Capítulo cuatro.
"Nos abrimos a los demás reduciendo la desconfianza. Nos trae un sentido de conexión con los otros y el sentido de propósito en la vida"
—Dalai Lama
Para el momento en que Riley salió de su habitación a las cinco y treinta de la mañana, las cortinas de la sala, el comedor y el gran salón continuaban cerradas. Varios haces de luz donde vio bailar virutas del polvo sacudido penetraron a través de la ventana cuando las hizo a un lado. Avanzó por el pasillo que, iluminado por la luz del día, había perdido su siniestro aspecto de corredor sin luces. Elinor debía mandar a reparar el problema de la electricidad pronto si quería que aquel lugar fuese habitable.
Le tomó poco más de cuarenta minutos recorrer cada pasillo de los tres pisos minuciosamente para asegurarse de que el lugar mantuviese su calma y seguridad.
Esa era la mañana más tranquila en días.
Había transcurrido una semana desde la reunión de la duquesa y la princesa en la biblioteca, pero aún le parecía escuchar los gritos y el llanto de la chiquilla; un grito desgarrador que reflejaba una inmensa pena, como si se hubiesen adherido a su propia piel. En los momentos de silencio o de más frío, le venía a la memoria ese recuerdo.
No era muy dado a la empatía. Supuso que esa había sido herencia de su padre, el descuidado hombre de negocios que al separarse de su madre hacía cerca de quince años olvidó que tenía un hijo que esperaba verlo en sus cumpleaños, sus actividades escolares o tan siquiera en una de las muchas festividades que trae el año. Pero el dinero cambiaba a la gente, y en esa ocasión lo ayudó a ver cómo era él en realidad: un ambicioso interesado que no le importaba su familia. A él, por el contrario, le importaba demasiado.
Su madre volvió a casarse dos años después del divorcio. Alan era un buen hombre, aunque en ocasiones discutían pues sus puntos de vista solían ser muy distintos, pero no podía quejarse de que era un mal marido. Amaba a su madre, cuidaba de ella, aceptó al hijo de otro y le dio dos propios: Jack y Noah, sus hermanos menores.
Se había marchado de casa hacía poco más de año y medio, cuando acababa de cumplir los veintidós. Luego de haber creado vínculos tan fuertes con su nueva familia, sin dejar a un lado el rencorcillo que le guardaba a su padre por haberlo abandonado, le resultó un poco difícil empezar una nueva vida en un nuevo país. A pesar del tiempo transcurrido, seguía preguntándose si había tomado la decisión correcta. Después de todo, había aceptado aquel trabajo para huir del padre irresponsable que muchos años más tarde decidió volver para reconciliarse con su único hijo. Solo con el recuerdo sentía que la ira lo engullía.
Cuando entró al comedor para su segunda ronda, la duquesa estaba sentada a la mesa bebiendo café. Aunque siempre lucía elegante y espectacular, esa mañana parecía que los años se le estuviesen viniendo encima. Una sombra oscura de preocupación le bordeaba los ojos cansados.
―Buenos días ―le dijo solo por cortesía. Era obvio que ella no lo veía de la misma forma.
La duquesa levantó el rostro e intentó esbozar una sonrisa.
―Buenos días, Riley ¿Ya has desayunado? ―señaló la bandeja sobre la mesa―. Tengo un plato extra.
―¿Se negó a desayunar otra vez?
La mujer aguardó en silencio mientras meditaba si tomar otro poco de café o no. Al final, optó por devolverlo a la mesa.
―Estoy comenzando a preocuparme ―la duquesa jugueteó con sus dedos mientras chocaba los dientes―. No quise que su comportamiento me levantara una voz de alerta los primeros días. Lo consideré normal. No puedo esperar que Piper acepte de un día a otro la verdad sobre la muerte de sus padres, pero ha pasado una semana. Apenas come, se la pasa todo el día durmiendo, si es que está durmiendo, y no sale de la habitación. Cuando intento hablarle, se queda en silencio y espera a que me vaya. Si tardo demasiado en hacerlo, me pide que la deje sola.
