Lo que pudo ser... Parte 2
Ven, acércate más
que eres mi oportunidad
de tocar al tigre
y citar a Baudalaire.
Al menos, ese era el poema que tocaba para la parte 4.
Creo que un final feliz no puede ser definido absolutamente, quiero decir, depende del contexto.
En Habladurías de un gato persa no se supone que hay un final feliz, no lo fue en ninguna de las dos versiones que escribí, que aunque en modo y un poco en esencia variaron, sostenían los mismos puntos "que el final de algo es el comienzo de otra historia y del mismo modo es necesario que eso ocurra". Necesitamos que nuestros hermanos mayores continúen con su vida fuera de casa para que podamos comenzar una nueva forma de ver y afrontar la vida. Cuando la relación de nuestros padres no les da para más, está bien aceptar que haya un divorcio y si al llegar el fin de tus vacaciones de verano te irás a otra ciudad, está bien.
Pero eso no es un final feliz.
De todos modos, yo no creo en eso.
El último arco, el de conclusión, pretendía regresarnos a Bosco, el personaje más importante (o al menos debería serlo) de la historia. Puesto que nuestra estancia en esta saga de 2 volúmenes, consta del tiempo que él permanezca en la ciudad. Durante el tiempo que tuve mis clases en línea durante la pandemia, se me ocurrían varios escenarios en que pudiésemos ver a Bosco otra vuelta, quizá viviendo su nueva vida o encontrarnos con estos personajes que dejaremos pronto al acabar esta parte, existiendo con la ausencia cotidiana de Bosco. Pero ese no es el chiste.
Nunca supe por qué escribía Las últimas ocurrencias de un gato persa, digo, el volumen 1: Habladurías de un gato persa, lo escribí en parte porque pensé que mis amigos merecían leer algo que estuviese más cerca de ellos (dudo haberlo conseguido), pero ahí estaba y pronto se convirtió en mi forma de afrontar MI CRISIS existencial. Pero para este volumen 2 creí que solo tenía ese capricho de escribir. No era el cuento de Babel que escribí para un concurso de la escuela y quería hablar de la falta de entendimiento entre la gente, ni una de mis historias de terror que actualmente no están en la plataforma (de hecho están perdidas porque estúpidamente las borré), tampoco era un cuento de Navidad que reflejaba el lado desolador de la fiesta... ¿Qué era?
Empecé con esto más o menos en enero del 2020 y estamos hoy, escribiendo la parte uno y dos, en la transición del 21 al 22 de mayo del 2021. Por cierto, justo ocurrió hace menos de 24 h el 21,21,21,21,21 (segundos, horas, día, año, siglo), quiero hacer de esto algo significativo. Ha transcurrido un año y a menos que consiga llegar a la última frase de esta obra -que aseguro no será un vivieron felices para siempre-, esto aún no ha terminado. Y me pregunto si lograré hacerlo en verdad, tengo ganas de hacerlo... Es solo que la pandemia y el mundo puede apoderarse de tu ánimo y decisiones. ¿Ahora soy una especie de Marcel? Oh, no...
Desconocía mis motivos para escribir un volumen 2, pero rápidamente obtuve la causa únicamente permitiéndole a mi teclado dirigirme... Capitulo 1 "Bosco se va a mudar". ¿¿¿Queeé?? ¿Acaso yo me iba a mudar y no lo sabía? Je, je, no exactamente. Me iba a cambiar de escuela, ya estaba en una de alto rendimiento, en varios sentidos, tenía los mejores amigos y calificaciones geniales, pero por eso mismo de mis calificaciones era capaz de irme a una escuela que me diese más para cumplir mis sueños. Aquí vemos una loca mezcla de Bosco, Damián y Sarabi entrar en acción). Pero era yo quien elegía irme, extrañando a su vez a mis compañeros. Tenía una fecha límite para acabarlo todo: mi último día de clases de secundaria/el último día de vacaciones de verano.
Estaba ahí.
Ambos resultaban en irse de tu vida pasada, porque después de todo sí tuve que mudarme y encontrar nuevos amigos.
Soñaba con que ese día no llegara, y miren: he aplazado ese día por más de un año. ¡Estoy atrapado en el 2020! No dudo que ustedes también lo estén. Así que Bosco sigue en Salmet cuando debería hallarse en otro lado. ¡Ah...! ¿Hice mal en ignorar a Bosco gran parte del desarrollo de la novela? Definitivamente, era él quien debía estar en medio de todo; no obstante, creo que hice bien en presentar todo lo que dejaba. Y al final, lo más gracioso, es que no se trata de Bosco, exclusivamente, despidiéndose de su antigua vida. Cada personaje a su manera lo está haciendo y creo que a su modo, cada quien necesita autonomía.
