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Las voces del silencio (primera parte)

@DanyZarahi muchas gracias por toda tu ayuda, hermosa. Sin ti, esta saga no sería lo mismo. ♥

El grupo de policías se acercó a la puerta de la casa púrpura. Una vecina los había llamado una hora atrás, ya que un fétido aroma a carne putrefacta emanaba del interior del inmueble. Cuando el grupo de policías que atendió al llamado tocó a la puerta, y nadie respondió, se vieron en la necesidad de derribarla.

El interior de la casa se encontraba en completo silencio, sumido en la penumbra que provocaban las nubes negras del cielo; la luz estaba apagada. Los policías tomaron sus linternas de mano y caminaron con precaución, adentrándose más en la casa para revisar habitación por habitación.

La casa estaba sola, casi abandonada. Uno de los policías, de cabello rubio y ojos azules, que se encontraba revisando el armario ubicado justo bajo las escaleras, detectó que el horrible aroma provenía de una pequeña puerta a su lado derecho. El hombre abrió la puerta despacio, encontrando una escalera que conducía a un oscuro sótano.

El aroma repugnante que de ahí nacía resultaba asqueante, pero la escena que le acompañaba era mucho peor. Tirada en el suelo sobre un charco de sangre que nacía de todos sus orificios naturales, se encontraba una chica de cabello negro y piel un poco morena. En el cuerpo de la chica había áreas con hematomas, no cabía duda que el cabello se le caía a pedazos y, la apariencia general que poseía, era demacrada.

Cuando la policía se acercó a ella para verificar si estaba muerta o aún tenía probabilidades de seguir con vida, notaron que en el suelo justo al lado de su cabeza, lucía la palabra «mentira».

—Pobre chiquilla —le dijo el policía rubio a sus compañeros, al suponer que la occisa no tenía más de quince años.

El cuerpo de la muchacha fue cubierto con una manta blanca, y extraído con cuidado del interior del sótano. Al revisar con mayor detalle los cuadernos y documentos importantes y de identidad hallados en las habitaciones de las personas que, en algún momento habitaron esa casa, descubrieron bastantes estudios médicos intrigantes.

La familia compartía el mismo apellido con una de las fallecidas en el accidente de tránsito, que tuvo lugar en el parque Agua Roja semanas atrás. Y la chica, que parecía ser la última sobreviviente de esa familia, ahora también había partido.

Ante los policías, solo restaba que el forense confirmara la causa de muerte. Sin embargo, más de un policía sospechaba de un deceso por enfermedad, ya que según los expedientes médicos encontrados, la joven estaba desahuciada. Tenía leucemia en fase terminal.

El oficial de cabello rubio negó con la cabeza al salir de aquel horrendo inmueble, lamentándose lo mucho que esa jovencita debió sufrir, al encontrarse tan enferma y sola en una casa tan grande. ¿Cómo era posible que nadie se hubiese hecho cargo de ella? No lo entendía en lo más mínimo, pero ya era demasiado tarde para ayudarla.

—Espero que descanses en paz, Alba —susurró el policía antes de seguir su camino, alejándose de la ahora abandonada casa.

●●●

Apenas había entrado la mañana cuando Susy abrió los ojos. Se sentó sobre la cama, se llevó ambas manos al pecho y comenzó a sollozar en silencio. En sus sueños, había contemplado cómo Alba era encontrada por un ángel oscuro y enviada a un sitio lejano. No cabía lugar a dudas: su prima estaba muerta.

Se abrazó a sí misma con fuerza. Dios era bondadoso y comprensivo con sus hijos, pero ella estaba segura de que Alba, debido a las horribles cosas que hizo con premeditación, alevosía y ventaja, no tenía las puertas del cielo abiertas. Quizá el castigo sería por toda la eternidad, quizá por el tiempo que Dios considerara justo; para Susy, eso era algo desconocido. Solo temía que Alba hubiese terminado como esclava de Ana en el infierno, aunque algo muy en el fondo le decía que estaba en lo cierto.

Susy bajó la mirada, pasándose una mano por el rostro para limpiarse las lágrimas. Aún con todo lo que Alba le había dicho e intentado hacer, Susy la amaba; compartía su sangre y para ella, eso era razón suficiente para que tuviera un lugar en su corazón.

El tenue sonido de alguien llamando a la puerta llamó la atención de Susy. Hans estaba de pie en el umbral de la habitación, mirándola con una expresión conflictuada. Susy acostumbraba dormir con la puerta abierta desde que había ingresado al hospital psiquiátrico, pero aun así, notó que Hans se tomó la delicadeza de llamar a la puerta antes de entrar.

