Capítulo nueve.
"Las personas crecen a través de la gente. Si estamos en buena compañía, es más agradable"
―John Lennon
―Riley ―lo llamó.
El aludido soltó un gruñido en medio de su ensoñación. Se movió un poco en la cama para encontrar el edredón, y una vez que lo hizo, se arropó con él hasta el cuello. La pesadez del sueño le adormeció de inmediato los sentidos que se le habían despertado. La somnolencia lo volvió a envolver cuando la calma y quietud del silencio reinó en la habitación.
Piper se percató de que había vuelto a quedarse dormido a pesar de sus incontables esfuerzos para despertarlo. Había perdido la cuenta de cuantos minutos llevaba intentándolo. Arrugó la nariz y, tocándolo con brusquedad en el hombro desnudo, volvió a agitarlo.
―Riley, despierta ―susurró.
Abrió los ojos de golpe y se movió en la cama con brusquedad. A pesar de la oscuridad en la pequeña habitación, Riley logró identificarla. Su cabello corto estaba atado en un moño hecho a la prisa. Traía puesta la misma ropa que el día que llegó: jeans negros y una camiseta blanca con el símbolo de sol estampado.
Aunque el sueño seguía haciendo estragos en él, logró arrastrarse en la cama hasta sentarse. Cubrió su pecho desnudo con el edredón mientras la fulminaba con la mirada.
―¿Qué diablos haces en mi habitación? ―demandó saber.
―¿Sabes conducir?
La pregunta lo orilló a fruncir el ceño.
―¿No podías esperar a que amaneciera?
―Cambiarán de guardia en quince minutos y necesito salir sin que mi tía se entere.
―Estás demente. Vete a dormir.
―Por favor. Es importante.
―No.
―Eres mi guardia. Deberías mantenerme a salvo. Saldré sin permiso de la duquesa y tú deberías asegurar que vuelva a salvo.
―Me aseguro de ello diciéndote que no. Vete a dormir. Mi turno empieza en dos horas.
Piper tiró del edredón y lo lanzó al suelo.
―Necesito hacer una visita y, como no quiero que mi tía enloquezca, quiero que vengas conmigo.
―¡Piper! ―se levantó de la cama y encendió la lámpara. Tomó su teléfono y luego de desbloquearlo le mostró la pantalla―. Son pasadas las tres de la mañana ¿A dónde piensas ir a esta hora?
―Los reyes ―respondió al instante―. Los de Reino Unido. Necesito hablar con ellos. Mi tía no me escucha, no me entiende...
―Es por lo que pasó ayer durante la reunión, ¿no es cierto?
Recodarlo desató una pequeña cólera en ella.
La reunión había comenzado bastante bien. Margo pidió café y un bocadillo para mantener el ambiente tranquilo, algo que le funcionó por los primeros minutos. La duquesa estableció los peligros de las salidas innecesarias, por lo que determinó que, de momento, cancelaría su participación en algunos eventos que tenía programados. En cuanto a Piper, le pidió, casi como una orden, que iniciara con las lecciones que había dejado a medias.
―Suena a que nos estamos escondiendo ―protestó ella.
La duquesa frunció el ceño.
―Intento mantenerte a salvo.
―Lo agradezco, pero no soy una muñeca a la que debas guardar en una caja para que el perro no la destroce. Tarde o temprano tendré que dejar el castillo.
―Mientras eso no pase...
―Me convertiré en una prisionera.
―No eres una prisionera.
―Comprendo que haya que establecer casas de seguridad, planes para evacuar un edificio y todas esas cosas. Pero ¿cuándo llegaremos a la parte de salir sin tener miedo?
―Cuando atrapemos al asesino.
―Podrían pasar años. Tengo una vida dentro y fuera de este castillo, preguntas que responder, memorias que recuperar. Encerrada no voy a obtenerlas. Me niego a darle a esa persona tanto poder. Hace el daño que se le antoja y controla nuestras vidas incluso sin conocer su nombre.
Escuchó a la duquesa suspirar.
―Piper, claramente no estás viendo el peligro...
―Lo estoy viendo, y te darías cuenta de que es así si dejaras de tratarme como una niña. Soy consciente a lo que me enfrento ¿Por qué mejor no admites que estás enojada por lo de anoche?