La duquesa comenzó a golpetear los dedos contra la mesa ¿Se habrá dado cuenta ella que lo mismo hacía su sobrina?
―¿Crees que hice bien? ―la oyó preguntarle―. Apartarla de la vida amena que tenía en las Islas Feroe y destruir su vida.
―Por más que duela una situación así, ella tenía que saber la verdad.
―Lo sé muy bien, pero eso no alivia su dolor ni el de la familia. Cuando la veo así, la idea de su abdicación me parece cada vez más tentadora por momentos. Podría tener una vida tranquila
―No te preocupes tanto. Se repondrá.
La duquesa lo miró fijamente con el ceño fruncido.
―No lo entiendes. No es tan sencillo como decir «se repondrá». Es una niña.
―No es una niña ―sentenció él―. Nadie nace pidiendo que cosas malas ocurran. Solo pasan. Tiene que aprender a sobrellevar la verdad y el peso que conlleva conocerla. Es la heredera de un país, por el amor a Dios.
La duquesa asintió. Movió la silla junto a ella para abrir un espacio.
―Ven aquí. Siéntate conmigo.
Riley contuvo un suspiro de frustración, tan solo se limitó a obedecer. Se desplomó en el asiento y esperó a que la duquesa no objetara por su manera de sentarse. Él contuvo la respiración cuando ella le dio un apretón de manos.
―Te conozco desde hace mucho tiempo. Tu padre y yo éramos... ―torció la boca mientras pensaba en una palabra apropiada―. Complicados, supongo, pero hubo un tiempo en que nos llevábamos bien. Podría decir que éramos buenos amigos. Cuando viniste a mí huyendo de él, aunque me pareció infantil y algo esquivo de tu parte, prometí que te ayudaría ¿Sabes por qué?
―No.
―Porque sentí que estabas emocionalmente cargado. Comprendí lo difícil que era para ti reencontrarte con tu padre después de todo lo que sucedió ¿Cuántos años han pasado de eso?
―Quince años ―respondió de inmediato.
―Tu herida aún no sana, ¿cierto?
Riley se removió inquieto en el asiento.
―No.
―Y es porque se trata de tu padre, un hombre al que amaste y admiraste. Solo por eso sigue doliendo. Ahora imagina como debió ser para una niña de ocho años perder ambos padres un día y al siguiente ser lanzada fuera de un país al que no volvió después de diez años solo para enterarse que fueron asesinados y que tal vez querían hacerle lo mismo a ella. Si puede ser peor, no recuerda nada de lo sucedido. Despertó un día y su familia le confesó que había estado viviendo una mentira. Debe sentirse dolida, enojada, rechazada y traicionada ¿Cómo te sentirías tú?
Un escalofrío recorrió la columna de Riley.
―No lo había pensado de esa forma ―admitió.
La duquesa le dio dos golpecitos en la mano antes de apartar la suya de la de él.
―A veces nos ahogamos con nuestro propio dolor y amargura y olvidamos que los demás también tienen la capacidad de sufrir.
Él no supo cómo responder. Por supuesto que tenía razón, y la forma en que ella le había hecho abrir los ojos tuvo un efecto similar al de un balde con agua helada cayéndole encima. No había supuesto ni por un instante lo que implicaría para la chiquilla saber la verdad. No era bueno poniéndose en los zapatos de otras personas para comprender sus sentimientos. Solo daba por hecho lo que su parte racional le dictaba: que debía madurar y enfrentarse a la realidad de su vida porque tenía un país que gobernar.
―Sé que Piper no te agrada ―le dijo la duquesa―. Su carácter es complicado y su forma de actuar es bastante...
―¿Irreverente?
―Brusca ―especificó la duquesa.
―A mí me parecía caprichosa.
―Todo lo que tenga que ver con la realeza te parece un capricho.
―Me parece que los títulos nobiliarios otorgan el poder de arruinar la vida de otros menos afortunados. Lamento que tenga que decir esto, Elinor, pero tu sobrina no tiene el temple de una líder.
