Capítulo cuarenta y dos.
"La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro"
―William Shakespeare
Gotas del agua caliente se deslizaron por la espalda desnuda mientras él seguía atento a su trayectoria de vuelta a la bañera. Escuchó el movimiento del agua como un susurro a medida que las manos de ella la agitaban. Cargó líquido caliente en su mano y la vertió lentamente sobre la piel expuesta, maravillado por el deslizamiento recto desde la nuca hasta la mitad de la espalda, donde volvía a fundirse con el agua.
―Me hace cosquillas ―la oyó decir.
Él sonrió, y con el índice trazó la línea de su columna. Le sintió la piel erizarse.
―¿Sabías que tienes muchos lunares en la espalda? ―curioseó él.
Piper lo miró por encima del hombro. Tenía el cabello atado en un moño hecho a prisa.
―No creo que sean muchos.
Riley acomodó la espalda de la bañera y fue moviendo el índice lentamente por su piel mientras los contaba, conectándolos con líneas y círculos como si fuesen una constelación.
―Son trece ―le dijo sin detener los movimientos―. Hay algunos que casi parecen formar una p ¿Te lo habían dicho?
―Nadie me había examinado tanto como tú.
―Me queda bastante terreno por recorrer todavía, pero me gusta mucho lo que he visto hasta ahora.
Trazó líneas por sus hombros, deslizando los dedos después por el antiguo recorrido de su columna. Pronto la escuchó jadear y arquearse al ritmo de sus caricias, como sin tuviese el control de su respiración.
Sonrió.
―Parece que te gusta ―se impulsó hacia adelante. El agua imitó su movimiento―. Quiero conocer cada una de tus reacciones.
Un remolino caliente se le desató a ella en el vientre cuando los tibios labios de él iniciaron un recorrido por sus hombros, dejándole suaves besos y después palpitantes mordidas. Le tembló la garganta al intentar atrapar una bocanada de aire. Pronto, lo sintió acercarse a su oreja. La mareó la calidez de su respiración entrecortada. Se removió inquieta al encontrar las manos de él enterrándole las uñas en el vientre mientras la acercaba. Piper jadeó al ritmo del trayecto de sus manos hasta sus pechos. Con los lentos movimientos, instó un placer dentro de ella que apagó después al envolverle la cintura con los brazos. Con la respiración agitada, se obligó a respirar profundo. Se dejó caer de golpe contra su pecho y suspiró en complacencia.
―Se me hace muy difícil quitarte las manos de encima ―le dijo él. Le dejó un beso en el pelo y después otro en el cuello―. No es cierto lo que dicen.
―¿Qué dicen?
―Que hacer el amor con la persona que amas quita las ganas. A mí me las ha aumentado.
A Piper le costó concentrarse por la respiración de él golpeando sobre su cuello. Olía a la menta de la pasta de dientes, pero también al hipnótico aroma de su piel que tuvo por horas adherida a la suya. Le trajo el recuerdo de su noche juntos y de lo bien que se acoplaron sus cuerpos al tiempo en solitario. Con cada beso, cada caricia, a ella se le desbordaba el mundo en reproches. Quería que el tiempo se detuviera. No supo que también tenía hambre hasta que le calmó el dolor en el vientre que él le había provocado. Ya no le era ajeno ni pecaba de ignorante ante el tortuoso placer de la carne. Ejercía poder sobre ella como un tormento, casi con la misma fuerza que el amor que le tenía. Sonrió, sabiéndose afortunada.
Le sintió la mano dándole golpes en el muslo.
―Hay que salir del agua o acabaremos arrugados antes de llegar a viejos.
La imaginó haciendo un mohín. Con un suspiro, se movió hacia delante y, sosteniéndose de la bañera, se puso en pie. Le pareció un espectáculo como ninguno contemplar su desnudez, la forma en la que el agua descendía por su tersa piel, enmarcándole las curvas e intersecciones de su carretera nívea. Viéndola abandonar la bañera, encontró hipnotizante el vaivén lento de sus pechos al moverse, endurecidos los pezones por el frío del cambio de temperatura. Le volvió a palpitar en las entrañas el enloquecedor deseo por tocar su piel, por recorrer su piel de miel con la boca, perderse en el paraíso oculto que había entre sus piernas. Tenía todavía en su cuerpo los avasalladores efectos de una noche juntos, y aún así no le fue suficiente. Nunca tendría suficiente de ella.
―Sirvieron el desayuno mientras tomábamos un baño ―tomó la toalla del colgadero y comenzó a secarse con ella.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque me han servido el desayuno mientras me baño desde que estoy aquí.
Riley hizo una mueca cuando la vio cubrirse la desnudez con la toalla. Con un suspiro, se puso también de pie.
―¿Me pasas una?
Piper no supo a qué se refería hasta que giró a su encuentro y lo vio desnudo y de pie en la bañera. Sintió sus mejillas arder, tan poco acostumbrada a algo como aquello. Nunca antes vio desnudo a un hombre y una parte de ella ―la pudorosa― quería darse la vuelta, y otra ―la descarada― moría por recorrerlo, aprenderse de memoria cada parte de su anatomía.
―Puedes mirar, no me molesta ―lo escuchó decir―. Yo lo he hecho bastante contigo.
Piper le lanzó la toalla.
―No voy a mirar ―se soltó el cabello a medida que caminaba hacia la puerta del baño―. Te espero para desayunar, pero no te tardes.
Para el momento en que lo vio devolverse a la habitación, traía puesto un pantalón negro de lana y medias blancas. A pesar de tener las ventanas cerradas y la calefacción puesta, por momentos penetraba al interior vientos fríos de septiembre.
―¿Quieres que te muestre el desayuno?
