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Capítulo veintiocho.

El auto negro estaba estacionado muy cerca de la entrada del jardín cuando él y Piper bajaron del suyo, y a Riley le comenzó a palpitar en el pecho el nerviosismo y la rabia cuando reconoció la guardia de su padre.

―No sabía que teníamos visitas, mucho menos a esta hora ―la escuchó decir.

A él le costó asentir como si nada estuviese pasando. En silencio, se imaginó desplazando toda la rabia en su padre.

Una vez más, Thomas Egerton le había jugado sucio.

Riley caminó junto a ella por varios pasillos hasta que se encontró a Margo. Al verlos, fingió una sonrisa que, siendo consciente de lo poco realista que parecía, apagó y convirtió sus labios en una delgada línea.

―Bienvenida a casa, Su Alteza.

―Gracias. Vi un auto afuera ¿Tenemos visitas?

La mujer le echó un rápido vistazo a Riley.

―Unos viejos amigos de su tía.

―Está bien. No quiero interrumpirlos, así que dile cuando puedas que ya regresé ¿Dónde está mi abuela?

―En su habitación leyendo.

―Le avisaré que ya estoy de vuelta ―miró a Riley―. Regreso en unos minutos.

―Bien. Yo iré a pedir un té.

La ansiedad se le escapó en un largo suspiro cuando la notó ausente en la habitación. Volteó hacia la rubia que con una mueca expresaba la misma inquietud que él.

―Por órdenes de la duquesa, tengo prohibido decirle quien es usted a la princesa, pero si me permite darle un consejo sin que lo tome como una afrenta, debería decirle la verdad antes de que la princesa lo descubras por sí misma. No lo digo tan solo por lo mucho que, ciertamente, me incomoda la situación, sino porque ella es demasiado intuitiva para su propio bien. Su situación empeorará si se enterase por otros medios que no sea usted mismo.

―Hablaría con ella en la mañana ―cerrando los puños, movió la cabeza de lado a lado―. Que mi padre esté aquí hace todo más difícil. Pensé que habíamos llegado a un acuerdo. De verdad quería darle un voto de confianza.

Lanzando un manotazo por encima de su cabeza, se dirigió al salón, con la rabia repiqueteando en cada paso.

Su padre había aparecido para flanquearlo y obligarlo a tomar una decisión. Mientras más pensaba en ello, mayor era la rabia que lo consumía, tanta que la sentía arder en su garganta ¿Cómo pudo ocurrírsele semejante tontera y, una vez más, sin avisarle ni tomarlo en cuenta? Le creyó sus intenciones de limar las asperezas, pero acabó demostrándole que sus palabras no tenían honor.

Llenándose los pulmones de aire, sacudió su camisa con las manos ―un gesto disparado por sus nervios― y continuó la marcha hacia el salón. La distancia jamás le había parecido tan extensa y fortuita. A medida que avanzaba, el eco de sus pasos resonó contra las paredes, haciendo parecer su caminata el recorrido hacia la horca.

Se detuvo frente al salón y a la distancia vio a Elinor, a su padre y a su esposa danesa, Birith. Expulsó un suspiro ahogado y se acercó.

Tom se levantó del asiento en cuanto lo vio.

―Hola, Riley.

El aludido cerró las manos en puños.

―No voy a darte la mano ni a responder el saludo ―masculló de mala gana―. Bastante hago controlando mis ganas de pelea.

Tom sonrió.

―Supongo que Elinor te ha contado el motivo de mi visita.

―Es lo que me tomo.

―¿Por qué no tomas asiento?

―No ―su respuesta arrojó a la habitación al silencio.

Durante casi un minuto entero, el salón se mantuvo tal como las penumbras: frío, silencioso, temeroso.

―¿Por qué estás aquí? ―demandó saber.

―Para hablar sobre la boda.

―Dijiste que desistirías respecto a eso.

―Lo dije, pero te hice saber bajo cual condición.

―¿Hasta cuándo seguirás intentando controlar mi vida?

―Cada uno controla la suya lo mejor que puede. Solo quiero ayudarte.

Elinor se puso en pie.

―Sé que estás molesto, Riley, pero permite que tu padre te explique.

―¿Qué me va a explicar? ¿Qué si no me caso deberé ejercer el marquesado? Porque son las únicas dos opciones que me ha dado. Bueno, el marquesado ya lo tengo. Ya puedes largarte y dejarme en paz.

―Justo por eso he venido. Quisiera que habláramos en privado. No es necesario que las damas escuchen nuestra discusión.

La acompañante del duque se levantó del asiento, y su mano enguantada, que recorría con lentitud el brazo de su padre, captó su atención. No había visto a esa mujer en casi cuatro años, pero muy poco de ella había cambiado. Seguía tan espectacular como siempre con su cabello dorado con perfectas ondulaciones, los ojos azules abiertos y atentos y el atuendo soberbio que marcaba su estatus social. Desde que la conocía, Birith Egerton llevaba siempre un par de guantes que combinaban con su ropa. El frío le calaba con facilidad los huesos, por lo que siempre iba tan abrigada como le fuera posible.

En cuanto ella hubo instalado su atención en Riley, le sonrió.

―Hola, Riley ¿Cómo has estado?

―Bien.

Se arrepintió de aquella respuesta tan fría cuando se percató de su incomodidad. No era quien para tratarla así, no cuando había sido amable con él desde que se conocieron. No era culpa suya que escogiera un marido retrógrado y energúmeno.

―Discúlpame, Birith. El problema no es contigo.

―Lo sé, cariño, no te preocupes. Puedo comprender por qué estás molesto ―le lanzó una rápida mirada a su marido―. A veces no comprendo las decisiones de tu padre, pero yo no puedo opinar. Esta es una situación que deben arreglar entre ustedes. Por ello les pido a ambos que intenten solucionarlo. No es correcto llevar una vida de pelea siendo padre e hijo.

Tom le sonrió, pero fue un gesto débil, casi de compromiso, mientras le daba suaves golpecitos sobre su mano enguantada.

―¿Dónde podríamos hablar? ―le preguntó a la duquesa.

―Nosotras podemos marcharnos. Buscaremos a Piper, así Birith puede verla.

―Eso me gustaría, pero debo ir a ver a mi hermana. No está bien desde que Markus le pidió el divorcio.

―Pienso que debemos mantenernos tranquilos. Las parejas pelean. Markus y Christina han estado casados por muchos años. Ya verás que solucionarán pronto sus diferencias.

―Hay diferencias irreconciliables ―dijo el duque―. No toda pareja tiene la madurez para superar adversidades.

Elinor le montó mala cara.

―Pareces el hombre equivocado para hablar sobre el tema.

Riley echó una rápida mirada a Birith, quien parecía incómoda. No podía culparla. En una situación así, él también lo estaría. Después de todo, Elinor y su padre estuvieron casados muchos años atrás.

Las dos mujeres se marcharon sin hacer mayor ruido que el de los tacones. Al encontrarse a solas con él, Riley retrocedió algunos pasos para habilitar una distancia entre ambos.

―¿Puedes no hacer de esto un momento extenso? ―le pidió él.

Tom asintió, y durante un largo período no emitió otra respuesta.

―Visité a tus padres tras tu partida ―comenzó a decir―. Digo tus padres porque Alan lo ha sido para ti, y no es algo que quiera cambiar. Ha sido bueno contigo.

―Lo ha sido.

Tom volvió a asentir.

―Dijeron que tomaste la decisión de regresar a Dinamarca de la noche a la mañana.

―¿Te importa?

―Aunque pienses que no, lo cierto es que sí, y quisiera saber cuál fue el motivo.

―Fue una decisión personal.

―Decisión que no he venido a cuestionar. Cuando fuiste a la mansión el martes pasado para decirme que aceptarías el marquesado, pensé que era por tu estadía permanente en Inglaterra. Sin embargo, aquí estás. Por tanto, decidí venir y hablar contigo.

―Pudiste haber llamado.

―Quiero que nuestros asuntos los resolvamos cara a cara.

Riley se cruzó de brazos.

―¿A qué se debe el gesto?

Tom movió los brazos al tiempo que se devolvía a la comodidad del asiento.

