Capítulo doce.
"A menudo cualquier decisión, incluso la decisión incorrecta, es mejor que ninguna decisión"
—Ben Horowitz
De la puerta entreabierta se escapó el estruendo de un grito agudo, y los pasos de Riley se volvieron apresuraos al reconocer a su propietaria.
Abrió la puerta de madera blanca de un golpe, con el corazón a trote y la respiración agitada.
―Piper, ¿estás bien?
La aludida se volteó con los ojos grises abiertos por la sorpresa. Piper tenía una delgada sábana envuelta en torno a su cuerpo como el vestido más extraño que hubiese visto alguna vez. En la cabeza cargaba una corona de papel mal hecha, pintada a la prisa con marcadores violetas, azules, amarillos y rosas y una varita mágica de plástico en la mano derecha. Los trillizos estaban en la cama. Olive sostenía con cuidado a Caleb mientras le acariciaba la mejilla con ternura.
―Yo estoy bien ―respondió ella―. ¿Por qué no lo estaría?
Riley enarcó la ceja.
―¿Tal vez porque gritaste?
―Estaba contándole un cuento a los niños. Anna se ha tardado un siglo en volver y el rey me pidió que cuide del resto mientras atiende una llamada muy importante.
―¿Y el grito era muy necesario?
―Es un cuento interactivo. Si el personaje grita, yo debo gritar.
La pequeña Olive le lanzó una amenaza a través de los pequeños ojos azules.
―¡Ya déjala terminar! ―chilló.
Simon y William abandonaron la cama y le dieron un tirón a Riley, obligándolo a sentarse junto a ellos. Piper continuó relatando las valientes aventuras de la bella Princesa Olivelle, el audaz caballero Williamder y el feroz guardián Sir Simontor, tres hermanos que marchaban rumbo al castillo de Buckingham para salvar a su reino de las garras de un temible dragón llamado Parlamenti.
Riley se echó a reír al escuchar aquel ridículo nombre.
―Soy pésima para inventar nombres, ¿de acuerdo? ―gruñó ella―. Parlamenti esperaba a los valientes príncipes en la puerta para devorarlos.
―¿No es algo fuerte para niños? ―la interrumpió Riley.
―Si Disney puede, yo también ―se aclaró la garganta antes de comenzar―. Los pequeños príncipes no sabían que hacer. El dragón era enorme y escupía fuego ―se acercó a los niños formando garras con los dedos―. Entonces, a la princesa Olivelle se le ocurrió una brillante idea.
―¡Esa soy yo! ―gritó la niña.
Piper agitó la varita sobre la cabeza de Olive.
―Usó su superpoder y cuando el dragón la miró fijamente le parpadeó con rapidez, inmovilizándolo por completo dentro de una jaula de hielo. El audaz caballero Williamder cabalgó en su caballo, abrió las puertas del castillo y liberó a los rehenes. El feroz guardia Sir Simontor se dio cuenta de que la jaula de hielo se derretía.
Fingiendo miedo, Piper se llevó ambas manos hacia sus mejillas y emitió un gritito.
―¡El dragón estaba a punto de escapar! Así que decidió hablar con la bestia. «Oh, poderoso dragón. Has venido a atacar mi reino, pero mis valientes hermanos y yo te hemos encerramos». El dragón gruñó: ¡RAAAAAAAAW!
―Suena más como un león.
―¡Cállate, Riley! ―gritaron los trillizos.
―Groseros multiplicados por tres.
―El dragón le dijo: «Necesito este castillo para vivir. Las montañas son muy frías y yo me siento muy solo. No tengo amigos ni familia. Nadie quiere vivir en las montañas».
―Oh, pobrecito ―musitó Olive.
―Sir Simontor le ofreció un trato al dragón. Lo dejaría quedarse en el castillo si prometía no dañar a la gente de su reino. El dragón, muy emocionado por aquella oferta, la aceptó encantado. Ayudó al reino a mantenerse caliente con su fuego. Así los tres príncipes, junto a su nuevo amigo Parlamenti, salvaron al reino y a todos sus habitantes ¡El fin!
