Capítulo cuarenta y ocho.
"Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto"
―Proverbio Chino
El último golpe contra la puerta disparó una corriente de dolor por su brazo derecho, pero minimizó el impacto con la maldición que su rabia y decepción le obligaron a emitir. Le pareció que había transcurrido mil años cuando volvió a tocarla, abrumado por la desesperación y el hambre de respuestas.
Escuchó la puerta abrirse a prisa de un tirón.
―¿Pero qué demonios...? ―la rabia en el rostro de Alan se convirtió al instante en confusión―. ¿Puedo saber por qué tocas así?
Le pasaron montones de recuerdos de cuando era joven, todas a una velocidad que lo mareó un poco. Durante años, había visto a ese hombre como un padre y había aprendido a quererlo, respetarlo y valorarlo como tal. Ahora, conociendo una mentira que jamás hubiese imaginado que él sostendría, le costaba mirarlo a los ojos y detener la transformación de todo el orgullo que sentía por él en un aplastante desengaño.
A una parte de él le costaba formular la pregunta correcta, e incluso se le presentaba como un obstáculo el cómo dar el primer paso.
―Tenemos que hablar ―fue lo único que se le ocurrió.
Alan asintió, manteniendo en su rosto un gesto de confusión.
―Por supuesto, pasa. Tu madre y yo no esperábamos tu visita ¿Está todo bien?
―¿Está ella en casa?
―En la cocina.
―¿Y mis hermanos?
―Jack está estudiando en su habitación y Noah durmiendo. Ha tenido un poco de fiebre en los últimos días, pero ya está mejor. Perdona, olvidamos por completo avisarte.
Asintió. Echó un rápido vistazo al auto negro que seguía estacionado frente a la propiedad por encima de su hombro. Hizo un rápido asentimiento de cabeza y escuchó el motor apagarse.
Pasó junto a Alan y avanzó hacia la sala. Notó el pequeño cambio de los muebles viejos por uno gris en forma de ele. Debió percatarse del súbito vistazo porque lo escuchó decir:
―Tu madre y yo tomábamos vino la otra noche. Jack apareció de la nada, corriendo y gritando que Noah estaba vomitando. Por accidente dejé caer la copa y ayer recibimos este después de haberlo comprado hace tres días. No es la primera vez que le dejábamos vino a ese sofá.
Riley se limitó a asentir mientras ocultaba las manos temblorosas en los bolsillos de su pantalón. Le llegó desde la cocina el olor de la sopa de pollo que su madre debía estar preparando. En cualquier otra ocasión, aquello le habría despertado el hambre.
―Le avisaré a tu madre que estás aquí.
―No ―respondió al instante―. Necesito hablar contigo antes.
―Por supuesto ¿Sobre qué?
―Sobre Zachary Myerscough.
Obtuvo una respuesta sin palabras. Le bastó ver la palidez de su rostro, los ojos abiertos y los labios temblorosos para deducir que era la contestación que tanto había temido recibir.
―Entonces sí eres tú ―le rugió la voz por la rabia.
Por un instante, Alan no parecía capacitado para brindarle una respuesta. Ocupó el momento para arrastrar los pies hasta el mueble más cercano, donde cayó con un gesto de impotencia, preocupación y miedo en su rostro.
―¿Cómo lo supiste? ―le preguntó después de un rato.
A Riley se le escapó una risa sin ánimos.
―De todo lo que podrías decirme, escoges preguntar eso primero ―sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos―. Buscábamos al jardinero de Danforth Egerton, a quien por supuesto conoces. Habría preferido a cualquiera menos a ti.
―Te lo puedo explicar.
―Por eso vine. Quiero saber qué mierda pasó por tu cabeza al montar esta mentira.
Movió las manos a ambos lados de la cabeza, como si estuviese luchando por ordenar sus ideas antes de hablar.
―Antes de responderte, necesito saber por qué estabas buscándome.
―¿Por qué? ―se le instaló una sonrisa falsa en la boca mientras se movía de un lado a otro por la habitación―. En el 2001, después de la muerte de Danforth, declaraste que habías visto visitantes misteriosos horas antes de su muerte.
―La policía no hizo caso. Cerró la investigación declarando que había sido un accidente lamentable.
―Pero sabías que no era así.
―Tenía sospechas.
―En lugar de defender lo que era correcto, huiste de la ciudad y cambiaste toda tu identidad.
―Temía por mi vida y por la de mi hermana, lo único que tenía en ese entonces. Hice lo que, dentro de mis pocos recursos, parecía correcto. No iba a atraer la atención de un asesino hacia mi familia.
―Entonces conoces a la persona.
Alan se aferró al silencio hasta que él volvió a insistir.
―Conoces a la persona, ¿sí o no?
―Sí ―respondió tajante―. Al menos creo que es así. Es por lo que cambié no solo de ciudad sino de identidad.
―¿Quién es?
―Riley ―poniéndose en pie, se llevó las manos tras la espalda y se le acercó al tiempo que lo miraba fijo a los ojos―. No puedo.
―¿Por qué no? ―la rabia engulló su voz, haciéndola temblar.
―Porque tengo una familia, esposa, hijos. No puedo ponerlos en riesgo.
Riley imitó su gesto al mirarlo fijo a los ojos, contemplando el par de ojos cafés que siempre habían sido amables y comprensivos. Mirarlos ahora le despertaba una furia que temía no controlar. Ya había cerrado las manos en puños cuando asestó el primer golpe a la lámpara de la esquina, cayendo al suelo y rompiéndose.
―¡No pensaste en los riesgos cuando te casaste con mi madre!
―¿Pero qué sucedió aquí?
Una corriente fría azotó a Riley al observarla acercarse, con la confusión dibujada en su rostro. Se detuvo en medio de ambos, cambiando la mirada de uno a otro constantemente hasta fijarla en la lámpara rota.
―¿Has sido tú? ―le cuestionó.
―Fue un accidente ―le respondió.
―¿Un accidente? ―detuvo su atención en Alan―. ¿Estaban discutiendo?
―Necesito que nos dejes a solas, mamá.
―No ―lo interrumpió Alan―. Tiene derecho a escuchar. De todos modos, no me sirve de nada seguir manteniéndolo en secreto.
Danya dejó escapar un jadeo.
―¿Lo sabe?
Riley frunció el ceño.
―¿Lo sabías tú todo este tiempo?
―Yo...
―No la historia completa.
Riley levantó ambas cejas mientras bufaba.
―Esto se pone mejor a momentos.
Alan volvió a dejarse caer en el asiento con las piernas separadas y los brazos sobre los muslos. Se golpeaba el índice izquierdo con el derecho, en silencio, mientras fijaba la mirada en la chimenea. El atizador estaba tirado en el suelo y la base que lo sostenía parecía rota. Era esa una de las tareas que por la fiebre de Noah había olvidado realizar los últimos días. Sobre la chimenea continuaba la caja de herramientas.
Se volteó hacia su esposa.
―Antes de mudarme aquí, trabajaba como jardinero en la mansión Yorkesten.
Danya dio un paso atrás, presionándose el vientre con ambas manos.
―Nunca me dijiste...
