Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo cuarenta y seis.

"Cuando no puedas solo, recuerda pedir ayuda"

―Anónimo

―¡No tan fuerte! ―le gritó ella a modo de regaño―. Así no entrará.

―De repente a esta cosa se le olvida cuál es su función ―masculló él. El malhumor comenzaba a apoderarse de él.

A ella se le escapó una carcajada.

―Si no entra es porque no cabe, por tanto, no encaja ―le quitó la pieza del rompecabezas de la mano―. Es que esta no es. La mitad superior debe tener flores rosadas y la mitad inferior pasto verde lima ―levantó la pieza―. Esta tiene las hojas del árbol.

Riley se dejó caer de espaldas en el suelo de la habitación, fijando su vista en la lámpara de techo. Las aspas del abanico se movían apenas para ventilar el espacio cerrado. Los bendecía en aquella mañana fría la calefacción. Afuera, la temperatura era abominable. Lo supo por la fiereza con la que las hojas del árbol más próximo se movían y por el vaho en el cristal de las ventanas.

―No volveré a dejar que compres un rompecabezas, mucho menos uno de mil piezas. Supongo que no podías escogerte uno más sencillo.

Piper atragantó la carcajada al darle un trago al vino. Mientras lo hacía, lo observó. Llevaba tan solo en pantalón largo que había utilizado para dormir ―ella usaba la camisa de mangas largas que iba a juego― y calcetines negros, lo que le permitía observarle el torso desnudo.

Riley no tenía el físico que describían en las novelas románticas que estuvo leyéndose por primera vez en los últimos días. Tenía un vientre plano, con una pequeña barriga como el promedio, sin músculos tonificados, con la uve de su pelvis muy marcada, los hombros anchos y los brazos largos. Se había dejado crecer la barba y después de varios días era más notable. Sus cejas eran gruesas, pobladas, y enmarcaban sus ojos abiertos y su nariz perfilada. Su belleza masculina residía más en sus gestos que en sus facciones, combinándose armoniosamente, como la torcedura de sus labios finos al sonreír o el gesto divertido que se le formaba al fruncir el ceño y entrecerrar los ojos. Era simple, común, como el promedio, e incluso así le parecía el hombre más guapo que hubiese visto antes.

Una sonrisa tonta se le instaló en el rostro mientras se le acercaba. Él la miró también, atento, mientras se acomodaba junto a él con las piernas cruzadas. Descansó la mano en su pecho y la embriagó la calidez que emanaba su piel al tiempo que se deleitaba con su cercanía. Bajo su palma, el palpitar de su corazón se incrementó a medida que la deslizaba de arriba abajo. Sin despegarle la mirada, Riley acomodó la mano sobre la suya y entrelazó los dedos. Torciendo los labios para asemejar una sonrisa, condujo ambas manos tomadas, tirando de ellas para acercarla, hasta su boca, donde las presionó para besársela. Los ojos se le trasladaron después a sus pechos, que habían quedado descubiertos por el movimiento. Le soltó la mano y lo golpeó en el muslo con la palma antes de acomodarse el albornoz.

―Hablé con uno de tus empleados ―le dijo él―. Le pedí que investigaran un restaurante al que pudiésemos ir. Respeto la cultura y las tradiciones de las Islas Feroe, pero si vuelven a ofrecerme carne de ballena, voy a vomitar.

―La carne de cordero de anoche estaba deliciosa.

―No nos olvidemos de la cerveza escocesa. No creo que hubiese mejor acompañante.

Piper asintió, conviniendo.

―Casi ni te emborrachas ―comentó ella―. ¿Cuál es tu secreto?

―La práctica, min elskede ―se impulsó hacia delante hasta sentarse―. Parece que has aprendido a manejarte muy bien también.

―La práctica, min elskede.

Le dejó un beso en la frente antes de levantarse. Estiró los brazos al tiempo que se dirigía al armario para buscar qué ponerse. No tuvo que pensarlo mucho. Solo necesitó unos jeans oscuros y una camiseta roja de mangas largas.

―Tenemos que avisarle a tu tía que saldremos ―le dijo mientras se volteaba―. Creo que me puso un rastreador en la bebida cuando no estaba mirando porque siempre sabe a dónde vamos.

―Alguien de la guardia debe estar informándole.

―Sí que es peculiar la mujer. Podría buscarse un empleo como agente privado.

―Aunque puede ser a Margo a quien le estén informando de nuestras salidas y ella se lo comunica después a mi tía.

―De Margo no lo dudaría. Creo que tiene contactos hasta para hacer una reservación en el inferno.

A Piper se le escapó una carcajada. Le extendió una mano y le pidió que la ayudase a levantarse. Una vez de pie, buscó en el armario el atuendo perfecto para la cena.