―Tú no tienes el temple de un guardia y mi esperanza jamás te ha abandonado. Tal vez si pudieras entender que Piper solo necesita alguien que la guie y la apoye, en lugar de señalarla y criticarla constantemente, las cosas podrían mejorar. Créeme. La niña que abandonó Dinamarca y la jovencita que regresó no son la misma persona. Sé que ahora parece débil e inadecuada, pero solo necesita tiempo y apoyo.
―¿Por qué siento que estás pidiéndome un gran favor?
―Por favor ―le imploró en tono desesperado―. Intenta llevarte bien con ella. Puedo manejar tu tacto exasperante porque estoy acostumbrada a él, pero eso es lo menos que mi sobrina necesita en este momento. Te asigné como su guardia personal porque confío en ti y sé que la mantendrás a salvo de cualquier amenaza física. Es la parte psicológica y emocional la que me inquieta. Tu falta de tacto ahora mismo es fatal para ella.
Riley bufó.
―Pídeme que no respire. Es un poco más sencillo.
La duquesa lo reprendió con la mirada.
―Riley Sullivan, ¡tienes veintitrés años! Deberías comportarte como un adulto.
―Bueno, está bien ―aceptó, rendido―. Lo voy a intentar.
―Es lo que espero ―señaló la bandeja―. Puedes ingerir lo que quieras. Debo llamar a mi madre y prepararme para sus gritos. Se enfadará cuando sepa que no le he dicho a Piper sobre la conmemoración.
A Riley le tomó unos segundos comprender a qué se refería.
―¿Es esa fiesta que hacen para conmemorar a tu hermano y a tu cuñada?
―Así es. Este año ocurre en el cumpleaños de Piper. Si esta no es una terrible broma del destino, no sé qué lo sea. Pensé que podría servir como su presentación oficial, pero no aceptará dado el estado en el que se encuentra.
―¿No has intentado hablarle un poco, digamos, fuerte?
―¿Querrás decir discutir con ella? ―la duquesa puso los ojos en blanco, y Riley estuvo a punto de echarse a reír. No se esperaba un gesto semejante de aquella elegante mujer―. No has visto como está, ¿cierto?
Riley agitó la cabeza.
―No importará cuanto le grite. No reaccionará.
La vio trazar un círculo con el índice derecho sobre la mesa mientras pensaba.
―¿Puedo hacerte una pregunta?
Ella lo miró y le mostró un gesto de desconfianza.
―¿Qué?
―Si tanto te importaba Piper, ¿por qué nunca fuiste a verla?
―La respuesta irracional por miedo. Temía que el asesino llegase hasta ella a través de mí. Con mi llegada, se abría una brecha de la seguridad para permitirme la entrada. No me di cuenta del error hasta que la vi, y temo que puede ser tarde.
―¿Por qué?
―Para ella solo soy parte de la familia que la abandonó, y lo hice. Markus tiene una excusa un poco más válida. Era el regente ¿Yo? Sólo sucumbí ante el miedo.
―El miedo provoca conductas atípicas en cada uno de formas diferentes. Creíste que la protegías.
―Pero no lo hice. Es posible que merezca su rechazo.
La duquesa se levantó del asiento y marchó por el pasillo. Riley imaginó que se dirigía a la biblioteca. Una vez que la perdió de vista, todo su cuerpo, que había estado acumulando una gran cantidad de tensión sin que se percatara de ello, se desplomó aún más en el asiento. Con toda esa locura, encarar a su padre parecía pan comido ¿Los reyes asesinados, su hija exiliada, un asesino sin nombre, un país dividido entre una regencia y una proclamación? Sí, enfrentar a un padre que optaba por el abandono le parecía más sencillo.
Un sabor agridulce se le formó en la boca al comprender que la duquesa tenía razón. Su intento por huir había sido infantil y esquivo, aún más si consideraba que era un hombre adulto de veintitrés años. Pero a veces actuaba más como un niño que como una persona madura y responsable. Y tal vez, tanto él como su tacto frío, habían sido injustos con la chiquilla.