—¿Estás bien? —preguntó Hans en un dulce susurro—. Luces afligida.

—Alba murió —contestó Susy sin más. Hans guardó silencio.

—¿Cómo sabes eso?

—Lo vi. Es... —Susy guardó silencio unos segundos, insegura de explicar lo que había visto.

Hans se acercó a la cama y se sentó a los pies de la chica, le tomó la mano y, con una sonrisa comprensiva, le pidió que tuviera la confianza de hablar con él. Susy vio a los ojos del hombre, todavía con algo de inseguridad reflejada en la mirada, antes de lamerse los labios y empezar a hablar.

Una parte de su don consistía en realizar breves viajes astrales, y contemplar desde la lejanía a una persona que se encontrara levitando en lo más profundo de su mente. Si la persona seguía con vida, Susy sería incapaz de verla, pero de haber fallecido, la chica alcanzaría a contemplar cómo el espíritu de ese ser se alejaba del mundo de los vivos.

Esa pequeña parte de sí misma la había descubierto apenas cuatro años atrás; había tanto que aún desconocía de su don, de su poder, que muchas veces pensaba que la muerte iría a reclamarla antes de aprender a usarlo en su totalidad. Eso la intrigaba tanto como la aterraba.

Hans la abrazó de pronto, sacándola de los pensamientos que la tenían cautiva sin darse cuenta. El hombre se alejó un poco de ella y le acarició la cabeza, susurrándole justo después que se vistiera y bajara a desayunar, ya que debían regresar al hospital a las diez para visitar a James y a Greyson.

●●●

Nathan levantó las sábanas de su cama y revisó el colchón, nada. Una expresión de confusión se dibujó en su rostro, caminando hacia la cama de Greyson para destenderla también, obteniendo el mismo resultado que antes. Se cruzó de brazos y le dio tenues golpes al suelo con el pie. Bajó la cabeza, dio un paso hacia atrás y, tras hincarse en el piso, revisó bajo ambas camas. Nada.

No podía entenderlo. Estaba seguro de haberlo dejado sobre la repisa la noche anterior, ya que había olvidado entregárselo a Hans. Pensó que tal vez Nigel o Castiel lo habían visto. Nathan salió de la habitación y se dirigió a la cocina, donde sus hermanos ya tenían casi listo el desayuno.

—Buenos días, hermano —saludó Nigel a Nathan apenas este último entró en la habitación.

—Buenos días. ¿Cómo durmieron?

—Lo mejor dentro de lo posible, supongo —dijo Castiel sonriendo, meneando un poco la cadera al son de la música que sonaba en su celular—. Estamos preparando huevos revueltos con pimiento verde, así que espero que tengas hambre.

—Claro, huele bien. Por cierto ¿alguno de ustedes vio al conejo de peluche? Pensaba entregárselo a Susy hoy, pero no lo encuentro en ninguna parte.

—No —le respondió Castiel. Nigel negó con la cabeza—. Debe estar por ahí, tranquilo. Los peluches no se mueven solos.

Castiel acercó al sartén a la mesa, sirvió una ración de huevo en cada plato y regresó el sartén a la estufa. Nigel sirvió un poco de soda en los vasos, disponiéndose los tres muchachos a almorzar antes de volver al hospital con James y Greyson.

●●●

Una vez que Susy y Hans se reunieron en el hospital con Nathan y sus hermanos, Hans se dispuso a explicar —con sumo detalle— lo que Stephen había descubierto en el blog de Dany Zarahi. Al escucharlo, Castiel fue el primero en manifestar su molestia ante lo que consideraba un descubrimiento inútil.

—No creo que sea tan inútil —interrumpió Nathan a Castiel, recargando la espalda en pared—. Dany y Jess eran amigas, según nos dijo Greyson ¿qué tanto?

—¿Eso importa? —cuestionó Castiel cruzándose de brazos.

—Más de lo que crees. La gran mayoría de los seres humanos desarrollamos una especie de impronta por una persona en específico: amigos, familia o pareja, alguien de quien nos resulta casi imposible alejarnos. Al mismo tiempo, como seres propensos al miedo, tendemos a buscar la protección de alguien más, a veces de forma secreta. Si bien es muy probable que Jess desconozca el paradero actual de Dany, bien podría tener contacto con algún familiar por quien Dany se sienta protegida y que nos guie hasta ella.