Bueno, ya, antes de comenzar el fin, esta no es una obra literaria perfecta, nunca lo fue y no lo será. De hecho, estoy hasta el hartazgo de querer lograr que la saga lo sea, pues ¿cuántos años tengo? ¿Qué libros he leído y cuántos no? ¿Qué he vivido? Observen, esta obra la comenzó el yo del pasado, pero ese yo no pudo concretarla, entonces he de ser yo quien lo haga. Borren todo, esto es Lo que pudo ser, pero ahora afrontaré que este es el destino verdadero de la composición y hoy que soy lo más que podré ser, no me queda de otra que dar fin a este enredo, crear un comienzo.
|Soy un gato persa
1
Ellos estaban reposando sobre las raíces de aquel árbol que poseía un iglú encima. Por supuesto, hubieron primero contactado a sus madres y los que en ese momento se sentaban en torno a la fogata eran los únicos que hubieron siempre de estar ahí. Bosco apreciaba la malva gorgotear y transformarse del blanco al dorado y mordía su malvavisco. Sarabi compartía a su lado una manta gruesa que evitaba al viento del bosque devorar su piel con el uso de su aliento gélido. La cabeza de Damián era acariciada por ella, aquel pelo más corto por el absurdo derrame de tinte, eran destellos oscuros en las puntas que con algo de la luz de las brasas se perdían entre aquella raíz de pelo más fuerte y claro que nacían. Él quedó en el suelo, jugando con unas cuantas hierbas, tirando de ellas y presto del calor de sus dos amigos y el fuego que hipnóticamente impedía apartase la vista. Frente a ellos, Marcel relataba una historia del bosque: era acerca de un oso que alguna vez impidió que esa casa del árbol de construyese cuando en los 90's los hermanos de su padre y su padre empezaron a formar ese santuario.
Sobre sus cabezas, el cielo no existía. Solo eran copas y copas, sombras de aves y el sonido del agua entre las ramas crujientes de animales arrastrándose o dando pequeños saltos y el camino del agua del río que siempre parecía tener prisa.
-Dentro de una semana no estaré aquí -aludió Bosco. Damián desconcentró su vista del fuego, acomplejando un ceño angustiado.
-Deberé dejar mi historia para otro día -sentenció Marcel y se sentó en uno de los tallos de tronco cortados entorno a la fogata.
-No habrá otro día -dijo Sarabi.
La recuperación de toda esa información perdida durante los últimos días había sido ya detallada unas horas antes. Las charlas que tuvieran que ver con el tema se agotaron y los temas de conversación no flotaban en el aire. Y este silencio aturdidor que viene y va de los insectos bien ocultos bajo piedras y madera, marea si tratas de localizarlo.
Marcel agarró su varita con la que quemó malvaviscos y dejó que la punta ardiese lentamente en las llamas y se consumiese.
-He tenido un sueño recurrente -comentó Bosco-. Más o menos desde que iniciaron las vacaciones. No se lo he contado a nadie, considero que este es el mejor momento para ello.
-Bosco, si tu sueño me suena a LSD no quiero dormir junto a ti -bromeó Damián.
-¿Son pesadillas? -preguntó Marcel-. ¿Recuerdos? Es normal que sean reflejos de tu subconsciente.
-Como un ficción -dijo Sarabi, poniéndose de pie hacia el fuego, oteando hacia un arbusto poco nítido.
-¿No les parece que esta atmósfera se vuelve inquietante? -Damián susurró- A veces los sueños que tengo... son como una broma que me provoco a mi mismo sin saber por qué.
Bosco suspiró.
-Estoy atrapado en un bosque de secuoyas mentales -son árboles de gran grosor y tan altos como rascacielos -, cubren todo el panorama. No hay estrellas, no hay cielo, no hay luz.
Su voz se cortó y pareció estar por quebrarse.
-¡¿Esa mierda de verdad existe?! -exclamó Damián confuso.
-Esa mierda fue la razón que le hizo conocer a la mamá del señor mostaza -razonó Sarabi. Marcel se enderezó y miró a Bosco con atención.
-Y ¿cómo sabes a dónde tienes que ir? ¿Te da miedo?
-Nunca sé a dónde ir, cada vez que duermo esto se reinicia en mi cabeza y es como si lo viviese por primera vez -rascó detrás de su oreja-, de alguna manera siempre termino en el lugar donde tengo que estar. Es una sucesión que siempre tiene el mismo orden, 3 lugares...
Rascó su mejilla con bastante inquietud. El fuego iluminaba su cara, pero las sombras de su pelo azabache algo desaliñado junto con las del lugar, contraían sus facciones haciéndole ver de miedo.
-De hecho da demasiado miedo.
-Por eso sudas cuando duermes -soltó Damián aliviado-, llegué a pensar que lo hacías por algún síndrome asqueroso y hereditario. Ya me siento mejor por los posibles hijos que tengas en un futuro.
Sarabi agarró a Damián del cuello y tiró de él hacia ella, fingiendo ahorcarlo, agarró su cabeza como una mesita y reposó sus manos en ella y luego el rostro.
-Prosigue.
-Son tres destinos, cada uno se ilumina levemente en cuanto me encuentro en ellos. No me dejan verlos completamente, pero obtengo ideas de lo que son. Es ahí donde tengo todas estas cosas que mencionaron.