Riley observó la bandeja sobre la mesa. Desde luego no estaba pasándola bien. Desde que se topó con ella en aquel oscuro pasillo, la chiquilla había dejado estipulado como era su carácter: volátil, curioso, impaciente. No se andaba sin rodeos, tenía una idea en mente y no temía expresarla. Segura de sí misma, pero insegura al mismo tiempo. Bonita. Pero todas esas características parecieron quedar en el olvido de un momento a otro. Los pasillos estaban silenciosos, la casa cubierta por una neblina lúgubre. El ambiente de una familia en pena. Un tormento muy grande debía estar resguardado dentro de sí cuando ni siquiera la comida podía caber dentro de ella.
Por primera vez en días, cuando las ideas se aclararon en su mente y fue capaz de usar unos minutos los zapatos de ella, sintió lástima por la chiquilla.
Puso los ojos en blanco y dejó escapar un gruñido. Era mucho más sencillo cuando no establecía lazos de empatía con nadie. Al menos es lo que había aprendido después del abandono de su padre. Pensar que solo él era capaz entender cómo se sentía le había ayudado a no identificarse con nadie más, a centrar para sí sus emociones y evitar interferir en la vida de los demás o que, en este caso, la vida de alguien lo hiciera con la suya.
Haber desarrollado un poco de empatía por la situación de la chiquilla le hizo sentirse responsable y culpable. Antes de que pudiera darse un alto, se vio cargando con la bandeja de comida escaleras arriba ¿Qué era lo peor que pudiese pasar? ¿Qué le estampara el desayuno en la cara? Por favor.
De pie frente a la habitación, se las ingenió para sostener la bandeja con una mano mientras tocaba la puerta ¿Cómo podría alguien decir que en el interior de esa habitación dormía una persona? No lograba oír nada.
―Su Alteza ―la llamó.
Sólo el silencio fue su respuesta. Tal vez estaba dormida, o solo esquivando a cualquier visitante. Pero, ¿qué estaba haciendo él de todos modos? ¿Qué iba a lograr con aquella tontería? Aun así, aguardó por algún indicador que la alertase de su presencia y le permitiese entrar.
Nada.
Ya había dado media vuelta cuando escuchó el sollozo. Era algo casi silencioso, estrangulado, como si hubiese intentado esconderlo. Riley sintió una punzada de lástima que no pudo ignorar. Volviendo sobre sus pasos, tocó la puerta otra vez.
―Su Alteza, ¿puedo pasar?
―¡Déjame tranquila!
Él hizo una mueca. Al menos contestó. Debería contar como un avance.
―Le traje el desayuno.
Pasaron unos segundos hasta que ella respondió:
―No tengo hambre.
―Ni siquiera ha visto lo que hay en la bandeja ―ladeó un poco la cabeza―. En teoría yo tampoco ¿Debería revisar?
―Riley, por favor, déjame sola.
―¿Una semana no ha sido suficiente?
―¿Qué te importa? ―gruñó ella.
―Le importa a su tía. Está preocupada por usted.
―Dile que me viste y que estaba bien.
―¿Quiere que le diga como la vi? Muy bien, le diré como la vi.
Sin darle tiempo a responder, giró el picaporte y abrió la puerta de un empujón. La habitación estaba a oscuras a pesar de ser temprano en la mañana y se debía a que las cortinas estaban cerradas. La ropa estaba esparcida por la habitación, acumuladas en todos los rincones disponibles. La cama hecha un desastre albergaba a una chiquilla hecha un ovillo en el lado izquierdo del colchón. Al percatarse de su presencia, Piper dio un salto hasta quedar sentada. El cabello corto y oscuro estaba hecho un desastre.
―¿Pero qué pasa contigo? ―se levantó de la cama―. No dije que podías pasar.
―Quería que le dijera a su tía cómo la encontré―hizo un espacio en la pequeña mesa junto a la cama para colocar la bandeja―. Para decirle debo verla primero, ¿no es cierto?
―No estoy de humor para tus tonterías. Vete de mi habitación.
Pero él no la obedeció. Le dio un segundo vistazo al reguero de su habitación.
―Me fascina lo que ha hecho con el lugar ―le dijo. Se acercó hasta la ventana y corrió la cortina para iluminar un poco el encerrado espacio―. ¿Es así como decoraba la suya en las islas?
