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Capítulo veintinueve.

―Puedes sentarte ―dijo la reina madre.

El ambiente tenso tragó de un bocado la pequeña sala de lectura donde de encontraban, y parte de ello se debía a que no acababa de comprender por qué estaba allí.

Margo lo interceptó de camino al comedor, indicándole que la reina madre lo esperaba en el otro palacio. Nunca le dijo el motivo, así que se armó de un suspiro valiente y se encaminó a la reunión.

La reina madre Olena tenía las piernas juntas, pero inclinadas a la derecha y un libro verde que acababa de cerrar descansaba sobre sus muslos. Vestía un traje blanco ―color que solía emplear en muchas ocasiones, y por la forma en que lo miraba parecía que estaba punto de dictarle una sentencia.

Riley se acomodó en el asiento frente a ella.

―Buen día ―le dijo.

―Pasando de las formalidades, me gusta abordar de inmediato el tema. Quiero que hablemos de mi nieta.

Era el tema que, para sí mismo, había supuesto. Nada más los unía.

―La escucho.

―Elinor me comentó que vas a contarle sobre tu marquesado a Piper.

―Ya lo hice ―la interrumpió―. Anoche.

A Riley le incomodó lo inexpresiva que podía ser.

―¿Cómo tomó la noticia?

―Es pronto para una respuesta concreta. Le sorprendió, por supuesto, y no le contentó la noticia, como era de esperarse. No hemos vuelto a hablar desde entonces.

―Mi hijo Aleksander amaba tanto a esa niña que gastó su último respiro pidiéndole a Nadim que la salvara. Como su abuela, me veo en la responsabilidad de ejercer el papel que mi hijo debería estar haciendo. Si te parezco dura, ten la seguridad de que él habría sido peor. La seguridad y felicidad de Piper es el fin colectivo de la familia.

―¿Por eso la comprometió en matrimonio en contra de su voluntad?

Su gesto inexpresivo se convirtió en una mueca de cólera.

―Podría gastar toda mi energía en simpatizarle ―se echó hacia atrás en el asiento―, pero ambos sabemos que no funcionaría. Usted no confía en mí por la familia de la que provengo.

―No tuvimos una buena experiencia como referencia con tu padre.

―Yo mismo carezco de una buena referencia respeto a mi padre, teniendo en cuenta que ha pasado más de la mitad de mi vida ausente. Hasta hace poco es que decidimos optar por otras medidas y en gran parte es por Piper.

―No creo que haya tomado muy bien la noticia de tu parentesco con él.

―Usted la conoce mejor. Ya debe haberse imaginado cómo reaccionó.

―¿Por cuánto tiempo vas a permanecer en Dinamarca?

―Piper lo decidirá.

―¿Y si pidiera que te marcharas?

―No regresaré a Inglaterra hasta que hayamos resuelto esto de una forma u otra. Tendrá el espacio que necesite, y cuando esté más tranquila volveremos a hablar.

―No espero para Piper menos que un buen hombre. En su momento la prometí a ti por varios motivos, partiendo de la seguridad que puedes brindarle con tu título, decisión que me he venido cuestionando desde que fue atacada en el otro palacio. Ciertamente, las cosas han cambiado. Puede que haya surgido cierto afecto entre ustedes. Como ya mencioné, no tuvimos con tu padre una buena experiencia. No duró ni un año ese matrimonio y avivó las llamas de una rencilla de más de un siglo. Simples palabras no me bastan para creer en tus buenas intenciones, por tanto, si en efecto son buenas, tengo una condición que deberás cumplir.

En el comedor encontró a Maude, dando golpecitos con los dedos sobre la superficie de la mesa, tatareando una canción mientras esperaba.

―¿Por qué no pediste que sirvieran el desayuno? ―le preguntó al tiempo que se acomodaba en su asiento―. Permití que lo hicieran aunque yo no esté.

―Te esperaba. Es aburrido desayunar sola.

Piper se acomodó el cuello tortuga de su suéter y después hizo un gesto con la mano. En un parpadeo, los platos y los vasos estaban llenos.

―Parece que no tienes nada pendiente para hoy ―le dijo Maude mientras le untaba mantequilla al pan―. Lo digo por cómo estás vestida.

―No hasta más tarde ―partió un trozo de su pan―. Agnate está trabajando en mi vestido para la proclamación. Quiere que vaya a hacerme una prueba. Me cambiaré al salir.

―¿Te acompañará Riley?

El suspiro que dejó escapar le sirvió a Maude como una advertencia de que algo sucedía.

―¿Volvieron a pelear? Pensé que estaban bien. Supe que salieron anoche ¿Fue una cita?

―No exactamente.

―¿Entonces? Sé que me pierdo de vez en cuando por ahí con Ivar, pero sigo siendo tu mejor amiga.

Piper se distrajo masticando el pan, centrando sus pensamientos antes de expresarlos en voz alta.

―¿Recuerdas que mi tía y mi abuela intentaron prometerme en matrimonio con un marqués?

―Uf, ¡claro que sí! Todo ese drama era digno de una teleserie.

―Bueno, pues en el capítulo de anoche, Riley me confesó que él es ese marqués, el hijo del primer marido de mi tía, el duque de Yorkesten.

Los ojos de la pelirroja se abrieron de forma tal que Piper temió que se le fuesen a salir del rostro.

―¡No te creo!

