3. Polvo de estrella
Muy bien, creo que esto ha de interesar a más de uno. Si el clima es fresco, sin dejar de ser cálido, los rayos del sol abrazan tu cuerpo con delicadeza a la vez que el césped te protege y susurra las más bellas palabras cuando te hace piojito; dime por qué no ibas a dormirte. Roncar como un gato persa entre doce y dieciséis horas del día es fantástico. Comienza por pequeños espasmos de movimiento en tus orejas, jugueteos con tu cola y comezón en los bigotes. Es tan acogedor que sueñas con whiskas.
El parque japonés, para la humilde opinión humana de Bosco, era reconfortante por aquella ausencia de artificialismo a excepción de las fuentes para aves y los arcos de mármol. Los arces se sintonizaban adecuadamente al Sol y transportaban el brillo amarillo a los alrededores del pasto veranal; donde yacía Incín persa gris recargando su lomo a los pies de Damián;quien emitía ligeros ronquidos ocultados por la boina gris; que ocultaba su cabello carmesí —cuya tonalidad parecía la de un durazno maduro por el paso del tiempo en el tinte.
Bosco cruzó el sendero de tierra hasta la pequeña colina donde descansaban sus amigos. Se veían como pequeños niños que se habían agotado tras haber jugado por horas en una fiesta infantil. Él le tendió la mano al pelaje gris de Incín hasta que éste reaccionó con una mordida en su dedo medio. Al momento en que Bosco logró calmarlo con una seña y hacerle notar que era él, su dedo medio se había marcado con sus colmillos gatunos.
Se dio la vuelta y pateó el trasero de su amigo Damián (Incín estaba lo suficientemente ocupado acicalandose como para notarlo). Damián se quejó como un oso pardo que se había ido a dormir tras robar la miel y lo habían interrumpido en su climax de hibernación. Le regocijó a Bosco:
—¡Déjame dormir, viejo! ¿Era necesario patearme el culo, maldito? —reclamó severo.
—Creo que no... Fue divertido aún así, supongo que terminaron de grabar —dijo Bosco.
Damián seguía trabajando con mucho empeño en su cortometraje, parecía haberse propuesto explorar Salmet de arriba-abajo para así hallar los mejores lugares para filmar. El último día de clases se dirigió al parque japonés donde encontró un lugar adecuado para iniciar con las filmaciones. Él llamó a casa de Bosco, fueron muchos intentos marcando a su teléfono. Quizá si el mapache hubiera respondido, si tuviera ganas, se hubiese enterado antes que le robaron su teléfono. El punto es que le pidió permiso a Bosco para llevar a Incín al parque japonés para una filmación. No le tuvo que dar muchas explicaciones al tener la confianza de Bosco, pues le dijo que sí.
—Debo admitir que es realmente inquieto. Quiso cazar a los pájaros que bebían en la fuente y también asustó a un chihuahua que pasaba por aquí... —contestó Damián, jadeante—, pero sí, saqué cosas buenas. ¿Me pasas mi cámara?
La cámara estaba bajo las patas de Incín que no dejaba de darle golpecitos en la lente. Bosco la recogió viendo su dedo medio marcado. Se había hecho tarde, ya estaba oscureciendo y era visible la luna desde el parque. De pequeño, a Bosco le daba miedo la Luna Él creía que ésta se estrellaría contra su casa y todos morirían, era por eso que le compararon unos binoculares baratos. Pensaba que si no dejaba de verla, nunca chocaría contra su hogar. Por lo que su madre y su hermana, de ocho años en ese entonces, estarían a salvo. Años después, su madre le obsequiaría unos binoculares más profesionales, pues desarrolló un amor a las estrellas y la revisión del espacio.
—Ten. ¿A qué hora le pedimos a Julia que viniera? —curioseó Bosco, con una voz melódica. A Damián le causó risa.
—En media hora ya va a ser de noche. Y... yo calculo que debería estar aquí a las siete de la noche.
—¿Y para qué el gorro ridículo? —dijo Bosco señalando la boina gris de Damián.
—Voy a sustituir lo que dijiste a «¿Por qué la boina?» —contestó Damián—. Y te lo resumiré a que me da poderes de director, así que ¡vayamos a la laguna!
2
—No, pero ya enserio ¿qué vas a hacer aquí, Damián?
—Las estrellas dan otra presentación al trabajo. Son como pequeños entes con vida propia y alma, además en mi cámara se ve grandioso...