Simon y William aplaudieron frenéticamente mientras Olive levantaba las pequeñas manos de Caleb, imitando el escándalo de sus hermanos mayores. Los aplausos se volvieron aún más sonoros cuando los reyes se unieron a las ovaciones.
―Lamento haberme tardado ―se disculpó Anna―. Hablaba con los empleados ¿Se quedarán a cenar?
―Les agradezco la invitación, pero el auto que envió mi tía no ha tardar en llegar.
―Oh, comprendo. Es una pena. La comida que prepara el chef es riquísima.
―Será para otra ocasión.
―Te tomaré la palabra. Nuestra casa también es tu casa. Claro está que tendrá que ser en Inglaterra ―Anna tomó a Caleb de los brazos de Olive―. Espero que mis pequeños príncipes no te hayan dado dolor de cabeza.
―Sé cómo mantener a los niños ocupados.
―Caleb duerme toda la noche, pero los trillizos... ―Anna puso los ojos en blanco―. Desde el vientre eran una bomba.
―Estaban sobrecargados con genes Mawson ―bromeó el rey.
―Cierre el pico, Su Majestad.
El pequeño Caleb presionó sus manos contra la boca de su madre. Ella le hizo una mueca divertida.
―Así que defenderás a papá, ¿eh? El pequeño defensor al ataque.
Le hizo cosquillas en el cuello con los dedos y él se echó a reír.
Una mujer enfundada en elegancia, con el cabello rubio al tope sin una sola hebra fuera de su lugar, entró a la habitación.
―Disculpen. Ha llegado un vehículo de la Familia Lauridsen.
―Gracias, Darcey. Infórmale a Peete que seremos sólo nosotros. Piper y Riley deben irse.
―De acuerdo.
―Coordinaré la salida antes de irnos ―dijo Riley mientras caminaba hacia la puerta.
Desde el otro lado de la habitación, el rey aplaudió.
―Te acompaño. Necesito hablar con Gray.
En el pasillo, Charles le dio un golpe en la espalda a Riley que lo hizo toser.
―Te invito una taza de té.
―Tengo que reconstruir mis pulmones primero ―volvió a toser.
Al rey se le escapó una risa que logró controlar por completo después del primer sorbo al té. Le animaba las cortas distancias entre habitación y habitación, contrario a su casa en Inglaterra. Llegar a la entrada le tomaba varios minutos.
―Cuando dijiste que te irías del país, no imaginé que vendrías a Dinamarca.
Riley le sonrió.
―Fue un favor que le pedí a Elinor. Un trabajo ―especificó.
―¿Te paga mejor que yo? ―bromeó el rey.
―La paga está bien. Las tareas que conllevan el puesto, por otro lado...
―¿Te da problemas?
Poniendo los ojos en blanco, se llevó la taza a los labios y dio un largo trago al té.
―Elinor la pintaba tranquila. Una chiquilla que no sale mucho, que toca violín, criada en un país pequeño, simpática. Creí que no habría mucho que hacer, pero una vez que la conoces te das cuenta de dos cosas. La primera, que Elinor no conoce a su sobrina en absoluto. La segunda, que los problemas corren por sus venas. Te juro que cuando centra toda su energía en una tarea me agota.
―Estoy familiarizado con la sensación ―ocultó una carcajada detrás de la taza pegada a la boca―. Elinor parecía inquieta durante toda la velada. Luego me pareció verla aún más después de que tuviera un encuentro con el que fue ministro de Aleksander.
―Ni ella ni Markus confían en él. Les parece impertinente. apoya la idea de hacer permanente la regencia actual y dejar a Piper fuera.
―La única persona que puede hacerlo es ella misma, y no me da la impresión de que sea alguien que renuncie al primer tropiezo.
―No lo sé. podría. Nunca se sabe qué esperar de ella.
―Ah, el caos hecho persona. Cada país tiene al menos una de esas. Yo me casé con una. Con ellas no te aburres nunca.