Piper hizo girar el tenedor en círculo tres veces, como instándola a abandonar la sorpresa.

―Así es como se cierra un día largo y complicado ―en su propia voz notó la pequeña rabieta que había estado intentando mantener controlada.

―Significa que ustedes están comprometidos.

―No. Me he negado desde un principio. Nunca se hizo oficial.

―¿Ni siquiera ahora que sabes que es él?

Piper la fulminó con la mirada. Después, se echó otro pedazo del pan a la boca.

―Hay una cosa que no entiendo ―comentó la pelirroja―. ¿Qué hacía de guardia si es un jodido marqués?

Sintetizó la explicación lo mejor que pudo, guardando algunas cosas para sí, en caso de que Riley prefiriera que se mantuvieran en secreto. Una vez que terminó, el silencio se coronó entre ellas, siendo opacado de vez en vez por el sonido de los cubiertos al golpear el plato o los vasos al ser colocados en la mesa.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó Maude.

Piper tenía la boca convertida en una línea. Aquella era una pregunta que no había querido hacerse.

―Aún no lo sé.

Maude asintió, levantando su curiosidad.

―¿No me dirás nada?

La pelirroja agitó los hombros.

―¿Qué puedo decirte que no lo haya hecho ya?

―Tengo motivos para estar molesta.

―Puede.

La sonrisa habitual de su rostro se encontraba ausente. En muy pocas ocasiones, su mejor amiga se mostraba tan seria.

―Dilo ―la instó―. Es peor cuando te quedas callada.

Maude la miró fijo. No había una chispa de diversión en sus ojos.

―Tienes razón en estar enojada. Te ocultó algo importante, ¿pero cuánto más dejarás que eso te nuble el raciocinio? Te conoce lo suficiente para saber que ibas a enfadarte y aún así se arriesgó. Yo siempre he sido la que está de su lado de la moneda, de las que se arriesga y espera que la otra persona haga lo mismo. Sé lo que asusta esconder algo y ocultárselo a la persona que te importa por miedo a que te rechace. Tengo miedo de que me pase si le digo a Ivar sobre ese vídeo. No te das cuenta de lo afortunada que eres. Riley dejó su país y aceptó un título que no quería por ti. Se enfrentó a su padre, al miedo de que lo rechaces y te dijo la verdad. Ha sido paciente y te ha demostrado que te quiere en serio. Si dejas que tu enfado evite que veas lo que él hace por ti, te perderías de algo maravilloso. Podrías tener lo que la mayoría de las mujeres quiere: tener un buen hombre a quien le importen tus sentimientos. Pero eso sólo dependerá de ti.

Piper sintió que sus palabra la aplastaron como si fueran una estampida ¿De verdad dejaba que su enojo nublara su raciocinio de esa manera? Una parte de sí la miraba desde el rincón, con las manos en la cintura y un pie moviéndose a prisa. Le parecía decir "ya era hora de que te dieras cuenta".

Se frotó la frente al tiempo que suspiraba. No tuvo mucho tiempo para pensar, porque la intromisión de Meredith llamó su atención.

―Buen día, Su Alteza ―inclinó la cabeza hacia la pelirroja―. Señorita Maude.

―Mi querida señorita asistente ―imitó su gesto.

―Si vienes a recordarme que tengo prueba de vestido, ya lo sé. Mejor recuérdamelo faltando dos horas.

―Oh, no venía a eso. Me he encontrado con Lord Darlington y me solicitó que le informara que la espera en el jardín.

Piper la miró con desdén.

―Sabías que era marqués, ¿verdad?

La mujer alzó ambas manos.

―Le juro que no ―las dejó descansar a ambos lados del cuerpo―. Me lo explicaron hace menos de una hora, así que debo acostumbrarme a otro título. Apartando ese asunto, ¿quiere que le diga que no está disponible o que irá en un momento?

―Yo iré. Tengo para ti otra tarea. Mis tíos y mi abuela están en el otro palacio escogiendo a mi jefe de seguridad. Ve a ver como va el proceso.

―De inmediato ¿Necesita algo más?

―No, Meredith. Gracias.

Maude la asaltó con rápidas preguntas en cuanto la mujer se marchó.

―¿Qué vas a hacer? ¿Hablarás con él? ¿Le darás una oportunidad?

Piper se limitó a levantarse del asiento.

―Hablamos después.

La mesa con dos tazas, dos teteras y montones de bocadillos estaba servida al final del jardín, bajo un cenador de madera gris. Lo envolvía las enredaderas sobre el techo y los soportes, armonizando con la vegetación que adornaba el rincón más tranquilo de la propiedad. Escondida detrás de la puerta, Piper lo vio tomar la taza de té, acercarla lentamente a su boca y dar uno o dos tragos antes de devolverla a la mesa. Descansó las manos en los muslos mientras deambulada la mirada de un extremo a otro, como haciendo tiempo. Le echó una rápida mirada al reloj de su muñeca. Soltando un suspiro, se recostó del espaldar y esperó.