―He intentado por años acercarme a ti. Intenté prácticamente cualquier táctica posible, y en las últimas semanas se me ha dado la mala costumbre de exigirte y colocarte contra la pared. Temo que no me está llevando a ningún lugar, sino que, al contrario, te siento aún más distante. Sé lo que piensas, Riley, que te quiero conmigo porque eres mi único hijo y por tanto mi único heredero. Si te quiero es porque eres, en efecto, mi hijo, mi único hijo, y ¡maldita sea! Me estoy haciendo viejo. No quiero seguir perdiendo más tiempo y quince años me parece que ya es demasiado.

A Riley le perturbó la tranquilidad con la que había dicho aquello, en especial por lo franco y atentos que eran sus ojos mientras lo observaba.

 ―Una conversación y las intenciones que acarrean pueden parecer más sinceras cuando puedes mirar a la persona a los ojos y estudiar la veracidad de ellas. Elinor no mentía. He venido para hablar de la boda y decirte que se cancela el compromiso.

Riley levantó una ceja.

―¿Por qué? ¿Por qué acepté el marquesado?

―¿No es lo que querías? ―impidió que respondiera al continuar hablando―. En realidad, no importa. Desde un principio fue una tontería, por lo que decidí que vendría a cancelar la boda en persona. Así de una vez compruebo el motivo de tu regreso a Dinamarca. Ese es el poder que tiene una mujer, en especial una Lauridsen. Son mujeres difíciles de ignorar.

Riley despegó los labios para responder, pero su padre volvió a hablar.

―Respecto al marquesado, me gustaría que establecieras tus propias responsabilidades. Tus lazos con el título están en Inglaterra, pero entiendo que algo más poderoso podría convertir este país en tu nueva residencia. Ya sabrás que hacer dado su momento.

A él parecía sorprenderle aquello, y aunque sus palabras lo habían dejado atónito, una parte desconfiada comenzó a fraguar la posibilidad de que aquello no fuera más que una de sus tretas.

―Admito que este cambio repentino me ha impresionado ―admitió―. Pensé que vendrías con una más de tus exigencias.

El duque levantó ambas manos por encima de la cabeza.

―No más exigencias.

―¿Por qué? ¿Qué hizo que cambiaras de opinión?

―Creo que tienes un buen futuro aquí y quisiera que lo exploraras, no por huir de mí o de lo que te he impuesto, sino por ti mismo. Para ello, debo modificar mi proceder. Lo más importante, Riley: quiero recuperar a mi hijo, y ya he llegado a tal punto en mi vida en que, si debo renunciar a mi ducado y a todo lo que tengo para conseguirlo, lo haré.

Riley no se esperó aquello, y su cuerpo respondió a la sorpresa con un escalofrío tal que le impidió sostener su ya usual pose defensiva. Los brazos cayeron hacia los costados y su rostro, que se había mantenido frío e indiferente, experimentó por primera vez en mucho tiempo el gesto de la esperanza.

―¿Renunciarías al ducado? ―la pregunta escapó de su boca con un deje de sorpresa que fue obvio para su padre.

El duque asintió.

―El título me ha traído más desgracias que felicidad. Perdí a la mujer que amaba e hice infeliz a tu madre. Me alejé de ti, y con Birith... La verdad es que estamos pasando por una difícil etapa donde no logramos reconectarnos. No sé cuánto más pueda levantarme cada día pensando que estoy haciendo miserable a otra buena mujer. Mi relación con tus tíos es nula. No me perdonan que me haya casado con alguien de la Casa Lauridsen y por tanto no los he visto en años, ni hablar de tus primos. Los años no son lo único que me está cayendo encima. Apenas puedo soportar esta inmensa soledad que comienza a arroparme.

Una mirada de nostalgia arropó los ojos grises de su padre, y a él le costó mantener la rabia que siempre había sentido por él. Lo vio con nuevos ojos, como si se tratase de un niño que después de haberse golpeado la rodilla lo mirase con ojos llorosos fingiéndose el valiente para ocultar su dolor.

―¿Quisieras quedarte en Dinamarca por decisión propia, y no para escapar de mis estupideces?

Riley no tuvo que meditarlo para darle una respuesta.

―Por supuesto.

―Bien, entonces el compromiso con la princesa queda cancelado. Por lo pronto, no quiero que tu marquesado sea lo único que nos una. Si me lo permites, solo si es tu deseo, me gustaría venir a verte de vez en cuando.

―¿Te quedarás en Dinamarca?

Aquello alzó banderas de advertencia. Con la presencia del Duque de Yorkesten visitando de forma constante a un simple y común guardia, la perspicacia de Piper la llevaría a teorizar lo que podría unir a ambos hombres. Si llegase a enterarse de esa manera, ni siquiera tendría que temer a la posibilidad de su rechazo. Estaba seguro de que lo haría.

―No ―respondió el duque ―, pero de Dinamarca a Inglaterra hay apenas dos horas de viaje. No vendré a menos que estés de acuerdo.

Él lo miró extrañado.

―Estás cediendo demasiado.

―Y tú desconfiando demasiado.

Por alguna razón, su respuesta lo hizo sonreír.

―Estoy en mi derecho, ¿no te parece?

―Me parece ―asintió―. ¿Entonces qué dices?

Una parte de él quería decirle que se fuera al demonio y se marchara indefinidamente de su vida, que no siguiera persiguiéndolo y no interviniera más en sus decisiones, pero había algo en la forma en que lo miraba o pronunciaba sus palabras ―como si guardaran una súplica silenciosa― que quebró un poco sus defensas. Al instante, recordó las palabras de su madre.

«Creo que ya es hora de que ambos se sienten a resolver este problema».

―Está bien ―le respondió―. Podríamos intentarlo.

La estatua de Federico V anidaba bajo la efervescente luz del farol que acompañaba la penumbra nocturna, y fue el destello de esa luz la que creó la intimidante sombra que parecía deslizarse por el suelo. Piper contempló como la brisa arrastraba los pétalos de los arbustos con flores de Amaliehaven, un pequeño parque entre el palacio y el paseo marítimo. Dos guardias pasaron a prisa frente al ventanal del salón, ubicándose en sus respectivas posiciones.

La vista de la plaza fue lo único capaz de serenar sus inquietudes.

Quería reemplazar cada una de ellas con los maravillosos momentos de la tarde. Exceptuando la discusión previa a la salida, había tenido junto a Riley el mejor día de su vida. El paseo a caballo parecía sacado de un cuento de hadas, y jamás se le pasó por la cabeza que podría tener un momento así de feliz. Mientras el caballo trotaba suavemente y Riley le contaba una que otra cosa, ella lo abrazaba, sin más; le envolvía los brazos alrededor de la cintura y observaba el perfil izquierdo de su rostro. Se veía guapísimo con la luz del atardecer sobre él. Debía parecer una tonta mirándolo fijamente cada vez que tenía la oportunidad. Le costaba creer que de verdad había vuelto.

Tenía la confirmación incuestionable cuando la besaba.

Era ese el momento donde conocía el sabor del paraíso, y la sensación maravillosa que dejaba en su piel cada vez que le tomaba el rostro con ambas manos le cortaba la respiración. Apenas podía concentrarse cuando le miraba los labios, o cuando trazaba un camino desde ellos hasta sus ojos constantemente. Le aumentaba un hambre recientemente descubierta. Podría dejarse besar por él todo el día.

El eco de su confesión cavó muy profundo en ella.

Me gustas, le había dicho. Me gustas y no tienes una puñetera idea de cuánto.

Una risita se le escapó al instante, consciente de la efervescente felicidad que le crecía en la barriga. Maude tenía razón. Cuando se era correspondida, enamorarse era muy bello. Por la forma en la que la trataba, le hacía cariños, le tomaba la mano y la besaba, sentía que él la quería. Aunque tenía permitido besarla cuando quisiera, no se atrevía a faltarle el respeto. Se le hacía un gesto muy dulce que le encantaba.

―Su bebida, Su Alteza.

Piper volteó hacia la mujer, quien traía sobre la bandeja dos copa de vino tinto y una botella que le pidió.

―Te lo agradezco, Rita―se acercó un par de pasos y tomó la copa―. Puedes irte a descansar.

―Estaré en la cocina un par de horas más haciendo la lista de compra.

―Le pedí a Meredith que les entregara unos pedidos que solicité.

―Ya los añadí, mi señora.

―De acuerdo. No te quito más el tiempo.

