
Capítulo diez.
"El hombre inteligente aprende de sus propios errores, el sabio aprende de los errores de los demás"
—Arturo Adasme Vasquez
La propiedad no era lo que Piper esperaba encontrar.
A pesar de tratarse de un palacio muy bello, era bastante más pequeño de lo que imaginó. Con dos pisos y una cúpula que actuaba como torre central, el pequeño palacio con un notable estilo barroco en su arquitectura cubría gran parte del césped verde que poseía como jardín. En la entrada, incontables y bellas flores adornaban las paredes, haciendo resaltar la enorme puerta doble de madera barnizada en negro abierta de par en par, brindando la bienvenida a su acogedor interior.
Piper fue la primera en bajar del auto una vez que se detuvo.
―Esperaba algo más...ostentoso ―recostó el brazo sobre el techo del auto y miró a Riley―. No lo sé. Es el rey de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y sé que olvidé algo más.
―Soberano de la Mancomunidad de Naciones.
―Honestamente pensé que me encontraría con un palacio gigantesco, miles de empleados y decenas de vehículos. Algo más ostentoso y a la par con un rey.
―Cuando los conozcas un poco más entenderás el por qué.
―Buen día, Su Alteza. Bienvenida ―resonó una voz.
Piper dio un salto al escucharlo hablar. Al voltearse, vio que se trataba de un hombre trajeado de cabello oscuro y ojos cafés. Tenía las manos cogidas a la espalda y la observaba como si fuese a representar una amenaza para los miembros de la familia real.
Riley se situó junto a ella.
―Piper, te presento a Gray. Es el jefe de seguridad del rey y su familia.
Ella asintió mientras le sonreía.
―¿Todavía sigues siendo bueno con los niños? ―le preguntó Gray―. Porque los pequeños diablitos que estos dos tienen por hijos han estado gritando toda la mañana. Para niños gritones los míos.
Riley se echó a reír.
―Son hijos de Anna ¿Qué esperabas?
―Que no fueran una real molestia.
―Son solo niños.
―Sí, sí, y yo soy un Gran Duque.
El hombre trajeado los condujo al interior. Por dentro, la propiedad parecía un bellísimo templo griego. Frente a ella estaban las largas escaleras imperiales que conectaban el primer piso con el segundo. No había paredes que dividieran las habitaciones, salvo por un par de columnas corintias del color de la cal, que estaban envueltas por distintas flores de brillantes colores. El tragaluz ocupaba parte de la sala y el comedor, que tenían el tamaño de un gigantesco salón de baile. Vio a lo lejos unas puertas de madera abiertas que daban a otro jardín. Vio también una piscina y dos niños de seis o siete años correteando alrededor de ella. El rey corría detrás de ellos. No llevaba nada más que el pantalón largo de pijama negro y el anillo plateado en su anular izquierdo. Le vio una marca pequeña, una cicatriz, vacilando entre el pecho y el hombro derecho. Cada vez que estaba por atrapar uno de los niños, estos se le escapaban al correr con una velocidad abrumadora.
―Supongo que Anna sigue arreglando el desastre de Olive ―teorizó Riley al no encontrarla.
―Supones bien, Sherlock―respondió Gray―. Uno no tiene minutos de paz con esta familia.
Gray le echó una rápida mirada a Piper y aquel par de ojos oscuros le provocaron un nudo de nervios en el estómago.
―Si te quedas callada de saltarán encima. Detectan el miedo como si fueras su presa.
―No le temo a los niños.
―Temerás a estos.
Ella le obsequió una rápida mirada a Riley. Él estaba sonriendo. Un brillo de diversión bañaba sus ojos grises, que con algunos resplandores de luz que se escapaban a través de las ventanas abiertas se veían más claros de lo que en realidad eran. Aunque su comportamiento irreverente y atípico podía desesperarla en algunas ocasiones, perdería primero la lengua antes que negar que era guapo de una manera que no había observado antes. Había crecido rodeada de chicos: altos, bajos, de piel clara y oscura, de cabello rubio o negro. Nunca se había fijado en si eran guapos o agradables. Eran como hermanos, amables o grotescos, pacientes o impertinentes, pero familia.