—Tal vez sea posible —habló Hans desde la puerta de la habitación—, pero de todas formas no tiene caso. Necesitaríamos un mínimo de diecisiete horas para ir con Dany.

—No entiendo para qué quieren ir. Se supone que hablaremos con ella, no que nos reunamos a tomar el té. Bastará con que nos proporcionen un email o número de teléfono del lugar donde trabaja. Porque a menos que el dinero le caiga del cielo, ella o su marido, en caso de estar casada, debe trabajar.

El silencio inundó la habitación. Una vez más, Nathan tenía razón. Hans y Susy intercambiaron miradas un segundo, aunque sin saber exactamente que decir.

—Yo opino —dijo James de pronto, interrumpiendo la mudez en el lugar—, que Susy y Hans deberían ir a hablar con Jess, porque son ellos quienes la conocen.

—¿Y luego? —comentó Nigel caminando hacia la cama de James. Había dolor en su mirada—. Ella tenga o no información ¿qué vamos a hacer después? —Susy miró a los ojos de Nigel, entendiendo de inmediato a lo que el chico se refería—. Debemos prepararnos para atacar, hacer un exorcismo o iniciar el fuego. Ana no va esperarnos.

—Greyson está muy débil. No resistirá un exorcismo —protestó Susy, a sabiendas de lo difícil que pronunciar esas palabras había resultado para Nigel.

—Lo sé. Pero prefiero intentarlo antes de iniciar el fuego.

Susy asintió despacio, pese a encontrarse en desacuerdo con él. Sabía que estaba siendo terca, pero pasaba cada segundo rogándole a Dios que Dany pudiese ayudarlos a terminar de una vez por todas. De pronto, sintió la mano de Hans poniéndose en su cintura, invitándola a salir de la habitación para dirigirse a la casa de Jess.

—Conozco a alguien con quien podrías hablar, Nigel —retomó la palabra James, estirándose un poco para tomar el cuaderno y la pluma que le había llevado la enfermera horas atrás. Anotó un nombre y un número de teléfono en una hoja en blanco, para después entregársela a Nathan—. Es el Señor Cura Benjamín. Lo conozco desde que mamá falleció. Dile que van de mi parte, estoy seguro de que se hará espacio para hablar con ustedes. Puedes ir con Nathan.

—Pues no perdamos más tiempo —expresó Castiel, haciéndole una señal con la mano a sus hermanos para ponerse en marcha.

—Tú quédate conmigo —protestó James de inmediato, haciendo que Castiel detuviera sus pasos. Un tenue rubor se posó en las mejillas de James—. Es decir... no me gusta estar solo, y papá no vendrá hasta tarde. ¿Sí?

Castiel no respondió de inmediato, resultándole extraña la petición de James, así como la nueva actitud que estaba tomando hacia él. No le desagradaba, solo le resultaba curiosa. Negó con la cabeza mientras cerraba los ojos y sonreía, para después mirar hacia Nathan.

—Vayan ustedes. Tengo a un bebé llorón que cuidar.

Nathan y Nigel salieron de la habitación sin añadir nada más. Nathan sonreía resignado ante lo que estaba percibiendo entre esos dos, pero como siempre, prefería aceptarlo y quedarse callado. Por su parte, Nigel pareció no darse cuenta.

Cuando ambos jóvenes se marcharon, Castiel miró a James cruzándose de brazos, sonriéndole de forma pícara. James se encogió entre las sábanas mientras le dedicaba a su amigo una sonrisa de timidez. Había hablado sin pensar, ahora se sentía intimidado por la mirada que Castiel le dirigía. James había estado enamorado de Marlene desde hacía ya varios años, pero ahora se sentía confundido.

—Así que no te gusta estar solo, ¿eh? —James se encogió de hombros apenado y Castiel se sentó frente a él sobre la cama, luego de sacar una baraja de naipes de su bolsillo—. No importa, esperemos a que regresen jugando póker, mi pequeño pinocho.

—De acuerdo, pero te dejaré en la ruina —comentó divertido James alegrándose de ver que Castiel no se había enfurecido con él.

●●●

—Susy, hay algo que debo decirte —comentó Hans mientras conducían rumbo a la periferia de la ciudad, donde Jess residía.

—Dime.

—No quiero que vayas a molestarte con Jess cuando lleguemos. Ella... siguió con su vida, ¿sabes?