―Sólo traje cinco vestidos ―dejó la copa sobre la superficie más próxima y, tomando los vestidos del armario, se los mostró. El primero era verde y el segundo negro―. ¿Cuál te gusta más?

Riley puso los ojos en blanco.

―Es una pregunta trampa a la que no voy a contestar ―llevó la ropa hasta la cama, dándole la espalda―. Si te digo que el verde, me preguntarás que tiene de malo el negro. Si escojo entonces el negro, me dirás que pienso que el verde no te queda bien. Al final, te decidirás por el opuesto al que te dije.

―Bueno, escoge entonces entre el uno o el dos.

―El uno es el verde y el dos es el negro. La pregunta trampa sigue ahí.

―¿Iremos a un lugar elegante?

―No lo sé.

―Si lo es, creo que debería usar el negro, aunque preferiría prescindir de él. Sólo lo traje por el protocolo. Debo llevar conmigo un vestido negro en caso de algún fallecimiento en la familia.

Movió la cabeza insistentemente y después, girándose a prisa, devolvió el vestido negro al armario.

―Verde será ―anunció contenta.

―Es temprano ―le recordó él―. Podemos salir de compras.

―No tengo ánimos para ir a comprar.

―¿Tampoco se te antoja un paseo por la playa? Está haciendo frío, pero nada que un buen abrigo no pueda resolver.

―Estamos a once grados centígrados. Son cuatro grados menos que en Dinamarca.

―Un paseo corto, entonces.

Piper lo miró, divertida.

―Nos hemos pasado los últimos tres días en la habitación ¿Ya te aburriste de mí?

Se volteó para encararla, con la mirada acusatoria fijada en ella. Apenas un sutil rastro de humor se observaba en sus labios torcidos.

―No de ti, pero sí del encierro. Tengo la mala costumbre de ir a un lugar nuevo y quedarme en casa. Me gustaría, para variar, dar un paseo a la isla que apenas hemos visto a través de la ventana.

―Creí que si nos quedábamos en la habitación era por el frío.

―En parte así era, pero el clima no ha querido ceder ni siquiera un poco.

―¿Paseo y cena entonces?

―A menos que quieras hacer otra cosa.

Piper negó con la cabeza mientras se le acercaba para dejarle un beso en la mejilla.

―La simple idea de salir contigo me parece una maravilla.

Él le devolvió la sonrisa antes de estamparle un prolongado beso en los labios. Durante ese instante, a él se le cortó la respiración como cada vez que la tenía así de cerca. Lo abrumaba ese dolor intenso en el pecho, como si un par de manos de hierro ardiendo se lo estuviesen oprimiendo. Después, cuando ella se le separaba por el motivo que fuese, el apenas tolerable dolor se convertía en algo irreprimible. El fuego de la separación emergía de puntos específicos en su cuerpo: la cabeza, el pecho, las manos y la barriga. Solo podía calmarse con su cercanía, y luego ese dolor intenso en el pecho volvía. Un dolor que, prolongada la cercanía, se convertía en un animoso sentido de calma.

Le aumentó la sonrisa el pensamiento y la comprensión lo atacó silenciosa, como una ola en el mar. Tenía a esa chiquilla muy clavada en el alma. Se preguntó si ella conocía el alcance de su toque. Si sabía que el haber hecho el amor no hizo más que avivar sus sentimientos por ella. Si sabía que su cariño era tal que una rápida mirada a sus ojos grises, arropados con astucia y curiosidad, le daban una paz de magnitudes incalculables como nunca nada fue capaz de hacerlo. Si sabía ella que había logrado conquistarle el corazón como si fuese una experta cazadora.

Pasó los dedos por su cabello, trazando su rizo desordenado y deslizándolo hasta detrás de sus orejas. La contempló con nada más que una mirada atenta y una sonrisa de contentura. Los gestos de tristeza y preocupación se hallaban ausentes, permitiéndole lucir un semblante dulce y alegre; permitiéndole lucir tan bella como siempre. Tal vez no como siempre. Tal vez en aquel instante, Piper era más bella que ayer o el día anterior, puede que solo ante sus ojos o los del mundo entero. Fuese como fuese, le parecía una bendición poder disfrutar de su compañía.

―Tomaré una ducha ―torció un poco la boca―. ¿Quieres acompañarme?

Piper fingió pensárselo.

―Bueno.

Acomodado sobre la arena, en la que había colocado dos toallas para que pudieran sentarse, Riley la observó correr por la orilla. No tenía los tacones puestos. Los había dejado junto a él para corretear a gusto. Se acercaba de puntitas al agua y cuando esta se le aproximaba, retrocedía corriendo para evitar mojarse los pies. A Riley casi le pareció una danza, dando pasos hacia adelante y hacia atrás, disfrazada de un juego infantil.

