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Capítulo veintiséis.


Piper no recordaba nada sobre el hombre al que alguna vez había llamado Tío Nadim por el cariño que le tenía y por su estrecha amistad con su padre.

Arriba, en el descanso de las largas escaleras alfombradas en rojo, Nadim mantenía las manos tras su espalda y la mirada fija en la suya. Piper detuvo su andar a siete escalones de él. Desde allí pudo observar su mal estado: la ropa arrugada, el cabello desaliñado cayéndole sobre los ojos, que le cubría por completo las orejas, la barba rizada y enredada forrada casi entera de canas. Incluso podía percibir el mal olor que transmitía. Parecía más un vagabundo que un abogado.

Con movimientos nerviosos, apartó las manos de su escondite y le hizo una rápida reverencia.

―Me alegra volver a verte.

La aspereza de su voz le erizó la piel. Había cambiado bastante desde su recuerdo. En él, su voz era cálida y amable. Ahora era carroñera, dura.

―¿Quieres tomar o comer algo?

Piper negó con la cabeza mientras intentaba lidiar con aquello que su presencia le transmitía.

El encuentro no iba de acuerdo a como ella lo había planeado. Después de haber entrado en la habitación de Margo y encontrar entre sus documentos la ubicación de Nadim, organizó a un grupo de guardias para que la acompañaran. Optó por evitar la compañía de Riley. Él no le habría permitido salir. De hecho, lo creía capaz de alertar a su tía de inmediato, haciéndole imposible cualquier intento por salir en un futuro cercano. Además, de alguna manera absurda e infantil seguía enfadada con él, un sentimiento que en ocasiones le costaba digerir. Le comenzaba a afectar la imposibilidad de tocar el violín. Su instrumento le ayudaba a centrarse y a pensar. Sin él, andaba de aquí para allá, a la deriva, sin poder enfocarse.

En el camino, había estado ensayando para el encuentro. Sentía una rabia por él que no alcanzaba a describir. Tal vez porque fue el primero al que consideró culpable, y el hecho de que estuviera investigando el asesinato la hacía desconfiar de él. Necesitaba ver cara a cara a la última persona que vio a su padre con vida.

Supuso que al verlo estallaría en cólera y comenzaría a cuestionarle por haberle hecho un daño irreparable a su familia, por haberla convertido en una huérfana y por haber traicionado la confianza que sus padres le habían depositado.

Pero algo había en ese hombre que tenía en frente que no parecía despertarle rabia, dolor o frustraciones. Tal vez por los ojos fríos, la mueca de dolor perpetua, la desaliñes de una vida dura o el aguijonazo de la agonía perene que ha visto en su propio reflejo cada mañana antes de estamparse en el rostro una sonrisa para continuar con sus responsabilidades.

―No, gracias ―le respondió―. ¿Sabe quién soy?

Una sonrisa torcida, muy débil y casi imposible de distinguir, se formó en sus labios.

―Sólo un ciego o un estúpido no te reconocería ¿Cuánto te han dicho ya que te pareces a Aleksander?

―Bastante.

―¿Y a Lauren?

―Dicen que tengo algunos rasgos de su carácter.

―¿Vienes acompañada de algún guardia?

―Algunos.

―¿Cuántos?

―Nueve.

―Debes llevar más. No te confíes ―se llevó las manos tras la espalda―. Te invito un té.

―No me gusta el té.

―Lo heredaste de tu madre. A ella tampoco le gustaba.

Piper le permitió que la guiara al jardín, desde donde pudo observar las montañas rocosas y la frondosa arboleda a lo lejos. Una gigantesca fuente cubría el centro del extenso jardín adornado con flores de diversos colores brillantes. El techo de la terraza de roca caliza estaba sostenido por columnas. Al fondo, un cielo gris se tragó la luz del sol que la había acompañado en el viaje. El aire olía a humedad fresca. Pronto llovería.

Nadim señaló la elegante mesa en medio de la terraza. Acomodados, se sostuvieron la mirada en silencio durante casi un minuto. Piper tenía tantas cosas que decirle, pero las palabras mostraban resistencia y se negaban a abandonar su boca.

Nadim habló primero.

―¿Tu tía está enterada de esta visita?

―No.

―¿Entiendes que corres un grave peligro al andar sola por ahí?

―He traído guardias.

―Eres cojonuda, como tu padre, y eso me provocó un montón de dolores de cabeza. No era un hombre que se quedara quieto y solía darles rienda suelta a todas sus ideas. No es un buen rasgo de personalidad. Eso hizo que lo asesinaran.

Aquella afirmación la hizo temblar.

―¿Lo asesinaste tú? ―masculló entre dientes.

―Puede ser.

Piper se mareó con su confesión.

―O pudiste haber sido tú ―continuó él―. Tal vez Elinor, incluso tu madre y, luego de percatarse de lo que hizo, se suicidó.

Piper se puso en pie, golpeando la mesa con las palmas abiertas.

―¿A caso ha perdido la razón?