Riley terminó de secarse el cabello con la toalla y la dejó junto a la de ella en el colgadero de metal. Vio que traía puesto una bata de baño.
―¿Qué hay en el menú? ―inquirió.
―Yogurt de coco y frutas.
―¿De coco? Jamás lo he probado de coco.
―Es delicioso, hecho en casa. Me gusta con frutas agrias como kiwi, arándanos, zarzamoras y fresas, con un poco de granola y unas hojas de menta encima ¡Dios! Que con solo mencionarlo, se me hace agua la boca.
Él se echó a reír.
―Te gusta comer sano ―movió la silla hacia atrás para acomodarse en ella―. Si vieras lo que comía en Inglaterra, pensarías que estoy a un mordisco de cualquier carne de un infarto.
Piper se llevó la primera cucharada del yogur a la boca, y mientras masticaba los arándonos lo observó tomar la suya y comenzar la ingesta.
―¿Volverás a Inglaterra? ―le preguntó después.
Vio el cambio en su rostro, que quedó evidenciado con las cejas levantadas y la boca torcida mientras masticaba la fruta.
―No he querido pensar en ello.
―Comprendo.
Se formó un silencio de minutos. En un parpadeo, Piper vio como su plato ya iba a la mitad. Cortó un trozo del kiwi y se lo llevó a la boca.
―No sé que hacer si decido regresarme ―lo escuchó decir. Dio algunos golpes en el plato hondo con la cuchara―. Quisiera tener la misma seguridad que tú, pero no puedo sacarme la duda de encima ¿Y si él...?
Se le acortó la voz.
―Es frustrante dudar de todo el mundo, hasta de mi padre ¿Cuántas personas tenemos ya en esa lista? Christina, Markus, Nadim, Brian, Margo, Meredith, mi padre. Deberíamos incluirnos a nosotros mismos. Somos de los pocos que faltamos.
―Bueno...
Riley levantó la vista.
―¿Qué?
―¿Recuerdas el recetario de anoche?
―¿Qué hay con él?
―Te dije que me lo dio Osvald, el panadero, ¿cierto? ―él asintió―. Se lo dio tu padre el día del asesinato. Se lo tomé prestado.
―¿Para qué?
―Tiene anotados los nombres de las cocineras de tu familia. Osvald me contó que tu padre llevó consigo ese día a su cocinera. Tal vez su nombre esté allí. La única forma de asegurarnos de que tu padre no estuvo involucrado, es revisando que sus testigos sean auténticos. Nadim tiene los testimonios. Podríamos pedírselos.
Riley observó la mesa de noche junto a la cama. Su teléfono descansaba sobre el libro verde.
―¿Qué crees que me dirá si lo encaro de frente?
―La verdad, espero.
Se le escapó una carcajada débil.
―¿Sabes qué pienso? Que los títulos nobiliarios te enseñan a mentir. No sé cuanta verdad esté dispuesto a decirme. No lo conozco en absoluto, y él a mí tampoco.
Con una sonrisa, Piper se echó un poco más de yogurt a la boca. Tragó, y después habló:
―Son más parecidos de lo que crees.
Él volteó hacia ella. Tenía las cejas levantadas.
―Estás loca.
―Me quedé a solas con él cuando fuimos a su mansión. Tienes mucho de él. La postura, la forma de mirar, algunas expresiones, acortar conversaciones con pocas palabras. Quizás es por lo que ustedes chocan tanto. Es algo así como tú y yo, pared con pared.
―La terquedad y la testarudez ―sonrió.
Piper sonrió también.
―A una parte de mí le parece cobarde el irse, dada nuestras circunstancias ―dijo Riley.
―¿Cuáles circunstancias?
Bastó verle la sonrisa de diablo para comprenderlo. Piper contuvo una risa.
―Bueno, para su desgracia conozco el lugar donde viven usted y sus padres. Además, tiene una propiedad en mi país que podría confiscar de inmediato si llegase a huir de mí. Temo que se ha involucrado con una mujer difícil de eludir, Lord Darlington.
―Esa es una seria amenaza que no debe tomarse a la ligera.
―Ciertamente no, pero dicen por ahí que en guerra avisada no muere soldado.
―Soy un hombre bastante sabio para mi edad, así que no se preocupe por mí. Tomaré en consideración sus advertencias.
Piper lo señaló con la cuchara. Después, tomó otro poco del yogurt y continuó comiendo. El resto del desayuno transcurrió en silencio, mientras en el pecho de ella iba naciendo una añoranza. Suspirando, se limpió la boca con la servilleta y se puso en pie. Acortó la distancia entre ellos y se le acomodó sobre las piernas. Le colgó los brazos al cuello y lo observó fijo al par de ojos gris tormenta que no tardaron en ir a su búsqueda.
―¿Te pareceré una novia tóxica y egoísta si te digo que no quiero que te vayas? No te quiero compartir con el resto del mundo. Si fuera por mí, me quedaría aquí para siempre, contigo. Estoy cansada de la guerra que hay afuera.
Lo sintió posicionar una de sus manos en su cadera, tirando de ella para acercarla. Pronto, tuvo su boca a centímetros de la suya. Cerró los ojos y recibió el beso, que sabía distinto al resto. Le parecía tan íntimo e invasivo, reclamando más de lo que reclamó antes. Le martilleó el corazón a prisa cuando comenzó a faltarle el aire.
―Tampoco quiero irme ―le mordió con suavidad el labio, encajando los dientes donde sabía que se encontraba aquella peca que lo volvía loco―. Nada en el mundo me da la paz que me provees tú. También estoy cansado de la guerra que hay afuera, pero tenemos que resistir un poco más. Tengamos fe. Sé que hay un futuro brillante para nosotros.
Piper sonrió, con el deseo de llorar atorándose en su garganta.