Lo estuvo mirando desde allí por más de diez minutos, escondida tras el refugio la puerta, una parte de ella haciéndose la indecisa. Era la primera mañana soleada en dos días, y algunos rayones de luz le bañaban el rostro, resaltando el gris de sus iris. A Piper le pareció incluso más guapo que antes, con el traje gris oscuro ―que definitivamente era su color― y la mirada perdida, como distraída. Se preguntó como pudo estar tan ciega. El porte de un noble siempre estuvo de su parte, incluso cuando vestía como el montón. No hubo paso en falso que diera ni elegancia autónoma que lo abandonara. Ahora que vestía y actuaba de acuerdo a su título, Piper supo que aquello era algo que debió suponer hacía mucho tiempo. Riley nunca fue un guardia común.

Respiró profundo y acudió a su encuentro. Con parsimonia se puso en pie, abotonándose el saco mientras la miraba fijamente. Se sintió un poco ridícula por presentarse con una camisa de mangas largas y pantalones negros cuando él parecía sacado de una revista, pero disfrazó su pequeña inseguridad con una sonrisa blindada de confianza.

―Buen día ―le escuchó decirle.

Los separaba la mesa, y Piper deseó que tal distancia no existiera, pero no se animó a dar el primer paso. No todavía.

―Buen día ―le dijo ella―. Me sorprendió no verte en el desayuno.

―Tuve una reunión de improvisto que no pude postergar.

―Mm.

Él se le acercó, y a ella le costó mantenerse apartada cuando sintió el primer golpe de calor por su cercanía. Riley no hizo nada mas que mover la silla para invitarla a tomar asiento. Ella asintió, sonriéndole. Una vez sentada, rodeó la mesa e hizo lo propio.

―Pedí que te prepararan chocolate caliente. Recuerdo que no te gusta el té.

―Te lo agradezco.

Supuso que esperó a que ella se sirviera un poco, porque apenas culminó, lo escuchó hablar:

―He venido pensando un montón de cosas desde anoche, y en especial desde la reunión de la mañana, respecto a nosotros.

Piper tuvo que ocuparse bebiendo del chocolate caliente para mantener a ralla la inquietud que danzaba de su pecho hasta su barriga.

―No pienses que quiero una respuesta inmediata. Por supuesto que te daré un tiempo para considerarlo. Quiero que tengamos una conversación amena antes de que des tu última palabra.

―Entonces, depende de mí lo que pase entre nosotros.

―Depende de ambos, pero yo no haría algo con lo que no estés de acuerdo.

―Me has dado mucho en lo que pensar desde anoche. Tengo que ver las cosas de una forma diferente. Me refiero a lo que creía conocer de ti.

―Dentro de cuanto pude decirte, todo fue sincero y auténtico.

―Pero yo no lo sé. Quiero creer que es así. Es difícil cuando la persona que tengo frente a mí es un conocido y un desconocido al mismo tiempo.

―No dejé de ser quien soy por un título. Soy el mismo Riley de siempre.

―No sé si yo lo sea, no contigo. Dolió mucho que te fueras, y tengo miedo de que lo hagas otra vez.

―Tienes que prestarme más atención ―su mirada era dura, pero suave al mismo tiempo, decidida―. No dejé Inglaterra por un capricho. Vine aquí porque mi interés por ti es genuino. Lo que te dije anoche es algo que voy a sostener cuanto sea necesario hasta que lo entiendas.

Piper se mordió el labio para contener el llanto. La nube de dudas y contradicciones comenzó a disiparse a medida que fijaba más su atención a los ojos grises de él, también fijos en los de ella ¿Cuánto más podía escudarse en el miedo? Teniéndolo frente a ella, no le faltaban más evidencias de que sus palabras eran ciertas.

Había vuelto por ella. Tanto así le importaba. Tanto así la quería. Sí, tanto así. Comprenderlo la hizo sonreír.

―Lo entiendo. Supongo que estoy dejando que el estrés de las semanas pasadas me cobren factura. Por momentos no me creo que dejaras Inglaterra por mí, en especial sabiendo que podría rechazarte.

A él se le torció la boca en una sonrisa tímida. Le apartó la mirada un instante, como avergonzado.

―Las últimas semanas también fueron muy difíciles para mí. No creí que pudiese extrañar un país que no era el mío ―volvió a mirarla, la sonrisa tímida y dulce aún danzaba en su boca―. Dinamarca me ha dejado cosas buenas. Aquí nos conocimos. Di un salto de fe al regresar y eres la única que podría quebrarme la esperanza. También estoy a un soplo de un corazón roto.

La confesión le dibujó a ella una sonrisita, y en la dulzura de su mirada encontró la esperanza que necesitaba.

Riley dio un rápido trago al té y retomó la conversación.

―Quería que habláramos de otra cosa ―hizo girar la taza tres veces sobre su plato, indicio que reveló a Piper su nerviosismo―. La reunión que tuve esta mañana fue con tu abuela.

La sonrisa de Piper se congeló.

―¿De qué hablaron?

―De ti ―se encogió de hombros―. De mi familia. De nosotros. Habló de todo lo que le preocupa. Me preguntó que intenciones tenía contigo. Está tomando la parte que ejercería tu padre de él estar vivo. A mí me parecen términos aceptables. Te quiere muchísimo.

―Lo sé, pero me preocupa qué tan lejos llegaría ese cariño.

―No tan lejos. Es una mujer razonable. Me permitirá acercarme a ti con una condición.

Piper se frotó las mejillas con ambas manos.

―Esta es la parte que me da miedo.

A él se le torció la boca en una sonrisa divertida.

―Tengo que mudarme fuera del palacio ―le dijo.