-¿Qué ves primero, Bosco? -inquirió Marcel, con un tono nervioso y el rostro tenso. Bosco sonrió tímidamente.
-¡Maldición! -exclamó Sarabi-. Creo saber solo con su mirada lo que ve.
-Y... -alargó Damián con preocupación- yo también.
-¡¿Qué es?! -gritó Marcel.
Bosco tensó su mandibula, girando lentamente y agarrándose del pelo con inquietud a la casa del árbol.
-Está siempre vacía.
-¿Qué tanto se parece a la mía? -dijo Marcel.
-Mis sueños no son exactos regularmente, tienen esas raras deformaciones de la realidad que me dicen que no es un sueño y se pierde. Sueño poco. Pero las sensaciones de esta noche helada y oscura son las mismas que percibo cuando veo la silueta de esa casa, la cual luce como la tuya.
-¿Me ves en ella?
-Está siempre vacía. Y yo no soy quien ve dentro con exactitud, tengo un acompañante, mis ojos.
Marcel se cruzó de brazos y sonrió incrédulo, en tono de burla.
-No sé por qué me preocupa tanto tu sueño. Es solo un sueño.
-Lo cual no evita que te preocupes -razonó Bosco.
-¿Quién te acompaña? -preguntó Damián.
-Incín, el persa feliz -Damián resopló alivio.
-¡Cool, Bos!
-La parte rara es que a veces habla conmigo, pero no tengo el recuerdo ni el conocimiento de cómo suena. Lo que hace es transmitirme información y yo la entiendo, pero si quiero escuchar una voz es la mía la que suena.
-Después de todo es un gato, ¿qué esperabas? -rio Sarabi, mirando otro arbusto opaco y lejano.
-Hay una condición para que pueda despertar -recuperó Bosco el tema-, hacerme de tres objetos en casa sitio. En la casa del árbol, el Iglú, debo recuperar un peluche de panda rojo; conocido como Dumplin.
-Suena algo tonto -dijo Damián-, con todo respeto.
-Lo sé -contestó Bosco-, pero queremos evitar los silencios incómodos.
-Incín me ayuda siempre a atrapar la soga de la casa del árbol, la alcanza para mí trepando. Una vez la tengo se sube a mi espalda y los dos alcanzamos la escotilla para meternos. Dentro de muy pocos segundos, las ventanas parpadean en rojo y azul primario y el sonido de ambulancias se vuelve intenso. Pero la obscuridad no se va totalmente, pues las luces no brillan lo suficiente. La habitación de madera empieza a acelerar, tanto Incín y yo nos caemos por inercia. Los tablones, las repisas y los muebles, tambalean, chocan y se rompen. Hay un motor cada vez más ruidoso que no se deja ver y antes de que explote, hay una ráfaga de disparos. Armas de fuego. Bastantes gritos, pero eso no es lo importante para mí. La cabaña, porque eso es una casa del árbol al fin de cuentas solo que pegada a un árbol, es sacudida como si un niño mostrase su juguete a su tío mientras conduce...
»Entonces como golpeados por un enorme palo de golf del lado izquierdo, siento que alguien arroja la casa del árbol conmigo dentro. El sonido del metal es atormentador, y entonces caen montones de gotas en los cristales como si viniese un huracán y viviese en la costa; sonando como piedras. Incín se sube a mi pecho, yo estoy tirado, rodando un poco y me pide que me abroche el cinturón y lo abrace fuertemente. Trato de hacerlo. Pronto, unos neumáticos suenan en el exterior, derrapando y quemándose y chocamos fuertemente.
»La ventana frente a mí se rompe tras chocar contra mí. Caemos en un vacío que nos jala desde el estómago, sintiendo vértigo. Todo es negro. Entonces oímos detrás de mí un oleaje de agua que nos empuja por la espalda. En todo momento abrazo a Incín. Tras abrir los ojos, ambos nos hallamos en la parte trasera de un auto, levemente alumbrado.
»-Quítate el cinturón -me pide Incín, y lo hago.
»Ambos nos reincorporamos y empezamos a flotar, el auto está lleno de agua, hundiéndose en la negrura.
»-No respires.
»Lo he intentado, hablo en serio cuando dentro de ese sueño soy incapaz de respirar, es como si mi yo real fuese también el yo subconsciente. Incín entonces se vuelve mis ojos y de los suyos como si fuesen farolas, apunta una luz dorada hacia un cuerpo diminuto y rojizo que flota alejándose de nosotros. Buceo un poco y al quedar entre los asientos de conductor y copiloto, veo dos peluches de gatos que tienen el cinturón puesto y sangran de las cabezas. En medio del parabrizas está un hueco atravesado por ese ente rojizo. Incín me pide que sigamos y le hago caso. Hay una desesperación, pues por más que busco respirar no lo consigo y entonces quedo a punto de quedarme dormido, mas el pesa tira de mí e insiste en que tome la cosa rojiza.