—Se casó —se apresuró a decir Susy, recargando la cabeza en la ventana. La mirada de la chica se fijaba en la guantera del auto—. No me molesta. Admito que me gustaría saber que mi hermano fue el único para ella, pero no la culpo por no hacerlo. Todos tenemos derecho a superar el pasado.

—Sí, lo sé. La verdad es que a mí me alegra que lo hiciera. Muchos años estuve rogando porque su historia no se convirtiera en Romeo y Julieta, porque créeme, para allá iba.

—Me alegra que no fuese así. —Ambos guardaron silencio unos minutos, hasta que Susy retomó la palabra— ¿Sabes qué me resulta curioso? Que tú seas el único que mantiene contacto con todos nosotros, aun después de tantos años.

—Ustedes, Stephen y mi hijo son mi vida —dijo Hans con una gran sonrisa, recibiendo un abrazo enternecido de Susy.

No pasó mucho tiempo, entre semáforos y vueltas, para que Hans por fin detuviera el auto frente a una hermosa casa de dos pisos, con fachada de color café chocolate y decoraciones rojas. Susy estaba encantada con la apariencia que poseía.

Cuando Hans tocó el timbre y la puerta principal se abrió, Susy se quedó boquiabierta. La mujer que se encontraba frente a ellos lucía pacífica y hermosa, con un largo cabello deslizándose por sus hombros, pero lo que más impresionó a Susy, fue observar cómo la mujer se acariciaba el abultado vientre.

—Hans, qué gusto verte —saludó la mujer de inmediato, abrazándose al hombre—. Pasen, por favor.

—Gracias, Jess. ¿Luis ya se fue a trabajar?

—Sí, hace un rato. Al bebé le faltan unas cuantas semanas para nacer y Luis está paranoico.

—No lo culpo, yo también estoy ansioso por conocerlo —añadió Hans acariciando el vientre de Jess—. En fin. ¿Por qué no vamos a sentarnos para contarte por qué Susy y yo estamos aquí?

—¿Susy? —Jess miró de inmediato a la nerviosa chica que estaba detrás de Hans, analizando su rostro para corroborar las palabras del hombre. Susy se encogió un poco de hombros, lucía apenada—. Oh, pequeña —dijo Jess por fin, abrazando con nostalgia y cariño a Susy al reconocerla.

Catorce años habían pasado desde la última vez que la había visto. Y a pesar de ello, su carita aún lucía inocente y angelical, aunque el paso de los años era claro. Había madurado en apariencia, pero para Jess, la pequeña niña que conoció seguía ahí dentro.

Susy no supo qué decirle a la mujer frente a ella, aun cuando correspondió a su abrazo. A eso se refería Hans al decirle que Jess había seguido con su vida, y aunque sabía que no tenía ningún derecho de molestarse, una espinita de pesadez estaba clavada en el fondo de su pecho. Se sentía como una persona horrible al no ser capaz de controlar sus emociones respecto a esa situación.

Hans tomó la mano de Susy para encaminarla hacia la sala de la casa, pero ella permanecía sumergida en sus pensamientos. Jess les ofreció sentarse en el sillón para conversar, y cuando Hans tomó la palabra, Susy se abrazó a sí misma. No tenía intención de intervenir.

—Voy a ser directo contigo, Jess, porque la verdad es que necesitamos proceder tan pronto como nos sea posible. ¿Aún tienes comunicación con Dany o algún familiar que pueda darnos su número de teléfono?

—Sí. Yo tengo el número de contacto de su negocio, pero el día que se marchó de la ciudad acordamos que no podía dárselo a nadie. Hans, hemos sido amigos por muchos años y sé que debe tratarse de algo importante, pero Dany también tiene motivos muy sólidos, así que antes tengo que saber, ¿para qué la necesitan?

Por un segundo, ante la respuesta de Jess, tanto Hans como Susy se tensaron. Dany se había asegurado de mantenerse protegida; era obvio que se había prevenido en caso de ser buscada por alguien además de Ana. Entonces más que nunca, Susy estuvo segura que ocultaba algo.

—Escucha —comentó Hans con voz tranquila—: estamos tras un caso en el que creemos, Dany podría ayudarnos. Antes de irse, ella publicó un blog donde hablaba sobre la extraña muerte de Jenny, pero no le dio más información a nadie ni acudió a la policía. Ayer Greyson sufrió un...