El sol permanecía oculto y sobre ellos el cielo se coronaba de nubes grises que amenazaban con llover más tarde. A pocos metros sonaba una música en un idioma que no comprendía, pero que evocaba el deseo de bailar. Olía a carne y vino, también a invierno por el frío.

La oyó soltar un chillido cuando el agua la alcanzó, mojándola hasta la rodilla. Se devolvió a él corriendo para secarse con la toalla. Una delgada capa de arena se le adhirió a las medias negras largas, deshaciéndose de ella al sacudirse las piernas con los dedos. Negó con la cabeza, y presionando la mano en el hombro de él como soporte, se las quitó. Estaban empapadas.

―El agua está más fría de lo que pensé.

―¿Esperabas el agua caliente?

―No, pero tampoco tan fría. Nunca pisé la playa. La abuela me permitía caminar por la orilla, pero nada más. Es que el agua siempre está fría.

―Podríamos ir a una playa en el Caribe. Puerto Rico, República Dominicana, Cuba... Eso ya nos quedaría muy lejos de Dinamarca.

―Unos once o doce días en barco, aunque el tiempo podría variar entre las paradas que podrían ser necesarias. Pasaríamos al norte del Reino Unido e Irlanda y al oeste de la Región Autónoma de las Azores.

―Supongamos que sé dónde queda ese último lugar.

―Es una región autónoma de Portugal.

―Si lo de reina de Dinamarca no te funciona, podrías ser guía turística.

A ella se le torció un poco la boca con humor.

―¿Cuándo crees que deberíamos volver a Dinamarca? ―le preguntó ella.

―¿Cuándo crees tú que deberíamos volver?

―Si te soy honesta, no lo sé. Estos días lejos de la vida de palacio se han sentido muy bien, pero últimamente me siento un poco culpable por haberme ido.

―¿Culpable por qué?

―Tengo demasiadas responsabilidades y no es correcto dejarlas a medias.

―Necesitabas un descanso.

―Puede que la gente no lo vea así.

―Puede, como puede que no. Lo importante es que estés tranquila.

El viento rugió con fuerza, lanzándole el pelo contra la cara. Piper se llevó los mechones tras las orejas mientras observaba el movimiento del agua.

―No llevamos mucho en las islas ―recordó él―. Creo que tengo una idea para aliviar esa inquietud que tienes.

Piper lo miró fijo.

―¿Cuál?

Obtuvo una sonrisa de su parte como respuesta. Se puso en pie, tomó la toalla y la sacudió. Después, le extendió la mano para ayudarla a levantarse.

―Iremos a cenar. Te cuento después.

Ya era de noche para el instante en que volvieron a la propiedad.

Riley se había enfrascado en una conversación por teléfono desde el balcón. Sentada en la cama, no pudo escuchar nada, por lo que se dedicó a observarlo. Tenía los brazos recostados del barandal de madera mientras fijaba la vista en la oscuridad del mar.

Le apartó la vista al comprender que la llamada podría tardar. Se deshizo de los tacones y los dejó en la esquina más próxima. Levantándose de la cama, se dirigió al armario para tomar su pijama. Algunos golpes a la puerta la sorprendieron con la ropa en la mano. Le echó un rápido vistazo a Riley, quien parecía no haberse percatado.

Se acercó a la puerta y preguntó quién era. Indicó que se trataba de unos guardias, y supo que era así al reconocerle la voz. Desconocía su nombre, pero sabía que era uno de los guardias daneses que habían venido con ellos.

Abrió la puerta y le permitió el paso. Cargaba junto a otro hombre, de cabello cobrizo al rape, un pesado baúl marrón.

―¿Dónde lo quiere, Su Majestad? ―le preguntó en danés.

―Bueno, la verdad es que no recuerdo haberlo ordenado.

―Fue un pedido de Lord Darlington.

Piper lo miró de reojo, manteniéndose ajeno a aquello mientras continuaba centrado en su llamada. Señaló una esquina junto a la cama.

―Sólo tengan cuidado de no pisar el rompecabezas, por favor ―les pidió.

Piper se hizo a un lado para permitirles el paso. Con el sonido del baúl golpeando el suelo, Riley volteó.

―No, no, quería que lo pusieran en el salón ―dijo algo a prisa por el teléfono y colgó―. Piper, ayúdame. No sé hablar danés ni feroés ¿Cómo se dice «pónganlo en el salón»?

A ella se le escapó una carcajada. Después, se dirigió hacia los empleados y les dio la nueva orden. Pronto, el baúl desapareció de la habitación, devolviéndolos a la privacidad.

―¿Sabes? Algunos hablan inglés.

Riley guardó el teléfono en el bolsillo.

―Yo siempre me encuentro con los que solo hablan danés.

―Es lo que hablan los daneses, como yo.

―Pero a ti si te entiendo.

―Porque hablo tu idioma.