―Lo sé, lo sé ―comenzó a mover la pierna por la inquietud. Cuando volvió a hablar, Riley supo que se dirigía a él―. Antes de que nos casáramos, le conté a Danya sobre mi verdadero nombre. Le expliqué que mi empleador había muerto y que posiblemente había conocido a su asesino, que testifiqué ante la policía, pero no tomaron el debido interés. Mi empleador fue un hombre de posición y yo no era más que su jardinero. Pensé que mi vida podría correr peligro, y me aterré de solo pensar en ello. Así que me fui. Si podían arrebatarle la vida a un hombre con tanto poder, ¿qué no harían conmigo?
―Danforth Egerton era un hombre muy extraño. Me comprenderías si lo hubieses conocido ―se levantó del asiento y avanzó hasta la chimenea, donde descansó las manos. Después, alargó las manos hacia el atizador, apartándolo de la base rota en el suelo―. No estaba centrado en el título, sino en sus investigaciones y estudios sobre botánica. Solía interrumpirme en algún momento durante mi horario de trabajo para hacerme preguntas.
―¿Qué tipo de preguntas? ―indagó Riley.
Alan tomó un destornillador y comenzó a ajustar la base del atizador a la chimenea.
―Sobre botánica, especialmente por un tipo específico de planta.
―Acónito.
Alan asintió.
―No sabía tanto como él, pero recordaba haber aprendido algunas cosas, en especial cuan mortal podían ser ante el contacto o la ingesta. El acónito era utilizado como una hierba medicinal para tratar distintos padecimientos, pero en muchos casos tuvo consecuencias fatales en el paciente, en especial si era ingerido por la boca que, de todas sus formas de uso, es la más peligrosa. En menos de media hora, podría matar a cualquiera y sus efectos son espantosos. Náuseas, vómitos, debilidad, incapacidad para moverse, problemas cardiacos y respiratorios y en el peor caso, la muerte.
Se detuvo un instante para observar la base de vuelta en la chimenea. Se inclinó para tomar el atizador y lo sostuvo en sus manos un instante, observándolo, mientras le daba la espalda a Riley. Le era más sencillo centrarse y hablar si no lo miraba a los ojos, que ahora parecían acusadores.
―Me encargaba en la mayoría de las ocasiones de los jardines frontales y laterales y, si me lo pedía, del trasero, donde tenía la plantación de acónito. De vez en cuando me contaba historias sobre su familia, sobre todo de un hombre llamado Easton.
Aquello llamó la atención de Riley.
―¿Qué te contaba sobre él?
―Dijo que él había ordenado la construcción del invernadero para preservar la siembra del acónito.
―¿Por qué?
―No le pregunté, pero me dio a entender que guardaba relación con la madre de Easton.
¿Cuál de las dos?, se preguntó Riley.
―Dos veces en semana, mayormente los lunes y jueves, me quedaba hasta tarde, siete de la noche quizá. Le ayudaba a indagar sobre el acónito. Nos reuníamos en el jardín, cerca del invernadero. Hablaba muchísimo, y mientras lo hacía intentaba comprender su fascinación por aquella peligrosa planta. Faltando diez minutos para las siete, me pedía que me marchara. Él se quedaba de pie frente al invernadero. Comenzó a recibir visitas extrañas un día. Lo noté porque me pidió que me fuera media hora antes de lo acordado. Danforth hablaba mucho, tal vez demasiado, y en vista de cómo terminaron las cosas, lo hacía con las personas equivocadas.
―¿Personas? ¿Cuántos se reunían con él?
―Dos, un hombre y una mujer.
―¿Quiénes? ¿Sabes sus nombres?
―No puedo decirte.
Riley soltó una maldición.
―¿Por qué no?
Se volteó para encararlo.
―Ya te lo dije. Tengo una familia por la que velar.
―Alan... ―respiró profundo para mantenerse tranquilo―. No puedo irme de aquí sin escucharte decir un nombre. No tienes idea de lo importante que es.
―Tal vez en otras circunstancias lo haría, pero tienes que entenderme. Le tenía un gran aprecio a Danforth porque más que un empleador fue un amigo. Es por lo que hice la declaración, pero nadie la tomó en cuenta ¿No crees que pensé que su asesino podría tener el suficiente poder para invalidarlo? Temí en ese entonces por mi vida, pero ahora es aún peor. Temo por tu madre, tus hermanos y por ti.
―Tengo los recursos necesarios para ponerlos a salvo ―pensó al instante en una posible solución―. Si aseguro su bienestar, ¿lo harías? ¿Identificarías a la persona que lo hizo?
Alan se aferró al silencio por casi un minuto.
―¿Por qué ese interés ahora? Danforth lleva muerto más de veinte años.
―Puede que él no fuera su única víctima.
Alan se volteó a prisa. La palidez de su rostro, al igual que su sorpresa, fue notable.
―¿Por qué lo dices?
―Tenemos razones para creer que la misma persona que asesinó a Danforth, asesinó a los padres de Piper.
El pálido hombre comenzó a retroceder hasta que su espalda golpeó la pared.
―Uno de los choferes de la familia real fue envenenado y perdió el control del auto, muriendo con él una mujer y una niña ―continuó Riley―. Hace unas semanas, murió una mucama de Yorkesten bajo las mismas circunstancias que Danforth. No puedes decirme que todo esto es una mera casualidad. Debe relacionarse con la misma persona.
―¿Cómo es eso posible? ¿Qué tiene Danforth que ver con la familia de Piper?
Supuso que, si quería convencerlo de hablar, debía contarle la verdad sin omitir detalle alguno.
Alan lo escuchó, sentado junto a su madre mientras se sostenían la mano, ambos con el rostro pálido y la mirada horrorizada. Al momento de culminar, su padrastro tenía el rostro oculto entre sus manos mientras respiraba pausadamente.
―Podrías ser el único capaz de identificar a esta persona ―Riley adoptó una pose firme, pero en la voz se le escuchaba una súplica―. Piper no solo perdió a sus padres. Perdió un amigo hace unas semanas porque su hermano se involucró con esta persona ¿No te parece que ha causado demasiado daño ya?
―En mi momento hice lo que pude, pero la policía no hizo caso.
―Porque para ellos lo que sucedió fue tan solo un terrible accidente, un descuido de su parte. Las cosas han cambiado desde entonces. Entiendo el por qué lo hiciste. Tenías miedo y hacías bien, porque esta persona ha asesinado a un duque y a dos reyes. Su hija, Piper, podría ser la siguiente. Tal vez incluso lo sea yo.
La idea pareció horrorizarlo por la forma en que sus ojos se abrieron.
―Sé que son muchas cosas las que te preocupan, pero puedo hacerme cargo. Llevaré a mi madre y a mis hermanos a un lugar donde no podrán hacerles daño. No arriesgaría la seguridad de una familia por la otra si no tuviera los recursos para garantizar su bienestar. Hablamos de mi madre y mis hermanos. Sabes de primera mano que soy capaz de hacer lo que sea por ellos, pero Piper también es importante para mí. Su vida estará en un riesgo constante hasta que se encarcele a este criminal. Con tu testimonio, no tendrás que vivir más con ese temor. Podrías ponerle fin a una pesadilla que ha arruinado la vida de muchos.