Alzó la copa como gesto de agradecimiento al tiempo que la mujer dejaba la otra copa y la botella en la coqueta y se marchaba, llevándola después a su boca para dar un sorbo al vino. Giró hacia la ventana, pero la voz de él la hizo devolverse.

―¿Desde cuándo tomas?

Piper dio otro trago antes de responder.

―No va mucho. De todos modos, solo es vino.

A él se le curvearon los labios.

―¿Y tienes resistencia al alcohol?

―Claro que sí. Provengo de una línea vikinga. Tengo el alcohol en las venas ―se echó a reír―. Eso es lo que mi tío dice. Yo no me lo tomo tan en serio ―le ofreció la copa―. ¿Quieres?

Él asintió, y sin darle algún indicio se acercó a su boca para poseérsela. Piper recibió su iniciativa con alegría, pero también con sorpresa. La acercó con ímpetu hacia él, y ella tuvo que agarrar con fuerza la copa para que no se le cayera. Su entera presencia emanaba una paz que ella necesitaba y los brazos de él, que iban poco a poco enroscándole la cintura, parecían el refugio más seguro en el que hubiese estado alguna vez. No le costó mucho perderse en el hambre del beso.

El cálido aliento de Riley chocó contra su rostro a medida que le abría más la boca para reclamar más de ella. En respuesta se abrazó a él, enterrando las uñas en lo espeso de su pelo negro, mientras una parte de ella la instaba a lanzar lejos la copa para tener ambas manos libres.

Piper se apartó un instante para recuperar el aliento. Podía escuchar el martilleo de su corazón y de su inquieta respiración en su cabeza, pero era por mucho la mejor sensación que hubiese experimentado alguna vez. Podía comprender aquella frase común de que alguien a quien querías podía robarte el aliento. Riley era un experto en ello.

―El vino sabe mucho mejor viniendo de ti ―habló él―. Sólo quería comprobarlo.

―Oh.

Deseó echarse otro poco a la boca y revisar una vez más aquella hipótesis.

―Iba a verte a tu habitación, pero me dijeron que estabas aquí.

―La están revisando. A esa y a las que están más cerca.

Lo vio fruncir el ceño.

―¿Por qué?

Piper se aferró a la copa con ambas manos y la llevó hasta su boca para tomar de ella un largo trago. Después, se dio media vuelta para verter otro poco. Sirvió una para él y se la extendió.

Riley la aceptó, dándole un trago al instante.

―Aún no sé. Quiero decir, aún no sé si pasó de verdad o si solo me lo imaginé. Hace unas semanas vino el Primer Ministro y tomamos té. Yo no lo rechacé por cortesía. Comencé a sentir extraña, como enferma, y pensé que fue por tomarlo, pero según mi tía me bebí el de Margo que tenía un medicamento que le ayuda a controlar el dolor y a dormir. Yo también tomaba uno, así que por eso me sentó fatal. Fui a mi habitación y me quedé dormida. Ahí es cuando algo extraño pasó. Dejé un collar que mi tía me prestó sobre el tocador y lo encontramos en el suelo a la mañana siguiente. Muchas cosas no estaban en el lugar donde las dejé. Eso no es lo peor. Estoy segura de que antes de quedarme dormida, vi a alguien entrar a la habitación. Mi tía dice que fue ella, pero yo no estoy tan segura. Te juro que había alguien ahí. Vi la puerta abrirse y esa persona se inclinó hacia mí. Me observó hasta que me quedé dormida. Todos piensan que lo imaginé por el efecto del medicamento.

La contentura del rostro de Riley se esfumó a media confesión, siendo esta reemplazada por una línea delgada en los labios y el ceño fruncido. La tomó de la mano libre y la condujo hacia la puerta del fondo. Al atravesarla, se encontraron con un salón más pequeño, usado por la reina madre en las tardes cuando quería leer. Cerró la puerta y después tiró de su mano para que se sentaran en el sofá.

―¿Todavía tienes guardias frente a la habitación? ―le preguntó él.

―Sí. Gastón estaba de guardia esa noche.

―¿Qué dijo?

―Que vio entrar a mi tía poco más de media hora después de que me fuera a la cama y que no se movió de su lugar.

―¿Hay posibilidades de que él fuera el que entró?

―Lo dudo.

―¿Por qué?

―Porque ya le pregunté. Me dijo que no.

Un gesto de escepticismo en su rostro captó la atención de Piper.

―¿Piensas que mintió?

―Puede.

―¿Por qué?

―Era el único en el corredor.

―Sí, pero me dijo que no vio nada.

―Piper... ―buscó la forma de que las palabras siguientes no sonasen a reclamo―. Así como eres de perspicaz, puedes llegar a ser muy confiada. En la situación en la que estamos, temo que se necesita más malicia que inocencia.

―¿A qué se debe eso?

―No siempre te fíes de lo que dice la gente. Indaga un poco más hasta que no te queden dudas.

―¿Piensas que soy fácil de engañar?

―No, pero eres buena y la gente se aprovecha de los corazones nobles.

―Y piensas que Gastón lo hace.

―No estoy seguro ―apretó sus manos entrelazadas. Tenía los dedos fríos y un poco temblorosos―. Veo que esta situación te preocupa.

―Porque a nadie más parece afectarle, y no sé si tengo motivos o si me estoy comportando como una paranoica y, a parte de eso, tonta.

Riley tiró de ella y la envolvió con los brazos, atrayéndola hasta su pecho donde recostó la cabeza. La armonía de su corazón y su pausada respiración le brindaron una paz indescriptible. Suspirando contenta, se aferró más a él y cerró los ojos.

Dejándole un beso sobre la frente, Riley comenzó a acariciarle el pelo con los dedos, deshaciendo las ondulaciones perfectas que le habían durado todo el día. En la habitación oscura apenas se podía observar la silueta de otros muebles o los rostros difusos en los cuadros por la luz que penetraba los cristales de las ventanas.

Le volvió a dar un beso en la frente cuando la sintió más tranquila.

―No te angusties ―le susurró. Siguió trazando suaves líneas por su pelo con los dedos―. Haré todo lo que esté en mi poder para que vuelvas a sentirte segura.

―Lo estoy ahora. Contigo.

―Lo estás.

La sintió moverse un poco, y con el golpe de la frialdad que se abría paso por la habitación, comprendió por qué.

―Es tarde y deberías ir a descansar ―Riley le acarició el brazo para instarla―. Está haciendo frío.

―Si fuera por mí, me quedaría aquí a pasar la noche.

―Te vas a enfermar, así que mejor no.

Piper dejó escapar un suspiro mientras se erguía.

―¿Qué pasó con eso de darme un momento de paz?

―Pensé que mi deuda estaba saldada.

―Pensé que tu horario de trabajo iniciaba al levantarme y terminaba al irme a dormir, así que mientras yo, Su Alteza Real la Princesa Piper de los Problemas, aún esté despierta...

―Yo no puedo disfrutar del dulce derecho al descanso ―recordó.

Piper se acurrucó más a él mientras sonreía.

―Es tarde y no quiero que te quedes despierto más del tiempo necesario, es que te he echado mucho de menos. Te he hecho perder algunos días por mi postura infantil.

Levantó la copa que aún tenía en mano, como un gesto de asentimiento.

―Déjalo así. De esa forma es que me gustas.

―No pensarás lo mismo cuando te eche pelea.

―Ya veremos cómo nos va cuando pase.

La sintió moverse un poco, como escalando sobre él, hasta que le sintió la cálida respiración muy cerca de la boca.

―Estoy cansada ¿Por qué no me acompañas a la habitación?

Riley enarcó una ceja. Su voz era suave y la sintió recorrerlo como una caricia. Se estremeció.

 ―Bien, bien. Mi habitación sigue estando junto a la tuya.

―Pero que no te vea mi abuela o podría malinterpretarlo.

―Creo que podría malinterpretar hasta mi forma de respirar ―se puso en pie y le extendió una mano para ayudarla a levantarse. En su lugar, le dio la copa, que dejó sobre la mesa más próxima junto a la suya.

―Para ser un guardia, dejas que mi abuela te intimide demasiado.

Riley se echó a reír, al tiempo que pasaba las manos por debajo de sus piernas y la levantaba sin previo aviso. La escuchó reír también, sosteniéndose de sus hombros. Un extraño cosquilleo bailó en su barriga. No le había oído risa tan dulce en días; una auténtica risa de contentura. La sonrisa en su rostro se ensanchó de inmediato. Era una sensación agradable y cómoda, como una brisa cálida en un día helado.

