Capítulo veintidós.
Los 179 miembros del Consejo de Ministros se pusieron de pie en cuanto las altas puertas de madera frente a ella se abrieron, y cualquier cotilleo mañanero cesó cuando su presencia inundó la sala.
Era un amplio salón semicircular con los escaños ordenamos en U. Tres pisos más arriba mostraban varias filas de sillas vacías, ocupadas por el pueblo durante las vistas públicas. También vio el balcón de la sala privada para los miembros de la familia real. Su abuela y su tía ocupaban ya el asiento, acompañadas por Meredith y Margo. La mayoría se encontraba de pie, a excepción de unos pocos que terminaban de leer el documento que llevaban en las manos.
Desde la puerta a la izquierda, un hombre trajeado, de poco más de cincuenta, entró a la habitación.
―Es el presidente del Folketing ―le dijo Poul junto a ella.
El hombre trajeado se acomodó en el asiento en medio de la tribuna. A su derecha uno más permanecía vacío, y en la izquierda vio el estrado. Con la mirada deambulante, pero esforzándose por no ser tan obvia, buscó a su tío.
―¿Dónde está tío Markus? ―preguntó.
Poul la instó a caminar, señalando el trayecto con la mano.
―Arriba, con su madre. El presidente ha pedido que no asista, pues considera que puede entorpecer el proceso.
―¿No iba a ser él un apoyo? Pensé que usted y él me servirían como soporte.
―Temo que yo tampoco podré estar presente por mis vínculos personales con la familia. Además, estoy casado con la asistente de la duquesa.
―Es una excusa de lo más absurda. No puedo enfrentarme a este proceso sola ¡No sabré que hacer!
―Respire profundo y concéntrese. Usted puede resolverlo. No deje que el miedo la domine, porque eso es lo que ellos quieren.
A medida que avanzaba por los escaños, Piper sintió la mirada fija de los ministros sobre ella, como si fuese una extranjera, una intrusa, quizás hasta una amenaza.
Pero allí ella no era una extranjera, y mucho menos una intrusa, e iba a dejárselos claro. Tenía que hacerlo.
Piper detuvo su andar frente al escaño del presidente, que parecía un rey montando en la tribuna. Con la mirada fija sobre ella, le descubrió dos ojos verdes y el pelo canoso. Una pequeña papada se le mecía en el cuello al hablar, a pesar de que no era muy corpulento.
―Primer Ministro, entendiendo que esta es una vista especial, le hemos solicitado el desprendimiento temporal de su poder mientras la misma se efectúa. Esto se debe a la relación cercana que guardó y guarda con ambos reyes, Su Majestad el Rey Aleksander y Su Majestad el Rey Markus, así como el matrimonio con Margo Sørensen, asistente personal de la Duquesa de Haagard. Sin embargo, le pido que ejerza un rol de funcionario público y me asista durante la vista ―le ofreció el asiento a su derecha―. Cuando usted guste.
Poul asintió, y ofreciéndole una sonrisa condescendiente se apresuró a tomar asiento. Piper unió sus manos sudorosas frente a su vientre, con el nerviosismo palpitando en su barriga, pero se obligó a soltarlas y a mantener la mirada fija.
Mirándola otra vez, el presidente habló:
―Puede subir al estrado.
A Piper le temblaron las piernas, pero obedeció.
De pie en el estrado, Piper aprovechó los segundos silenciosos que presidieron a la petición del presidente de dar inicio a la vista para entablar una conexión visual con tantos miembros del Folketing como le fue posible. Quería tentar a su suerte, descubrir que tanto le angustiaba aquello, que tanto podía quebrar su fortaleza.
Nunca antes tuvo que enfrentarse a tantas personas. Nunca antes tuvo que defender los que por derecho siempre tuvo. Sin el apoyo de su familia, ni el del Primer Ministro, sintió que se enfrentaba a ellos sola.
Una parte de sí supuso que así debía ser. Era una batalla muy suya, y en un momento como ese no pudo evitar pensar en qué habrá sentido su padre la primera vez que se enfrentó a los 179 ministros ¿Se habrá puesto nervioso? ¿Cometió algún error? ¿Le sudaron las manos como a ella? Si era tan parecida a él como todo el mundo decía, de seguro conocía la respuesta.
Independientemente de lo sucedido, sabía que su padre encontró la manera de sobrellevarlo.
Te haré sentir orgullosa, papá, musitó en su mente.
El presidente tomó la primera palabra.
―Se añade al registro la fecha de este día: lunes, 8 de junio del corriente año. Hoy, presentes, los 179 miembros del Consejo de Ministros donde dos representan a Groenlandia y dos a las Islas Feroe. Asimismo, se encuentra presente su servidor, Henrik Bødskov, presidente del Folketing, y los cuatro diputados del Presídium; Christoffer Munk, del Partido Liberal; Samira Nørby del Partido Social Liberal; Rasmus Tørnæs del Partido Popular Danés y Dan Geertsen del Partido Socialista. Como funcionario público se encuentra el Primer Ministro, Poul Sørensen. En el escaño, Su alteza Real la Princesa Piper de Dinamarca, condesa de Hauvenaart-Naess, heredera aparente al trono del reino de Dinamarca, Groenlandia y las Islas Feroe.
Mientras hablaba, Piper detectó el tecleo frenético de una computadora a lo lejos.
―Nos espera una larga sesión, así que comencemos ―el inminente golpe del mallete sacudió sus nervios―. Argerson, tienes la palabra.
Al fondo de la sala, un hombre trajeado de gris y con la barba canosa, pero bien recortada, se levantó, alzando la mano hasta media cabeza y realizando una corta reverencia.
―Para el registro, mi nombre es Johan Argerson. Como líder del Partido Popular Conservador, he sido seleccionado como la voz de los conservadores, aunque puedo asegurar que incluso el resto de los partidos estarían adoptando la misma postura que nosotros tomando en cuenta el tema a tratar.
Piper vio varias cabezas asentir.