Piper soltó un resoplido, y al instante estiró la mano para tomar un panecillo de chocolate y almendras. Le dio un mordisco y masticó con fuerza. La observó en silencio, con una sonrisa de triunfo que intentó disimular mientras fingía que se rascaba la barbilla. Era casi predecible, por lo que los bocadillos dulces no podían faltar en una negociación entre ambos. Los postres la tranquilizaban. Se preguntó si su abuela sabía aquello. Supuso que no, pues la había educado con una restricción limitada a los postres. Él, por su parte, utilizaba ese descubrimiento a su favor. Una Piper tranquila era mucho mejor que una inquieta.

―Supongo que aceptaste ―teorizó ella.

―Lo hice. Presentó razones de peso. A ella le preocupa que esta situación se saque de contexto. No quedaría bien visto que te esté cortejando si vivo a una habitación de distancia.

―¿Cortejando? ―A Piper le pareció divertida la forma en que lo había dicho. Parecía tan fuera de su época.

―Por supuesto ―sonrió, orgulloso de si mismo―. Soy un caballero ¿Esperabas alguna otra cosa?

―No lo sé, pero estoy abierta a las sorpresas.

―Parecen términos razonables. También estoy abierto a ellas.

―Sólo tengo una condición.

―Te escucho.

―No voy a casarme contigo.

La sonrisa de él se intensificó.

―Sabes que las cosas impuestas no se me dan ―continuó ella.

―A mí tampoco. De todos modos, el compromiso ya quedó sin efecto ―ampliando más la sonrisa, le guiñó el ojo―. Por ahora.

Piper sintió el calentón en sus mejillas e imploró que él no lo notase. Al instante, le vinieron los recuerdos de sus propios pensamientos, su consideración de casarse con el marqués y tener con él todos los hijos que quisiera, habiéndose encontrado Riley fuera de su vida. Dios mío, hasta le había dicho que se casaría con él para darle celos. Ahora comprendía por que el sinvergüenza se había echando a reír.

Masticó otro panecillo casi a prisa, en un esfuerzo por esconder su nerviosismo.

―¿Cuándo vas a mudarte? ―le preguntó. Le urgía un cambio de tema.

―Tu abuela me dio una semana, dos cuanto mucho. Hablé con un agente de bienes raíces y me presentará algunas opciones mañana.

―Oh ―limpió las migajas de la comisura de los labios―. Ya me había acostumbrado a verte en las mañanas.

―Dije que me iré del palacio, no que me mudaré lejos.

A ella se le formó un gesto de burla en la boca.

―Así tú me visitas y yo te visito.

―Las puertas de mi hogar siempre estarán abiertas para usted, Su Alteza.

Piper se echó a reír al tiempo que se ponía en pie.

―Es un gesto muy amable de su parte, Lord Darlington ―referirse a él de aquella forma le dejó un extraño sabor que prefirió ignorar―. Lo tomaré en cuenta. Sin embargo, temo que tendré que retirarme. Debo asistir a una prueba de vestido.

―Su abuela me ha puesto al tanto ―se puso en pie, acomodándose el saco―. Me he ofrecido como su acompañante, para garantizar su seguridad.

―Me conmueve saber que le importo de tal manera.

―Su bienestar ha sido prioridad para mí desde que nos conocimos.

Piper le agradeció con una sonrisa. Cruzó el espacio que los separaba y tomó entre sus manos las de él. Lo miró, fijo a los ojos gris tormenta. Un par de sus relámpagos la golpearon en el pecho, dejándole una agradable sensación cálida.

Le soltó el agarré, envolvió las manos en torno a su rostro y lo besó. Tuvo de él una respuesta inmediata, y la sensación fue maravillosa. Le devolvió el beso con hambruna, como si hubiese estado esperándolo una vida entera. Lo disfrutó más por la ausencia de labial, y su boca voraz le dejó un par de moriscos en los labios que la arrojaron a un frenesí. Él sí que sabía como besar, y ella era la afortunada ganadora de su atención y su cariño.

Se le apartó un poco para recobrar el aliento.

―Yo... ―se remojó los labios sensibles―. Debo ir a cambiarme.

Le falló la concentración al percatarse de que aún le miraba la boca. De forma involuntaria, se vio después haciendo lo mismo.

―Te espero aquí ―dijo él después de un rato―. Avísame cuando estés lista.

Ella asintió, pero no se movió. Le costaba lo suyo apartarse, como si una mano invisible los estuviese manteniendo allí a fuerza. Contuvo el aliento cuando se le acercó. Un escalofrío de contentura le recorrió el cuerpo cuando le dejó un beso en la frente.

La vio poco después ingresar al palacio, dejando la puerta entreabierta. Las flores del jardín perdieron su encanto. Sólo podía oler el rastro dulce que había dejado ella con su partida. Una sonrisa boba se le dibujó en la boca al recordar el beso. Nunca nada le supo tanto a cariño como eso. Ningún beso antes le había hecho sentir lo que ella. Ninguna mujer le había despertado tanto el hambre como esa chiquilla.

Sin lugar a dudas, volver a Dinamarca era la primera decisión acertada que había tomado en años.

Agnate los recibió en la entrada.

―Bienvenida, Su Alteza.