―Regresarás a Inglaterra entonces ―teorizó.
―Tengo a mi cargo las responsabilidades del ducado y creo que puedo usarlas a nuestro favor.
―¿Estamos siendo irresponsables? Mi padre también quiso resolver el misterio por sí mismo y no terminó muy bien. Sin embargo, ¿en quién se puede confiar? Eres la única persona a quien le fiaría lo que fuera.
―Comprendo tu inquietud y tienes toda la razón. Usaremos los recursos como hemos hecho hasta ahora: limitándolos. Margo, por ejemplo. Aunque no me siento cómodo con la idea, debemos considerar que tal vez ella le esté pasando información al asesino. Dejarla a un lado despertaría sospechas, así que continuamos usando sus servicios, aunque limitados. Te puso en esta casa, pero la tengo vigilada.
―¿Vigilada? ―frunció el ceño―. ¿Cómo?
―Algunos de mis guardias están en la tuya. Lo coordiné en privado.
―Ya habíamos hablado de esto. También necesitas seguridad, en especial ahora que estás quedándote en Inglaterra.
―Estoy bien resguardado, y un poco más tranquilo sabiendo que tú también.
―No me siento cómoda con esto. Ya te lo dije. Mi guardia puede cuidar bien de mí.
―Ya te lo dije yo a ti. La única seguridad de la que puedo fiarme es aquella que yo mismo puedo garantizar. No te preocupes tanto por mí. Siempre que tú estés bien, yo estaré mejor.
―Encuentro dulce, pero también un fastidio, que consideres más mi seguridad que la tuya.
―Hay que mantener segura a la reina.
Con la resignación evidenciándose con un suspiro, Piper le dejó un beso en la nariz mientras se acurrucaba más contra él.
―¿Cuándo te vas? ―le preguntó.
―Se supone que ayer iba a reunirme con el jardinero, pero la pospuse para hoy. También tenía en agenda el sepelio de Florence, la mucama. Está pautado para la una. En la tarde, debo ver al médico para que me informe los resultados de unas nuevas placas que le hicieron a mi padre.
―Significa que debes irte pronto.
―Es lo que me temo.
Jugueteó con el pelo que le llegaba a la nuca, tirando de él y luego rascando su cabeza con las uñas.
―Entonces, ¿qué tal una despedida? Una forma de que no me olvides tan pron...
La silenció con un beso, y envolviéndole la cintura con los brazos, se levantó con ella y la llevó a la cama.
Dejó la sombrilla junto a la puerta, y pronto en el suelo se expandió el goterío del agua por la lluvia que se deslizaba por el metal.
―¿Quiere que le prepare una bebida caliente, milord? ―le ofreció el mayordomo.
Riley sacudió el abrigo que tenía puesto. Algunas gotas de lluvia le cayeron encima al bajar del auto.
―Té, Robert. Gracias.
―Pediré que le traigan un abrigo seco.
―En el auto dejé mi maleta. Dile a alguien que la lleve a mi habitación.
―Como ordene.
Se formó un eco por el sonido de sus pasos hacia la oficina. A medio camino, se deshizo del abrigo y lo dejó en el colgadero en cuanto ingresó a la habitación. Las cortinas estaban cerradas, por lo que se detuvo un instante a abrirlas mientras esperaba el té.
Llegó pocos minutos más tarde.
―Gracias, Robert ―asintió al dejarle la taza frente a él.
―Seguí la receta paso a paso, como ordenó.
Le sonrió en agradecimiento.
―¿Lo has probado? ―le dio un lento sorbo, y una sonrisa de complacencia se le instaló en la boca―. El té danés tiene un sabor único.
―Ciertamente, mi señor, pero prefiero mi té británico.
―Los dos tienen su encanto. Llevo mucho tiempo viviendo en Dinamarca y su té ya forma parte de mi alimentación.
―Supongo que piensa regresar en cuanto su padre esté repuesto.
―Por supuesto. Es ahora mi residencia permanente.
―Se le ve muy contento, pese a que abandonó su país natal. Solo los enamorados encuentran dicha en esa pena.
Riley se echó a reír.
―Deberías visitar el país. Es una experiencia que te cambia la vida ―le dio un largo trago a su bebida―. Fuera cursilerías. Dime, ¿el jardinero está hoy aquí?
―Sí, señor. Está esperando por usted. Le pedí que se presentara en cuanto me avisó que venía de regreso.
―Excelente. Dile que pase.
Tosco y fornido eran dos palabras que no alcanzaban a descubrirlo del todo. Si hubiese tenido que adivinar su profesión por su aspecto, Riley habría jurado que era luchador en peleas ilícitas. Él debía parecer un palillo de dientes si se llegase a parar junto a él. Alto y delgado en contra de un tosco y fornido. Fantástico
―Buen día ―se puso de pie para recibirlo―. Tome asiento, por favor.
Traía puesto un pantalón de tartán y una camisa de mangas largas grises. El cabello castaño quedaba aplanado por el sombrero verde de jardinería.
―El mayordomo indicó que quería verme ―le dijo mientras se sentaba.
Riley asintió al tiempo que se devolvía a su asiento.
―Quería hacerle unas preguntas. Supongo que mi padre lo contrató ―lo vio asentir―. ¿Hace cuánto va de eso?
―Doce años.
Riley levantó la ceja mientras pensaba en la edad que tenía. No parecía que pasara de la mitad de treinta y cinco.
―Disculpe, ¿qué edad tiene?
―Cuarenta y dos.
―Ah ―agitó la cabeza y continuó―. ¿Conoce bien la plantación de acónito en la Mansión Yorkesten?
―Así es, mi señor. Forma parte de los requisitos impuestos por el duque. Mi padre es botánico y lo que no me enseñó lo aprendí en la universidad.