―Es de conocimiento público que Su Alteza Real ha vivido los últimos años en las Islas Feroe, territorio independiente del Reino de Dinamarca. Se presume que allí, bajo la tutela de la Reina Madre Olena, recibió la educación propia de la próxima regente. Sin embargo, se me presentó evidencia de que fue aceptada por la Royal Academy of Music en Inglaterra y que tenía planeada una estadía permanente en el mencionado país, lo que podría considerarse como una abdicación de facto. Ya que he tenido el privilegio de la primera palabra, quisiera preguntarle, Su Alteza, si las evidencias ya mencionadas son ciertas o si se trata de alguna cuestionable difamación en su contra.
Con las manos temblorosas y sudorosas acomodadas sobre el estrado, Piper observó los dos micrófonos que apuntaban hacia ella, esperando una respuesta.
―Sí ―dijo―. Son ciertas.
Ignorando los murmullos inconformes y las miradas de disgusto en el rostro de algunos ministros, Argerson habló.
―Entonces, ¿qué tenía pensando hacer con su derecho a la sucesión? Pareciera que no está familiarizada de la ley que rige su rango.
―Si lo estoy ―le respondió ella―. Sé que, a la muerte de mi padre, mi tío ejerció como regente pues yo era menor de edad, y también sé que al cumplir los dieciocho, de acuerdo con lo que estipula el artículo nueve, tanto el rey como su heredero deben tener los dieciocho años cumplidos para ejercer, lo que supone que ya debería haber realizado mi proclamación.
―A pesar de poseer el conocimiento y el entendimiento de lo estipulado por la constitución, ¿le pareció prudente mudarse a Inglaterra en lugar de regresar a Dinamarca y cumplir con lo establecido por la ley de sucesión?
Un hombre al otro lado de la habitación golpeó la mesa y se puso de pie. Debía rondar los cincuenta. Tenía un corte de cabello impecable y la luz se reflejaba sobre él. Tal vez usaba demasiado gel. A Piper le costó un poco concentrarse.
―La situación es muy simple. Si seguimos yéndonos por la vía más aristocrática, estaremos aquí días ―el hombre de ojos marrones la miró fijo―. Se encuentra en proceso un proyecto de ley para establecer que, dada su abdicación de facto, usted no tiene derecho a completar una sucesión al trono del reino de Dinamarca. Siendo este revocado, pasaría entonces a Su Majestad, el Rey Markus, convirtiendo al príncipe Ivar en el nuevo heredero aparente.
―Y supongo que, de esto no proceder, intentarán enmendar la constitución de 1953, la que me permite suceder a mi padre independientemente de que sea mujer ―le soltó ella.
Piper se sorprendió por la manera en que había soltado aquello, como movida por la rabia, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar por ellos. Se había preparado tanto como pudo para aquella reunión. Era momento de dar batalla.
―Me parece que está sacando las cosas de contexto ―masculló Argerson, con la mirada fija en el Primer Ministro. Debió suponer que él le había informado.
―Yo ya escuché sus acusaciones. Ahora escúcheme usted ―separó las manos y reposó las palmas sobre la superficie de madera―. Hay una explicación del por qué establecí planes para mudarme a Inglaterra. Es la misma del por qué viajé el 24 de abril a Dinamarca, faltándome pocos días para cumplir la mayoría de edad. Vine aquí para abdicar.
Una ola de murmullos se alzó, quebrando el silencio tenso de los ministros. Arriba, en el balcón, vio a su abuela tensarse. Junto a ella, su tía rascó su frente, inquieta. Markus parecía a punto de saltar del balcón.
―Haberlo dicho antes ―dijo Torben―. Pudimos ahorrarnos esta vista.
―Estoy a favor de Torben ―comentó Argerson.
―En tal caso, podríamos iniciar con el proceso ahora mismo.
―No voy a abdicar ―dijo Piper.
El murmullo contento cesó, y pronto tuvo a todos los ministros observándola otra vez.
―Pero usted dijo... ―a media oración de Argerson, Piper lo interrumpió.
―Sólo escuchó lo que quiso. Interpretó mis palabras según estas le convenían. En efecto, viajé a Dinamarca para abdicar, pero tal cosa ya no está en mis planes.
Una nueva ola de protestas amenazó con despertar, pero el presidente la hizo callar con el golpe de su mallete.
―Ministros ―dijo ella mientras intentaba mantener la compostura, pero sentía que comenzaba a impacientarse―. Teniendo la constancia de cuán importante es esta reunión, tuve el tiempo suficiente para ingeniar un panorama que nos beneficiara a todos. Podría recitarles un conmovedor discurso político del por qué he venido hoy a cumplir con la responsabilidad de nacimiento impartida por mi padre, pero ese nunca ha sido mi proceder. He defendido quien soy durante toda mi vida, cediendo en algunos aspectos por el bien de mi crianza y educación, pero me niego a doblegar mi voluntad a una corona, y en especial, me niego a doblegarme ante sus imposiciones.
Algunos ministros se miraron entre sí, escépticos. Piper no podía culparlos ¿Qué podía decir una chiquilla de dieciocho años para convencer a una sala llena de políticos armados hasta los dientes con conocimientos que ella apenas entendía? En especial si ella optaba por hablarles de ese modo.
―Crecí en las Islas Feroe, al norte del mundo, un lugar de islas pequeñas y frías, tan pequeñas que todos allí nos conocemos. Siempre es invierno, la temperatura incluso en julio rara vez pasa de los doce grados, y la lluvia es constante y duradera, pero ese lugar, lejos de convertirme en una persona fría o apática, me hizo alguien cálida, afín con los sentimientos de otros. Tenía un soporte, el violín. Por mucho tiempo fue lo único que vi en mi futuro, y por tal motivo decidí a su momento, después de pensármelo detenidamente, que mi futuro como violinista era mucho más importante que proclamarme reina.
Argerson torció la boca, dejando ver su descontento.
―El 17 de abril del año 2016, mis padres, el rey Aleksander y la princesa consorte Lauren, fueron asesinados ―tomó una bocanada de aire y se aseguró de mantener erguido su cuerpo―. Yo estuve allí cuando sucedió.
Otro golpe del mallete acalló las voces de los ministros.
