
Capítulo once.
"Solo sabiendo quienes somos podremos empezar a ser mejores para nosotros mismos y para los demás"
—Jorge Bucay
Aplacar la ira de la duquesa le tomó casi media hora al teléfono, dos tazas de café y una habitación a solas.
―¿Qué progreso hemos logrado preparando a detalle una serie de planes de seguridad si te escapas a la menor oportunidad?
―Estoy en un lugar seguro, tía.
―Deberías estar aquí ¡Aquí, donde estás a salvo!
―Lo estoy.
―Niña irresponsable, respondona y altanera. He mandado a los guardias por ti para que te escolten de vuelta. Te subirás al maldito auto de Riley y vendrás a casa.
―Está bien.
―Tendremos que hablar sobre su desempeño. Lo contraté para que te mantuviera segura, no para que sirviera de tu cómplice.
―Tomo cualquier responsabilidad en su nombre. Sólo siguió las órdenes que le di. Fui yo quien tomó la insensata decisión de abandonar la propiedad sin escolta adicional.
La duquesa hizo silencio por tanto tiempo que Piper estuvo a punto de preguntarse si seguía en la línea.
―¿Qué has dicho? ―cuestionó ella.
―Que tomo la responsabilidad...
―Te he escuchado.
―¿Entonces por qué me...?
―Olvídalo. Es que has sonado como...
«Mi padre» completó en su mente. Un suspiro silencioso se escapó de sus labios entreabiertos.
―Tía, necesito que tengamos esa conversación. Es muy importante. Mis padres no están y quiero...necesito...
Un nuevo silencio se formó, reprimido lo suficiente para que una pudiese escuchar la respiración trabajosa de la otra.
―Hablaremos cuando llegues, ¿está bien? ―la duquesa soltó una risita―. No sé si sea apropiado decirte esto, pero tu padre solía escaparse de casa casi a diario. Tenía veinticinco cuando conoció a tu madre. Para ese entonces, mi padre comenzó a presentar problemas cardíacos que fueron empeorando hasta su muerte tres años más tarde. Se libraba de toda la seguridad que nuestro padre nos colocaba, todo para ver a tu madre. Sin importar cuanto lo intentase, mi padre no pudo mantenerlos separado. Tuvo que aceptar que ella era la mujer que mi hermano quería.
―¿El abuelo no aceptaba a mi madre?
―No. Tu madre era la hija de un vendedor de pan y una costurera. Murieron poco antes de que Aleksander y tu madre se conocieran. Desde que la vio, tu padre no supo hablar de otra cosa que no fuera esa mujer. A mi padre no le agradó la idea. Quería prometer en matrimonio a tu padre con una infanta de España. Guapa, pelirroja, esbelta. Perfecta. Sin embargo, Aleksander estaba interesado en la desaliñes, la coquetería natural, el ingenio y la jovialidad de Lauren Johansen.
―No lo sabía.
―Creo que el único matrimonio en la familia que aceptó fue el de Markus. Christina estaba cursando en la universidad una especialización en medicina alternativa. Provenía de una buena familia con una posición social aceptable. Su hermana mayor, Birith, era la mejor amiga de tu madre. Ambas se conocieron en el Palacio de Christiansborg, cuando tu padre fue a solicitar el permiso para casarse con tu madre al Primer Ministro. Aleksander le contó a papá que Lauren estaba embarazada, y sabiendo que un hijo nacido fuera del matrimonio era ilegítimo, y por tanto, no podía ser el sucesor, aceptó. Birith era una de las ministras del gabinete en ese entonces. Se volvieron muy unidas hasta su muerte. Después del funeral, se mudó a Inglaterra y se casó con mi exesposo.
―Vaya amiga ―musitó sin pensárselo―. Lo siento.
―No importa. Ya estábamos separados para ese entonces. Sólo quería mencionarlo para que lo recordaras.
―Bueno, la verdad es que no recuerdo a ninguna. Ni a Christina ni a Birith.