―Lo he hecho, niña, y lo hago un poco más cada día desde ese 18 de noviembre. Ese ha sido el día más sombrío de mi vida, y ha sido al mismo tiempo lo único que me mantiene con vida.

―¿Asesinó a mis padres, sí o no?

Nadim se puso en pie con movimientos lentos, robotizados.

―No ―le dijo―. No asesiné a tus padres.

―¿Cómo puedo estar segura? No había nadie más, solo usted.

―Y usted ―le recordó.

Piper sacudió las manos en el aire, apartándose de la mesa mientras mascullaba una maldición mal hecha.

―Yo no lo recuerdo.

―Tal vez fue lo mejor.

Piper lo miró como si se hubiese vuelto loco.

―Por mi culpa el asesino está libre. Si hubiese podido recordarlo...

―Que destino tan triste habría sido para una niña recordar el momento en que sus padres fueron asesinados. Sé que por ello han pasado diez años de injusticia, pero al menos te permitió tener una infancia feliz entre los términos aceptables ―su mirada se ensombreció―. Mi hija no pudo. Ella será una niña por siempre. No crecerá, su voz no cambiará, nunca la veré casarse o tener sus propios hijos.

Los ojos cafés de Nadim se empañaron, volviéndolos cristalinos, rotos, infelices.

―Tú sí que has crecido ―forzó una sonrisa―. Verte me despierta una alegría inmensa que no he sentido en mucho tiempo.

―¿Por qué?

―Porque estás viva, solo por eso. Aleksander y Lauridsen no están, tampoco mi esposa y mi hija, pero aquí estás tú. Viva, intacta y briosa como una reina. Ese monstruo que menguó nuestras familias debe estar revolcándose del coraje y esa es una satisfacción que no se compara con nada. Ahora, por desgracia, eso implica también un peligro inminente.

―¿Un peligro?

―Tu presencia lo acorrala, lo inmuta, y cuando un animal se siente en peligro, ataca.

―Ya lo hizo. En el palacio.

―Estoy al tanto. Inquietante por demás que algo así suceda en la casa real. Eso muestra el alto nivel de peligro al que estás expuesta.

―¿Pero qué puedo hacer? Tampoco voy a quedarme en casa encerrada y resguardada.

―Tu vida vale demasiado. Si pereces, lo harán también nuestras esperanzas. Es con tu vida que podemos vengar la muerte de mi familia y de la tuya. En algún lugar de tu mente, está el rostro del asesino y es imperioso que lo recuperes.

―¿Da por hecho que es un hombre?

―Con lo poco que sabemos, hasta podría tratarse de un oso. Es difícil saberlo, así que en su mayoría nos referimos a esa bestia como un él. Si alguien puede darle una identidad eres tú.

―Pensé que estaba a cargo de la investigación ¿No ha descubierto algo?

―¿Quieres que te diga lo que he encontrado?

―Prácticamente se lo exijo.

―Bien.

Nadim tronó los dedos, y en pocos minutos tuvo sobre la mesa un montón de documentos que los empleados trajeron con ajoro. Comenzó a mostrarle varios papeles mientras hablaba.

―En algún día de marzo del año 2015, Aleksander me dijo que encontró algo muy importante sobre ambas familias y que las ocultó en un lugar seguro. Nunca supe de qué se trataba. La única que estaba enterada era tu madre. Ambos eran cómplices en muchos aspectos. Creo que, si él le pidiera ocultar un cadáver, ella lo haría sin pensárselo ―sacudió la cabeza y continuó―. 7 de julio del 2015: ese día tu padre comenzó a hablarme sobre la propiedad de los Egerton. Desde que nos conocemos, a él siempre le pareció fascinante la rivalidad entre su familia y esta. Le encantaban los misterios. Estaba decidido a descubrir qué la originó. Pocas semanas después, me contó que lo que encontró meses atrás fueron unas viejas cartas de Hamilton Egerton, el primer duque de Yorkesten.

―¿A quién iban dirigidas?

―Al Rey Eckhard VII. Según me contó, hablaban de sus hermanos menores, Egil y la más joven de las mujeres, Larsin, y varios otros detalles que no quiso compartir.

―¿Pero qué decían?

―Ojalá lo supiera, pero tu padre se llevó el contenido y la ubicación de las cartas a la tumba. Dijo que las había guardado en un lugar seguro para que la información no se filtrara.

―¿Te dijo dónde?

―No, pero a tu padre le gustaban los misterios y tu familia tiene una vieja tradición de guardar cosas en cofres y muebles, así que sospecho que debe estar guardado en alguno de ellos.

―El palacio está forrado de cofres y muebles viejos. Saber dónde las ha guardado será prácticamente imposible, eso suponiendo que lo hiciera en alguna de las cuatro mansiones de Amalienborg, porque bien pudo ocultarlas en cualquiera de sus otras propiedades.

―Lo que me llamó la atención es que, aunque guardó las cartas para evitar un posible escándalo, se mostró muy interesado por la venta repentina de la mansión Egerton meses más tarde. Me pidió que fuera intermediario en la negociación para hacerse de la propiedad sin que el duque lo supiera.