Estaban sentados en el césped castaño, rodeados a lo lejos de arces (aquellos de hojas anaranjadas) y las estrellas ya eran visibles. El reflejo de la laguna cristalina rebotaba en el bello pelaje del gato, quien se había vuelto a dormir. Bosco llevaba consigo una mochila amarilla de tirantes azúl marino, de ella sacó esto:
—Chécate esto —dijo Bosco—. Es una estrella de mar deshidratada; me la dio Sarabi para algo importante; es sensacional, ¿no crees?
La traía colgando de la mano, parecía un collar. La estrella de mar estaba descolorida y era realmente pequeña, parecía un objeto cínico más que bonito. Tenía cinco picos poco puntiagudos y era de apariencia rasposa.
—¿Me veré muy mamón si te digo que eso es horrible? —añadió Damián—. Traes un cadáver en la mano derecha. Mira la cara de tu gato, ¡incluso a él le repugna! —apuntó al gato, quien se estiraba con tremendo bostezo sobre el césped.
—Es para Julia. Voy a pedirle que seamos novios y estoy realmente cagado de miedo, y Sarabi no pudo venir; por eso, tú eres mi única esperanza, Obi-wan Kenobi —suplicó Bosco.
—¿Me van a decir cuál es el secreto de esa niña o no? (Sarabi). Solo dígamelo y ya, es parte del pacto de amistad que hicimos en abril —exigió con una voz graciosamente varonil.
—Ella... está ocupada. ¡Demonios! Me sudan las manos. ¿Te acuerdas de algun poema de algo que sea que hayas leído? —dijo Bosco saltando como un chapulín.
—Préstame tus binoculares y ahorita vemos ¡qué... pedo! —Bosco se los pasó mientras Damián observaba las estrellas, los binoculares lucían cómicos entre su boina y su cabello descolorido.
Estuvo jugueteando con ellos pasando la vista por todo el parque y caminando entre los arces, esto hizo irritar a Bosco. A parte, Incín le estaba mordiendo la agujeta de su zapato. Estaba con un par de tontos que no lo entendían ni trataban de ayudarlo. ¡Ni siquiera Incín estuvo para darle consejos!
—No estás viendo correctamente, Damián, ¡solo andas pendejeando! Mejor ya para y cuéntame un poema que conozcas —insistió Bosco—. Ya va a llegar Julia.
—Si me cuentas la historia de una constelación; te ayudo, es mi segunda condición, también tienes que mostrármela y explicarme —Damián proyectó un gesto de conformidad—. De eso sabes más que yo.
Bosco dio un gran y profundo suspiro con el que contuvo las ganas de extrangular a Damián y patear a Incín, los quería y muchas otras cosas, pero estaban colmando su paciencia. Apuntó al cielo, ya estaba negro y rodeado de estrellas vacilantes, aquellas que parecen puntitos —que el ojo humano identifica apenas dos mil de las que comen planetas—. Cuyos cuerpos comparados con una pelota de playa eran mucho mayores que la Tierra comparándola con un guisante. Así, divisó la constelación de Andrómeda.
—Ya tengo una. Siéntense, tú también, Incín. No voy a tardar tanto, pero observen con atención —enunció Bosco con una voz dramática. Señaló con su dedo mordido por Incín, quien ya había despertado, desde los arces hasta el cielo y el espacio. Les describió el espacio exterior.
«Como pueden ver, Andrómeda tiene la forma de una letra "A" invertida. Se localiza fácilmente al encontrar la constelación de Calsiopea y Pegaso, tiene tres estrellas extremadamente brillantes y es la decimonovena más grande de todas. "Aguarden, cometí un error terrible y olvidé que solo podremos ver la constelación hasta Agosto entorno a las diez pm", pensó. "¿Entonces qué estoy señalando...? ¡Oh ya! Bueno, ya qué... No lo notarán", supuso.
En la mitología griega, Andrómeda era la única hija del rey Cefeo y Caciopea. A su tiempo existieron las nereidas, cincuenta en total, hijas del titán Nereus y su esposa Doris. Fueron consideradas las mujeres más bellas de todas, mientras a sus espaldas, Calsiopea se hacía llamar a si misma y su hija como las más bellas de todas, por lo que Nefeus envío un mosntruo marino muy similar a una ballena a atormentar las costas del reino de Cefeo. El muuuy imbécil le creyó a un oráculo que tenía que encadenar a su hija en el medio del mar para apaciguar la ira del dios del mar.
Cuando el monstruo marino se le acercó a la, resalto, "virgen", apareció el héroe Perseo. Al parecer se enamoró de la joven a primera vista, mató como a una cucaracha al monstruo y más tarde se cansaron. Y fueron lanzados todos a la mierda hacia el cielo convirtiéndose en constelaciones.
Imaginen una mujer encadenada de cabeza en una roca. Allí está Andrómeda».