―¿Qué estás haciendo? ―Le cuestionó ella.

―La llevaré a su habitación, Su Alteza. Parece agotada.

―Está muy oscuro para que puedas ver mi agotamiento.

―Lo percibo.

Llegó a la habitación en poco tiempo. Los guardias se hicieron a un lado para facilitarles el camino. Uno de ellos abrió la puerta después de informar que las habitaciones ya habían sido revisadas a detalle.

Riley cerró la puerta con una patada que rebotó como un eco por la cerrada habitación. La acomodó sobre la cama y después se sentó en el borde, meciendo el pie cada tanto.

Con la cabeza recostada en la almohada, Piper le sonrió.

―Pensé que te irías a dormir.

―Lo haré.

Piper golpeó la cama a toquecitos.

―Yo no tengo sueño ¿Te apetecería quedarte un rato más? Podríamos hablar de cualquier cosa.

Él la miró, y casi al instante se le formó una sonrisita.

―Me apetece.

Se acomodó en el espacio contiguo con movimientos pausados, como tanteando el terreno. Un suspiro escapó de su boca cuando recostó la cabeza sobre la almohada. No había tenido un momento para el descanso durante largas horas.

―Te ves cansado ―la escuchó decir―. De seguro prefieres irte a dormir.

Movió un poco la cabeza para mirarla. Estaba acostada de perfil, con el brazo izquierdo sobre el costado y el derecho estirado en la cama.

―Estoy bien ―le dijo―. ¿Por qué no terminas de contarme lo que has estado haciendo las últimas semanas?

―Creo que ya te resumí bastante la aventura. Después de la discusión con Christina, ella decidió abandonar el palacio, así que no hemos vuelto a vernos. Mi tío aún sostiene el divorcio, pero mi tía piensa que tal vez en un futuro ellos se arreglen. La abuela no ha querido interferir, lo que es extraño. Presiento que no sabe de qué lado estar.

―Tú sí.

―Yo sí ―asintió―. La quiero fuera de mi familia, pero respeto que no sea mi decisión a tomar. Tomo partido de espectadora y aguardo a los resultados. Además, prefiero no tocar ese tema. Decir si quiera su nombre me enfurece.

―Y no queremos que eso pase, en especial porque sabemos que te vuelves un poco loca.

―Lo lamento, por la cachetada. Estaba molesta.

―Lo sentí.

En un movimiento rápido, ella se le acercó a tal punto donde no había espacio entre ambos cuerpos. Le estampó un beso en la mejilla y después recostó la cabeza de su pecho, donde el latido pausado de su corazón le brindaron una dulce melodía que le obsequió paz.

―Me hace muy feliz que decidieras quedarte.

Piper se aferró un poco más a él, y a Riley le pareció sentir que temblaba.

―¿Estás bien?

Ella ocultó su rostro en su cuello. Cuando despegó los labios para hablar, su voz se convirtió en un eco que, por la cercanía, le erizó la piel.

―Eres el primer hombre por el que siento interés y te mentiría si te digo que sé lo que estoy haciendo. No sé nada sobre romance o relaciones.

A Riley se le secó la boca al sentir como Piper deslizaba la punta de su nariz desde la base de su cuello, muy lentamente, hasta llegar a la mejilla, donde le depositó otro beso. Al primer contacto con sus ojos, una corriente eléctrica le calentó la sangre.

―¿Aguardarías un instante? Quisiera cambiarme de ropa.

―Por supuesto.

Piper se levantó de la cama y tras tomar la toalla que descansaba sobre la silla del tocador, se internó en el baño, dejando la puerta entreabierta. Riley se acomodó en el espaldar y desde allí observó parte de su silueta ir de un lado al otro hasta desaparecer.

Cuando sus ojos comenzaron a pesarle por el sueño, la vio.

Llevaba como prenda de ropa un albornoz amarillo que resaltaba sobre su pálida tez y el que apenas le llegaba encima de la rodilla, una de esas desventajas de tan prominente altura. La vio inclinada hacia adelante, lo que supuso era el espejo del baño, y por un largo período de tiempo lo único expuesto para sus ojos fue ese par de piernas de infarto.

Se sorprendió con aquello y la imagen de la primera vez que la vio en el Castillo de Hemmeligeborg lo azotó.

Llegó casi de madrugada para estudiar los puntos débiles y recitarles a los empleados la larga lista de quehaceres para la llegada de la princesa. Elinor le había pedido el 19 de abril que se convirtiera en su guardia personal. Tenía permiso de armas y su confianza. Le aumentó el sueldo por ello y estuvo más que complacido.

El arribo fue un desastre. La pequeña princesa había terminado desmayándose en la entrada. Sus primeras horas de servicio las pasó recorriendo la propiedad hasta que la energía comenzó a fallar. Parte del castillo se mantuvo a oscuras.

Y cuando la luz volvió a encenderse, la vio.

De pie en el descanso de la escalera, con el cabello corto desmarañando y con un camisón que le llegaba hasta las rodillas, tuvo que recordarse que aquella chiquilla era menor de edad.

Le había parecido guapa desde el principio, pero si algo había despertado su verdadera atención era aquella manera tan suya de comerse el mundo como si cargara toneladas de años de experiencia encima, el brillo de sus ojos grises cuando indagaba o el gesto intimidatorio que se le formaba en la cara cuando sospechaba que algo se le ocultaba.

Sí, se había sentido atraído por quien era ella en realidad, toda brío e ingenio, pero era hombre, y el palpitante deseo que se despertaba en él cuando la tenía cerca no le era fácil de ignorar. Se le cortaba la respiración con el simple calor que emanaba su piel. Cuando sonreía, a Riley le costaba centrarse en otra cosa que no fuera esa peca que moría por besarle. Cada vez que le tocaba las manos, le envolvía el cuello y enredaba los dedos en su cabello, quería olvidarse de lo que era correcto. Quería explorar con ella el placer y el goce de ese cariño, perderse en la bienvenida indefinida del hogar entre sus piernas.

Con un solo roce podría colisionar.

Tanto se había concentrado en sus sensaciones que no se percató de que ya había abandonado el baño. Se le acercó bostezando y frotándose los ojos. Subió a la cama y se arrastró hasta hacerle compañía, recostada también del espaldar. Dejó la cabeza sobre su hombro, y Riley deseó abofetearse para evitar mirar a través del escote de la bata.

Se movió en la cama y le envolvió el brazo izquierdo en torno a la cintura. Recostando la cabeza sobre su pecho, la escuchó decir:

―¿Puedo preguntarte algo?

―Por supuesto.

―¿Qué te hizo decidir regresar?

A él le costó concentrarse en sus palabras mientras su mente volaba por las sensaciones de su cercanía. Piper estaba casi encima de él, y bastaba un único movimiento para poseerle la boca. No supo donde descansar su mano libre, aunque tuvo un par de ideas. Agradecía que ella no pudiese escuchar sus pensamientos o le habría dado una bofetada por sucio pervertido.

―Cuando me llamaste ―le confesó―. Escuchar tu voz hizo mierda mis planes.

Piper trazó un par de líneas sobre su pecho con la punta de la nariz. Fue haciéndose de un camino de arriba hacia abajo hasta alcanzar la base de su cuello.

―Yo te percibí distante.

―No, ese era yo fingiendo tener autocontrol. No podría ser distante contigo.

―¿De verdad? ―cuando respiró contra su boca, Riley se enfocó en ese punto de su anatomía como si su vida dependiera de ello―. ¿Por qué?

Riley ahogó un gruñido cuando la sintió moverse. No vio a dónde se dirigía hasta que la sintió montada sobre él. Con la mirada ausente, comenzó a enredar los dedos en su pelo mientras le daba suaves masajes en círculos. Riley se tensó cuando el jugueteo de sus dedos se trasladaron a la barba de pocos días, rasgando con suavidad las mejillas con las uñas. Le comenzó a latir el corazón con fuerza ―y algunas otras partes de su anatomía― cuando sus manos siguieron la trayectoria hasta su cuello, evidenciando su falta de dominio propio. El escalofrío del contacto se desplazó a una zona que agradeció que ella no pudiese observar, pero temía que pudiese sentir.