Alan inició con una serie de golpeteos contra el suelo que provocó un escándalo de ecos nerviosos. Le escuchó la respiración agitada mientras consideraba sus palabras, que le habían dejado un peso casi insostenible sobre los hombros. Mirándolo fijo, comprendió cuanto le atormentaba conocer una verdad tan avasalladora como aquella, y admiró como soportó su aplastante peso durante tantos años.
Con un pesado suspiro, Alan se frotó el rostro y asintió.
―Pon a tu madre y a tus hermanos en un lugar seguro ―torció la boca, como si tuviese la lengua atrapada dentro e intentara sacarla para remojarse los labios―. Quiero que sepas que jamás consideré la posibilidad de que el asesino de Danforth hubiese asesinado también a los padres de Piper. Tienes razón, debí sostenerme ante la verdad, de ese modo tal vez esa niña no hubiese quedado huérfana ―suspiró, entrelazando los dedos―. Tengo una hermana, madre soltera, con dos niños. No supe que hacer para mantenerla segura. Mis ingresos no eran tan elevados. Tomé una parte de mi dinero y se lo dejé. Con el resto, inicié una nueva vida lo más alejado de los Egerton que se podía.
Riley levantó ambas cejas.
―Te casaste con la ex esposa de uno de ellos, y criaste a otro Egerton, a mí. Comienzo a dudar de tus instintos de supervivencia.
Le vio una sonrisita débil formándosele, como cansada.
―Dicen que uno propone y Dios dispone. No te fuiste a Dinamarca con planes de enamorarte, y mira en qué posición estás.
Riley suspiró, dándole la razón en silencio con un asentimiento. Lo vio ponerse en pie y acercársele, colocando una mano sobre sus hombros.
―No llevas mi sangre, tampoco mi apellido, pero muy dentro de mí eres y siempre serás mi hijo. Tu madre, tus hermanos y tú son todo lo que tengo en este mundo y por ustedes haría lo impensable. Si mi testimonio puede ponerlos a todos a salvo, hablaré. Primero, llévalos a un lugar donde no corran peligro.
Riley asintió, y colocando la mano izquierda sobre la suya, le dio un apretón.
―Gracias.
Una sonrisa más auténtica y contenta se le instaló en la boca.
―Cuando uno es joven, la vida parece transcurrir muy lentamente hasta que, en un parpadeo, nos encontramos en los treinta o los cuarenta. Malgastamos el tiempo en rencores que nos pasan factura más tarde ―presionó la mano en el pecho de Riley. Después, la movió hasta posicionarla en su cabeza.―. Aquí y aquí. No te he visto tan bien antes, tan feliz, a pesar de una situación como esta. Me contenta que hayas encontrado una mujer como Piper, y estoy seguro de que serán muy felices. Un día, tendrás tu propia familia y comprenderás por qué, por los hijos, somos capaces de arrancarnos el corazón del pecho aunque nos siga latiendo. Tu padre nunca dejó de quererte, no importa cuantos errores cometieran ambos. Todavía estás joven y nunca es tarde para recuperar algo que de verdad deseas. Aprovecha la dicha que tienes de tener dos padres, que eso no muchos lo tienen ―le sacudió el pelo, tal como hacía cuando era niño. Sonrió―. Lo pensarás, ¿no es así?
Riley sonrió también.
―Lo haré.
La voz de Piper sonó como eco de tormenta eléctrica.
―Me tenías con el Jesús, la Virgen ¡y hasta los dioses nórdicos en la boca! Te lo juro. Tengo a Thor lanzándome relámpagos en la garganta ¿Cómo es que te vas así y no me dices nada? Casi hago que movilicen a las Fuerzas Armadas para buscarte.
Riley asintió en dirección a Robert a modo de saludo mientras le extendía el abrigo. Se abrió camino hacia la escalera, pinchando el teléfono con el hombro. Soltándose la corbata, la escuchó soltar una maldición en danés al otro lado de la línea.
―¡Riley!
―Ya va, ya va. Llegué empapado hasta más no poder. Creo que incluso tendré que cambiarme los calzoncillos ―con un jadeo de agotamiento, miró con alivio la puerta de su habitación―. Vine a Inglaterra. No pude esperar a que terminaras la reunión con tu abuela.
―¿Sucedió algo?
Le inquietó la preocupación en su voz. Quería darle las buenas noticias, pero solo cuando pudiera garantizarle el testimonio de Alan. Por lo pronto, ya se había encargado de llevar a su familia a un lugar seguro. Lo siguiente que necesitaba era encontrar a su padre, estuviese donde estuviese.
―Hubo un incidente en la casa de mamá ―montó la excusa más exagerada que se le ocurrió―. Tiene un caso grave de termitas y le colapsó parte del techo. Lo siento, me impacienté y viajé. Lamento no avisarte.
―No, bueno, está bien. Se trata de tu familia. Es que me preocupé.
Se dejó caer en la cama y comenzó a deshacerse del saco y después de los botones de la camisa. Sonrió.
―Entonces, ibas a movilizar a las Fuerzas Armadas ¿Tanto así te importo?
Escuchó un reguero de voces al otro lado que impidieron una respuesta.
―Ya me lo dijiste unas diez mil veces, Meredith. La reunión puede esperar media hora más.
―Disculpe, mi señora, pero el presidente del Presídium insiste en que es urgente.
―Sé que es urgente, pero tengo muchos otros asuntos además de un ministro rebelde.
―Ministro y ex primer ministro ―Riley reconoció la voz de la reina madre―. Como quisiera estar en esa sesión.
―Señoras ―la voz de Piper se alzó por encima de las otras―. Estoy en medio de una llamada ¿Podrían dejarme a solas?
―Hablaré con Poul ―la voz de la reina madre se alzó, por lo que supuso que estaba más cerca―. Espero que las acusaciones lleguen hasta el tribunal. Es lo mínimo que se merece.
Con un montón de pasos a prisa ―de Meredith― y algunos pausados ―de la reina madre―, la habitación volvió a su silencio previo a la interrupción.
―Lo lamento ―por la forma en la que hablaba, la percibió agotada―. Ha surgido algo y el presidente del Presídium convocó una sesión urgente.
―¿Es grave?
―Para el ministro Johan Argerson y el ex primer ministro Brian Gregersen, sí. Después de mi reunión de hace meses con el Folketing, algunos ministros se han estado mostrando inquietos respecto a como se dio la presentación del proyecto de Argerson donde recomendaba la eliminación de la enmienda de 1953 que me permitía suceder a mi padre. Hay uno de los ministros que estuvo presente durante una reunión de amigos que celebrara Gregersen, y en ella se vio a Johan. Este ministro en cuestión asegura que fue Brian quien le mostró los por menores de la propuesta que presentó más tarde, lo que podría suponer que ambos comparten las ideas machistas que provocaron el residenciamiento de Gregersen hace poco más de diez años. En resumen, el Folketing se reunirá hoy para decidir qué hacer con Argerson. Me espera una reunión de horas por delante.