―¡Lo estoy y mucho! ―vociferó―. Te expones a peligros innecesarios y actúas por impulso ¿Dónde dejas el honor de tus padres?
―Cargo con ello las últimas semanas. Todos los días pienso en ambos, todos y cada uno de ellos, desde que me trajiste aquí. No te has detenido ni un momento a preguntarme como estoy o como he sobrellevado todas las malas noticias que me has dado. Lo lamento, tía. Lamento ser la decepción de la familia, pero no soy la heredera que esperabas. Ni siquiera sé si alguna vez pueda llegar a serlo.
Dio un golpe a la mesa y, sin decir una sola palabra más, se levantó y se marchó del comedor.
―Elinor intenta mantenerte a salvo ―Riley la apartó para abrir el armario y tomar una camiseta―. ¿Podrías esperar fuera? Ocupas espacio.
―¿Qué insinúas?
―Que ocupas espacio.
Piper puso los ojos en blanco y marchó fuera de la habitación. Él cerró la puerta cuando la vio en el pasillo.
―Grosero ―murmuró para sí.
―Te escuché ―masculló él.
―¿Me acompañarás, cierto? ¿Por eso te estás cambiando?
―Me haces sentir incómodo cuando lo dices, en especial ahora. No puedo cambiarme tranquilo sabiendo que estás al otro lado de la puerta. Me pone nervioso hacerlo cuando tengo cerca a otra persona.
―A mí no. Me he cambiado frente a otras personas.
―¿Alguien del sexo opuesto?
―No.
―Exacto. Es incómodo. Silencio.
Pocos minutos más tarde, ambos se encontraban en la entrada del edificio. Riley hacía sonar las llaves al girar el llavero, algo que comenzaba a impacientarla.
―Lo haces a propósito ―gruñó ella.
―¿Qué cosa?
―Lo de las llaves. Quieres que nos escuchen.
―Claro que no. El sonido de las llaves es la banda sonora de esta terrible escena. Lleva por título: «el escape idiota».
―No es algo idiota. Necesito hacer esto.
―¿Por qué no decírselo a la duquesa?
―Porque diría que no.
―Tendría toda la razón.
―Estás de su parte, ¿no es así?
―No estoy de parte de nadie, solo veo lo que no ves tú. Elinor no quiere volverte una prisionera, quiere que sigas viva.
―Lo comprendo, pero ella no me comprende a mí.
―Deberías hablar con ella.
―La mujer no razona.
―Tú tampoco.
Piper retrocedió al ver a los guardias. Tiró de Riley hacia la parte más oscura de la entrada, escabullándose entremedio de dos grandes arbustos que no han sido podados en mucho tiempo, escondiéndose de ellos para no ser atrapados. Dos de los guardias se saludaron amistosamente. Seis guardias más se unieron al saludo. Uno de ellos sacó una caja de cigarrillos y se lo extendió a su compañero. El humo comenzó a salir de sus bocas segundos más tarde.
―No sabía que los guardias tuviesen permiso para fumar ―comentó ella.
―¿Qué eres, una tirana? Están en su descanso.
―No, pero los guardias de mi abuela tenían prohibido fumar. Es asmática. Hasta donde sé, mi tía también.
El ruido de los pasos la puso en alerta, y por instinto comenzó a retroceder, enfatizando el paso silencioso de su avance. Se detuvo al chocar con él. Podía sentir la barbilla de él sobre su hombro derecho.
―Pensar que no tengo nada mejor que hacer un sábado de madrugada que escapar de un castillo al que puedo entrar y salir tanto como se me antoje ―le escuchó un reproche en la voz.
―De acuerdo, quédate. Prefiero ir sola que salir con un quejumbroso.
―No llegarías ni a la entrada.
Esperaron en silencio hasta que los guardias comenzaron a dispersarse.
―¿Dónde está el auto? ―le preguntó ella.
―Por aquí, miladi.
Riley la llevó por el camino más oscuro de todo el edificio, pasando un par de altos árboles y coches viejos. Mientras avanzaban, resguardados por la oscuridad helada de la noche, Piper mantuvo alerta su atención. Bastaba que un solo guardia se percatara de su presencia para que sus planes se arruinaran.