Riley torció la sonrisa. Observó durante un instante el líquido que llenaba la mitad de la taza. Tan solo destellos de la luz se reflejaban en su superficie.
―No es una mala persona ―dijo―. De hecho, puede llegar a ser buena compañía a momentos, es solo que...
―Lo sé ―lo interrumpió él―. Lo percibí mientras hablaba con ella. Es como un tren a mil por hora, y parece que le echa más carbón a la caldera a medida que pasa el tiempo. Sé de dónde provienen esas emociones. Está pasando por un segundo duelo.
―La ayudaría si pudiera, pero no hay mucho que pueda hacer.
―Contra las penas que nos trae la vida a veces tan solo necesitamos a un amigo.
―Supongo.
―O una pareja.
Riley tardó un instante en comprenderlo. Lo hizo por la sonrisa de burla que el rey intentó ocultar detrás de la taza mientras fingía tomar del té.
―¿Tú también? Anna y tú comparten el mismo humor.
―Disculpadme, Lord Sensible. Si era tan susceptible a tu edad, comprendo ahora por qué mi padre vivía estresado.
―No soy susceptible. Es solo que Anna hizo la misma insinuación, y a ti también te diré que estás equivocado.
―¿Tienes un departamento en Paris?
A Riley se le entrecerraron los ojos.
―¿Qué?
―Que si tienes un departamento en Paris.
―No, ¿pero eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?
―Sólo tenía ganas de hacer una apuesta.
―¿Quién apuesta un departamento en Paris?
―Los idiotas que creen tener controlada a la vida.
―¿Estás seguro de que el té no contiene alcohol?
―No tomo cuando estoy con mis hijos. Procuro no darles un mal ejemplo.
―Ojalá mi padre hubiese sido igual.
En silencio, Charles lo observó. Dejó la taza sobre la mesa y cruzó los brazos contra su pecho.
―¿Has hablado con tu padre?
―No recientemente.
―Sé que no te gusta hablar de tu vida privada.
―Eso es lo que la vuelve privada.
―Solo quería saber cómo lo llevas. Que ya no trabajes para mí no significa que la amistad tiene que acabarse.
―No, sí, lo sé. Es que no sabe.
―¿No sabe qué?
―Que estoy en Dinamarca.
―¿Por qué no?
―Porque quiero que me deje en paz, por eso. Necesitaba poner distancia. Él no es un hombre fácil de entender y no puedo seguirle el ritmo. Tampoco puedo dejar que sea él quien siempre determine como, cuando, donde y por qué nos vemos. Tiene una forma autoritaria de tratar con la gente. Tendrías que conocerlo para entenderme.
―Tú tendrías que ser padre para entenderlo. Créeme. Te cambia la perspectiva.
―¿Cómo puedes defender a un hombre que abandona a su hijo?
―No lo estoy defendiendo. Para comenzar, no lo conozco, pero soy un espectador imparcial. Si algo he aprendido de la vida es que huir del problema nunca lo soluciona. Intenta deshacer un nudo a base de tirones. Solo lo harás más fuerte, y a veces, cuando aprietas, ahí es donde te lastimas.
―Cuando no puedes deshacer el nudo, solo necesitas cortarlo.
―Pero ya no te quedará buen hilo, sino un montón de partes mal cortadas que dudosamente te sirvan de algo. No se destroza lo que se quiere arreglar, porque al final puede que solo te quede un nudo y muchas tensiones. Aunque cueste, a veces es mejor tomar ese nudo y, con paciencia, deshacerlo.
Riley se frotó la frente con los dedos de la mano derecha.
―Olvidé que eres escritor. Si vuelves a recitarme otra metáfora, tendré que ir por una cerveza.
Charles se echó a reír.
―Ahora eres joven, estás molesto y confundido. Creciste con la presencia intermitente de un padre y te pone nervioso cuando intenta entrar en tu vida. Cuando alguien lo hace, y tú no paras de evitarlo, da miedo. No quieres que nadie te vea flaquear. En ocasiones así, no sé si da más miedo salir herido o ser humano.
