3. Jenna
"—No tienes que extrañarme, porque todavía no me voy. —"
Un movimiento de turbulencia me sacudió repentinamente haciéndome despertar de golpe.
Miré a mi costado derecho, y la mujer mayor de cabello rubio sentada junto a mí tenía los ojos cerrados y un par de auriculares puestos conectados a la pantalla del asiento delantero. Al parecer escuchaba un audio libro.
Me giré hacía la ventana, y me encontré con un cálido cielo azul lleno de nubes esponjosas. Aún no se veían cimientos de Indiánapolis, por lo que inferí que no estamos cerca de aterrizar.
Respiro profundo y me ajusto la cazadora color gris que llevo puesta. Recargo nuevamente la cabeza en el vidrio de la ventana, pero no concilio el sueño de nuevo. Estoy segura de que estaba soñando algo, pero ahora mismo, ya no lo recuerdo.
Entonces empiezo a tener recuerdos de Indiana. Hace más de un año que no pongo un pie en mi ciudad natal. Las vacaciones de Invierno las pasé en Nueva York, pues mis padres querían tener una navidad y año nuevo cerca de Times Square, —el cual solía ver realmente impresionante cuando recién me mudé, pero después de unos meses, me pareció tan poco atractivo como para el resto de la gente local— y con respecto al Spring Break, estuve en Colorado con mi abuela.
Nunca imaginé que me sentiría nerviosa por volver al lugar que solía llamar hogar. Pero entonces, él viene a mis pensamientos como si fuera un proyector de película anrigüo, pues parece que lo veo reproducirse a través del cristal donde me apoyo.
Nolan.
Recuerdo, todos nuestros momentos juntos. Ezra, Nolan y Jenna. Siempre. Los tres mejores amigos inseparables.
Nolan era un chico rubio, encantador de ojos marrón claro, tez blanca bronceada ligeramente. El amigo que el primer día de clases en primer grado, me golpeó con el borrador de la pizarra en la cara y ésta se me llenó de tiza que al instante, me hizo estornudar. En lugar de disculparse —porque lo hizo apropósito. Solían no gustarle las niñas— comenzó a reír, y dijo que había sonado como un gatito. Ese cumplido me pareció adorable, y en vez de molestarme, también comencé a reír.
Así nos volvimos amigos.
Por otro lado, Ezra ya era mi amigo. En ese entonces era el único vecino de mi edad. Y nuestras mamás solían llevarse bastante bien. En realidad no tengo un punto de partida con respecto a ese chico de tez un poco más blanca, cabeño castaño ligeramente ondulado, y un par de ojos enormes, profundos y marrones, con un notable y tierno lunar en la barbilla inclinado hacía la izquierda.
Ambos eran atractivos, pero sus personalidades siempre fueron un lío. Nolan era muy amigable, siempre estaba dispuesto a hacerle un favor a alguien, pero era demasiado bromista, a tal grado de ser algo molesto. Recuerdo cuando en séptimo grado se llevó a mi gatita —Shelly— de la casa sin mi permiso y lloré un par de días creyendo que había escapado hasta que confesó que cerca de su casa, había un gato macho color negro que necesitaba "una novia" afortunadamente, ese romance no funcionó.
A veces solía ser tímido. No lograba emparejarlo con alguna amiga o compañera de clase. A veces era todo un misterio. No hablaba mucho sobre sí mismo.
Por otro lado, Ezra, siempre ha sido un súper cerebrito. Demasiado competitivo, a veces testarudo y orgulloso, pero siempre reconocía sus errores, era capaz de dejar todo por ayudar a un ser querido. Jamás fue ingenuo, siempre estaba alerta ante el peligro. Ezra tuvo un par de corazones rotos que Nolan y yo consolamos, en esos momentos yo, apreciaba con mayor razón el alma tan buena y sincera que tenía. Realmente sentía y lo daba todo, para después, no obtener nada. Eso me dolía.
Es entonces que recuerdo nuestro —casi— último verano juntos. Pues faltaban un par semanas para que terminara por completo cuando fue el funeral de Nolan. Recuerdo cuando nos graduamos de la Preparatoria, nuestra ceremonia y el grito de victoria que hizo Nolan cuando le entregaron su diploma el cual, nos avergonzó a más de uno.
