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Capítulo treinta y cinco.

"La verdad es como el sol. Se puede ocultar por un tiempo, pero no se irá"

―Elvis Presley

―El uso de coronas o tiaras es exclusivo para mujeres casadas ―le explicó su tía mientras la observaba, acomodada en el sillón, al tiempo que Agnate terminaba de ajustarle el vestido―. Nuestros reyes ya no acostumbran a utilizarla, excepto por los funerales. Se colocan sobre el ataúd.

Piper anotó en silencio el dato en su memoria.

―Las bandas o los collares de las órdenes solo son utilizadas en actos oficiales o en visitas diplomáticas ―continuó―. Esta noche usarás ambas, la de Dannebrog y la del Elefante, y la corona.

―No te malacostumbres a romper el protocolo ―sentenció su abuela―. Colocarte la corona durante la proclamación y esta noche es una excepción que no debe repetirse.

Piper asintió, sintiéndole a través del espejo.

―¡Lista! ―exclamó Agnate una vez que terminó de acomodarle la falda.

Piper observó el espejo de su habitación, esperando a que alguna de sus acompañantes removiera la sábana que lo cubría. Su tía quería que el resultado final fuera una sorpresa para ella misma. Suspiró, en el fondo más frustrada de lo que quería admitir, y dirigió la atención a la duquesa, quien acababa de ponerse en pie. La envolvía un vestido blanco de mangas con encajes, el código de vestimenta para la gala. Un par de aretes de diamantes y su anillo de matrimonio eran sus únicos accesorios, salvo por el pequeño broche en su cabello recogido. Quería algo especial ahora esa noche y estaba ansiosa por ver el resultado. Mientras sus invitados vestían de blanco, el color de la cruz escandinava, ella iría de rojo, conformando los colores de la bandera danesa. Cerraba con un detalle especial: la alfombra azul que estaría en la entrada del palacio de Christiansborg simbolizando a las Islas Feroe y a Groenlandia.

―Faltan tres últimas cosas y estarás lista.

Con las manos enguantadas para protegerse del frío, Agnate se les acercó con el collar de Dannebrog. Una vez que se lo acomodó sobre los hombros, Maude trajo el de la Orden del Elefante y, tomándolo, repitió la acción.

La reina madre pronto ocupó su lugar para dejar sobre su cabeza la corona de esmeraldas, diamantes y perlas. La contempló en silencio, con las manos cruzadas sobre el pecho.

―Te ves encantadora. No me puedo creer que ya hayas crecido tanto.

―Espero no crecer más. Ya soy bastante alta.

―Así estarás a la altura de tus logros que pocos no han sido.

―Aún no termino. Me quedan muchos logros más por cumplir.

―Que así sea.

La duquesa se levantó del asiento.

―La condesa de Helsingør estará presente en la gala. Es una buena oportunidad para ofrecerle una disculpa en persona por no asistir al evento del mes pasado.

―Le redacté una disculpa explicándole que no estaba en condiciones de asistir por mis terapias.

―Una disculpa en persona demuestra interés. Estarías reforzando las palabras en un papel.

Piper asintió.

―Ya que estás lista, afuera nos espera el fotógrafo para tomar la fotografía oficial de esta noche. En los próximos días, tendrás que tomarte la de la real orden.

Maude cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro.

―¿Alguien podría explicarle a esta pobre plebeya que es una real orden?

―La Real Orden Familiar de la Reina es una condecoración conferida por el soberano de Dinamarca a las mujeres de la familia real. Mi padre me la concedió cuando cumplí la mayoría de edad y luego se la concedió a tu madre poco después de la boda con Aleksander casi que por compromiso

―¿No le llegó a agarrar si quiera un poco de cariño a mi madre? ―preguntó Piper.

―Al final tuvo que ceder. No podía irse en contra de ellos porque tu madre estaba esperando al heredero del heredero aparente. Después de todo el caos, mi padre comprendió por qué Aleksander se había enamorado de ella. En ese aspecto eres muy similar a ella. No ha habido boca en este país que no haya hablado de ti desde tu presentación. Los envíos de flores amarillas no han cesado ¡Ni hablar del montón de ramos que recogimos esta mañana antes de tu proclamación! Los habían dejado alrededor de la estatua ecuestre de la plaza.

―¿Qué hiciste con ellos?

―Las mandé a cortar y a ponerlas en jarrones. No durarán mucho tiempo. Deberías pensar que hacer con ellas.

―Mi padre solía arrancar un pétalo y guardarla entre sus libros y diarios privados. Me gustaría hacer lo mismo. Claro, yo no tengo libros o diarios, pero me parece una buena manera de iniciar.

―Tradición ―interrumpió Agnate―. Fue el elemento que hizo a sus padres tan memorables. Fueron abiertos y espontáneos, pero al mismo tiempo tradicionales. Los paseos cada miércoles dejó una huella en nuestros corazones. Es por lo que la gente está tan conmocionada ¿A quién no le gusta la tradición de su país?

―Es una buena forma de involucrarse con la gente ―la instó su tía―. Tus pequeños pasos te han llevado lejos.

Margo ingresó a la habitación después de haber tocado la puerta y escuchando la invitación.

―El fotógrafo está listo y la escolta y la limusina ya están preparadas. El Marqués de Darlington está esperando en el salón.

Con la sola mención de su título, a Piper se le colorearon las mejillas. Suplicó en silencio que el maquillaje la hubiese ayudado a disimularlo.

―Me iré adelantado ―informó Agnate―. Las veré en la gala.

Piper le agradeció la ayuda. Su tía, entretanto, le envolvió el brazo derecho con el suyo.

―Ya es hora. No hagamos esperar al marqués.

Poca de la luz del atardecer entraba por la ventana oscura de la limusina, pero le bastó para observar la peculiar lentitud con la que Riley movía la mano izquierda por el asiento mientras buscaba la suya. Una sonrisa deslumbrante le torció la boca cuando hubo cumplido con su cometido.

Se le inclinó un poco y lo escuchó susurrarle:

―Te ves preciosa.

Pocos minutos más tarde llegaron a su destino. El auto fue reduciendo poco a poco la velocidad hasta detenerse al pie de una larga alfombra azul que daba al interior del Palacio de Christiansborg.

Riley se arrastró en el asiento cuando la puerta del coche se abrió. Desde afuera, le tendió la mano para ayudarla a bajarse. Se aferró al agarre con más fuerza de la necesaria. El largo vestido de seda y tul rojo, con la capa de lentejuelas también roja, cubría por completo sus piernas y temía dar un paso en falso que la arrojase al suelo. Riley pudo leer el nerviosismo a través de sus alegres y tranquilos gestos, alguien que, con una simple mirada superficial, jamás abría notado. Le sostuvo el soporte hasta que la vio estabilizada de sus nervios. Una vez que la duquesa y la reina madre abandonaron también la limusina, emprendieron la marcha al interior.

La extensa alfombra azul los llevó hasta la escalera del gran salón, una amplia habitación de cuya bóveda cruzada colgaba una araña de vidrio. Varias mesas circulares se hallaban dispuestas en el amplio espacio. La alfombra conectaba las escaleras con la pequeña pista de baile enmarcada por el mismo arreglo de flores que se divisaban en los magnánimos arcos de piedra que sostenían el techo abovedado.

Piper y Riley se detuvieron en el descanso de la escalera. Junto a ellos, un hombre trajeado completamente de blanco anunció con el micrófono que llevaba en la mano:

―Su Majestad la Reina Piper de Dinamarca, condesa de Hauvenart-Naess, y su acompañante, el Honorabilísimo Riley Egerton, quinto marqués de Darlington.

―El Honorabilísimo Riley Egerton ―masculló ella a son de broma mientras bajaban la extensa escalera―. Vaya presentación, Señoría.

―Tenía que estar a su altura, Su Majestad. No todos los días se presenta un humilde marqués extranjero como yo en compañía de una mujer que ha venido a deslumbrar al mundo.

―No diría que he venido a deslumbrar.

