CAPÍTULO 1
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Rachel.
Las últimas vacaciones.
El caluroso sol de Phoenix invade cada poro de mi piel permitiéndome disfrutar una de las cosas que más amo en la vida: Impregnar mi piel con vitamina D. La escena sería perfecta si mis hermanas no estuvieran salpicando agua con su absurda pelea en la piscina.
Cierro los ojos ignorándolas por quinta vez en la mañana, quiero disfrutar los pocos minutos que me quedan bajo el sol.
— ¡Rachel! —grita mi hermana menor— ¡Ven a darte un último chapuzón!
—No, gracias —contesto sin moverme— No quiero someterme a su estúpida pelea.
—¡Aburrida! —bufa agarrando a mi otra hermana por el cuello.
—¡Chicas, el almuerzo está listo! —mamá se asoma por la ventana.
Suspiro colocándome los lentes sobre la cabeza. Mis hermanas la ignoran y continúan batallando en el agua. Intento hacer lo mismo, sin embargo, los ojos acusadores de mi madre me acribillan desde lejos.
—¡Rachel, ven ya o perderás el avión! —vuelve a gritar.
¡Maldito fin de vacaciones! Todo ser humano debería tener al menos cuatro meses al año para descansar. Y más, cuando se tiene un trabajo tan pesado como el mío.
—¡Voy! —grito para que no me regañe.
Siento un punzante dolor en la cabeza cuando me levanto. La resaca de ayer me está pasando factura ya que bebí hasta las cuatro de las mañana con un par de amigos que tenia años sin ver.
Arrastro los pies hacia el comedor, la empleada de mis padres está acomodando la mesa.
—Tome asiento —advierte—. Es tarde, le faltan cosas para empacar y puede perder el avión.
Todo el mundo repite lo mismo desde que me levanté.
—Almuerza rápido —mi madre entra a la cocina— Quedan muchas cosas por hacer y...
—Voy a perder el avión —termino la frase por ella—. Por lo que veo todos quieren que me marche lo antes posible.
—No digas tonterías, sabes que si por mí fuera te mantendría a mi lado los trescientos sesenta y cinco días del año —me da un beso rápido en la coronilla— Antes de empezar avísale a tu padre que el almuerzo está servido.
Mis hermanas entran en medio de empujones. Emma, mi hermana menor, resbala y cae graciosamente sobre la baldosa, no puedo evitar reírme a carcajadas mientras subo las escaleras en busca de mi papá.
Me encuentro con Tom, el labrador de la familia que me sigue al despacho con la lengua afuera.
El frío del aire acondicionado me eriza la piel cuando entro. Le doy una rápida mirada al lugar, todo sigue tal cual. El viejo sofá esquinero de color marrón a juego con la gran biblioteca que ocupa toda una pared, una lámpara traída de Marruecos junto a la ventana mientras que en la pared principal cuelgan las medallas y las condecoraciones de la familia.
Mi padre no permite que se remodele ni se cambie nada, este sitio ha permanecido tal cual durante generaciones.
Aprecio las medallas, toda la pared está llena de ellas, son los tesoros de la familia. Hay un espacio vacío e imagino que es para colgar mi tercera medalla por ascender a teniente.
Toda la familia por parte de mi padre pertenece a la milicia, a un ejército en especial llamado la "FEMF" (Fuerza Especial Militar del FBI) incluso yo. Desde los siete años estudié en una escuela militar especializada. Luego, cursé la secundaria en la escuela privada de la FEMF aquí en Phoenix. Cuando me gradué a los quince años me trasladaron a la academia de preparación de cadetes en Londres.
No puedo decir que ha sido fácil pero amo lo que hago. A mis veintidós años hablo siete idiomas, conozco tácticas de camuflaje y defensa personal. Sé sobre todo tipo de armas, explosivos y sistemas inteligentes. Además, de que he manejado los casos de los grupos más peligrosos del mundo.
He estado en misiones en Indonesia, Pekín, Moscú y París. He realizado misiones de espionaje, de rescate y de ataque. He ascendido por mérito, por ser uno de los mejores soldados de mi equipo.