Confesarlo no la sorprendió. Después de todo, eran pocas las cosas que recordaba.
―Me preocupa tu falta de memoria, Piper.
―No es que en realidad haya olvidado todo, sino...
―Pero has olvidado, y la culpa puede que sea nuestra. Te alejamos de la familia cuando más nos necesitabas....
La duquesa dejó de hablar, pero Piper logró escuchar un llanto ahogado a través de la línea. Ella también sintió ganas de llorar, pero mantuvo ese deseo prisionero en su garganta. El rey tenía razón. Debía aprender a controlar sus emociones o ellas acabarían consumiéndola, dominando todas y cada una de sus acciones. Le predominó el impulso demasiado tiempo, y había desperdiciado los días sumergida en su pena. Tenía que aprender a reponerse de los golpes y pensar antes de actuar. Tenía que aprender a ser fuerte.
Riley observó a Piper una última vez antes de apartarse de la puerta, procurando que ella nunca supiese que estuvo allí. Tenía el teléfono pegado al oído mientras murmuraba algunas palabras que carecieron de sentido después de un rato. Al menos se veía que era una conversación mucho más amena de lo que se había imaginado. Estaba preparado para los gritos y con sus dimes y diretes de dos personas cuyo temperamento era agotadoramente similar. En el fondo sentía una extraña felicidad que no lograba entender al saber que aquella conversación iba rumbo a resultados positivos para ambas.
Olive se le arrojó a los brazos cuando lo vio entrar a la habitación. Era un espacio bastante acogedor con sillas colgantes y una gran mesa en el centro repleta de platos con frutas, dulces y jugos. Parecía un jardín interior. El rey estaba acomodado en el asiento con Simon a su izquierda, William a su derecha y Caleb en brazos. El pequeño brincoteaba sobre los muslos de su padre mientras este le decía que estaba dando saltos a la luna.
―¿Te quedarás a cenar? ―le preguntó la niña. La pequeña Olive comenzó a mover las pestañas tan rápido como le fue posible.
Riley se echó a reír.
―El truco de las pestañas funciona con tu padre, no conmigo.
La niña hizo un puchero.
―¿No te quedas a cenar?
―Lo siento, nena, no puedo.
―¿Por qué no?
―Porque debo devolver a la Princesa Piper a casa.
―¿Ella es una princesa? ―La niña dejó expuesta la dentadura―. ¿Cómo yo?
―Sí, como tú, pero tú eres más guapa.
―Todas las princesas son guapas, así como mamá.
―Así es.
―¿Y tú eres un príncipe?
―No, no soy un príncipe.
―Pero eres noble.
―Gracias, pequeña preguntona.
―Papá dice que salí a mamá.
―Ahora resulta que todo lo malo lo aprenden de mí ―comentó la aludida al entrar en la habitación.
Anna estaba enfundada por un largo vestido morado. Llevaba el cabello atado en una trenza cuidadosamente hecha, adornada con broches de flores que de seguro pertenecían a Olive.
―Te deben volver loca cuatro niños gritando y correteando todo el tiempo ―una sonrisa de burla se le instaló en el rostro al verla sacarle la lengua―. Ustedes querían armar una guardia segura y confiable, ¿no es así?
―Nos estábamos quedando sin personal ―bromeó el rey.
―Aunque habíamos considerado tener otra niña, cuatro niños son suficientes ―continuó ella―. Tiempo de cerrar la fábrica.
―Tiempo de disfrutar de las regalías sin pagar impuestos.
―¡Cállate! Comentarios de doble sentido en privado, por favor.
El rey se echó a reír. Los niños a su lado lo observaron con el ceño fruncido.
―No entiendo, papá ―masculló William.
―Yo tampoco ―añadió Simon.
Riley también se echó a reír y Anna, sin más remedio, los acompañó.
Cuando las risas finalizaron, Olive, que aún seguía en los brazos de Riley, dejó escapar una bajita risita infantil.
―Tienes que presentar a la princesa ―le dijo.