―Hombre, casarte te volvió sentimental.
―No. Crecer me volvió un poco más sabio ―una sonrisa torcida se le formó en los labios―. Pero casarme también me sentó bien.
Levantó la tetera y le ofreció más té, pero lo rechazó agitando la cabeza.
―¿Tu estadía en Dinamarca es permanente o temporal? ―le preguntó.
―Temporal. Estaré a cargo de la seguridad de Piper un tiempo y luego regresaré a Inglaterra.
―Mm ¿Nada te tienta lo suficiente para quedarte?
Riley le lanzó una mirada gélida, y el rey se echó a reír.
La familia acudió a la entrada de la propiedad para despedirlos. Los trillizos bombardearon a ambos con besos y abrazos, obligándolos a prometer que los visitarían en Inglaterra pronto. Piper dejó un par de besos en las mejillas regordetas de Caleb.
―Cualquier ayuda que necesites, puedes contactarnos ―ofreció Anna―. Riley tiene nuestros números telefónicos.
―Muchas gracias.
―Gray asignó un par de nuestros guardias para escoltarlos de vuelta a casa ―explicó Charles. Volvió a obsequiarle una de sus cálidas sonrisas afables―. Tienes el potencial suficiente para alcanzar tus metas. Confío en que, con trabajo duro y mucha dedicación, harás un excelente trabajo.
Piper tragó saliva y sonrió para disfrazar su nerviosismo. Respondió con un débil asentimiento de cabeza y se apartó un poco para permitirle a Riley despedirse.
Dio un pequeño salto cuando algo vibró en el bolsillo de su pantalón. Introdujo la mano y, al sacarlo, vio que era el teléfono de Riley. Le golpeó el hombro para llamar su atención.
―Tienes una llamada.
Él lo tomó, y la alegría de su rostro se esfumó al reconocer el número.
―Mm, bueno. Ya tenemos que irnos ―dijo él―. Nos vemos luego.
Riley la tomó del antebrazo para obligarla a caminar. Mientras avanzaban, Piper agitó la mano en señal de despedida. Los trillizos estaban de pie frente de sus padres. El rey tenía el brazo izquierdo alrededor de la cintura de su esposa y Anna cargaba en brazos al pequeño Caleb. La imagen de aquella bella familia despertó aguijonazos de envidia en su vientre. Tal vez ella podría, algún día, tener algo así de bello. Una familia propia a quien darle todo aquel amor que le faltó entregar. Mientras tanto, solo predominaba una inmensa añoranza.
Riley abrió la puerta del auto y la instó a entrar en él. Piper frunció el ceño al percatarse de que era uno de los coches de la familia, no el de él.
―Deberás adelantarte ―le dijo―. Iré detrás de ti en mi auto.
Piper frunció el ceño.
―Riley, ¿estás bien? Te ha cambiado el humor.
―Lo estoy.
―¿Seguro?
―Sí.
Cerró la puerta de golpe, impidiéndole que hiciera otra pregunta. Le ordenó al chofer que avanzara. Permaneció de pie frente a la propiedad hasta que la vio abandonarla junto a la guardia que la acompañaba. Suspiró, y girando sobre sus pies se encaminó hacia su auto. Se despidió de la familia agitando la mano en el aire y después se escabulló al interior.
Riley descansó sus manos sobre el volante, dando pequeños golpes sobre él con su teléfono. Miró con el ceño fruncido la pantalla apagada donde encontró su reflejo. Parecía malhumorado, como si hubiese tomado vinagre en lugar de una limonada. Intentó enfriar su mente para pensar en qué haría ¿Debería devolverle la llamada? ¿Se arriesgaría a escuchar su voz después de tanto tiempo? ¿Sería capaz de enfrentarse a él? A primera instancia solo una pregunta parecía molestarle más que las anteriores: ¿Cómo había conseguido su número esta vez?
Dejó escapar una maldición mal hecha. Rebuscó entre sus bolsillos la llave del auto. Una vez que la encontró, lo encendió y marchó fuera de la propiedad.