Riley no era nada como familia. Tal vez un buen amigo, si es que podía considerarlo así. La había apoyado en momentos difíciles. Cuando necesitaba hablar con alguien él estaba ahí, pero dudosamente por gusto. No eran amigos. Él era su guardia. Si no la mandaba a callar e impedía que siguiera contándole sus problemas era tan solo por su trabajo. Después de todo, él insistía en decir que no era más que su guardia.
Riley no era nada como familia. No era nada como un amigo. Solo era un guardia cumpliendo con su trabajo. Ese pensamiento le provocó un desasosiego terrible. En medio de una habitación rodeada por desconocidos, de un momento a otro se sintió sola y ajena al ambiente que la rodeaba.
No se había fijado lo cerca que estaba de la piscina. El escándalo de los gritos y risas infantiles fue lo que la trajo de vuelta. El rey seguía correteando a los niños alrededor del borde. Ninguno se había fijado de su presencia hasta que la mujer, que apareció tras Piper con una niña tomada de la mano, habló.
―Charles, ¿no te dije que debías castigar a William? Correr con él y con Simon alrededor de la piscina no me parece castigo.
Los tres detuvieron el jugueteo al instante. Piper aprovechó ese instante para observarlos más detalladamente. Los tres niños eran idénticos a su padre, desde el cabello azabache hasta los prodigiosos ojos azules que parecían brillar por la sobrecarga de travesura. Allí, con algo tan informal como un pantalón de pijama y los pies descalzos, aquel hombre parecía estar muy lejos de ser un rey. Podría aparentar ser un civil común y corriente sin mucho esfuerzo.
―Bueno, cariño ―comenzó a hablar el rey―. Ya hablé con William y él se disculpará.
El aludido no parecía muy contento con aquello, como si se sintiese orgulloso de su pequeña ocurrencia...fuese cual fuese. Anna levantó ambas cejas mientras observaba a padre e hijo sonreír.
―Desde luego que debe disculparse, pero aun así...
―¡Lo siento, lo siento! ―gritó el niño―. Pero en la televisión dijeron que el aceite de oliva era bueno. Así que pensé que si era bueno debía echárselo a Olive encima para ver si se volvía buena.
La niña se apartó de su madre y comenzó a correr hacia su hermano.
―¡Te dejaré más feo de lo que eres cuando te atrape!
―¡DEJEN DE CORRER ALREDEDOR DE LA PISCINA EN ESTE INSTANTE! ―gritó Anna, y los niños se detuvieron de inmediato.
Su voz parecía continuar como un eco a pesar de encontrarse en un lugar bastante cerrado. Olive miró a su hermano y él, sonriendo a modo de burla, le devolvió la mirada. Anna los señaló a ambos mientras entrecerraba los ojos.
―Me conozco ese intercambio de miradas. Es momento de comportarse que tenemos visitas.
Cuando la habitación se moldeó al silencio, la castaña observó al rey como si lo estuviese desafiando.
―Su Majestad, «visitas» es la palabra clave para que actúes como el anfitrión. Recíbela.
El rey le sonrió, exponiendo su bien cuidada dentadura.
―Te dejaré a cargo del batallón mientras los atiendo.
―Puedo ayudar si quieres ―se ofreció Riley―. Sabes que me gustan los niños.
Las tres copias del rey en miniatura comenzaron a saltar y a aplaudir, deseando llamar la atención de él lo antes posible para empezar el juego. Piper sintió un cosquilleo incómodo cuando lo vio apartarse de ella. Había supuesto, muy en el fondo, que él estaría acompañándola en esta aventura. Al parecer estaba equivocada. Era una reunión diplomática que solo le concernía a ella y al rey.
―Ven conmigo ―le pidió él mientras tomaba la camiseta blanca que descansaba sobre la silla más próxima y comenzaba a ponérsela.