Afuera, desde la distancia, el resplandor de las cámaras que los acompañaron durante el viaje atravesó los ventanales de cristal. Se aseguró de mantener una postura apropiada y una sonrisa amable mientras esperaba a que Agnate le invitara a pasar a los vestidores privados. Una vez libre del ojo público, se permitió relajarse.

―Supongo que ha sido un viaje tedioso ―curioseó la modista―. ¿Ya se ha adaptado a las cámaras?

―Aún no.

La mujer se percató de su acompañante.

―¿Viene por un traje también? Vestimos tanto a damas como a caballeros.

Riley miró a Piper de reojo.

―Si la oferta me tienta, sí.

―Lo tentará ―añadió Piper―. Tiene que ir bien vestido a mi proclamación.

Agnate gritó un nombre al aire que no pudo entender. Poco después, un hombre de treinta y pocos apareció tras ellos. Portaba un traje espectacular, hecho a la medida de un sólido color crema. Los zapatos cafés combinaban con la pañoleta de su bolsillo y el reloj de su muñeca.

―Nada sienta tan bien como un traje a la medida ―la oyó decir―. Bjarke puede tomárselas.

Bastó con un rápido chasquido de dedos para que Bjarke le indicara el camino a seguir. Riley marchó tras él, no sin antes obsequiarle una mirada divertida a su compañera. Contagiándose del gesto juguetón, Piper agitó la mano en el aire como si se tratase de una alegre despedida.

―Pensé que la vería hace unos días ―comentó Agnate mientras ordenaba los vestidos en el perchero de metal negro.

―Se presentó una situación familiar que debimos resolver.

―Comprendo ―una vez conforme con el orden, aplaudió y se encaminó hacia ella―. Tomando en cuenta que la ceremonia es a mediodía, y que la alfombra será roja...

―Verde ―le corrigió―. Pedí que fuera verde. Es mi color favorito.

―Peculiar por demás. En tal caso, deberé modificar los bocetos. He añadido al diseño los elementos que pidió ―le señaló el corredor al final, que las llevó en poco tiempo a la oficina de la mujer―. El trébol rojo y los dragones rampantes bordados. Blancos ambos me parece lo apropiado. Ahora, respecto al color del vestido...

―Quisiera que fuera azul.

―¿Entero?

―Sí.

―¿Pero aún mantendrá los bordados?

―Lo haré.

Agnate la miró con impaciencia, pero lo disimuló al instante.

―Lo lamento ―le dijo Piper―. Debí decírtelo antes. Mi cabeza ha estado por todas partes y tampoco le pedí a mi asistente que me lo recordada.

―Bueno, en tal caso supongo que solo puedo hacer la prueba de las medidas. A menos que tenga otra especificación de la que deba enterarme.

Piper le sonrió con timidez.

―El escudo de las Islas Feroe y el de Groenlandia es azul. No es el mismo tono, pero quisiera uno que los representara. Hablo del color del vestido Sobre el escote, no tengo mucho que decir. Procura que no sea muy acentuado.

―Tengo un par de ideas que de seguro le van a gustar.

Agnate le ofreció asiento mientras abría la caja fuerte ―disfrazada de un pequeño refrigerador blanco― y esparcía todos los bocetos sobre el escritorio, señalando y explicando uno a uno con las manos enguantadas.

Pasó cerca de hora y media hasta que, finalmente, pudieron ponerse de acuerdo.

―He preparado una selección de los zapatos y accesorios que irían a la par con el vestido. Suponiendo, por supuesto, que le haya gustado.

―Eso no lo pongas en duda.

Media hora más tarde, Piper tenía seleccionados un par de tacones. Se decidiría por alguno cuando el vestido estuviese listo.

―Llevaré el vestido, los zapatos y los accesorios en la mañana del viernes ―le informó la mujer―. Iniciaré con el ajuste de las medidas esta misma tarde ¿Segura que no quiere algo específico?

―No sé de cortes, medidas o ajustes, por lo que prefiero evitar tomar cualquier decisión respecto a esos tres puntos.

Agnate asintió. El silencio se extendió por la callada boutique el tiempo que duró la ingesta de dos tragos al chocolate y tres panecillos.

―¿Cómo le ha ido en la vida de palacio ahora que su presencia es pública?

―He salido poco y la mayor parte de mi tiempo lo empleo en mis estudios. Aún me queda mucho por aprender.

―Yo, que suelo tomarme un par de horas en las tardes después del trabajo para caminar por Nyhavn, escucho su nombre por todos lados. No han parado de hablar sobre usted desde su presentación.

Aquello la inquietó más de lo que era capaz de admitir en voz alta.

―La alegría danesa ha comenzado a despertar una vez más, pero muchos se preguntan dónde está usted y que hará después. No es usual de la familia real permanecer en el palacio todo el tiempo, como si temiese abandonar la seguridad que el lugar mejor protegido del país les provee. Estamos acostumbrados a que nuestros monarcas sean gente de pueblo y a incluso toparnos con ello en la calle.

A Piper se le esfumó el apetito de golpe. Devolvió la taza sobre su plato con lentitud, como si temiese hacerlo a prisa y destrozarla.

―Mi tía considera que es más seguro para mí quedarme en palacio.

Agnate asintió.

―No me malinterprete, lo es. Corre usted un gran riesgo y el pueblo lo sabe. Es por lo que están tan afligidos. Es inconcebible como una tragedia así pudo ocurrir a la familia real.