―Supongo que está enterado de que una de nuestras empleadas murió envenenada.
―Sí, señor.
―No conozco mucho de esta planta, salvo que es mortalmente venenosa. Le estaría muy agradecido si pudiera brindarme información al respecto.
―Ciertamente, mi señor, el acónito es una planta muy venenosa, unas más que otras dependiendo de su especie, que existen alrededor de 330 en el mundo. La más peligrosa está en la India. Toda la planta es tóxica: los tallos, las hojas, las flores, pero es en la raíz donde se concentra más el veneno. Entrar en contacto con ella puede matar a un persona en treinta minutos, aunque todo depende de la dosis y de la edad.
―¿Cuánto sería suficiente para matar a una persona?
―Con dos miligramos podría morir, pero ya si son cinco, lo mata seguro. Hubo un caso en los años setenta de un asesino en serie en Kent que mató a sus víctimas con aconitina y lo registró en su diario con el nombre de la víctima y la dosis que utilizó. Como puede ver, el veneno de esta planta ha sido utilizada ya para cometer un crimen. Sin embargo, así de mortal, también es una planta utilizada en la medicina alternativa. Algunos médicos homeópatas prescriben acónito para tratar las crisis agudas en pacientes con esquizofrenia.
Aquello llamó la atención de Riley, y el nombre de Christina apareció en su mente como si estuviera escrito en un letrero con luces neones.
―¿Conoces a Birith, la esposa de mi padre?
―Por supuesto, señor.
―¿Has visto a su hermana alguna vez? Son bastante parecidas.
―Me crucé con ella algunas veces, en el jardín. Fue un día que vino de visita. Lady Yorkesten y ella discutieron porque estaba muy cerca del invernadero.
―¿Qué hacía ella allí?
―Observaba la siembra. Dijo que le recordaba sus años de estudio sobre medicina alternativa.
Riley meditó aquello con mucho cuidado.
―¿Recuerdas cuando fue? Que la encontraste en el jardín.
―A inicios del año. Finales de enero, principio de febrero quizás.
―¿Has visto a alguien tomar del cultivo?
―No, señor, no. Su padre no permite que nadie se acerque, mucho menos que accedan a la plantación.
―Si tanto le preocupa el riesgo que representa, ¿por qué no se ha deshecho del invernadero? Yo lo habría arrancado todo de raíz, hasta quemado el terreno si fuese necesario para evitar un nuevo brote.
―Lo desconozco, mi señor. Yo solo recibo órdenes.
―Está bien. Tengo nuevas órdenes que quiero que sean cumplidas de inmediato. Sellen la puerta que da al jardín. La policía pronto quitará las cintas, pero quiero que se amplíe el límite de acceso que estipuló mi padre. La entrada a esa parte del jardín estará prohibida a todo personal o visitante, incluido usted. Habrá guardias custodiando la zona para evitar que alguien se acerque. Esto no afectará su empleo, por supuesto ¿Está de acuerdo?
―Por supuesto, mi señor.
Riley se percató ―una vez más― de los guantes de jardinería que traía puestos.
―Quítese los guantes.
Con un gesto de extrañeza, el hombre obedeció. Sus manos estaban limpias, sin ninguna mancha. Se imaginó a Piper sonriéndole con pena.
―Te he pagado mi paranoia, lo siento ―le pareció oírle decir.
Rascó su barbilla y apartó a la chiquilla de sus pensamientos.
―¿Se requiere de algún equipo especial para entrar en contacto con la planta? ―indagó.
El jardinero asintió.
―Lo primordial es cubrir las manos y protegerse la piel para evitar un contacto directo.
―¿Cualquier guante sirve?
―Depende de la planta, pero sí.
Riley asintió.
―Gracias por su tiempo.
Con un asentimiento, el jardinero se puso en pie y marchó fuera de la oficina. Apenas tuvo tiempo de recostarse del espaldar y soltar un suspiro, cuando Robert se presentó.
―Disculpe, Lord Darlington. Tiene visita.
Una cabeza pequeña se asomó por la puerta. Tenía un aspecto diferente desde la última vez que la vio. Era más alta y de castaña pasó a rubia, pero seguía siendo pequeña y con los ojos verdes ocultos detrás de los lentes rojos.
―Hola, marqués ¿Te has olvidado de mí?
Riley sonrió y la invitó a pasar con un movimiento de mano.
―Es difícil olvidarte, Annabelle ¿Qué haces aquí? ―le señaló el asiento al otro lado del escritorio. Cuando la vio acomodada, se dirigió a Robert―. Tráenos algo de tomar ¿Quieres algo en específico? ―le preguntó a ella.
La aludida negó con la cabeza. El mayordomo marchó fuera después.
―No te he visto en, no lo sé, ¿hace cuánto que dejaste Inglaterra?
―Pocos años.
―Te vez muy bien. Retomar el marquesado te ha sentado de maravilla.
―Tiene sus ventajas. Cuéntame, ¿qué has estado haciendo desde que te mudaste?
―Algo que no hizo muy feliz a mi madre, pero ya la conoces. Todavía no lo acepta.
―Lo lamento.
―Yo también.
Con el gesto de tristeza que se le formó, Riley decidió cambiar de tema.
―¿Cómo supiste que estaba de regreso en Inglaterra?
―Supe lo que pasó con tu padre. En las noticias se mencionó mucho tu nombre y escuché que estabas aquí tomando las riendas del ducado mientras mi tío se recupera ¿Cómo está?