Al detener la marcha, Riley le dio una palmadita al elegante coche verde de dos puertas.
―Mi MGB, del 1969, descapotable. Auténtico británico. Lindo, ¿no?
―¿Es tuyo?
―Todo mío.
―Es lindo. Me gusta el color.
Cuando él le abrió la puerta del lado derecho, ella frunció el ceño.
―Los ingleses conducimos por el lado derecho ―le explicó él.
―¿No es una ley en Dinamarca conducir por el lado izquierdo?
―No puedo arrancar el volante y colocarlo donde ellos lo ordenen, aunque podríamos tomar uno de los vehículos oficiales y llamar la atención si lo prefieres. Lo que a tu comodidad y capricho mejor le parezca.
Ella lo miró, desafiante. Riley ni siquiera intentaba disimular sus intenciones. No estaba de acuerdo con aquella escapada nocturna y parecía estar en la mejor decisión de debatir por ello.
―La duquesa ha firmado un permiso que me permite utilizar este auto en específico. De todos modos, deberías quedarte aquí donde estás segura ―Riley se interpuso entre ella y el auto―. ¿Qué sentido tiene escaparse del único lugar en el que podrías estar a salvo?
―Sé que estoy tomando un enorme riesgo, así que te pido por favor que no intentes detenerme. Necesito hacer esto. Necesito aclarar mis ideas y mi tía no me ayudará, no si constantemente está pensando en el peligro que estamos corriendo. Tengo muchas preguntas en mi cabeza y si no comienzo a encontrar las respuestas me volveré loca. No voy a esperar a que mi tía considere prudente hablar conmigo, porque eso podría tomar demasiado tiempo y yo tendré que tomar una decisión pronto.
―Si llegase a enterarse que saliste mientras ella dormía...
―Se enterará. Alguien le dirá: los guardias, tú o yo. Preferiría que lo hiciera una vez que estemos fuera. Riley, por favor. Necesito que me ayudes.
Piper pudo ver como él se debatía entre su responsabilidad y su sentido común. Él debía cumplir con todo aquello que le fuese encomendado, pero ella no le había dado una orden. Le estaba pidiendo a un amigo que la ayudase en un momento difícil. Al menos prefería verlo como un amigo en lugar de su guardia personal.
Riley dejó escapar un bufido y agitó las llaves a prisa.
―Sube al auto antes de que cambie de opinión.
Piper hizo lo que le fue dictaminado, y en cuestión de segundos el elegante auto verde se incorporó a la marcha rumbo a las respuestas que tanto ansiaba.
―¿Cómo sabes dónde viven? ―le preguntó Riley después de unos minutos
Piper sacó un pequeño papel amarillo doblado tres veces de uno de los bolsillos de su pantalón.
―Entré a la habitación de Margo.
Riley la miró de soslayo.
―¿Cómo hiciste para que no se diera cuenta? Tiene un oído muy agudo.
―Solía entrar en la habitación de mi abuela para tomar las llaves que abrían la puerta del ático.
―¿Para qué las querías?
―Vivíamos sobre una lengua de tierra y podía observarse el mar por tres de las cuatro caras de la propiedad. El ático apuntaba directamente hacia el mar y de noche tenía una vista espectacular. No es una noche oscura sino una azul, con las luces de la ciudad reflejándose en el agua y la luna plateada iluminando con tenuidad las montañas. Es especialmente bello en invierno, o cuando llueve y el cielo se pone gris, cubriendo las montañas, haciendo que el verde cale muy dentro en la pupila ―cerró los ojos y le permitió a su mente evocar las bellas imágenes―. Desde la ventana del ático podía observar todo, pero a mi abuela no le gustaba que subiera sola. Tiene un montón de cosas de mi abuelo guardadas en él. Sé que sube allí cuando lo echa de menos.
―¿Lo conociste?
Piper suspiró mientras abría los ojos.
―Murió cuando tenía dos años.
―Lo lamento.
―Yo también. Abuela me habla de él, o al menos lo solía hacer. Cuando dejé de preguntar por mis padres también dejó de hablarme de él.
La abrumó una opresión en el pecho que la hizo suspirar una vez más.