―No te estás viendo con mis ojos. Confía en mí, chiquilla. Reunida entre condesas, princesas y aristócratas despampanantes, eres por sobre todas la más bella.

Piper se ruborizó con el halago y deseó premiarlo de algún modo, pero la única propuesta que le venía a la mente parecía una indecente tratándose del lugar donde se encontraban.

―La condesa ―no tuvo que señalarla para que supiera de quien se trataba.

La condesa poseía una belleza común que sobresalía gracias a su sonrisa amable y su porte elegante. Enfundada en un vestido blanco de diminutas lentejuelas con una cintura marcada y mangas de tul, la castaña aguardó a su arribo apenas se percató de su presencia.

Piper no pudo evitar fijarse en los guantes blancos que llevaba ¿Qué tan descortés se escucharía pidiéndole que se los quitara? Debió solicitar que en la indumentaria no se utilizaran guantes. Sacudió la cabeza, apartando su paranoia.

―Lady Helsingør ―la saludó Piper―. Es un placer conocerla.

―Es un honor, Su Majestad ―inclinó la cabeza en dirección a Riley―. Lord Darlington.

El aludido imitó su gesto.

―Me veo en la necesidad de mencionar cuan espléndida luce esta noche.

Piper le lanzó una mirada discreta que, sin discreción alguna, le prometió pelea más adelante. Él se limitó a guiñarle el ojo.

―Se lo agradezco ―la condesa le obsequió una despampanante sonrisa―. Los halagos diplomáticos siempre han sido una distinción de los hombres de su familia.

―Preferiría catalogarlo como caballerosidad.

La condesa parecía contenta.

―¿Cómo lo catalogaría usted, Su Majestad?

Con una sonrisa inmediata, respondió:

―Labia masculina sin duda alguna.

Riley fingió indignación. La condesa, sin embargo, soltó una carcajada.

―Debe ser difícil cuando lo conocen a detalle ¿No es así, Lord Darlington?

―¿Qué puedo decir? Su Majestad es una mujer sumamente intuitiva e inteligente. No se le escapa ningún detalle.

Piper asintió una sola vez.

―Parece un detalle que debería tener en cuenta, milord.

―Lo tendré, mi señora.

A ella se le escapó una risita divertida.

―Quería extenderle una disculpa por no asistir a la Gala del Open House ―comenzó a decir―. Temo que mi recuperación me mantuvo al margen de muchos eventos.

―No se preocupe, mi señora. La situación es totalmente comprensible ¿Es este su primer baile?

―Lo es.

―Supongo que no ha tenido tiempo de conocer a la gente de abolengo de Dinamarca.

―Salvo por los ministros del Folketing y a Lord Darlington, no. Temo que no he tenido el placer. Oh, y a usted, por supuesto.

―El tal caso, si me lo permite, podría presentarle a los invitados que conozco. Es importante para usted que comience a memorizar nombres y rostros. Verá, soy lo que podría llamarse la cotilla de Dinamarca. Yo prefiero catalogarme como una mujer de amplias redes sociales. Mis hijos ya son mayores, casados y con sus propios hijos. Todos, excepto la menor, Viveka. Mi marido fue a visitarla a Suecia para resolver un asunto personal de emergencia. Nada serio, gracias a Dios. Ya había tomado la decisión de no asistir a la gala, pero Viktor, mi hijo mayor, decidió hacerme compañía. Su esposa está embarazada y no pudo asistir. Él ha aportado de forma significativa a la academia y ha diseñado un nuevo programa de arte en el que ejercerá como instructor.

Los instó a emprender la marcha y atravesar el salón.

―Ocupo mi tiempo libre en actividades benéficas o pro-fondos del Opera House ―continuó explicando―. Uno de nuestros más fieles benefactores es Sir Brian Gregersen, Caballero de la orden de Dannebrog. Fue nombrado por su padre.

―¿Se encuentra en la gala?

―Llegó poco antes que usted ¿Quiere que la presente ante él?

―Me encantaría hacerlo yo misma, si me lo permite.

―¡Por supuesto!

La condesa los condujo a través de los invitados, saludando y realizando presentaciones breves, hasta alcanzar a la pareja sentada en solitario en una de las mesas más apartadas.

―Sir Brian, lamento la molestia. Me gustaría presentarle...

El hombre canoso se giró en torno a la voz, con un rostro fiero que intentó calmar a fuerza. No le había agradado aquella interrupción.

Markus Gregersen poseía un rostro curtido por la media edad, pómulos caídos y pequeños ojos cafés que lo hacía verse intuitivo, como si estuviese analizando cada gesto o cada palabra. Algunas hebras de su cabello a medio cubrir de canas caían sobre su amplia frente. Los delgados labios entreabiertos se movían en una mueca de exasperación. A Piper le pareció percibir su urgencia por culminar con las presentaciones.

Se ajustó la chaqueta de su traje negro y se puso en pie. Era incluso más alta que ella y gracias a los tacones le había ganado a Riley en altura, quien era casi tan alto como ella. Sintió que estaba observando a una montaña.

Piper respiró profundo y alzó la barbilla.

―Buenas noches ―masculló con lentitud―. Temo que no hemos tenido el placer de conocernos. Mi nombre es Piper.

―¿Se presenta sin su título, Su Majestad? ―Indagó él.

―No lo considero necesario. A estas alturas, estoy segura de que sabe quién soy.

―Por supuesto, mi señora. Espero que no me guarde algún rencor por el asunto de la sucesión.

Ella le sonrió con tanta amabilidad de la que pudo hacerse.

―En absoluto. Se estaba llevando a cabo el debido proceso de ley para hacer respetar nuestra constitución.

―Me tranquiliza que lo vea de ese modo.

―No podría ser de otra forma. Acepto mi error al no hacer valer lo dicho por la constitución de inmediato. Gracias a Dios, las cosas han logrado asentarse de la manera correcta, ¿no le parece?

―Tiene toda la razón.

―No suelo hacer caso al murmullo que se cuenta por ahí, pero me llegó un rumor de que fue una propuesta suya la de eliminar la enmienda que me permitía suceder a mi padre.

―No debería hacer caso a ese rumor, mi señora, porque es falso.

―Jamás podría hacer caso a las habladurías que se hacen dando la espalda. Prefiero las cosas dichas a la cara. Lamento que haya sido víctima de la gente malintencionada. Fue el Primer Ministro de mi padre y ningún escándalo ha caído sobre su familia, por ello contaba con el respaldo del Folketing y del pueblo, así que comprendo el por qué fue usted blanco de los rumores. De todas formas, me pregunto por qué, dentro de todos los políticos honestos, lo escogerían a usted para manchar su bueno nombre.

Una perceptible rabia le coloreó las mejillas, pero logró encarcelarla dentro de sí con un par de respiros. Después, le mostró una sonrisa alegre, como si sus palabras no lo hubiesen incomodado.

―No tiene de qué preocuparse, mi señora. Mi única consternación ha sido siempre mi país y hacer valer la constitución. Lo que los demás hablen de mí, no importa.

―En eso estamos de acuerdo. Me alivia saber que comprende que mi única intención es devolverle a mi familia y a mi país el orden que tanto añoramos.

―Mejores palabras no podrían ser enunciadas. Cada uno de nosotros desea tener de vuelta la paz y la alegría que la trágica muerte de los reyes nos arrebató diez años atrás.

Piper se forzó a sonreír.

―Volverá. Regresar a mi país me ha llenado de una nueva vida que me ha proveído las energías necesarias para sobrepasar cualquier obstáculo.

―¿Qué la mantuvo fuera tanto tiempo?

Piper estudió sus gestos con cuidado, manteniendo en mente la promesa que se había hecho a sí misma. Mantener el control, pensar antes de hablar.

―Para garantizar mi seguridad. No es un secreto para nadie que mis padres fueron asesinados. Siendo la heredera natural, mi seguridad estaba comprometida.

―¿Sabe quién lo hizo?

―Temo que es una información que no puedo compartir con usted. Es un asunto de familia.