―Suena bastante pesado. Mejor no te entretengo más.
―El Folketing puede esperar ¿Cómo está tu madre y el resto de la familia? ¿Hay alguna forma en que pueda ayudar?
A Riley le sentó fatal oírla tan dulce, cuando sabía que le estaba mintiendo. Con lo frágil que anduvo los otros días, quería asegurarse de brindarle una fe completa y no obsequiarle una inquietud latente. Suspiró profundo.
―Están bien, no es tan grave. Las reparaciones podrán tardar días. Mientras tanto, alquilé una propiedad para ellos. Por lo sucedido con mi padre, no quisieron quedarse en ninguna de las mansiones.
―Hablando de él, ¿ya sabes algo?
―Aún no. Lo llame hace media hora, pero no me respondió. Voy a cambiarme y luego hablaré con Robert. Debe saber algo.
―Si no es él, mi tía. Viaja constantemente a verlo. Tal vez estén juntos y por eso no responde ―le oyó soltar una maldición cuando una voz en el fondo la interrumpió―. No me importa cuantos años llevan ocupando los asientos del Presídium. Si yo les digo que esperen, eso es lo que harán. Retírate, por favor ―no la oyó hablar hasta escuchar la puerta cerrarse―. Que insistencia, Dios mío.
―¿Problemas en el paraíso?
―Meredith cometió la indiscreción de contarle al presidente del Presídium que volvía hoy de mi viaje. Por eso solicitó la reunión inmediata, y ahora no deja de insistirme en que me están esperando.
―No vayas sola. Debí dejar algunos de mis guardias contigo.
―Ya hablamos de eso.
―¿Te has olvidado de que somos la terquedad y la testarudez?
―No está bien que seas tan cabecidura. Tus guardias contigo, mis guardias conmigo ―escuchó el ruido de unos papeles al moverse―. Tengo que colgar. Si no sabes de mí en varias horas, no te asustes. Esto va a tardar. Comunícate con Meredith si es necesario.
―Le deseo suerte, Su Majestad. Acabe con ese par de ministros.
La escuchó reír, y fue todo lo que necesitó para que se le subiera el ánimo.
―Lo amo, Lord Darlington. Gracias por ser mi soporte.
―Gracias a usted por ser el mío.
Hubo un largo instante donde ninguno dijo nada. El único ruido era el de sus respiraciones.
―Te amo muchísimo, Riley ―le temblaba la voz―. Por favor, ten cuidado. No quiero que te hagan daño.
―Descuida, lo tendré ―con el suspiro que le escuchó soltar, sonrió―. También te amo, chiquilla.
―Repítemelo en unas horas. Lo voy a necesitar.
―Lo haré, cariño.
Colgar las llamadas con ella era una de las cosas mas difíciles que hacía. Quería alargarla hasta que pasaran horas y la tuviera de frente otra vez. Con un suspiro, se despidió y el silencio en la línea le confirmó el final de la conversación. Rascándose la nuca, meditó sus planes siguientes. Tenía tantas prioridades que no supo cual poner a la cabeza. Decidió intentar por llamar a su padre una vez más, pero tampoco respondió.
Escuchó el sonido de la notificación de un mensaje mientras se cambiaba los calzoncillos. Tomó el teléfono de la cama y observó que se trataba de su padre. Leyó que el mensaje decía:
Lo siento, no tengo buena señal. Estoy bien, volveré a casa en unos días.
Hizo un nuevo intento por llamarlo, pero no le respondió.
Se resignó a contestarle por mensaje.
¿Dónde estás? No he sabido de ti en días ¿Estás con Elinor?
Pasaron los minutos sin obtener una contestación. Le nació una preocupación desquiciante que lo inquietó. Dejó a un lado el teléfono el suficiente tiempo para ponerse ropa seca. Después, volvió a tomarlo y llamó a Elinor. Tampoco respondía ¿Significaba aquello que estaban juntos? El pensamiento no lo tranquilizó. Con un suspiro, tomó la camiseta negra y se vistió a prisa.
Abandonó la habitación con la respiración inquieta por la preocupación. Escuchando el escandaloso eco de sus propios pasos, rascó su barbilla mientras meditaba una solución. Debió haberlo hecho antes, pero no supo por qué no le permitió a su preocupación despertarle una mortificación como aquella. Estaba tan centrado en ayudar a Piper, que se olvidó por completo de su padre. No podía quitarse la sensación palpitante de que algo no andaba bien.
Lo sobresaltó encontrarse con Robert al doblar la segunda esquina del pasillo.
―Recuérdame instalarte un detector de movimiento ―musitó, respirando profundo para reponerse―. Iba a buscarte ¿A qué propiedad te dijo mi padre que se iría?
―Green Hollman, mi señor. Al norte. Me avisó a través de un mensaje.
―¿Podrías mostrármelo?
El hombre asintió al tiempo que tomaba el teléfono de su bolsillo y lo sacaba. Deslizó los dedos por la pantalla y al encontrar lo que buscaba se lo mostró.
―¿Mi padre guarda la lista de sus propiedades en la Mansión Yorkesten?
―Sí, mi señor.
―¿No sabes si la trajo con él a esta?
―Hasta donde sé, no, mi señor.
―¿Tienes el número de teléfono de su jefe de seguridad?
―Sí, mi señor, pero le advierto que no sabe donde está. Su padre se marchó sin seguridad.
A Riley lo recorrió un escalofrío que lo sintió como si un hielo se le hubiese deslizado por la columna.
―¿Qué clase de jefe de seguridad deja ir sin guardias a un hombre que fue atacado en su propia casa?
―Temo que su padre se marchó sin poner en aviso a nadie, y la única seguridad que permitía en la propiedad era aquella puesta en servicio durante las visitas de la Duquesa de Haagard.
Una de las mucamas se acercó, interrumpiéndolos.
―Me disculpo, Lord Darlington, pero Nadim Holgersen espera por usted en el salón.
―Dile que lo atenderé en unos minutos ―dirigiéndose a Robert, habló―. Llama al jefe de seguridad. Tiene una hora para encontrar a mi padre.
―¿Ya están bien establecidos? ―preguntó al cruzar la puerta.
Nadim giró a su encuentro.
―Lo están ¿Ya le dijiste a Piper?
―No, todavía no. No quiero contarle las cosas a medias para no inquietarla más de lo necesario. Además, está en una reunión urgente con el Folketing ―lo invitó a sentarse señalando con la mano los asientos―. Hay otra cosa que me preocupa. No he podido comunicarme con mi padre, tampoco con Elinor. Dice que no tiene señal, así que me responde solo a través de mensajes. La verdad es que no me deja tranquilo. No sé si tenga motivos para preocuparme o si estoy en hipervigilia. Sea como sea, acabo de enterarme de que mi padre se fue sin seguridad. Según Robert, como único admite guardias en la propiedad es cuando Elinor está. Si se encuentra con ella, ¿entonces por qué no llevó a ninguno de sus guardias? Como si lo de Alan no fuese suficiente, ahora debo ocuparme de esto también.
―Puedo ocuparme de Alan. Antes, quiero hablarte de algo.