―No he pensado mucho en ella en los últimos días. De hecho, ni siquiera la he llamado. Estaba molesta con ella por acceder a lo del viaje y cuando supe que durante diez años no fue capaz de decirme la verdad sin importar cuanto preguntara... ―vio pasar junto a ella una hilera de árboles que marcaban el camino. La calle estaba oscura, y las sombras bordeaban el auto en torno a las luces que rayaban la carretera con la luz de los focos―. A veces podía ser dulce, a veces un poco dura, pero al menos ahora sé por qué. Perdió al mayor de los varones, se exilió con su única nieta y se dio a la tarea de criarla. Solo hubiese querido que no lo hiciera basándose en secretos.
―Los secretos pueden destruir familias ―convino él.
―Pueden ―asintió―, porque le damos el poder.
Miró sus manos mientras entrelazaba los dedos.
―Lo siento. Ya le lo había dicho. No sé por qué termino desahogándome contigo.
―Es lo que sucede cuando retienes las cosas. Se enciman y te traicionan a la primera oportunidad.
Riley suspiró.
―¿Por qué no cambiamos de tema? Parecías contenta al hablar de Tórshavn.
―Las islas son pequeñas, pero preciosas.
―¿Qué hay para hacer allá?
―Hay una gran variedad de cosas por hacer. Yo prefería asistir a los festivales musicales, conciertos, recitales...
―¿Por qué no me sorprende?
―¿Cómo eras tú cuando niño? ―quiso saber ella.
Él se encogió de hombros.
―Normal.
Ella dejó escapar una carcajada ante su seca respuesta.
―¿Qué es normal para ti?
―Me gustaba jugar con otros niños, correr por el jardín, montar a caballo. Lo normal.
―¿Y las novias? ―le montó una mueca de burla.
―¿Intentas preguntarme algo en especifico sin ser tan obvia?
―No.
―Mmm.
Piper lo golpeó con suavidad en el hombro, pero no dijo nada. Enfocó su atención en la oscuridad nocturna, a la que solía temer, pero que, a su vez, le maravillaba. Sutil, callada, enigmática y poderosa, la madre incuestionable de las sombras y los secretos que podrían devorar al mundo. Era una de las cosas que amaba de observar el ambiente oscuro a través de la ventana. Su serenidad parecía contener la respuesta a cualquier mal.
Se escuchó a sí misma preguntar desde un recoveco de su mente: «¿Qué obtenía la princesa al cuidar de los dragones?»
Piper se presionó la cabeza al sentir la primera punzada de dolor. Un débil quejido se escapó de sus labios a pesar de haber luchado por mantenerlos sellados, poniendo a Riley sobreaviso.
―¿Está doliéndote la cabeza otra vez?
―Solo un poco.
Descansó las manos sobre los muslos una vez que el dolor comenzó a menguar. Cuando vio el papel amarillo aún entre sus dedos se lo extendió a Riley.
―Es la dirección ―le explicó ella―. Alguien debería decirle a Margo que ese tipo de información debería estar más segura.
―Normalmente está segura en sus manos, pero supongo que nunca se había enfrentado a una profesional del espionaje y el asalto a mano armada.
Piper se echó a reír.
―Elinor debería saber ―lo escuchó decir después de un rato.
―¿Qué cosa?
―Los dolores de cabeza.
―Pero no es nada.
―No puedes estar segura.
―Estoy acostumbrada a ese dolor. Solamente ocurre cuando...
Ella hizo silencio mientras pensaba, y pensaba, y pensaba, queriendo enfocarse en sus memorias, pero temiéndole al dolor que le provocaba.
―Dijiste que el dolor de cabeza ocurre cuando has recordado algo.
Riley acomodó el espejo retrovisor. Aquel gesto cotidiano la puso en alerta. Giró un poco la cabeza y miró a través del cristal. No había nada detrás de ellos.
―No hay nadie ahí ―le dijo él―. Solo acomodé el espejo.
―¿Estás seguro o solo lo dices para que esté tranquila?
―Creo que no hay nada en este mundo que pueda hacer que estés tranquila.
―Solo existe una cosa, pero supongo que debo ser un poco más paciente para ello.