Damián comenzó a aplaudir y al parecer Incín creyó que era una fiesta, pues empezó a saltar como un loco entre sus cuatro patas grises. Después, Damián concluyó la ronda de aplausos y le dijo «¡Qué cagado lo contaste!».
—Añado una tercera y es que me digas: ¿Para qué es el cadáver de estrella de mar?—ordenó Damián. Bosco lo miró con recelo y siguió.
—Porque yo, quiero decir que... Yo amo a Julia y quiero que la tenga. Las estrellas de mar llevan al extremo su capacidad de sobrevivir, al igual que Julia. Si se les parte un brazo lo regeneran, al igual que nosotros con las uñas, y lo mejor de ellas es que son asexuales. Por lo que una estrella de mar nacerá del brazo caído, se aferran a la vida como no tienes idea y todo gracias a la gemación.
—¡Ay, pero qué lindo y tierno muchacho! —vociferó Damián con la voz monótona de una viejita chillona—. ¡Ojalá hubiera más como tú, querido!
—Bueno, sí... Ya cállate, ¿quieres? —suplicó Bosco.
—Bueno, aquí está tu poema —dijo con un agotado bostezo y enunció sonoramente:
«Absolutamente todos nacemos únicos en apariencia, esencia y talento, por lo tanto somos inigualables.
No imites tratando de ser otro o estarás cometiendo "piratería", pero en este caso robándote a ti mismo la capacidad de ser tú". ¿Comprendes, Bos?».
—También pudiste haberme dicho que no me ibas a ayudar, pero ya es muy tarde pata arrepentirme...
3
Damián se había llevado a Incín a una sesión de rodaje junto a la laguna, quien le acompañó con una colita campante, debido a que tendía a ser más activo de noche.
Bosco y Julia permanecieron en la colina donde Bosco había encontrado a Damián e Incín hace un rato. Ambos estaban sentados y el estómago de Bosco se sentía como una jaula con una feroz Águila inquieta en su interior. Por su parte, Julia se mostraba tranquila y segura. La historia de Andrómeda le hacía a Bosco querer ser Perseo para casarse con ella (Julia), porque él sabía que había sentido amor a primera vista desde que la conoció.
Le narró a lujo de detalle como nunca hubiera podido con Damián o Incín, ella se mostró emocionada y complacida al final, solo hacía falta darle la estrella y pedirle que fuera su novia. Su garganta palpitaba como si se le hubiera subido el corazón y sentía un profundo asco, se mantenía tranquilo jugando con las ruedas de los binoculares, los apretaba con mucha fuerza.
—Julia, incluso en medio de todas estas estrellas puedo notar que tú eres alguien única —ella se ruborizó y contestó con una sonrisa un poco bromista.
—No lo sé, Bosco. Creo que hay cosas mucho mejores, tú también eres especial. Deberíamos ir con Damián, tengo ganas de ver lo que están haciendo desde que sacó la cámara —dijo Julia muy ilusionada.
Ella se levantó y dio un par de pasos hasta que Bosco le pidió que esperara. NO DEJABA DE HACER RODAR LAS RUEDAS DE LOS BINOCULARES. Dio un rápido suspiro y se le acercó dándole la mano donde no lo habían mordido.
—Te amo, Julia —y la besó.
Fue él quien inició el beso sin siquiera darse cuenta que fue el primero que daba en su vida. Estaba aliviado de que fuera Julia «la primera persona», sus labios eran sencillos como la piel de un durazno y picantes —le recordaba a la sensación del Miguelito en la boca—, se sentía como un sabor a cereza con una pizca eléctrica en la punta. Y notó que el beso duró menos de cinco segundos, suficiente para sentir el flechazo, pero tardó en notar que Julia no lo devolvió.
Lo miraba con una expresión horrorizada, arrugando la naríz, pero no con asco, lo veía como a un cachorro tierno, con una mirada aterradora y maternal. Con culpa y vergüenza. El águila rompió la jaula en el interior de Bosco y salió volando para transportarlo de vuelta a la realidad.
—¿Qué pasa? ¿Yo... yo lo... Tú estás...? —tiraba de las ruedas de los binoculares lado a lado y las regresaba.
—No, no es tu culpa. No, Bosco, no llores. Yo, yo creo que soy asexual —y tontamente Bosco pensó: «¿Como las estrellas de mar?».
Tiró una vez más y en descontrol las ruedas de los binoculares, con tanta fuerza que los rompió a la mitad. Los partió, con un brusco apretón en cada rueda. Los lentes cayeron en pedazos al césped, se veía marrón por la noche. No fue a propósito, haberlos roto, sus pulgares se resbalaron entre las ruedas. Julia continuó:
—Y no tiene nada que ver contigo, en serio creí que tú, creí que yo... —no encontraba el consuelo que buscaba en sus ojos. No había significado en las palabras de Julia.