Annabelle era muy distinta al resto de la familia, que había dejado de relacionarse con su padre desde que estuvo casado con Elinor. No pudieron soportar que el hermano mayor de los Egerton se casara con una mujer de la Casa Lauridsen. La recordaba dulce y amable ―lo opuesto a rodo miembro que recordaba― y era la única de sus primos con quien se llevaba bien. Habían pasado algunos años desde la última vez que la vio.
―Está mejor ―asintió―. Iré a verlo más tarde ¿Te gustaría acompañarme?
―Me encantaría, así de una vez le doy la buena noticia.
―¿Cuál?
―Me voy a casar.
Riley abrió los ojos por la sorpresa.
―¿De verdad? ―la vio asentir, frenética―. Bueno, ya era hora ¿Hace cuánto están juntas?
―No somos una pareja normal. Parte de nuestra relación transcurrió en secreto mientras veía cómo preparar la oportunidad de decirle a mi madre. Hasta la fecha, sigue sin aceptar que soy lesbiana. Me da mucha tristeza saber que no la tendré en un día tan especial, pero esta es la familia prejuiciosa en la que nacimos. Ya sé como se sintió el tío Tom cuando le dieron la espalda por su boda con una mujer de la casa Lauridsen.
―Sé que no lo compensa del todo, pero mi padre y yo siempre te brindaremos nuestro apoyo. Sabes cuánto te aprecia. Eres como esa hija que no pudo tener después por no saber planificar un matrimonio.
Annabelle se echó a reír.
―Lo sé, primo, lo sé. Ya que hablamos de bodas, supe por ahí, por los rumores que cuentan los cotillas de la alta sociedad, de que tú eres la pareja de la reina de Dinamarca ¿Es eso cierto?
Riley inclinó la cabeza mientras sonreía.
―Creo que tú eres muy cotilla ―asintió un par de veces―, pero sí. Es verdad.
―Le has de haber provocado un infarto a toda la familia. Otro Egerton con otra Lauridsen.
―Si la hubieses conocido, me entenderías. Es una mujer de mucho encanto.
―Vi la transmisión de su proclamación. Te has conseguido a una novia muy guapa. Tendrán niños muy bonitos.
―Para eso falta todavía, pero serás a la primera de la familia a quien le diga cuando pase.
―Tenemos un trato.
―Pero cuéntame, ¿cuándo será la boda?
―El próximo año, en abril o en mayo, aún no decidimos. Queremos que sea en primavera, un siete o un catorce. Es que nos conocimos un siete, pero tuvimos nuestra primera cita de verdad un catorce. Escogemos la fecha por mero sentimentalismo.
―Les ofrezco la propiedad, si no tienen donde realizar la ceremonia. Tiene un jardín espléndido sin tanto riesgo como Yorkesten.
―Ni lo menciones. A Hannah siempre la puso nerviosa que su madre trabajara allí.
―Es cierto, ¿en qué trabajaba su madre?
―Era la chef de tu padre. Montó su propio restaurante hace un par de años. El tío Tom va de visita cada vez que puede.
―Mmm ―Riley se rascó la barbilla mientras pensaba―. ¿Me acompañarías un segundo? Hay algo que quiero preguntarte, pero primero necesito verificar algo.
―Por supuesto ¿A dónde?
Annabelle observó el jardín de la mansión desde la ventana de la habitación de Riley.
―Que bonita vista tienes aquí.
Le sonrió, mirándola de reojo. Devolvió pronto su atención al recetario que tenía en las manos.
―Es una lástima que nuestra familia sea tan rencorosa, ¿no te parece?
―Lo peor es que pasó por una mentira ―comentó, distraído.
No se percató de lo que había dicho hasta que la sintió en frente.
―¿A qué te refieres?
―Nada. Digo que es una mentira porque nadie sabe lo que provocó la enemistad. Mis tíos le dieron la espalda a mi padre por haberse casado con una mujer de la familia enemistada. Es una de las estupideces más grandes qué he escuchado en mi vida.
―Lo sé. A mi madre nunca le gustó que me relacionada con tu padre.
―La tía Emily. Siempre tan dulce.
Annabelle lo miró, divertida.
―¿Imaginas cómo debe estar ahora que estás con una Lauridsen?
―Piper no es como Elinor. Ella no bajaría la cabeza ni asentiría para mantener la paz. Apenas puedo seguirle el paso yo.
Abrió el libro y observó la lista de nombres que Piper le había mencionado. Lo giró hacia ella.
―¿Ese es el nombre de tu suegra?
Annabelle trazó el dedo por la hoja. Sonrió.
―Sí, ese es. Janice Tenley.
―No me acuerdo mucho de ella ¿Por qué dejó de trabajar para mi padre? ¿Por el restaurante?
―Sí. Siempre fue su sueño. La vi por años ahorrar para hacerlo realidad.
―¿Crees que trabajaba para mi padre en el 2016?
―Por supuesto. Tío Tom no es de cambiar de empleados. Intentó que Janice no se fuera, hasta le subió el sueldo.
Asintió.
―Necesito hablar con ella ¿Crees que podrías pedirle que venga?
Annabelle lo miró, confundida.
―¿Para qué?
―Encontré este recetario ―lo levantó y lo agitó―. Es de la familia. Como Piper y yo hemos formalizado una relación, nos gustaría preparar una cena para la familia, la suya y la nuestra. Queríamos unir recetas de ambas y mi padre me recomendó a tu madre. Tu visita hoy casi que ha caído del cielo.
―Estoy segura de que le encantará la idea. Hasta puede servirle para decidirse por la cena de la boda. Es su regalo para nosotras.
―¿Será que puede darse la reunión hoy? La cena es la próxima semana y quedan detalles por afinar.
―No lo sé. Tendría que preguntarle si está disponible.
―Te debería muchísimo si lo consigues. Es que de verdad tengo prisa. La familia de Piper es muy estricta.