Le mostró el documento de la venta, donde podía observar tres firmas: las del duque, las de Nadim y las de su padre.

―El duque sabía que mi padre era el comprador ―dijo ella, casi como una pregunta.

―Lo hizo ―asintió.

―Y se reunieron en Dinamarca para tratar el tema en persona.

―Así es, ¿pero cómo es que estás enterada?

―Encontré una nota en un pequeño cofre sobre el escritorio de la biblioteca del Palacio de Federico VIII. Decía que iba a reunirse con TAE a las diez de la mañana en algún lugar llamado Våbenhvile, que tengo entendido es la ciudad donde se encuentra la mansión Egerton.

―Más específicamente en la zona montañosa, sí.

―Pero no tiene fecha, así que no sé cuándo se llevó a cabo la reunión.

―El 11 de noviembre.

Piper frunció el ceño.

―¿Del 2016?

Nadim asintió.

―¡Siete días antes del asesinato! ―masculló ella―. ¿Estaba en Dinamarca para ese entonces? Le pedí esa información a Margo, pero no estaba adjuntada en el expediente.

―Se devolvió a Inglaterra en la madrugada del 19 de noviembre.

Piper soltó una maldición.

―Tiene que ser él. Ese hombre es el responsable ¿Por qué no lo han detenido? ¿Qué hace un asesino como ese suelto?

Nadim ni siquiera se inmutó.

―Porque tiene una coartada.

―¡Es falsa! ¡Estoy segura!

―Si lo fuera, ya lo hubiese descubierto. Tiene un montón de testigos que lo sitúan al norte de Selandia. Es una distancia de una hora de viaje. Se encontraba en una cabaña al norte al momento del asesinato.

―Pudo haberle pagado a alguien antes de marcharse.

―Es una posibilidad.

―¿Qué hay que hacer para que dejen de haber posibilidades y exista un hecho concreto? Estuvo en Dinamarca para la fecha y tiene un motivo.

―Una rencilla entre familias no es motivo suficiente ―alzó la mano e hizo una seña para evitar que hablara―. Si viniste por respuestas, aprende a hacer silencio y a escuchar.

Piper se cruzó de brazos mientras lo vio organizar los documentos que le presentaría.

―La reunión fue pautada para el 11 de noviembre a las 10:30 de la mañana en una vieja casa que le pertenece a los Egerton previa a la construcción de la mansión. Tu padre le pidió a través de un mensaje que se pospusiera para otro día. Te dio fiebre la noche anterior y quiso quedarse contigo. A los pocos días, ya estabas mejor. Según el duque, él ya no estaba en Dinamarca, así que tu padre quiso reunirse conmigo en la mansión Egerton.

―¿Por qué quería mi padre reunirse con el duque?

Nadim le mostró un montón de documentos grapados.

―Es el testimonio del duque, la copia de sus mensajes y la transcripción de sus llamadas. Aleksander quería hablarle sobre las cartas y otras cosas más que encontró que podrían perjudicar a su familia.

―Entonces si tiene un motivo.

―Lo tiene, pero también testigos. No estaba solo en la cabaña.

―¿Con quién estaba?

―Es confidencial.

―No para mí.

―Es un testimonio confidencial. Se te revelará su identidad una vez que seas proclamada.

―¿Por qué?

―Porque sólo te lo revelaré cuando ya no tenga más opción.

Por un instante, Piper no dijo nada. Solo lo observó fijamente a los ojos.

―Lo ha dicho usted mismo: mi padre ocultó las cartas que encontró para evitar un escándalo, por tanto, son comprometedoras y afectarían a la familia del duque. No le convendría que se supiera. Su coartada podría ser falsa.

―Muy cierto, pero de ser así ¿por qué le vendió la propiedad a pesar de saber que él estaba tras la negociación? ¿Por qué haría pública la reunión días antes si planeaba matarlo? Entregó el teléfono del que extrajimos cada conversación, incluido los mensajes eliminados de otros contactos. El terco de tu padre encontró algo que afectaba ambas familias. Al principio, pensó que lo mejor era ocultarlo, pero meses después se comunicó con él para hablar al respecto. Algo más encontró, o algo más pensó encontrar en la Mansión Egerton.

―¿Pero encontrar qué?

―El por qué la enemistad de la familia. Antes de que esa gran duda despertara en tu padre, Elinor se había casado con el duque, lo que implicó que, para ellos, la rencilla familiar valía tanto como nada. Desde luego que, después del divorcio, volvieron los rumores de que la larga rivalidad entre ambas familias era tan fuerte que ni siquiera una alianza religiosa podía menguarla.

―Entonces, ¿qué me está diciendo? ¿Qué el duque vendió la propiedad para darle carta abierta a mi padre para que investigara?

―Es una posibilidad. Después de todo, Aleksander vivía en Dinamarca. Era más sencillo para él que para el duque.

―¡Pues no me lo creo! ―furiosa se puso en pie―. Sé que ese hombre es culpable, y aunque no lo fuera le vendió a mi padre una propiedad maldita. Lo que encontró allí provocó su muerte.

Nadim imitó su gesto.