 ―Supongo que has salido con alguien ―Piper torció la boca hasta que la mueca se volvió una sonrisa―. No sé mucho de ti.

Riley la observó con los ojos entrecerrados.

―¿Quieres hablar de mis ex novias?

―Oh, es en plural ¿Son varias?

―¿Debo preocuparme de que quieras hablar de mis ex novias?

―¿Debo?

―No. Nunca traigo algo de mis previas relaciones a la actual.

―¿Nada?

―Nada.

―Yo no he salido con nadie antes, así que hay muchas cosas que no sé, y hay algo que me gustaría pedirte.

Riley asintió sin siquiera tener una pista de lo que se trataba. Le habría dicho que sí aunque se tratase de hacer volar el país entero. No había nada a lo que no accediera teniéndola encima.

―En realidad, es algo que me gustaría probar.

La curiosidad le hizo cosquillas en el pecho.

―¿Qué es?

Piper deslizó la lengua por el labio inferior al tiempo que se ajustaba el albornoz, poniendo a Riley en alerta. Se le acercó un poco más, acomodando mejor las piernas a cada lado y mirándolo fijo a los ojos gris tormenta. Puso en desequilibrio sus terminaciones nerviosas la forma en que seguía deslizando los dedos por su cuello, viajando entre su pelo y su pecho, haciéndole sentir los pequeños cayos dejados por la incesante práctica del violín, su forma de magia favorita. Se preguntó cuanta resistencia más le quedaba.

A ese paso, por como se le iba acercando, no mucha.

Le asaltó la boca con un beso suave, casi tímido, porque su fuerte no estaba en la experiencia de una amante consagrada. Aun así se las ingenió y tomó de él cuánto quiso de aquello que estuvo dispuesto a darle, y se echó la faena encima para reclamar lo que no.

El primer aguijonazo de dicha le perforó el vientre con rabia. Posó las manos sobre sus hombros y, utilizándolos como soporte, se le montó mejor encima, empoderada por el calor que se le despertó entre las piernas. A pesar de la valentía que le inyectaron las maravillosas sensaciones que le otorgaba su respuesta, Piper jamás se había sentido tan vulnerable y expuesta al mismo tiempo, pero la dicha era tanta, y el goce tan abrumador, que se dejó llevar por las llamas que la hacían arder.

 Lo escuchó respirar con dificultad contra su boca, y Riley echó la cabeza hacia atrás para cortar el beso.

―Santo Dios, Piper, no soy de piedra.

Ella lo miró y fue una mirada que lo perforó hasta doler. Calentó dentro de él su solitario corazón, que no conocía compañía en mucho tiempo. Mas que lujuria, fue como una complicidad de amantes, esa sentencia hecha en silencio, sin intervención de palabras, de que sus almas querían unirse.

Así, con el cariño expuesto en la boca, le volvió a asaltar la suya. Mandó al diablo su quebrantable moral y le devolvió la misma algarabía que ella le concedió. Lo abordó un hambre de cuerpo y placer por la larga temporada sin compañía, y tenerla encima no hizo más que desesperar sus ansias tortuosas. El arte de su boca al besar avivó las palpitaciones en su entrepierna.

Ningún beso antes le había destrozado el autodominio como ese.

Piper era rápida para aprender. Su primer beso había sido torpe e inseguro, dejándole muy en claro que nunca antes había sido besada. Aún así, recordaba cuánto se las había ingeniado aquella chiquilla para encandilarlo. Ahora, aunque la inexperiencia seguía con su sabor muy marcado presente en su boca, ponía en práctica la técnica más antigua: la guía infalible de sus instintos.

Piper le envolvió con los dedos el cabello, tirando de él con sutileza para acercarlo más. Pronto, sus manos iniciaron una nueva ruta. Recorrió la piel de su cuello con el filo de las uñas, extendiendo el camino hacia sus hombros, trazando y ampliando un camino de curvas y líneas rectas. Pronto, se encontró con sus manos. Las presionó y las llevó consigo hasta posicionarlas sobre su cadera, dándole permiso para explorarla.

Riley pudo percibir el calor de su piel a pesar del albornoz, que se mezcló con el suyo propio y le hacía difícil recordar donde había dejado la cordura ¿Cómo diablos había llegado a ese punto? Donde un beso, que se había convertido en una inyección de vida, le hacía olvidarse hasta de su nombre.

Pronto se dio cuenta que percibir su calor no era suficiente. Sus manos inquietas, ansiando descubrir más de ella, llegaron al borde del albornoz mientras su boca, que había abandonado la de ella, se acercaba con aires de peligro a la base de su cuello. Su piel era suave, dulce, y le despertó el deseo de recorrérsela entera.

Mientras su boca disfrutaba de ello, sus manos se encontraron con una piel aún más cálida. Fue recorriendo sus muslos hacia arriba y hacia abajo, una y otra vez, hasta que le volvió a nacer la necesidad de ampliar el terreno. Tocó con la punta de sus dedos la tela de su ropa interior al tiempo que su lengua, entre gruñidos y el forcejeo de sus dientes con el albornoz, se abrió paso a la uve que le separaba los pechos.

Piper se sacudió ante el cúmulo de sensaciones, que se conglomeraban en su barriga y despertaban un palpitar indescriptible en su vientre que hacían estragos en su interior. La boca de Riley bordeando sus pechos, su aliento cálido quemándole la piel, sus manos enmarcando con lentitud la uve de su vientre, y el irreconocible calor que sentía en la entrepierna. No supo si tenía la fuerza para resistir ante aquello.

Él la estaba guiando a sensaciones indescriptibles.

―Åh herregud! ―masculló ella.

Lo apartó en cuanto le costó respirar.

Lo sintió tomarla de las caderas y acercarla más, como si hubiese espacio entre ellos todavía, y con un jadeo que la hizo temblar, ocultó el rostro en su cuello, trazando con la suavidad de sus labios un par de besos hasta encontrarle la barbilla donde encajó sus dientes. Piper se estremeció cuando le envolvió la cintura y volvió a besarla.

La apretó contra sí con tanta rabia, con tanta urgencia, que su cuerpo acabó rendida una vez más ante sus sensaciones. Le envolvió el cuello y profundizó el beso tanto como su respiración trabajosa se lo permitió.

La culpa obligó a Riley a detenerse.

Dejó que el hambre silenciara la voz de su consciencia y que la embriaguez por el aroma de su piel lo despojara de su raciocinio. No podía hacerle esto, tomar algo de ella sin que supiera la verdad sobre él. Sería engañarla como un canalla, y Riley la quería para bien, para tener con ella lo que en su tiempo buscó en otras mujeres. Y lo sabía, que si alguien podía dárselo era ella.

Con la boca seca, se obligó a hablar.

―Lo lamento. No tenía intención de faltarte el respeto.

La sonrisa que le obsequió lo hizo sentirse un idiota.

―No hiciste nada que yo no quisiera.

―Sentí que debía disculparme de todas formas.

―¿Por qué? ―lo estremeció la forma tan sutil en que le acariciaba las orejas con las uñas. Aquel inocente gesto puso a trabajar a prisa a sus terminaciones nerviosas. Por la forma en que se le ensanchó la sonrisa, supuso que no era tan inocente después de todo―. ¿No te gustó?

―No creo que gustarme sea una palabra que abarque lo necesario para explicarme.

―Sé que no te soy indiferente. Estoy sentada sobre ti y hay ciertas cosas que son más notables que otras cuando se está en mi posición.

A él le tomó por sorpresa que le hablara así. No era la Piper a la que estaba acostumbrado.

―No me mires así ―Piper dejó un prolongado beso en la boca de él―. Eres tú el que insiste en verme como una chiquilla.

Con el beso que le siguió después, Riley tuvo que sostenerla de las caderas para detenerla, o al menos lo intentó con lo poco de sentido común que le quedaba. Lo perdía en un parpadeo cuando se trataba de esa mujer.

Piper se le separó lo necesario para darle un beso en la punta de la nariz, y cuando se centró en su par de lunas, Riley sintió un cosquilleo en la barriga. Que bella estaba con los labios hinchados y un encantador rubor en las mejillas. Podría comérsela a besos la vida entera.

Dejándole un último beso en las mejillas, Piper se desplazó junto a él, recostando la cabeza del pecho y rodeándole la cintura con el brazo izquierdo. Aún le costaba seguirle el hilo. Un instante era una coqueta experta, y al siguiente volvía a ser dulce. Dios, por esas cosas es que la quería.