Responderle la llamada sería confirmar a ese hombre que era él en lugar de una llamada equivocada, y Riley no deseaba escuchar su voz ni saber de su existencia. Quería mantenerlo como un fantasma del pasado. Pero ese fantasma quería volver al presente. Lo supo cuando su teléfono volvió a sonar.
Golpeó con fuerza el volante y gritó para dejar escapar su malhumor. Se estacionó a un lado de la carretera y miró fijo la pantalla. Era él. Tenía que ser él. Reconocerlo no le ofreció ninguna respuesta a lo que debería hacer.
La llamada finalizó segundos más tarde, pero muy poco después su número reapareció en la pantalla. Decidió que era momento de acabar con aquella persecución telefónica.
―¿Qué es lo que quieres? ―gruñó al responder.
Escuchó un suspiro al otro lado de la línea.
―No eres fácil de contactar.
―¿Cómo has conseguido mi número?
―Eso no importa. Debemos hablar.
―No estoy interesado.
―Debería importarte. Una cosa es que dejaras a medias nuestro acuerdo, pero desaparecer así, sin avisarme a donde, es inaceptable.
―Soy mayor de edad. Puedo hacer lo que me plazca.
―Tienes una deuda conmigo. No te obligué a aceptar. Lo hiciste porque quisiste.
Sus labios se volvieron una delgada línea al tiempo que buscaba un refugio para su rabia mirando el espectacular camino arboleado que tenía en frente.
―Necesitaba ese dinero para mi familia.
―Es algo muy noble, pero necesito que ajustemos cuentas. Firmaste, y por tanto tienes una obligación. Tengo una propuesta para ti, y si aceptas podríamos llegar a un acuerdo que nos libre a ambos de esta situación.
Riley contuvo una falsa risa en el interior de su boca.
―Si lo hago, ¿me dejarás en paz de una vez?
―Lo prometo.
Un suspiro inquieto se escapó de sus labios temblorosos.
―Bien ¿Qué debo hacer?
La duquesa se llevó a la boca un trozo de pastel de manzana. Lo saboreó en silencio y con los ojos cerrados, como si se tratase del postre más dulce del mundo. Movió el pequeño plato, que descansaba en su mano, hacia Piper, invitándola, pero ella agitó la cabeza. No tenía hambre.
―Pensé que al llegar me gritarías hasta dejarme sorda.
Elinor asintió, y después le sonrió al tiempo que estiraba el brazo para colocar el plato sobre la bandeja en la mesa del centro. Tomó de ella una de las dos tazas de té. Se frotó la barriga con la mano izquierda y suspiró.
―Yo también, pero el pastel de manzana tiene un maravilloso poder sobre mí y me cambia por completo el humor.
―Es bueno saberlo. Aliviará la tensión en discusiones futuras.
―Tú y yo tendemos a tener muchas de esas.
Piper entrelazó los dedos mientras recordaba la conversación con el rey. Creo que eso es lo que te hace falta. Un soporte. Deseaba encontrar en su tía ese soporte que necesitaba. Después de todo, era el único miembro de su familia que le había dado la cara desde su regreso. Su tío Markus e Ivar, su único primo, permanecían ajenos a la balanza.
Le abrumó el repentino agotamiento. Estaba cansada de sentirse tan cansada, tan ajena a su propia vida y a su futuro, como si cualquiera pudiese tener el control menos ella. Saber la verdad sobre la muerte de sus padres creó una grieta en sus fortalezas.
―Tía, ¿por qué vivías en una mansión?
Elinor recorrió la superficie redonda de la taza con el dedo índice de su mano derecha.
―Me casé pocos años después de que Markus obtuviera la regencia. Es un duque español al que conocía desde la escuela cuando ambos éramos más jóvenes, por supuesto. Nos volvimos a encontrar hace unos años durante un evento en Inglaterra. Después de un tiempo nos casamos. Quería que nos estableciéramos en España y yo quería permanecer en Dinamarca. Íbamos y veníamos entre ambos países hasta hace dos años. Nos establecimos en una mansión que él compró a las afueras de la ciudad, pero unos meses antes de Navidad consultó conmigo la idea de establecernos definitivamente en Madrid o Barcelona. Yo no quería, así que firmamos los documentos del divorcio.