―Mi mujer y mi hija murieron también, y aunque no lo recuerdes otro ser humano sin culpa lo hizo de igual manera: el chofer de la familia que las transportaba a una casa segura. Ese maldito día se perdieron cinco vidas y la rabieta por señalar a un hombre culpable podría desviarnos del auténtico responsable.

―¡No es una rabieta! Quiero que esto termine, y lo peor es que el proceso apenas comienza. Soy joven y tengo planes para mi vida, pero no puedo avanzar hasta que el responsable por esta tragedia sea atrapado. No podría vivir tranquila.

―Tu padre era impaciente también y mira como acabaron las cosas.

Piper se mordió el labio para evitar responderle, porque sabía que entonces sí estaría iniciando una rabieta. Respiró profundo y después habló.

―¿Llegó a decirle algo sobre lo que encontró?

Nadim sacudió las manos en el aire.

―Ese hombre terco jamás me contó. Iba a hacerlo el día que murió, aunque un par de horas antes nos reunimos en Amalienborg y dijo que nos viéramos en la mansión Egerton para mostrarme algo importante.

―Lo recuerdo. Estaba escondida en su oficina porque quería jugar con él. Llevaba un vestido blanco y zapatos rojos.

―Lo sé. No he podido olvidar un solo detalle de ese día.

―¿A qué hora quedaron en reunirse?

―En la tarde, a las cuatro.

―¿Y a qué hora llegó usted?

―Poco después de las cinco. Me estacioné junto al auto de Aleksander y bajé a prisa. Tu padre odiaba las tardanzas tanto o más que yo, así que sabía que estaría enfadado e impaciente. Lo llamé y poco después escuché un grito. Me acerqué tan rápido como me fue posible, pero lo que encontré...

El silencio cayó sobre ambos, y a Piper le bastó ver sus ojos húmedos y oscuros para saber que el sufrimiento era mutuo.

―Lauren ya había muerto y Aleksander comenzaba a agonizar. Presionó mi mano y me pidió que te buscara. Fue lo último que alcanzó a decirme.

Piper contuvo la respiración para evitar el llanto. No era momento de derrumbarse.

―Supongo que lo demás ya lo sabes ―finalizó él―. Te llevé con tu tía y a partir de ese punto empeoraron nuestras desgracias. Tal vez, justo como has dicho, la propiedad esté maldita, cubierta de sombras y muerte. Salimos de allí con vida, pero mira cuánto nos ha costado. Parte de nosotros murió en aquel lugar también.

En silencio, Piper asintió.

―En caso de que no fuera el duque, ¿quién más podría ser responsable?

El hombre suspiró mientras rascaba su barbilla.

―A esta altura sospecho hasta de mí mismo, pero he detectado un patrón importante.

―¿Cuál?

―Se supone que Aleksander, Lauren y yo éramos los únicos enterados de la reunión. Reservado como nadie, dudosamente le halla comentado a alguien a dónde iría, principalmente porque quería mantener esa propiedad fuera de sus registros. Con eso en mente, es fiable que fuera yo el único sospechoso. Lo extraño sucede después. Mi familia muere en un accidente muy extraño. Al principio, se pensó que el chófer había perdido el control porque la carretera estaba húmeda. Cayó por un precipicio. La autopsia reveló, sin embargo, que murió de un infarto. Fue envenenado con acónito.

Piper levantó la barbilla.

―Lo que nos lleva de vuelta al duque. El acónito está en su escudo de armas.

―Tiene un invernadero de acónito en su mansión en Hampshire.

―Por Dios, ¿es que acaso no es obvio? Él es el asesino.

Nadim tronó los dedos frente a ella.

―Atiende, niña. He sido abogado durante años y si algo aprendí es que las evidencias obvias rara vez son las correctas.

―Yo no confío en ti ―sentenció ella.

―¿Y a mí que me importa? Yo no maté a tus padres y contigo o sin ti, voy a descubrir quien asesinó a mi mujer y a mi hija también.

―No si yo te remuevo de la investigación.

―Tú, pedazo de irreverente, eres idéntica a tu padre y eso hará que te maten.

―Ya lo intentaron y no pudieron.

―Si piensa que se cansará de ti, estás equivocada. Tuvo diez años para hacerlo, y apenas regresaste a Dinamarca fue detrás de ti como un animal hambriento. Algo sabes, algo viste, que te convierte en una amenaza para él, pero estás aferrada al duque como un perro a su hueso. Si no quieres compartir el mismo destino que tus padres, tienes que mantener los ojos abiertos, tener malicia.

―Entonces, ¿qué hago? ¿Olvido lo que acabas de decirme?

Nadim la miró y después puso los ojos en blanco.

―¿Siempre dejas que la rabia hable?

―Creo que tengo derecho a sentirla.

―¿De qué te sirve ese derecho si dejas que maneje tus pensamientos? Más allá de cualquier cosa, tienes derecho a dudar de quien sea, de quien te parezca culpable, pero no permitas que no te deje ver más allá. La avaricia y la prepotencia no es lo único que nubla la mente.