―Pero eran nuestros reyes ¿No cree que la gente tiene derecho a saberlo?

―Por supuesto que lo tienen, no me malinterprete. Sin embargo, dadas las circunstancias, es preferible aguardar hasta más adelante, cuando podamos responder a todas las preguntas.

―Puedo suponer que el responsable aún no tiene nombre.

―Yo no dije eso.

―¿Entonces?

―Hay una investigación en curso y podría verse afectada si llegase a filtrarse cualquier información, así sea esta mínima.

―Dado el caso, me parece que conoce usted más de lo que quiere hablar. Me lo supongo por lo mucho que intenta que nada se le escape.

―Se le llama discreción, Sir Brian. Tal vez no está familiarizado con el concepto.

―Conocí a su padre y le tuve un gran aprecio. Quiero lo que el colectivo: que el despreciable monstruo que le arrebató la vida a él y a su esposa pague por lo que ha hecho.

―Supe que mi padre lo despidió por un incidente donde se le acusó de machista ¿Lo aprecia aún así, aunque le puso fin a su carrera política?

Hubo un cambio abrupto en sus gestos que intentó disimular con una sonrisa.

―Fue un error de mi parte, lo reconozco. Las acciones y expresiones de una mente limitada.

―Confío en que se ha dado la oportunidad de considerar que las mujeres pueden ejercer roles políticos importantes.

―Por supuesto, usted es un ejemplo. Nuestra primera regente mujer. Vamos de frente al progreso.

―Se lo agradezco.

―Ya que ha tomado el poder, ¿podemos confiar en que pronto podremos ponerle nombre al criminal?

Riley interrumpió la conversación.

―Me disculpará por la intromisión, Sir Brian, pero me da la impresión de que está coaccionando a la reina.

―Me da la impresión de que está equivocado, Lord Darlington. Es una mera charla entre dos personas adultas.

―Ya le ha informado que no puede proveerle la información que desea saber porque es un asunto exclusivo de la familia. No comprendo por qué continúa abordándola con ese tema.

Fijando su atención en ella, Sir Brian preguntó:

―¿A caso la he incomodado con mis preguntas?

―¿Le parezco una mujer fácil de incomodar?

―Es lo que su acompañante parece mostrar con su desconfianza.

―Si desconfía no es de mi capacidad de resolver una situación incómoda de esta presentarse. Tal vez debería plantearse que el malentendido lo ha incitado usted con el uso de ciertas palabras.

Lo vio entornar los ojos, ofendido, mientras intentaba tragarse aquello que parecía engullirlo.

―Me disculpo, Su Majestad.

―No me ha ofendido, pero acepto sus disculpas. Comprendo el interés personal que ostenta usted respecto a este asunto.

―¿Qué asunto personal?

―El que usted y yo compartimos y conocemos muy bien.

Piper lo vio dar un paso hacia ella, y fue todo lo que bastó para que Riley la tomara del brazo y la ocultara tras su cuerpo al tiempo que lo encaraba.

―Le daré tres motivos del porqué su respuesta violenta podría tener repercusiones graves. La primera, estaría agrediendo a la mujer que acaba de convertirse en su reina. La segunda, cometería el acto frente a un gran número de testigos. Y la tercera, si llegase a ponerle una mano encima, me encargaré de que la pierda.

La rudeza en su voz no dio espacio a dudas. Aquella era una amenaza que cumpliría a ojos cerrados sin ningún remordimiento. Se había mantenido tan callado y sereno, permitiéndole luchar su batalla, que se le había hecho fácil olvidar que había venido acompañada del imponente Marqués de Darlington.

―La conversación ha terminado ―sentenció Piper al tiempo que enroscaba la mano libre en torno al brazo de Riley―. Que pase una buena noche.

Piper se lo llevó consigo, dejando a la condesa con Gregersen mientras intentaba calmarlo. Se confundieron en medio de la gente que buscaba sus mesas asignadas y otros tantos que habían montado la plática de pie.

Encontraron un refugio entremedio de dos columnas.

―Lo has hecho enfadar ―le recriminó él.

―¿Yo? Pero si has sido tú quien lo amenazó con cortarle la mano.

―Iba a golpearte. No parecía preocupado por levantarle la mano a su reina.

―No intentaba hacerlo enfadar, te juro que no. Debió malinterpretar algo que dije.

―Por como lo veo yo, estaba muy interesado en descubrir si ya le tenías nombre al asesino.

―¿Qué insinúas?

―Brian era el primer ministro de tu padre, y él y el resto de los ministros le retiraron la confianza por conducta machista. Poco después, tu padre muere. Además, estuvo involucrado en la propuesta para eliminar la enmienda que te permitía proclamarte, sólo por ser mujer. No estoy diciendo que tiene algo que ver con el asesinato, pero inocente tampoco es.

A Piper comenzó a dolerle la cabeza, y nada tenía que ver con el peso de la corona.

―Voy a terminar loca. Cada vez que pestañeo, la lista de sospechosos aumenta.

―Estarás bien ―buscó las manos de ella, escondidas detrás de la capa―. Es tu día especial y no voy a dejar que se te arruine.

―Invítame a bailar algo de esa música suave.

―¿Quieres bailar algo de esa música suave?

―Me encantaría.

Tiró de la mano de él cuando intentó llevarla hacia la gala.

―Necesito hacerle una pregunta, Lord Darlington.

Riley le sonrió con burla.

―¿Me pasará la llave si toma demasiado, Su Majestad?

―No ―alzó la barbilla―. Quiero hablar algo contigo, aunque sea el lugar menos indicado.

―Parece una seria solicitud.

Dio un paso más cerca de él.

―Le pediste permiso a mi tía y a mi abuela para que formalizáramos una relación.

―Así es.

―Quiero saber que hay en nuestro futuro.

―Lo mismo que hay en el de los demás: incertidumbre. Nadie tiene la vida programada, por eso transcurre día a día.

―¿Has pensado en algo más que sólo un noviazgo?

A él se le arrugó el ceño.

―¿A qué te refieres?

―Cuando mi tía me anunció el compromiso, dijo una serie de cosas que al momento me parecieron disparatadas, pero ahora son muy claras. Entiendo por qué surgen los matrimonios arreglados, aunque no los justifique. Si yo muriera ahora, o tal vez en una semana o en un año, el legado de mi familia se perdería porque no tengo hijos. Mi tía es estéril y mi tío no quiere la sucesión. Ivar tampoco.

―Comienzas a considerar que un matrimonio es la solución.

―No lo es, pero es algo que debo pensar.

―¿Es este el momento apropiado?

―No, pero quiero saber si en un futuro estarías dispuesto a considerarlo. Conmigo. Un futuro conmigo.

―Por supuesto.

La respuesta acudió tan pronto que la sorprendió.

―¿En serio?

―Sí, ¿o esperabas que dijera que no?

―No lo sé.

―¿Quieres que diga que no?

―No.

Riley tensó los hombros.

―No sé si alguna vez será sencillo entenderte.

―Lo siento, no quiero sonar complicada, precipitada o desesperada y puede que te esté poniendo en esta situación por las razones equivocadas. Ya te he dicho que quiero una familia, y sí, sé que aún soy muy joven. No la quiero para antes de que acabe el año, tampoco al siguiente, sino en un futuro. Te quiero, y sé que tú a mí. Solo quiero cerciorarme de que quieras lo mismo que yo.

―Te lo he dicho de mil formas ya, chiquilla. Me tienes y no necesitas ponerme a prueba. Tampoco te pondré en esa incómoda posición donde debas pedirme apoyo. Lo tienes, Piper, así como tienes mi corazón.

A ella se le humedecieron los ojos.

―He sonado como si dudara de ti, y no es así. Lo siento, es que a veces necesito escucharlo para estar tranquila.

―Te lo haré saber todos los días, así no se te olvida.

Se abanicó el rostro con la mano derecha.

―Lo siento, me pongo muy tonta y sentimental en esos días del mes. Los odio.