Asintió al tiempo que lo seguía. Pensó que la llevaría a un lugar más privado, como un despacho o una habitación de té, pero se sorprendió, y en el fondo agradeció, que la llevara al jardín trasero de la propiedad. No estaba muy lejos de la piscina y desde la pequeña mesa de madera, cubierta por un mantel color nácar, podía observar a Riley cargando a la niña. Sobre la mesa había un jarrón amarillo con bellísimas rosas azules. El rey apartó un poco la silla para ofrecerle asiento. Una vez que estuvo acomodada, él también se sentó.
Por un instante, a Piper le costó concentrarse. Aunque mayor para ella, Charles era un hombre bastante guapo. Tenía una barba a medio crecer y el cabello negro muy rizado. Siempre tenía una pequeña sonrisa estrechando sus labios que le brindaba calidez y camaradería que se asemejaba la bravura y coquetería natural de sus ojos resueltos. No esperó que fuera así.
La primera vez que lo conoció estaba un poco asustaba y desconfiaba de los desconocidos que se habían ofrecido a ayudar. Considerando el despampanante título que llevaba sobre los hombros, imaginó que sería un poco pretencioso o arrogante. Alguien que podría utilizar su poder para hacer lo que le diese la gana.
Contrariamente, parecía un hombre cualquiera con una excéntrica familia a la que amaba. Un hombre amable que, sin saber por qué estaba ella allí, la había recibido con la mayor galantería que podía reunir en una situación como aquella.
―Lamento si llego a sonar descortés, ¿pero a qué debo la inesperada visita?
El corazón de Piper se puso en marcha, trotando a galope a medida que todas sus preguntas hacían fila para ganar un buen turno.
―No quise interrumpir su día, Su Majestad...
Él la interrumpió con una amena carcajada.
―Puedes llamarme Charles. Verás. A mi esposa y a mí nos gusta que, detrás de los muros de nuestro hogar, seamos solo Charles y Anna y que nuestra familia sea como cualquier otra. Llevar una corona no me convierte en alguien diferente al resto. Simplemente tengo otras responsabilidades, las mismas que tú y yo compartimos o lo haremos muy pronto.
Piper contuvo el aliento unos segundos y después lo expulsó de golpe. Se sintió un poco mareada, pero sabía perfectamente que se debía a sus nervios que iban a galope por su cuerpo.
―Mi tía desea que yo ocupe mi legítimo lugar en el trono ―comenzó a decir―. Encuentro un poco improbable que eso ocurra de momento. Me falta mucho para estar a la altura de lo que ella está esperando. Le temo a las responsabilidades que acarrea poseer esa corona. Me aterra también lo de mis padres. Son demasiadas cosas al mismo tiempo y mi tía no es la persona más comunicativa del mundo. Tengo cientos de dudas y pensé que si alguien pudiese ayudarme sería... ―se mordió el labio antes de continuar―. Pues tú.
Él asintió, pero durante un buen rato, mientras creía que procesaba todo aquello, no dijo nada.
―Comprendo qué es lo que te angustia ―Charles cruzó los brazos sobre la mesa―. Pasé mi juventud educándome como príncipe, pero cuando las lecciones se dirigían a la tarea de convertirme en rey solía esquivarlas a pesar de los incansables esfuerzos de mi padre. Pasaba gran parte de mi tiempo en fiestas y divirtiéndome como si ese fuese mi último día, olvidando e ignorando la gran responsabilidad que me había sido heredada desde mi nacimiento. En el fondo solía aferrarme a la idea de que no estaba hecho para el trono. Tardé mucho tiempo en comprender que sí estaba en mí. Lo llevo en la sangre y en el apellido.
Con el dedo índice, señaló rápidamente a la mujer que reía mientras llenaba de besos al pequeño William. Piper ladeó un poco la boca. Hacía pocos minutos regañaba al mismo niño que llenaba ahora de cariños y mimos.
