2. Un caparazón intrínseco
Existen alimentos que nunca podrá digerir una persona. Gato; tortuga; caracol; rana, etcétera. Y es simple el porqué. Básicamente su sistema no es capaz de hacerlo, sin embargo, a veces se necesita práctica para ser capaces de digerir cierto alimento y solo con la práctica lograremos volvernos inmunes a los efectos secundarios. Hay otras sustancias que con el simple hecho de introducirlas a nuestra boca pueden provocar un envenenamiento instantáneo.
¡¿Por qué las personas tratan de ingerir a la gente que no vale la pena!?!
1
Cruzó el puente de tablones cuidadosamente, había piedras que brillaban al estar húmedas en la superficie del río. Pasó tablón por tablón hasta llegar al extremo del camino donde estaba Incín —cada paso podía resultar en una caída húmeda directo al río—. Las tablas no paraban de crujir. Bosco estaba «perdido» en cierto modo, pero al menos Incín estaba allí. Era verdad que junto a un extraño de quince años con el que compartía tocino, sin embargo, sabía dónde estaba.
—¿Qué crees que haces, Incín? Tú no puedes comer carne de cerdo ¡Ni siquiera puedes estar aquí! —se antepuso al chico y tomó por el lomo a Incín, su gato—. Y tú... tampoco lo alimentes, solo puedo hacerlo yo.
El chico le miró con una mueca bufona que comía un trozo de tocino. Su bicicleta estaba a unos cuantos metros de ellos, haciendo lucir a la de Bosco como un osito afelpado, ya que era un monstruo —por llamarlo de cierto modo—. Sus ruedas estaban diseñadas para subir montañas y era de un cuerpo verde olivo.
—Chistoso. ¿Quieres tocino, Bosco? —mencionó el chico. Bosco alzó ligeramente la cabeza hacia él.
—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Nos hemos visto antes o? —preguntó consternado.
—Uhh... Creo que íbamos juntos en la escuela —alzó una mirada sarcástica y su rostro se llenó de un rubor tenue—. Soy Marcel.
—¿Por qué le das tocino a mi gato, Marcel? —constestó enfadado.
—No te acuerdas de mí. Comprendo —Bosco lo veía confuso—. También hicimos equipo de trabajo para la maqueta de Historia, quizá eso te refresque la memoria... No, no lo hará. Parece que tus conexiones neuronales no trabajan con recuerdos viejos —Marcel llevó su dedo índice a uno de sus labios para razonar—. Me prestaste quince pesos una vez... Aquí tienes —había metido su mano al bolsillo y entregó a Bosco un billete en la mano esperando una respuesta.
Su cabello era rizado y de color mostaza, se le sacudía como un borrego mientras observaba a Bosco con extrañeza. Quizá no era algo personal, del todo, porque Bosco no era bueno recordando; por otro lado, él había envenenado a su gato.
—Conserva tu dinero.
Bosco imaginaba las mil y un formas en las que Incín podría morir. Hizo lo más sensato que encontró: Abrió la boca de Incín contra su voluntad y husmeó con su dedo por su boca hasta inducirle el vómito. Éste salpicó hacia la tierra, en dirección opuesta de los chicos, se disparó como una bala: «inesperado» y «rápido». Marcel lo miró con una expresión de horror sincera, apartándose unos pasos hacia atrás.
Finalmente Bosco soltó a Incín y éste se acurrucó culpable como un ladronzuelo en el suelo, cubriéndose entre las ojas y observando su vómito de color rosita pudrefacto.
—No debes darle ciertas cosas a un gato —rezongó hacia el chico mostaza—. Primero. No beben leche, eso es ficción porque son intolerantes a la lactosa y apenas unos cuantos pueden digerirla. Segundo. ¡No comen atún porque pueden tener intoxicación por mercurio; el chocolate les provoca ataques al corazón... y... ¡se han vuelto débiles y tampoco pueden comer pescado crudo! ¡Olvídate de darles croquetas para perro! Tercero...