―Oh, lo lamento, Su Alteza.
Dejó a la niña en el suelo. Llevó la mano izquierda tras su espalda y acomodó la derecha sobre su pecho antes de hacer una reverencia.
―Damas y Caballeros, la Princesa Olive nos ha honrado con su presencia ―presionó la rodilla en el suelo―. Es un honor estar ante usted, miladi.
La niña se cubrió la boca con ambas manos. Después, las escondió tras su espalda y sonrió.
―¡No a mí, Riley!
El aludido levantó una ceja.
―¿Entonces?
Olive señaló algo tras él. Al observar por encima de su hombro, descubrió a una Piper sonriente mientras miraba la escena. La había visto sonreír antes, por supuesto que sí, pero no de aquella forma. Sonreía como una conquistadora, como una devoradora de mundos, como una cazadora audaz y una aventurera innata que estaba lista para investir todo a su paso. Aquella sonrisa que le adornaba el semblante, volviéndole imposible fijarse en el punto marrón que formaba la peca en medio de su labio inferior, le hizo recordar lo joven e inconscientemente guapa que era.
No había una línea de preocupación en su rostro, ni un destello de tristeza en sus ojos. Tampoco vio sus labios fruncidos por la ira o el cuerpo tensado por la inseguridad. Se veía relajada, cómoda y alegre. Tal vez se debía a que aquel momento, donde solo había risas y juegos infantiles, era lo único alegre que había tenido desde su llegada a Dinamarca. Su jovialidad y contentura podían observarse en lo dulce de su sonrisa y en lo abierta y atenta de su mirada. Riley la percibió como una niña, pero sus ojos continuaban viendo a una mujer que con una simple sonrisa le trasmitió una chispa de alegría.
A él nunca le había pasado algo como aquello.
Había tenido dos relaciones en el pasado que terminaban con la misma prontitud con que iniciaban. Algo siempre faltaba, sea ya sinceridad en las palabras o en el alma, sea ya una sonrisa o palabras de apoyo. La atracción física los seducía y la creciente ausencia de química y compromiso desmoronaba el poco afecto. Era todo lo que había, y al final terminaba acumulando deseos, sueños y frustraciones que ninguna mujer alcanzaba a cubrir. Lo físico no era suficiente. Para él nunca lo era. Mientras más anhelaba el encuentro de un alma que completase la suya, más pesada se hacía la búsqueda. Decidió que era mejor no seguir intentándolo.
Aunque el inicio de su relación había sido bastante tenso, no podía colocarse una venda en los ojos ahora e ignorar el silencioso afecto que comenzaba a sentir por ella. Piper era una mujer valiente, audaz e inteligente, incluso en aquellos momentos cuando dejaba que la niña en su interior desatara toda su furia contenida. Siempre era genuina y real con sus sentimientos. Era pura energía y pasión, pura rabia y alegría al mismo tiempo.
Y eso la volvía imposible de ignorar.
Sus pensamientos lo hicieron sentir incómodo, y todo su cuerpo se quejó en silencio por el cosquilleo en su barriga; cosquilleo que le hizo despertar en él un extraño deseo de echarse a reír. Contuvo con éxito aquel impulso infantil mientras se levantaba del suelo. Observó los ojos grises de Piper en silencio. Después de un mudo intercambio de miradas, Riley sintió un golpe en la rodilla y después un empujón.
―Tienes que presentar a la princesa ―lo instó la niña.
Aquella inocente petición lo hizo sentirse aún más incómodo. La niña los miraba fijamente, esperando a que él acatara su pedido. Riley se remojó los labios con la punta de la lengua mientras posicionaba sus brazos. Inclinando la cabeza para hacerle una reverencia, habló:
―Su Alteza, quisiera presentarle a alguien
Riley ofreció su mano a Piper y ella entre risas la tomó. Riley dio un pequeño salto al sentir la chispa que saltó de su piel a la suya. Al levantar la vista, el par de ojos grises refulgían divertidos. Se movió hacia un lado para sonreírle a Olive.