Riley no supo cómo responder. Sabía que estaba hablando de la muerte de sus padres. Parecía que lo único que ella deseaba era obtener justicia. Cuando esa idea predominaba en su cabeza, lo demás parecía carecer de sentido.
Revisó rápidamente el pequeño papel amarillo que ella le había dado. No conocía mucho las calles de Dinamarca, por lo que podrían estar corriendo un peligro inminente de perderse o llegar a una de las múltiples direcciones de forma errónea.
―¿Te comunicaste con ellos? ―indagó él.
―No.
―Así que esperas que mágicamente se encuentren en casa.
―Podría decirse.
El silencio volvió a atestar el interior del vehículo. Minutos más tarde se internaron por un puente y cruzaron por un estrecho camino bordeado por enormes árboles. Los primeros rayos de sol comenzaban a salir por el horizonte, cubriendo el grisáceo cielo con resplandores naranjas y amarillos. Los amaneceres daneses solían ocurrir muy temprano en el verano.
Riley mantuvo firme el volante con la mano izquierda mientras usaba la derecha para buscar su teléfono en uno de los bolsillos del pantalón. Deslizó el pulgar a prisa mientras rebuscaba en su agenda de contactos. Presionó «llamar» al encontrar el número que necesitaba.
―¿A quién estás llamando? ―preguntó Piper―. ¿Es a mi tía?
Riley agitó la cabeza. Una amplia sonrisa se asomó por sus labios cuando escuchó una respuesta en la línea.
―Hola, guapo. Buenos días.
―Buenos días ¿Están despiertos ya?
―Tengo cuatro bombas nucleares, Riley ¿Crees que sé lo que es dormir?
―Supongo que no ―miró a Piper de reojo, quien esperaba por una explicación―. Lamento llamar tan temprano ¿Crees que podría hacerles una visita?
―Nuestra casa es tu casa. Por supuesto que sí.
―En realidad no iré solo.
―Oh, ¿traerás una chica? Eso es nuevo. Deja que le cuente a Charles. Le dará un infarto.
―Sí, pero no es lo que piensas.
―Sí, sí. Nunca es lo que una piensa.
―La Princesa Piper está solicitando una reunión con ustedes. Le gustaría tratar con ambos un asunto... diplomático.
―Sí, por supuesto. También es bienvenida. Espero que le gusten los niños porque los míos están despiertos y listos para... ―se hizo un tenso silencio al otro lado de la línea. Después, escuchó el ruidito de un par de risas infantiles y el gritito agudo de una niña―. ¡WILLIAM, PERO CÓMO SE TE OCURRE SEMEJANTE COSA! ¡CHARLES, TU HIJO EL GROSERO LE ECHÓ ACEITE EN EL CABELLO A OLIVE! ¡ARRESTA A ESE DELINCUENTE!
El griterío continuó durante un minuto entero. La voz chillona de la pequeña Olive predominaba mientras, entre llanto sostenido y grititos de histeria, lanzaba improperios a su hermano. Hubo un extraño sonido, como una maldición mal hecha en voz baja, antes de que volviese a hablar.
―Lo lamento, Riley. Ya sabes cómo son estos niños.
―¿William haciendo travesuras otra vez?
―Lo aprendió muy bien de su padre.
Ambos se echaron a reír. Charles podría engañar a cualquiera fácilmente, al menos a aquellos que no lo conocieran tan bien. En público era un hombre austero, elegante y rígido, pero cuando su entorno era el hogar podía convertirse en un hombre fiestero, alegre y que gustaba de gastarle bromas a todo el mundo. Los trillizos eran sus mejores cómplices ¿La víctima? Probablemente tenían a Anna como la única diana en la casa la mayoría de las veces.
―¿Crees que aún podamos hacer esa visita?
Piper frunció el ceño. Oír aquello no le había gustado en lo absoluto.
―No veo por qué no ―respondió Anna―. Si no puedo recibirte lo hará Charles. Yo tengo que ayudar a Olive a lavarse el pelo.
―¡Mamá! ―oyó gritar a la niña mientras lloraba―. ¡William dijo que se me va a caer el pelo!