Se hizo un silencio entre ambos mientras le permitía a Piper calmarse.

―Tu padre citó a alguien más ―le dijo.

Piper frunció el ceño.

―¿A quién?

―Si lo supiera, ya tendríamos la identidad del asesino.

―¿Cómo sabes que había alguien más?

Rebuscó entre los documentos hasta encontrar los papeles grapados.

―Es la última conversación que tu padre y yo sostuvimos a través de mensajes de texto. Fue un par de horas antes de su muerte. Le avisé que llegaría un poco tarde, me respondió que no había ningún problema, pero que no estarían solos. Invitó a la mansión alguien implicado en el asunto que quería discutir.

Piper releyó ambos papeles.

―No dijo quién ―dejó los documentos sobre la mesa cuando notó que le comenzaron a temblar las manos.

―No, no lo hizo. El teléfono de tu padre no fue encontrado en la escena, así que supusimos que el asesino se lo llevó. Pedimos los registros, pero no había nada inusual. Consideré dos opciones: o se encargó de borrar evidencias antes de que las solicitáramos o Aleksander se comunicó con esta persona de otra forma. Se solicitó acceso a correos electrónicos, nubes de almacenamiento, números y móviles del personal cercano. Nada.

―¿Probó con las propiedades no registradas?

Tomó otro documento más del montón y se lo mostró.

―También y nada. No se me ocurre como pudo tu padre comunicarse con esta persona.

―¿Daría por sentado que lo conocía en persona?

―Podría.

―Tal vez alguien de confianza. Tal vez alguien a quien yo conozca.

―Alguien a quien conocemos ―le dijo él.

Piper comenzó a sentirse mareada, así que arrastró los pies hasta él asiento donde se desplomó.

―¿Piensa que pudo ser uno de mis tíos?

―Poco probable. La duquesa estaba al norte y no sabía que su hermano iba a reunirse en la mansión Egerton con Lauren y conmigo. Markus estaba en el yate con su esposa e hijo.

―¿Entonces quién, maldita sea? ―dio un golpe a la mesa―. Si no es el duque, ni mis tíos ni usted, ¿quién?

Lo escuchó acercársele. En silencio, se arrodilló hasta estar a su altura y descansó la mano sobre la suya.

―Eres la única que lo sabe. Por desgracia, no puedes recordarlo. Mientras eso no suceda, debemos seguir trabajando. Este no fue un crimen perfecto y es por eso que te quieren muerta. No puedes seguir siendo imprudente, testaruda y cerrada. Desconfía de todos, pero no te empecines.

Ella asintió.

―Aun así, no confío en usted.

Nadim sonrió.

―Haces bien.

―Le pedí a Margo, a quien entiendo conoce, que me entregara toda la información disponible de los Egerton, pero el expediente está a medias ¿Cree que podría proveerme algo más completo?

―Acabo de pedirte que no te empecines.

―¿Puede?

Él suspiró

―Es posible.

―¿Puede enviármelo al palacio en cuánto lo tenga listo?

―Como gustes.

Piper asintió.

―Debería marcharme. Mi tía no sabe que dejé el palacio, aunque es posible que a esta hora ya se haya enterada ―se mordió el labio―. ¿Podría pedirle que no le diga que he venido?

―¿Por qué?

―Preferiría que por el momento no lo supiera. Estoy consciente que ella hace las cosas que hace por mi bien, pero hay decisiones que debo tomar yo, aunque no quiera permitírmelo.

―Con el peligro que corres, los secretos son mortales.

―Lo sé, lo comprendo. Seré cuidadosa.

―Eso espero.

Nadim la escoltó hasta la entrada, donde vigiló su partida desde el amplio pórtico de roca. Percibiéndola ausente, se devolvió al callado interior de un palacio sin familia, donde sus únicos acompañantes eran la tristeza y su indestructible sed de venganza.

Por la ventana observó como los árboles del camino formaban una línea perfecta, como soldados en el campo de entrenamiento. Piper abrió un poco la ventana para dejar entrar el aire campestre. Respiró profundo y recostó la cabeza contra la puerta.

En la radio sonaba una melodía suave mientras una mujer pedía en su canción que le fueran enviados ángeles a su campo de batalla. A medida que progresaba, comprendió que le cantaba a un ser querido que ya no estaba. Piper suspiró.

―¿Podrías cambiarla? ―le pidió.

Gastón asintió y al instante la voz de un hombre ocupó la de la mujer.

―¿Vamos de regreso al palacio? ―le preguntó él después de un rato.

Ella no supo que contestar. No quería volver al encierro, no después de la agotadora conversación con Nadim, pero ¿a dónde más iría? Se sentía perdida, sin un rumbo.

―¿Qué tan lejos queda Våbenhvile de aquí? ―preguntó ella.

―Media hora, más o menos.

Se cuestionó a sí misma si tenía el valor de ir. Bien lo había dicho Nadim. Ella conocía la identidad del asesino, pero no lo recordaba. Necesitaba un detonador que le hiciera recuperar ese recuerdo, pero era un alto precio a pagar. Recordaría también como murieron. Se vería obligada a revivir tan traumante momento. Mientras no lo hiciera, entonces, el asesino de sus padres seguiría sin pagar. Un precio alto, sí, ¿pero qué otra opción tenía?