Miró a Marcel, éste le había puesto una mirada extrañada, de nuevo. Decidió tomarlo con un poco más de calma para que no quedara como un bicho raro.
—Les cuesta trabajo digerir un exceso de grasa... —cambió a un gesto indignado—. Como la carne de cerdo tiene glóbulos más grandes, puede obstruir sus vasos; en especial los procesados como el «tocino». Digo, ni tú deberías comerlo.
—Ya. Le di leche y tocino, una disculpa —mencionó Marcel a Incín—.
Bosco miró en rededor, una vez callados el río era todavía más ruidoso y a la vez relajante.
—Le he dado varias veces, aunque antes solo eran croquetas para gato —Bosco volteó a verlo con interés—. Pensé que era callejero o algo así, porque venía mucho aquí a finales del año pasado. Estaba muy sucio y en realidad era agresivo. Tuve muchos rasguños en los brazos cuando lo conocí.
—Se extravió, de hecho. Fue cuando me rompí la pierna... —recordó Bosco—. Fueron tiempos difíciles.
—¡Oh, Claro! Nunca supe qué te pasó.
—Prefiero no contarlo.—sonrió hipócritamente.
—Como sea... Empecé a traerle croquetas desde la segunda vez que lo vi. Fue una rutina, básicamente, hasta que un día dejó de venir... Imaginé que se habría aventurado a las montañas... —Marcel miró en aquella dirección—. Desde hace un mes viene de vez en cuando.
—¿Por qué nunca te lo llevaste a tu casa? Pudiste hacerlo,¿no? —Bosco quería saber más. Su punto a descubrir era que: Incín fue atado a una de las rejas de su casa, y si no fue Marcel quien se lo llevó... ¿Quién fue?
—Sí... No hubiera durado ni dos horas en mi casa —contempló reflexivo. Y caminó lejos del río arrastrando su bicicleta—. Vámonos, hará mucho frío dentro de unos minutos.
Bosco e Incín lo persiguieron, quizá él conocía un camino alternativo para salir de ahí. El gato saltaba de piedra en piedra mientras caminaban entre los arboles cuyo nombre desconocía Bosco.
—¿Qué haces aquí, Marcel? ¿Todo este tiempo has estado aquí...? Disculpa que no te recuerde, será una excusa pendeja, pero no soy bueno recordando gente.
—Tienes razón. Es una excusa pendeja...—respondió Marcel y se quedó callado.
—¿Y...?
El camino era enredoso y largo, sin embargo lo estaban recorriendo muy aprisa. Bosco tropezando un par de veces e Incín felizmente apurado. Terminaron saliendo por el lado suroeste del Bosque, había unos cuantos autos y personas por allí, y los edificios en su mayoría casas no superaban los tres pisos. Era la zona urbana. Marcel cruzó la calle, junto a Bosco y el gato, y tomó asiento en una banca fuera de un edificio pequeño.
—¿Vives por aquí? No vengo mucho a esta parte de Salmet —cuestionó Bosco con Incín en brazos.
—Sí. Por aquí. Ni pienses que te enseñaré donde vivo —reprochó Marcel comiendo el último trozo de tocino—. ¿Qué tan dañino es esto?
—Yo no lo como. Lo llamo envenenamiento por negligencia y estupidez.
—No comeré más... —miró la envoltura por un segundo—. Bueno, voy a tratar.
—Adiós, Marcel. Gracias por tu ayuda. Debo volver a mi casa y llevar a Incín al veterinario todavía...
Marcel levantó su bicicleta y le preguntó a Bosco acerca de la suya. Entonces se ofreció a llevarlo junto con Incín a por ella. Estar en su bici era como ser el mismo Correcaminos, y por ello, el viaje duró un parpadeo comparado con cruzar el bosque. Después, Marcel acompañó a Bosco a su casa, cada uno en su bici. Era curioso. La casa de Bosco estaba en una pendiente profunda que nunca había apreciado hasta que le dieron su bicicleta verde lima.