―Quiero saber más cosas de ti ―la oyó decir.

Riley la observó con los ojos entrecerrados.

―Te he contado sobre mi familia y también de dónde vengo.

―Lo sé, pero me gustaría saber más. Sabes demasiado de mí y yo quiero conocer todo de ti.

Para él era una tarea difícil establecer que tanto de él podía decirle, porque quería que lo conociera mejor que nadie. Quería que ella supiera de él tanto como deseara, hasta la más pequeña de las cosas. Antes de llegar a ese punto, Piper debía conocer la verdad, su verdad, empezando por su auténtico nombre.

Piper lo observaba paciente, y su valor se fue a la mierda cuando la vio tan tranquila y relajada. Parecía que el momento oportuno para confesárselo no existía. Al instante comprendió que aquello era una más de sus excusas. Ese momento jamás llegaría, y mientras más lo aplazara más riesgo corría de que Piper no lo perdonara, y Dios santo, él la quería para siempre en su vida. Nunca antes había querido tanto a una mujer, al punto de temer perderla

Se movió lentamente en la cama, apartándosele, al tiempo que acomodaba la espalda contra el amueblado de la cabecera. Piper imitó sus movimientos, y mientras lo hacía se despertaba un angustioso pánico en él. Afligido como estaba, parte de su nerviosismo desapareció cuando ella le tendió la mano y entrelazó sus dedos con los de él.

―Me he dado cuenta de que te molesta un poco hablar sobre tu pasado ―una sonrisa divertida acompañó sus palabras, restándole seriedad a su afirmación―. ¿Eres acaso un chico malo que me traerá problema?

Riley le devolvió el gesto.

―Espero que no.

―Lo veremos sobre la marcha. Mientras, si te incomoda hablar sobre ese tema, mejor no lo hagas.

―No me incomoda ―lo animó percatarse de que era cierto―. Siempre me he sentido a gusto hablando contigo, aunque a veces te sacas algunos temas que me dan dolores de cabezas.

―Lo siento ―pero la risita que la acompañó no fortalecía su disculpa.

―Es solo que me preocupa. Son muchas cosas las que tengo que decirte.

―Riley, cuando he necesitado hablar con alguien has estado ahí. Quisiera que tuvieras presente que puedo hacer lo mismo por ti.

Riley dejó escapar un largo y agotado suspiro.

―¿Recuerdas que te mencioné que hace algunos años mi padrastro estuvo metido en un problema legal? ―Piper asintió—. Para ese entonces daba clases de equitación a los hijos de Charles y Anna. La paga era bastante buena y me permitía costearme un departamento propio, pero mis bolsillos comenzaron a vaciarse con los gastos legales y ya nos quedaba muy poco en la cuenta de la familia. Opté como último recurso pedirle ayuda al padre que me abandonó. Me dijo que podría darme el dinero que necesitaba para costear su defensa y, si lo deseaba, pondría a sus abogados a mi disposición. Solo debía firmar un contrato donde me comprometía a pagarle. Firmé sin leerlo a detalle antes. Me dejé llevar por la urgencia de la situación y confié demasiado en que, por primera vez en su vida, mi padre me brindaría su ayuda aunque tuviese que pagarle después.

Riley dibujó pequeños círculos en la mano de Piper para evitar dejarse llevar por las emociones. En aquel momento, percibió el calor del contacto de su piel con la suya como su salvavidas.

―Se fue de casa cuando tenía siete y no supe de él durante un año. He crecido con el rencor de su abandono, pero recientemente he descubierto que, tal vez, fui en gran medida responsable de haber crecido sin un padre. Cuando intentó volver y recuperar el tiempo conmigo, no se lo permití. Mi madre me obligó un par de veces a quedarme con él, pero le hacía la vida imposible para que me devolviera a casa. Durante sus visitas, buscaba cualquier excusa para subir a mi habitación. Pasé toda mi niñez y la adolescencia evitándolo, hasta que sucedió lo de mi padrastro. Te lo juro, Piper, que por haberme concedido la ayuda que él necesitaba, aunque debía pagarle de alguna forma más tarde, estaba dispuesto a darle una oportunidad, pero el muy desgraciado me jugó sucio.

Piper sintió el corrientazo de su ira a través de sus manos entrelazadas.

―Riley, ¿te metió en algo ilegal?

―No ―respondió de inmediato―. Debía ejercer un cargo por cinco años. Si durante ese tiempo no lograba acostumbrarme, podría renunciar a él, pero no aguanté ni el primero. No era un ambiente en el que estuviera cómodo y lo peor es que lo veía a diario, recordándome que me había metido en ese lío al aprovecharse de una situación familiar por la que estábamos pasando.

―Fue una jugada muy sucia ―la escuchó comentar.

―Lo fue. Lo único que se me ocurrió para salir de ese problema fue venir a Dinamarca. Me presenté ante Elinor y le pedí trabajo.

―Nunca me dijiste de dónde la conocías.

Riley se preparó para las respuestas difíciles.

―Mi madre la conoció durante un evento en Inglaterra, cuando mi madre y mi padrastro ya estaban casados. Se hicieron amigas por varias cosas que tenían en común. Elinor me conoce desde pequeño, así que me tiene un gran cariño, como yo a ella. A tu tía siempre le pareció que estaba actuando como un niño inmaduro porque los problemas no se resuelven huyendo de ellos.

―¿Mi tía conoce a tu padre entonces?

Riley asintió.

―No quiero insultar a tu familia, pero no logro comprender cómo se conocen. Mi tía solo viaja para eventos diplomáticos y en ellos no hay más que miembros de la realeza o la nobleza ―le vino a la memoria la anéctoda de su primer caballo―. A menos que tu padre sea un hombre influyente. Eso podría explicar que...

Él volvió a asentir al tiempo que se movía en la cama, acomodando su cuerpo para tenerla de frente, viéndola fijamente a los ojos. El peso de sus palabras se atoró en su garganta, impidiéndoles salir. Se remojó los labios y continuó.

―Cuando llegaste a Dinamarca, nosotros no teníamos una relación tan cercana como ahora. Ni siquiera tenía pensado que podríamos llevarnos bien, mucho menos que fueras...que fueras a despertar algún sentimiento en mí. Por lo tanto, hay cosas de mi vida que no consideré necesario que supieras, en especial porque ellas eran el motivo que impulsó mi salida de Inglaterra.

Piper asintió mientras intentaba encontrarle el sentido a sus palabras.

―Mi padre supo dónde estaba y se comunicó conmigo. Dijo que podía olvidar la deuda si hacía otra cosa ―mirándola fijamente, continuó―. Tenía que casarme.

Una corriente eléctrica sacudió a Piper, y apartando sus manos de las suyas, las llevó hasta su pecho.

―Riley...

―No sabía de quién se trataba ―continuó a prisa―. Por supuesto que le dije que no, pero entonces poco después me dijiste que ibas a casarte con el marqués de Darlington...

―¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ―Piper notó que su respiración se agitaba con cada palabra que decía.

Riley respiró profundo, y Piper lo comprendió.

Cada cosa le llegó como un meteoro, pero la posibilidad que se abría paso por su mente, en medio de la lógica, parecía carecer de ella.

―Mi apellido no es Sullivan ―lo escuchó decir―. Ese en realidad es el segundo de mis tres nombres. Mi nombre completo es Riley Sullivan Timothy Egerton, Séptimo Marqués de Darlington, lo que convierte al Duque de Yorkesten en mi padre.

Con un movimiento tan rápido que su primer reflejo fue retroceder, vio a Piper levantándose de la cama mientras su mirada fija poco a poco se convertía en una impía. Las manos que aún se mantenían sobre su pecho comenzaron a temblar. Riley se preparó para sus gritos y quejidos. Después de todo, a ella le sentaban fatal las mentiras, en especial si provenían de alguien en quien confiaba.

Contrario a lo que creyó, Piper permaneció impasible mientras lo miraba y lo miraba sumergida en su silencio.

―¿Por qué de repente todo tiene sentido?

Con la velocidad de un bólido, Piper comenzó a deambular de un lado a otro por la habitación.