―No creía ni en el matrimonio ni en la familia. Parte de mí no deseaba la corona porque en algún momento me iba a tocar formarla, sea ya con una mujer a la que quisiera o una que no. Pero, principalmente, le temía a la corona por una gran razón.
Piper lo miró, esperando su respuesta, pero toda su atención estaba dirigida en la escena de su familia.
―El heredero asume el título de rey cuando el regente actual fallece ―continuó él―. Solo tendría esa corona en mi cabeza cuando mi padre muriera. No era algo que deseaba. Había perdido a mi madre cuando era muy pequeño y fue algo que me afectó demasiado. No la tuve en los momentos más importantes. La coronación es uno de esos momentos importantes, Piper, y mi padre jamás habría podido estar allí, porque un príncipe solo hereda la corona cuando su padre ha fallecido. Para mí la corona representaba la muerte, su muerte.
Un escalofrío recorrió a Piper.
―Entonces, tu padre ha...
Él agitó la cabeza y, después de dejar escapar un largo suspiro, se enfocó en ella una vez más.
―Después de su última operación se vio afectado cognitivamente. Le diagnosticaron un alzhéimer temprano. Él consideraba que ya no estaba capacitado para cumplir con sus responsabilidades como antes, así que después de un largo y agotador proceso hicimos la regencia permanente.
―Lo lamento.
―No es que esté feliz con lo que ocurre respecto a la salud de mi padre, pero con medicamentos continúa siendo el mismo. Además, estuvo en mi ceremonia de coronación. De algo lamentable surgió algo bueno.
―¿Cómo es que no le temes ahora? ―su pregunta fue tan brusca y repentina que le sorprendió a ella misma.
―¿Temerle a qué?
―¿A la corona? ¿Cómo haces para que ya no sea tan intimidante?
―Lo sigue siendo y lo seguirá siendo hasta el último día. Cuando a Simon le toque llevar esta responsabilidad, también le intimidará. A sus hijos les pasará igual. Portar la corona representa muchas cosas. Llevas contigo a tu gente y sus necesidades. Echas sobre tus hombros un gran peso. La gente piensa que formar parte de la familia real es un disfrute y despilfarro de dinero. No es de extrañar que sea así cuando, años atrás, era la imagen que yo mismo le daba al mundo. Sin embargo, detrás del apellido y los palacios elegantes existe una familia que, aunque es igual al resto, tiene un deber moral con el pueblo que dirige.
En silencio, Piper intentó procesar sus palabras, pero él no le dio el tiempo necesario pues la interrumpió casi al instante.
―Quisiera hacerte una pregunta.
Ella asintió y esperó. El rey parecía tomarse todo el tiempo del mundo para pensar muy bien las palabras que utilizaría.
―¿Por qué le temes tú a la corona?
Piper se llenó los pulmones de aire. Se había cuestionado aquello montones de veces, pero una sensación completamente diferente anidó en ella al escucharla de alguien más.
―Representa un punto final para la vida que había planeado para mí. Aceptar quien soy y las responsabilidades que acompañan el título implica tomar decisiones, y me sienta fatal equivocarme, en especial cuando ocurre tras haber estado segura que había tomado la decisión correcta. Nunca he tenido que hacerme cargo de algo tan importante. Por mí misma soy un desastre. Descubrir cómo fallecieron mis padres me desenfoca. Me cuesta decidir qué hacer. No quiero perder el legado de mis padres, pero no sé si tenga el valor de enfrentarme a tantas responsabilidades. No sé cómo podría.
Charles la vio ahogarse con la confesión de sus palabras, pero no le dijo nada. Se vio reflejado en ella, muchos años atrás, y aquello le despertó una profunda empatía que le admitió con un asentimiento.