―Temo que no me he tomado el tiempo de pensar en eso. He estado muy centrada en todos los preparativos para la proclamación y en otros asuntos personales.

―Es comprensible. Tendrá tiempo después, no se preocupe.

Se reunió con Riley en la recepción. Le sonreía a Bjarke mientras asentía a una que otra cosa que le decía. Al percatarse de su presencia, le ofreció disculpas al nombre y se despidió.

―¿Ya escogiste la indumentaria para tu proclamación? ―Piper le notó la impaciencia en la voz.

―¿Te aburres haciendo compras?

Él le sacó la lengua como si fuera un niño.

―El problema no eres tú, es ese tipo, Billar. Bjarke. Yo qué sé. Toma medidas para todo, hasta partes de mi cuerpo que no pensé que necesitaría medir.

Piper contuvo la respiración para evitar la carcajada.

―Ha sido un proceso difícil, pero ya terminó, que es lo importante ¿Ya tienes todo?

Riley parecía fuera de lugar, detenido en medio de la tienda mientras se ajustaba la manga de la camisa y el saco, como un maniquí puesto por accidente por donde la clientela pasaba. Tenía la mirada fija en el interior, distante, observando su entorno a detalle. Percatándose de su inmovilidad, transportó sus ojos grises y alertas hacia ella.

―¿Quieres que te dé más tiempo?

―No. Yo ya terminé.

―¿Segura? Puedo esperar.

―Sí, lo estoy.

―¿Y por qué te has decidido?

―Lo verás cuando lo lleven a palacio ¿Por qué te has decidido tú?

―Lo verás cuando lo lleven a palacio.

Piper hizo una mueca. No podía combatir fuego con fuego.

Se despidió de Agnate y le permitió a Riley escoltara hasta el auto. Los primeros destellos de las cámaras la tomaron por sorpresa. Pudo reponerse a prisa gracias a Riley, quien se había interpuesto para reducir el impacto de la luz. Saludó con gentileza, deslizando la mano con suavidad por el aire, al tiempo que sostenía su sonrisa diplomática ¿Habían estado esperando allí todo este tiempo a que ella saliera? Vaya, eran persistentes.

Riley sostuvo su mano para ayudarla a entrar al vehículo. Después lo hizo él. Escuchar el sonido de la puerta cerrarse y del auto andar la relajó bastante.

Él le dio un suave golpe en el muslo para llamar su atención.

―¿Quieres regresar a palacio?

Una mueca se dibujó en su boca.

―Estoy cansada de estar en palacio todo el día ¿Por qué no me recomiendas algún lugar al que ir?

―Hay un festival gastronómico en Nyhavn que lo hacen cada marzo, junio y octubre. He ido un par de veces desde que me instalé en Dinamarca. También dan paseos en bote hasta el Fuerte Trekroner y de regreso. En el trayecto puede verse el palacio de Amalienborg, la Casa de la Ópera, la base militar de København, la estatua de bronce de La sirenita y muchos otros edificios más hasta llegar al fuerte. Rodean la estructura para después regresar a Nyhavn.

―¿Podríamos movilizar a la guardia? No quiero volver al palacio tan pronto.

―Supuse que lo pedirías.

Lo vio introducir la mano en su bolsillo derecho para tomar su teléfono y después de un par de llamadas de pocos minutos, el auto giró a la izquierda y marchó rumbo al paseo marítimo.

Nyhavn era un extenso paseo de luces y colores con una amplia variedad de casetas y mesas, ocupadas por las familias que venían a disfrutar de la comida gratuita, la música y el arte del festival en una tarde de luz anaranjada. El olor dulce de las tartas le asaltó la nariz, despertando en ella un apetito casi voraz.

―¡Wienerbrød! ―chilló mientras señalaba una de las carpas al inicio del paseo―. No he comido uno en años.

A él le costó comprender el nombre, pues no era un experto con el danés. Apenas se le había despertado la curiosidad por aprender algunas palabras. Supo que se trataba de un bollo de hojaldre cuando estuvieron lo suficientemente cerca de la carpa para notarlo.

A Riley le llamó la atención el gesto del repostero, quien había fijado su mirada en Piper mientras esta le hablaba en un perfecto danés ―de lo que no comprendió ni una sola palabra― como si la hubiese visto antes e intentara recordar donde. Briosa con su sonrisa jovial, Piper movió las manos hacia adelante para aceptar el bollo de hojaldre. El repostero continuó fijando la vista mientras la observaba dar el primer bocado.

Después del segundo ―o tal vez el tercero―, la chiquilla le ofreció un trozo. Riley se encargó de llevarse con los dientes gran parte del pan. A ella se le escapó una risita divertida.

―Era solo un pedazo, no el bollo completo.

―Tengo hambre ―se defendió.

Piper se despidió del repostero y lo arrastró de vuelta al paseo.

―¿Quieres tomar algo? ―indagó él―. El año pasado probé la Tuborg ¿No te animas?

―No lo sé ¿Quedaría muy mal si tomo frente a tanta gente?

―No tiene tanto alcohol, pero si prefieres tomaremos agua o cualquier otra cosa.

―Házmela probar en el palacio un día de estos. Me sentiría más cómoda.

―A mí me gusta tomar cervezas de vez en cuando ¿Eso te molesta?

―No. Recientemente me hecho el hábito de tomar. Podríamos ser compañeros de tragos.

―Hecho.