Riley lo miró como a la espera de una mala noticia.
―¿Qué?
―Birith quiere trasladar a Christina a la clínica donde estuvo hace años en Inglaterra. La última vez que fue de visita, la encontró tan alterada que decidió llevarla con su médico anterior. Lo ha intentado por semanas, pero no ha podido porque necesita o tu permiso o el de Piper.
―¿Y a qué le teme que no pudo venir ante ninguno de nosotros? Christina no abandonará la clínica hasta que determinemos qué pasará con ella por lo que le hizo a Piper. Lo establecimos hace unos días después de que Markus llamara.
Nadim lo miró fijo, torciendo la boca mientras pensaba.
―La última vez que hablé con tu padre, estábamos haciendo una línea de tiempo con los datos que teníamos y los que encontramos en los documentos que Piper y tú escondieron.
Riley alzó la barbilla, y Nadim no pudo evitar sonreír. El gesto le recordó al que Piper hacía.
―¿Entonces mi padre los encontró y no me avisó?
―No debieron estar tan bien guardadas como crees si un hombre herido pudo dar con ellas.
―A decir verdad, se conoce ambas mansiones mejor que yo ¿Te las entregó?
―Las tengo bien guardadas. Puedo devolvértelas si gustas.
―Supongo que lo has leído todo ¿Encontraste algo que nosotros no?
―Tanto así, no, no me lo parece, pero puede que tu padre sí. Me sospecho que por eso se marchó tan aprisa de mi departamento para ir por los registros. Dijo que llevaban años perdidos, tal vez la misma cantidad de años transcurridos desde la muerte de Danforth.
Riley se rascó la barba al tiempo que meditaba sus palabras. Le cruzaron tantas ideas por la mente que pronto le comenzó a doler la cabeza, ideas que antes no había concebido. Algunas de ellas carecían de lógica, pero otras...
―Tenemos que encontrar esos registros ―una mueca de impaciencia le desfiguró el rostro―. Debo resolver lo de Alan, y le di una hora al jefe de seguridad de mi padre para encontrar su ubicación.
―¿Por qué crees que desaparecería Danforth los registros? Eso de haber sido él.
―No lo sé. Tal vez percibió que estaba en peligro y que lo mejor era ocultar la información que tenía para que el escándalo no se hiciera público. Aleksander siguió el mismo patrón, y lamentablemente ambos terminaron de la misma forma. Aquí la pregunta es, si Danforth ocultó algo, ¿dónde? Lo que me viene a la memoria que Piper y yo encontramos dos llaves en un escondite de su habitación de cuando era niña. No hemos podido descubrir para qué sirve la otra y no sé si sea prudente suponer que tenga relación con Danforth. Dudo que ambos se conocieran, y Danforth habiendo fallecido años antes de que encontrara las cartas, es poco probable que él le diera la llave ―asintió con malhumor―. Por supuesto, ahora tenemos algo más que hacer. Tomar la declaración de Alan, encontrar a mi padre, resolver lo de Christina, comprender de qué sirve la llave y encontrar los registros que muy posiblemente fuesen escondidos por el propio Danforth ―se frotó la cara con impaciencia―. Lo peor es que Piper está en una reunión con el Folketing y no tengo idea de cuando va a terminar. Su ingenio podría ser muy útil ahora.
Nadim se echó a reír.
―No le has comentado ninguna de las responsabilidades que tienes ahora, la mayoría de ellas autoimpuestas, porque no quieres, no porque no puedas. Toma en cuenta todo lo que le ocultó su familia y cual fue su reacción cuando se enteró. Piper necesita saber lo que ocurre.
Riley no parecía tan convencido como él.
―Esperaré a que su reunión termine.
Nadim asintió.
―Deja que resuelva lo de Alan y vendré a ayudarte. La llave ha sabido esperar hasta ahora y Christina no puede ir a ningún lado sin un permiso que es más que obvio que no le darán. Puedes encargarte de tu padre el tiempo que sea necesario.
―Te lo agradezco.
―De todas formas, ten en cuenta lo que te dije. Piper tiene que estar enterada. Vivir en la ignorancia es peligroso dada su situación.
Riley se cansó de buscar en la oficina de la Mansión Darlington los registros de propiedad de su padre, lo que supuso que, o bien estaban en otra habitación, o seguían en la Mansión Yorkesten. Miró el reloj de su muñeca. Veinte minutos más y llegaría el jefe de seguridad ¿Le daría tiempo a visitar la propiedad? Intuyó que sí. Sin embargo, se vio a sí mismo desplomándose en el asiento giratorio, cansado del montón de vueltas que estuvo dando desde su llegada a Inglaterra.
Centrándose en sus respiraciones pausadas, contempló el cuadro que por años decoró aquel espacio detrás del escritorio. Era una bellísima pintura de una niña columpiándose, una obra maestra que recordó haber visto enlistada en el registro de inmuebles junto a una descomunal cantidad de dígitos. Fue comprada por Danforth el año de su muerte, pintada exclusivamente para él. Un escalofrío lo recorrió al comprender que el pobre hombre no vivió mucho para disfrutarla.
La puerta se abrió con lentitud, y mirándolo de reojo descubrió a Robert con una bandeja sobre la que descansaban dos tazas y una tetera.
―Pensé en prepararle té, milord. El jefe de seguridad no tarda en llegar.
―¿Te dijo si ya lo encontró? Gracias ―añadió tomando la taza.
―Lo desconozco, milord.
Riley asintió, soplando el líquido café, que al instante le recordó el chocolate caliente que tanto a Piper le gustaba. Pensar en ella lo hizo sonreír.
―Pídele al chofer que esté listo. En cuanto termine con el jefe de seguridad, iré a la mansión de mi padre ―se recostó del espaldar―. ¿Quedan empleados de Danforth en la mansión?
―Aquí no, pero en Yorkesten sí. Pocos, temo decirle. Según supe a través de ellos, el señor Danforth solía ir y venir entre una mansión y otra. Dependía de su ánimo.
―¿Tenía una habitación aquí?
―Utilizaba la que escogió mientras era marqués, pero pasaba poco tiempo en ella. Se encontraron más cosas de él aquí que en el dormitorio.
―¿En esta oficina?
―Eso escuché, mi señor.
Riley asintió. Algo de la conversación le hizo pensar en Aleksander.
―¿Conociste al padre de Piper, el rey Aleksander?
―No, mi señor, pero conocí a su hermana, Lady Haagard.
―¿Sabías que mi padre y ella tuvieron una aventura hace diez años?
―Los empleados vemos, y callamos. La vida de nuestros patrones no nos incumbe.
Dio un trago a su té mientras meditaba. Giró la cabeza con lentitud hacia el cuadro de la niña. Le parecía curiosa la forma en la que apuntaba con el dedo hacia la esquina de la pintura.
―Es hermosa, ¿no le parece, milord?
Asintió ante sus palabras.
―Lo es.
―Su padre mencionó una vez que era la favorita del señor Danforth.
―Imagino que por eso ha durado décadas en la pared.
―El marco está roto, pero temo que no sé lo que le pasó. Estaba mal colgado y por eso los empleados pudieron notarlo. Después de su muerte, se pegó y luego fue colgado otra vez. Superviso en persona la limpieza para evitar que sufra otro daño.