―Dirígete a Våbenhvile ―le ordenó―. Iremos a la Mansión Egerton.

Bajo el manto verde del musgo y las enredaderas, oculto detrás de la arboleda que se extendía alrededor del edificio como una barrera protectora, encontró la Mansión Egerton.

El auto bajó la velocidad a medida que avanzaba por el angosto y empinado camino, sacudiéndose por el mal estado de su superficie. Piper contempló sus manos sudorosas al tiempo que el bosque pasaba lentamente junto a ella. Moviendo la cabeza hacia atrás, observó a lo lejos el pequeño pueblo de Våbenhvile.

―¿Quiere que me detenga en la entrada? ―le oyó preguntar a Gastón.

Lejos de la posibilidad de darle una respuesta, Piper continuó mirando al pueblo, sumergido por una paz que le envidió, como si ninguno de ellos fuese consciente ―o no quisieran hacerlo― de que en la cima de aquella colina años atrás hubo un asesinato que estremeció a todo el país. A veces quería volver a esa ignorancia, a ser la muchacha contenta y centrada en su música, con grandes sueños y metas inimaginables. El poderío de un título, el dinero de su posición y el poder de su casa podía no ser suficientes a momentos. En ocasiones, podía sentirse muy vulnerable.

―¿Su Alteza? ―insistió él.

Piper se volteó a su encuentro, y a través del cristal observó como tenía cada vez más cerca la propiedad, haciéndose visible por entre los árboles que aún los separaban. Enterró las uñas en el asiento e intentó pasarse la lengua, apenas húmeda, por los labios secos. Un golpe frío le sacudió el pecho y mientras presionaba con fuerza la boca para detener el choque de sus dientes, sintió en ella un sabor a la realidad.

Después de años, estaba a pocos metros de la mansión que le arrebató a sus padres.

Le vino el grito de su madre como el eco de un relámpago, y el sonido aterrador del disparo que debió cegarle la vida. Junto a ella, las sombras de la mansión Egerton, con el ala oeste incompleta, se alzaron como un manto lúgubre sobre la propiedad, burlándose de su pena. La presión en sus oídos la desequilibró por un instante, y en su estómago se le formó un nudo de espinas como hechos con puños de acero.

Piper dio un salto fuera del auto en movimiento cuando este se disponía a doblar a la izquierda para estacionarse. Tropezó por los pasos torpes y cayó de rodillas. Una mueca de dolor se le formó en la boca mientras presionaba las manos en el suelo para ponerse en pie. Con la respiración entrecortada, y la vista oscurecida por las lágrimas, se echó a correr colina abajo, queriendo poner cuanta distancia le fuese posible de la mansión Egerton.

Pero con ella se trajo una vez más él grito de su madre silenciado por el disparo.

Presionó ambas manos contra los oídos, y sus ojos ensombrecidos por el llanto le nublaron la vista, haciendo que el bosque y el sendero desaparecieran al instante. Imágenes de un día nublado, con las nubes cargadas a punto de iniciar la lluvia, cubrían la propiedad construida a medias de la familia Egerton. Sobre su cielo gris, resplandecían los relámpagos como preludio a una tormenta. Vio sacudirse la propiedad por los estallones de luz en su interior, que acabaron por reflejarse fuera, desatando una vez más el pánico dentro de ella.

Abrumada por la dolorosa tortura, se dejó caer de rodillas, esperando que la voz de su madre quebrara una vez más su frágil valentía.

Gastón alcanzó a Piper poco después, y en silencio la contempló de rodillas en el suelo, presionándose los oídos mientras lloraba. Tenía el corazón marchando prisa. A penas le había dado tiempo a frenar antes de que ella se arrojara fuera del vehículo en movimiento, pero imposible le fue alcanzarla en medio de la carrera sendero abajo. Le pareció rápida, tomando en cuenta que llevaba tacones. Balanceaba el cuerpo hacia adelante y hacia atrás mientras murmuraba palabras que apenas podía entender.

―No debimos estar aquí. No debimos estar aquí.

La escolta bloqueó la entrada del sendero y del auto comenzó a bajar la guardia, ninguno sin saber qué debía hacer. Gastó continuó observándola durante los minutos siguientes, esperando, sólo esperando, pero nada pasó. Rascándose la cabeza, echando una mirada a sus compañeros, se inclinó un poco hacia ella.

―Su Alteza, entiendo que no se encuentre bien, pero deberíamos irnos. Estar aquí es lo que le está afectando.

Ella asintió, frenética, moviendo tan sólo la cabeza.

―Voy a tomarla del brazo, ¿está bien? Discúlpeme si es para usted una falta de respeto.

Piper cerró los ojos al sentirse de pie y fue vagamente consciente del ir y venir para hacerla subir al interior del auto, sostenida por Gastón como si fuese hecha de cristal. Con las manos temblorosas, frotó la falda del vestido y una mueca de dolor se le formó en la boca al sentírselas rasposas al igual que sus rodillas.