Piper le hizo una mueca de burla al tiempo que le montaba una conversación en danés. Lo mareó un poco la rapidez con la que hablaba y la pronunciación rasposa, como arrastrando algunas letras. Comprendió pocas palabras que le había enseñado, pero no las suficientes para entender el mensaje.

―Presumida ―le sonrió. Tenía las manos escondidas tras la espalda mientras se le acercaba―. Soy un buen estudiante. Pronto, no podrás decir nada sin que te lo entienda.

―¿De verdad? ―acortó la distancia con un par de pasos. Sonrió también cuando lo tuvo a centímetros―. ¿Por qué no me muestras algo de lo que has aprendido en nuestras clases particulares?

Fingió pensárselo, haciendo una mueca con la boca mientras entrecerraba los ojos. Después, volvió a sonreír, con la mirada gris fija en la suya.

―Du er mit livs kærlighed.

A Piper se le congeló la sonrisa mientras se lo imaginaba recitándole aquella oración en los idiomas que se conocía.

Eres el amor de mi vida. Se le hacía una declaración aún más dulce oírsela decir en su lengua madre.

―Du er min ―le acarició la punta de la nariz con la suya―. Tú eres el mío.

Le atrapó un suspiro en un beso corto que coronó con un mordisco a los labios. Al separársele, la vio con los ojos cerrados, como esperando a que volviera a besarla. Le rosó los labios con los suyos antes de reclamar el territorio que era suyo.

―¿Con quién hablabas por teléfono? ―le preguntó ella.

―Intenté llamar a mi padre para saber cómo sigue, pero no me sale la llamada. Me comuniqué con Robert. Mi padre le envió un mensaje diciéndole que se quedaría unos días en otra propiedad que tiene en Inglaterra.

―¿Crees que esté con mi tía? Con eso de que se están viendo a escondidas.

―Es posible.

Piper estudió sus gestos.

―Te ves preocupado.

Con un suspiro, él habló.

―Es muy extraño. De él heredé la manía de no reponder mensajes, sino de llamar directamente. No suele ser normal que deje de contestar así como así. Me supongo que debe estar con Elinor, no lo sé ―la miró, tenía un gesto de inquietud. le guiñó el ojo para distraerla― . Preparé algo para nosotros en el salón ―le dijo él al apartarse―. Como trajiste pocos vestidos, pedí uno para ti, pero ahora tengo miedo porque no sé si me entendieron bien.

―Si el pedido falla, tengo algunos en mi armario. No me gustan tanto. Los escogió mi abuela, pero puede servir ¿Es algo formal?

―No mucho. Sé que la cena estará bien porque me entiendo de maravilla con tu mayordomo.

―Høgnar es un hombre maravilloso ―asintió ella―. ¿Te ha recitado algún proverbio nórdico? Se los conoce todos.

―Algunos. Se le nota el cariño que te tiene.

―Ha estado en mi vida desde que nos mudamos a Tórshavn. Sus enseñanzas ayudaron a forjar mi carácter.

―Entonces ya tengo a quien culpar.

―Deja al pobre hombre en paz.

Él se echó a reír.

―¿Para qué es el baúl? ―quiso saber ella.

―Es una sorpresa ―le dejó un beso en la frente―. Voy a asegurarme de que todo esté en orden. Paso por ti más tarde.

―Puedo llegar solita al salón.

―Vendré por ti de todas formas. No quiero que fisgonees antes de tiempo.

El salón de la propiedad era una de las habitaciones que menos se utilizaban, así que le sorprendió encontrar las ventanas abiertas. Se observaba a través de los marcos de madera el jardín iluminado, donde vio los arbustos que su abuela solía podar como pasatiempo. En medio del salón, descubrió una mesa con la vajilla ya puesta, al igual que las dos sillas que esperaban por ellos.

―Bienvenida, Su Majestad ―Riley le hizo una reverencia antes de ofrecerle el brazo―. Permítame acompañarla a su asiento.

Piper envolvió el brazo en torno al suyo.

―Ya te había dicho que en privado no tenemos títulos. Solo somos tú y yo.

―Es divertido.

Movió la silla para que se sentara. Después, rodeó la mesa y ocupó su lugar.

―¿Ya me dirás para qué es? ―señaló con la barbilla el baúl detrás de él. Estaba sobre una mesa, donde también encontró papeles en trizas y marcadores de colores―. Sabes que no aguanto la intriga por mucho rato.

Riley acomodó el brazo en el espaldar de la silla y observó de reojo el punto que ella con insistencia miraba fijamente.

Con un suspiro, centró la mirada en ella.

―Desde que nos conocimos, te vi sufrir por la falta de recuerdos. Te ha costado mucho recuperar los que ahora tienes, así que pensé en una forma de almacenarlos.

El mayordomo entró al salón, trayendo consigo una botella del vino que sirvió en las copas.