―Roto, dices ―torció la boca mientras pensaba―. Tengo que hacer una llamada urgente. Retírate, por favor. Si el jefe de seguridad llega, dile que espere. No me interrumpas.
―Como ordene, milord.
A solas, dejó que su mente trazara ideas a la altura del ingenio de Piper. No le pareció mera coincidencia que se hiciera de un cuadro nunca antes pintado para colgarlo en la pared de adorno, no cuando a él no le interesaba el arte, sino la botánica. Le vino a la memoria el ingenio de Aleksander para ocultar las cartas. Si Danforth se sentía en un riesgo similar, y si tampoco quería que un escándalo cayera sobre su familia, ¿no habría hecho lo mismo? ¿Ocultar las evidencias? ¿Qué posibilidades tenía de que el patrón se repitiera en ambas familias?
Centró su atención en la puerta. Robert no le había puesto llave al salir, así que tuvo que ponerse en pie para asegurarse de cerrar muy bien. De vuelta su atención en la pintura, analizó como la bajaría cuando lo imitaba en altura y lo superaba en anchura. Decidió que debía comenzar por apartar la silla giratoria. Tiró del escritorio y echó a un lado la mayoría de las cosas que descansaban sobre su superficie. Subió a él. Cara a cara con la niña, suspiró.
―Te culpo a ti por esto, Piper ―musitó para sí―. Me haces ver misterios en todas partes.
Tomó el marco de la pintura como mejor pudo, casi sosteniéndolo con las uñas. Se tambaleó un poco, así que se obligó a detenerse un instante para recuperar el balance. Incapaz de sostener su peso, soltó una maldición al ver la pintura caer de sus manos al suelo. Dio un salto y bajó del escritorio e inclinándose, analizó su estado. El marco estaba quebrado en la parte posterior izquierda, donde la madera señalada por la niña se unía. Lo rodeó y lo levantó, haciendo una mueca al percatarse que se había desprendido de la pintura.
Pero dejó en evidencia, oculto entre la malla y el lienzo, una hoja maltrecha y vieja que sobresalía de un libro de cuero marrón de dos pulgadas de ancho.
―Y la historia se repite ―dijo, lentamente.
Con cuidado, fue abriendo más el espacio para tomar lo que había en el interior. No tuvo que indagar en su contenido para saber que se trataba del registro de empleados de la mansión. Trazó con el dedo la hoja que sobresalía y después abrió el libro justo donde se encontraba. Le llamó la atención lo viejo del papel, así que lo desdobló y leyó:
13 de septiembre de 1913
Muy estimada familia Olesen
Hasta hace unos días, ni nombre era Easton Egerton, hijo primogénito de Hamilton, Primer Duque de Yorkesten. A su muerte semanas atrás, he descubierto que mi auténtico nombre es Jakoj y que provengo de una mujer danesa que, presa de su locura y víctima de sus insanas fantasías, ha cometido un crimen. Su nombre era Leonore Olesen y fue una de las criadas de mi padre, a quien meses más tarde de su contratación volviera su amante. La aventura duró poco menos de dos años, cuando la esposa de mi padre, Charlotte, le confesara que estaba en cinta de quien se suponía era yo. Desconociéndolo, un niño se formaba también en la barriga de la amante. Yo nací semanas antes que mi medio hermano. Con su llegada al mundo, mi madre, embrutecida por las voces de su cabeza, tomó al pequeño Easton y lo ahogó en la bañera de su madre biológica. Me tomó a mí, un niño prematuro y malsano, y lo colocó en la cuna del pequeño, ambos padres sin conocimiento del horror cometido. El parecido que yo guardaba con mi padre impidió que Charlotte sospechara del cambio. A su fallecimiento le siguió el de mi padre. En medio de la agonía en su lecho de muerte, Leonore le confesó el atroz crimen a un indefenso hombre que no pudo hacer más que escuchar hasta colapsar, sin conocer que al otro lado de la puerta entreabierta estaba yo, presenciando la desgarradora confesión. Se presentó ante mí una cruel verdad que tambaleó todo mi mundo. Mis hermanos menores eran los únicos con el derecho al ducado pues yo, a quien muchos consideraban un heredero digno, no era más que un impostor, un bastardo engendrado en el pecado. Me armé de débil valor y marché para enfrentarme a mi madre biológica, pero una vez en sus aposentos, vi a la pobre mujer sobre la cama, muerta. Se había envenenado con el matalobos en los jardines de nuestra propiedad, que crecía silvestre y sin control. Junto a su cadáver, dejó una nota en la que se leía, con una caligrafía apenas entendible: Ya es mi hora de partir. En esta tierra ya nada me queda salvo la muerte a la que acepto como mi compañera. A ella le permitiré que me guíe de vuelta a mi amado. La congoja del hecho debilitó mi corazón, y la consciencia que le faltó a su alma atormentada me perseguía a mí, pidiendo que hiciera lo correcto. Temo, señores míos, que en estos momentos no sé qué sería lo correcto. Este es un escándalo que manchará a mi familia, pero en especial a mi pobre madre víctima de la locura. No tengo el corazón para enlodar la memoria de una muerta. Así que os pido, en nombre de nuestro Señor, que esta confesión quede en la familia. Será a través de esta carta la última vez que se hable del tema. Los muertos deben quedar muertos, así como sus secretos.
Se despide de ustedes,
Jakoj Olesen, bastardo de Hamilton
Riley tachó las fallas y circuló los aciertos en su mente. Easton fue reemplazado en la cuna, sí, pero no por Hamilton, sino por su amante. Danforth supo antes de morir que a su línea no le correspondían los títulos y ocultó, al igual que el padre de Piper, la evidencia de un escándalo. La carta en su mano le provocó un escalofrío, y pronto sintió la nariz sudarle por el nerviosismo. Separó los labios para dejar escapar un suspiro mientras contemplaba el libro de cuero. Si lo ocultó, algo debía haber en él, algo de suma importancia.
Devolvió el escritorio a su posición original y tiró de la silla para sentarse en ella. Abrió el libro y comenzó a revisar hoja por hoja, sin tardarse en descubrir que no se trataba del libro de registros. Era un diario de campo. Aun así, encontró un par de hojas dobladas a la mitad y en ellas vio por encima que contenía el registro de empleados.
Centró su atención en el diario. Leyó algunas entradas que databan del año anterior a su muerte, en las que se detallaban las reuniones con Alan. Tachones y palabras circuladas explicaban la toxicidad de la planta en conjunto con otro montón de anotaciones que entendió apenas por los conceptos empleados. En las hojas siguientes, observó los dibujos de la planta. Flechas ennegrecidas especificaban el nombre de cada una de sus partes.
No fue hasta que llegó casi a la mitad del diario que se topó con algo interesante.
19 de mayo del 2000
He recibido una petición de una familia que trabajó para la mía años atrás. Una joven con historial de esquizofrenia solicitó una compra del acónito de mi jardín para un tratamiento experimental para ella y su hermana. El acónito común es utilizado para reducir el impacto la enfermedad.