Básicamente somos una rama secreta del gobierno, nos encargamos de las misiones más importantes del mundo: Misiones y delitos que deben mantenerse en secreto. Uno de los más grandes comandos de fuerza y preparación está en Londres, llevo siete años viviendo en la elegante ciudad.
Es duro para mí tener a mi familia tan lejos ya que allá solo tengo a Luisa, a Harry, mis mejores amigos, y a Bratt, mi novio desde hace cinco años.
—Hice un nuevo espacio para tu medalla —comenta papá señalando el espacio vacío que ya había visto.
—Lo intuí, ahí quedará perfecta —le dedico una sonrisa, sé lo importante que es para él que su hija mayor siga sus pasos.
—Me encanta que le guste, teniente —sonríe.
Mi ascenso es un gran orgullo para él, me lo recalca todos los días.
—Te echaré mucho de menos —lo abrazo.
—Igual yo mi pequeña —corresponde el abrazo apretándome contra sus costillas.
—¡Rick, Rachel, se enfriará el almuerzo! —grita mi madre desde la escalera.
Bajo con mi padre y almuerzo con prisa «¡Ya se me hizo tarde!» Mi madre me repara con una ceja enarcada e ignoro el "Tenias razón, voy a perder el vuelo"
Soy la primera en acabar, corro hacia mi alcoba y empiezo a empacar lo poco que me queda.
—Adiós a las vacaciones... —comenta Sam (mi hermana de dieciséis años) bajo el umbral de la puerta. Aún tiene el cabello húmedo por la piscina. Se sienta en la esquina de la cama. Se ve preocupada y ambas sabemos que no es precisamente por mi partida.
—Tienes que decirle a papá que no quieres entrar a la academia —la animo.
—¡Baja la voz! —se levanta a cerrar la puerta.
—Tienes que hacerlo— la regaño—. Ya te graduaste y por recta obligación tendrás que incorporarte a la academia el próximo año.
—¡Es que no sé cómo lo tomará! —se recoge el cabello— Tampoco sé cómo decírselo.
—Simplemente dile que quieres ser médico y no un agente secreto —reviso en los cajones para cerciorarme de que no me olvide nada.
—Se enojará.
—Tal vez, pero tarde o temprano se le pasará.
—¿Qué crees que dirá cuando sepa que todo el dinero que gastó en la escuela privada fue echado a la basura?
—Sam, solo dile. El dinero no es un problema para él. Nos adora, comprenderá que no todas queremos ir por el mismo camino.
—¡Ya casi es hora de partir! —mamá nos interrumpe.
Me visto con algo sencillo, el vuelo es largo, así que hay que optar por la comodidad. Recojo mi cabello en un moño alto dejando la chaqueta por fuera.
Me despido de los empleados mientras Emma se me tira encima, en tanto Sam se ve más triste. Me acerco dándole un beso en la frente.
—Solo dile, él lo entenderá —la abrazo.
El claxon de la camioneta de mi padre empieza su típica algarabía, está como loco mostrándome su reloj por la ventana del auto. Él y mi madre me llevarán hacia el aeropuerto.
Mamá me da recomendaciones en el camino, las típicas de siempre. Que coma saludable, que me mantenga abrigada, que evite el alcohol, fumar y los problemas. «Como si no tuviera 22 años»
—Último llamado para los pasajeros del vuelo quinientos noventa y cuatro con destino a Londres— anuncian por los parlantes.
—Un minuto más tarde y no lo hubieses alcanzado —me regaña mi madre.
La despedida llega y con ello las lágrimas cada vez que me voy. Intento tranquilizarlos siendo yo la que termina llorando. Soy un soldado, pero tengo cierta debilidad con los miembros de mi familia ya que me crié en un círculo sólido lleno de cariño.
—Cuídense —me despido.
Reviso mi móvil estando en el avión. Tengo varios mensajes de Bratt, no los alcanzo a leer ya que la azafata me indica que debo apagarlo. Acato la orden acercándome a la ventanilla, despidiéndome de Phoenix por este año.
Los llantos de un bebé interrumpen la vigilia. Mi compañero de al lado tiene la cabeza recostada sobre mi hombro, está babeando mientras que sus lentes están a nada de romperse. Lo acomodo en su puesto enderezándome en el asiento.