―Claro. Mm, puedo llamarla de camino al hospital. Dijiste que tenías que ver a tu padre.
―Me parece.
Vio la puerta de la habitación de su padre frente a él, pero no fue capaz de abrirla.
Lo atormentó una respiración ansiosa, como si el ingresar al interior le prometiera una mala noticia. Suspiró profundo, tomó la cerradura y abrió. Lo encontró a medio sentar, con la mano en el muslo y la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Los golpes del rostro tenían mejor aspecto, pero sabía que los de la costilla aún le molestaban.
Golpeó dos veces la puerta para hacerlo consciente de su presencia.
Levantó un poco la cabeza y lo miró, torciendo la boca en una sonrisa cansada.
―Qué viaje a Dinamarca tan corto ―dijo. Se movió con lentitud en la cama para acomodarse. Hizo una mueca de dolor―. ¿Cómo está Piper?
―Bien ―respondió, sin más.
El duque notó la incomodidad en su voz.
―¿Sucedió algo?
―Puede.
―¿Piper está bien, sí o no?
―Ya te habrías enterado si no lo estuviera.
―Entonces, ¿qué pasa contigo?
Riley se cruzó de brazos.
―Supe que estuviste en Dinamarca el día del asesinato ―le dijo. Respiró profundo y después continuó―. No voy a negártelo. Puso en duda mi confianza en ti.
Lo vio torcer la boca, y con movimientos lentos asintió.
―Lo comprendo.
―No quiero que lo comprendas, quiero la verdad. Tú y yo no hemos sido padre e hijo en años, así que me cuesta confiar en ti. Incluso Piper confía mas en ti que yo. Si de verdad te importo, si de verdad me quieres, si de verdad eres inocente, júrame que no tuviste nada que ver con la muerte de Aleksander y Lauren.
―No importa cuantas veces te lo jure. No confías en mí, así que las dudas seguirán con vida. Aleksander fue un buen hombre y entre ambos jamás existió una disputa, ni siquiera cuando su hermana y yo nos separamos. Intentamos reconstruir una relación años después, y la única condición que Elinor me puso fue que él debía ser el primero en enterarse. Por desgracia, murió antes. Desde ese día de noviembre, la vida de todo aquel que lo conoció cambio y no fue para mejorar. Si estuvieras en mi posición, ya te habrías cansado de defender tu inocencia, cuando no soy más que responsable de tener un cultivo de acónito en mi propiedad.
―¿Y eso te parece poco? ―hizo un esfuerzo por relajar la postura, moviendo los hombros para soltar la tensión. Su cuerpo estaba preparado para la pelea, pero él quería evitarla. No se sentía con la fuerza para sobrevivir intacto a algo así―. ¿Por qué no te deshiciste de él? Si es tan peligroso, ¿por qué lo has mantenido todo este tiempo?
Lo vio torcer la boca, y después se le formó una mueca de dolor, por el esfuerzo ejercido con la mandíbula.
―Cuando mi padre murió y heredé el ducado, lo consideré, en especial con tu nacimiento. No eras un niño fácil de controlar. Te gustaba explorar la casa como si de una aventura se tratase. Tanto nos preocupábamos tu madre y yo que si ninguno estaba cerca de ti, teníamos a Robert cuidándote. Por tu seguridad, lo mejor que podía hacer como padre era destruir el invernadero. Entonces, tu madre y yo nos separamos. Se mudó contigo fuera de la mansión y ya no tenía un niño pequeño al que mantener lejos de la plantación. Con el tiempo, hasta olvidé que la tenía. Jamás me acerqué a ella, y nadie lo hizo tampoco, salvo por el jardinero. Años más tarde, con la muerte de Aleksander y Lauren, y la del chofer envenenado, se habría visto sospechoso que justo entonces me deshiciera de él. Con la muerte de la mucama, bueno... La mansión está bajo investigación. La policía no me permitirá hacer nada.
Levantó la mano con la intravenosa y giró la muñeca. Parecía molestarle.
―¿Christina iba mucho de visita a la mansión? ―preguntó Riley.
―A veces. Visitaba a Birith o a su primo algunas veces al año.
―¿Su primo?
―Sí. Se llama Nikolai. Él, Christina y Birith crecieron juntos. Christina le pidió a Birith que lo contratara para ayudarlo porque al parecer estaba en tratamiento para combatir la adicción a drogas.
―¿Se lo dio?
―Birith no estaba muy contenta, pero sí. Lo mantuvo siempre vigilado. Me dijo una vez que dudaba que fuera a rehabilitarse porque ya había estado antes en tratamiento. Dejó la mayoría a mitad antes de recaer.
―Piper y yo creemos que Christina tuvo algo que ver con el asesinato de sus padres, aunque la lista de sospechosos es inmensa, si te soy sincero. Teniendo a Birith como tu esposa, y poseyendo conocimiento sobre medicina alternativa, creo que ella podría estar utilizando el acónito de tu propiedad.
Lo vio palidecer.
―Es una acusación seria.
―Es una suposición. Tengo más cabos sueltos que atados. Teorizamos que el asesino de Danforth y el de los padres de Piper es el mismo, pero al momento de la muerte de tu primo, Birith y tú no estaban casados, así que eso me lleva a un montón de posibilidades y ninguna puedo probarlas.
Los ojos del duque parecían cansados y afligidos.
―Hay algo que no te conté ―dio un par de pasos hasta quedar más cerca de la cama―. Piper recordó algo del asesinato, un hombre con una mancha que le cubría el pulgar. Cuando la atacaron en el palacio, el hombre llevaba guantes. Tal vez prevenía dejar una huella en algún lado o que alguien viera la mancha, no lo sé ¿Has visto algo así?
―Temo que no ―respondió después de meditarlo―. ¿Es un hombre, entonces? El asesino.