La carcajada que dejó escapar ella fue acompañada por los fuegos artificiales disparados al cielo, aún teñido de amarillo y naranja. La gente detuvo la ingesta para observar el espectáculo. Algunos niños comenzaron a aplaudir y a dar saltos, apuntando con las manos los estallidos de colores.

Una vez que la lluvia de luces cesó, los niños emprendieron carrera por la calle. No fue consciente que llevaban en la mano conos de helado hasta que uno de ellos tropezó y cayó de rodillas frente a ellos. La bola blanca y fría aterrizó sobre la falda de Piper, deslizándose lentamente por la pierna izquierda hasta terminar en el suelo.

Piper se apuró a levantar al niño.

―Cariño, ¿estás bien? ―le revisó a prisa las manos―. ¿Te hiciste daño?

Una pareja acudió a prisa ―supuso que eran los padres― y tomaron al pequeño en brazos.

―Lamento mucho lo sucedido, señorita, es que el niño...

La mujer, que llevaba el pelo castaño en un apretado moño, palideció cuando levantó el rostro y la miró.

―Santo Dios, Su Alteza, discúlpeme...

―No pasó nada ―respondió de inmediato―. Se quita con un poco de agua.

―De todas formas, por favor, disculpe por haberla molestado.

Aquella innecesaria disculpa comenzaba a incomodarla, en especial por la cantidad de miradas que comenzaban a posarse sobre la escena.

―No me ha molestado ―se apuró a decirle a la pálida mujer―. El niño estaba jugando y tropezó. A cualquiera podría pasarle. El vestido se lava y se resuelve cualquier inconveniente. Por favor, continúen disfrutando de la noche. No quiero que mi presencia los incomode.

La gente se dispersó poco después, y cuando se encontró a solas, rodeada tan solo por Riley y los guardias, le envolvió el brazo con el suyo.

―Vámonos ―le pidió.

Riley la miró de reojo.

―¿Tan pronto?

―No me siento cómoda y creo que la gente tampoco. Me parece que mi inesperada presencia los está importunando.

―Tienes que dejar que se acostumbren a ti.

―Lo sé, pero creo que este no es un buen momento.

Él suspiró como respuesta. Hizo un rápido asentimiento con la cabeza y en un parpadeo los guardias abrieron un camino por entremedio de la gente. Piper le echó una rápida mirada al atardecer que se extendía por encima de los coloridos edificios. Los rayones amarillos y naranjas comenzaron a extinguirse por el arropo gris de las nubes.

Comenzó a andar más lento cuándo él tomó su mano.

―¿Es un atardecer muy bello, no te parece?

Riley instaló la mirada en ella y la observó. En sus pálidos ojos se reflejaba el juego de colores de un atardecer que se ahogaba en la creciente, aunque lenta, oscuridad.

―Lo es ―musitó junto a ella. Después, sonrió―. ¿Quieres que haga un comentario cursi?

La escuchó reírse.

―No ¿Quieres que lo haga yo?

―No.

Ella le dedicó una sonrisa torcida.

―Vi muchos atardeceres en Tórshavn que podrían quitarle el aliento a cualquiera, pero los de Dinamarca tienen un poder especial sobre mí.

―Extrañabas tu país ―teorizó él.

―Lo hice. Desde que llegué, he estado encerrada en palacios, y cuando salgo a la calle me siento un poco perdida ¿Cuánto crees que tarde en readaptarme?

La pregunta quedó en el aire con el tirón a su falda. Buscando al responsable, encontró al niño que minutos atrás había tropezado frente a ella. Le dedicó una sonrisa instantánea mientras se inclinaba para estar a la altura.

La guardia se apresuró a detenerlo, pero Piper los detuvo con un movimiento de manos.

―He sido muy descortés contigo, ¿no te parece? ―le extendió la mano―. Soy Piper, ¿cómo te llamas?

El niño movió la boca antes de responder y devolverle el apretón.

―Jorgen ―respondió el niño con firmeza y la barbilla alzada―. Jorgen Nørup.

―Jorgen ―pronunció despacio para asegurarse de no equivocarse―. ¿Qué edad tienes, cariño?

―Hoy cumplí los diez.

―¿Entonces hoy es tu cumpleaños? ―él asintió―. ¿Te la has pasado bien?

El niño inclinó la cabeza, como si deseara decirle algo.

―La pasabas bien hasta que pediste el helado, ¿eh? ―musitó divertida―. Hagamos un trato. Tú y yo iremos por helado y el que me den a mí, te lo daré a ti.

Él sonrió, apartando las manos de su espalda. Las extendió hacia ella y Piper pudo percatarse de la flor amarilla que llevaba en ellas. El gesto la tomó por sorpresa.

―Es para usted ―le dijo el niño.

―¿De veras?

―Sí ¿Le gusta?

―Está preciosa ―con las manos temblorosas la tomó―. Muchas gracias.

Vio a Riley cruzarse de brazos por el rabillo del ojo.

―Alto ahí, niño ―cuando Piper levantó la cabeza, le vio el usual brillo divertido en los ojos gris tormenta―. ¿Estás coqueteando con mi chica?

Jorgen pasó la mirada de uno a otro, intentando descubrir si bromeaba.

―No, señor.

―¿Señor? ¿Acaso me veo muy viejo?

―No.

Riley plantó la rodilla en el suelo para estar a la altura del niño.