―Puedes dejarla ―le dijo ella―. Toma el resto de la noche libre.

―¿Qué haría yo con una noche libre? El trabajo es uno de mis mejores pasatiempos.

―Necesitas un compañero de ajedrez. Mañana quiero una revancha.

El hombre rio. El día anterior la había vencido en pocos movimientos dos veces seguidas.

―Lo tomaré en cuenta.

―¿No quisieras una copa de vino? Trabajas demasiado.

―Por mí no se preocupe, niña. Disfrute de la noche.

Piper tomó la copa cuando vio a Riley hacer lo mismo. La alzaron al aire y después bebieron de su contenido.

―Parece que fue hace tan poco tiempo que le oí decir que solo tomaría chocolate caliente. Tenía catorce años. No quería ni hablar de muchachos tampoco ―Høgnar dejó la botella de vino en la cubeta de hielo junto a la mesa―. También recuerdo haberle dicho que la próxima vez que nos viéramos, tendría que llamarla Su Majestad. Mírese ahora.

―Tengo por novio una mala influencia. A ese tipo de personas no se les puede ignorar.

Riley le guiñó el ojo.

―Tampoco a las personas tercas ―levantó la copa hacia ella―. Son pequeños, terribles pero dulces dolores de cabeza.

―De mí no puedes estar hablando. No soy tan terca ―ocultó la sonrisa detrás de la copa al beber.

Riley intercambió una rápida mirada con Høgnar. El mayordomo sonrió.

―Serviré la cena cuando ordene, Lord Darlington.

―¿Tienes hambre? ―le preguntó a Piper.

―No mucha.

―Podemos esperar ―le dijo al mayordomo y este, con un asentimiento, se marchó―. Te mostraré lo del baúl antes de que vuelvas a preguntarme.

Ella se echó a reír. Llevándose consigo la copa, se puso en pie y, tomándole la mano, le permitió que la llevara hasta la mesa.

―Te presento el baúl de nuestros recuerdos ―le envolvió la cintura con el brazo―. Tengo una vida más dulce desde que tú estás en ella y no quiero que perdamos un solo recuerdo. Tomando la tradición de tu familia respecto al uso de cofres y baúles, me hice de uno. Podremos pintarlo a nuestro gusto ―le tomó la mano y se acercaron un poco más a la mesa―. Anotáremos en los papeles recuerdos que queramos conservar. Podría ser nuestra tradición, una forma de resguardar nuestras memorias.

Piper lo miró, contemplando el perfil de su bello rostro. Tenía la mirada fija en el baúl, pero sonreía, y ella acabó imitando su gesto, presa de una contentura maravillosa.

―Adoro esa idea ―le dijo. Le soltó la mano para tomarle el rostro, acercándolo para besarlo―. Aunque te adoro más a ti, por supuesto.

―Sé que no puedes vivir sin mí.

Ella se echó a reír, pero en el fondo sentía verdaderas sus palabras. Una vida sin él no sería vida.

―Inicia tú ―le pidió ella―. ¿Qué recuerdo te gustaría conservar?

―Mm ―torció la boca mientras pensaba―. Ya sé.

Se le apartó un instante, tomando una tira de papel y un marcador azul. Anotó algo a prisa y después se lo mostró.

―Viaje en auto. Visita a Charles ―leyó ella en voz alta.

―Te veías guapa ―le confesó―. Creo que desde ahí me comenzaste a gustar de verdad.

―Creo que desde ahí debí suponer que eras un marqués.

Riley ocultó la sonrisa de culpa tras la copa al beber. Piper lo imitó mientras pensaba en qué anotar. Cuando lo supo, tomó una tira y un marcador verde.

―Beso en la frente, habitación de tía Elinor. Dibujito de corazón ―leyó en voz alta con una sonrisa―. Cursi.

Piper le dio un empujón, pero él se le volvió a acercar y con la mano libre jugó con su pelo. La atrajo un poco y le dejó un prolongado beso en la frente. Con un suspiro, Piper se le acurrucó contra el pecho y disfrutó de aquel instante dulce.

Con cuatro copas más tarde, observaron que el fondo del baúl desapareció por los papeles. A ella se le escapó una que otra risita tonta, embobada por el alcohol. Le añadieron a la cena, servida media hora después, una copa pequeña de akvavit.

―Felicítame, creo que estoy borracha ―le hizo una señal con la mano a la empleada para que dejara de servirle la bebida.

Riley señaló el plato de ella con el tenedor.

―Come.

―Como ―se echó a reír―. ¿Te animas a otro brindis?

Le hacía cosquillas el alcohol en la barriga. No había tomado tanto en años. Con uno o dos tragos más, corría el riesgo de emborracharse hasta que le costase ponerse en pie.

―El último ―le dijo.