—Vamos, dime, estabas en medio del Bosque, ¿sabes? —le insistió al bajar de la bicicleta—. Yo le hubiera puesto «Bosque de los suicidas» después de lo que ha ocurido hace poco. ¿Qué hacías allí?
—Eres chistoso, Bosco. Voy de nuevo a mi casa, se hace tarde y no quiero llegar a oscuras. Avísame si puedo hacer algo por tu gato, mi número de teléfono es: (55) 8702...
—No tengo teléfono... Me lo robó un mapache... Je, je... —se rascó la cabeza—. Soy chistoso, ¿no?
—Diría... —dedujo Marcel, inspeccionandolo de pies a cabeza—: descuidado. Una cosa, Bosco. Es una pregunta bonus: ¿Seguirás el próximo año en Salmet? Parece ser una de las mejores opciones en realidad, según mi opinión. No es tan peligroso como otros lugares, creo, y puedes ir a alguna de las escuelas que están al rededor.
—Lo he pensado mucho últimamente, ¡en verdad! En verdad me gustaría...
—¿Y por qué no...? —lo interrumpió Marcel, bruscamente—. No soy adivino, pero se nota en tu rostro. Te tienes que ir, imagino.
—Toluca... —susurró Bosco—. Cuando termine el verano.
Bosco se volteó a observar el arrebol —las nubes cubiertas por los últimos rayos del Sol—. Es casi como aparecer en la cima de una montaña y observar lo que está por debajo, iluminandose como un infierno pacífico, en su opinión contradictorio. ¿No?
—Apuesto que vas a extrañar esta vista. Yo lo haría sin duda —expredó Marcel con un suspiro y agitó ligeramente su cabello de cordero mostaza.
—No lo había pensado, de hecho —reflexionó Bosco, pero no pensaba en la vista, pensaba en sus amigos.
—Bueno...
¡Adiós!
2
El veterinario le dijo a Lina y Bosco que hicieron lo correcto en traer a Incín cuanto antes. Lo hizo con una sonrisa parecida a la que hace uno cuando no puede aguantar más las ganas de ir a cagar.
—«Este gato tiene problemas gastrointestinales».
A lo que le siguieron tabletas que Bosco tuvo que administrar discretamente entre las croquetas de Incín. Lo que hizo que al día siguiente el gato, evadiera la comida que su dueño-amigo-familia trataba de darle.
Además, Lina, se molestó mucho después de ver a Incín vomitando en su edredón de caifanes.
3
¿No te ha ocurrido que una persona hace algo que te sorprende tanto que piensas que es una broma? La madre de Bosco le dio un celular de repuesto hasta que regrese a la escuela. Ahora tiene un bonito celular de tapita.
Al día siguiente salió con Sarabi al lago del bosque de Salmet. Usualmente hay familias por allí que pasean en su bote, pero era muy temprano para ello al parecer.Se suponía que nadarían o eso habían planeado, en cambio lo rodearon más de cincuenta veces que fue igual a una hora y media.
Tuvieron otra de aquellas extensas y profundas charlas filosóficas como; si es mejor o peor chopear una galleta en la leche; lo mucho que supera un gato a los perros como mascota y amigo; cuantas personas habían conocido el último año y quién fue el peor; chismear sobre Damián a sus espaldas; debatir entre la felicidad y si se obtiene por medio del dinero o no; qué merece experimentar toda persona en su vida; pensar cómo sería la vida de Aurelio en el internado —un bully que les invitó a su cumpleaños y organizó ataques contra su reputación en diversas ocasiones. Ya que así era la única forma en la que él veía las cosas mejor para sí, sin mencionar el sentimiento latente que tenía hacia Damián—. Por su parte, eso les llevó a hablar sobre la honestidad y hasta que punto una persona debe ser honesta y sobre la amistad. Y... un poco del fin de los tiempos.