―Mi tía no paraba de defender al marqués una y otra vez, diciendo que era un buen hombre al que le tenía confianza, el respeto con el que Margo siempre te trató ¡Jamás te tuteaba! El mal humor que se te montaba cada vez que hablábamos del Duque de Yorkesten, lo poco expresivo que eres con tu pasado, tu despedida repentina a Inglaterra cuando te mencioné que estaba prometida al marqués ―sin previo aviso, Piper tomó una de sus almohadas y se la arrojó con fuerza, aterrizándole en la cabeza―. ¿Cómo se te ocurre mantener un secreto como ese?

―¿La verdad? No teníamos una buena relación al principio y no tenía la obligación de contarte sobre mi vida. Bastaba con que Elinor lo supiera, pero las cosas comenzaron a complicarse entre nosotros y lo que parecía sin importancia de repente adquirió el peso del mundo.

Piper soltó una maldición en danés mientras retomaba su caminata frenética.

―Yo de idiota complicándome la vida intentando encontrar la mejor manera de romper el compromiso, sosteniendo la misma discusión con mi tía y mi abuela una y otra vez para estar con un hombre al que sí quiero, ¡y resulta que se trataba de la misma persona!

Para el momento en el que Piper se percató de su abrupta confesión fue demasiado tarde, lo supo por la sonrisa torcida que comenzó a dibujarse en el rostro de Riley. Por alguna razón, aquel gesto despertó una ira dormida en ella.

―No pienses que por lo que dije no estoy enfadada contigo.

―Por supuesto.

Piper volvió a lanzarle otra almohada.

―Te he confiado tantas cosas que ni siquiera a mi tía le he dicho ¿No crees que merecía que fueras sincero conmigo?

―Quería contártelo, pero...

Riley comenzó a masajearse el cuello mientras pensaba en las palabras precisas.

―Volví a Inglaterra porque quería hablar con mi padre ―comenzó a decir―. Quería decirle en persona que no podía obligarme a casarme contigo, en especial por cuán furiosa te ponía la idea, pero al aterrizar me acobardé. Me refugié en la casa de mi madre, compartí con mis hermanos y con Alan, mi padrastro. Me quedé allí mientras pasaban y pasaban los días. Mi padrastro y yo fuimos después por unas cervezas y supongo que eso fue lo que me inyectó la valentía que necesitaba para enfrentarme a él. Mi padre es como ese monstruo al que le tenías miedo cuando eras niño y al que no sabías como enfrentar.

Él se apartó del espaldar, sentándose en el borde de la cama con las piernas colgadas, dándole la espalda. De repente sintió como si el peso del mundo se le estuviese viniendo encima. Había pasado parte de los últimos años huyendo de su padre y evitando hablar con él, y ahora todos sus problemas giraban alrededor de él y de su impulsividad inmadura. En el fondo sabía que todo aquel lío había sido provocado por sus malas decisiones y necesitaba sincerarse, no sólo consigo mismo, sino también con ella. Quería que supiera quien era él en realidad y que así como ella le había confiado sus secretos, el pudiese hacer lo mismo.

Sintió la cama hundirse, y una vez que dejó de moverse con torpeza sobre el colchón, Piper recostó la cabeza en su hombro, dispuesta a escuchar lo que él tenía que decirle. Aquel gesto tan sencillo lo reconfortó.

―¿Cómo fue verlo después de tanto tiempo? ―la escuchó preguntar.

―Desconcertante ―se sinceró―. Juro que fue una mezcla atroz que casi no pude soportar. Era la ira más antigua por su abandono y la más reciente por sus imposiciones luchando dentro de mí, y también una amarga sensación que me cortaba las palabras. Soy bastante parecido a él, en realidad, y no solo en el aspecto. Puedo ser bastante terco e irreverente de vez en cuando ―asintió para sí―. Tuvimos la peor discusión en años. La habitación estaba que reventaba por nuestros gritos. No sé qué milagro fue que no nos agarramos a golpes. Tal vez fue porque pasó de agresivo a pasivo de un momento a otro.

Se frotó la sien con los pulgares para aliviar un poco la tensión de los recuerdos.

―Al principio decía comprender mi enojo, y después sin previo aviso me acusó de ser en parte responsable de nuestra larga separación de quince años. Incluso mi madre y mi padrastro lo piensan. Fue a la casa poco después y ambos lo recibieron hasta con un ofrecimiento de comida. Pasó a ofrecerme otro trato. Dijo que estaba dispuesto a cancelar la boda si me quedaba en Inglaterra y ejercía el marquesado.

De repente, Piper comprendió aquella repentina decisión de quedarse.

―Aceptaste ―musitó, intentando neutralizar la molestia que le había provocado entenderlo al fin.

―No. Me quedé porque me parecía la manera correcta de evitar un montón de cosas. La boda era una de ellas ―Piper lo sintió tensar los hombros―. No aceptaría el marquesado o la boda. Parecía que quedarme en Inglaterra era la decisión correcta. Para mí, mi familia y para ti. Solo tenía que abandonar la posibilidad de volver a Dinamarca y todo lo que conseguí aquí los últimos dos años ―se remojó los labios―. Dejarte a ti.

Piper se apartó, moviéndose con lentitud mientras acomodaba las manos entrelazadas sobre sus muslos. Quería fingir que sus palabras no la habían herido, pero no estaba segura de poder lograrlo, porque sí lo habían hecho. Aun así, no quiso demostrárselo. Tenía derecho a querer recuperar el tiempo con su familia, aunque la distancia y la separación las hubiese impuesto él mismo.

Riley deslizó el dedo índice por encima de la manga de la bata hasta que alcanzó sus manos y fue, lentamente, entrelazándola con la suya.

―¿No te dice algo el que esté aquí? ―le susurró―. Pensé que era fácil dejar Dinamarca si consideraba que podría erradicar la larga disputa entre mi padre y yo de una buena vez. Todo lo que tenía que hacer era...

―Quedarte en Inglaterra ―masculló con pesadez.

―Aun así terminé volviendo a ti.

Piper buscó sus ojos gris tormenta, y al primer contacto con ellos sintió el disparo de sus relámpagos.

―Lamento no habértelo dicho antes ―Riley se acercó un poco más a ella―. No me pareció prudente hacerlo el día de tu presentación. Quería que disfrutaras ese día. Después te pasaste el resto de la semana evitándome, y en las últimas horas hemos tenido un momento para nosotros. Nada más importaba. Era una paz que sólo puedo tener contigo y temía que se acabara.

Piper se levantó de la cama con brusquedad.

―¿No te das cuenta, Riley? Eres el hijo del hombre que ante mis ojos siempre ha sido culpable ¿Te imaginas que así lo fuera? ¿Dónde quedamos nosotros?

―Sé que con todo lo que acabo de decirte no le he creado una buena fama a mi padre, pero no es un asesino.

 ―¿Cómo puedes estar seguro? ―se volteó para encararlo―. ¿Sabes dónde estuve en la mañana? Fui a ver a Nadim.

Riley abandonó la cama de un salto.

―¿Pero cómo diablos conseguiste la dirección?

―Por Margo. Sé dónde oculta su agenda ―sacudió las manos por encima de su cabeza―. No es lo importante. Tu padre estuvo en Dinamarca siete días antes del asesinato ¿Lo sabías?

El ceño fruncido de él le ayudó a comprender que desconocía aquel dato.

―Nuestros padres, el tuyo y el mío, iban a reunirse en Våbenhvile para finiquitar la venta de la mansión de los Egerton, pero mi padre tuvo que cancelar la reunión porque yo estaba enferma. El duque estaba al tanto de quién era el comprador, ¡todo el tiempo! Nadim piensa que tu padre se la vendió para darle carta abierta y así descubrir qué provocó la enemistad entre nuestras familias, pero yo guardo cierto recelo.

―Porque piensas que él asesinó a tus padres.

―Sí ―pero al instante tensó los hombros―. No. Bueno, la verdad no sé qué pensar. Todo es muy confuso.

―Sospechabas también de Nadim, ¿qué pasó con eso?

―No estoy segura. Hay otras personas que podrían ser responsable. La lista comienza a hacerse muy extensa. Nadim es uno de ellos, o más bien fue el primero, pero me presenta dudas. Cuando lo vi, una voz en mi cabeza me dijo que no era él. Tiene pruebas de que no lo hizo, contundentes y difíciles de ignorar, pero yo no me fio. La otra persona es el duque. También me presentó evidencias y dio a entender en un sinfín de oportunidades de que el duque tenía evidencias que lo exoneran. La otra persona es Christina.