―Oh, de repente todo tiene sentido. Me conozco ese sube y baja de hormonas por mi madre. Vamos a comer algo dulce.

―A mi abuela no le gustará escuchártelo decir.

―Lo lamento por la reina madre, pero yo soy tu novio, no tu guardián. Yo no voy a ponerte limitaciones. Lo que quieres comer, lo comerás y ya.

―Le diré a mi médico que todo el peso que suba es culpa tuya.

―Si te hace sentir mejor, adelante.

Ella le regaló una sonrisa.

―Debemos regresar a la gala ―le recordó―. La condesa tiene razón. Debo comenzar a memorizar nombres y rostros.

―Conozco a algunos, por los eventos en Inglaterra. Aquellos que no, la condesa puede presentártelos. Parece dispuesta.

Ella parpadeó con rapidez mientras estiraba el brazo derecho hasta alcanzar el suyo.

―Cuidado con la labia masculina que ha estado utilizando esta noche, Lord Darlington.

―No creí que fueras una mujer celosa.

―No lo soy, pero una advertencia podría evitar cualquier guerra si el soldado la toma con la seriedad necesaria.

Riley le respondió con una sonrisa divertida. Después, trazó el camino de vuelta por su brazo, le atrapó la cintura y, atrayéndola, la besó.

Perdió la cuenta de cuanto duró aquello, pero al separarse le dolían las costillas por la falta de aire. Ella parecía tener el mismo problema, porque el escándalo de su respiración agitada fue el único sonido que pudo escuchar por encima de la música.

―Es mejor que volvamos ―la instó.

―Mejor ―afirmó ella.

Abandonaron su refugio, con la respiración entrecortada y la cabeza en las nubes. A Piper le costó centrarse en sus movimientos. Le era difícil ignorar los disparos eléctricos de sus ojos gris tormenta cuando la observaba con su usual mirada cómplice.

Chocó contra un hombro cálido que frenó su avance. Hizo una mueca ante el contacto a la que acompañó con una mueca de dolor y un gemido.

―Tenga cuidado, por favor ―dijo al voltearse, pero no vio a nadie.

Extrañada, observó su alrededor durante unos segundos. Estaba segura de que había golpeado a una persona, o que una persona la había golpeado a ella, pero lo único que encontró fue una mesa vacía junto a una de las columnas. Resignada, lo dejó pasar y avanzó junto a Riley hacia la condesa.

El vestido rojizo, rodeado por el mar de gente blanco de la indumentaria de los invitados, parecía un punto brillante de sangre sobre su pálida palma, cubierta ahora, como en algunas ocasiones, por el par de guantes que le cubrían las manos resecas.

La observó desde su escondite tras la columna, allí donde la maldita niña no podía notar su presencia. En compañía del marqués, comenzó a regodearse de la atención que le brindaban los invitados. Casi fue una agonía verle la despampanante sonrisa que les brindaba. Parecía gritar «yo gané».

Se enfermó de una rabia que le penetró el cuerpo como lava caliente. Quebró su paciencia y puso en peligro el temple calculador del que había gozado desde adolescente. Los últimos diez años se habían vuelto su pesadilla más vívida. La sentencia de un posible regreso le espantaba el sueño cada noche, pero se había tragado el miedo. Debía hacerlo. Debía prepararse para el temido encuentro.

Le enrabiaba verla tan viva, radiante de juventud y complacencia, como si se supiese victoriosa, cómo si le hubiese vencido.

Todo lo que deseaba era ver desaparecer la vida de sus ojos grises, ojos que había heredado de su insípida madre. Rasgarle del rostro de muñeca la sonrisa de su desgraciado padre, quien no había hecho más que humillarle con el recordatorio perenne de que su posición jamás podría igualar la suya. Quería verla desfallecerse contra el suelo, que su pálida piel de porcelana se cubriera con el escarlata de su sangre.

Quería verla tan muerta como sus padres.

―¿Qué haces aquí? ―le cuestionó una voz tras su espalda―. ¿Has perdido el juicio?

Se echó una carcajada forzada.

―¿Por qué tan nervioso, Gregersen?

―La reina está aquí.

―Lo sé. Estaba observándola. Se ve preciosa, ¿no es así? Le brilla en el rostro la inmadurez infantil.

―Que no te engañe la niña, que de tonta no tiene nada. Puede que sepa algo. Me ha insinuado...

―¿A caso le temes a una adolescente?

―¿No le temes tú? Si no fuera así, no te estarías escondiendo.

Los ojos castaños le cambiaron. Tenía la mirada de un demonio.

―Te ha aflojado el cobarde que siempre has intentado contener.

―Las cosas se han tornado peligrosas ¿Qué haremos si recuerda? Te vio cuando asesinaste a sus padres. Le bastará un vistazo para reconocerte.

Una sonrisa torcida le tajeó el rostro.

―No temas, amigo mío. He enviado a uno de mis mejores cuervos.

―Buen día, Viggo ―saludó Piper al entrar a la oficina.

El aludido, que se encontraba sentado en uno de los sillones, se puso en pie e inclinó la cabeza.

―Buen día, Su Majestad.

―¿Cómo está tu padre?

La observó en silencio, con el ceño fruncido.

―Bien, dentro de su situación. No sé si está enterada, pero lo enviaron a una clínica psiquiátrica. Al parecer, la falta de oxigenación creó un daño y requiere de un tratamiento y cuidado muy estricto. Le daría más detalles, pero es mi hermano quien los conoce. Entiende mejor de medicina que yo ―se remojó los labios―. Quería preguntarle, si me lo permite, ¿lo ha cambiado de puesto? Llamó hace semanas y dijo que debía ausentarse por un asunto oficial. No he sabido nada desde entonces.

Piper no supo como decirle que su novio lo había secuestrado sin meter a Riley en un problema.

―Está haciendo algo para mí, por eso su ausencia. Puedo garantizarte que está bien. Supongo que ha de ser difícil para ti responsabilizarte de tu padre sin el apoyo de tu hermano. Me disculpo por eso. Entrégale a mi asistente toda la información pertinente para cubrir los gastos del tratamiento y el hospital. Te rembolsaré lo que has gastado.

Piper percibió su incomodidad por la forman constante en que movía el pie.

―No quise incomodarte. Le hice la oferta a Gastón, pero no quiso aceptarla. Si necesitan dinero...

―Podemos hacernos cargo de la cuenta del hospital. No necesitamos su generosidad.

Viggo tenía la misma falta de tacto que su hermano. Aquello le había quedado más que claro.

―Comprendo, pero tomen en cuenta mi ayuda si llegasen a necesitarla.

―Lo haremos, Su Majestad. Muchas gracias.

Piper dio por terminada la conversación con un asentimiento de cabeza antes de verlo marcharse. Soltó de golpe el aire en sus pulmones al tiempo se que rascaba la cabeza. Se dejó caer en el asiento, girando cada tanto hasta encontrarse con el estante de libros que meses atrás Riley intentó abrir para acceder a los pasadizos. Con las mejoras al palacio antes de mudarse a él, hizo al arquitecto revisar si alguna vez hubo alguno. La respuesta era no. Entonces, ¿por qué el plano lo señalaba?

―Puede que se haya tratado de una idea que no llegó a construirse ―le había dicho él.

Piper se preguntó si era una posibilidad. Su padre no solía hacer nada al azar. De haber encontrado un error en el plano, habría ordenado una copia corregida.

Tuvo que deshacerse de sus pensamientos cuando escuchó el golpeteo en la puerta. Se giró hacia el escritorio y gritó:

―Adelante.

La enfocó la cámara del teléfono de Riley.

―Día cinco del reinado de Su Majestad la Reina Piper, toma uno ―se adentró en la oficina―. ¿Qué tiene planeado para hoy, mi señora?

Piper negó con la cabeza mientras sonreía.

―¿De verdad vas a grabarme todos los días?

―Todos y cada uno de ellos. Voy a documentar el primer año de tu reinado.

―Ni siquiera mi abuela haría algo así.