Riley se volteó, y se topó a la ojerosa chiquilla a muy pocos pasos de él. Tenía los ojos levemente cerrados, gesto que expresaba la molestia ante el contacto con la luz. Cuando ellos se acostumbraron a la nueva luminiscencia, Riley fue capaz de observar el brillante iris gris que bordeaban sus pupilas. Eran muy claros, casi transparentes, como la brillantez plateada de la luna: una luna clara, tan clara como los rayones que iluminan en cielo nocturno. Cuando la vio por primera vez en el pasillo, habría jurado que eran azules. Le pareció curioso como sus personalidades eran capaces de chocar y aun así compartir el color de ojos. Desde luego, los suyos eran diferentes. Más claros, más intensos, más bonitos.
Se removió un poco ante semejante pensamiento. Agitó la cabeza con rapidez y se deshizo de la idea al instante.
―Me parece una falta de respeto que entres a mi habitación y abras la cortina sin mi autorización ―protestó ella.
―Le traje el desayuno ―respondió él.
―Te dije que no tenía hambre.
―Dígame algo ¿A caso cree que el ser humano se alimenta de aire?
Piper soltó una maldición mientras levantaba las manos por encima de su cabeza. Riley no supo si estaba enfadada por su presencia o por su impertinencia. Supuso que ambas. La voz de la duquesa acudió a su mente. «Intenta llevarte bien con ella», le había pedido.
Curso breve de empatía, dijo en su mente. Pregúntale cómo se siente.
―¿Se encuentra bien?
Cuando la chiquilla se volteó hacia él y lo miró a los ojos, supo que aquella pregunta había sido la peor de todas.
―Acabo de enterarme que mis padres fueron asesinados y que la persona que lo hizo probablemente me quiera muerta también. Pero estoy bien ―le escopeteó una risita falsa―. Gracias por preguntar, compañero.
La chiquilla se dejó caer sobre la cama mientras se presionaba la cabeza con ambas manos.
―Diez puntos menos para Slytherin ―musitó Riley para sí mismo.
¿Esperaba otro resultado? Con lo poco empático que había sido con ella desde el inicio, le había sorprendido que tuviera si quiera la iniciativa de intentarlo. Ese fracaso le dio a entender que era mejor desistir en la idea.
Estuvo a punto de abandonar la habitación cuando la escuchó llorar.
Fue un sonido bastante agudo, casi ensordecedor, que le llegó a lo más profundo del alma. Le hizo recordar el estado de su madre después del divorcio. Solía llorar todas las noches en su habitación. Ella creía que no lo escuchaba, pero lo hacía, y ese recuerdo siempre conseguía que odiara un poco más a su padre.
Pero el llanto de la chiquilla no era como el de su madre. Danya lloraba la pérdida de un hombre que la dejó sola con un niño; niño que, años más tarde, obtuvo en otro hombre la figura paterna que necesitaba. Tuvo una nueva familia, una nueva oportunidad.
Piper lloraba por sus padres, por una pérdida irreparable y una ausencia perpetua. Y con una verdad recientemente descubierta, el dolor de esa pérdida debió volverse insoportable.
Riley cerró los ojos con fuerza y deseó que dejara de llorar. Deseó poder hacer algo. Deseó conocer un gesto amable que aliviara un poco la pena de la familia, pero en ese momento no se le ocurría remedio alguno.
Retrocedió con cuidado, en silencio, y detuvo su andar hasta que se encontró de frente con ella. Sostenía la cabeza entre sus manos, mientras movía los hombros al ritmo del llanto. Se agachó hasta hallarse a su altura.
―Oye... ―le susurró. Se aclaró la garganta para continuar―. Perdone, no quise tutearla. Yo solo...
―Riley, por favor ―gimoteó ella. A él le costó un poco entender su voz―. Déjame sola.
―¿No cree que compartir el dolor es mejor que cargar sola con él?
―¿Y a ti qué te importa?
Él lo meditó ¿De verdad le importaba? Supuso que ni siquiera él, a pesar de su actitud inmadura y su tacto frío, podía burlarse de una situación así.