Durante la reunión, ha compartido conmigo un cigarrillo. No he adoptado un mal hábito como ese jamás, pero las reuniones con ella y su acompañante, un hombre no mayor que la mujer, parecen más amenas con humo en la boca. Pidiendo discreción, he decidido no incluir sus nombres en los registros de visita. Sin embargo, aparecerán abreviados en el diario de campo para mantener un consenso.
Datos a cuestionar (esquizofrenia)
-5 g (solicitados por la mujer) ¿Suficiente o excesivo? Dada la toxicidad de la planta, excesivo. La cantidad podría justificarse ya que se planea usar para el tratamiento de dos personas
-La medicina alternativa no forma parte mis fortalezas. Solicitar orientación
*buscar médico homeópata
21 de mayo del 2000
2 miligramos podrían causar la muerte. Una dosis más alta es fatal. Los 5 gramos pedidos son un riesgo para un tratamiento experimental ¿Una dosis más baja? Podría considerarse. Entretanto, la reunión con Zachary ha sido productiva. La información provista me ayuda a avanzar con la investigación de los usos atípicos de la planta.
6 de septiembre del 2000
La mujer y su acompañante llegaron sin avisar. Reunión: 7:15 p.m. Le pedí a Zachary que se marchara a prisa.
La dosis fue administrada a una menor de edad. Su condición presentó mejoría, pero tales niveles de negligencia me impiden continuar brindando la planta. 0,11 g fueron entregados en la reunión previa. B.O. ha pedido que considere otra venta. La he rechazado.
11 de marzo del 2001
N.O. pasó de visita hace dos días. Me ha entregado una carta que liga a su familia con la mía y me ha pedido dinero por mantenerse callado. El escándalo podría azotar sobre mi casa, y sobre mi investigación. El intercambio de acónito para el tratamiento de una menor me pone en riesgo. B.O. ha pedido otra reunión. Mi mujer e hijos han abandonado la propiedad por unos días para visitar familiares. He contactado a mi abogado y después a mi primo, Byron. La decisión debe tomarse.
Riley sintió un escalofrío cuando vio la fecha de la última entrada quedada a medias. 3 de agosto, el día de su muerte.
3 de agosto del 2001
El secreto está guardado, aunque no parece tranquilizarla. He ocultado las evidencias lo mejor que el cansancio me permite en la pintura que ordené para mí. No sé si lo correcto sea temer por mi vida, aunque las instancias de los últimos días así me lo exigen. No me queda mas que esperar a que las aguas se calmen. De momento, la última reunión con Bi...
Riley dio un salto en el asiento con la misma rapidez que le palpitaba el corazón, sosteniendo con las temblorosas manos el diario de campo que obtuvo de repente un peso insoportable.
―Dios mío ―se le cortó la voz en la última letra.
Las últimas dos letras estaban circuladas con dificultad, como si se supiese muriendo y quisiera remarcar algo importante. Conociendo los efectos de la planta, tal vez supo que, en efecto, moría, y decidió guardar la evidencia antes. Tal vez así fue como el marco se rompió. Con la última pizca de vida, se forzó a ocultar el secreto.
De repente, todas las pequeñas cosas en las que no se había fijado antes, cobraron tanto sentido que le rasgaron el pecho.
Los Olesen fueron empleados de la Familia Egerton ¿Cuál era el nombre del mayordomo que renunció? Nikolaj, Nikolaj Olesen. Qué momento apropiado, pensó. Renunciar tras su visita meses atrás, y poco antes de que Piper fuera a ver al duque. Luego le azotó una realidad que debió parecerle obvia antes.
Una menor de edad a quien le fue administrada acónito para contrarrestar los efectos de esquizofrenia, y su nombre abreviado...
Le temblaron aún más las manos hasta que sintió el diario deslizarse y caer sobre la superficie de madera. Se presionó la cabeza, juzgando cómo no pudo darse cuenta antes. Estuvo allí cuando recibió la llamada de Nadim en palacio, llegando a tiempo por la corta distancia entre una propiedad y otra. Estuvo allí horas antes del ataque de su padre. Llevaba consigo una cigarrera plateada que aseguró era de su padre, de esas que encontraron junto al cuerpo de Danforth, un hombre que no fumaba. A Piper le bastaría un vistazo para reconocer al asesino, y nunca estuvo frente a ella, ni siquiera al encontrarse en el mismo país.
―Dios mío, es Birith ―admitirlo en voz alta rasgó su estómago como hielo filoso, trasladando el frío a cada parte de su cuerpo.
Birith se comunicó con Danforth para hacerse de la planta y así gestionar un tratamiento experimental para su hermana ¿Qué había leído en sus notas? Que Birith también lo tomaría ¿Tenía ella la misma enfermedad? Jamás habló de ello o demostró tenerla. Se veía siempre tan dulce y agradable. Las pocas veces que preguntó por Piper, desprendía un fuerte cariño por ella ¿Habrá sido capaz de matar a sus padres para mantener oculto el secreto así como hizo con Danforth? Luego estaba ese acompañante, N.O., que fácilmente podía corresponder a Nikolaj Olesen, quien lo chantajeó con dinero a cambio de su silencio. Eso pudo detonar su abdicación. Recordó la única vez que lo vio, recibiéndolo aquel día cuando se enfrentó a su padre después de años. Tenía las manos enguantadas y evitaba mirarlo ¿Será él a quien Piper recordó? Eso explicaría por qué de las manos enguantadas, que en su momento no le levantaron sospechas porque formaban parte del uniforme de trabajo, pero que de seguro usaba para ocultar la mancha ¿Era ese el motivo del por qué Birith también siempre usaba guantes? Le vino de igual forma a la memoria lo que el actual jardinero le había contado. Christina estuvo rodando el jardín a principio de año ¿Formaba parte de todo? No le cupo ni la menor duda. Tal vez había dejado su tratamiento a propósito, quizás para retomar el alternativo con acónito, pero terminó presa de sí misma. Aquello quedó evidenciado cuando lanzó a Piper por las escaleras.
Musitó su nombre en voz alta, atragantándose con un grito.
Se puso en pie y caminó hacia la puerta, quitando el seguro y abriéndola de golpe.
―¡Robert! ―gritó al pasillo.
La impaciencia lo arrojó en dirección a la habitación de su padre, donde solo encontró sus pertenencias. Con la respiración agitada como locomotora a la que le han echado carbón, comenzó a rebuscar entre los cajones.
―¡Robert! ―lo volvió a llamar.
Escuchó sus pasos poco después, cuando ya había vaciado el contenido de dos cajones.
―¿Señor?
Riley volteó hacia él. No debía tener buen semblante por la manera en que lo miraba, con los ojos entrecerrados y los labios en una línea de desconcierto.
―¿Dónde están las cosas de Birith?
―Se las llevó, mi señor, al abandonar la propiedad.
―Tenía una cigarrera de plata, ¿dónde la dejó?
―No era suya, era de su padre. Un obsequio de aniversario.
―¿Dónde mierda está?
―No lo sé, mi señor. Entre las pertenencias de Lord Yorkesten, me imagino.