―Hasta ella lo amará. Entonces, mirando a la cámara ¿Qué tienes en agenda?

Piper se enderezó y descansó las manos sobre la falda de su vestido celeste. Le envolvía la cadera un cinturón marrón, a juego con sus zapatos pin up.

―Las fotos oficiales serán colocadas en los palacios y agencias pertinentes. También, se dará a conocer mi monograma oficial y mi nuevo escudo de armas como regente. Mas tarde, me presentarán unos diseños para la medalla de mi real orden familiar. Pasada las tres de la tarde, estoy libre.

―Momento apropiado en un miércoles ¿Te apetece dar un paseo por Nyhavn?

―Me encantaría.

Supo que había dejado de grabar cuando bloqueó el teléfono y lo guardó en el bolsillo. Se le acercó para recostarse del borde del escritorio.

―Viggo estuvo aquí pocos minutos antes de que llegaras ―le dijo ella.

―¿Y qué quería?

―¿Tú que crees? Estaba buscando a Gastón.

―Mm.

Piper le dio un golpe en la pierna.

―No te hagas el tonto. No puedes mantener a un hombre contra su voluntad en una propiedad a tu nombre. Dile a tus guardias que lo traigan y acabemos con esto de una vez.

―Mis empleados lo han tratado muy bien.

―Ese no es el punto.

―Te lo quería comentar nada más.

Lo vio encogerse de hombros.

―Riley, hazme caso.

Puso los ojos en blanco antes de meter la mano en el bolsillo y hacer una llamada. Al terminar, lo dejó sobre el escritorio.

―Ya viene en camino.

―No fue tan difícil, ¿verdad?

―No confío en él.

―No necesito que confíes en él, sino en mí.

―Sigo pensando que trabaja para Christina.

―Lo sabremos en breve.

―¿Crees que te lo dirá? Así, sin más.

―Puedo hacer cosas peores que encerrarlo en una casa de campo. No tiene opción.

Media hora más tarde, lo tuvo sentado frente a ella.

Tenía un rostro diferente, más firme, que le trajo el recuerdo de cuan intimidante solía ser su presencia cuando rondaba el palacio como su guardia.

―Buen día ―le dijo ella―. Supongo que recuerdas a Lord Darlington.

Detrás de ella, apoyado de la pared, Riley sonrió.

―Bastante ―afirmó Gastón―. Felicidades por su proclamación, Su Majestad, y también por su mejoría.

―¿Trabajas o no para Christina?

Riley levantó ambas cejas. Sí que prefería ir al punto.

―Trabajaba ―le recordó él―. Era su guardia personal.

―Hasta mi llegada. Después, ella transfirió a un puñado de sus empleados a mi servicio. Me cuesta pensar en un motivo convincente de por qué alguien que intentó asesinarme, renunciaría a su propio guardia para salvaguardar mi bienestar.

―No ingresé como su guardia personal, sino como uno cualquiera. Fui asignado directamente a usted cuando su entonces guardia personal renunció.

―Eso no aclara mis dudas. Hace unos meses, me advertiste que tuviera cuidado con Christina. Previo a eso, ya me habías comentado algunas cosas respecto a ella. Me da la impresión de que sabes más de lo que dices.

―La princesa consorte es una mujer peligrosa, de un carácter difícil. Solo quería que estuviese prevenida. No tenía idea de que podría cruzar una línea como esa.

―Me gustaría mucho creerte, de verdad. Siento por ti, por tu padre y tu hermano una gran empatía. Solo confío ciegamente en una persona y esa no eres tú.

―Dudar la mantiene alerta a pequeños detalles. Si lo hubiese hecho antes, se habría evitado la caída por las escaleras.

―¿Tenías conocimiento o no de que Christina intentaría asesinarme?

―No ―soltó la respuesta de una manera tan firme y decidida que la hizo dudar.

―Pero me advertiste que perdía la cabeza fácilmente.

―Advertencia que ignoró, mi señora.

―Al parecer, sí, lo hice.

―¿Cuánto más durará el interrogatorio? Me gustaría solicitarle permiso a su jefe de seguridad para visitar a mi padre.

―¿Por qué a mi jefe de seguridad?

Gastón señaló a Riley con la barbilla. Piper sonrió.

―Te lo concedo yo. Es más, de ahora en adelante eres libre de ir a donde quieras.

―¿Lo soy?

―Sí, y tendrás tu propia guardia. No irás a ningún lugar sin que yo me entere. Estarán contigo día y noche, vigilándote, porque confío en ti tanto como en Christina.

Gastón alzó las cejas, pero después sonrió.

―Como guste.

Se reunió con Riley en su habitación algunas horas más tarde, una vez que su agenda fue completada. Lo encontró junto al escritorio canterano de su padre, que acababa de acomodar cerca de la ventana, con las manos sobre el respaldo de la silla de madera. Se le veía cansado y sin aliento. Notando que había ingresado a la habitación, estiró los brazos y le obsequió una sonrisa de burla.

―De haber sabido que pesaba tanto, hubiese llamado a uno de los empleados para que me ayudara.

―Lo siento.

―No importa ―rodeó la silla y se acomodó en ella al tiempo que observaba la pintura al óleo en la tapa―. Se ha conservado muy bien si consideramos que tiene vaya Dios a saber cuántos años.

―Era de Eckhard, pero ninguno en la familia lo utilizó hasta que en el 2004 mi abuelo lo tomara del Palacio de Cristian VIII, el edificio en el noroeste de Amalienborg. Era antes la residencia del heredero aparente hasta ese año, pero ahora es un museo. Hasta donde sé, mi abuelo no lo utilizó más que de adorno. A su muerte, mi padre lo restauró y le dio un uso apropiado. Mi oficina tiene un amplio escritorio, pero me hacía falta tener algo así en mi habitación. Siempre me han gustado las cosas rústicas.

Echado en la silla, acomodó su pierna derecha sobre el muslo de la otra.

―Tengo la sensación de que es otro rasgo heredado de tu padre.

―Eso pienso ―dio un golpe sólido a la madera y se trasladó a su tocador, donde descansaban gran parte de sus libros y cartas sin abrir―. Me restan algunas invitaciones por revisar. Lady Helsingør se ha tomado la tarea de incluirme en sociedad muy en serio.

―Te has hecho de una magnífica fuente de redes sociales.

―Han llegado algunas por iniciativa propia.

Tomó el elegante sobre azul y dorado que parecía coronar al resto y se acercó a él, golpeándole la pierna para que la bajara y pudiese acomodarse en su falda.

Riley enarcó una ceja.

―Ya te lo he dicho, chiquilla. No soy de piedra.

―Céntrate.

―Es más fácil decirlo que hacerlo.

Ignorándolo, agitó el sobre azul de un lado a otro. Estaba atado por una cinta dorada. En medio, marcado en el lacre azul, observó el escudo de armas de la familia real británica.

―¿Es de Charles?

―Así es ¿Quieres ver a quién va dirigida?

―Supongo que a ti.

―No.

Piper giró el sobre para mostrarle el remitente.

―«Su Majestad La Reina de Dinamarca. El Honorabilísimo Marqués de Darlington» ―sonrió a modo de burla―. La invitación va conjunta en lugar de ir separada.

―Te apuesto lo que sea que la de la idea fue Anna.

Piper rasgó el sello y dentro encontró una invitación.

―Es para su aniversario de matrimonio ―revisó la fecha―. ¿No se habían casado en el verano?

―De seguro tienen algún evento diplomático para la fecha y decidieron celebrarlo en septiembre.

―¿Iremos? ―la voz le había salido casi como la de una niña.

―Por supuesto ―asintió―. Podríamos aprovechar el viaje.

―¿Para qué?

―Para visitar a mi madre y así conocer al resto de mi familia.

Piper abrió los ojos como platos.

―¿Quieres que conozca a toda tu familia?

―Quiero que sea oficial de todas las formas posibles. Aunque no es una noble, es mi madre y tiene igual derecho a aprobar la relación.

―Eso lo entiendo, y me parece justo que le des la misma importancia a pesar de su ausencia de título, es solo que...

