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13| Él

Esa misma noche me puse los primeros zapatos que encontré, me coloqué un abrigo de Noah y salí corriendo de la casa sin decirle a mamá a donde iba.

Recordando la dirección que él me dio una vez corrí bajo el pesado manto de lluvia que caía en diagonal.

Corrí cruzando las calles vacías y casi chocando paredes o postes de luz. Corrí buscando la solución, no solo la solución pero también la sonrisa, el perdón, el amor, y eso que solo Él puede dar para llenar el vacío que tengo dentro.

Cuando por fin estaba tocando su puerta estaba empapada y temblando de frío.

La puerta se abrió permitiéndome ver a un adormilado y sorprendido Max en pijama.

—Enséñame a sonreir como tú —rogué sin esperar a que reaccionara.

Supuse que ya era muy tarde de madrugada porque parece que lo había despertado.

—Entra.

Hice lo que dijo y me quedé de pie en medio de la sala esperando que me dijera la respuesta.

Su cabello desordenado y castaño se veía más oscuro con las sombras de la casa, pero luego encendió la luz y pude ver sus ojos inchados de sueño.

—Siéntate, por favor —pidió haciendo lo mismo.

Recuerdo que empapé el mullido y antiguo sofá. Él me ofreció una toalla pero me negué desesperada de que me hablara de Él, de Jesús.

Me dijo todo lo que sabía.

Dios me ama.
Dios me perdonó.
Dios envió a su hijo a morir por mí.
Dios puede limpiarme y perdonarme de todo lo mal que he hecho y olvidarlo.
Él puede limpiar mis heridas.
Él puede cambiarme, cambiar mi vida y enviar al Espíritu Santo a vivir en mí.
Él puede sostenerme.
Él puede llevar mis cargas por mí.
Él puede borrar mis nubes.
Dios puede hacer todo eso y muchas cosas más porque para Él no hay nada imposible.

Max me dijo que si yo permitía que Dios entrara en mi vida y en mi corazón y viviera para Él, yo lograría entender el verdadero gozo y la verdadera paz.

Max me ayudó a orar, pero yo oré a Dios desde mi corazón. Cuando me introducí contándole mi historia, se sintió como cuando por fin te acercas a alguien que intentaba llamar tu atención hace mucho tiempo. Le pedí perdón por todos los pecados que había cometido en mi vida, le conté a Dios mis más profundos secretos. Le pedí que entrara en mi vida, y le entregué mi corazón y mi tormenta.

Cuando terminé de orar sentí un alivio. Las nubes grises y las ventiscas ya no estaban, los  «quiero» desaparecieron y me sentí satisfecha. Nunca antes en mi vida había sentido tanta paz.

Giré mi cabeza encontrándome con los ojos de Max y le sonreí, le sonreí de verdad.

—Gracias —murmuré.

—Bienvenida a la familia.

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