Aseguraría que le dio una explicación, pero Bosco ya no la escuchó. Toda palabra que Julia dijera, para Bosco, sonaba como la estática en un canal falso de T.V. Y como no oyó nada se marchó de allí, Incín es un buen amigo y lo acompañó a paso leopardo. Damián es también un buen amigo, pero tardó más en encontrarlo en medio de los arces.
4
Se había recostado entre varios arces, estaban tan cercanos entre sí que parecían arbustos. El águila había sido tan feroz que dañó su interior al escapar volando de la jaula. Incín estaba recostado junto a él, le lamía la sangre que le recorría las llemas de los dedos al haberse cortado con los cristales que cayeron de los binoculares.
Extrañaría mucho esos binoculares.
La Luna parecía descender con gran velocidad y de seguro aplastaría todo Salmet, mataría a todos. Pero las copas de los arces no lo dejaban ver de buena manera, lo mantuvieron oculto. Sus hojas anaranjadas cubrían a la Luna del todo y descendían al césped con los empujones del viento de la noche. La lengua de Incín le hacía cosquillas entre la sangre y sus dedos, mas Bosco no podía reírse. Era más como un exilio que un momento para deprimirse, no sabía si quería o necesitaba estar solo. Damián al fin llegó, con su cámara en mano y su ridícula boina gris de la suerte. Venía solo. Reflejaba angustia, con la cual expresó de pie:
—No diré nada. Solo estaré aquí hasta que te sientas bien para irnos. ¿Les gustaría hacer una pijamada improvisada? —enunció severo—. Tanto tú como Incín. Podemos escuchar The cure, sé que te gusta mucho y compré una cinta especialmente para ti. Planeaba dártela antes de que me fuera, pero la podemos abrir hoy... —Damián calló.
Bosco revisó sus manos, estaban en cierto modo más limpias, apenas había rastro de sangre, pero odiaba que Incín tuviera su sangre en el hocico y a la vez manchados los bigotes. El gato se acurrucó, con su torso en el pecho de Bosco, muy parecido a cuando se durmió junto a Damián sobre la colina. Su amigo Damián se acercó amistosamente y recargó su espalda en la de Bosco, éste se asustó un poco, aunque no se movió.
—Tranquilo. Pensaba patearte el culo por mi parte y después en sentarme a empollarte como una mamá gallina, pero creo que no hace falta. No es el momento —Bosco esbozó una peculiar risita.
—Te diré una cosa: Las estrellas de mar tienen un pésimo sentido materno, de hecho. —Dijo moquiento.
Caminaron en grupo a la entrada del parque japonés. No deseaban pasar por donde habían quedado los binoculares así que rodearon entre los árboles de arce, la Luna los iluminaba parcialmente entre las ramas durante la caminata. Cuando estaban saliendo se encontraron con un carrito de golf.
Cuando Bosco y Julia se conocieron, ella lo llevó en él para encontrar a Incín, fue un momento feliz en aquel tiempo. En aquel tiempo. Era rojo como la sangre que derramó en el parque. Bosco metió la mano dentro de su bolsillo y sacó la estrella de mar de color arenoso. Las mangas de su sueter también arenoso, estaban manchadas y como se habían secado parecía un color café.
Tomó la estrella con fuerza y dirección y la arrojó con gran fuerza y precisión al igual que los dardos que había lanzado en la feria. Le atinó a uno de los faros, de inmediato el carrito de golf emitió una alarma y sus luces encendieron junto con el otro cristal roto. Iluminaban al polvo, este ascendía resplandeciente cual polvo de estrella. Era bonito de presenciar, la estrellita de mar se había quebrado tres brazos al romper el cristal, solo quedaban dos y esos nunca los podría regenerar, porque la estrella que pensba darle a Julia era tan solo un cadáver que Sarabi compró cuando fue a la playa.
Incín se asustó y saltó a los brazos de Bosco aferrándose a sus mangas cubiertas de sangre. Damián miró a su amigo, su mejor amigo, quien nunca tenía actitudes impulsivas como aquella, menos en medio de la noche, debería ser al revés ser Damián quien pierde el control como siempre. la excepción era esta, este era su turno de ser el amigo maduro ya que su amigo solo miraba austero al carrito de golf. Y Damián sumó a la conversación:
—Olvídalo, llegaremos a mi casa, te pondremos una venda y mejor aún, escucharemos a Billy Joel.
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Dedicado a Stardust-girl. Seas quien seas. Lamento haber roto tu corazón, gracias por avivar el mío.
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