―¿Qué? ―la abordó de inmediato.

―Me pone un poco nerviosa, es todo.

―Mi madre es una mujer bastante fácil de llevar y posee una paciencia de oro. Es lo que aprendió de criar a tres varones más un marido.

―Estoy más que convencida de que debe ser una maravillosa persona, pero no puedo evitar sentirme algo nerviosa. No quiero darle una mala impresión.

―Digamos que, aunque no te conozca bien, ya tiene una impresión de ti y no es mala.

―¿Por qué?

Riley se encogió de hombros. Ella supo de inmediato que algo le ocultaba.

―¿Qué hiciste?

―Nada.

―¿Le hablaste de mí?

Recordaba haberlo hecho, claro que sí: a su padrastro después de algunos tragos y luego a su madre, embriagado más por sus emociones que por el alcohol. Luego se había hablado a sí mismo de ella, obligándose a admitir que la chiquilla que tenía en frente se le había metido muy dentro y ni siquiera supo cuando algo así sucedió. Para el momento en que se percató, ya la tenía incrustada en el pecho, como una estocada en plena batalla.

―Puede ―admitió.

―Supongo que no me contarás qué le dijiste.

―Tú sí que quieres saberlo todo.

―Solo lo que quieras contarme.

A él se le escapó una carcajada y ella acompañó su contentura en silencio con una sonrisa.

―Creo que, sin quererlo, le dije que te quería. Si alguien lo supo antes que yo, fue ella.

Sus palabras hicieron gruñir su barriga, como si hubiese encendido una caldera.

―Qué rara es la vida, ¿no? Teníamos todo para ser incompatibles, y aun así aquí estamos.

Él torció la boca.

―Eres cursi. No imaginé que lo tuvieras dentro.

―No soy cursi. Estoy enamorada de la vida y quiero disfrutarla al máximo. Vivimos a base de obstáculos y lecciones, de pérdidas y ganancias. Merecemos el derecho de disfrutar de la vida a pesar de los problemas.

―Un punto de vista muy maduro.

―Me han tocado golpes fuertes. Tambaleé y caí, pero nunca me cansaré de levantarme.

Algo dentro de él se despertó cuando la vio a los ojos: dos cristalinos estanques de brío y esperanza, y le maravilló cuánto había cambiado de la irreverente e impulsiva chiquilla que había regresado a Dinamarca después de diez años.

Piper estaba creciendo como persona, y le honró que le permitiera compartir con ella aquel momento.

―Me parece que ya no eres tanto una chiquilla.

A ella se le escapó una carcajada.

―Sigo siendo infantil e inmadura a gran escala, pero en menor proporción.

―¿Eso debería causarme alivio alguno?

―No ―se levantó tan de repente que se vio estirando los brazos hacia adelante para sostenerla, pero todo en vano. De pie frente a él, se acomodó la falda del vestido morado―. Es miércoles. Te invito a que vuelvas a invitarme a dar una vuelta por el pueblo.

A su nariz perfilada le llegó el olor del pan recién horneado, que se mezcló con el aroma dulce de las flores amarillas que llevaba en la mano. Algunas habían sido compradas por Riley, otras entregadas a medio camino por la gente.

―¡Osvald! ―gritó su nombre al verlo―. ¡Buenas tardes! ¿Lo estamos importunando?

El hombre obsequió una amplia, aunque cansada sonrisa detrás del mostrador mientras se quitaba los guantes de repostería.

―De ninguna manera, Su Majestad. Son más que bienvenidos. Pasen ―girándose hacia la puerta de la cocina gritó―: Dagmar, trae la dronningens ordre, gracias.

―¿Sabía que venía? ―preguntó ella mientras se acomodaba en la mesa que le ofreció después.

―Supuse que lo haría. El paseo entero se ha preparado en caso de que lo hiciera ―lanzó una rápida mirada a Riley―. Supuse también que lo haría acompañada.

El aludido tensó los hombros.

―Si mi presencia los incomoda...

―No se preocupe, Lord Darlington. No es incomodidad lo que nos despierta, sino curiosidad. No es un misterio para nadie que su familia y la nuestra ha estado enemistada durante décadas. Podrá notar que dije nuestra. La Casa Lauridsen es nuestra primera familia. Durante su larga dinastía, nos han hecho sentir parte de ella y es un legado que continúa su hija al sentarse en una humilde mesa para compartir con el pueblo.

Piper sonrió ante sus palabras. Por un instante, tuvo la sensación de que estaba ante un padre en defensa de su hija y fue un gesto que la conmovió. Después de todo, no había lazo alguno entre ellos.

Riley debió notarlo también porque se irguió en la silla al tiempo que sonreía.

―Pienso que la riña entre ambas familias se ha extendido demasiado, en especial si consideramos que ninguno conoce las causas que la originaron.

―¿Qué piensa usted al respecto? ―intervino Piper.

La pregunta tomó a Osvald por sorpresa.

―¿Yo?

―Sí. Nos interesa mucho la opinión de la gente. Estamos conscientes de que la compañía del uno y el otro no es común y atrae la atención. Me gustaría conocer de primera mano la opinión pública.

―Los daneses somos orgullosos respecto a nuestro orgullo, si se vale la redundancia. No a muchos les pareció una situación cómoda. La duquesa de Haagard, en su juventud, estuvo casada con el Duque de Yorkesten y fue un matrimonio corto que se rumoró lo destruyó la enemistad de las familias. Luego de tan incómoda situación, creo que puede entender por qué sus avistamientos con Lord Darlington han sido tan comentados.

―Lo comprendo ―asintió.

―Me parece que usted es una joven juiciosa que no toma decisiones al azar. Si se permite compartir con Lord Darlington a pesar de la tensa relación que ha existido entre ambas familias, es porque podemos confiar en que la rencilla está llegando de una vez por todas a su fin.

Piper miró a Riley de reojo y lo descubrió observándola con la sonrisa de bravucón engreído.

―Yo diría que sí ―afirmó ella.

Dagmar, a quien Osvald presentó como su esposa, apareció poco después con varios wienerbrød y un par de Cherry Heering.

―¿Cuánto lleva con la repostería?

Osvald se limpió la boca con una servilleta antes de responder.

―Como propietario cerca de trece años, aunque ha pertenecido a mi familia desde 1874.

―Debo suponer que ha habido nuevos comerciantes los últimos diez años.

―Solo dos de ellos. Podría darle un recorrido por el paseo, siempre que le apetezca.

―Me encantaría, muchas gracias.

Tardaron en comer poco más de veinte minutos, parte se debió a que Riley apenas podía despegarse de su nueva obsesión por la Cherry Heering. Osvald los llevó al recorrido prometido, iniciando por la tienda de chocolates que colindaba con la suya. Su propietaria era una mujer de media edad que trabajaba con sus dos nietos mayores, una adolescente de dieciséis y un jovencito de trece. Riley logró atrapar la atención de ambos con su actitud infantil y bromista, aunque casi podía asegurar que la chica estaba más que encandilada con él. Entretanto, la mujer abandonó su posición tras el mostrador para darles la bienvenida. Se dedicó a presentarles sus mejores productos, bebidas de cacao y hasta los brownies más grandes que hubiese visto alguna vez. Piper tuvo que montarle una conversación amena para distraerla.

Osvald le presentó a una joven pareja de Suecia que se había mudado hacía doce años a Dinamarca.

―Ellos son Svend y Carina. Son los dueños del Restaurante Den Svenske. Tal vez no lo recuerde, pero el local era antes un bar.

Piper lo recordaba de la pintura al oleo en la tapa del escritorio de su padre: un edificio pintado de rojo, amarillo y café. De la puerta colgaba un letrero de metal con el nombre en negro: Skjul Og Søge. Ahora, colgaba uno de madera con el nombre del restaurante.