―Entonces, ¿le estás coqueteando a mi chica?

―Solo quería darle la flor.

Sonriéndole, entrecerró los ojos mientras señalaba a Piper con el pulgar.

―Es bonita, ¿verdad?

El niño asintió.

―Solo por eso te permito que le regales flores ―le extendió la mano―. ¿Tenemos un trato?

Jorgen le devolvió el saludo con un fuerte apretón.

―¡Sí, señor!

―Pero bueno, ¿otra vez con lo de señor? ¿Qué acaso me veo viejo?

―Viejo tal vez no, pero pareces un gigante.

―Y tú un hobbit.

―Soy el más grande de mi salón.

―Querrás decir comarca, pequeño hobbit.

Piper lo golpeó en el brazo.

―No te permito que insultes al cumpleañero, a quien por cierto le debo un regalo. Me has dado una flor, ¿qué quieres a cambio?

―Nada. La idea de la flor fue de mi abuelo. Me dijo que le gustaban las flores amarillas.

Una arruga de confusión se dibujó en su frente. Cuando el niño señaló tras la espalda de ella, Piper se enderezó y descubrió al panadero que le había dado los bollos de hojaldre al inicio del paseo. También tenía una rosa amarilla en la mano.

Se le acercó tan de repente que la guardia lo interceptó a medio camino.

―Permítanle pasar, por favor ―pidió ella.

Los guardias se hicieron a un lado y el hombre, con una tímida sonrisa estampada en el rostro, se le acercó para hacerle una cuidadosa reverencia.

―Disculpe por no haberla reconocido antes, Su Alteza. Veo muchas caras al día, pero la suya se me hizo curiosamente conocida. Puede que no la haya visto en diez años, pero se las ingenia uno para acordarse. Supongo que usted no me recuerda.

―Discúlpeme. Ha pasado mucho tiempo desde que me fui y he olvidado muchas caras ¿Lo vi alguna vez cuando era niña?

―Era quien siempre le servía un par de wienerbrød y le envolvía otros tantos en una servilleta amarilla para el regreso a casa.

El recuerdo centelleó en su memoria como un rayo.

―¡Osvald! ¿Es Osvald, cierto?

―Así es, Su Alteza.

―Diez años después y aún prepara el mejor wienerbrød que he probado jamás ―tiró a Riley del brazo para acercarlo―. Le presento a Riley Sulliv... ―el aludido la observó con una sonrisa divertida en la boca―. Egerton, Riley Egerton. Vive con nosotros en palacio.

El panadero frunció el ceño, pero cualquier pensamiento funesto que pudo haberse despertado en su cabeza lo mantuvo allí.

―¿Será que puedo pedirle un par de esos bollos extras para el camino a casa? Es algo que podría comer todo el día.

Osvald sonrió.

―Sería un placer, Su Alteza. Antes me gustaría... ―dudoso, le extendió la flor amarilla―. Para usted. Solíamos darle una rosa roja a su madre, una blanca a su padre y una amarilla a usted.

―Son mis favoritas.

Cuando tomó la rosa que el sonriente hombre le extendía, una peligrosa capa húmeda se le formó en los ojos, conmovida por el gesto.

―Muchas gracias. Es un detalle muy dulce.

―¿Ya va de salida, Su Alteza?

―Sí. Pronto se hará tarde.

―¿Sabe que al final del paseo venden unas flores bellísimas? Allí compramos esas que tiene en la mano. Si quiere comprar algunas más, le recomiendo que vaya pronto.

―¿Sí? ¿Por qué?

―Porque la gente ya se enteró que usted está aquí.

La mano de Riley la apretó por el brazo, haciéndola girar.

El paseo marítimo comenzaba a teñirse de amarillo y con el aroma de la comida y los dulces se mezclaba el suave perfume de las flores amarillas que la gente sostenía en sus manos. Una pequeña niña vestida de blanco cruzó a prisa por entre la gente y se detuvo frente a ella. Tenía una deslumbrante sonrisa y un brillo dulce e infantil en los ojos cafés.

―Para usted.

Le extendió la flor, tomándola desde la punta del tallo, por lo que el peso de los pétalos la mantenía inclinada. Piper le acarició la mejilla tiernamente con el pulgar, y obsequiándole una sincera sonrisa de agradecimiento, le aceptó la rosa.

Y así se fue acercando uno por uno, hasta que acabó con los ojos húmedos, los brazos llenos y cálido el corazón.

U N O

D O S


Holaaa. Voy a dejarles el mismo mensaje que en Instagram:

Por motivos personales me tomaré una pausa de dos semanas. No quiero entrar en muchos detalles, porque como mencioné es personal. Si les puedo comentar que necesito un respiro de la trama, porque es agobiante (tanto por lo que ha pasado como por lo que pasará en la novela) y está drenando mi energía. Quizás no entiendan por que, pero dado que me está afectando emocionalmente por varios eventos que han sucedido en los pasados meses, es imperioso esta pausa por el bien de mi salud mental. Regresaré con el capítulo 30 el viernes, 1 de noviembre. Voy a dedicarme estas dos semanas a escribir una novela con una temática muy dulce, donde no hay grandes tragedias ni muertes, y mucho menos secretos familiares, porque algo bonito es lo que necesito en beneficio de mi paz mental. De antemano gracias por su comprensión 🥰

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