―No se te caerá nada, Olive ―suspiró―. Tengo que colgar ¿Sabes cómo llegar? Bueno, si no sabes, puedes llamar a Gray. Él te explicará.
Colgó antes de permitirle hablar otra vez.
―¿Si se puede o no se puede? ―una impaciente Piper comenzó a abordarlo con montones de preguntas―. ¿Nos recibirán, cierto? No creo que mi tía nos de otra oportunidad como esta. Ni siquiera es una oportunidad. Nos escapamos. No sabe que salimos.
―Para de hablar tanto. Tengo que hacer otra llamada y después de eso iremos a donde tengamos que ir.
Piper asintió y, manteniéndose callada, dejó que él realizara la llamada.
Culminó en pocos minutos, con un montón de «sí» y varias risas sin sentido. Acomodándose en el asiento, determinó que aprovecharía el simpático silencio que se formó entre ellos durante los minutos siguientes.
―¿De dónde eres?
A él pareció extrañarle la pregunta. Lo supuso por la forma en que había fruncido el ceño.
―De Bath. Ya te había dicho.
La miró de reojo, pero fue un vistazo tan efímero que Piper se preguntó si realmente lo había hecho.
―Cuéntame sobre ese lugar ―lo instó ella.
―¿Para qué quieres saber?
―Oh, bueno, ¿pero que nunca has hecho amigos? Para conocerte un poco, genio.
Riley puso los ojos en blanco, sumergiéndose en el silencio como respuesta a su pregunta. Piper percibió aquello como una absoluta negativa a las charlas agradables. Permanecer en silencio todo el camino le pareció exasperante, pero habría sido extraño para ambos si comenzaba a hablar sola como solía hacer cuando se aburría.
Comenzó a juguetear con su brazalete. Estaba hecho con hilos rojos y blancos entrecruzados. Lo había hecho dos años atrás y ya comenzaba a deshacerse. Podría mandar a comprar hilos y hacer un par.
―Mi madre y yo vivimos en Bath hasta el divorcio. Tenía ocho años ―comenzó él a decir―. Después nos mudamos a un departamento en Ilminster, aunque nos volvimos a mudar a Langport años después cuando se casó. Tenía trece años.
―Oh, la pubertad. Debías tener loca a tu madre.
―¿Qué te hace pensar eso? ―aunque su voz tenía la intención de sonar severa, Piper se percató de la sonrisa burlona que suavizaba su gesto.
―Todos dan problemas a esa edad. El acné, las hormonas, la menstruación. Claro que con lo último no tienes que sufrir. Está en el exclusivo paquete femenino.
―Bueno, no creo tener mucha experiencia. Tengo dos hermanos menores y ambos son varones. Aún son pequeños, excepto por el del medio. Tiene trece. De hecho, cumplirá los catorce el trece de octubre.
―Octubre, el mes de las brujas ¡Y para colmo un trece!
―Lo sé ¿Te voy felicitando por tu mes especial?
―¡Eh!
Riley se echó a reír.
―¿Cuándo es tu cumpleaños? ―le preguntó ella.
―Te burlarás.
―No lo haré.
―Lo harás.
―Prometo no hacerlo.
Le obsequió una mirada escéptica.
―14 de febrero.
Piper se mordió el labio inferior.
―¿En serio? Que romántico.
―Te estás burlando.
―Oh, no, para nada.
―Lo estás haciendo.
―¿Me has oído reír?
―Percibo la carcajada atorada en tu garganta ―Riley la escuchó carraspear―. Oh, basta. Si vas a reírte hazlo ya.
Piper dejó escapar una carcajada estrangulada que le costó contener, y él puso los ojos en blanco.
Pasó el resto del camino haciendo bromas sobre su nombre, enloqueciéndolo hasta el punto de que no tuvo más opción que unirse a sus carcajadas.
Próxima actualización: los últimos capítulos han sido cortos así que pensé subir dos hoy, pero tengo unas correciones que hacer en el 10 y me es imposible. Estoy considerando subirlo mañana, ¿o lo dejo para el martes? ¿Qué opinan?
Otra pregunta: ¿les gustaría que suba pequeños adelantos los miércoles (estarían en mi Coffee Break y mi cuenta de Instagram: loteromarieliz)?
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