―Su Alteza, le presento a la Princesa Piper de Dinamarca, heredera aparente del Reino de Dinamarca, Groenlandia y las Islas Feroés.
―Te faltó Condesa de Hauvenart-Naess ―musitó la aludida.
Riley la miró con el ceño fruncido.
―¿Eres condesa? ―ella asintió―. ¿Pues cuántos títulos tienes?
―También soy Dama de la Orden del Elefante.
Olive fingió que recogía la falda de su vestido invisible con las puntas de sus dedos mientras hacia una reverencia. Piper volvió a echarse a reír. Imitó el gesto de la niña y después le sonrió.
―Es un placer conocerla, Princesa Olive.
―El placer es mío, Su Alteza.
La niña volvió a echarse a reír y después corrió hacia su padre.
―¿Lo hice bien, papá?
El rey sonrió con tanto orgullo que a Piper se le derritió el corazón.
―Lo hiciste muy bien, cariño ¿Le enseñarías a Caleb cuando sea grande?
―¡Sí! ―Se volteó hacia su madre―. ¿Cuánto falta para que crezca, mamá?
―Al paso en que crecen ustedes, no mucho ―se inclinó para olerle el cabello―. Ya está bastante decente. Te haré una trenza para que no se te enrede.
―Puedo peinarla si quieres ―se ofreció Piper―. Me volví experta en peinados infantiles. Mi abuela y yo solíamos asistir a diversos eventos para niños y visitamos hogares de acogida como parte de mi servicio social.
―¿Podrías? Eso sería excelente. Debo hacer que el resto del batallón vaya a ducharse.
El rey se levantó del asiento.
―Ya oyeron a su madre. Batallón, desplieguen las fuerzas. Esta es nuestra misión más difícil.
El pequeño William se cruzó de brazos.
―Odio la hora del baño.
―A mí sí me agrada ―musitó Simon―. Me gusta oler rico.
―Así es como conquistarás a las niñas ―comentó el rey.
―Oh, no, jovencito ―Anna reprendió a su marido con la mirada. Después, le sacudió el pelo al niño y le dio un pequeño empujón para hacerlo andar―. Nada de mujeriegos en mi familia.
El rey se echó a reír. Con el pequeño aún envuelto en sus brazos, se le acercó y le depositó un rápido beso en los labios a la castaña. Piper lo vio desaparecer poco después escaleras arriba junto a sus hijos, dejando tras ellos un reguero de gritos y risas. Anna sonrió, embobada, antes de devolver su atención a los invitados.
―¿Yo qué estaba diciendo? ―abrió los ojos al recordarlo―. El cabello de Olive. Sé que tenía que hacer otra cosa, pero no logro recordarlo...
Piper dio un salto cuando Riley se aclaró la garganta. Había olvidado que lo tenía a un lado, y había olvidado también que su mano estaba tomada de la suya. No supo que hacer y quería preguntarse por qué, pero su mente se centró en sus dedos entrelazados. Ni siquiera se había sentido incómoda, sino al contrario. Parecía algo tan normal, tan del día a día.
La burbuja de serenidad estalló cuando Riley apartó su mano con brusquedad. Por un instante sintió que había dado vueltas muy rápido y que estaba a punto de tropezar con sus propios pies. Aquella era una sensación muy extraña que dejó su estómago inquieto. Lo observó de reojo. Él sonreía en dirección a la niña, indiferente. Una pequeña chispa de ira se atoró en su garganta, pero decidió ignorarla.
―¡Oh, Riley! ―musitó Anna―. ¿Podrías hacerme un favor?
―Por supuesto.
―El cumpleaños de Edward está cerca y le compramos un obsequio ¿Podrías ayudarme a cargarlo? Es un poco pesado y lo dejamos en el coche. Quiero envolverlo antes del viaje.
―No hay problema ¿Dónde guardan los autos?