»Y es este maldito panda rojo.
»Toda el agua desaparece, vuelvo a respirar, pero termino empapado e Incín igual. Todo sigue oscuro y me guardo ese peluche en el bolsillo como si fuera un videojuego...».
Sin darse cuenta, Bosco estaba llorando una cantidad considerable, que no entorpecía su voz, pero fluían sin parar. Al percatarse de ello, quiso ocultarlo, pero ya todos lo habían visto.
-Vi ese peluche -roncó Damián en tono compasivo-. Incín ha estado jugando con él.
-Así que es real -dijo Sarabi, acariciando a Bosco por la espalda-. Aprecio tu confianza, Bosco, creo que con lo que relataste es suficiente...
-No, aún tengo que decir algunas cosas -cortó Bosco.
-¿Qué tiene ese peluche que te haga sentir eso? -dijo Marcel.
-Con él maté a mis tíos.
Sarabi tomó a Bosco te la cabeza y permitió que reposara en su hombro, llorando un poco, continuó contando:
-No fue a propósito. Veníamos jugando y solo quería que vieran algo gracioso que podía hacer, pero los distraje demasiado. Tenía cuatro o cinco años, se trastorna demasiado el recuerdo.
Volvió a incorporarse y se apartó de Sarabi un momento.
-Lamento escuchar eso, Bos -compadeció Damián.
-No fue tu culpa -le dijo Marcel con los ojos cristalinos.
-Ya sé -tuvo una risa pequeña y nerviosa-, pero es bueno recordarlo.
La casa del árbol volvió a apoderarse del silencio.
Damián formó un círculo con su vara en la tierra, hizo una carita redonda, los ojos y pintó una mueca triste.
-¿Qué hay de los otros dos objetos? ¿Son así de trágicos?
Sarabi le dio un codazo que le hizo gritar y reír al resto.
-Ja, ja, ja, no -declaró Bosco-. Son mucho más tranquilos. Están en una librería y una sala de estar, ambas abandonadas y muy descuidadas. Para obtener el objeto de la librería, debo de recorrerla desde la entrada hasta una bodega, juro que todo está bajo cero y dependo totalmente de Incín para irme por el buen camino debido a lo oscura que está. Al final, debo rebuscar entre unas cajas y sacar una libreta, básicamente: un chismógrafo.
Damián sonrió y le dio un codazo a Sarabi.
-¿Como una corte notable?
-Precisamente -asintió Bosco. Sarabi entornó los ojos.
-¿Y tu último y mágico objeto? -preguntó Sarabi en tono serio.
-Tengo que pararme en el centro de una sala de estar, soportar críticas de todo tipo que de algún modo u otro logran hacerme llorar. Pero debo quedarme sentado y sin moverme, sin llorar. Ya que si lo hago, el juego se reinicia y no consigo el objeto.
-Y ¿qué te dan? -dijo Sarabi.
-El listón que lleva Incín en el cuello -recalcó lamiéndose los labios.
Marcel se acercó a Bosco y le tendió la mano para que éste la estrechase.
-Tus sueños me suenan a indirectas.
-¿Por qué? No deberían, estoy contando lo que me pasó -protestó Bosco con enfado.
-Eso no importa -los desvió Sarabi-. ¿Cómo vuelves a despertar?
-Como todos, obviamente -mencionó Damián con sarcasmo.
-Hay un cementerio al final de la línea, donde pido que me entierren con todos mis bienes (los tres objetos) y por alguna razón Incín cuenta como bien. Unos gatos negros, uniformados y altos que parecen humanoides, cargan un ataúd hacia mí y dos pequeños gatos blancos me ayudan a entrar- Entre el par de gatos negros y uniformados recuestan el ataúd, y lo descienden unos metros bajo tierra. Aquellos gatitos blancos maúllan mientras me entierran con la tapa del pecho hacia abajo, Incín les acompaña. Cuando acabaron con eso, él y los objetos son depositados junto a mí. No me puedo mover. Cierran la tapa que cubre mi cabeza, pero es transparente y puedo ver a los gatos tirando de las palas para cubrirme con tierra. Aunque no hubiese habido tanta luz en esos momentos, era la suficiente para distinguir la oscuridad total dentro del ataúd.
»Incín es cálido y me abraza su calor, la negrura se vuelve una aliada, entonces duermo y al siguiente segundo, ya he despertado».
Escucha The moon will sing, de The Crane Wives
2
Los chicos del grupo ya habían guardado todo en el lugar que correspondía. Por debajo, Sarabi se encargó de apagar el fuego. Asomándose al pie de las escaleras, dio un anuncio antes de subir a Marcel que la miraba por arriba de la escotilla.
-Tengo que ir al baño, si veo que subes la escotilla me veré obligada a tirarte piedras a tu ventana hasta que abras.
-Eso no será necesario, pero entiendo tu punto, ¿vale? -contestó Marcel somnoliento.