―Toco violín ―le soltó de golpe, seguido de una exhalación, como si hubiese estado conteniendo la respiración―. Soy buena. No me considero un prodigio, pero sí buena y dispuesta a aprender. Él violín no es solo un instrumento que me apasiona. No le he dicho a nadie lo que, además, representa. Es mi manera de mantener el control. Si presionas demasiado la cuerda y mueves el arco despacio, el ruido parece un crujido. Si muevo el arco muy rápido y ejerzo poca presión, solo se escuchará un silbido agudo. La precisión y la concentración son claves vitales, pero desde que volví a Dinamarca me cuesta tocar una pieza entera. Apenas puedo completar algunas líneas, y antes ni siquiera necesitaba mirar la partitura. Ya no tengo control del instrumento.
―Lo que significa que tampoco tienes control de ti misma ―completó él.
―Tal vez ―dijo ella con un hilito de voz, como si le avergonzase admitirlo.
En silencio, el rey se limitó a asentir una y otra vez mientras la miraba. Se rascó la barbilla con el pulgar derecho e inclinó levemente la cabeza hacia un lado.
―«No sé». «Tal vez». «Soy un desastre». «Desenfocada» ―comenzó a señalar palabras específicas que había dicho ella―. Hay un especial sabor agridulce en todo lo que implica, ¿no es así? ¿Qué te hace pensar que fallarás?
―No estoy preparada. No sé nada sobre...
El rey se echó a reír, interrumpiéndola.
―No pretendo burlarme. No es esa mi intención ―el rey volvió a cruzar los brazos sobre la mesa―. Es ese constante «no sé». Me recuerda a la mujer con la que me he casado.
―¿Por qué?
―Anna no proviene de ninguna familia noble, sino de una sencilla pero bastante alocada familia que prosperó mediante muchos sacrificios. No estaba acostumbrada a los vestidos elegantes, palacios o cenas diplomáticas. Le tomó algo de tiempo adaptarse. Incluso a pesar de todos los años que han transcurrido, continúa representando un reto para ella.
―Yo nací en familia noble, pero no he puesto en práctica lo que se me enseñó en mucho tiempo.
―Así que esta experiencia es como iniciar de cero, exactamente lo mismo que sucedió con Anna.
Piper echó un rápido vistazo hacia la familia. Anna estaba sentada sobre una silla de playa con un niño de alrededor de dos años envuelto en sus brazos mientras observaba a Riley jugar con los trillizos. Frunció el ceño ¿Pero de dónde había salido ese niño?
―Se llama Caleb ―respondió el rey como si hubiese leído su mente―. El más pequeño.
―No lo vi al llegar.
―Dormía. Duerme mucho.
Anna agitó el cabello castaño del niño y le dio un beso en la frente. Una punzada de envidia hizo que su estómago gruñera. Su madre jamás podría volver a besarle la frente o juguetear con su cabello. Pensó que se había resignado a ello, pero su realidad era otra. Deseaba sentir los brazos de su madre, sus caricias y su cariño. Deseaba su consuelo más que cualquier otra cosa en el mundo.
―Sé que la extrañas ―la voz del rey la trajo de vuelta―. Nadie puede comprenderte mejor que yo en este momento.
―Mi madre no va a volver ―espetó con rudeza―. La echo de menos, pero echo aún más de menos el recuerdo de su rostro.
Piper pasó sus manos temblorosas por su rostro para asegurarse que no hubiese estallado en llanto. Su cuerpo estaba sobrecargado de emociones desde los últimos días y solía fallarle constantemente. Dolores de cabeza, llanto involuntario. Un completo desastre y falta de control de sus impulsos.
―No sé qué se requiere para ser un buen líder o tomar las decisiones correctas ―soltó ella―. Soy una niñita de dieciocho años que acaba de llegar de otro país donde ha ido dejando sus orígenes en un cajón con el paso del tiempo. La corona no importaba. Estaba fuera de mi futuro, pero...
―Si no te importara, no hubieses tomado el riesgo de venir hasta aquí.
Sus palabras la llevaron a un limbo temporal. Sintió como si hubiese frenado de golpe después de haber sobrepasado el límite de velocidad durante horas.
―¿No has pensado que tal vez te sientes agobiada porque ves la responsabilidad de la corona como algo que solo debes hacer tú?
