomo asiento frente a Parker, como de costumbre, me acribilla con los ojos cuando me siento.
El general entra seguido de Christopher. No lo miro, simplemente me enfoco en los documentos que hay sobre la mesa.
—Vicki, conéctanos con el capitán Miller —ordena el general.
La pantalla se enciende mostrando a Simón en la oficina de la central de Moscú.
—Reporte la situación capitán —le ordena Christopher.
—La misión prevista para el jueves tiene un grave problema: la teniente Emilia Taylor, quien llevaría el papel principal del operativo, tuvo que ser expulsada ésta mañana del cometido.
—¿El motivo? —pregunta el general.
—Está en estado de gestación y según el reglamento demandado por la FEMF, no podemos exponer su vida ni la del bebé.
Informa.
—El personal que tengo disponible tiene las labores asignadas—continúa— Una persona de menor rango no puede cumplir con un papel tan importante. Por ende, me veo obligado a solicitar apoyo de los agentes de Londres.
—Es algo difícil Capitán, estuve allí. Su misión no es para nada fácil —argumenta el general— No todos son aptos para dicho papel.
—Yo podría hacerlo, Señor —las palabras salen sin preverlas. Tal vez mi cerebro sabe que es la mejor forma de huir, aunque sea por unos días.
—De ninguna manera —increpa Christopher— No voy autorizar tal cosa.
—No es una mala idea coronel — interviene el general— Conoce el plan que se ejecutará y eso le da cierta ventaja.
—Hace parte del trabajo investigativo.
—El teniente Smith tomará su lugar mientras vuelve.
Desde mi punto no puedo verle la cara ya que está a la cabeza de la gran mesa. No pregunté, me ofrecí saltándome el código regular. Mi subconsciente teme al regaño que se avecina.
—Estoy de acuerdo en que la teniente James es la mejor opción —me apoya Simón.
—No se discute el punto. Rachel partirás ésta noche junto al capitán Linguini, quien apoyará lo que queda del operativo.
Todo el mundo se levanta.
—¡Teniente James! —el tono elevado me eriza la piel— ¡A mi oficina!.
Respiro moviendo los pies dispuesta a seguirlo. Laurens no está, encima el pasillo desolado aumenta mi miedo. Me clavo las uñas en la palma de la mano obligándome a entrar cerrando la puerta.
—Sigues sin tener en claro que el que decide a dónde vas y a dónde no, soy yo —me regaña— ¿Cómo se te ocurre postularte a algo tan delicado sin mi autorización?.
—Por eso estoy aquí, mi coronel. Para servir en los operativos que se requieran.
Sacude la cabeza.
—A este operativo no vas a ir.
Me da la espalda encaminándose a su escritorio.
—No quiero que vea mi actitud como un desacato a su rango de poder, sin embargo, insisto en querer ir.
—¿No entiendes el significado del no vas?.
—Lo entiendo perfectamente —me lleno de valentía— Pero tengo las capacidades que se necesitan en la misión, además, el general está de acuerdo. Por lo tanto, no veo el fundamento de su negación.
—Dije que no.
—Insisto en...
—¡¿Cuál es el maldito problema en quedarse?! —me grita.
—¡Necesito estar lejos de ti! —le contesto de la misma manera— ¡No quiero seguir envolviéndome en esta maraña de mentiras! —trato de no explotar— necesito irme aunque sea por una semana. Sé que con eso será suficiente para olvidarme de lo que pasó.
Se le transforma la cara y de la nada se vuelve un tempano de hielo.
—Haberlo dicho antes —toma mi barbilla.
Así de cerca puedo apreciar cada una de las facciones de su perfecto rostro. La forma de la boca es lo más tentador, dicha boca sostiene un par de labios que besan de maravilla. Pasa la lengua por ellos mientras mis dientes van a mi labio inferior comprimiendo las ganas de besarlo.
—Si querías huir de mí, te hubiese enviado a un lugar lo suficientemente lejos para que olvides lo bien que la has pasado sobre mi miembro —me dice— Aunque dudo que puedas olvidarte de eso.
Le aparto la mano.
—No eres el único hombre en mi vida como para que hables como si me conocieras.
Suelta una risa burlona acercándose más, acorralando mi cuerpo entre la puerta y su pecho.
—No te conozco —su aliento toca mi nariz— Pero tu cuerpo siempre me grita lo que quieres y la mayoría de las veces es cabalgar aquí —se toca la entrepierna— en busca del orgasmo que no te da Bratt.
Aparto la cara y vuelve a sujetarme la barbilla.
—Desmiénteme.
Con Bratt llegué a alcanzar lo que se denomina "clímax", mientras lo sentía lo confundía con un orgasmo. Hasta que llegó él demostrándome algo totalmente diferente.
—Te quedas callada porque sabes que tengo razón —suelta mi labio del agarre de mis dientes—Suerte con tus intentos de olvidarlo y suerte con tu misión en Moscú.
Se aleja dejándome pegada contra la puerta. Lo observo como una idiota mientras va a su escritorio y se sienta en la silla como si nada.
—¿Sigues aquí? —increpa abriendo la pantalla de su MacBook— Tienes una misión en proceso, así que largo de mi oficina.
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