―Te llevaré ―dirigió su atención a Piper―. ¿Crees que puedas encontrar la habitación de Olive? Subes las escaleras y ve por el pasillo de la derecha. Es una de esas habitaciones. Solo hay quince. Procura no ir por el pasillo de la izquierda. Ese tiene veinte.
Piper levantó una ceja.
―Deberá ser fácil de encontrar.
―La puerta es blanca ―le obsequió una amplia sonrisa―. ¿Crees que puedas buscarle algo de ropa también?
―Supongo.
Una vez que tuvo a la niña tomada de la mano, le recordó en qué dirección se encontraban las escaleras. Anna esperó en completo silencio hasta que la vio desaparecer. Se giró al instante hacia Riley con una sonrisa de burla estampada en la boca.
―Lo del regalo para Edward era una mentira, ¿no es así? ―le preguntó Riley.
―Su cumpleaños es en noviembre ¿Cuánto crees que tarde en percatarse de que era una trampa para mantenerla a raya unos minutos?
―No creo que le tome demasiado.
―Le tomará algo de tiempo recorrer las habitaciones de todos modos. En realidad, los dormitorios están en el pasillo izquierdo. Solo quiero que esté ocupada un momento mientras hablo contigo ¿Quieres un poco de té?
―¿Lo has traído de Inglaterra?
―Hay tres cosas sin las que jamás salgo de casa: mi marido, mis hijos y mi té.
Anna lo condujo hacia la cocina. Los colores azul, gris y blanco predominaban en la decoración. Una pequeña mesa de madera estaba situada en la esquina. También había dos sillas. Anna lo invitó a sentarse.
―¿Dónde están los empleados?
―Les di la mañana libre. Volverán a las cinco de la tarde para la cena, aunque el chef anda por ahí hablando por teléfono con Zowie. No lo verás en un buen rato ¿Por qué?
―Supongo que estoy acostumbrado a verlos andar de aquí para allá.
―Podemos arreglárnoslas un par de horas sin ellos. Les daríamos el día completo si nos quedásemos aquí más tiempo, pero volveremos a casa mañana.
Rebuscó en los compartimientos hasta encontrar lo que necesitaba. Puso el agua a hervir y, mientras esperaba, le hizo compañía a la mesa.
―Quería hablar contigo. Sobre Piper.
―Escucho.
―Confieso que no entendía muy bien el motivo de su visita. Aún no me queda muy claro, pero tengo la sospecha de que se trata de la corona, ¿no es así?
Riley asintió.
―Lo supuse ―se acomodó mejor en la silla y cruzó las piernas―. No se necesita un análisis exhaustivo para llegar a tal conclusión. La corona, el título y la sucesión son una de las cosas que tiene en común con Charles.
―¿Una de las cosas? ―puntualizó―. ¿A qué te refieres?
―Te hemos abierto las puertas para una amistad, pero ni siquiera tú, o Gray siendo su mejor amigo, conoce a Charles tanto como yo. Al casarme con él, me casé con sus dudas e inseguridades. Los dos estábamos ahogados en nuestras lecciones. Se preparó para ser príncipe, no para ser rey. Le dio miedo no ser suficiente para la corona, fallarles a su padre y a su gente. A nadie le mostró sus verdaderos sentimientos, a nadie salvo a mí. No solo porque era su pareja, sino su mejor amiga. Charles y yo podemos hablar de cualquier tema. Me confiesa cosas que no le diría a nadie más. Sus miedos, inseguridades, sus penas... Se requiere de un nivel de confianza increíble para eso. Después de lo ocurrido con su tío, nuestra capacidad de confiar se quebró un poco.
Riley intentó comprender la dirección que estaba tomando la conversación. Anna debió notar la confusión en su rostro porque le sonrió con la amabilidad que la caracterizaba antes de continuar hablando.
