Prefacio
No siempre he sido gorda. Antes tenía las curvas suficientes para pertenecer al tan ansiado grupo de las delgadas y las necesarias para atraer a cualquier hombre ante el que meneaba mi trasero.
Pero los continuos abusos por parte de ciertos miembros de mi familia hicieron de mí una zampabollos sin remedio.
Hay chicas que pasan su vida mirando las calorías de los alimentos y desechando los carbohidratos. Yo no era una de ellas. Yo me había dado cuenta de que lo que movía a esos hombres a tocarme, usarme y violarme era mi cuerpo. Mi escultural, bello y desarrollado cuerpo.
De modo que, como preadolescente inocente, asustada y sin recursos, en vez de combatir mis problemas con carácter e inteligencia, lo que hice fue bordearlos.
Busque una solución que no implicara enfrentarme a mis atroces atacantes de una forma directa y brutal.
¿Qué cuál fue la solución?
Ponerme hasta el culo de puta comida basura, bebidas azucaradas, grasas saturadas e hidratos. Cuantas más calorías indicaba el alimento, más ingería de éste.
¿Resultado?
Más de 30 kilos en menos de un año. Todo un récord, ¿no os parece? Deberían darme un puto premio por eso.
En apenas unos meses había destruido la fuente de todas mis ventajas, pero también había eliminado las desventajas.
Gracias a mi rostro, hermoso como pocos; y a mi cuerpo, me había labrado un lugar privilegiado en el instituto.
Era elegida reina del baile año tras año, sin competencia.
Los chicos suspiraban cada vez que pasaba contoneándome por los pasillos haciendo bailar mi corta falda de tablas de un lado a otro lo suficiente para mostrar el pliegue de mis nalgas.
Era la única chica de catorce años en todo el instituto que tenía unas tetas imponentes que embutir en un bonito sujetador de encaje que mostraba lo justo para desatar la locura de las hormonas de un macho adolescente.
Se lo que estáis pensando: "Menuda zorra". "Lógico que la violaran una y otra vez desde los once años". "Se ha ganado todo lo que le pase".
Puede que tengáis razón. Y puede que os queme vivas si un día cometéis el error de decírmelo a la cara, zorras. Pero, por ahora, no adelantemos acontecimientos.
¿Por dónde iba?
Ah, sí. Las ventajas: Regalos. Cartas en San Valentín. Fiestas únicas. Aprobados fáciles. Popularidad. Ego.
Desventajas: La polla de mi padre chocando contra el fondo de mi vagina mientras me dice que es por mi bien, que me quiere y que me protegerá siempre.
Menuda putada, ¿no?
Pues esto no ha hecho más que empezar.
Ahora mismo estaréis frente a vuestro dispositivo favorito para leer con una mueca de asco, debatiéndoos entre si lo que estáis leyendo os hace querer saber más o eliminar esta perturbadora historia de vuestra lista de lecturas.
Pues bien, dejaos de mierdas moralistas, pulsad la jodida estrella y seguid leyendo.
Si algo puedo aseguraros es que mis tetas no son lo único que valen 100k. La historia en la que estáis a punto de introduciros, también.
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