Hans tragó saliva, pensando tan rápido como podía en una forma apropiada de llamarlo. Una palabra que sugiriera de inmediato diversos motivos para que Greyson estuviera en el hospital, que tuviera relación con lo ocurrido en caso de que Jess decidiera leer el blog, pero sin mencionar propiamente un intento de posesión demoníaca.

—Atentado —dijo por fin Hans, antes de continuar hablando con total seguridad—. Como sabrás, mi trabajo me prohíbe darte más detalles, pero tenemos motivos para creer que la muerte de Jenny no fue un accidente, y si descubrimos lo que ocurre con Greyson, también llegaremos al fondo de lo ocurrido con Jenny. Aunque claro, para llegar a eso, necesitamos la ayuda de Dany.

—Comprendo —dijo Jess mirando hacia el suelo—. No culpes a Dany por no ir a la policía, Hans, por favor. Estaba asustada. Aún lo está.

—Descuida, ya no tiene caso molestarse, aunque sí necesito hablar con ella.

—Claro, te daré el número. ¡Víctor, cariño, ¿puedes venir!? —gritó Jess, haciendo que Susy alzara la cabeza de inmediato, mirándola con interés.

Al llegar a la sala, luego de bajar las escaleras, el niño de nueve años se abalanzó sobre su madre, preguntándole con voz dulce y una sonrisa el motivo de su llamado. Jess le pidió la agenda que había dejado en la cocina, a lo que el pequeño acudió de inmediato dando saltitos.

Susy, una vez más, estaba boquiabierta. Tal vez eran fantasías suyas pero ¿Jess habría nombrado a su primogénito con ese nombre, en honor a su hermano? Ansiosa por tener una respuesta certera, se giró hacia Jess y habló con voz temblorosa:

—¿Víctor?

—Sí —respondió Jess con ternura—. Lo llamé así por tu hermano, ¿sabes? Supongo que hay amores que nunca se olvidan.

Susy sonrió conmovida. Cuando el pequeño Víctor regresó con la libreta y la entregó a su madre, Hans se encargó de almacenar el número en su teléfono. Mientras lo hacían, Susy decidió acercarse al librero que estaba al fondo de la sala para mirar los libros. Títulos como: Los renglones torcidos de Dios, Entrevista con el vampiro, Caballo de Troya, y El retrato de Dorian Gray saltaron de inmediato a la vista de Susy.

Los recuerdos inundaron la mente de Susy al leer los títulos, recordando que su hermano acostumbraba ese tipo de lectura. Cuando la chica extendió su mano para alcanzar Los renglones torcidos de Dios, el dorso del libro golpeó otro que terminó por caer abierto en el suelo. Una biblia.

Al inclinarse sobre ella para levantarla, una fotografía vieja llamó la atención de Susy. En ella, podía verse a sí misma el día que cumplió cinco años. A su lado derecho, sonriente, estaba Víctor, abrazándola. A su lado izquierdo, Greyson y Jess podían apreciarse. Hubo un tiempo en que fue feliz. Tan feliz. ¿En qué momento su vida se hizo pedazos? ¿En qué momento la felicidad decidió marcharse de su lado? Sintió ganas de volver a llorar, pero las lágrimas no salieron.

Susy acarició la fotografía con los dedos, sintiendo así un relieve curioso en la parte de atrás. Al darle la vuelta, una hermosa frase le iluminó el rostro. Estaba basada en un pasaje de la biblia, uno que para Susy, era el más importante de todos.

—Yo Soy esperanza y amor —leyó Susy en voz baja, encantada con eso. De ahora en adelante, cada vez que las cosas se pusieran difíciles, recordaría esa frase, así no le faltaría fuerza nunca. Porque Él era esperanza y amor.

Susy guardó la foto de nuevo en el interior de la biblia y la regresó a su lugar, antes de caminar junto a Hans. Era tiempo de volver al hospital. Cuando Hans y Susy salieron de la casa de Jess, subieron al auto y Hans comenzó a hablar de forma tranquila, explicándole a Susy que —según le había dicho Jess—, Dany se había cambiado el nombre.

Sara Flor, se hacía llamar ahora, y era el nombre representativo de su marca personal. Jess, además, le había sugerido que se presentaran como clientes y avanzaran en la conversación lentamente, así Dany no se asustaría. Aunque claro, no podía asegurar que ella accediera a hablar con ellos.

Tras inhalar muy profundo, contener el aire y exhalar con pesadez, Susy sujetó con fuerza el celular de Hans y tecleó. Nunca antes le había resultado tan difícil escribir una simple palabra.      

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