Piper separó los labios, pero por un instante no dijo nada.
―No sabía que estabas divorciándote.
―Ya lo estoy ―le dijo―. Llegaron los documentos hace poco más de un mes.
―Lo lamento.
―No lo tomes a mal. Benjamín es un maravilloso hombre. Cuando nos conocimos hacía menos de un año que enviudó. Tenía un hijo pequeño de siete años que se ha criado en España porque no le gusta Dinamarca. Por eso insistía tanto en establecerse allá para estar con él. No podíamos seguir viviendo en ese constante salto de países, así que divorciarnos era nuestra mejor opción. En dos semanas se mudará a España de manera definitiva.
―¿Por qué no te fuiste con él cuando te lo propuso?
―No quería dejar mi país. Además, tampoco podía hacerlo. Tu cumpleaños estaba cada día más cerca y tu inminente regreso también. Debía estar aquí.
―¿Vivías con él en la mansión a pesar de estar divorciados?
―No lo hemos hecho público. No quería que mi separación opacara de alguna forma tu regreso a casa.
―¿Tan segura estabas de que me proclamaría?
―Tengo fe en ti ―le dijo como si la pregunta le ofendiera―. Siempre la he tenido. Sé que tomarás la decisión correcta.
Piper no supo que decir, así que no dijo nada. Desde el asiento la observó, centrándose en su pausada respiración. El olor del té le hizo cosquillas en la nariz y a pesar de la distancia, percibió el calor vaporoso que desprendía la tetera sobre la bandeja. Una larga pero baja mesa de madera separaba los muebles. En ella no había nada salvo por un mantel gris y la bandeja.
Una pregunta turbia se abrió paso a través de la neblina de dudas en su mente.
―¿Dónde los enterraste?
La duquesa dejó de tomar del té al escuchar aquella pregunta. Fijó la mirada en el líquido durante un instante y devolvió la taza a la mesa después.
―En la Catedral de Roskilde, en una de las cuatro capillas.
―¿A ambos?
―Tu padre sería capaz de levantarse de la tumba si no hubiese enterrado a tu madre junto a él. Hice lo que sé que habría querido.
La preocupación se dibujó en el pulcro rostro de la duquesa. Recorrió el contorno de su barbilla con el índice de su mano derecha mientras enfocaba la mirada, que ahora lucía cansada y vidriosa por el llanto contenido, en el inexpresivo rostro de su sobrina.
―Pertenecer a una familia real conlleva hacer muchos sacrificios ―acomodó ambas manos sobre su falda al tiempo que soltaba un pesado suspiro―. Hasta la fecha no recuerdo haber hecho nada tan difícil como presenciar el sepulcro de mi hermano. Aleksander era, de los tres, el más jovial y alegre, a pesar de que era mayor que Markus. Lo recuerdo reír y su sonrisa de burla cuando se salía con la suya, pero luego tengo el recuerdo de su ataúd, la comitiva fúnebre y del silencio que quedó en el palacio con su muerte y la de Lauren, también con tu partida...
Hizo una pausa que Piper la percibió eterna.
―Nadim te trajo ante mí con la peor noticia que he recibido. Me explicó que Aleksander y Lauren habían muerto, asesinados, y que tú estabas allí, escondida entre los escombros de una propiedad que nunca fue terminada. Dijo que habías permanecido todo el camino con las manos presionando tus oídos y la mirada vacía. Lo supe al verte. Sabía que habías estado presente, que algo viste.
Suspirando otra vez, masajeando sus piernas en círculos hasta que sus manos alcanzaron las rodillas, la duquesa frunció los labios.