—Me odio un poco a mí misma, pero a la vez no puedo —le comentó Sarabi—. Tal vez a ti sí te odio. Pudimos hacer amigos y enfrentarnos a los demás desde hace mucho tiempo antes.
—No discutiré eso. Me agrada cómo ocurrió y no cambiaría nada de lo que elegí hacer —repeló Bosco, saltando a una piedra mientras rodeaban el lago.
—No, no lo elegimos, nos vimos obligados, por la situación. Ambos sabemos que no habría pasado lo que pasó de no haber sido por gente como Aurelio o Abril, por la ausencia de Lina y mis padres o tu gato persa... —tiró una piedra al lago y esta rebotó ocho veces, haciendo patitos.
—¡¿Por qué yo nunca puedo hacer eso y tú lo haces como si se tratara de cagar?! —exclamó celoso.
Un gran cúmulo de nubes se posó sobre sus cabezas, cubriendo el lago entero. La brisa se extendió y les abofeteó amigablemente los rostros junto con las pequñas gotas de llovizna.
—Este ha sido el mejor año de mi vida. «¡Estamos!» en los mejores años de nuestras vidas, Sarabi —gritó Bosco, dejando que las gotas de lluvia entraran en su boca.
—Me gusta cuando llueve. Y sí, probablemente ahí estamos... —alguien borró su expresión bruscamente, un recuerdo quizá..., ¿una persona?—. Y si es así, no todos lo ven del mismo modo —Sarabi corrió hacia los árboles—. ¡Mira eso!
Entre los árboles vieron una tortuga que venía hacia ellos, como tortuga tardó un minuto en acercárseles. Era grande y sabia, pero pequeña y vieja para ellos. Su caparazón estaba quebrado a la mitad, aunque seguía adherido a ella.
—¿Adónde vas, pequeña? —exclamó Sarabi.
—Al lago. ¿Deberíamos ayudarla? —cuestionó pensativo y se acercó a ella—. La voy a cargar hasta la orilla...
—¡Mejor no hagamos nada! —lo interrumpió de prisa—. Ella aún puede, siempre se ha movido por aquí con ayuda de su propia fuerza y así tiene que ser.
Sarabi se puso en cuclillas y después se puso a gatear junto a la tortuga, Bosco las miró sentado en un tronco de quién sabe qué árbol. La tortuga tomó la batuta y junto a Sarabi llegó a la orilla del lago y simplemente se postró allí.
—¿Crees que cada cosa tiene una esencia o algo así? —dijo Bosco.
—Todo lo tiene... O eso creo al menos.
—Pero si todo pasa por un cambio mientras existe, a veces, y se vuelve irreconocible... ¿Qué es aquello que le hace seguir siendo eso? —detalló Bosco, sintiendo que su cabeza estallaba miles de veces.
—¿Como esta tortuga? ¡Oh! ¡Como esta tortuga! —expresó maravillada.— Veamos: Tiene un caparazón y es lenta, aunque eso aplica también en un caracol —razonó con su tono detectivesco
—Porque un caracol es más pequeño y baboso...
—¡Bosco! No le digas pendejo a un caracol —enalteció Sarabi con un falso y forzado acento británico—. De cualquier modo, esta tortuga tiene el caparazón roto, mas sigue siendo una jodida tortuga... Corrijo, una magestuosa tortuga.
Ambos observaron a la tortuga, parecía que una persona había tallado una X sobre su caparazón. Era profunda y tosca.
—¿No se supone que ya no pueden cazar tortugas? —Bosco protestó horrorizado, dirigiendo su atención a la piel terracota de Sarabi y sus ojos negros.