―Conocí a una mujer que también sufrió una pérdida ―comenzó a decir él―. A ella le gustaba encerrarse para llorar. No quería que nadie más viera su sufrimiento. Supongo que pensó que podría lidiar con él por sí misma.
Esperó por algún cambio en ella, pero al no hallarlo decidió continuar.
―Por mucho tiempo creyó que el mundo se le estaba cayendo a pedazos. Cargaba una gran responsabilidad sobre sus hombros y tenía que enfrentarse a un futuro incierto. Le asustaba tomar las decisiones equivocadas. La vida de una persona dependía de ella. Tenía que hacer las cosas bien. Poco a poco su mente fue aclarándose y comprendió que compartir sus miedos y su tristeza hacían de sus responsabilidades una tarea más sencilla. Encontró apoyo.
La chiquilla levantó la cabeza poco a poco, y no pudo evitar compararla con una tortuga que, asustada, sale lenta y cuidadosamente de su caparazón después de haber pasado un espantoso susto. Los trasparentes ojos de ella, arropados por una gruesa capa húmeda, estaban estacionados en los de él.
―¿Cómo lo hizo? ―le preguntó.
―Aceptó sus miedos. Aceptó que le daba miedo la soledad, que le asustaba fallar en el cumplimiento de su responsabilidad. Fue sincera consigo misma y con los demás.
―Pero yo he sido sincera desde que llegué.
―Con lo que sentía antes de saber la verdad, sí ¿Ahora?
La chiquilla parecía meditarlo mientras peleaba por no echarse a llorar.
―¿Qué podría cambiar si lo digo en voz alta?
―Lo único que puede hacerse en una situación como esta: aceptarlo y enfrentarlo.
―¿Y si no quiero hacerlo?
Está asustada, pensó él.
¡Por supuesto que lo está, imbécil!, gritó otra voz en su cabeza.
―¿Quiere quedarse aquí? ―Riley suspiró, listo para aceptar un nuevo reto―. ¿Apartada del mundo para siempre? Porque si es lo que desea, me encargaré de que se cumpla.
La chiquilla asintió.
―¿Qué hay de sus padres? ¿Quiere olvidarlos?
Ella frunció el ceño.
―No tengo muchos recuerdos de ellos de todos modos.
―Entonces olvídelos por completo. Olvide que fueron asesinados y olvide que el responsable sigue por ahí. Tal vez él o ella es feliz. Tiene hijos y una bella esposa que le prepara comida caliente o un esposo adinerado que le da la vida que no debería merecerse. Mientras tanto, usted escóndase del mundo y sea miserable el resto de su vida.
El rostro de la chiquilla se descomprimió en un gesto de ira.
―¿Cómo te atreves a decir algo así?
Riley se apartó a tiempo para esquivar la bofetada.
―¿No era lo que usted deseaba? Al apartarse del mundo le estaría dando la espalda a la memoria de sus padres. Estaría olvidándose de darle justicia a sus muertes. Estaría mandando al infierno el legado que ambos dejaron ¿Quiere que con usted muera su herencia y su memoria? Porque no creo que su vida abarque muchos años si continúa sintiendo pena por sí misma. Será consumida en poco tiempo. Sus padres murieron, y comprendo que fue algo muy trágico, una experiencia muy dura para una niña, pero usted sigue viva. El asesino de sus padres sigue vivo. Su pueblo sigue vivo.
―Dejó de ser mi pueblo hace mucho tiempo ―se levantó de la cama para encararlo―. Lo único que de mí sigue siendo danés es la casa real en la que nací.
―Su casa real tiene un deber.
―Mi tío se ha hecho cargo de él.
―¿Pero es que no lo entiende? La responsabilidad no recae en él, sino en usted.
Ella lo ignoró, dándole la espalda y acercándose a la ventana. Agradecía por primera vez en días el observar el exterior, remedio instantáneo que, acompañado con la brisa mañanera, le alivió la opresión en el pecho que la agobiaba.
―Todavía no tiene la cabeza fría, por lo que tomar una decisión ahora...