―No podía tomar decisiones, no en ese estado. Era muy difícil para mí. Mi querido hermano nos fue arrebatado de una manera muy cruel y repentina. Fue Nadim quien me trajo a flote. Sabía que corrías peligro. Si estuviste allí, si viste el rostro del asesino, iría por ti. Por desgracia, ambos nos percatamos de que la situación podía empeorar: Nadim había estado en la propiedad también. El asesino podría intentar silenciarlo. Todo lo que pidió fue que pusiéramos a su esposa y a su hija a salvo. Nada más.
Elinor le apartó la mirada, y Piper pudo notar que aún quedaban malas noticas por abandonar las sombras.
Piper enterró las uñas en los brazos de la silla. Más secretos ¿Cuántos de ellos podía esconder una persona?
―Le prometimos que pondríamos a salvo a su familia―musitó con pesar―. Pedí de inmediato que prepararan una de nuestras casas seguras para recibirlas. A mitad del camino, el chofer sufrió lo que aparentaba ser un paro cardíaco. Perdió el control del auto y cayeron por un acantilado. El chofe, la esposa y la hija de Nadim fallecieron al instante.
El corazón de Piper dio un vuelco al tiempo que latía con una desesperación abrumadora.
―La autopsia reveló que murió envenenado. Supusimos que la muerte de tus padres y ese accidente estaban vinculadas de alguna forma. Tal vez el asesino pensó que te trasladaban en él, yo que sé. Sino, ¿por qué otro motivo envenenaría al chofer?
La boca de Piper se descompuso en una mueca de fastidio.
―No lo entiendo, tía ―golpeó sus rodillas con incesables golpecitos con la palma abierta―. ¿Nunca te ha pasado por la mente que ese hombre fue el culpable?
La duquesa exhibió una sonrisa melancólica.
―Estuvo detenido durante el tiempo que duró la investigación preliminar. El navegador del auto lo ubicó lejos de la propiedad al momento de tus padres llegar. Luego lo ubicó allí pocos minutos antes de las detonaciones. Se estacionó y tomó su teléfono para llamar a Aleksander, pero los disparos vinieron antes. Accedió al interior. Lauren había fallecido. Tu padre le pidió que te encontrara, y es lo que hizo antes de traerte conmigo. Además de eso, se le realizó la prueba de parafina que le arrojó negativo.
―Necesito esas pruebas. No me basta con que lo digas. Necesito tener en mis manos las pruebas contundentes.
―Las tendrás.
Ella asintió, y en silencio la observó mientras volvía a beber de su té.
―¿Por qué presenta un problema mi abdicación? ―indagó Piper―. La casa reinante seguiría siendo la nuestra.
―No ―le soltó de inmediato―. Markus acordó que tomaría la regencia hasta tu mayoría de edad, a pesar de que nunca estuvo interesado en gobernar. Era un viajero incansable que le gustaba el mar, y dejó esas comodidades por hacerle frente a la desgracia. Si abdicas, él también lo hará. Ivar, su hijo, tampoco está interesado, así que abdicará. La corona recaería en mí.
―¿Y cuál es el problema?
La duquesa la miró fijo.
―No puedo tener hijos.
Piper sintió una terrible punzada en el estómago, causada por la intensidad en la mirada de su tía que contrastaba con lo dura de su voz, haciendo de aquella confesión una dolorosa y difícil.
―¿No puedes? ―la pregunta le salió estrangulada.
―No, no puedo ¿Has oído hablar del Duque de Yorkesten?
―¿Debería?
―No es necesario ―se acomodó un poco en el asiento, dejándole ver que era un tema que la incomodaba―. Estuvimos casados mucho antes de tu nacimiento, pero fue un matrimonio muy corto. No duramos el año. Él quería un heredero, pero cuando supimos que yo era estéril me pidió el divorcio.
Piper frunció el ceño. Qué gran imbécil, pensó.
―No tuve un romance con nadie en mucho tiempo, al menos no hasta hace unos años cuando me casé. Otro matrimonio no implicaba fertilidad, pero lo intentamos. Él es médico. Consultamos a algunos de sus colegas, pero el resultado era el mismo. Al no tener hijos, a mi muerte me sucederá el descendiente más próximo, y este no pertenecerá a la Casa Lauridsen, sino a otra, una austriaca. Incluso Charles, de Reino Unido, estaría en la lista de los posibles sucesores, pero su casa tampoco será la nuestra.