Recuerdo cuando salíamos a pasear en bicicleta, o nuestras noches en el auto de Ezra bebiendo alcohol —ilegalmente— mientras escuchábamos a 5 seconds of summer a todo volumen mientras bailabamos al pie de la carretera a las afueras de Indianápolis, pensando en el mundo que nos espararía allá afuera, en la Universidad. Pensando en que la distancia no nos separaría.
Pero hay algo mucho más fuerte que no tomamos en cuenta, y que puede separar a dos o más personas irremediablemente; La muerte.
Nunca me imaginé que Nolan sufría. Siempre hablaba de irse lo más lejos posible de Indiana. Pero nunca se le vio deprimido, o llorando, o con cambios de humor muy drásticos, más allá de lo normal en la adolescencia. Nunca me imaginé que Nolan se iría demasiado rápido.
Cuando me hablaron del suicidio, sentí que toda mi vida fui una pésima amiga. ¿De verdad no me daba cuenta de su dolor? Me sentí culpable por no a ver estado esa noche con él. Evitar que tomara una navaja, y se cortara las venas. Sintió el dolor profundo y su alma irse lentamente. ¿Por qué lo hizo de esa manera tan cruel, lenta y dolorosa?
Y su funeral, fue el impacto más grande que tuve en mi vida. Su familia estaba ahí. Incluso su abuela que vive en Detroit se presentó. Nuestros ex compañeros de la Preparatoria, todos estaba ahí. Fue el momento más desagarrador de mi vida. Todos lloraban desconsoladamente. Incluso algunas personas, cayeron de rodillas durante el sermón del sacerdote antes de enterrarlo, al no poder soportar su pérdida.
La señora Stotch, estaba devastada. El dolor se la carcomía viva. Cuando comenzaron a introducir el cajón en la bóveda, ella se lanzó encima, suplicando que no lo enterraran. Eso me duplicó el dolor que sentía. Ahora Nolan se iba definitivamente. Varias personas tuvieron que sujetarla hasta que por si sola pudo mantener el control.
El Sr. Stotch estaba de pie junto a ella, con los ojos llenos de lágrimas que nunca vi derramar. Tenía una postura rígida, los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Lo vi consolar un par de veces a la Sr. Stotch, pero nunca lo vi sufrir como ella. Seguramente el peso de la muerte le cae tiempo después a algunas personas.
Lo más doloroso que recuerdo, fue la foto de graduación de Nolan que usaron durante el velorio. Donde usa su respectiva bata negra con el clásico gorro cuadrado, mientras sostiene su diploma en ambas manos con una hermosa sonrisa blanca de lado a lado.
Recuerdo esa expresión en su rostro, y me duele saber que no la volveré a ver nunca. Me duele porque quería verlo así de feliz toda su vida. Quería seguir creciendo con él. Incluso, llegué a desear vivir con su odio. Que me odiara por cualquier razón, que me sacara de su vida por completo, antes que verlo muerto.
Aunque ha pasado un año, es doloroso. Todavía lo es. Y pensar que volveré a Indiana cuando mis últimos días ahí estuve echa polvo, me hace acelerar el corazón.
De hecho, se me acelera tan rápido al imaginar cómo se sintió antes de morir que incluso mis manos sudan. Me empiezo a sentir incómoda y el aire me falta. Comienzo a mover los pies desesperadamente y entonces abro mi mochila —que descansa en el suelo junto a mis pies— para buscar mis píldoras impacientemente hasta que recuerdo que en un vuelo, no puedes llevar medicamentos arriba, pues debe ir en el equipaje de abajo.
Trato de tranquilizarme respirando profundo, tratando de localizar algunos puntos dentro del avión que me hagan distraer de la sensación. Y entonces veo la señal de cinturón de seguridad encenderse, y es ahí cuando escucho al capitán:
—Damas y caballeros con destino a Indianápolis, Indiana, nuestro descenso va a comenzar. El clima es de 19° y está parcialmente nublado, gracias por volar con nosotros—.
«Al fin. » pienso antes de reclinarme en el asiento y cerrar los ojos.
◇◇◇
Una de las cosas que definitivamente más se extrañan cuando eres foráneo, es la comida casera.