―Por desgracia, por lo violento del evento, desarrollé una amnesia disociativa específica de situación, diagnosticada por un psicólogo de Tórshavn el 5 de diciembre del 2016. El Primer Ministro tiene consigo el expediente original.
Vio de reojo el traspaso de los documentos al juez, y como él, con calma y fijándose en cada detalle, lo revisaba.
―En efecto, aquí se menciona ―lo escuchó decir―. Dejó de asistir a terapia a partir de los diez años por petición de la reina madre Olena.
―Ella sólo quiso darme una buena niñez porque sabía que, eventualmente, iba a tener que enfrentarme a esta verdad que tanto me ha costado asimilar. Creó en mí inseguridades que había logrado erradicar con el violín e hizo que comenzara a cuestionarme cosas que no había hecho antes. Por años viví convencida de que renunciar a la corona era mi destino, que para eso nací, para cedérsela a otra persona mientras vivía la vida que quería para mí. Con la muerte de mis padres y el trauma que me dejó el presenciar sus asesinatos, parte de mis memorias desaparecieron, e incluso hoy en día no tengo claro qué sucedió. Lo único que recordaba con nitidez, o en su mayoría de veces, era mi país; los colores de sus calles, la calidez de su gente, el olor de su comida, el mar golpeando contra los muelles. Por diez años, sentí a Tórshavn como mi hogar, pero nunca se sintió como Dinamarca. Al bajar del avión aquel 24 de abril, todo en mí comenzó a funcionar. Lo que antes sólo podía hacer el violín, quitarme en aliento y hacerme sentir viva, ahora también lo hace mi país. Nací aquí y tengo toda la intención de morir aquí. No puedo renunciar al trono de Dinamarca. Es como renunciar a ser danesa y renunciar a ser la hija de Aleksander y Lauren o a renunciar a ser yo misma. No soy una persona extraordinaria. Al final del día, soy como muchas otras. Siento rabia, rencor, angustia, miedo, dudas e inseguridades.
Controló el impulso de remojarse los labios con la lengua. En su lugar, respiró profundo y continuó.
―Ministro Torben, Ministro Argerson. Ustedes han actuado como portavoz de sus respectivos partidos ―trazó la sala con la mirada, asegurándose de no excluir al resto de los presentes―. Temo que mi conocimiento respecto a temas políticos o legales son escasos comparados con los suyos. Sé que apoyan la regencia permanente de mi tío y no guardo rencor por ello. Juraron proteger y hacer valer la constitución danesa, y yo ni siquiera he alcanzado a hacer dicho juramento. Falté a mi responsabilidad al no regresar y proclamarme. Comprenderé cualquier duda que tengan respecto a mí. Si alguno me hubiese preguntado si me creía capacitada para ejercer mi rol como reina, les habría contestado que no al instante. Ahora es diferente. Veo las cosas de otro modo. El 10 de mayo, cuando habitamos el Palacio de Amalienborg, un hombre entró en mi habitación y estuvo a punto de asesinarme ―bajó un poco el cuello de su vestido para que pudiesen ver su cicatriz―. Margo Sørensen, la asistente personal de la Duquesa de Haagard y esposa del Primer Ministro, Poul Sørensen, fue apuñalada por la misma persona. Creemos que podría tardarse del asesino o de alguien a quien ha contratado, lo que significa que represento una amenaza para esta persona. Es la razón de que me criara fuera de mi país, y por tanto la razón de que me negara por tanto tiempo a mi proclamación. No estoy dispuesta a darle una satisfacción más.
Tomó una pausa para respirar profundo y calmarse. No podía perder el control, no ahora. No en aquel lugar.
―Sé que no soy la heredera que el Folketing esperaba. Incluso yo misma continúo buscándome, definiéndome y creciendo día con día. No he logrado llegar al nivel donde pueda cruzar una sala repleta de gente y sentirme segura de mí misma, pero sí confío en mis capacidades, en mi habilidad de aprender en la marcha. Algún día estaré tan a la altura de mi herencia que ni siquiera ustedes y su oposición irrefutable podrá mantenerme al margen.
El silencio se extendió en la sala, y Piper solo pudo ser consciente de su propia respiración agitada. Aquello fue como si la habitación hubiese sido puesta en pausa. Nadie se movía, ni siquiera para respirar.
Piper tuvo la angustiosa sensación de que había cometido un error irreparable.
Pocos instantes más tarde, Torben se aclaró la garganta y alzó la barbilla.
―Si nos permite, Señor Presidente, nos gustaría hablar en privado con la joven, por lo que solicitamos de manera respetuosa que la familia real abandone la sala.
Piper se atragantó con el latido de su corazón. De reojo, vio a su familia en el balcón poniéndose de pie. La figura de su abuela permaneció allí unos instantes, y la imaginó mirando a cada ministro fijamente, como si pudiese traspasarlos. Poco después, el balcón se encontró vacío. El golpe de una puerta al cerrarse confirmó la salida.
Un suspiro ahogado se escapó de su garganta al contemplar la imagen del ministro Torben, firme y ambiciosa, con una sonrisa de cazador satisfecho.
Rogó a Dios que la acompañara.
Piper mantuvo la barbilla alzada y los hombros relajados, a pesar de que podía sentir como la mirada fija de los 179 ministros comenzaba a calar dentro de ella. Le temblaban las rodillas y el corazón le martillaba de una manera ridícula, como su estuviese montada sobre un caballo a galope en lugar de una sala.
―Quisiera preguntarle algo ―dijo Torben―. Además del conmovedor discurso que nos acaba de recitar, ¿tenía otra forma de convencernos?
―Se me ha informado que el consejo está considerando impugnar la constitución de 1953, lo que da a entender que están absolutamente convencidos de que no soy la persona apropiada. Es una deducción adoptada incluso antes de que esta vista se efectuara ¿Qué puedo decir que sea capaz de cambiar un prejuicio más allá de lo que ya he dicho? Constitucionalmente, sin embargo, al impugnar la continuación, crearía una crisis. Con ella, no sólo se le permitió a la mayor en pluralidad de mujeres suceder al padre, sino que se abolió él sistema bicameral, estableciéndose entonces el unicameral.