―Ayúdame a buscarla, pero primero ordena a los empleados que revisen la propiedad entera. Acomoden en la sala todo lo que le perteneciera a Birith, pero siempre usen guantes. Siempre.
Le exasperó ver la confusión en su rostro, como si se hubiese vuelto loco.
―¿Qué estás esperando? Acabo de darte una orden directa.
Robert asintió y se precipitó fuera de la habitación instantes después. Continuó la búsqueda a pasos agigantados. Se le secó la boca con el primer vértigo que lo azotó, incapaz de concebir la idea, mientras rememoraba lo que ya conocía.
Habiendo su familia trabajado para la suya, estaba al tanto de la siembra de acónito. Para ese entonces, Christina debía tener once años, y el mismo Markus le explicó que ella había pasado gran parte su niñez en hospitales. Birith debió comunicarse con Danforth para pedirle muestras de la planta, algo que él aceptó. El convenio no le fue de beneficio con la intromisión de Nikolaj, quien de alguna manera tenía la carta enviada por Easton ―o Jakoj― a los Olesen en 1913. Pensó que podía hacerse de buen dinero con un chantaje, pero Danforth abdicó antes de que algo así sucediera. En las notas del diario, Birith no parecía haberse quedado tranquila ¿Por qué? Quizás un escándalo como aquel habría enlodado su carrera política que recién comenzaba ¿Era ese un motivo para matar?
Si de motivos hablaba, por mucho tiempo supusieron que el responsable de ambos crímenes ―la muerte de Danforth y la de los padres de Piper― fueron comentados por la misma persona ¿Habría sido Birith capaz de asesinar a su mejor amiga, la esposa del cuñado de su hermana? Luego estaban los asesinatos por envenenamiento. Suponer que a los once años, Christina jugaba con plantas venenosas...No, no podía ser tan retorcido. Debió conseguir el veneno de otra forma, ¿pero cómo? ¿Qué tenían en común los asesinatos apartando la toxina? Danforth se supuso fumador, y la mucama también fumaba. Si el chofer que transportaba a la familia de Nadim también fumaba...
Al abrir el cajón de las corbatas, la vio; la cigarrera plateada que le nubló la mente. Resplandecía por la luz que se colaba detrás de él, lisa y sin ningún grabado. Desenrolló una de las corbatas para tomarla y la abrió. Dentro, encontró los diez espacios para cigarrillos ocupados, sin usar. Si su padre estaba fumando tanto como Robert y Birith aseguraron, ¿por qué dejaría la cigarrera llena?
―Ya he organizado al personal, mi señor. El jefe de seguridad llegó. Su padre no está en Green Hollman como indicó.
Riley dio un salto al escucharlo hablar. Se giró hacia él al instante.
―Dijiste que mi padre estaba fumando más que antes ―le mostró la cigarrera―. ¿Y esto qué es?
―No lo había visto fumar, pero se lo comenté porque le vi un par de cigarreras más.
―¿Se las regaló Birith?
―Sí, mi señor. La última se la regaló en el último viaje a Dinamarca que hicieron juntos su padre y Lady Yorkesten.
Lo azotó otra vez la cortada fría en el estómago.
―Dios mío, Birith está en Dinamarca ―le comenzó a temblar la voz, e inquieto se vio a sí mismo buscando su teléfono en los bolsillos. Cerró la cigarrera y la envolvió con la corbata. Después, se la extendió a Robert―. ¿Tienes el número de Nadim? Si es así, llámalo. Dile que venga.
Mientras marcaba el número de Piper a prisa, Robert le preguntó:
―¿Qué hago con la cigarrera, mi señor?
―Resguárdala con tu vida hasta que Nadim se presente ―el tono sin respuesta lo impacientó―. No puede ser, Piper. Qué mal día para no responder.
Marcó el número de Meredith un par de veces hasta que respondió.
―Buenas noches, Lord Darlington ¿Le puedo ayudar en algo?
Le indicó a Robert que se retirara. Viéndolo fuera de la habitación, habló:
―Pásame a Piper, es urgente.
―Me temo que no es posible. La sesión con el Folketing sigue en vigor.
―No me estás entendiendo, es un asunto de vida o muerte y necesito hablar con ella en este instante.
―Lo comprendo, mi señor, pero la reina me ha pedido...
―Meredith, pon a Piper en el maldito teléfono ahora. Se trata del asesino de sus padres. Piper corre peligro.
Hubo un silencio absoluto al otro lado de la línea, y tuvo que mencionar su nombre dos veces antes de escucharla respirar a prisa.
―¡Meredith! ―gritó, con la paciencia ya agotada―. Necesito hablar con Piper en este instante.
―Lo lamento, mi señor. La reina no puede responder ahora.
Riley observó la pantalla de su teléfono al percatarse de que había cortado la llamada. Insistió sin tener éxito, probando suerte con el de Piper. No podía quedarse a esperar a que le respondiera, así que al encontrarse con Robert en el salón, le dijo:
―Espera a que Nadim llegue y entrégale la cigarrera. Dile que se la lleve a Zachary para que revise su contenido. Voy a dejarte mi guardia aquí para que te custodien. Así de importante es, ¿entendido? ―asintió cuando él lo hizo―. Me voy de vuelta a Dinamarca. No le entregues a nadie esa cigarrera a menos que sea Nadim. A Nadie.
Pisó el reguero de la ropa esparcida en el suelo con los tacones negros, revisando una vez más el contenido de la maleta, ahora vacía. Suspiró, cansada de los fracasos y las búsquedas interminables. No había nada en la habitación salvo por las pertenencias de la reina
―Te dije que no tendría la llave aquí ―se echó el pelo rubio hacia atrás, alborotado por el viento que entraba por la ventana abierta―. Es desconfiada. Si alguien sabe donde está, es el marqués.
El hombre al otro lado de la línea suspiró, acomodándose los guantes mientras se pinchaba el teléfono con el hombro.
―El marqués que está en Inglaterra ―le recordó
―No por mucho Creo que sabe, y si es así, viajará a Dinamarca para proteger a su reina.
―Supongo que me corresponde a mí impedir el reencuentro.
La frialdad en su voz le provocó un escalofrío a la mujer.
―De momento, tengo el teléfono de Piper ―le dijo―. Mientras esté en la reunión con el Folketing, estará incomunicada.
―Birith no estará contenta. Hacer desaparecer al duque ya fue bastante difícil con lo persistente que es su hijo, pero con la desaparición del marqués, va a inquietar a una reina muy voluble. Esto se nos está saliendo de las manos. Deberíamos irnos del país cuanto antes.
―Solo quiero recuperar a mi madre. Lo que pase contigo o con tu familia me importa muy poco.
Nikolaj la maldijo en danés.
―Si la búsqueda terminó, ¿no deberías volver a la reunión antes de que note tu ausencia?
―No la notará ―Meredith se acomodó la falda del vestido―. Ahora, devuélvete al infierno del que saliste y déjame buscar la llave en paz.
¡Vamos! ¿A caso no estaba obvio ya...?
Lo que se viene es la cúspide del caos. Nos vemos el próximo domingo con el preludio a otra tormenta.
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