-Yo digo que cerremos la escotilla, sería gracioso escuchaaaaaar su berrinche -bromeó Damián con un bostezo.
En una de las ventanas, detrás de Sarabi, Bosco le avisaba que si necesitaba ayuda les hiciese saber con un grito.
Prosiguiendo cubierta por su capa escarlata, que había tomado durante su cambio de ropa en casa, Sarabi caminó con destreza e inquietud en su corazón, tratando de hacer el menor ruido, hacia uno de los arbusto que oteó hacía media hora. Verificando que ni Bosco o alguno de los chicos la mirase, entró entre los arbustos adyacentes.
-Hola.
-Hola.
-Me sorprende que sigas vivo con tan solo esa chaqueta, estamos cerca de los cero grados.
-¿Cómo me encontraste?
-Debería preguntarte lo mismo, pero conozco la respuesta -apuntó Sarabi.
-Eres una mentirosa -le recriminó.
-Lo lamento... -se sinceró Sarabi-. ¿Vas a acusarme?
-No.
-Okay.
-Al final volviste con ellos.
-Son mis amigos.
-¿Y eso en dónde me coloca, de acuerdo a tu círculo social?
-Dímelo tú, lo hiciste demasiado confuso y enredado.
-Es justo.
Sarabi se golpeó las piernas con unas palmadas de "meh".
-Trataré de convencerles de que te quedes en su garage o algo así.
-No vine a buscar caridad.
-Escúchame bien, estoy tan nerviosa que no sé si podré gritar así que dime lo que quieres.
-Conque es verdad que provoco incertidumbre en las personas -murmuró irónico.
-No, eres buen tipo. Son cosas como estas que no cooperan a tu imagen, solo deja de hacerlo y ya.
-No creo que ese consejo sirva mucho a futuro, pero gracias.
-Sí... entonces, ¿a qué viniste?
-Nada.
Su respuesta disgustó a Sarabi, tras ver su reacción rápidamente se corrigió.
-Bueno, quería decirte que fuiste una buena amiga. Aunque fuese planeado.
-Solo fui buena persona -sonrió Sarabi.
-No seas modesta, solo me haces ver que mi vida es una porquería llena de gente frívola.
-De acuerdo.
-No eres como ellos. Ni como tus amigos.
-¿Y eso en dónde me coloca, de acuerdo a tu círculo social? -bromeó Sarabi.
Metió sus manos a los bolsillos y respondió con una sonrisa. Empezaba a temblar.
-¿De casualidad tienes cobertura en esta zona, Zabatta?
-No, ¿necesitabas?
-¡Nah! -negó tembloroso-. Te enviaré un mensaje, velo cuando llegues a tu casa. Es un meme que me pareció gracioso y...
-¿De qué es? -interceptó curiosa.
-Ovejas negras.
Ella lo pateó en la espinilla, él no gritó necesariamente.
-¿Ves? Son esta clase de bromas las que no te hacen quedar bien.
Él asintió con culpa.
-Ey -estiró el brazo-, toma mi capa, tengo que irme o sospecharán. Y no quiero que mueras de hipotermia de aquí a tu casa.
Por un instante consideró el agarrarla, sin embargo la devolvió rápidamente.
-Como ya dijimos, no queremos que sospechen -sonrió invisiblemente.
-En fin. ¿Sabes algo? No tenemos que ser amigos -concluyó Sarabi-, podríamos ser solo seres que se relacionan entre sí, los compromisos apestan, entorpecen lo que no. ¿Qué dices?
-Lo veremos mañana. Adiós, Sarabi.
-Claro, claro.
Le vio escabullirse lejos y perderse en el páramo.
-Adiós, Aurelio.
3
Creo haber sido despertado por una llamada de susurros ininteligibles.
Al asomarme, había poca luz con la cual comprobar si lo que oí era real o parte de un sueño incompleto. Sarabi, metida en su saco de dormir, continuaba tirando babas y no pareció alertarse. Observé a Marcel que se había incorporado totalmente desde la hamaca y miraba erguido en otra dirección.
-Es una emergencia, los veré en la tarde -cuchicheó Bosco hacia él.
-Son las cuatro de la madrugada, ¿te acompaño? -susurró Marcel. Yo seguía acostado e imagino que ante sus ojos lucía como si yo aún durmiese. Bosco debió haberse negado, pues vi a Marcel volver a tenderse.
Me pregunté qué era lo que Bosco tendría que hacer, a sabiendas que se marcharía la próxima semana mi futuro era incierto. Tarde o temprano volvería con mis "padres", si es que merecen el título, mas quería aplazar eso lo más que se pudiese. En caso de que fuese una "emergencia" quizá debería irme con él y ver lo que ocurría. Su mamá me había acogido bien, de hecho experimenté el calor de su hogar por un par de días; quizá fuese amable y ya, no creo que ella me hubiese querido tener como un tercer hijo o algo, pero valía la pena intentarlo.
Mierda, yo mismo acababa de arruinar mi vida.
Bosco abrió la escotilla, con él entró una brisa circular que heló la casa del árbol.