Levantaron la copa y brindaron. El akvavit tenía un sabor fuerte que dejaba una sensación de calor en la garganta, a pesar de que la bebida estaba tibia. Con la mano libre, se frotó los ojos antes de estirar la otra y darle un trago al agua, buscando minimizar los efectos. La escuchó reírse.

―Si me viera mi abuela, de seguro te mataría.

Piper hizo una mueca que acabó convertida en una sonrisa.

―No he tomado tanto, ¿o sí?

―Bebiste más akvavit que yo ―le dijo. La instó a comer con la mirada. Volvió al consumo de su cena cuando la vio pinchar la carne con el cubierto―. Terminando la cena, nos iremos a la cama.

―Esa es una propuesta indecente.

―A dormir ―le aclaró.

Piper alargó la mano hasta la copa, y con un puño en el pecho la observó tomar. Le prometió que no le pondría límites, que le permitiría disfrutar libertades que se le habían prohibido, pero no supo cuánto más podría permitirle un descontrol así con la bebida. Desde su llegada a Tórshavn, se sentaba cada tarde a tomarse una o dos copas de vino. No encontró nada alarmante en su comportamiento hasta ahora, cuando consciente de lo borracha que estaba, no quiso parar de tomar.

Levantó la mano al aire y le pidió a una de las empleadas que reemplazaran el alcohol con agua.

―Jesús convirtió el agua en vino, pero ahí vas tú a convertir el vino en agua ―la escuchó decirle.

―¿No crees que se te está pasando la mano?

―Para nada.

―Piper...

Levantó ambas manos por encima de su cabeza como una muestra de paz. Alargó el brazo hasta la copa y bebió el agua en un par de tragos.

―Mira, ya está. No hay de qué preocuparse.

―Quiero que comas un poco. No hay nada peor que un estómago lleno de alcohol y sin comida.

Le insistió en silencio pero con la mirada hasta que la vio iniciar la ingesta. Suspiró más tranquilo y continuó también con sus alimentos. Pasados los quince minutos, la llevó del brazo hasta la habitación. Los dos tambaleaban un poco, riéndose por lo torpe de sus pasos. Para el momento en que llegaron a la puerta de la habitación, Piper golpeó un par de veces la madera hasta encontrar la cerradura.

Dio grandes pasos para llegar a la cama donde se desplomó. Observó bocarriba la lámpara del techo hasta que la luz le comenzó a molestar.

Riley golpeó dos veces su muslo para llamar su atención.

―Sé por qué lo estás haciendo.

Piper tiró de la almohada y la acomodó debajo de la cabeza. Cruzó las manos en su vientre y lo miró fijo.

―¿Qué cosa?

―Tomar ―alzó ambas cejas―. Te quiero demasiado para dejar que te boicotees así.

―Es un gusto que quiero darme. No hay nada de malo.

―No ―lo vio comenzar a deshacerse de la corbata con movimientos lentos―. He tomado por gusto, pero también por sufrimiento. No dejará de dolerte solo porque te emborraches. Deja de doler con el tiempo y la voluntad.

A ella se le escapó un gemido.

―Estoy cansada de dejarle todo al tiempo y de poner a trabajar extra mi voluntad.

―Por supuesto, uno se cansa de hacerse el fuerte y resistir. A veces parece que es para lo único que nacemos ―le envolvió las piernas con ambas manos y tiró de ellas, acercándola―. No pierdas la fe todavía. Fuiste tú quien me dijo que estabas enamorada de la vida y que querías disfrutarla ¿Ya cambió ese sentimiento?

Para el momento en que negó con la cabeza, Riley había conseguido deshacerle el vestido.

―Aún quisiera quedarme aquí para siempre, pero al mismo tiempo desecho la idea porque yo no soy así. Tampoco quiero quedarme encerrada de por vida. Ya has visto las islas. Son pequeñas, y aun así hay lugares que no conozco. Mi abuela me mantuvo en una burbuja durante diez años.

―Y tú quieres libertad ―la vio arquearse en una protesta, y él aprovechó para quitarle el sujetador.

―¡Quiero libertad!

Con un bostezo, pasó los brazos por encima de la cabeza y los dejó en la cama, acomodándolos después bajo la nuca.

―¿Qué habilidad tienes tú para desnudarme sin que me diera cuenta?

―Estás borracha y parlanchina ―le levantó una de las piernas para quitarle el tacón. Hizo lo mismo con la otra al terminar―. Así es muy fácil.

―No estoy borracha.

A él se le torció la boca mientras se deshacía del saco y después, botón a botón, de la camisa. Le vio los ojos pequeños parpadeando mientras luchaban por permanecer abiertos. Se quitó los zapatos y el pantalón, se ajustó los calzoncillos y se dejó caer en la cama junto a ella. Lo azotó el agotamiento de la borrachera, pero el sueño se le esfumó cuando la sintió acurrucándose contra él. Rozó contra su piel los pezones endurecidos por el frío mientras los largos dedos de ella formaban círculos en su barriga.