Una de mis comidas favoritas es la pasta, y la pasta carbonara que hace mi mamá es tan deliciosa, que forzosamente debo servirme otro platillo.
En el transcurso del viaje desde el aeropuerto hasta nuestra casa, nos dedicamos a hablar de lo que hemos hecho durante los últimos seis meses, aunque procuro llamar de vez en cuando, no siempre me entero de todo lo que hacen mis padres.
Ahora que ellos están solos, salen a diversos lugares de viaje para no sentir la soledad de la casa. Hace un par de meses fueron por primera vez a San Francisco para ver el Golden Gate Bridge. Jamás he estado ahí, pero hablan sobre ello como si fuera algo espectacular, incluso se tomaron fotos ahí.
Se escuchan realmente contentos y emocionados, aunque no tanto como por el hecho de que haya regresado de Nueva York. Me extrañan, pues soy su única hija.
Por otro lado, no tengo demasiado qué contar sobre mí. Solo he estado haciendo mi mayor esfuerzo por mantener calificaciones decentes y dar todo mi empeño por convertirme en una excelente abogada. Desde pequeña, siempre me dijeron que era buena para mandar y salirme con la mía. Supongo que ya estaba pre destinado.
No suelo salir a muchas fiestas. Algunas amigas, —e incluso mi roomate— me invitan a salir por unos tragos de vez en cuando, pero rara vez las acompaño. Antes solía gustarme salir de fiesta, pero ahora, después de una hora me siento agobiada, y a veces hasta ansiosa. Entonces prefiero quedarme en casa.
En fin, luego de una larga cena, charlando y riendo, me dirigí a mi habitación para desempacar.
Al entrar, hay un notable aroma a húmedad y se nota que la habitación no ha sido habitada en un tiempo.
Veo todas mis cosas tal cual las dejé antes de irme, lo que me provoca una ligera sensación de nostálgia.
Coloco la maleta sobre la cama y deslizo el cierre para comenzar a sacar las cosas. Unos pares de zapatos, mi bolso de maquillaje, unas chaquetas, una plancha para pelo, etc.
Cuando me doy la vuelta para abrir la gavineta a mis espaldas, veo mi espejo de cuerpo completo. Antes solía estar frente a la puerta del armario, junto a la ventana, ahora está frente a mi cama, —lo había movido tres días antes de irme a Nueva York hace un año, asi que verlo repentinamente en otro sitio me desubicó— Veo algunas marcas de rasguños y pegamento seco en las orillas del marco, y entonces me acerco cautelosamente para tocarlas con las yemas de los dedos.
Recuerdo que ahí estaban mis fotos con Nolan. Y recuerdo que en un arranque de ira, las despegué abruptamente y las tiré a la basura. Ahora mismo me arrepiento. Sentía coraje porque Nolan nos había dejado sin explicaciones. Lloraba desconsoldamente por las noches y por alguna extraña razón ver mi reflejo afligido en el espejo me tranquilizaba.
Lo regreso a su antigüo sitio con cuidado, y empiezo a recordar, «¿Cuando fue la última vez que visité a Nolan en el cementerio?... ¿Alguna vez volví luego del entierro? » Y me doy cuenta de lo apuñalantes que son esos pensamientos, cuando caigo en la realidad de que me bloqueé completamente luego de su muerte.
No volví a hablar de él. No quería saber nada al respecto ni estar cerca de quienes me lo recordaran.
Después de un año, ese sentimiento se siente culpable.
Entonces me apresuro a desempacar todo de la maleta y organizar un poco las cosas que llevaba en mi mochila de viaje, y me pongo una chaqueta un tanto más abrigadora que la cazadora gris que llevo encima y corro escaleras abajo.
—¿A dónde vas Jenna? —Escucho la voz de mi madre aun en la cocina preguntándome cuando escucha que abro la puerta principal.
Tengo mis razones para mentir, y negar que voy a ver —si es que se puede utilizar ese término— a Nolan.
—Voy a salir a caminar. —Digo rápidamente.
—¿Segura? Parece que lloverá pronto. —Vuelve a preguntar mi madre— ¿Llevas un paragüas?
—Estaré bien, volveré rápido. Te amo.