―Bastaría con una reforma. Solo habría que enmendar lo estrictamente necesario.
―Aun así, ministro, piense en las repercusiones de sus acciones. Planea hacer una enmienda para evitar que una mujer suceda a un hombre.
―Como lo veo yo, Su Alteza, sería una medida para evitar que una persona que ha cometido abdicación de facto se imponga escudada bajo la constitución que no ha jurado proteger ni hacer valer.
―Juraménteme entonces. Estamos todos aquí reunidos, incluso el Primer Ministro. Además, soy mayor de edad. Nada le impide juramentarme. A menos que siga negándose a mi proclamación.
―¿Está familiarizada con el proceso, Su Alteza?
―No en presencia, pero sí en teoría. Debo dar por escrito una declaración solemne de observar fielmente la constitución.
―Y si es hecha por el heredero antes de la proclamación, podrá ejercer sus deberes de inmediato en cuanto ascienda al trono.
―Si es que lo hace ―refutó Argerson―. ¿Tiene idea de lo que se necesita para una declaración? Debió traerla redactada, como mínimo.
―O podría redactarla en una de las salas privadas ―recomendó Torben―. De considerarse inválida su abdicación de facto.
―Como ya les he mencionado, no hay motivos para...
―Dijo que había venido a Dinamarca para abdicar ―le recordó Argerson.
―Supongo que esa es la parte que le conviene recordar, ministro.
―Es la que más nos concierne.
Piper centró su atención en él. Con la mirada fija en ella, el ministro Argerson tenía las manos cogidas tras la espalda, como una figura autoritaria ejerciendo su poderío en la sala.
―No creo que se deje intimidar por una joven de dieciocho años, así que ¿por qué no sólo dice lo que piensa? Que no deberían permitirme la proclamación.
―No me malinterprete, Su Alteza. Todo lo que quiero es el bien para mi país.
―¿Qué le hace pensar que yo no deseo lo mismo? No soy partidaria de las tergiversaciones o la perífrasis. Me gustan las palabras claras, las acusaciones directas. Permítame ser la primera en decirlo. Usted no me inspira confianza.
Su declaración avivó los murmullos que, acompañado del mallete, el presidente del consejo intentaba mantener a raya. La boca de Argerson se abrió, hambrienta de protestas, pero no dijo nada. Quizá porque se había quedado sin palabra, algo que dudada, o quizá porque sabía que tenía las de perder. Piper no iba a quedarse en silencio, no cuando una oveja quería minimizar al lobo dentro de ella.
―Esto podría tomarnos horas o minutos ―intervino Torben―. ¿Me permite hacerle una prueba más, Su Alteza?
―La que guste.
―¿Cualquiera?
―Las que usted quiera ―afirmó.
Piper lo observó introducir la mano en el bolsillo interno de su chaqueta. De ella sacó un pequeño pañuelo blanco que, al cruzar la sala para acercársele, le extendió.
―Quítese el labial ―le pidió.
El rostro de Piper se descompuso por la confusión.
―¿Disculpe?
―Su labial. Que se lo quite.
Una parte de ella sintió extraña aquella petición, casi impúdica, como si le hubiese pedido que se desvistiera. Sin embargo, acabó tomando el pañuelo y, ante la mirada confundida del resto de los ministros, se deshizo del labial, que era apenas un poco más oscuro que la piel de sus labios.
Piper no supo qué hacer con el pañuelo manchado ¿Debía devolvérselo? Ni siquiera sabía por qué le había pedido aquello. Era una petición casi tan extraña como la sonrisa que se le formó al ministro Torben en la boca.
―¿Sabía usted que vengo de una familia de políticos? Mi padre, mis tíos y abuelo paterno fueron en su momento grandes ministros. Por generaciones, mi familia ha brindado servicio al pueblo y, lo más importante, trabajado codo a codo con nuestros regentes. Yo fui uno de los tantos ministros que formaron parte del gabinete político del rey Aleksander. Tenía una fuerte presencia, verá. Cuando caminaba por los pasillos sonaba como un gigante, y nada tenía que ver con su estatura. Era un hombre de carácter fuerte que tenía la capacidad de un camaleón, adaptándose con facilidad a la situación y a la persona que se le presentaba en frente. Había otra característica que lo distinguía, pero él no contaba con la cubierta del maquillaje, por lo que no podía ocultarla. Aunque casado, Su Majestad no pasaba desapercibido por las mujeres por un rasgo singular que sólo se ha visto en la familia Lauridsen: una pequeña, pero muy oscura peca en el labio superior.
Piper se llevó los dedos fríos a su labio superior, donde se encontraba esa pequeña peca que solía cubrir con labial para ocultarlo.
―He visto algo más en usted del rey Aleksander que la pequeña peca ―comentó Torben―. Tiene el espíritu y la presencia de nuestro eterno rey, y es para nosotros un grato goce tenerla de vuelta ―inclinó la cabeza―, Su Alteza. El Consejo de Ministros, sus ministros, están a su entera disposición.
El resto de los ministros imitaron su gesto, y en cuestión de un parpadeo la sala se inundó con los ecos de su nombre.
La duquesa llevaba media hora dando vueltas de un lado a otro, convirtiendo la sala en un eco constante de inquietudes e impaciencias.
―¿No te parece que tres horas es demasiado tiempo, madre?
La reina madre, sentada en el asiento pegado a la ventana, se frotó la frente antes de suspirar.
―Tardará lo que tenga que tardar.
―Elinor tiene razón ―convino Markus―. ¿Qué puede tomarles tanto tiempo? Pensé que nos harían entrar al balcón poco después, pero míranos aquí.
―No puedo lidiar con la impaciencia de ambos a la vez ―refunfuñó la reina madre―. Siéntense y cállense.
Los dos obedecieron al instante, y mientras los observaba devolviéndole la mirada con impaciencia, se rascó la barbilla con el pulgar.
El estruendo de la puerta abrirse la hizo saltar del asiento y ponerse en pie.