Sintió el auto moverse con la incorporación del peso de Gastón al volante.

―La llevaré de inmediato al palacio ―le dijo.

―No ―respondió ella―. No puedo llegar así.

―¿Qué le parece el pueblo? Puede lavarse y comer algo.

Ella asintió, y el auto se dirigió a Våbenhvile en cuanto la escolta abrió el camino.

Gastón dejó la taza de chocolate caliente frente a ella.

―¿Quiere que le traiga algo más?

Piper estiró la mano. Con el índice, atrapó un poco de la crema batida y se la llevó a la boca.

―Puedes pedir algo de comer para ti. Me basta el chocolate.

―Estoy bien, muchas gracias.

Alzó la mirada. Él estaba de pie, con las manos cogidas tras la espalda y a una distancia prudente de la mesa, fuera de la cafetería en donde se encontraban. Descansó la mano izquierda sobre la superficie marrón al tiempo que con la derecha rodeaba la taza para tomarla.

―Debes pensar que estoy loca.

Ante aquello, Piper lo vio sonreír, pero casi al instante convirtió sus labios en una línea.

―No se preocupe de lo que yo piense. No es importante.

―Traje conmigo a un montón de guardias y todos han de pensar que he perdido la razón. Ciertamente, la perdí por un instante ―acercó la taza hasta su rostro, inhalando de ella el olor del cacao―. Ojalá todo pudiese resolverse con chocolate.

―Está comprobado que ayuda a mejorar el ánimo.

―No es sólo mi ánimo lo que va mal conmigo ―despegó los labios y dio un largo trago al chocolate, ni muy frío ni muy caliente, y al instante la hizo sonreír. Aquello no le duró mucho tiempo―. He cometido un error al venir aquí, o tal vez sobrestimé mi valentía.

―No es ninguna de las dos. No todos salen ilesos la primera vez que se enfrentan a sus miedos.

Ella le montó una sonrisa burlona.

―Si vas a hacerme conversación, al menos toma asiento.

―Así estoy bien.

Piper negó con la cabeza e hizo llamar al guardia más cercano.

―Pidan algo para ustedes, algo que les haga entrar en calor mientras esperan. La tarde está muy fría ―apenas lo vio ingresar al interior de la cafetería con un asentimiento rápido de la cabeza, de volteó hacia Gastón―. Siéntate. Es una orden.

A ella le pareció verlo hacer un gesto de exasperación, pero se limitó a asentir y a cumplir con la orden.

―No eres el primer guardia inusual con el que me topo ―le dijo ella a son de broma―. Sé lidiar con ellos.

―Hago todo lo que cualquier otro guardia haría. Es usted la que insiste en hablarme.

―Hago todo lo que cualquier otra persona haría. Estoy rodeada de gente todo el tiempo, pero solo les doy órdenes. Me gustaría poder entablar una conversación con mis empleados de vez en cuando. Tengo pocos amigos.

―Con el tiempo se hará de algunos.

―¿No te gustaría ser uno de ellos?

Gastón enarcó la ceja, y por la manera en la que se había echado hacia atrás, supo que lo había malinterpretado.

―Hablo de una amistad de verdad, no una que pueda desviarse. No estoy disponible para algo más.

―Tampoco yo.

Piper alzó su taza.

―Suponiendo que te he convencido de que seamos amigos, quiero pedirte un favor.

―Soy su guardia. Puede ordenármelo.

―Prefiero pedirle un favor a un amigo ―él asintió, instándola a continuar―. No le digas a nadie que vinimos. A mi tía, en especial. Mejor dicho, a nadie en especial.

―Está bien.

―¿No vas a preguntar por qué?

―Nunca cuestiono las decisiones de mis señores.

―Puedes si somos amigos.

Descansando las manos sobre sus muslos, Gastón sonrió.

―Våbenhvile parece ser un destino funesto para todos en su familia.

―Lo fue para mis padres.

Algo en el silencio de Gastón, y en la forma en que esquivaba la mirada, llamó la atención de Piper. Lo vio observar atento la calle que separaba la hilera de edificios pintorescos. A pocos metros estaba un bar que comenzaba a recibir a sus clientes habituales.

―Usted no es como su familia ―lo escuchó decir―. La duquesa, la reina madre y el rey, si bien son buenas personas, no les permiten a los empleados cruzar la línea de las clases sociales. Ellos son la familia real y nosotros sus subordinados. Usted es amable, buena, gentil y... ―Gastón la miró, y Piper sintió un escalofrío por la intensidad de su mirada―. Debería tener mucho cuidado. No baje nunca la guardia. Los empleados vemos y escuchamos cosas que debemos callar, algunos por respeto a la jerarquía y otros por miedo.

―¿Qué intentas decirme? ―dejó la taza sobre la mesa―. ¿Qué es lo que sabes?

Él se inclinó hacia adelante.

―Este pueblo no es un buen lugar. No solo esconde la identidad del asesino de sus padres, sino que muchos otros secretos.