―Lamento que tengas que soportar mis cambios de humor ―la oyó hablar con la voz trabajosa, el efecto del alcohol trabándole la lengua cada tanto―. No puedo olvidar el recuerdo de mi mamá muriendo. Me lastima demasiado. Parece que me quiere arrancar el corazón de un tirón y no lo soporto.

Con un suspiro, Riley comenzó a acariciarle el pelo.

―Tomar no lo hará más sencillo. Lo que necesitas no es alcohol, sino ayuda psicológica.

―Supongo.

La sacudió hasta que levantó la cabeza para mirarlo. Se le acercó y le dejó un beso en la nariz.

―Sé que no te sientes bien, pero si algo admiro de ti es tu fuerza. Vas a estar bien porque está en tu naturaleza. No he visto a nadie reponerse de tantos golpes como tú.

―No soy a prueba de balas y mi armadura se está desgastando.

―Lo bueno es que tienes la mía. La compartiré contigo.

A ella se le humedecieron los ojos. No encontró palabras que se igualaran a las suyas, así que le estampó un prolongado beso en el pecho y a través de los labios le sintió latir el corazón. Lo notó envolviéndola y cubriéndola como a una segunda piel. El calor de su cariño y protección la invadió, inyectándole fuerza a su fe.

―Hagamos un viaje.

Piper levantó la cabeza para mirarlo.

―Estamos en uno.

―No ahora, pero pronto, en algunos meses. Has estado en Tórshavn, en Dinamarca e Inglaterra. Hagamos una lista de los países que queremos visitar y prometamos ir aunque sea a uno por año.

―No sé si sea bien visto que me vaya de vacaciones a otros países cuando tengo tantas responsabilidades en el mundo.

―Tú quieres libertad y yo quiero dártela. Conocer el mundo hace crecer a las personas y ayuda a curar el alma. Imagínate a nosotros dos como exploradores de territorios ya explorados.

La idea la hizo sonreír.

―¿A dónde irías? ―le preguntó.

―A Ibiza ―respondió él―. Te encantarán las playas. Italia. Hay una máscara de mármol llamada Bocca della Verità. Se dice que muerde la mano de aquel que no diga la verdad.

―¿Crees en esas cosas?

―No, pero los escépticos nos sentimos atraídos por las cosas en las que no creemos.

Piper sonrió, trazando líneas y círculos en la barriga de él. Adoraba momentos como aquel, cuando piel contra piel encontraban un instante de paz para ser feliz. Él era su refugio, y temía que estuviese convirtiéndose en dependiente de su cariño. Evitarlo no podía, no cuando le proporcionaba una feliz que ni el violín era capaz de darle.

Levantó la mirada y lo observó. Parpadeaba con lentitud, como si intentase no quedarse dormido. Una sonrisa pequeña le curveaba la boca, y aquello fue suficiente para despertarle un abrumador cosquilleo en el vientre.

Tomándolo por sorpresa, se le montó encima y silencio el quejido de confusión con un beso que lanzó rayos a su entrepierna. Le enterró los dedos en el pelo mientras profundizaba el beso, y notó la respuesta esperada cuando sintió sus manos tomando su cintura.

La controló el desenfreno por el placer que le había despertado, el que la sacudía cada vez que la tocaba. Disfrutó en silencio de la magnificencia del tacto rasposo de la barba sobre sus manos, al tiempo que notaba como la falta de pudor dominaba sus acciones.

―Riley ―presionó las palmas contra su pecho para apartársele. Lo miró fijo a los ojos gris tormenta, y los rayos de su iris la golpeó en el estómago. Pronto, sintió los efectos por todo su cuerpo―. Yo quiero...

Esperó su petición mirándola fijo a los ojos, pero no dijo nada. Permanecieron los dos en un silencio que se antojó eterno, con las manos de ella presionadas contra su pecho. Le vio una capa del llanto inundarle el iris gris, y de sus cuencas se le escaparon un par de lágrimas. Se echó hacia adelante y pegó la frente a su pecho mientras lloraba.

Fue un llanto desgarrador, como suprimido una vida entera, y a él lo quebró por dentro escuchar su sufrimiento. Luego de días de contentura y buen humor, se preguntó cuando pasaría. Supuso que el alcohol y hablar de ello desbordó emociones que intentó contener.

―Lo lamento ―musitó ella con la voz temblorosa―. No puedo ser tan fuerte como esperas.

―No te pido que lo seas ―comenzó a acariciarle el cabello con movimientos suaves. Después, trasladó las caricias a la espalda desnuda. Estaba fría―. Date algo de tiempo.

La sintió mover la cabeza de lado a lado.