Los ministros comenzaron a abandonar la sala mientras se arreglaban la chaqueta. Algunos ajustaban sus corbatas o asentían a las palabras de sus compañeros. Pronto se percató de que los 179 ministros se habían conglomerado en el pasillo. Mantuvo una posición relajada, a pesar de que en su interior moría por preguntar qué había sucedido.
El Primer Ministro abandonó la sala.
―Mis señores ―saludó con un rápido asentimiento.
La duquesa se acercó discretamente.
―¿Qué ocurrió allá adentro?
―No seré yo el portavoz. Hemos decidido darle la palabra a Torben por mi relación estrecha con usted. Además, estoy casado con su asistente. Es mejor que una persona sin tantos lazos haga el comunicado.
Poul se hizo a un lado junto al resto de los ministros. Argerson apuró el paso fuera, con el rostro inexpresivo, tomando posición junto a uno de los tantos ministros. No se le vio mencionar palabra.
Con una sonrisa deslumbrante y guiada por el brazo de Torben, Piper abandonó la sala.
―Ha sido una de las vistas más interesantes que he presenciado ―Torben hizo una rápida reverencia en cuanto la familia se acercó―. A nombre de los 179 ministros del Folketing, le ofrezco una disculpa por haber alargado la reunión y haberlos hecho esperar afuera.
―Directo al punto, ministro, gracias ―apuró la reina madre―. ¿Qué sucedió? ¿No le parece que tres horas fue demasiado tiempo?
―Era meritorio, Su Majestad. Es el tiempo que tomó la redacción del documento y ejercicio del debido procedimiento.
―¿Qué procedimiento?
―El de la declaración solemne, por supuesto.
Una sonrisa de contentura se estampó en el rostro de su abuela, quitándole años de encima.
―La heredera aparente redactó una declaración solemne donde se compromete a serle fiel a la constitución, por tanto, no queda más que anunciarle al pueblo que el 26 de junio del corriente año, Su Alteza Real Piper de Dinamarca estará proclamándose reina del Reino de Dinamarca, Groenlandia y las Islas Feroe. Daremos la noticia el próximo 12 de junio desde el balcón del Salón del Trono en el Palacio de Christiansborg.
Piper escuchó el vitoreo de alegría que provino de su familia, y la boca se le torció por el contagio del festejo. Frente a ella, la reina madre la contempló con contentura tal que apenas podía contenerse. Le latía el corazón de orgullo. Una lágrima amenazó con saltarle de los ojos, pero la contuvo. No quería que el llanto empañara la bella imagen que tenía en frente. De todos los rostros alegres y las miradas de júbilo, nadie sonreía con más brío que su nieta, y supo que todo el infortunio de los últimos años había valido la pena.
El balón rodó por la tierra húmeda y, después de pasar por entremedio de las piernas abiertas de Riley, aterrizó en la pequeña portería de su patio trasero. Jack levantó el puño como señal de victoria.
―¡Gol de Jack Fordman!
Riley comenzó a quitarse las guantillas mientras intentaba controlar su respiración agitada. No era bueno en deportes. De hecho, nunca lo había sido, y le costaba seguirle el ritmo a su hermano que, contrario a él, se le daba de maravilla. La equitación jamás lo cansaba, sino lo contrario. Domar a un caballo le parecía más sencillo.
―Bien, bien ―masculló, aplastado por el cansancio y la inminente derrota―. Tal como acordamos, este fue el último.
―Vamos, Riley, uno más.
Riley echó las guantillas en la mochila azul.
―Se hace tarde y la cena ya debe estar casi lista. Debemos ducharnos.
Jack observó su ropa enlodada.
―Tienes razón. Bueno, ¿jugamos mañana?
―¿Es que tú nunca te cansas?
―Quiero calentar. Se acerca un partido.
Pero el manoteo innecesario que hacía mientras intentaba guardar sus guantillas le dieron a Riley un par de pistas claves.
―Oye, respecto a esa cita que tienes...
―¿Mamá te pidió que hablaras conmigo?
Cuando le devolvió la mirada, Riley encontró en sus ojos cafés la incomodidad escondida tras esa pregunta.
―No. Me ofrecí.
―¿Para qué?
―Para hablar, nada más ¿Por qué no me hablas de la chica?
―Es de la escuela ―sacudió los hombros como si intensase restarle importancia a aquello.
―¿Es guapa?
―Lo es.
Riley se percató que, yéndose por la sutileza, no llegaría a ninguna parte.
―Casi tienes catorce años y quisiera que tuviéramos una muy seria conversación.
―Oh, no ―Jack montó mala cara―. ¿La charla de sexo?
―La charla de sexo ―asintió―. No pongas esa cara. No es tan terrible.
―¿Pero qué puedes decirme que no conozca ya?
Riley alzó la barbilla.
―¿Estás activo sexualmente?
―No, pero tomamos educación sexual en la escuela.
―Pero no es lo mismo que una auténtica charla de sexo. Eres un adolescente con las hormonas por las nubes que empieza a fijarse en chicas. Una cosa lleva a la otra y sólo quiero asegurarme de que estés bien ¿De verdad te gusta la chica?
―Sí.
―¿Tanto como para tener sexo con ella?
―Eh, que no he pensado eso todavía. Apenas nos estamos hablando en la escuela y queremos comenzar a salir. Ya sabes, como amigos.
―Has pensado en tener sexo con ella ―afirmó Riley levantando una ceja.
Jack puso los ojos en blanco.
―Tal vez, pero sólo un poco.
―Por supuesto ―Riley respiró profundo para relajar su pose autoritaria―. Eres muy joven, Jack. No es incorrecto tener ese tipo de sentimientos por alguien, pero quiero que estés consciente de los riesgos que conlleva el sexo. No me estoy refiriendo únicamente a las enfermedades de transmisión sexual, sino también a los embarazos no deseados. Cuando tienes ese tipo de relaciones, lo mejor es que sea saludable para ambos, y a veces la mejor manera de asegurarlo es a través de la abstinencia. Sé cuan doble moralista puedo sonar. Mi primera vez fue a los diecisiete. Te hablo desde la experiencia que he adquirido con los años. A veces apresurar las cosas no es lo mejor para ninguno. Hay etapas que no deberían ser saltadas. La adolescencia es un proceso de cambio constante y muchas de las memorias que predominan son de esa edad.