―Su padre solía detenerse para saludar al dueño ―le contó Osvald―. El rey Eckhard y su hermano Egil acostumbraban a venir a ese bar al finalizar una cacería. Cerró en el 2014 y lo alquilaron al año y medio. El dueño del bar decidió cambiarlo al centro de la ciudad. Hace unos pocos meses, cercaron otro local y un muchacho del pueblo colindante abrió una cervecera allí. Está justo después del restaurante.

Las siguientes paradas tuvieron el mismo efecto. Pronto, la calidez y efusividad de la bienvenida la contagió y se unió a las conversaciones del paseo. En un parpadeo, mesas y sillas se dispusieron en el exterior y cada uno aportó a una comida improvisada lo que no habían logrado vender en el día.

Pronto cayó la noche. En el paseo solo estaban los comerciantes y ellos. En la mesa, que antes había estado a reventar de comida, apenas quedaban migajas y vasos y botellas a medio vaciar. Algunas mujeres fueron a preparar bebidas calientes mientras el amable Osvald preparaba galletas de avena para acompañarlas.

Ya muy entrada las nueve, comenzaron a relatar divertidas anécdotas de la juventud. Al panadero le vino una de cuando ella tenía siete años.

―Debió ser en el verano ―recordó Osvald―. El rey había venido con la princesa a recoger una tarta de fresas para la reina. Nunca descuidaba a su hija, pero ella era experta en evadir al pobre hombre.

Riley le obsequió una mirada divertida mientras le daba un trago lento a su cerveza de cereza.

―Hay cosas que no te cambian.

―Es que siempre iba acompañada de mis padres y la guardia casi como para controlarme. He sido una niña curiosa toda mi vida, al igual que mi padre, pero él era especialmente protector conmigo, así que vi mi oportunidad de explotar por mí misma el muelle cuando se entretuvo en la conversación con Osvald. Recuerdo que había un barco de madera bastante antiguo anclado en el muelle y tenía en una enorme placa de plata el escudo de la familia. Subí por el puente, pero al estar húmedo resbalé y caí al canal.

―¡Al pobre hombre casi le dio un infarto! ―masculló Osvald―. Se lanzó de inmediato al agua y sin pensárselo.

―No sabía nadar ―añadió ella―. Contrató a un nadador profesional para que me enseñara. Se negó a retomar las visitas al paseo marítimo hasta que aprendiera.

Riley dio un último trago a su botella antes de devolverla a la mesa.

―Pasamos un susto similar con mi hermano más pequeño ―comentó―. Nos fuimos de campamento a un lago durante un fin de semana. Estaba inclinado hacia el agua desde el muelle, se le resbaló la mano y cayó. Por suerte no era muy profundo y pudimos sacarlo rápido. Desde entonces, mi familia no conoce lo que es irse de campamento. Venció su miedo dos años después.

―Nosotros nunca fuimos de campamento ―Piper vertió otro poco de chocolate caliente en su taza y se devolvió al asiento―. Pasábamos uno que otro fin de semana en una propiedad a las afueras de Copenhague. Sí recuerdo que pasábamos antes por aquí para llevarnos algunos bollos de hojaldre para comérnoslos al llegar.

El gruñido de la brisa inesperada le perforó él oído y pronto sintió el frío de la noche penetrarle la piel. Envolvió la taza caliente con ambas manos para reconfortarse. Riley pasó el brazo por su hombro y la atrajo hacia sí para brindarle más calor.

―Me alegra saber que Nyhavn sigue tan activo como antes y aún más con la calidez de los comerciantes ―comentó ella, conmovida con la agradable cena que habían compartido―. Los daneses siempre hemos sido alegres, briosos y gentiles. A mis padres les habría hecho muy feliz saber que su gente aún conserva su espíritu alegre.

Osvald levantó su cerveza.

―Por el Padre y la Madre del Norte ―dirigió la taza hacia ella―. Por nuestra reina, nuestra señora, la Joven Madre.

―¡La Joven Madre! ―gritaron todos.

―¿Por qué el Padre y la Madre del Norte? ―curioseó él.

Agotada, Piper se dejó caer sobre la cama y comenzó a deshacerse de los tacones.

―Harald el Libertador fue el fundador de nuestra casa y el unificador de nuestros territorios. Tenía un hermano gemelo que murió probando las armas. Su padre, Laurion, murió porque no pudo soportar perder a su hijo favorito. Harald aceptó el cristianismo, su hermano y padre no. Al morir, Harald heredó todo. Veinte años más tarde, un hermano bastardo invadió su villa. Asesinó a algunos de sus hijos y a su madre, Naess. Cuando recuperó el poder, unificó los territorios y formó el reino de Dinamarca. Profesó el cristianismo, pero respetó el politeísmo. Por eso, en el escudo de mi casa, se observa el valknut sobre la cruz escandinava. Simboliza la unión de ambas religiones. Harald dedicó el resto de su vida a reconstruir la aldea y a proteger a su gente de cualquier posible invasión. Tanto cuidaba de la gente que ellos lo denominaron Padre del Norte y a su esposa la Madre. Desde entonces, el pueblo denomina así a sus buenos regentes.

Piper sintió el peso de Riley al otro lado de la cama. Girando sobre su hombro lo vio cruzando las piernas y acomodando la cabeza contra el espaldar.

―¿Estás cómodo?

Cruzando los brazos contra su pecho, sonrió y dijo:

―Como un bebé en los brazos de su madre.

Ella se echó a reír. Golpeó los tacones con los pies para enviarlos lejos. Le dolía siquiera verlos. No había estado tanto rato de pie durante la cena, salvo por el caminar de un lado a otro para ayudar a traer la comida. Pero a ambos se les había ocurrido la brillante idea de volver a palacio por Amaliehaven. Casi arrastraba los pies para el momento que observó la estatua ecuestre de la plaza.

Un bostezo de cansancio se le escapó de los labios entreabiertos. Estiró los brazos por encima de su cabeza, esperando que se le pasara lo suficiente el sueño para darse una ducha sin caerse.

Sin sentirlo acercarse, Riley le envolvió la cintura con un brazo y tiró de ella hacia él. A ella se le escapó una carcajada por la sorpresa. Se movió en la cama hasta que encontró su rostro. Tenía los ojos a medio cerrar, pero la sonrisilla de niño travieso le inyectaba una energía que casi parecía contagiarla. Acomodó el brazo en su pecho y lo miró fijo, con su barbilla casi rozando la suya, en silencio.

Creyó poder oír su corazón ―o tal vez era el propio― repiqueteado a prisa y sin descanso. En el silencio hubo algo cómodo, en el contacto de piel algo íntimo y en sus miradas algo dulce. Piper podría observarlo durante horas sin aburrirse.

―¿Te divertiste hoy? ―le preguntó él después de un rato.

A ella se le dibujó una sonrisa de alegría infantil en la boca.

―Sí ―admitió―. Lo extrañaba. Extrañaba ese contacto de la gente. Era mi parte favorita de ser una princesa, aun cuando a veces mi actitud no lo demostraba.

―Te veías muy contenta.

―¿Qué hay de ti? ¿Te divertiste?

―Por supuesto. Fueron muy atentos. Me hicieron sentir bienvenido.

―Creo que les has caído bien.

―Puede.

La sonrisa se zorro hizo su reaparición, una nueva dentro de su basto catálogo de conquistador y que solo lo había visto utilizarla cuando se encontraban a solas.

―Me pones nerviosa cuando sonríes así ―admitió ella.

―No he hecho nada.

―No necesitas hacer gran cosa.

Supo que aquello no había sido más que una rápida distracción en cuánto sintió el golpe de calor de su mano subiendo y bajando por su pierna. Cada pequeño músculo de ella se tensó ante el contacto.

―Te quiero tanto ―le escuchó decirle―. Podrías arrancarme el corazón y aún así latiría en tu mano solo porque estás tocándolo.

Hubo algo distinto en su voz, como un ronroneo suave, que la distrajo bastante.

―Quiero que sepas, Piper, que no solo me gustas como compañera de cama, de veras que no, aunque la verdad es que me vuelve loco la idea de hacerte el amor. Te quiero y lo voy haciendo un poco más cada día. Aunque he tenido otras compañeras, contigo es con quien quiero pensar en un futuro. Deseo tanto una vida contigo...

