14| Las Verdaderas Sonrisas de Bonnie
Al salir corriendo de mi casa hace horas no noté de que tenía dos zapatos impares y que llevaba el abrigo al revés.
La mamá de Max me prestó ropa seca y nos preparó té caliente. Max me regaló una Biblia y me enseñó como usarla.
Aún conservo esa Biblia, es la que ahora uso.
Me acuerdo que el resto de esa madrugada me la pasé haciendo todo tipo de preguntas. Le preguntaba cómo funciona la salvación, cómo es la vida cristiana, cómo funciona la oración, cómo es el cielo, y muchísisisimas más preguntas.
Max respondía paciente y alegre a todas y cada una de ellas siempre usando versículos de la Biblia como referencias.
No nos dimos cuenta de como pasó el tiempo hasta que la mamá de Max estaba vestida para trabajar y empezó a preparar el desayuno.
Max me invitó que fuera a la iglesia el domingo. Yo no podía esperar más para escuchar como Dios cambió la vida de más personas.
La historia de Max era más triste que la mía, pero él empezó de nuevo con Dios. Pueden haber muchos testimonios de cristianos que me puedan ayudar a entender la grandeza de la gracia y la misericordia de Dios.
Me di cuenta de que ya era tarde y mamá no se ha enterado de adonde fui. Max me llevó de vuelta a mi casa.
Mamá estaba caminando de un lado a otro con el teléfono pegado al oído. Se veía desesperada.
Cuando me vio, se despidió de con quien hablaba y corrió a abrazarme.
—Te estábamos buscando por todas partes. ¿Dónde estabas, cariño? —interrogó mamá acunando mi rostro en sus manos como lo hacía cuando yo era pequeña.
Sonreí de verdad, porque esta vez sí soy feliz. Le dí un abrazo fuerte. Si Él me perdonó de mentirle al mundo, yo perdono a mamá por no estar presente.
Mamá, te perdono.
—Wow, Bonnie. Parece como si hubieras visto a Dios frente a frente y volvieras para contarlo —exclamó mamá bromeando.
—Técnicamente fue eso lo que hice, mamá.
Ella me miró por un largo rato. Y le sonreí, porque ahora tengo un motivo para hacerlo.
¡Qué bien se siente sonreir de verdad!
Ella llamó a Terren, a Lisa y a Noah, incluso llamó a la policía para que dejaran de buscarme.
—¡Mamá! Jesús, él me perdonó, él murió por mí sin yo mercerlo, él me salvó de mí misma y de mis nubes —recuerdo que lo decía rápido y tomé su mano para guiarla a mi habitación.
La dejé en mi puerta y yo me acerqué a la cama y saqué la caja llena de frascos de pintura de debajo de esta.
Mamá miraba la pared sorprendida. Le hice señas para que se acercara. Se sentó en el piso junto a mí y empecé a ver cuál de los frascos aún contenían pintura.
Ninguno.
Me quedé en silencio por un largo rato. Miré a mi pared, tengo que pintarla de algo nuevo.
Sin decir nada arrastré a mamá escaleras abajo y entramos en su auto.
Ella supo lo que necesitaba antes de que se lo dijera. Me llevó a comprar pinturas.
Compré un cubo de pintura blanca, un rolo y unas cuantas cosas más que necesitaría.
Sin quitarme la ropa de la mamá de Max destapé el cubo, ya en casa. Empecé a pintar. No sé cuanta horas llevaba pintando hasta que mamá dijo que alguien me buscaba.
Invité a Max a entrar y lo guié a mi habitación. Él quedo atónito al ver la mitad de la pared que aún tenía nubes.
—Ayúdame —le pedí.
Y juntos pintamos el resto de la pared de blanco. Al terminar, nos sentamos en el suelo junto a la cama, el mismo suelo en el que me sentaba a observar el atardecer que papá y yo habíamos pintado, el mismo suelo en el que me debatía entre las dos decisiones, el mismo suelo donde cayeron las tijeras.
Desde ahí contemplamos el blanco inmaculado de la pared donde antes estaban las nubes. Ese es mi lienzo en blanco, mi nueva vida en Cristo.
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
2Corintios 5:17 (RVR 1960)
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