―¿Pero cómo podré estar seguro de cuál es el mejor momento?
―Es difícil explicarlo. Mamá diría algo como «sabrás cuando es el momento apropiado cuando encuentres a la persona apropiada y quieras compartir incluso lo que antes peleabas por tener solo para ti». Ya sabes, algo cursi.
Jack sonrió mientras Riley debatía con sus propias palabras.
―Tal vez mamá tenga razón, no lo sé ―se rascó la barbilla―. Es probable que todo sea más sencillo cuando encuentres a la persona apropiada.
―Tú la encontraste, ¿cierto?
Riley hizo una mueca.
―No ―admitió―. No quiero contagiarte con mi mal ejemplo, pero mis novias eran compañeras, no parejas ¿Te cuento un secreto? La verdad es que mi primera vez no fue nada especial. No estuvo mal, claro, pero no tardé en darme cuenta de que la chica, aunque guapa y divertida, no era la indicada. En realidad, ninguna lo ha sido.
―Si ninguna lo era, ¿por qué saliste con ellas?
―Me acostumbré a ese tipo de relaciones ―agitó los hombros―. ¿Lección aprendida? Cuando tomas la decisión de estar con alguien, lo mejor es que estés seguro de que eso es lo que realmente quieres y a quien realmente quieres, y nunca olvides tomar las precauciones necesarias. Creo que me entenderás mejor cuando tengas la experiencia.
Jack asintió.
―Gracias, Riley. Me alegra tenerte de vuelta.
Riley le dio una palmadita en el hombro y, después de recoger sus cosas, ingresaron a la casa. Bastó una rápida mirada de Danya para que los mandara a ducharse de inmediato.
El olor de la carne asada llevó a Riley hasta el comedor, donde los platos estaban puestos sobre la mesa. Danya cortaba la carne mientras Alan servía las patatas. Al otro lado de la mesa, Riley vio a su hermano pequeño intentando estirar la mano para robar un trozo del pastel de manzana.
―Noah, ¡ni se te ocurra! ―lo regañó su madre―. Espera al final de la cena.
El niño no tuvo más opción que acatar la orden de su madre.
Riley le dio el primer bocado a su comida en cuanto esta estuvo servida. El eco de los cubiertos chocando contra los platos prevaleció durante un par de minutos hasta que Danya rompió el silencio.
―¿Qué tan apretada tienes la agenda para el lunes? ―le preguntó a su marido.
―Los lunes revisamos los contratos, pero es mayormente en la tarde, salvo que estemos atrasados en algún proyecto ¿Por qué?
Danya miró a Noah con el ceño fruncido.
―El director nos citó a ambos para hablar sobre el comportamiento de cierto jovencito.
Todos en la mesa voltearon hacia el niño que, encogiéndose de hombros, continuó masticando su comida.
―¿Y qué ha estado haciendo? ―quiso Riley saber.
―Según el director, Noah se pasa molestando a una niña de su clase. Le tira del cabello, le hace bromas pesadas, la pellizca ¿Quieres que continúe?
Riley le obsequió una sonrisa divertida a su madre.
―¿Quieres que te diga que tiene?
―No es necesario. Sé perfectamente qué tiene y es un problema de conducta con el que debemos trabajar.
Alan dejó escapar un suspiro mientras dejaba sobre el plato los cubiertos.
―Noah, esa no es la forma correcta de tratar a una chica. De hecho, no es la forma correcta de tratar a ninguna persona.
―¡Pero ella me molesta!
―Aun así, la agresión no es la mejor manera de resolver un problema. Podrías haberle contado a tu maestra o a nosotros. Habríamos podido ayudar.
―Pero es que...
―Oye ―Riley llamó su atención―. ¿Recuerdas el código del héroe?
Riley había creado el «código del héroe» para él antes de marcharse a Dinamarca. Noah amaba los cómics y los videojuegos y siempre le era más fácil llegar a él a través de ellos. Antes de irse, quería asegurarse de que tanto él como Jack fueran respetuosos con su madre.
Noah lo meditó pocos segundos antes de asentir.
―¿Recuerdas cuáles eran? ―preguntó Riley.
―Sé honesto, respetuoso y nunca seas un tramposo. Sé gentil, compasivo y siempre brinda la mano a un amigo. Sé justo, valiente y siempre cuida de la gente.
―Muy bien ―lo apremió―. El código del héroe no debes usarlo sólo en casa, sino también en la escuela. No necesitas un superpoder para ser un héroe, solo debes ser una buena persona que respeta a los demás. Es cierto, a veces la gente nos quiere agarrar por el mal lado, pero eso no implica que debamos luchar fuego contra fuego. Tirar de su cabello, hacerle bromas y pellizcarla no son actos de un héroe. Ganarías más su simpatía si eres amable con ella. Se valen los juegos y bromas, pero nada muy pesado ¿No crees que deberías pedirle disculpas?
Noah apartó la mirada, enfocándola en su plato de comida. Instantes más tarde, puso los ojos en blanco y asintió.
―Bien. Le pediré disculpas.
―¡Ese es mi héroe!
Media hora más tarde, Jack y Noah fueron a la habitación a ver una película. En la sala, Riley se desplomó en el asiento mientras observaba a Alan leer el periódico.
―Este parece un verano muy cargado de noticias sobre la realeza. Ya comienzan a filtrarse los detalles sobre la ceremonia de investidura del hijo mayor del rey Charles. Mira esto. Robaron unas importantes joyas al rey de Suecia, y al parecer Dinamarca tendrá una nueva reina pronto.
Riley se levantó del asiento apenas escuchó aquello.
―¿Qué dijiste?
Alan despegó la mirada del periódico y lo miró.
―¿Lo del rey? Al niño mayor le harán una ceremonia de...
―No, lo otro.
―Que al de Suecia...
―Léele la noticia de Dinamarca ―masculló Danya, exasperada―. Es la que le interesa.