―¿Qué secretos?

Gastón torció la boca mientras lo meditaba.

―La princesa consorte ―dijo él.

―¿Christina? ¿Qué pasa con ella?

―Ha venido aquí un par de veces.

A Piper le recorrió un escalofrío por la espalda.

―¿Qué interés puede tener ella en este lugar?

―Viene a esta cafetería y se sienta aquí por horas, en esta misma mesa, en la silla donde estoy yo. Nunca entendí por qué, pero sentado aquí, y viendo lo que veo ahora...

Al levantar la mirada, Piper se giró y siguió la trayectoria. A lo lejos, protegida por la arboleda, la mansión Egerton se alzaba airosa, como un trofeo de caza. Devolvió su atención a la mesa y contuvo la respiración unos segundos para contrarrestar las náuseas.

―¿Estás diciéndome que Christina viene aquí, se sienta en esa silla y pasa horas viendo la mansión?

―Es lo único que le veo hacer cada vez que viene.

Piper se frotó la frente con los dedos temblorosos al tiempo que con su mano izquierda levantaba la taza y se la llevaba a los labios. Bebió su contenido como si de él dependiera su vida. Pronto sintió como la cabeza le latía, y una inquietud en el pecho sacudió sus ideas.

―¿Por qué me lo dijiste? ―le cuestionó ella.

Gastón dejó las manos sobre la mesa, cerradas en puños, y dejó la mirada posada sobre ellas.

―Piensas que Christina tuvo algo que ver con la muerte de mis padres ―teorizó ella―. ¿Cuántas veces ha venido contigo?

―En los últimos meses, tres, pero fue antes de que me asignara al Palacio de Federico VIII.

―¿Por qué a ti?

―Supongo porque confía en mí.

―¿Te pidió que no le dijeras a nadie que venía al pueblo? ―Gastón asintió―. Y lo hiciste, al menos hasta hoy. No entiendo el motivo ¿Qué hizo que me dijeras la verdad a pesar de haberle prometido que te callarías?

―No le prometí que lo haría ―refunfuñó―. Me ordenó que no lo hiciera ¿Es que no lo entiende? En su familia, usted es la única que pide favores, los demás dan órdenes. No sé si ella tuvo algo que ver con la muerte de los reyes, pero de seguro sabe alguna cosa que usted no.

―Insinúas que está encubriendo al asesino.

―Podría.

Piper dio un golpe a la mesa y se puso en pie.

―Necesito que me regreses a palacio. Tengo que hablar con esa víbora.

Gastón la sostuvo del brazo, una acción inesperada que la dejó casi tan fría como su mirada.

―No es prudente enfadar a una fiera cuando está de cacería. Debería escoger mejor la ejecución durante sus batallas o acabará como sus padres.

Piper se soltó de su agarre con un manotazo.

―Yo no le tengo miedo.

―No es cuestión de tener miedo, sino de ser más prudente a la hora de enfrentarse a enemigos de tal altura.

―Lo seré. Ahora, por favor, regrésame al palacio. Tengo una víbora de la que hacerme cargo.

Al otro lado de la línea, un grito de rabia invadió el silencio de la habitación.

―¿Pero qué hace ella en el pueblo?

Christina encendió el cigarrillo que ya descansaba sobre sus labios. Inhaló de él y lo retiró de su boca al pincharlo con los dedos. El humo nubló la pintura del Rey Aleksander I de Dinamarca, la princesa consorte Lauren y la pequeña Piper, que ocupaba la ancha pared previa a las escaleras del palacio de Christian XI.

―Fue a la mansión. No logró entrar. Le dio un ataque y los guardias la llevaron al pueblo, a una cafetería. Se fueron hace unos minutos.

―¡Esa hija de puta debe tener la llave! Fue a abrir la bóveda. ¡Prometiste encontrarla antes que ella! ¡Eres una buena para nada!

―Tranquilízate. Odio hablar contigo en ese estado.

―Si abre la bóveda, ¡todos estaremos jodidos! ¡Jodidos!

―¡Ya lo sé! ―dejó caer el cigarrillo en la alfombra y lo aplastó. Una sonrisa se le formó al sopesar la posibilidad de dejarlo encendido y permitir que el fuego consumiera el palacio. Casi podía sentir el calor de las llamas―. Tomaré un avión e iré a verte.

―No. Mejor quédate y mátala de una vez. Toma la llave de su cadáver y resolveremos el problema.

―No puedo. Está siempre vigilada.

―No podremos vivir en paz hasta que muera.

―Pronto. Lo importante es encontrar la llave y saber qué guardó Easton Egerton en la bóveda. Después, danzaremos en la tumba de la heredera aparente.

Después de toda la información aquí compartida, ¿cómo están esas antenitas detectivescas?

En el próximo capítulo habrá un momento súper dulce, y ya después arrancará otra vez el drama pesadooooo. Se viene lo más difícil (pero también los momentos más dulce. Si sobreviviste a Un príncipe en apuros, ya sabrás cómo) 🤗

Próxima actualización: martes, 1 de octubre.

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