―Es lo que parece. Piper está convencida de que es alguien a quien su padre conocía porque lo tuteaba. Si nos dejamos llevar por eso, tenemos a Nadim, a Markus y al que fuera su primer ministro, Brian.
Su padre montó mala cara.
―Ese infeliz.
Riley frunció el ceño.
―¿Lo conoces?
―¿Conocerlo? Por supuesto. Aleksander le retiró la confianza por comentarios machistas que hiciera respecto a Elinor.
―Pensé que fue a unas ministras.
―Ciertamente, lo hizo, pero también insultó a Elinor. Aleksander quería revocar para generaciones futuras que el varón se antepusieran a la mujer, en especial tomando en cuenta que su primogénita era una niña ¡Qué no soltó su boca sucia ese día! Elinor estaba muy afectada creyendo que había incitado por accidente la discusión, cuando la entera responsabilidad caía sobre Brian. Era inconcebible que un hombre tan machista como ese fuera primer ministro.
―No parece que haya cambiado en nada. Tendrías que haber visto como le habló a Piper durante la gala de su proclamación.
A Tom se le curvearon los labios.
―Apuesto que ella no se quedó callada.
Se encogió de hombros.
―Piper no sabe lo que es quedarse callada.
Con la mano temblorosa, el duque se impulsó hacia adelante, buscando comodidad. Riley acortó la distancia entre ellos y tomó su mano para ayudarlo. Con un rápido movimiento, acomodó la almohada detrás de su espalda.
―¿Mejor?
Lo vio asentir con movimientos lentos.
―Gracias.
Riley suspiró, intentando mantener dentro de sí un montón de palabras que no estaba seguro de querer decir.
―Te veo angustiado.
Enfocó su atención en su padre.
―Tengo muchas cosas en mi plato.
―Bienvenido a la vida de un noble.
―No quiero dudar de ti ―le soltó de golpe, con la voz estrangulada, como si intentase contener un grito―. Cada vez que Piper habla de su padre, veo cuanto lo extraña. Por años, yo no sentí nada parecido porque no quería admitirlo, y porque deposité en Alan todo el cariño que se puede sentir por un padre. Pero él no es el mío, y cuando volviste a mi vida, cuando me pediste una oportunidad, pensé que podríamos ser una familia otra vez. Me daba miedo que estuvieras involucrado en el asesinato porque no quiero perder a Piper, y si me cegué y te volví a culpar, es porque también me da miedo que vuelvas a fallarme, que vuelvas a irte. Así que una parte de mí sabe que me sentiré menos defraudado si soy yo quien se aleja de ti.
Se apartó de la cama, llevándose las manos al cabello.
―Lo siento, he estado lidiando con muchas cosas a la vez y mis sentimientos están liados. Lamento si sueno egoísta.
―Suenas como un hombre preocupado y con muchas responsabilidades, especialmente para alguien de tu edad.
―Piper es la reina de Dinamarca. Entre nosotros dos, ella tiene las peores responsabilidades.
―Lo está llevando bien porque es una mujer muy fuerte, y porque te tiene a ti.
Cuando lo miró, su padre sonreía.
―¿Piensas que estoy molesto contigo? ―Tom acomodó la mano con la intravenosa en el vientre―. Estoy aguardando pacientemente a que este proceso termine, porque mientras eso no suceda, voy a ser señalado como culpable por cualquiera. Uno se acostumbra después de diez años de especulaciones.
―¿No te afecta que la mujer que amas y tu hijo sospechen de ti?
La sonrisa se ensanchó, y después se convirtió en una mueca triste.
―No soy un mal hombre, solo tomé malas decisiones, y muchas de ellas me llevaron al punto en el que estoy. He pensando mucho estando aquí, en especial en ti y en Piper, en su futuro. A pesar de mi ausencia, has crecido para convertirte en un buen hombre, responsable y decente. Vas a ser un gran hombre de familia. Guardo fe en que, una vez que todo esto termine, pueda hacerme de una vida tranquila. Tal vez con Elinor, si es que no acabo cansando a la pobre mujer ―se le torció la boca en una sonrisa melancólica―. Te quiero contar algo, pero que quede entre nosotros por ahora.
Riley levantó ambas cejas.
―¿Qué secreto sucio vas a contarme?
―Voy a abdicar.
Un escalofrío azotó la espalda de Riley.
―¿Qué dices?
―Abdicaré a tu favor.
―¿Te has vuelto loco?
―Puede que sean los medicamentos.
―¿Por qué abdicarías? No tiene sentido.
―Ah, ¡por favor! Estoy cansado de ese maldito título. He hecho un montón de estupideces por él, por mantenerlo y por evitar escándalos, y en lo último no me ha ido muy bien. Lo he estado pensando bastante desde que supe lo del intercambio del hijo bastardo. Parece que los títulos han traído más desgracias que dichas a esta familia. Creo que, de todos los duques y marqueses, has sido tú el único sensato que le ha dado un uso prudente. Contigo, y con Piper, puede llegar el fin de la absurda rivalidad entre las familias. Tengo negocios que he llevado en carácter personal y puedo vivir cómodamente de ellos.
―¿Qué hay de Elinor?
―No lo he hablado con ella. Va y viene entre Dinamarca e Inglaterra. No sé donde prefiera establecerse, pero a donde quiera ir, iré con ella. Es lo único que sé.
―Entonces, ¿ustedes dos...?
―¿Qué te puedo decir? La vida es caprichosa.
A él se le torció la boca.
―Así que vas a sembrar, regar y cosechar en un jardín que dejaste morir.
―Le echaré fertilizante. Con suerte, y trabajo duro, podremos hacer que dé frutos otra vez. Dame un poco de crédito que tratar con las mujeres Lauridsen no es un trabajo tan sencillo.