―Basta con echarle un vistazo para saber que tiene las mismas dudas que Charles. Es algo muy normal. Pasó por algo difícil y ha vivido otra vida desde entonces. Puedo entenderla desde otro punto de vista. El amor lo puede todo, es cierto, pero no hace del camino más fácil. Fueron muchas las imposiciones que tuve que superar para casarme con el hombre del que estoy enamorada. Debía mostrar a una Anna diferente, una más apropiada para ser la esposa del heredero. Piper tiene que hacer lo mismo. Eventualmente, la chica que era en las Islas Feroe tendrá que desaparecer ante el ojo público. Deberá ser la imagen de poder, el símbolo de su patria, que ellos necesitan. Una auténtica danesa. De igual forma, el hombre que sea su esposo tendrá que hacer lo mismo. Poniéndolo de esa forma asusta, ¿no es así?
Riley se encogió de hombros.
―Supongo.
―Eres su guardia. Sé que ganarás su confianza justo como hiciste con nosotros. Es una buena chica. Tiene miedo a su propio futuro y eso es lo que la vuelve la indicada. Quien pregona ser la persona apropiada es generalmente la persona incorrecta.
Se levantó de la silla y echó un par de hojas al agua que comenzaba a hervir. Rebuscó entre los estantes hasta encontrar dos tazas.
―Quiero saber qué opinas tú ―dijo ella mientras colocaba las tazas sobre la mesa. Después, se sentó.
―¿Sobre Piper?
―No. Quiero saber qué opinas sobre el color de la mesa ―puso los ojos en blanco―. Por supuesto que hablo de Piper.
―¿Por qué de repente a todo mundo le interesa mi opinión?
―¿Tú por qué crees que sea?
―No tengo la más mínima idea. Piper me ha preguntado qué haría yo en su lugar. Los dos sabemos, Anna, que no tengo un buen historial tomando decisiones acertadas.
―¿Entonces por qué quieres aparentar que siempre estás en lo correcto?
―Lo hago para fastidiar a la gente.
―Le estás ofreciendo a Piper una imagen equivocada, entonces.
―De seguro ya se ha dado cuenta. No tienes idea de lo lista que es.
―Claro que la tengo. Vino hasta acá para hablar con Charles y aclarar sus dudas. Es lo suficientemente lista y valiente para admitir que necesita ayuda. Cuenta tan solo con su tía, y puede que, de vez en vez, con su tío mientras su abuela, la persona que la ha criado los últimos años, está al norte. Por lo demás está sola. Afortunadamente, te tiene a ti también.
Él hizo una extraña mueca con la boca.
―Nosotros no tenemos nada romántico. Mantenemos una relación estrictamente profesional.
―Sí, claro, por supuesto. Jamás me atrevería a insinuar otra cosa.
Ella le sonrió sin molestarse en ocultar la diversión que chispeaban en sus ojos verdes.
―Si recuerdas que era taxista, ¿no es así? Después fui el chofer de Charles y más tarde su asesora real. Estaba muy bien cualificada para las dos primeras, pero no para la última. Honestamente, Charles tenía un súper poder para sacarme de mis casillas y yo, bueno, era mecha corta. La primera impresión que tenía de él era la de un mujeriego irresponsable, falto de moral e insensible, cuando en realidad era todo lo opuesto. Bueno, sí era un mujeriego, pero eso me desvía de la idea original. La pérdida de su madre le hizo mucho daño y, cuando al fin comenzaba a hacerse responsable, su padre fue diagnosticado con cáncer. Él solo necesitaba un apoyo. Alguien que lo escuchara, lo entendiera y le hiciera sentirse protegido. Cuando descubrí quien era el verdadero Charles fue el momento en que empecé a enamorarme de él.
Anna puso los ojos en blanco al recordar el té. Riley se levantó y se hizo cargo del resto. Ella giró un poco la silla y continuó hablando.
―Ella confía en ti. Lo sabes, ¿verdad?
―¿Quién? ¿Piper?
―Así es.
Él agitó la cabeza mientras apagaba la estufa.
―Piper no confía en nadie.
―Vaya que eres ciego, niño. Si ella no confiara en ti, ¿por qué te habría pedido que la trajeras?
―Porque soy su guardia personal, y porque probablemente no sabe conducir.