Digo antes de dar un portazo y salir corriendo hasta la cera de la calle donde me detengo de golpe al ver el auto de Ezra estacionado afuera de su casa.
«¿Ya volvió de California? » me limito a pensar.
Impulsivamente doy tres pasos cortos en dirección a su casa, pero luego recuerdo que tenemos meses sin hablar. No sé cómo ha estado en este tiempo, y tampoco sé qué decir realmente. Nos distanciamos un poco después del último verano. Y aunque fuimos amigos toda la vida me duele pensar que ese cariño, pudo perderse hace ya un tiempo.
Respiro profundo el aire fresco de la ciudad mezclado con un viento cargado de posible lluvia, y me doy la media vuelta en dirección al cementerio principal.
Mientras camino por la calle con las manos en los bolsillos y el viento despeinando mi cabello, noto como Indiana sigue pareciendo la misma ciudad donde crecí toda mi vida —y de la cual, solo hace un año me fui— pero que sin embargo, siento que ya no encajo en ella. O quizá se deba a los últimos recuerdos amargos que tuve aquí.
Noto como las nubes grises cubren el hermoso cielo azul que los turistas deberían estar admirando. Indianápolis siempre fue una ciudad turística, ya sea por el hermoso Central Canal —por el que cruzo ahora mismo— o por The Children's Museum Indianápolis donde tienen esculturas de dinosaurios de hasta 10 metros, o por nuestro Motor Speedway un centro de autos de carreras, o por Fort Harrison State Park e incluso, quizá se deba al monumento más preciado en los últimos años, el Proyect 9/11 Indianápolis, dedicado a los ataques al World Trade Center en la tragedia del 09 de Septiembre del 2001.
Indianápolis es una ciudad que tiene una amplia variedad de lugares para visitar, y si pudiera describir en una paleta de colores todo lo que en conjunto llamamos Indianápolis, —desde el cielo, los parques ecológicos, las calles, la estructura de los edificios, los monumetos y zonas importantes— sería complementaria dividida.
Después de un largo rato caminando con un clima de temperatura medianamente baja, un cielo obscuro y las nubes que en lugar de grises pintan ser negras ahora, finalmente llego.
Lo veo frente a mí y un escalofrío me corre por la espina dorsal. Cemetery Indianápolis.
La entrada tiene un cancel color blanco de tres metros de altura, y mientras me abro paso por el camino pavimentado, veo el césped perfectamente verde donde yacen diversas lápidas de color gris. Algunas de ellas tienen flores, algunas tienen visitantes, y otras simplemente están solas.
Recuerdo la terrible sensación de estar ahí, el sentimiento de aflicción y las personas que van a despedirse de sus seres queridos. Comienzo a sentir que el aire me falta —aunque bien puede ser el clima— y mis manos sudan. Trato de respirar profundo y distraer mis pensamientos en otras cosas, como el hecho de que seguramente una tormenta está por llegar, lo que es un poco extraño para ésta época del año.
Y entonces veo el espacio de Nolan. Con su nombre completo, y la dedicatoria de sus padres. Me duele ver su nombre ahí, acompañado de su fecha de nacimiento y fecha de muerte.
☆ 24 Enero 2004 - † 09 Julio 2021
Ese número 09, ese mes de Julio, y ese año, juntos...jamás podría olvidarlos.
No puedo evitar sentir un nudo en la garganta, al pensar que era demasiado joven. Que lo amaba con todo mi corazón y que jamás volveré a escucharlo reír o burlarse de mís corajes con sus tontas bromas.
Ni siquiera sé si debo decir algo. Sentarme junto a su lápida o llorar aquí de pie. Me siento demasiado incómoda y algo asustada. Ahora recuerdo por qué me había bloqueado ante todo esto.
Me doy cuenta de que las lápidas junto a él son de personas mucho mayores, pero eso es lo de menos, si no que ambas tienen rosas blancas, y Nolan tiene su espacio vacío. Rápidamente me doy vuelta y me acerco al pavimento nuevamente cuando veo a un señor deambulando con un par de rosas de diferentes colores en la mano.
—¡Señor, disculpe! — Le grito agitando una mano en el aire mientras cruzo por el césped hacia su encuentro.