―Ya la he tomado hace mucho tiempo.
―Cuando no conocía toda la verdad.
―Tienes razón, y eso es porque contar la verdad parece imposible en esta familia.
―Debería prestar atención a la otra parte de la historia, no solo a aquella donde usted estaba lejos, viviendo una vida que, entre tanto se pudo, fue buena.
―¿Quieres que te cuente la otra parte de la historia? ―le dio una mirada fiera. Sus ojos grises parecían arder en un incendio incesante que podría consumir lo que fuera―. Mis padres murieron cuando tenía ocho años. Asistí a su funeral sin recordar cómo habían muerto, con una sensación horrible en el estómago que no me dejaba respirar porque era consiente de que algo me habían arrancado sin comprender el qué. Me enviaron al norte, a un conjunto de islas frías, casi apartadas del mundo, sin más familia que mi abuela, una mujer que esquivaba cualquier pregunta sobre la muerte de mis padres. Estos últimos diez años se han sentido como un exilio, un abandono, ¿y de repente aparecen ellos pretendiendo hacer de mi vida lo que se les antoje? Diez años ¡Diez! No vi sus rostros en ese tiempo, no supe nada de sus vidas, y se aparecen para contarme una verdad que debí conocer desde un principio. Eran mis padres ¡Mi derecho era saberlo! Basaron mi vida en una mentira ¿Qué parte de la historia te estabas perdiendo tú?
La chiquilla agitó la cabeza frenéticamente.
―¿Sabes lo que se siente querer una respuesta hasta el punto de convertirse en una desesperación, una urgencia asfixiante que no parece calmarse con nada? Cada año, día con día, le pregunté a mi abuela por qué no vivíamos en Dinamarca si era mi país. Si estaba destinada a suceder a mi padre, ¿por qué debía vivir al norte, en Tórshavn, como una exiliada? Su respuesta siempre era lo misma: lo sabrás algún día. Día a día la misma respuesta, hasta que me cansé de oírla y decidí no preguntar más. Era tan agotador, tan agotador...
Se frotó las manos para neutralizar el frío de la brisa que le revolcaba el cabello desordenado.
―Ahora tengo la respuesta que quería ―le tembló la voz, como si le costase respirar―, pero prefiero la mentira, porque es de esas verdades que te rompen.
La vio morderse los labios para contener el llanto, y una parte de él sintió el frío de sus palabras, sintió el dolor que transmitían, instalándosele en la barriga hasta provocarle un terrible cosquilleo.
―Lo lamento ―le dijo. Se aferró al silencio un instante mientras la observaba, asintiendo con la mirada fija en el exterior―. Supongo que tenía la historia incompleta.
―Bueno, ahora sabes cómo me siento.
El rostro de la chiquilla se descomprimió en un gesto de pena. Cruzó la habitación arrastrando los pies, pasándole por el lado sin mirarlo.
―Todo esto es un desastre ―volvió a desplomarse sobre la cama mientras enredaba los dedos en su cabello―. Siento que la cabeza me va a estallar.
―¿Quiere que le traiga un analgésico?
―No creo que exista algo lo suficientemente fuerte para adormecer el dolor, pero gracias.
―Debería comer un poco. Puede que le ayude.
Piper se limitó a asentir. Después, habló.
―¿Por qué, si tanto te desagrada todo esto de la realeza, estás trabajando como guardia?
―Por la...
―Basta de bromas ―se puso de pie, interrumpiéndolo―. No es por la paga.
Ella esperó por una respuesta. Al no obtenerla, continuó hablando.
―¿Qué clase de guardia pasa por encima de la persona a quien debe obedecer? Entraste a mi habitación, corriste la cortina. Vienes y me hablas como si tuvieras el derecho a enfrentarme ¿De verdad quieres que piense que estás aquí solo por la paga?
Él se encogió de hombros.
―Mi padre y su tía son amigos. Eran ―corrigió.
―¿Entonces?
―Solo le pedí trabajo.
―Y de repente sabes toda la historia de mi familia, o solo parte de ella.
―Parte de ella ―convino con un asentimiento.
―¿Por qué?