Me destapé y volví a cubrirme con la chamarra que llevaba esa noche. Anduve de puntillas hasta la escotilla y salí por ella. Antes de cerrarla, Marcel preguntó si "también yo", a lo que no decidí responder. Descendiendo tambaleante tras cada barra de la escalera y con miedo por partirme el trasero por lo resbalosos que habían quedado bajo las condiciones lluviosas del bosque, no me costó mucho tiempo dar con Bosco. La opacidad dentro del Iglú era horrorosa, pero a las afueras todo estaba más luminoso, pero no lo suficiente.
De acuerdo con el relato de Bosco, supuse que los recuerdos de sus "secuoyas" lo irían ir más lento de lo normal y el único camino que pudo haber tomado lo conduciría directo al reloj de Salmet. Hice sonar mis pisadas cuando aparecí cercano a él y que no se asustara tanto. Creo que es difícil simplemente aparecer alrededor de una persona que está calmada o ausente del mundo sin sacarle alguna clase de susto.
-Casi me matas de espanto -se quejó Bosco, pero sin detener el paso-. ¿Sarabi también va a asustarme?
-Creo que solo vengo yo -comenté alineando nuestros pasos-. ¿Adónde estamos yendo y cómo te puedo ser de ayuda?
Bosco me dio un pequeño golpe en el hombro.
-Eres bienvenido, por metiche que seas.
-¡Auch!
Los dos llevábamos el equipaje completo en la espalda, por lo que supuse no íbamos a regresar. Quería ver a Bosco como si fuese una clase de hermano y seguirlo a donde fuese ayudaría a que me considerase como uno.
-Mondlicht va a dar a luz -contestó nervioso.
Fruncí los labios y tragué una imaginaria piedra, eso significaba que vería a los Oropeza.
-¿Quieres regresar al Iglú? -detuvo el paso y me contempló expectante.
-Oye, ese persa es amigo mío del trabajo, estaría molesto si no me invitase al nacimiento de sus bebos.
Bosco me agarró del hombro y caminamos hasta salir del bosque.
-Me parece estúpido que no haya veterinarios despiertos a esta hora -dijo-, a su modo son doctores que deberían estar listo para cualquier emergencia.
Empezó a correr bao los postes de luz, rodeando la colina del reloj y entrando a la calle Berol.
-Oh, mi estimado -comenté corriendo por enfrente de él-, te pones como si los persas y tú fueran una familia de tres padres. Estás en una situación incómoda y zoofílica.
-¡Cállate el puto hocico, pelos de helado! -carraspeó por detrás de mí.
Quedamos frente a su casa, me dieron ganas de meter mi cabeza entre los barrotes de la puerta, pero ahora que técnicamente vivíamos juntos eso ya no era necesario. Mas, ¿cuánto duraría eso? El cielo tenía un toque purpúreo y continuaba inmensamente oscuro sin mucho contraste de colores, pero las estrellitas formaban una amplia colección de trofeos entre todo ese negro.
-Damián, entra.
Nos apresuramos en poner a nuestra disposición las cosas en casa de Bosco. Incín llegó rápido a saludarnos tras pasar el umbral, paso entre nuestras piernas y acicaló a Bosco; de un segundo a otro cambió de opinión y corrió lejos de nosotros. La mamá de Bosco andaba en pijama, preparando unos licuados en la cocina (se veían asquerosos, pero sabían rico. En realidad, no sé a qué sabían con exactitud). Escuché a Bosco tocar la puerta de Lina y que ella repeló desde dentro. "Son las cuatro de la mañana, engendro" o algo así. Tiempo después los dos bajaron con la correa del persa y canastillas que ocupa la gente que vende dulces artesanales.
-Lina, no te me vas a ir en esas fachas -apuntó la mamá de Bosco.
Yo casi me acababa el licuado.
-No me digas que ando en fachas si andas en fachas -se defendió Lina, en su pijama de Hello Kitty.
Bosco regresó a la cocina con Incín encadenado a su correa y el listón rojo asomándose, estaba siendo arrastrado por Bosco, desplazándose con la apariencia de un bebé gordito sin mover un músculo .
-A alguien le emociona ser padre -acusó la mamá de Bosco, mientras que lavaba la licuadora en el fregadero.
-Yo la lavo -Bosco luchó por quitarle la licuadora de las manos.
-Nadie aquí va a lavar hasta que te acabes tu licuado -recriminó su madre.
-¡No manches! -rio Lina con un ronquido porcino- ¿Nos vamos a perder el nacimiento de las semillas de Incín por torpes licuados y fachas?... ¡Ah!
Pude ver en cámara lenta cómo la mamá de Bosco agarraba la toalla con que secaban los trastes a la cara de Lina. Me pregunté si debería estar haciendo algo más productivo. Bosco se puso en medio.
-Ma, váyanse las dos a vestir -tensando su mandíbula- oh... ¡No! Pero nos iremos sin ustedes en caso de que no se apuren.