El señor se detiene y me observa con los ojos muy abiertos. Carga un ramo grande de al menos treinta flores. Lleva una camisa a cuadros color roja, unos jeans semi rotos color café y unas botas negras. Su aspecto es bien cuidado, sus ojos son grandes color miel. Parece rondar los cincuenta.
—Disculpe, ¿a cuánto vende las rosas? —Pregunto mientras rebusco en mis pantalones algún dólar.
—Ah. —Dice al sonreír nervioso. —No soy un vendedor. Las traje para alguien.
Entonces me doy cuenta de la vergüenza que acabo de pasar y sonrío bastante apenada.
—Lo lamento. —Digo mientras me reacomodo el cabello aún alborotado por el viento. —Al ser muchas, creí que era un vendedor.
—Son para mi hija. —Dice señalando una lápida a unos cuántos metros de distancia de la de Nolan. —A ella le gustaban los arcoíris, entonces en su cumpleaños, siempre le traigo un ramo grande bastante colorido.
Me quedo sin habla al notar lo dulce y calmado que habla sobre ella. Quisiera poder tener la fuerza para hacer lo mismo.
—Oh, y ah, ¿Cuántos años tenía? —Balbuceo un poco antes de preguntar.
—Siete. —Responde.
Lo veo con ambos ojos demasiado abiertos.
«¡Siete años!» pienso mientras alucino.
—¿De verdad? —Le pregunto tan sorprendida que casi me quedo boquiabierta.
—Sí, ella... — titubea un poco antes de continuar— Murió hace muchos años. Nació con una enfermedad. Mi esposa y yo sabíamos que no sobreviviría mucho tiempo, entonces le dimos todo lo que pudimos y aunque fue la única hija que pudimos tener, no estamos arrepentidos. Fue nuestro mayor tesoro.
No entiendo cómo puede hablar de esa manera al decir que su propia y única hija murió demasiado joven. Pero creo que cuando sabes que alguien morirá pronto es mucho más fácil enfrentarlo —porque te preparas para el adiós— que cuando una persona se va de un momento a otro.
—¿Vienes a visitar a alguien? —Pregunta alzando ambas cejas.
—Sí. —Le digo señalando a mis espaldas— Pero me di cuenta de que no traje nada. Y es mi primera visita. —Remato.
Frunce el ceño y hace una leve mueca antes de volver a sonreír de forma cálida.
—Toma. —Dice al darme una rosa de color rosa de entre todo el ramo— Puedes quedártela gratis. —Sonríe.
—¿Está seguro? —Pregunto antes de tomarla.
—A Hannah no le importaría. —Asiente con la cabeza– Y a mí tampoco —Me guiña antes de irse.
Me doy la vuelta mientras acaricio con delicadeza los pequeños petalos de la flor al caminar de regreso por el césped hacia la lápida de Nolan.
Cuando levanto la mirada, encuentro a un chico incado frente a ésta. Le veo el cabello castaño ligeramente alborotado. Usa una playera tipo polo color azul, y cuando ladeo la cabeza veo que deja dos rosas blancas en el suelo. Volteo a ambos lados para verificar que no me he equivocado de lugar, y en efecto alguien está con Nolan.
No parece hablar ni llorar, pero cuando se levanta y se da la media vuelta lo veo. Lo veo después de un año. Exactamente un año, porque sé con certeza —aunque trato de no pensarlo demasiado— que hoy es 09 de Julio.
Hace un año estábamos aquí los tres, y nuevamente lo estamos. Me tiemblan las manos, y me siento tan pequeña que ni siquiera sé que decirle. Él me observa pero tampoco dice nada. Está tan sorprendido como yo.
Hasta que finalmente, uno de los dos rompe la intensidad del momento.
—Hola Jenna. –Dice Ezra con un notable tono de voz áspero.
—Hola...Ezra —Le digo con una sonrisa decaída.
Sé que a pasado tiempo, y...el mismo tiempo, nos ha traído aquí de nuevo. La diferencia es, que ya no somos los que solíamos ser.
🌠 fotitos de Indianápolis 🌠
Central Canal
The Children's Museum
Motor Speedway
Fort Harrison State Park
Proyect 9/11 Indianapolis
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