Piper comprendió de inmediato el por qué de aquella actitud tan inusual en él.

―Estás borracho ―teorizó ella.

Riley se echó a reír.

―Un poco, pero no soy del tipo de borracho irresponsable, sino del charlatán parlanchín y sentimental. Lamento eso.

Frunció los labios para no echarse a reír.

―Debí suponerlo. Tomaste varias cervezas ―trazó una línea mal hecha por su mejilla mientras lo olfateaba―. No hueles a alcohol, sino a cereza.

―Cherry Heering ―le recordó―. Cerveza de cereza.

―Creo que es mejor que nos vayamos a dormir.

―Es posible, aunque teniéndote cerca es algo difícil de considerar.

Piper lo golpeó en el hombro.

El gesto de diversión desapareció de ambos rostros una vez que, sin emitir palabra alguna, volvieron a verse a los ojos. A ella le costó concentrarse en lo correcto. A su cuerpo le sentaba de maravilla el contacto con el de él, con su calidez y su poderío masculino. No había nada más que deseara que hacer eterno aquel momento, quedarse sumergida entre sus brazos, disfrutar de sus caricias, abrazarse a las nuevas sensaciones.

―Quiero estar contigo ―le confesó.

El alivio desgarrador azotó en su cuerpo y la esperanza y la dicha la embriagaron cuando vio la sonrisa torcida que le obsequiaba. Él quería lo mismo.

―Ya te lo he dicho. Me tienes.

―No ―respondió―. No de esa forma.

―Lo sé, y aunque es en este instante lo que más quiero, sé también que no es el momento apropiado.

―¿Por qué no?

―Porque estoy un poco borracho. Cuando te haga el amor, quiero que ambos estemos en nuestros sentidos. No te mereces un hombre a medio funcionar. No quiero olvidar un solo detalle, y quiero que tú tampoco.

Cuando el pudor volvió a azotarla, le apartó la mirada.

―Aún no lo entiendo ¿Tan obvio es que soy virgen?

Riley buscó sus manos y al encontrarla entrelazó los dedos.

―Todo está en los pequeños detalles. Tu mala forma de coquetear y besar, por ejemplo.

―Nunca he coqueteado.

―A eso me refiero. Cuando tienes la experiencia y conoces sobre el tema, te es más fácil notar detalles pequeños.

Un zafarrancho de ideas azotó en su mente, ninguna guardando relación a su conversación, pero todas y cada una de ellas entremezcladas en perfecto orden.

―Detalles pequeños ―musitó para sí.

Riley la miró con los ojos fruncidos. Supo de inmediato que su cabeza había volado lejos. Alguna ocurrencia nacía en su mente inquieta.

―¿En qué estás pensando? ―Indagó él.

Piper se levantó de la cama con tal rapidez que él apenas fue consciente del lugar al que se dirigía. La observó de pie frente al escritorio canterano deslizando los largos y pálidos dedos que sobresalían a distancia de la madera oscura. Se le acercó en silencio.

―El día que entré a la habitación de mi padre y vi este escritorio, llamó mucho mi atención, pero le resté importancia. Recuerdo la historia detrás del mueble. Eckhard lo mandó a confeccionar para su uso personal en 1885 y pidió que en la tapa se hiciera una pintura al óleo de Nyhavn. A su muerte, y por el desinterés de sus descendientes, se guardó en el Palacio de Cristian VIII hasta el 2004, cuando mi abuelo decidió convertir el palacio en museo. Trajo al escritorio a este palacio y lo utilizó como inmueble de decoración. Al fallecer, mi padre mandó a retocar solamente la pintura. Le encantaba. No supe por qué me llamaba tanto la atención. Pensé que era el nombre del bar. Skjul Og Søge significa esconderse y buscar. Ciertamente, sí, atrajo mi atención, pero no era por eso.

Si algo sabía con seguridad es que ella no le estaba ofreciendo toda aquella información sobre un mueble en vano.

―¿De qué me estoy perdiendo? ―curioseó él.

Ella soltó un quejido de duda.

―A simple vista de nada. Mi padre era muy cuidadoso cuando de este escritorio se trataba. Me permitiría jugar primero con las joyas de la corona que tocarlo. Me viene a la mente algo que dijo Nadim. Él encontró unas cartas que comprometen a nuestras familias y por ello decidió ocultarlas. Por desgracia, mi padre no alcanzó a revelarle nada más, ni su contenido ni su paradero. Ahora, los pequeños detalles.

Con el índice, Piper recorrió la fila de los edificios coloridos en Nyhavn.

―Muchos de estos negocios aún existen y conservan su nombre original. Restaurantes, bares, reposterías. Todos ellos datan de la época de Eckhard. Todos excepto ―señaló el edificio de en medio― este.

Riley lo observó. Con una fachada similar al resto, sobresalía por su brillante rojo, amarillo y café.

―¿Cómo sabes que ese restaurante no pertenece a 1885?

―Porque antes era un bar llamado Skjul Og Søge. Ahora es un edificio que lleva Restaurante Den Svenske por nombre. Lo visitamos hoy, ¿recuerdas?

Riley intentó asentir, medio perdido y medio entontado.

―Cerró en el 2014 ―recordó―. El restaurante abrió año y medio después.

―Exacto.

La vio buscar su teléfono y teclear algo a prisa. Después, extendió la pantalla hacia él. Era el edificio del restaurante.

―No te sigo, perdón ―se rascó la barbilla―. Pensé que la cerveza tenía menos alcohol. A los daneses les gustan las bebidas fuertes.

―Mira bien la fotografía. Es el bar. Está pintado de negro, anaranjado y blanco ―señaló la pintura―. Allí está pintado de rojo, amarillo y café, los colores del restaurante. Mi padre restauró el mueble el mismo año que se inauguró dicho restaurante, en el 2015, año en el que encuentra las cartas que suponemos fueron las causantes del asesinato. Cuando lo trajeron de vuelta a palacio, después de la restauración, mi padre jamás me permitió tocarlo, ni a mí ni a mi madre.

Piper deslizó el índice alrededor de aquel edificio fuera de lugar, una y otra vez, hasta que pronto sintió la punta de sus dedos rasparse.

―Tiene que significar algo ―teorizó en voz alta―. Mi padre no hacía las cosas al azar. Estoy segura de que debe haber un por qué.

Golpeó la madera con la uña, constante e insistente, sin obtener resultados. Aquello la estaba enloqueciendo. Si conocía tan bien a su padre, si era tan parecida a él como todo mundo decía, sabía que aquel edificio estaba allí por algún motivo.

Lo sintió al rasgar la madera con la uña.

Era una diminuta y fina abertura que se confundía con el patrón de la madera y las líneas de la pintura en el edificio. Tenía una forma pequeña y cuadrada como la del letrero pintado en gris donde se veía el nombre del bar.

―Por Dios ―masculló sorprendida―. Pásame el abrecartas que está en el tocador.

Lo tuvo en sus manos casi al instante. Enfocando la vista, trazó la delgada línea con el filo del abrecartas. Presionó con poca fuerza hasta que oyó la madera crujir.

―Espero que sea algo importante, sino acabas de destruir una antigua posesión de tu familia en vano.

―No es en vano ―dijo ella, confiada.

Bastó un poco más de presión para que el pedazo de madera cuadrada dejara al descubierto su gran secreto.

Una pequeña cerradura dorada casi tan pequeña como una corona danesa.

SEÑORAS Y SEÑORES, LOS MISTERIOS COMIENZAN A DESENPOLVARSE. PREPAREN ESAS ANTENITAS DETECTIVESCAS PORQUE LAS VAN A NECESITAAAAAAR *GRITOS DE PERRA LOCA*

¿Qué piensan que ha encontrado Piper? ¿Qué secreto se descubrirá? 😏

Riley, cariño, eres un bomboncito y te amo.

Próxima actualización: martes, 17 de diciembre.

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