―¿Cómo puedes ser tan listo para unas cosas y tan tonto para otras?
―Es una falla técnica en mi sistema.
―Me crie en el campo, maldita sea. No hagas que se me olviden los modales. Aún practico boxeo y puedo molerte a golpes sin que siquiera me veas venir.
La sorpresa por aquella amenaza lo pilló de tal forma que estuvo a punto de dejar caer el agua hirviendo sobre él. Anna se levantó y lo apartó. Riley vio, con la boca abierta, como ella terminó el trabajo en un parpadeo. Cuando fue capaz de comprenderlo, ya ambos se encontraban acomodados sobre las sillas con una taza de té frente a ellos. Una vez dejó de estar tan caliente, Anna le dio un par de sorbos antes de hablar.
―¿Está bien para ti o quieres más leche?
―No, está bien ―le respondió―. Echaba de menos el té inglés. No he parado de consumir del danés estos últimos meses. De todos modos no es lo mismo.
―Nada iguala el sabor de casa.
Él asintió, dándole la razón.
―Retomando el tema ―dijo ella―. Ya no intentaré hacer que analices tus propias palabras. Creo que lo mejor será que lo diga directamente. Riley, tú tienes la capacidad de ganarte la confianza de la gente, pero eres un completo idiota.
Él alzó un poco la taza y sonrió.
―Salud.
―Piper necesita ayuda y, lo quieras creer o no, confía en ti lo suficiente para poner su vida en tus manos. Ella es la legítima heredera al trono de Dinamarca. Sus padres fueron asesinados y, aunque espero lo contrario, el responsable vendrá a por ella. Si se atrevió a asesinar a ambos reyes, ¿qué le impedirá intentar asesinar a la princesa? Es un pensamiento abrumador y una experiencia agotadora. Lo sé. Yo viví una similar. Desconfiar de cada persona a tu alrededor puede llevar a tu salud mental al borde de un precipicio.
De repente, la taza de té parecía aumentar de peso en las manos de Riley. Observó el turbio líquido caliente ondearse al ritmo de los sutiles movimientos que sus temblorosas manos hacían.
―Sabes hacia donde me dirijo, ¿verdad? ―inquirió ella.
Él suspiró antes de asentir.
―Pondría la vida de mis hijos en tus manos si tuviese que hacerlo y es porque confío en ti y sé qué tipo de persona eres. Eres un buen hombre que siempre quiere hacer lo correcto. Decir la verdad es lo correcto, sobre todo si ella confía en ti.
―Es complicado.
―Sé que lo es, pero si Elinor ya está enterada, ¿por qué no puede saberlo Piper?
―Porque es algo muy privado. Lo siento, Anna. Te guardo un gran aprecio y respeto, por lo que no quisiera decir algo que pudiera ofenderte, pero estás cruzando una línea muy delgada.
―Lo siento. Esa no fue mi intención.
Él observó las pequeñas ondas en el té antes de dejarlo sobre la mesa.
―Lo sé. Prefiero que no toquemos más ese tema.
Anna tomó un pequeño y rápido trago de su té.
―¿Puedo decirte una última cosa?
Riley le advirtió con la mirada que tuviese cuidado con lo que iba a decirle, pero la sonrisa que le obsequió le hizo entender que no cruzaría esa frágil línea.
―Cuida mucho a Piper. Con ayuda y mucha paciencia llegará a ser una magnífica líder. Es tenaz, inteligente y en la mirada tiene un calor que te da calma.
Él le devolvió la calidez de la sonrisa.
―La cuidaré ―respondió, y en el fondo sabía, por la forma en que había latido su corazón al procesar aquellas palabras, que era cierto. Siempre la cuidaría.
Les tengo una buena y una mala noticia.
La mala noticia: el próximo capítulo (el 12) será el último donde veremos a nuestros queridos Anna, Charles y sus pequeños diablitos.
La buena noticia: que aún nos queda el capítulo 12 😂
Próxima actualización: viernes, 28 de junio.
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