―Implica que, si abdico, habré llevado a la Dinastía Lauridsen a su fin.
La duquesa no quería responderle, lo supo por la manera en que apartaba la vista, como con desdén.
―Estás aquí y quiero creer que harás lo correcto ―le dijo después de un rato―. Tú eres la heredera. No Markus, Ivar o yo. Es tu legado, tu herencia, y no quisiera ver que lo dejes ir por un arrebato.
Suspirando profundo se puso en pie y se apartó de los asientos, deteniéndose frente al espejo en la pared de la izquierda. Allí observó su reflejo. Llevaba la misma ropa del día en que llegó, con el mismo cabello peinado a la prisa y el rostro sin maquillaje, la misma pulsera de hilos en su muñeca, pero su semblante era distinto. Tenía manchas negras asomándose bajo los ojos grises, sus parpados cansados, los labios temblorosos y secos. El cansancio y la pesadumbre la hizo percibirse más delgada y demacrada, como alguien que estaba por estar, sin quererlo y a la vez queriéndolo, existir sin desearlo, pero con miedo a no hacerlo.
―Lo sé. Necesitaba un tiempo para pensar y aclarar no solo mis ideas, sino también mis sentimientos ―comenzó a decir, encontrándose a salvo por darle la espalda―. Estaba enojada, y una parte de mí aún lo está, pero también dolida, decepcionada y confundida. Entiendo por qué se dieron las cosas, pero no justifico la mentira. No importa qué o como suceda, dolor es dolor, y no puedo avanzar sin sufrirlo, aceptarlo, procesarlo y con el tiempo aprender a vivir con él. Apenas voy por la parte de aceptarlo, aunque una parte de mí comienza a procesar las decisiones, mías y ajenas, que me llevaron a este punto. Pude haberme negado y quedarme en Tórshavn, pero decidí venir, aunque por otros motivos. Aun así, aquí estoy. Supongo que el destino siempre encuentra la manera de poner a cada uno en el camino labrado. He querido por mucho tiempo una vida afable sin las limitaciones de una herencia como la mía, pero fue absurdo de mi parte pensar que podría mantenerme alejada de ella. Soy la hija de Aleksander y Lauren, la heredera legítima del trono danés. Soy Hija del Norte. No puedo seguir ignorando lo que eso significa. Mentiría si dijera que no estoy aterrada, pero...
Se cruzó de brazos y, durante algunos minutos, no dijo nada. Permaneció allí de pie observando la lucha de su interior reflejada en su rostro con el ceño fruncido, los ojos pequeños, los labios curveándose y convirtiéndose en una línea una y otra vez hasta que le comenzó a doler la boca.
―Esta es mi responsabilidad y no puedo ignorarla. Lo que haya que hacer para llegar a estar lista, lo haré. Por mí, por Dinamarca, por mis padres. No dejaré que su legado se extinga por mis miedos y dudas. Trabajaré tan duro como sea necesario.
Se volteó al instante para mirarla fijamente. Por la forma en que la duquesa le sonreía, aquella era la respuesta que había estado esperando. En el fondo, Piper también la esperaba, y aunque le aterraba lo incierto de su futuro en aquel instante, sabía que había tomado la decisión correcta. No había pedido nacer con tal responsabilidad, pero ahí estaba. Le correspondía aprender a cómo sobrellevarla.
―Empaca tus cosas, tía ―le dijo―. Volveremos al Palacio de Amalienborg.
Si pensaron que después de estos doce capítulos tensos y difíciles se venía un periodo de calma, están equivocados. Lo peor apenas está por venir, y la mayoría de las cosas ni se las imaginan. Preparen sus pañuelos ¡No digan que no se los advertí!
PREGUNTA: ¿Qué secreto piensan que está guardando Riley?
Próxima actualización: martes, 2 de julio.
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