-Adoro cuando se le resalta la vena de la frente -se burló Lina mientras subía por las escaleras apresurada por su madre.
Una vez que ambas nos dejaron solos en la cocina, permanecimos unos segundos en silencio en lo que Bosco lavaba la licuadora.
-¿Sabes qué me gusta de tu casa? -sonreí. Bosco volteó a verme con semblante comprometido. Caminé hacia él y aproveché que estaba lavando los platos para dejarle el mío. Incín se fue a sentar donde yo antes.
-¿De verdad quieres venir? -murmuró.
-Ya dije que sí.
-Mhm, ¿y ahora? -insistió.
-Sé que si la situación se pone incómoda, ustedes me protegerán.
-¿Cómo sabes? -jugueteó poco antes de salpicarme con la manguera de la llave. Ah lo que grité y traté de redirigirla a él.
-¡¡¡¡B O S C O!!! ¡¡¡ ¿TÚ PAGAS EL AGUA?
Los dos nos quedamos callados. No quería faltar a la autoridad de Clara.
Me sequé la cara con unas toallas de papel y reconsideré la situación:
-Odio que los malentendidos pasen. Aún odio más cuando se da por la falta de información, paciencia.
-Qué raro, siempre te pasan los malentendidos por cosas como esas -dijo Bosco. Contuve mis ganas de volver a mojarlo.
-A lo mejor, algo bueno sale si voy con ustedes -él me miró con juicio crítico-. O no. Vale la pena intentarlo.
Bosco me hizo una seña para que saliésemos a esperar junto a la camioneta de Clara. Húmedo seguía el aire. Y ocultaba mis dedos dentro de mis mangas. Se recargó en la camioneta e Incín permaneció acurrucado entre sus brazos.
-Nunca quise molestar e irrumpir en tu familia así como así. ¿Estás enojado conmigo? Yo sé que sí, pero no me lo dices y está bien -confesé bajando la cabeza de vergüenza-. Duermo en tu cama y tú en un colchón inflable, no coopero como ustedes en hacer los alimentos, me ceden los asientos y tratan como... Lo entendería, ¿sabes?
Bosco negó resiliente y cerrando los ojos.
-Pero si lo pones así, quizá sí me molesta un poco.
Solté una leve tos.
-Solo estoy preocupado. Investigué las cosas, puedes denunciar lo que te hicieron y entonces obtendrías un nuevo hogar. No te estoy corriendo, no sé si podremos tenerte después de la mudanza, las clases, todo lo que amerite. Mi papá no sabe todavía que estás aquí y no somos cercanos, por ello no sé si podamos contar con su apoyo.
Procuré no hacer obvia aquella punzada que experimentaba en mi cráneo.
-Sé que no podrán, está bien.
-Déjanos intentar...
-No, Bos Tengo un plan.
Su rostro se afligió.
-Hay modos -insistí-, quizá no todos placenteros pero con ellos podré vivir una larga vida.
Iba a decirme algo más hasta que llegaron Lina y Clara. Era tiempo.
4
Había pasado casi una hora desde que se nos avisó y pudimos encaminarnos a casa de los Oropeza. El trayecto fue relativamente corto para mí, a comparación de Bosco, que le estresaba tardarnos demasiado. Nos acercamos en orden a su puerta, de modo que yo decidí quedarme al último y que da algún modo me viese indetectable. No nos abrió quien yo temía, afortunadamente, era Isabela, la esposa de Kike. Bosco y ella se dieron un hola imaginario, de modo que no se percató de mi presencia. Incín saltó al piso y seguí desde el final a la fila.
-¡Ah, qué alivio! -exclamó Bosco. Creí que ya habían nacido.
La señora Oropeza nos hizo subir al segundo piso por unas escaleras amplias y modestas, caminando por su pasillo hasta un recibidor acomodado. Nos pidió acomodarnos a todos los que no fuéramos Bosco y dijo que tendríamos que aguardar durante el parto. Para las circunstancias, he de comentar que ella lucía bastante relajada, tenía atado el cabello y no se había molestado en ponerse ropa casual pues usaba su bata sobre un camisón de señora. Lina discutió levemente con su mamá respecto a esto, sugiriendo que ellas igual hubiesen debido venir en pijama, a pesar de ello, Clara parecía cabecear ante las quejas.
Bosco había entrado a la habitación de Mondlicht, la cual se situaba delante de nosotros. Sin embargo, eso no me pareció tan extraño conociendo a sus dueños. Mi amigo expresaba un pánico horroroso, en un principio entró con Incín; bastaron los gemidos y gritos provenientes de la habitación para comprender que eso había sido una terrible idea. La puerta fue abierta e Incín salió despedido por Bosco como si lo hubiese arrojado con una honda.
Pero después, todo estaba más silencioso y parecía que Mondlicht solo tenía contracciones.
No conté con el tiempo suficiente para formular especulaciones de Enrique Oropeza, ya que en un santiamén el apareció bien vestido en su traje por debajo del marco de la puerta. De inmediato me encogí en la capucha y refugié en las espaldas de Lina.