―Oh, bueno. Es que hay fuertes rumores de que la heredera regresó para proclamarse. Vieron salir ayer a toda la familia real del palacio y estuvieron varias horas en el Palacio de Christiansborg.
―¿Para qué saltan de palacio en palacio? ―indagó su madre.
―Christiansborg es la cede del gobierno ¡Dame eso! ―tiró del periódico para tomarlo.
La lectura rápida finalizó cuando sus ojos se toparon con la fotografía del encabezado.
Se mostraba al auto de la familia estacionado frente al palacio, con la puerta abierta mientras la reina madre Olena ingresaba al interior. A pesar de la distancia con la que fue tomada, un brinco le dio en el corazón al distinguirla. Una sonrisa pequeña y dulce le blindaba los labios. Por un instante se sintió mareado. Llevaba tantos días sin verla y recordando su imagen, que aquella fotografía le hizo rememorar pequeños detalles de su rostro, como la nariz pequeña pero respingada y el exacto largo de su cabello oscuro.
Dinamarca abre las puertas a la posibilidad de una nueva reina, leyó en el encabezado.
Una sonrisita se le asomó en la boca. La chiquilla estaba por conseguirlo, y pensar que ella había dudado de sí misma.
La contentura del momento cedió con los primeros tres golpeteos insistentes contra la puerta de entrada.
―¿Esperábamos a alguien? ―preguntó Alan.
Danya negó con la cabeza.
Riley dobló el periódico y se lo devolvió a su padrastro.
―Yo iré.
Deseó no haberse presentado como voluntario cuando abrió la puerta y descubrió a la alta figura del Duque de Yorkesten en el pórtico. Su mirada fija le revolvió el estómago.
―¿Qué quieres? ―le cuestionó―. ¿Cómo es que si quiera te atreves a presentarte aquí?
―Vine para hablar contigo ¿Te habrías reunido conmigo si te hubiera llamado?
―No.
―¿Ya ves? Esta fue otra medida necesaria. Ahora, ¿podrías dejarme pasar? Así podríamos tener esa conversación.
―No ―se cruzó de brazos―. Esta es la casa de mi madre y no entrarás en ella. Es un hogar ajeno.
―Comprendo. No he venido a invadirlo. Sólo quiero hablar con mi hijo.
La mirada que debió darle fue severa, porque su padre se encogió de hombros al instante.
―¿Y si hablamos fuera, en el jardín? ―le sugirió el duque.
―Mejor.
Riley dio media vuelta y se encaminó al armario para buscar su chaqueta. Soltó una maldición al recordar que la había dejado en su habitación.
―¡Tom! ¿Qué haces fuera? Adentro está caliente.
Riley se dio vuelta muy tarde, porque su madre extendía el brazo hacia la sala mientras lo invitaba a pasar.
―No es necesario ―se apresuró Riley a decir―. Hablaremos afuera.
―Tonterías ¿Has visto a cuánto está la temperatura? Acabarían enfermándose los dos.
A Riley le rechinaron los dientes por aquella forma tan amable en que trataba a ese hombre, como si en el pasado no le hubiese hecho algún daño, como si fuesen buenos amigos. Incluso Alan, quien había dejado su cena a medias, se acercó a la sala para darle la bienvenida y ofrecerle comida ¿A caso era aquello una broma? Una terrible, de seguro. Parecía que era el único que detestaba su visita.
En pocos minutos estuvieron a solas. Riley no quería alargar el encuentro, así que respiró profundo e inició con las preguntas.
―¿Viniste para hablar de la boda?
Tom enarcó una ceja mientras llevaba las manos tras su espalda.
―Es posible.
―Mi respuesta sigue siendo no.
―Lo sé. Por eso he venido a presentarte otro trato.
Un extraño hormigueo le recorrió el pecho mientras lo observaba.
―¿De qué hablas?
―¿Quieres que cancele el compromiso? Si es ese tu verdadero deseo, lo haré. Me comunicaré con Elinor y resolveremos este lío.
Riley se tensó.
―¿A cambio de qué?
―El marquesado. Cumple con los cinco años que habíamos acordados y cancelaré la boda. Podrás quedarte en Darlington y recuperarás el tiempo con tu familia.
―¿Desde cuándo te importa el tiempo con mi familia?
―No te mentiré, Riley. Te quiero aquí para que podamos, con el tiempo, reconstruir nuestra relación.
―Sabía que había un interés personal.
―Tal vez pienses que nunca me importaste, pero no es así. Siempre he querido velar por ti y así me demore el resto de la vida haré todo lo que esté en mis manos para mejorar las cosas entre nosotros. Si te quedas, respetaré tu espacio, pero aun así me verás seguido. No voy a darme por vencido.
―¿Qué te hace pensar que quiero tener algo que ver contigo? Me fui de Inglaterra para no lidiar con tus caprichos, y por más que intento hacerte saber cuánto me desagradan tus chantajes parece que te niegas a entender.
―No me gusta llegar a este punto, de eso puedes estar seguro, pero me estoy quedando sin opciones. Aun así, acepto que son acciones muy bajas. Comprendo que he tomado un mal camino y quiero remediarlo. Cancelaré el compromiso. De todas formas, Elinor tiene otros candidatos para la princesa. Si no eres tú, otro noble de buena cuna se casará con ella.
Riley ahogó un grito mientras sentía como si una mano de hierro caliente le comprimiera el estómago. Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra varias veces mientras intentaba procesar aquellas palabras. Si Piper tuviese otros candidatos lo sabría, ¿no era así? Elinor se lo habría comentado. Pero es que ni siquiera le había mencionado por equivocación que tenía en mente prometerlo a ella ¿A caso para ellos esa maldita boda era una broma sin importancia?
―¿Estás hablando en serio? ―demandó saber.
―Sí. Lo cancelaré, pero debes...
―Eso no, lo otro.
―¿A qué te refieres?
―Piper ¿De verdad tiene otros candidatos?
―Sí. Elinor ha preparado una meticulosa lista en caso de que Piper tuviese que casarse antes de la proclamación. Escuché que se han reunido con el Folketing, así que hay una posibilidad de que la proclamación esté cerca. Supongo que la boda le seguirá. Claro está, sólo en caso de que no conozca a alguien con quien desee casarse antes.