—Se supone... Pobrecita —con su mano, acarició dulcemente a la tortuga. Sin duda se trata de algo totalmente intrínseco —objetó sarabi acariciando su cabello afro.
—¿A qué te refieres con eso? —dijo Bosco.
—Que es propio de las cosas, no se ve alterado por los otros ni por las circunstancias. Eso es la esencia —explicó Sarabi.
—¡Esto es muy complejo, mierda! —gritó Bosco, exagerando su tono de voz.
—Sin duda para ti lo es.
Rieron un rato, incluso la tortuga sonrió un poco. Cosa que le hizo pensar a Bosco si en verdad las tortugas hacen el sonido de «gemido de tortuga». Luego, Sarabi se puso muy seria, cosa que preocupó a Bosco.
—¿Estás... Pasa algo malo? —Bosco se sentó frente a ella.
—Nada es perfecto, así que no puede estar todo bien todo el tiempo... —se rascó la nariz con sus uñas rudas.
—Eso lo aprendimos hace tiempo.
—Estoy lejos de estar bien y es verdad. Es solo que, bueno, tú lo dijiste: «Es una perra...».
Cogió una piedra y con mucha agresividad la arrojó al lago, haciendo patitos que llegaron a diez, rebotando y formando ondas en el agua.
—¿Hablas de Belén? Claro. Ella te hizo esto, ¿verdad? —la miró a los ojos, ella apartó la mirada.
—Dejó de ser mi amiga —mencionó con la voz áspera de un tronco seco—. Pero yo sigo siendo amiga suya... Ya sabes, es Belén. Y es hora de que me preocupe solo por las cosas que a mi me importan.
La llovizna seguía, solo que era fresca y no fría, estaba humedeciendo el cabello de Sarabi logrando que sus chinos se hicieran lacios.
—Sarabi..., estaré para ti por siempre, sin importar lo que ocurra, incluso si algún día me odias. Estaré para ti —le habló Bosco.
Sus palabras hicieron que Sarabi se ocultara entre sus rodillas y soltó una risa boba, a la vez que hundía su mentón entre ellas.
—Ay, no... mi garganta. Tengo... tengo un maldito nudo por tu culpa y ya no quiero llorar... —Sarabi le dio un golpe en el hombro y cambió de tema—. ¿Has visto que si mueves los dedos de los pies, tus zapatos se mueven?...
—¡No sabes cambiar de tema! —rio Bosco, y ella lo hizo caer de espaldas.
«Porque es lo que hacen los amigos».
—Sarabi, no sé como decirte esto, en verdad... Es algo que no puedo controlar, no está en mis manos y yo... Voy a mudarme a final del verano y eso significa que no me quedaré contigo... Iré a Toluca. Tenía miedo, no mucho, pero sí temía contartelo...
No era algo que acostumbrara desde hace varios meses, y, sin poder evitarlo, lloró. Ella se quedó en silencio, las gotas de lluvia recorrían su rostro y a la vez le hubiese gustado congelar ese momento y vivir allí para siempre. Ella y Bosco nada más. Solo que... nadie puede vivir una vida en un segundo que nunca crece. Se acercó a su amigo y lo rodeó con un brazo, él se había encogido en sí mismo.
—Está bien, está todo bien y si no, lo estará —mencionó Sarabi con calma—. Mi único problema es que hayas tenido miedo de decírmelo —le provocó una sonrisa más comoda a Bosco.
—Sarabi, ¿estás...? ¡Oh, estás llorando! —notó Bosco.
—No, eso es ridículo. La lluvia está derritiendo mi cara, solo eso. ¡Ja,ja,ja,ja!
«En fin, tenemos una vida por vivir en tan solo seis semanas. Agarra tus cosas, tenemos que ir por helados de pistache».
«Sabes que está lloviendo, ¿no, Sarabi? Además, hace frío».
«¡¿Y...?! ¡¿Qué, Bosco?! ¿Qué más da? Ja,ja,ja».
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