Ella brincó de emoción, pegándonos un susto a los tres. Verdaderamente entusiasmada se presentó ante el cineasta y creo que le contó una versión resumida de su vida en ese balbuceo de palabras. Siendo Kike el teatrero de siempre, no aguardó lo suficiente para ponerse a platicar con ella. Clara les interrumpió para saludar al hombre, a consecuencia de ello, Kike tuvo curiosidad por ver mi rostro bajo la capucha.
Supongo que no había descifrado quién era hasta que me fue imposible apartarme de su periferia.
-Joven Damián -exclamó con una apagada sorpresa y una sonrisa tal cual su tono.
Yo asentí.
En una corta reacción, la madre de Bosco se enderezó por delante de mi y miró a Enrique con un semblante impenetrable. Al mismo tiempo, Lina olvidó su entusiasmo y permaneció observadora. Una condición para que me quedara con ellos consistía en que les contara lo sucedido para que viesen la mejor forma de ayudarme. Esto no fue necesario la primera noche, pero en la segunda fue obligatorio.
-¿Apetecen galletas con leche de vaca, leche de burra o café de Marruecos? -ofreció, referenciando uno de sus guiones más extraños del cine.
Lina inmediatamente aceptó con una actitud positiva, a diferencia de Clara quien no se vio inmutada más allá del "no, gracias". Kike se dirigió a mi:
-¿Y usted, caballero? -rechacé la oferta.
Regresó con una charola que contenía la misma presentación mostrada en la escena de su película, disponiéndola en una mesa para Lina. Alegrado por el respeto que Lina le dirigía, pude notar que tomó valor en despegar de ella la mirada y equilibrar su mirada entre mí y Clara.
-¿Qué tendremos hoy? Un glorioso nido de persas -dijo.
No me sentía realmente expresivo y Clara parecía estar respaldándome.
-¿Puedo hablar con usted? -enuncié y antes de que la mamá de Bosco protestase, añadí- En privado.
Su respuesta me atrapó por sorpresa: sin oposiciones o titubeos, esperaba una charla desde el momento que me vio. Me dijo que podíamos hablar en la biblioteca, a lo cual accedí. Sabía donde estaba, supongo que por eso se adelantó. Antes de que yo saliera, Clara me recordó que estaba ahí por cualquier cosa. Entré a la biblioteca, era un cuarto rectangular, cuyo ancho era sitio de la puerta y el otro extremo una ventana. Kike sacaba un libró de una repisa alta sin necesidad de una escalera. Emparejé la puerta y recorrí los pocos metros hacia él.
-Deja esa cara larga, niño, se te va a arrugar más que a mí -comentó-. Mira esto:
Ante mí presentó un álbum de fotografías, señalando con él índice una fotografía de una chica en una manifestación. Los colores de la foto no eran muy nítidos, pero eran suficiente descripción. Había banderas arcoíris y gente luciendo su verdadero ser. Prosiguió a entregarme el álbum en manos y dijo que continuase las páginas que quisiera antes de hablar. En todas aparecía la misma chica: de iris felices que me parecían del color de un sol, unos dientes frontales grandes que tenían una abertura entre sí, vestía como una chica de los ochentas en su adolescencia y convivía en varias páginas con sus amigas y amigos, una de ellas más recurrente. Había descripciones suyas en ciertas páginas: «Mi pequeña Lili en el set De oruga a mariposa», entre otras películas que parecía Kike dirigió. Y algunas fotos feas y caseras, aparentemente significativas pero adecuadas a la época de "Lili" siendo una niña pequeña.
Tras unas páginas más, el resto estaba en blanco. Retorné varias páginas y salté hasta el final, no había una foto que la mostrara con mayor edad que los diecisiete o dieciocho que se le podían ver en la manifestación de las banderas de colores.
Devolví el libro a Kike con una pequeña contorsión de sonrisa, él también tuvo una sonrisa, pero se notaba que no estaba dedicándola a mi persona. Volvió a acomodarla en su sitio del estante y siendo expresivo corporalmente, me dijo:
-Tienes aires a ella. Creativo, extravagante, eres honorable y das todo de ti en cada pequeño detalle -finalmente estrechó sus manos, las formó en palmas y, en un instante, estaba suplicándome-: Te pido todas las disculpas del mundo.
No supe lo tenso que me hallaba hasta que al querer decir algo, una gran bola de aire escapó de mí. Caminé directo a él y estreché su mano. Tuvo una pequeña lágrima escurridiza que secó al abrazarme. Volvió a apartarse y con ambas manos estrechó la mía con elocuencia. A lo que agité también mi mano, riéndome en el acto. Pasaron pocos segundos hasta que su figura colapsó en mí, arrodillándose en el piso, soltando fugas de agua sin articular palabra. En menos de un minuto, veía las cosas de manera acuosa e, irónicamente, diáfanas.
Escucha: This is the last time, de Keane.
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