―¿Christina? ―no supo por qué, pero le sorprendió que la nombrara como sospechosa―. ¿Por qué ella?

Piper lo miró de reojo mientras meditaba si contarle o no. Le había prometido a Gastón que guardaría en secreto su confesión. Claro que, al volver, planeaba encarar a la víbora. Cegada por la ira como esa, estaba dispuesta a olvidar su promesa ¿Lo estaba ahora?

―Escucha ―se le plantó en frente―. No puedes, bajo ningún concepto, compartir con nadie lo que voy a decirte o eso sí no podré perdonártelo.

―¿Tan grave es?

―Es muy delicado.

―Si te expone a un peligro, no sé si sea capaz de reservármelo.

―Por favor. No confío en nadie más. Eres el único que toma en serio lo que digo.

―Le preocupas a toda tu familia.

―Sé que sí, pero es que no quiero conversarlo con nadie, no todavía.

―¿A qué estás esperando? ¿Correr más peligros?

―A mi proclamación. Christina sigue siendo parte de la familia. No es lo mismo acusarla de oportunista que de asesina. Una vez que me proclame reina, tendré el absoluto control de la investigación. Si te soy sincera, de todos los sospechosos que tengo enlistados, Christina se acerca cada vez más al primer puesto.

―¿Qué hizo que te hace sospechar tanto de ella?

―No te diré nada hasta que me prometas que no le contarás a nadie.

Riley puso los ojos en blanco. Lo testaruda era lo único que no le había cambiado.

―Bien, chiquilla. Como tú digas.

Piper sonrió al instante.

―Mi abuela tenía razón al insinuar que le mentía cuando le dije que solo había ido a visitar la tumba de mis padres. Fui a ver a Nadim. Después, hice que me llevaban a la Mansión Egerton.

A Riley lo asaltó un escalofrío.

―Por Dios Santo, ¡fuiste hasta allá sola!

―Fui con los guardias. De todos modos, no llegué muy lejos. No pude. Me ganó el miedo. Creo que tuve un ataque de pánico, entonces Gastón...

―¿Gastón? ―Piper lo vio tensarse―. ¿Preferiste ir con él que conmigo?

―No fue cuestión de preferencia. Cuando te fuiste, mi tía lo nombró mi guardia.

Riley hizo un movimiento con la boca que parecía como si la quijada se le fuese a mover de sitio. No necesitaba años de experiencia para entender qué le pasaba.

―No puedo creer que sientas celos de Gastón ―le reclamó.

―No son celos ―masculló él, inclinando un poco la cabeza.

―Eso espero.

―¿Pero tenías que ir con él en lugar de pedirme que te acompañara?

―Menos mal que no son celos.

―No lo saques de contexto. No estoy celoso. En él no confío desde que lo conocí, por tanto no confío en que pueda mantenerte segura.

―¿Y tú si puedes? ¿Cómo lo harías? ¿Como guardia o como marqués? ¿O tienes otros títulos de los que olvidaras hablarme?

Riley sintió sus palabras como una explosión.

―Sabía que te lo estabas tomando con mucha calma.

―Intentaba comprender tus razones. No quiero ser tan obtusa y enfocarme sólo en mí, pero eso no quita mi enfado. Hago un gran esfuerzo por no soltar todo lo que siento, porque sé que te pareceré injusta y dura. Yo confiaba en ti y me ocultaste algo como esto. Lo peor es que me enfado más conmigo misma que contigo, porque sé que hay una razón de peso. Mi parte emocional quiere dominar sobre mi parte racional otra vez.

―Piper... ―la llamó mientras se le acercaba―. Ya venía preparado para esta discusión. Tienes tus motivos para enfadarte. No te pienso injusta o dura, así que no lo seas contigo misma. Di un salto de fe al volver, porque me importas tanto como yo a ti. Si no fuera así, no intentarías comprenderme. Sabía que no íbamos a avanzar hasta que te confesara la verdad, y aquí está. Quiero que conozcas de mí todo cuanto te interese.

Le vio el brillo de las lágrimas en los ojos grises, y sintió la necesitad una vez más de envolverla entre sus brazos y darle conforte.

―Es tarde y estoy cansada.

Riley comprendió al instante sus intenciones. Se limitó a asentir e inició la marcha hacia la puerta, pero una vez que sus dedos tocaron la perilla se detuvo. Se hizo de una gran bocanada de aire y comenzó a retroceder hasta detenerse frente a ella. Piper alzó la cabeza para poder mirarlo.

―Sé que te he soltado muchas cosas y que necesitas un tiempo para procesarlas todas, pero, si me lo permites, quisiera hacerte una última confesión.

Piper rodó los ojos.

―Te escucho.

―Hubo algo que mi padre me dijo cuando estuvimos hablando del matrimonio. Dijo que el amor no era algo que aparecía de repente, sino que había que sembrarlo, regarlo y después cosecharlo. Creo que es lo más sabio e inteligente que le he oído decir en años, en especial para un hombre que ha tenido tres matrimonios. Cuando pienso en eso, me doy cuenta de que, si me aceptaras, serías mi tercera relación, y no quiero ir de pareja en pareja, pero creo que tal vez para ambos es muy pronto.

Riley buscó sus manos hasta encontrarlas. El calor de su piel lo reconfortó y le dio valor. Sin soltárselas, hincó las rodillas en el suelo mientras la miraba fijamente.

―En el fondo sabía que si había decidido quedarme en Inglaterra no fue del todo por compartir tiempo con mi familia. Me costó un poco volverme afín a mis sentimientos porque pesaba la posibilidad que me mandaras a la mierda en cuanto supieras la verdad.

Los labios de Piper se torcieron un poco.

―Puedo hacerlo en cualquier momento.

Él se echó a reír.

―Lo sé, pero ahora que lo sabes, que sabes más de mí, quiero que conozcas también mis sentimientos. La verdad, Piper, es que te he ido agarrando cariño y tengo la seguridad de que te quiero y de que me estoy enamorando de ti.

La confesión la bañó de relámpagos que bailaron sobre su piel y tuvo que morderse los labios para no chillar por la alegría que le habían generado sus palabras.

―Nos espera una tormenta terrible por atravesar, pero sería mejor para ambos si nos enfocamos en la cosecha. Nuestros sentimientos están sembrados y quiero que le demos tiempo, los vayamos regando y luego veamos a dónde nos llevan.

―Es la declaración más bonita que alguien me hubiese hecho alguna vez.

―¿Cuántas has recibido hasta la fecha?

―Esta es la primera.

Riley puso los ojos en blanco antes de echarse a reír.

―Te dejaré descansar.

―Está bien.

Riley le estampó un beso en la frente antes de marchar fuera de la habitación, y ella aprovechó el encontrarse a solas para lanzarse sobre la cama. Tenía la cabeza repleta de información y por un instante no supo cómo ordenaría sus ideas.

No tardó en percatarse de qué ―o quien― comenzaba a ocupar más sus pensamientos. Es cierto que le había mantenido en secreto quien realmente era, pero se lo había confesado y no podía olvidarse de su voz dulce y pausada, ni de las miradas bañadas en cariño o de las caricias que le daba en las manos, trazando líneas o círculos en su piel. Tampoco podía deshacerse de la maravillosa sensación de sus besos o del calor que emanaba su piel, ni la maravillosa magia que le contagió después de una tarde juntos. Pero más importante que todo aquello, la sensación que le proporcionaba su presencia era reconfortante, protectora y la atención que ponía en ella, en sus palabras y movimientos, como si fuese lo único importante para él, le resultaba avasalladora. Lo único digno de su atención absoluta.

Lo supo de inmediato, y así como él había tenido la valentía de aceptar sus sentimientos, ella debía hacer lo mismo.

Se estaba enamorando de Riley.

AAAAAHHHHHH, este capítulo absorbió todo de mí. Lo he estado editando desde ayer para que quedara perfecto. Estoy oxidadísima en cuanto a escenas de sexo se refiere, pero de todas formas estoy contenta con el resultado.

Ya la bomba fue soltada ¿Fue como se la esperaban? 😏

Próxima actualización: gente, esta cosa está bien larga(+11mil palabras), es como dos en uno, así que la próxima actualización será para el viernes, 18 de octubre. Vayan al cardiólogo para que no les de un ataque 🥺

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