―Es que es así.
―¿Por qué lo crees?
―Porque soy la heredera.
―Ciertamente lo eres, ¿pero es solo tuya la responsabilidad? ¿Puede un rey, o en tu caso una reina, gobernar por sí mismo un país?
―No.
―¿Entonces qué te hace pensar que este es un viaje en solitario?
Señaló rápidamente con el pulgar a su familia.
―Ellos están en el mismo barco que yo. Mi esposa, mis hijos, mis padres y mis hermanas. Como es un barco muy grande, también están a bordo los miembros del Parlamento, mi equipo de trabajo, que no peca de ser pequeño, mi mejor amigo que, además, es el jefe de seguridad. Es un gran equipo, un extenso y diverso equipo. Tú y yo llevamos la corona, pero todos y cada uno de ellos juegan un papel igual de importante. Anna es mi soporte más fuerte. No es solo mi esposa, sino también mi compañera y amiga. Cuando llego a casa, cargado de tensiones y preocupaciones, me basta verla y ver a mis hijos para saber que todo puede mejorar y que poseo las herramientas para lograrlo. Creo que eso es lo que te hace falta, Piper.
Ella frunció el ceño mientras hacía una mueca de burla.
―¿Una esposa?
Él puso los ojos en blanco, y después simplemente se echó a reír.
―Un soporte.
Piper pensó en su tía, pero casi al instante descartó aquella posibilidad. Era su familia y había hecho todo lo posible por salvarle la vida, pero una parte egoísta de ella no podía dejar de sentir que la había abandonado y mantenido en la sombra de la realidad. Tal vez si lo hubiese sabido todo desde el principio no habría representado un choque tan fuerte para ella ¿Podía contar con su tío o su primo? Improbable. Maude estaba en Inglaterra, poniendo en marcha el futuro que diseñó para ella. Sabía que podría ser su apoyo a la distancia, pero dudaba que eso fuese suficiente. Su abuela de había quedado en Tórshavn y no estaba segura de cuando regresaría.
También estaba Riley, pero él solo era su guardia, no su amigo. Tarde o temprano se cansará de sus constantes quejumbres y pesares. Por ahora, no contaba con un soporte inmediato.
―¿Y si no lo tengo? ¿Qué hago entonces? ―inquirió ella.
―Todos tenemos un soporte. A veces nos toma tiempo reconocerlo. Siempre tuve a mi padre a pesar de haberme desviado del camino. Anna estuvo a mi lado a pesar de que en un principio parecíamos enemigos.
―Mi relación con mis tíos en estos momentos no es exactamente la adecuada, apenas y conozco a mi primo y mi abuela de quedó en las Islas Feroés. Mi tía ni siquiera sabe que he salido. Evita hablar conmigo sobre los temas importantes y tiende a mantenerme al margen.
―Su hermano fue asesinado junto a su esposa. Lo único que quedó de ellos fue su pequeña hija de ocho años. Había una posibilidad de que su asesino estuviese buscándote para asesinarte también. Tomó una difícil decisión que te mantuvo con vida.
Piper puso los ojos en blanco.
―¿Has venido por mi consejo, no es así? ―indagó el rey―. Si quieres que los demás comprendan tu punto, debes intentar comprender el de ellos. La misma historia puede ser contada por diferentes bocas y ninguna será similar porque siempre tendrá el punto de vista de su narrador.
―Comprendo por qué lo hizo. Es solo que...
Piper gruñó mientras entrelazaba sus manos. Comenzó a dar pequeños golpecitos sobre la mesa.
―¿Tenían que mentirme? Sabía por qué mis padres estaban en un ataúd. Estaban muertos ¿Pero cómo? ¿De qué murieron? Hice tantas preguntas hasta que me falló la voz. Nunca obtuve las respuestas que quería y eso me enfurece. Tenía derecho a saber.