Solo llevo cinco horas de vuelo por lo que tengo la espalda y el cuello adoloridos. Le pido comida a la azafata, a la vez que saco el móvil a escondidas. No tengo nada que hacer, así que opto por eliminar la basura a la que no le doy uso.
Entro a la galería, comienzo a borrar imágenes antiguas y las capturas de pantalla sobre conversaciones que me envía Luisa. Sonrío al ver la foto en el Royal Opera House a la mitad del concierto de Bon Jovi. Recuerdo tanto ese día. Las manos de Bratt sobre mi cuello y el profundo beso que me dio. Estaba eufórico en ese momento, después de varios meses había accedido a darle el sí a nuestra relación.
Nunca olvidaré cómo lo conocí, era mi primer año en la academia. Todas las chicas hablaban de Bratt Lewis, no había tenido la oportunidad de conocerlo hasta que cierto día estábamos en la cafetería. Luisa y Brenda hablaban de lo atractivo que era. Curiosa pregunté si estaba presente, ya que veía a todas las chicas con las hormonas alborotadas, Brenda me dijo que volteara hacia la mesa de atrás.
Estaba a mi espalda almorzando con sus amigos. Volteé con disimulo y lo vi por primera vez.
Las chicas no se equivocaban al decir que era guapo. Sus ojos color esmeralda resaltaban en su atractivo rostro. Pese a que tenía un corte estilo militar, desde lejos podía apreciar que tenía el cabello castaño.
Levantó el rostro y nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió con coquetería.
Rompí la conexión inmediatamente
Me sentí tan ridícula que no terminé de almorzar ya que percibía que el rubor era demasiado. Por lo tanto, me despedí de las chicas y me encaminé hacia mi clase de ciencias.
Se me atravesó en uno de los pasillos, al verlo más de cerca me pareció mucho más guapo. Su estatura lo ayudaba bastante, medía alrededor de 1.90, encima me mostró una sonrisa que casi me derrite.
—¿Me estabas mirando? —preguntó metiéndose las manos en los bolsillos.
—¿Disculpa? —respondí como si no supiera de qué me hablaba.
—En la cafetería, me mirabas, te vi —hablaba de forma coqueta y segura.
—No, no te miraba...Ni siquiera te conozco —intenté abrirme paso por un lado pero se me atravesó.
—Me gusta que me mires —dijo sin rodeos— Nunca unos ojos tan hermosos como los tuyos me habían mirado.
Puse los ojos en blanco, era obvio que se las estaba dando de galán.
—Tienes a media academia detrás tuyo y dices que ¿Los únicos ojos hermosos que te han mirado son los míos?
Sonrió. Quedé idiotizada con sus hoyuelos.
—Dices que no me conoces, pero sabes que media escuela está detrás de mí —contestó tajante— Creo que eres una pequeña mentirosa.
Me sentí idiota por no contener la lengua y quedar en ridículo.
—Te ayudo con los libros —propuso alargando la mano para tomarlos.
—Puedo sola —me abrí paso a la fuerza.
Desde ese momento empezó a asediarme, se hizo amigo de mis amigos, estaba en los mismos sitios donde yo estaba, me mandaba chocolates, flores e invitaciones. Siempre lo rechazaba, me gustaba pero no se la quería poner tan fácil, sabía sobre su fama de mujeriego y rompe corazones. No quería ser una más de las tantas chicas que tuvo.
Nos volvimos amigos. Salíamos a cine, al teatro, a patinar y también me enseñó la ciudad de Londres. Todos los días se esforzaba por conquistarme con un detalle diferente.
Llevamos cinco años de noviazgo, puedo decir que ha sido mi gran amor. Con él he pasado desde acampar bajo las estrellas hasta comer en los restaurantes más lujosos de la ciudad. Me cuida como si fuera lo único en su mundo. Y aunque Luisa dice que se pasa con sus celos me he acostumbrado a sobrellevarlo.
Con una sonrisa en los labios, me acomodo en mi puesto volviendo a quedarme dormida.
https://youtu.be/zOqRO-BFY7k
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