Oh, eso era mucho peor.
―Elinor parece tener todo cubierto ―se cruzó de brazos―. Si alguno se niega, simplemente lo reemplaza por otro.
―Supongo que es una forma de verlo. Acepté que fueras tú porque lo vi como una buena oportunidad para todos. Primero, atraería tu atención hacia mí. Segundo, conseguiría que por fin pienses en formar tu propia familia. Si continúas con el marquesado y aceptas el ducado a mi muerte, vas a necesitar herederos. Por último, con la boda de una Lauridsen y un Egerton se acabaría, por fin, la enemistad entre ambas familias. En nuestro tiempo, Elinor y yo lo intentamos. Nos llevábamos bien, sentíamos cariño, pero...
―No podía darte hijos.
―No, no podía. No te mentiré: dejé que las imposiciones del ducado y las de mi padre me presionaran. Finalicé con un matrimonio que apenas había comenzado a andar. Mi padre estaba enfermo y quería verme casado y con un heredero antes de su muerte. Elinor es, al igual que tu madre, una gran mujer que merecía algo mejor. Hasta donde sé, está casada con un duque español con quien es feliz. Además, tiene de vuelta a su amada sobrina. Tal vez no comprendas las intenciones de Elinor, pero yo sí. Haría lo que fuera por garantizar la vida perfecta a una niña que, desde su nacimiento, vio como hija propia. Entiende lo que yo: si de un buen hombre se trata, tú eres el mejor de la lista.
―Yo nunca aceptaría un matrimonio sin amor.
―El amor no es algo que aparezca de repente. Se cultiva, se riega y se cosecha. Yo amé a tu madre de una forma diferente. Mi cariño y respeto por ella nunca se han ido.
―Pero no la amabas.
El duque levantó quedamente la barbilla.
―Yo solo he amado a una mujer en mi vida. Por eso me separé de tu madre. Dejé que fuera feliz, y lo es, porque está en un matrimonio que cultiva, riega y cosecha.
―Tienes una esposa ahora ¿Cultivas, riegas y cosechas esa relación? ¿O ya la ahogaste con tanta agua?
Tom se echó a reír.
―Nunca he sido bueno en agricultura. Aún me pregunto si no es muy tarde ya para aprender.
Riley prefirió no responder. Tenía la cabeza hecha un lío, y no supo por qué la idea de que Piper se casara con alguien más le produjo un repelús que le costó asimilar. No, en realidad no. Sabía de dónde venía aquella sensación, y odió que lo afectase de aquella manera.
Con lo que le había costado aceptar que le gustaba esa chiquilla, ¡y ahora encima podría casarse con cualquiera! ¿A caso nada podía serle sencillo? No había tenido complicaciones antes para entrar de lleno a una relación. Bastaba la atracción, una química ligera y cierto nivel de simpatía. Lo demás se daba con una sencillez que lo abrumaba. Pero con Piper era como meterse de lleno a una tormenta y, al salir, encontrarse con que había arrasado con todo, dejándolo sin refugio, como si no hubiese otro remedio más que estar expuesto a ella.
¿Y quién diablos alcanzaba una tormenta? No había ser humano en la tierra que pudiese controlar a una como ella, pero, maldita sea, como le encantaba esa tormenta...
En especial ella, que se le vendría encima con toda su furia al enterarse de que él, al igual que el resto, le había mentido.
Danya arribó en la habitación como la salvadora. Ninguno había vuelto a hablar y pudo notar la incomodidad en el rostro de su padre. Le gruñó la ira en el interior cuando lo vio sonreír y charlar con su madre mientras Alan, en una pose relajada que incrementó la tensión en Riley, asentía a una que otra palabra que el duque decía. Riley no pudo tolerar más aquel ambiente, así que se despidió tan amable como le fue posible y subió a su habitación.
Los tres adultos observaron la escalera que, después de un par de sonoros pasos, volvió a estar vacía.
―¿Le contaste exactamente lo que te dije? ―preguntó Danya.
El duque suspiró.
―Sí ―asintió—. No parecía contento cuando le dije que la princesa tendría otros candidatos, y me odiará aún más cuando se percate de que le he mentido.
―Claro que lo hará, y de seguro se enfadará conmigo cuando sepa que yo te ayudé a inventar la historia.
El duque se dio media vuelta, de modo que tuvo a Danya en un lado y a Alan en otro.
―¿Creen que esto de verdad funcione? ―preguntó su marido.
―Lo hará. Riley puede llegar a ser muy orgulloso incluso si no se lo propusiera. No soportará la idea de que otro hombre se case con la chica.
―¿Qué haremos entonces si decide no volver a Dinamarca? ―quiso saber el duque.
―Puede tardar días, semanas quizá, pero lo hará. Volverá por ella.
―¿Tanto así le gusta la chica?
―Tanto así ―asintió.
Mi nena está creciendo 🤧 poco a poco se hará sentir. Por otro ladoooo, la familia de Riley está jugando a Cupido. Hay que ver como saldrá eso 🤔
Próxima actualización: viernes, 13 de septiembre. SIGAN LEYENDO ANTES DE QUE ENTREN EN PÁNICO.
Ya conocen cuál es mi política de actualización. Una vez a la semana si son largos, dos si no. Sé que ya quieren tener a Riley de vuelta, pero es importante tener en cuenta que ambos están pasando por un proceso de crecimiento personal. A Piper la persigue la responsabilidad de nacimiento, a Riley el peso de sus decisiones. Su reencuentro es inminente y se acerca, está muy cerca. Asimismo, yo voy editando la novela, porque ha cambiado mucho desde su versión original. Me encuentro en el 28 y es un capítulo que al igual que el 27 he tenido que reescribir entero (y todos aquí o al menos la mayoría saben que soy una escritora lenta). No me quiero arriesgar a no tener capítulos de reserva para no atrasarme en las actualizaciones, así que la vaina va así: si para el martes logro editar hasta el 30, subiré el 23 el martes, sino se queda para el viernes ¿Trato? Okey polisha 🆒
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