―Necesitas trabajar con tus emociones. Formar parte de la familia real implica saber controlar los impulsos y manejar los sentimientos y emociones. A simple vista parece una imposición injusta, pero es necesaria. Manejar los impulsos no implica no sentir, sino tener control propio. Al final, no beneficia a nadie más que a ti.
―Mi control de impulso es muy pobre.
―¿Me creerías si te digo que el mío solía ser igual? ―señaló la pequeña cicatriz en el hombro, invisible por la camisa―. Recibí un disparo hace años. Un familiar y yo tuvimos una pequeña discusión cuando la herida estaba abierta y caí en ciertos impulsos violentos que empeoraron mi situación. De haber aprendido a controlar mis impulsos de manera prudente, los resultados hubiesen sido otros.
―Tiendo a ser impulsiva y a no pensar en las repercusiones de mis acciones. También soy impaciente y bastante quisquillosa.
―Esas cualidades pueden tornarse en algo positivo. Ser impulsivo e impaciente puede llegar a ser las cualidades que más se repitan en un rey. A veces queremos actuar de manera inmediata y saltarnos el tedioso protocolo de las leyes y que algo sea aprobado al instante. Pero hay que aprender. Los procesos legales están diseñados de esa forma con un propósito específico. Un proyecto de ley puede beneficiar o perjudicar a la población y eso es lo que se analiza mediante distintas vistas. Por eso es importante conocer a tu equipo de trabajo. No obstante, no implica que encontrarás gente partidaria y colaboradora. Algunos actuarán basados en sus propios convenios y beneficios. Serán un gran dolor de cabeza que deberás aprender a tolerar.
―Los políticos suelen dar dolores de cabeza.
Él se echó a reír.
―Eso es cierto. En situaciones como esas debes tener tus valores definidos. Saber cuáles son tus ideales y qué estás dispuesta a defender. No todas las decisiones que tomes agradarán a la gente, pero debes estar segura de están basadas en el mejor bienestar para todos. El sistema parlamentario nos limita, pero aun así somos quienes portamos la corona. La responsabilidad continúa estando ahí. Aunque es un trabajo duro, las recompensas son gratificantes.
Escuchó su propia voz abandonar un recoveco de su mente. «¿Qué obtenía la princesa al cuidar de los dragones?»
―¿Qué pasaría si la gente no desea mi regreso? Mi tío se ha hecho cargo por años mientras yo estaba ausente. Podrían considerar que abandoné mi título.
―No encontrarás simpatizantes en todas partes, es una de las cosas a las que debes acostumbrarte. Hablarán mal de ti y juzgarán tu desempeño. Sin embargo, si tu trabajo es honesto y te muestras al pueblo genuinamente, permitiéndoles demostrar que tu convicción es sincera y que, además, trabajas por lo justo, lo demás se abrirá camino.
―Eso es lo que obtiene ―susurró para sí misma.
Aunque no le había dado una contestación específica, él le había ayudado a encontrarla. La satisfacción de un trabajo realizado con amor, respeto y responsabilidad. Aquello era lo que obtenía la princesa al cuidar de sus dragones: la oportunidad de mejorar su calidad de vida con su dedicado trabajo y amor hacia su pueblo.
Riley se aclaró la garganta para llamar la atención de ambos. No tenía buena cara, como si acabasen de darle la peor noticia del mundo. Cuando vio que sostenía su teléfono y que se lo extendía con un atisbo de urgencia, supo que las malas noticias serían para ella.
Presionó el teléfono sobre su oído y la agitada respiración al otro lado de la línea se convirtió en gritos al escucharla hablar.
―¡AHORA SÍ, PIPER ADELAINE ELISABET THORHILD! ―vociferó su tía―. ¡CRUZASTE UN LÍMITE Y TENDRÁS MUCHOS PROBLEMAS POR ELLO!
Pero en serio, ya da bastante miedo cuando te llaman por tus dos nombres (si tienes dos), ¿se imaginan lo que es que te regañen y te llamen por tus cuatro nombres? Que la Fuerza te acompañe, querida Piper.
Próxima actualización: martes, 18 de junio.
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