Riley se remojó los labios y retrocedió dos pasos. Dios, ella solo tenía diecisiete años ¿Cómo conseguía acorralar a la gente de aquella manera? Parecía una burla para sus veintitrés años.
―Fue un requisito de su tía. Para saber en quién confiar y en quién no.
―Solo somos nosotras dos ¿Tengo acaso algún otro familiar del que desconfiar? Mi tío, talvez. Mi primo.
―No.
―¿Le gustan los empleados impertinentes?
―¿A Elinor?
―Sí.
―No.
―¿Ah, sí?
―¿Tenía que ser un sí?
―No.
Riley echó la cabeza hacia atrás y soltó un grito de frustración.
―Si con mi renuncia termina este interrogatorio, se la daré enseguida.
―No pedí tu renuncia y esto no es un interrogatorio.
Riley rio con burla.
―Quiero hacerte una pregunta ―le dijo ella.
Una risa nerviosa se le escapó de la boca a Riley.
―Al menos esta viene con una advertencia.
Ella lo fulminó con la mirada.
―No te agrado, y probablemente tú tampoco me agrades. Si partimos de esa premisa, ¿por qué viniste?
―Para traerle el desayuno.
Piper lo miró fijamente como si estuviese imaginando que lo estrangulaba. Después, sonrió. Era una sonrisa pequeña: solo un levantamiento débil de la comisura, pero algo había en ese sencillo gesto que la hizo verse... ¿guapa? Oh, no. Aunque se reprendía por ello, no pudo evitar fijarse en la peca justo en medio de su labio inferior, como un punto café sobre la piel rosada.
―No eres un guardia común, y sé que mi tía no solo te contrató porque es amiga de tu padre. Un guardia común no habría entrado a mi habitación, no me hubiese hablado de la forma en que lo hiciste y, por supuesto ―lo señaló de pies a cabeza con el dedo índice― jamás vestiría así. No sin conocer que tengo el suficiente poder para ordenar tu arresto si tan solo lo deseara.
Riley observó lo que traía puesto. Estaba usando un pantalón gris, una camiseta negra con el estampado en blanco de una barra de estado que tenía escrito «Cargando músculos, por favor espere» y botas de motociclista.
―Elinor quería un guardia que pasara desapercibido ―se defendió.
―Fuera de palacio, sí. Dentro, se exige una vestimenta profesional. Fuiste contratado para algo más. Soy joven, no estúpida.
―Cualquier duda con respecto a mi trabajo tendrá que hablarlo con la duquesa.
Piper se cruzó de brazos.
―Ahora la llamas duquesa...
Riley frunció el ceño.
―¿Disculpe?
La media sonrisa de ella se amplió.
―Hace un instante la llamaste Elinor. La tuteaste. Solo tuteas a alguien cuando le tienes confianza, cuando la conoces ―torció un poco la boca―. O tal vez en los inusuales casos cuando te permiten tutear a alguien sin esa confianza tan necesaria, pero los dos sabemos que este no lo es.
Riley volvió a removerse con inquietud.
―Tal vez pienses que no sé escuchar, Riley, pero estás equivocado.
Cuando se atrevió a enfocar sus ojos en los de ella para infundirse valor, la capa húmeda de tristeza volvió a los transparentes ojos de la chiquilla.
―Por favor, retírate ―le pidió ella―. Puedes dejar la bandeja con el desayuno.
Se remojó los labios a prisa, y tomando la bandeja de la mesa añadió:
―Gracias.
Ella apartó la mirada y se acomodó en la cama. Riley tomó aquello como una indicación aún más inmediata que su orden. Asintió una vez, consciente de que ella no estaba prestándole atención, y marchó fuera. Una vez que escuchó la puerta cerrarse, todo su cuerpo soltó de golpe la tensión que había estado acumulando desde que entró a esa habitación. Suspiró profundo para calmarse, y sin darse cuenta una sonrisa se le estampó en la cara.
―Esa chiquilla es un peligro ―musitó para sí.
Después, marchó por el pasillo y desapareció escaleras abajo.
Próxima actualización: martes, 28 de mayo.
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