Riley le sonrió con complicidad al tiempo que escuchaba la puerta de la habitación abrirse.
―¡Tío, qué bien te ves! ―corrió hacia él para darle un beso en la mejilla―. Tengo mucho que contarte, y quiero que me cuentes algo también ¿Te sientes mejor? Uf, es que de verdad lo espero ¡Porque me voy a casar! Como mi padre no asistirá, quiero que seas tú quien me entregue. Pero primero dime ¿Te sientes mejor?
―Mejor ahora que te veo después de tanto. Felicidades por la boda.
―Muchas gracias. Janice se encargará de la cena ―dio un salto hacia Riley al recordarlo―. Por cierto, dijo que estaba en el restaurante, a unos cuarenta minutos de aquí. Puedes pasar a verla si gustas.
El duque miró a su hijo, y por la sonrisa que le dio, supo a qué se debía aquello.
―Lo haré ¿Quieres ir conmigo o te llevo a otro lugar?
―Iré contigo. Te volveré a presentar a Hannah.
―Bien. Debo buscar al médico y después nos vamos.
―¿Me das un segundo? Necesito ir al baño.
Riley le señaló la puerta y ella desapareció tras ella segundos después.
―¿Qué hiciste con Florence? ―escuchó al duque preguntar.
Riley soltó una maldición.
―La había olvidado por completo. Se supone que me encargaría de su funeral primero y vendría a verte después.
Meditó un instante en si debía contarle sus ideas. Suspirando, habló:
―Pensé en ordenarle una autopsia más profunda.
―¿Eso por qué?
―Porque murió de una manera muy similar a Danforth y al chofer que transportaba a la familia de Nadim. Tal vez la autopsia revele como ingirió el veneno.
―Si te parece, entonces...
―¿No se te revuelve el estómago? Usarla como experimento.
―Por supuesto, no soy de piedra, pero le veo lógica a lo que comentas. Danforth no habría tocado la planta sin protección, en especial cuando sabía lo peligrosa que era. El veneno entró a su cuerpo de otra forma.
Riley asintió, y dejó a un lado el tema cuando Anabelle de les acercó.
―Lista, marqués ―lanzó un beso al aire a su tío―. Te quiero, viejito. Sigue poniéndote mejor.
El duque la reprendió con la mirada.
―¿A quién le dices viejo?
Riley y ella se miraron y después se echaron a reír.
―Te veo más tarde ―le dijo él―. Pasaré primero con el médico.
El duque asintió.
―Salúdame a Piper la próxima vez que logres verla.
―Lo haré.
El frío del hospital le caló los huesos, y la llevó de vuelta a su juventud. Las paredes acolchonadas trajeron a su memoria las tardes en que, después de trabajar, pasaba de visita. Le sacudía el recuerdo de los gritos de su hermana y de su llanto pidiendo misericordia.
La vio sentada en la cama. Un enfermero la tomaba de las manos mientras limpiaba el antebrazo, donde planeaba inyectar su medicamento.
―Puedo darle unos pocos minutos, mi señora ―ordenó el médico.
Birith asintió, y con un suspiro avanzó. Su hermana levantó la cabeza consciente de su presencia. Le sonrió, pero era el gesto de una persona presa de sus medicamentos. Se le veía pálida, incluso ojerosa, pero supuso que se debía a la pérdida de peso.
―Viniste ―masculló con la voz torpe, con la boca adormecida―. Sabía que me sacarías de aquí.
―Todavía no, hermanita ―le respondió―. Pronto, cuando estés mejor.
―¡Ya lo estoy! ―se echó a llorar―. Prometiste que nunca ibas a dejar que volviera a un lugar así.
Birith miró al médico, y este asintió. Se le acercó.
―Por ahora, lo mejor para ti es quedarte aquí un poco más, para que recibas el mejor tratamiento posible.
―¡Lo prometiste!
―Christina, por favor. Alterarte no servirá de nada. Solo empeorarás.
La vio levantarse de la cama con brusquedad, empujando al enfermero.
―¡Tienes que sacarme de aquí! ¡Lo prometiste! ¡Dijiste que nunca volvería a este lugar!
Birith retrocedió cuando se le vino encima. No supo en que momento tomó de la mano del enfermero la jeringuilla. Empuñándola como una cuchilla, centró sus ojos castaños en ella.
―¡Sácame de aquí!
El doctor tomó a Birith del brazo y la empujó fuera de la habitación. Desde el pasillo, observó como el enfermero la neutralizaba. Otros dos más entraron para ayudarlo. La envolvieron en la camisa de fuerza mientras ella pataleaba y gritaba.
―¡Te mataré a ti también! ―gritó a todo pulmón. Un gruñido de dolor se escapó de su temblorosa boca cuando le inyectaron un tranquilizante―. Te mataré a ti también, infeliz ¡Te morirás!
El médico se acomodó la bata y la condujo del brazo lejos de la habitación.
―No le veo mejoría ―dijo ella, la voz le temblaba―. ¡Está peor!
―El doctor que contrató Lord Darlington no me permite trabajar como es debido. Dice que su hermana se encuentra bien, pero ya vio que no.
―Proceda con su tratamiento anterior. No me importa lo que Lord Darlington tenga que decirme. Ella es mi hermana.
―Está muy bien resguardada por policías y enfermeras por haber provocado la caída de la reina.
―¡Ya dije que no me importa! De la salud de mi hermana me encargo yo. Deje que yo me preocupe del resto.
Me disculpo por la tardanza. No logré terminarlo ayer que era lo planeado, ¡pero aquí está! El 43 será un remolino. Prepárense...
Próxima actualización: viernes, 24 de enero.
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