―No tengo tanto tiempo como el que necesito.

―¿De qué hablas?

Piper se le apartó, y con los dedos temblorosos fue secándose las lágrimas. Tenía la nariz roja, así como los ojos.

―No estoy lista para ser reina. No tengo el temple que se necesita, pero debo desempeñar un papel que me comprometí a cumplir. La responsabilidad que acepté me impide tener la libertad de darle la espalda a mis problemas y pensar en mí nada más ―respiro profundo, y a él le dio la impresión de que le costaba respirar por el nerviosismo. Estiró sus manos hasta alcanzar las de ella y entrelazárselas―. Siento que, desde que llegamos, entré a una máquina del tiempo y que volví siete meses atrás, antes de viajar a Dinamarca. Aquí no hubo asesinatos, ni ladrones que dejaran cicatrices en el cuello, ni amigos que perder. Todo mi mundo se puso de cabeza cuando mi abuela me obligó a irme.

Los labios de Riley se volvieron una fina línea al tiempo que suspiraba.

―Lo siento. Pensé que venir a Tórshavn te haría bien. No pensé...

Piper agitó la cabeza. Después, le sonrió, un gesto que casi parecía forzado.

―Me ha servido de mucho. Tal vez es el cambio que necesitaba. Volver a Dinamarca ahora se sentirá como un reinicio, aunque todavía no pueda tener un cambio de corazón. Son muchas las personas que necesitan justicia, una lista de víctimas que es más larga de lo que me gustaría. Es sólo que...

La miró fijo, y cuando ella lo hizo también, le sonrió. Una sonrisa más auténtica se le formó a ella en la boca.

―Necesito llorar ―le dijo ella, asintiendo, con el ceño fruncido―. No tuve un proceso de duelo saludable por mis padres, y ahora con lo de Gastón...

Piper tembló, abrumada por tantas emociones. La tranquilizó las caricias que él le dio a sus manos.

―Recordar a mamá morir me hizo pedazos. No tengo cómo explicarte lo mucho que duele, pero es como si te rasgaran por dentro con un cuchillo caliente, una y otra vez cada día. Tengo muy viva la memoria del cuerpo de Gastón, y el recuerdo del grito de mi padre. Mis últimos siete meses han estado llenos de estresores ―mordió el labio interior para contener el llanto―. No estoy bien y necesito ayuda. Mi salud mental está muy comprometida. No quiero vivir así, con el cuerpo adolorido por la tensión, la opresión asfixiante en el pecho, el dolor de estómago por el miedo a que algo más pase. Tengo dieciocho años y ya he sufrido mucho. Quiero una buena vida, contigo, pero desearlo no basta. Debo trabajar conmigo, y si sola no puedo, entonces lo más sano es buscar ayuda.

Le acarició las mejillas, deleitándose con la sensación rasposa en los dedos se le había vuelto una obsesión.

―Me has ayudado como nadie más puede, pero necesito más. Si no lo hago, este dolor me va a consumir y no sé qué quede de mí después. Lo entiendes, ¿verdad?

Riley le tomó la mano y le estampó un beso.

―Por supuesto, chiquilla. Pienso que has tomado la mejor decisión. Tener fortaleza no implica no necesitar de nadie ―descansó las manos tomadas sobre su pecho―. Si la gente supiera lo fuerte que es su reina, harías temblar al mundo entero ―se le acercó para dejarle un beso en la frente―. Llora cuanto quieras, pero no olvides que me tienes. Siempre me tendrás.

Piper comenzó a llorar, acomodándose otra vez contra su pecho. No tenía palabras para expresarle lo bien que le hacían sus palabras y la fortaleza que le inyectaba escucharle esa confianza inquebrantable que tenía por ella, aún cuando a sí misma le fallaba a veces.

Sobre la espalda desnuda, comenzó a trazar líneas y círculos tranquilizadores que le ayudaron a controlar el llanto. Se sintió al instante reconfortada, querida, cuidada. Hizo que su dolor fuera menos.

Riley era, sin duda, el mayor soporte que tenía.

Con el agotamiento por el peso aplastante de sus emociones, y los efectos del alcohol que se mezclaron con ellos en su barriga, le dejó un beso en el pecho, muy cerca de su corazón, y cerró los ojos para quedarse dormida.

No olviden una cosa muy importante. Prioricen su salud mental. Aunque la gente piense que están ahogándose por tonterías, aunque no los comprendan, aunque intenten miminizar tus síntomas, aunque no quieran darte el apoyo que necesitas, si necesitas ayuda profesional, ve. Nadie vive en tu cabeza para conocer el infierno que estás pasando. Busca ayuda, eres una persona valiosa y te espera una hermosa vida por delante ❤

¡La serie de La Corona ya tiene su cuenta en instagram!

Próxima actualización: viernes, 21 de febrero

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro