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Capítulo cuarenta y cuatro.

"Cuando un hombre muere, una página es arrancada de su libro, pero es traducida en un mejor idioma"

―John Donne

A Piper le costaba concentrarse por el frío y por el insistente sonido del vaivén de la policía, de los papeles siendo acomodados o engrapados o las murmuraciones de la gente que la observaba, aun cuando alrededor de ella se había creado una barrera humana para resguardarla.

Después de una larga noche de interrogatorios que quedaron consumidos por el silencio absoluto de Gastón, Piper pidió abandonar el cuarto para despejar su mente y calmar el incrementado dolor de cabeza. Le sabía amargo observarlo a través del espejo bidireccional, con los brazos cruzados sobre la mesa metálica y los ojos enfocados en el movimiento constante de sus dedos. Se le atragantaba una ira desagradable. Quería gritarle y exigirle que confesara, pero se encontró cansada y, aún peor, decepcionada.

La guardia se abrió paso para permitirle a Riley que se acercara. Traía consigo dos vasos pequeños de cartón amarillo. Cuando le extendió uno, detectó al instante el olor del chocolate. Se acomodó junto a ella y deslizó el brazo por su espalda. Piper se acurrucó junto a él.

―No te angusties tanto, chiquilla ―le depositó un rápido beso en la cabeza―. Hablará.

―¿Y si no lo hace? Me da miedo que esté guardando silencio para darle tiempo al asesino y así pueda escapar.

Un suspiro pesado se le escapó de los labios. Le dio un sorbo al chocolate y dejó que el líquido caliente la relajara un poco.

―No es que dude de ti ―Riley le dio un trago al café, muy amargo para su gusto. Deseó haberse traído sobres de azúcar―, pero me intriga saber ¿Cómo descubriste que era él?

―Las ventanas. Las de mi habitación aparecían abiertas de vez en cuando y siempre supe que algo raro sucedía. Gastón mismo me confesó que sufre de hipotiroidismo y que abre las ventanas porque a veces no soporta el calor. Además, hace unos meses en una conversación que tuviésemos me dijo que su madre le había enseñado arquería, lo que explica el dije de punta de flecha. No lo sé. Supongo que sólo até cabos. Debí haberlo hecho antes.

Aferró el vaso con ambas manos y observó la capa de espuma que se formó en la cima.

―Quería tener esperanza de que no era mala persona ―le confesó―. Es agotador dudar de todos. Una parte de mí pensaba que si intentaba advertirme de algún peligro, es porque era inocente o porque no quería hacerme daño. Sentía empatía con él por la muerte de su madre y apreciaba a su padre quien siempre, incluso cuando niña, fue bueno conmigo. No entiendo por qué lo hizo ¿Habré sido déspota sin percatarme? Es que no nos conocíamos para ese entonces ¿O le habré hecho algo cuando era niña?

―Tú no tienes la culpa.

―Bueno, pero algo debió incitarlo ¿Dinero, poder? ―soltó una maldición en danés―. A estas alturas sus motivos no me importan. Solo quiero que hable y ponerle fin a esta horrible pesadilla.

De sus manos temblorosas cayó el vaso, y el líquido marrón se expandió por el suelo, mojando sus piernas y sus zapatos.

―¡Maldita sea! ―gritó.

―Déjalo ―la tomó del brazo para evitar que se levantara a recogerlo. Dejó su vaso en la silla contigua y luego la tomó de la mano―. Ven conmigo.

Dio una orden a los guardias para mantener la distancia y la llevó hasta el baño. Tomó un poco de papel y lo humedeció con el agua. Se inclinó y la ayudó a limpiarse, deslizándolo lenta y suavemente por sus piernas. Lo lanzó después al sesto de la basura, tirando después del papel seco.

Se detuvo cuando escuchó el sollozo.

No hizo nada más, sólo envolverla con sus brazos y darle el soporte que necesitaba. La sintió aferrarse a él mientras escondía el rostro en su cuello para echarse a llorar. Un par de aguijonazos se le incrustaron en el pecho, pero mantuvo a raya aquella sensación. Se centró en darle suaves caricias en la espalda.

―Te prometo que todo va a estar bien ―le dijo, esperando que sus palabras lograran calmarla.

―Tengo miedo de que no lo esté ―levantó el rostro y se le apartó para secar con sus dedos el reguero de lágrimas―. No sé por qué siento una horrible presión en el pecho, como si algo fuese a suceder. No soy tan fuerte como parezco y temo que me voy a romper.

Él se le acercó, tomando entre sus manos su rostro, al tiempo que le propinaba en la mejilla caricias circulares con los pulgares.

―Tener miedo te vuelve humana y para mí eres una de las personas más fuertes que conozco. No te rompes, solo te tambaleas o te caes, pero siempre te levantas, y siempre lo haces más fuerte que antes.

―En estos momentos no me siento tan fuerte.

―Flaquear está bien. Eso no le resta méritos a tu fortaleza.

Desganada, asintió.

―Lo siento ―se dio la vuelta y caminó al lavabo para lavarse las manos―. Es solo que ha sido una muy larga noche. Estoy cansada.

Riley descansó las manos sobre sus hombros e inició una serie de lentos masajes.

―Sé que lo estás, pero ya verás que pronto se solucionará. Ten fe.

―Lo intento, pero a veces es difícil. Cuando las cosas van saliendo bien, ocurre algo que nos obliga a retroceder los pasos que avanzamos ―se le apartó para tomar el papel marrón y secarse las manos―. Es injusto que alguien cruel y miserable nos lleve ventaja.

―Pero esta vez sí le tenemos ventaja. Solo hay que encontrar una manera de hacerlo confesar.

Ella asintió.

―Quiero hablar con él ―le dijo.

Riley le sostuvo la mirada, en absoluto silencio, durante un instante.

―¿Estás segura?

Piper volvió a asentir.

―Bien ―la tomó de la mano, dándole suaves caricias sobre el dorso con el pulgar―. ¿Quieres que entre contigo?

―Preferiría hacerlo sola.

Riley asintió una sola vez, y después de depositarle un beso en la frente abandonaron el baño.

Los primeros en protestar fueron sus tíos, asegurando que su decisión era impropia y arriesgada. El Inspector Lance los tranquilizó, asegurándoles que, de algo suceder, los guardias en la puerta actuarían de inmediato. La reina madre no dijo nada. Asintió y se marchó a la oficina del inspector a esperar a que el proceso terminara.

Su valentía menguó al abrir la puerta y observarlo levantar la cabeza para estacionar su mirada en ella. Gastón irguió su cuerpo, que se había mantenido echado sobre la mesa con la cabeza agachada y los brazos cruzados. Se le veía cansado y angustiado, pero a ella le fallaba la empatía. Lástima no sentía, sino una profunda sensación de decepción ahogándola desde el pecho.

Cerró la puerta despacio y se acercó hasta una de las dos sillas de aluminio al otro lado de la mesa. Mantuvo las manos sobre su falda, pero la mirada fija en él.

―¿Por qué no has confesado? ―le cuestionó.

―Porque no hice nada de lo que usted me acusa.

Le sacudió la profundidad de su voz, casi como si estuviese conteniendo los gritos.

―Sé que fuiste tú ―deslizó hacia abajo el escote de su vestido para que pudiese notarse la cicatriz―. Mira lo que me hiciste.

Él no dijo nada, solo la miró. Apartó la mirada hasta sus brazos cruzados.

―Pensé que, a pesar de tu presencia intimidatoria y tu forma tajante al hablar, eras un buen hombre. Sin importar que eras mi empleado, te traté con respeto, te abrí las puertas para una amistad, te brindé apoyo cuando tu padre sufrió el infarto. Y no, no estoy echándote las cosas en cara, pero faltaste a mi confianza ―se levantó de repente, golpeando la superficie metálica con las palmas abiertas―. Apuñalaste a la asistente de mi tía y a mí casi me rebanas la garganta.

Gastón también se puso en pie de forma tan repentina que Piper retrocedió un par de pasos para ponerse a salvo.

―Yo no lo hice ―masculló, palabra a palabra.

Al instante, la puerta se abrió. Cuatro oficiales accedieron al interior y, presionándole los hombros, lo devolvieron al asiento. Piper se acomodó en el suyo y les pidió a los guardias que se retiraran poco después.

―Tu padre, tu hermano y tú fueron contratados la noche anterior a nuestra mudanza ―comenzó a decir ella―. En mi habitación, el día del ataque, vi las botas de montaña marrones que llevabas. Si es que no lo recuerdas, tú mismo me confesaste que tu madre te había enseñado sobre arquería, y en la habitación se encontró un collar con un dije plateado en forma de punta de flecha. Poco después, el Inspector Lance fue al palacio para entrevistar a los empleados respecto a ese collar. A tu padre le dio un infarto. De seguro reconoció el collar y supo que habías sido tú, ¿no es así?

Esperó a que reaccionara a sus palabras, pero solo vio el mismo gesto impasible que al entrar a la habitación, como si las acusaciones no ejercieran peso alguno sobre él.

Piper decidió continuar.

―Durante la visita del Primer Ministro, accidentalmente tomé el té con la medicina de Margo que me hizo dormir por horas. Guardé un collar de diamantes que me había prestado mi tía en el mismo estuche del que lo tomé, pero a la mañana siguiente estaba vacío, del lado opuesto al lugar donde lo dejé, y el collar estaba en el suelo. Ese día estuviste haciendo guardia en el pasillo. Y luego lo de las ventanas. Siempre aparecían abiertas a pesar de estar segura de que las cerraba. Las abrías tú mientras rebuscabas mi habitación ¿Quieres que piense que todo es una mera casualidad?

Gastón no respondió. Frunció el entrecejo antes de frotarse el rostro con ambas manos. Permaneció en aquella postura por un largo rato, despertando en Piper una agitada sensación de desesperación. Las manos comenzaron a sudarle por la agonía de la espera, por lo tenso del silencio y por la creciente ansiedad que le oprimía el pecho.

―Gracias ―masculló ella de mala gana―. Me has demostrado la clase de persona que eres. Quien sea que te haya ordenado atacarme, mató a mis padres y tú has decidido servirle ¿Pero sabes qué? No me importa tu silencio. Te pudrirás en la cárcel por lo que le hiciste a Margo y por lo que me hiciste a mí.

Le martilló el corazón al ponerse en pie, y tragó dentro de sí el deseo de gritarle y golpearlo, de descargar toda la ansiedad, la rabia y el miedo que se había acunado dentro de ella desde aquel ataque. La embriagaba de frustración y desesperación saber que él había sido el causante de su cicatriz.

Se tragó todo aquello y marchó hacia la puerta.

―Lo siento ―lo escuchó decir―. Yo no sabía...No tenía idea de que fuera de esta magnitud.

El corazón le palpitó con esperanza. Volteó hacia él y se cruzó de brazos.

―¿De qué estás hablando?

Gastón descansó las manos sobre la superficie metálica. Aunque no la miró, continuó hablando.

―Ese día, cuando se confundió con el té, su tía me pidió que vigilara el corredor. La noche anterior había sido muy larga para mí. Pasé todo el día y parte de la noche en el pasillo del hospital esperando al médico. Volví al palacio para retomar mi puesto. No estábamos en condiciones de poner en riesgo el trabajo. Con la visita del Primer Ministro, la duquesa me pidió estar activo en el servicio, y eso hice, pero entonces...

Piper dio un par de pasos hasta alcanzar la mesa.

―¿Entonces qué?

―Recibí una llamada. No respondí porque no tenía conmigo el teléfono. El médico quería avisarme que debía ir a firmar unos papeles porque mi padre debía ser ingresado en una clínica psiquiatra. Entonces él apareció y se ofreció a cubrirme mientras respondía.

El puño de acero tiró con fuerza del estómago de Piper.

―¿Él? ―una bola de ácido se le atragantó en la garganta, acortándole la voz―. ¿De quién hablas?

Un suspiro ahogado se escapó de la boca de Gastón, y con la aflicción de su rostro y los gestos de dolor, lo supo.

―Viggo ―musitó su nombre como si miles de agujas se le hubiesen clavado en la garganta―. ¿Fue tu hermano?

―Le juro que él era un buen hombre ―Gastón se puso de pie al instante―. No sé que le pasó. Sí, no le voy a negar que desde que usted se mudó al palacio, mi hermano se ha comportado extraño, pero él...

―¿Él, qué? ―presionando las palmas abiertas doble la fría superficie metálica, se centró unos instantes en controlar su respiración, hacerse del poder de sus acciones y mantener a raya sus impulsos―. No creo que pueda aferrarme mucho tiempo más a mi paciencia ¿Estás usando a tu hermano para librar tu culpabilidad?

Gastón se llevó ambas manos a la nuca, y a la distancia lo escuchó respirar a prisa.

―Viggo se ha estado comportando extraño desde que supo que usted se mudaría al palacio, diría casi que inquieto y ansioso. Pensé que sería por el trabajo. Hacía muy poco que le habían concedido el puesto como el chofer privado de la Princesa Consorte Christina. Supuse que estaba temiendo que le asignaran un puesto más bajo. El día de su llegada, la Princesa Consorte nos pidió a mí y otros empleados que iniciáramos las labores en la madrugada para tener listas las habitaciones. Puso a un puñado de trabajadores a órdenes suyas y a otros, como a Viggo y a mí, nos mantuvo a sus órdenes. Sé que hubo un momento entre las siete y las ocho de la noche de ese día en que le perdí la vista. Estaba ingresando a la cocina un par de cajas con papas que se cocinarían al día siguiente. Según me dijeron, fue una orden que llegó tarde. Cuando se supo del ataque, le avisé a mi padre y me pidió que le advirtiera a Viggo. Lo encontré en su habitación casi media hora más tarde, sudoroso y cansado. Dijo que había estado afuera ayudando con las cargas de comida, pero yo no recordaba haberlo visto. Lo vi molesto y al preguntarle qué sucedía, dijo que perdió el collar que le dio mamá, que se le cayó en algún lado y no había podido conseguirlo.

―¿El que tiene la punta de flecha?

Él asintió, y permaneció en silencio casi un minuto.

―Nuestra madre nos enseñaba, pero mi hipotiroidismo ha sido una pesadilla desde que era muy pequeño. Viggo también lo tiene, pero lo controla mejor. No es tan fuerte como el mío. Tenía problemas psicomotores y me costaba sostener el arco apropiadamente. Dejé la arquería cuando herí a mi hermano en el cuello con una flecha mal disparada.

A Piper la recorrió un escalofrío ¿Qué había dicho Margo en su declaración en aquel entonces? ¿Qué su atacante tenía algo en el cuello, pero que estaba demasiado oscuro para describirlo? Algo que podría ser un tatuaje o una cicatriz...

―Quítate la camisa ―le ordenó ella.

Gastón se irguió y una arruga de confusión se le instaló en el rostro.

―Ahora ―lo instó ella.

Torciendo la boca, se deshizo de la camiseta de mangas largas. Los ojos grises se instalaron de inmediato en el hueco de su cuello, donde su piel lisa evidenciaba su error.

Su atacante no era Gastón.

Era Viggo.

Le temblaban las piernas, y sosteniéndose de la superficie metálica arrastró los pies a la silla donde se desplomó. Sostuvo su cabeza entre las manos mientras se frotaba las cienes con el dedo índice.

―¿Por qué demonios no lo dijiste antes? ―chilló, molesta.

―Pero si usted me abofeteó y desde entonces nadie ha parado de culparme. Traen puesto el dedo sobre mí. Además, ¿sabe lo que siento al saber lo que hizo mi hermano? Ni siquiera estoy seguro del por qué actuó de esa forma ¿Cree que tengo cara para mirarla a los ojos?

―¿Dónde está Viggo?

Los hombros de Gastón cayeron.

―No lo sé. Desapareció junto a mi padre.

Sus palabras se convirtieron en puñales que le atravesaron la piel.

―¿Tu padre también?

Las manos comenzaron a temblarle, por lo que detuvo el movimiento de sus dedos al instante. Las descansó sobre la falda mientras se centraba en mantener controlada su respiración.

Un golpe de aire frío le rozó la piel, pero el calor de su cercanía la devolvió a la calma. Le bastó un rápido vistazo a sus ojos gris tormenta para sentirse protegida.

Riley colocó ambas manos en los hombros de ella antes de hablar.

―No más rodeos o cuentos a medias ―pidió―. Ha sido una noche difícil para todos y te agradecería si le pones fin al misterio de una vez.

―Es que es todo lo que sé ―le tembló la voz al hablar de prisa―. Viggo y yo acordamos que él dejaría el trabajo para estar atento al avance de papá, pero no me había contactado con él desde que usted me encerró en su casa privada. Me he pasado los últimos días intentando localizarlo. Fui al hospital y me informaron que mi padre fue trasladado a otro tres semanas antes. Fui a ese lugar, pero él nunca llegó. Viggo no responde las llamadas y no tengo idea de donde pudo haber llevado a mi padre, mucho menos sin mi consentimiento. Volví al palacio para tomar mis cosas. Pensaba buscarlo en nuestra vieja casa, un pueblo que colinda al oeste con Våbenhvile.

―Ese es el pueblo donde está la mansión Egerton ―recordó Riley―. También la vieja casa de Hamilton que aún pertenece a mi padre.

Piper escuchó al Inspector Lance hablar poco después.

―Con todo eso, ¿no pensaste que tu hermano estaba metido en problemas?

―No de esa magnitud ―en la mirada se deslumbraba su desesperación―. Sé que no lo parece, pero Viggo no es un mal chico. Le afectó la muerte de nuestra madre. Para él, los responsables de esa muerte eran us...

Piper alzó la barbilla.

―¿Nosotros? ―se remojó los labios temblorosos con la lengua―. ¿Por qué mi familia sería responsable?

―Tiene que entender. Era muy joven y creció confundido.

―¿Por qué pensaba tu hermano que mi familia era la culpable de la muerte de su madre?

―Es por su tío ―soltó con la voz agitada―. A mi madre le diagnosticaron el cáncer poco después de que él decidiera recortar personal. Reubicó a los empleados, pero mi padre decidió dejar el trabajo una temporada para centrarse en el tratamiento de mi madre. Entre ambos habían mantenido una cuenta bancaria para casos de emergencias y contaban con el dinero suficiente para costear los gastos. Viggo no lo tomó así. Era apenas un niño de once años que veía a su madre morir y a su padre desesperado. Pensó que el deterioro de su salud se debía a los bajos recursos económicos por la falta de empleo de papá. Creció creyendo que le restábamos culpabilidad a su familia por temor a represalias.

A Piper la embriagó una punzada de dolor en el pecho al observar la angustia reflejada en su mirada.

―¿Tu padre lo sabía? ―la punzada de dolor se trasladó a su garganta―. ¿Estaba al tanto de lo que tu hermano hacía?

―Eso es imposible, Su Majestad. El pobre apenas ha presentado mejoría desde el infarto. La última vez que lo vi, aún le costaba hablar.

Piper se impulsó hacia delante y presionó ambas manos sobre las de él, sobresaltándolo.

―Sé que esto es difícil, pero te suplico que me entiendas. Tu hermano conoce a la persona que asesinó a mis padres. Mientras esa persona siga libre, mi vida corre peligro y Viggo podría ser mi única oportunidad de dar con él ―apretó el agarre con un poco más de fuerza―. Tu hermano cometió un crimen, pero estoy dispuesta a interceder por él para que la pena no sea mayor. Solo te pido, por favor, ayúdame a encontrarlo. Puedo hablar con él y hacerlo recapacitar.

―¿Pero se ha vuelto loca? ¿Qué no se da cuenta de que Viggo tiene metida en la cabeza la idea de que su familia provocó la muerte de mi madre? Solo Dios sabe lo que puede hacerle ―le apartó las manos―. No. Si logran dar con él, le pido que me permita hablarle. Es mi hermano. No me haría daño.

―¿Entonces sabes dónde está?

―No, pero se ha llevado a mi padre. Dada la condición en la que se encontraba, debe haberlo trasladado a otro hospital.

Piper miró a Lance.

―Inspector, ¿cree que pueda dar con su paradero? Ya debe saberlo, pero su nombre es Claus Iversen.

―Pondré a mis muchachos a ello de inmediato ―inclinó la cabeza―. Con su permiso, Su Majestad.

Piper imitó su gesto antes de dirigir su mirada de vuelta a Gastón. Tenía dibujados en el rostro la preocupación y el cansancio que se acentuaban con la mueca de tristeza en la boca.

―Quiero ofrecerte una disculpa ―levantó un poco la comisura derecha―. Por la bofetada. Perdí el control y descargué mi ira sobre ti. No te permití defenderte.

―Estaba en su derecho. Quisiera poder disculparme en nombre de mi hermano, pero lo que hizo...

A Piper le dio un escalofrío y evitó con éxito llevarse la mano hasta la cicatriz.

―Si me ayuda a dar con el asesino de mis padres, no le guardaré ningún rencor. Demás está decir que no los culpo ni a ti ni a Claus.

Una sonrisa cargada de tristeza torció su boca.

―Quería preguntar ―suspiró, llevándose los brazos cruzados contra el pecho―. Cuando me advertiste que tuviera cuidado con Christina, ¿sabías algo que yo no?

―Solo sé que es una mujer peligrosa, en especial cuando pierde el control, que solía ocurrir en varias ocasiones.

―Estaba convencida de que eras mi atacante, pero ahora que he visto que estaba equivocada, me preocupa que también lo esté respecto a otras cosas ¿Seguro que no sabes nada? Yo, mm, he pesando que tal vez esa mujer tuvo algo que ver con el asesinato, pero todo queda en sospechas. Estaba en alta mar cuando sucedió.

―Temo que ya le he dicho todo lo que sé respecto a la princesa consorte. Lo lamento.

Piper asintió, después sonrió.

―Prometo que encontraremos a tu padre, ¿de acuerdo? Lo encontraremos sano y salvo.

Él asintió, y una sonrisa más alegre le surcó la boca. Piper también sonrió, acunándose al calor de la esperanza despertando en su pecho.

―¿Dónde te habías metido?

Con la voz de ella, se dio la vuelta. Tenía el teléfono pegado al oído. Le pidió, levantando la mano, que le diera un momento

―En estos momentos no me encuentro en Dinamarca, pero podría enviármelo al correo. Lo veré de inmediato ―asintió―. Gracias.

Colgó, y después golpeó la mano derecha con el teléfono.

―La autopsia de Florence está lista. Me llamaron para entregarme el informe, pero le pedí que me lo enviara al email.

―¿Te adelantó algo?

―Florence fumaba, por el estado de sus pulmones. Encontró rastros en ellos de una toxina que coincide... ―el teléfono sonó, y él se apresuró a desbloquearlo―. Ya llegó.

Accedió al correo y descargó el archivo.

―¿La toxina coincide con qué?

Riley levantó ambas cejas mientras leía.

―Dame un momento, impaciente ―deslizó el pulgar por la pantalla―. Se encontró una toxina en los pulmones que coincide con la aconitina, la toxina en la raíz del acónito. Me pidieron una muestra de la plantación para compararla. Se trata de la misma.

―Murió asesinada por el acónito de tu propiedad, entonces.

―La de mi padre ―con un suspiro, continuó leyendo―. Indica que fue a través de consumo oral. Inhalado. Dice que debe enviar la autopsia a la policía.

―Si lo consumió por la boca, ¿cómo es que no salió en la autopsia que la policía solicitó?

―Pues aquí adjuntó un mensaje explicando algunas cosas. Dice que la policía solo necesitaba confirmación de qué veneno la asesinó y determinó poco después que fue por el contacto con la planta, no su consumo.

―¿No te suena familiar? Lo de la policía haciéndose de la vista larga.

―Pasó algo muy similar con Danforth. Tampoco tomaron en cuenta otros aspectos de la investigación.

―¿Y si no hacen caso a esta autopsia?

―Tendrán que hacerlo, pero temo que tendré que volver a Inglaterra, para hacerme cargo del proceso.

Aquello no la contentó. Lo supo por como había torcido la boca.

―Veré que tanta presión puedo ejercer desde aquí, ¿está bien? De todas maneras, no pienso marcharme de inmediato. Tú eres más importante.

Piper no pudo controlar el impulso de besarlo, porque quería que la invadirla toda la calma que emanaba su presencia. Cuando se le separó, deseó encontrarse en una habitación a solas para acurrucarse con él, mientras su respiración pausada y las caricias siempre le hacía le servían de bálsamo.

Riley suspiró.

―Ayer entrevisté al último testigo que tenía mi padre ―le dijo él―. Todo indica que sí estuvo con Elinor el día del asesinato. Tengo una prima de la que nunca te hablé, y es que los Egerton son el tipo de familia que no te hacen sentir orgullosos y de la que no quieres hablar. Ella es diferente, es muy dulce. Te caerá bien. Va a casarse con la hija de la cocinera que estuvo con Elinor y mi padre ese día. Fue la primera con quien hablé.

―¿Te sirvió?

Le incomodó la pregunta, porque comprendía el motivo.

―Si preguntas si me sirvió para descartar a mi padre como culpable, sí. Quiero creer en su inocencia.

―Si tú crees en él, yo también, porque yo en ti confío hasta con los ojos cerrados.

―¿También si nos quedamos a solas en una habitación?

―Ahí es cuando más confío.

Riley levantó una ceja. Con aquel gesto Piper, se echó a reír. Le agradeció con un prolongado beso lo bien que la hacía sentir aunque se encontrara en medio de una tormenta como aquella.

―Creo que comprendo ahora a mi padre ―musitó ella―. Comprendo por qué se perdía conmigo y con mi madre el fin de semana. Huir de las tensiones de vez en cuando parece cosa de cuerdos, aunque los tachen de locos.

―Anota un fin de semana pendiente. Te llevaré a donde quieras.

―Solo quiero estar a solas contigo. No te he visto en días, y mira donde terminamos.

Se le acercó para dejarle un beso en la nariz.

―Pronto todo mejorará.

―Eso espero.

―Lo hará ―trazó la forma de sus labios con el pulgar. Poco del labial rosa quedaba sobre ellos―. Siempre tendremos el escape de los brazos del otro, un hogar que no puede ser destruido.

Piper se aferró a los brazos de él, como buscando soporte.

―Yo jamás lo permitiría.

Vio desfallecer el momento con el escándalo de pasos acercándose.

―¿Alguna noticia? ―la impaciencia se reflejó en su voz, haciéndola temblar.

El Inspector Lance despidió al policía junto a él. Movió la cabeza hacia un lado, pidiéndole en silencio que lo acompañaran. Traía en las manos un montón de papeles arrugados tras haber pasado de mano en mano y mal engrapados, como a la prisa. Con pasos sonoros se dirigió al cuarto de interrogatorios, donde Gastón tomaba café acompañado por un emparedado. Piper tomó asiento y Riley se mantuvo de pie tras ella, posándole las manos sobre los hombros para hacerla consciente de su presencia.

Gastón dejó de comer al instante. Sacudió el residuo del pan de la boca y de la mesa y tragó la comida con un largo trago de café.

―Centramos la búsqueda en tres puntos importantes ―colocando los papeles sobre la mesa, señaló la lista en la primera hoja con el pulgar―. Copenhague, Våbenhvile y Horhus, el último es un pueblo pequeño al este de Selandia donde vivían Claus y sus hijos antes de ser recontratados. Lo primero que tachamos de la lista fueron los hospitales. En Copenhague no encontramos nada. Después revisamos Horhus. Nada. Tuvimos suerte en Våbenhvile. Se realizó una hospitalización ocho días atrás a nombre de Morten Iversen.

Aunque el nombre no le era conocido, bastó observar la mirada del Inspector fijada en Gastón para comprender que algo sucedía.

―Es el segundo nombre de mi hermano ―abrió y cerró la mano un par de veces―. No lo usa nunca. No le gusta ―miró al inspector―. ¿Dónde está mi padre?

―¿Sabe qué puede estar haciendo su padre en el ―le echó un rápido vistazo a los documentos sobre la mesa― Hogar Temporero para Ancianos Bedrag?

―¿Disculpe? ―se movió con brusquedad en la silla―. ¿A caso mi padre está allí?

―Lo está. Ya tengo listo al equipo que me acompañará para realizar el arresto. Supongo que comprende que, mientras no podamos desvincular a su padre, él es una persona de interés.

―Debe haber un error. Mi padre no puede estar allí. La hospitalización es costosa. No hay forma en que Viggo pudiera costearla.

―Será una interesante pregunta que podremos hacerle a su hermano en cuanto logremos hacer el arresto.

―Déjeme ir con usted. Insisto, debe ser un error. Tal vez es otro Morten Iversen. Mi hermano no llevaría a nuestro padre a un lugar así.

―Te recuerdo que estás en calidad de detenido.

―Por favor. Si quisiera encubrir a mi hermano, no hubiese hablado en primer lugar ¿Por qué actúa como si la única familia afectada fuese la de la reina? Mi hermano y mi padre son los únicos familiares que tengo con vida. Puedo ayudarles a convencerlo de que se entregue, de que hable. Les aseguro que Viggo no es tan mal chico como parece. Sé que puedo razonar con él.

Piper asintió en dirección al inspector en cuanto éste buscó su aprobación.

―Llevaré más hombres conmigo entonces.

―Incluye a mi guardia ―añadió Piper―, porque yo también iré.

El recibidor se inundó del eco de los pasos a prisa, algunas respiraciones tajantes y bien controladas y otras jadeantes, sacudidas por el miedo y la angustia.

Piper emprendió el camino con el corazón dándole brincos en la garganta, como si de repente hubiese adquirido puños y le asestara una golpiza desde adentro. Podía controlar apenas el temblor de sus manos, pero ellas pronto comenzaron a sudar, haciendo incómoda la fricción de su mano tomada a la de Riley. Su presencia era el único punto de cordura con el que contaba y temía que al soltarlo, su valentía se desvaneciera como un globo de aire pinchado con un alfiler.

Custodiado por cuatro de los once policías que ingresaron con ellos estaba Gastón, pálido e inquieto, girando sus muñecas a cada paso. Frenó el andar al llegar al cubículo de recepción. Lance le pidió que se acercara. Piper decidió mantener un poco de distancia mientras las palabras previamente dichas por Gastón rondaban por su mente, y ser consciente de ellas le quemaba la garganta. Su familia no era la única dañada y a la fecha desconocía cuántas más habían sufrido a manos de ese monstruo sin rostro. Danforth pudo ser el primero, después su familia, la de Nadim, el chofer y la mucama de la mansión Yorkesten. Le rasgaba por dentro la posibilidad de que el número de víctimas aumentase.

Inspiró profundo y sembró en su cabeza la recientemente descubierta esperanza. Viggo podría ser aquel punto que pudiese poner fin a tan terrible pesadilla. No podía soltarle la mano a esa añoranza, no ahora que por fin parecía que estaban avanzando por el camino correcto.

―Cuando dijiste que perdonarías a Viggo si te daba el nombre del asesino de tus padres, ¿te referías a liberarlo de prisión?

La pregunta de Riley no la sorprendió, pero sí la desconcertó por un instante.

―No lo sé ―fue la respuesta más sincera que pudo ofrecerle en aquel momento―. Podría reducir su condena, sea cual sea esta.

―No estoy de acuerdo.

Los relámpagos de sus ojos grises la golpearon en la barriga.

―Pudo haberte matado ―le recordó―. No me parece correcto darle otra oportunidad para conseguirlo. Entiende que está empecinado con la idea de que tú y tu familia son responsables por la muerte de su madre.

―No la tendrá. De todas maneras, deberá pagar una condena.

―Si la pena de muerte estuviese vigente en Dinamarca, su sentencia sería esa. Así de grave es su crimen. Atentó en contra de la heredera aparente, ahora reina, y siglos atrás fue un crimen que se pagaba con la vida. Viggo puso una navaja en tu cuello y dejó allí una cicatriz que verás cada día de tu vida, sin contar que supo todo el tiempo quien asesinó a tus padres y permaneció en silencio para concretar una venganza en contra de tu familia por hacerlos responsables de la muerte de su madre. No importa cuantas veces Gastón intente describirlo como un niño que creció confundido y traumado. No es razón suficiente para desatar su furia en una persona que ni siquiera estaba en el país cuando todo sucedió. Sé que sonaré cruel, pero esta es una de esas situaciones donde no puedes ser buena persona. Necesitas el temple frío y controlado de un regente.

―¿Crees que no lo estoy intentando?

―Estás siendo compasiva y comprensiva con aquellos que te han hecho daño, teniendo evidencias de que así ha sido, pero a Nadim y a mi padre los enfrentaste con la total seguridad de que ellos habían asesinado a tus padres sin tener pruebas, motivada tan solo por la sospecha ¿No crees que estás siendo injusta?

Piper se apartó de él al instante, quebrando el agarre de sus manos. Le martillaba una rabia enloquecedora en la garganta y tuvo que contener la respiración por unos instantes y soltar el aire para evitar echarse a llorar. Ni siquiera estaba molesta con él. Toda la carga emocional, desde la ira más exasperante hasta la más inmensa de las frustraciones, iban dirigidas hacia ella misma.

Debió notar el impacto de sus palabras, porque al instante suspiró y se le acercó, instalando las manos en sus mejillas donde inició una serie de caricias con el pulgar.

―Lo siento. No es el momento ni el lugar para pelear.

―Le tengo mucha rabia ―le confesó―. Por lo que me hizo, por invadir mi hogar y hacerme daño y por haber intentado asesinar a Margo, pero es importante para mí ponerle un nombre al asesino. No puedo permitir que esa oportunidad se me escape ¿Eso para ti es ser injusta?

―No le debes bondad, compasión o consideración. Viggo no es un niño inocente que ocultó uno de tus lápices y se niega a decirte donde. Es un criminal que ha rondado el palacio en un sinfín de ocasiones, buscando oportunidades para cumplir la tarea que le asignaron, matarte. Tiene que pagar por el daño que hizo.

―¿Y si no me da un nombre?

―¿Crees que tenga opción? Se le vendría encima toda la Casa Lauridsen, la reina de Dinamarca incluida, y el poco paciente con las injusticias Marqués de Darlington ―trazó círculos con el pulgar en ambas mejillas―. No olvides que tus intereses son también los míos, así como tus problemas, triunfos y derrotas. No estoy en tu vida de paso. Planeo quedarme permanentemente.

Aquello le sacó una sonrisa.

Un estruendoso sonido los puso sobre aviso. Le tomó unos instantes comprender que se trataba de la puerta derecha al abrirse. Piper se volteó a prisa para percatarse de que Gastón y el inspector Lance, acompañados por los cuatro guardias, ingresaron al interior del centro de envejecientes. Piper tomó a Riley de la mano y los siguió a prisa.

Una enfermera, en cuyo uniforme morado podía leerse un apellido alemán, los condujo hasta la sala de entretenimiento, donde encontraron a Claus en silla de ruedas junto a otra enfermera que le daba un paseo. La alemana le dijo unas rápidas palabras en danés y la enfermera se marchó.

Gastón pasó de largo a los guardias, hincando la rodilla junto a su padre. Tanteó con la mano izquierda la mejilla del hombre, que tenía la boca torcida y la mirada deambulante. Un gemido ahogado se escapó de sus labios unidos cuando él reconoció a su hijo. Estiró con dificultad la mano temblorosa hasta alcanzar el hombro de Gastón.

―¿Qué es lo que sucede contigo? ―se le quebró un poco la voz, tal vez por la ira que le despertaba verlo así o la impotencia de saber que su hermano había provocado aquel daño.

Piper apenas podía reconocer a aquel hombre amable y gentil que solía ser el mayordomo, alguien que siempre cargaba con una sonrisa o alguna palabra acogedora que levantaba el ánimo. Claus lucía pálido ―aún más con la camisa de mangas largas blanca y el pantalón del mismo color―. Le costaba moverse y hablar; su boca parecía torcida y cocida a prisa pues tan solo alcanzaba a levantar quedamente la comisura. Los ojos cristalinos contenían lágrimas y una profunda tristeza que le quebró el alma.

―Quiero ver a su médico en este instante ―demandó Piper a la enfermera.

Poco después apareció el médico, cargando debajo del brazo la carpeta metálica con la ficha de su paciente anterior. Parecía disgustado. Pudo notar aquello por el ceño fruncido y los labios convertidos en una fila.

―Temo que mi paciente no tiene autorizada las visitas ―revisó a prisa los documentos que traía en la carpeta―. Han interrumpido una evaluación importante con un paciente que será trasladado a un hospital.

Lance dio un paso al frente, pero Piper se le adelantó.

―¿Por qué está este hombre aquí? ―señaló a Claus.

―Porque ha sido dado de alta, por supuesto ―respondió, como si la respuesta fuese obvia.

―¿Fue ingresado hace unos días por Morten Iversen?

―La política de la institución prohíbe brindarle cualquier información a personas que no sean familiares.

Gastón se acercó al instante.

―Yo soy su hijo mayor ¿Sabe dónde está el hombre que lo trajo?

―¿Tiene cómo comprobar que en efecto lo es?

Piper se abrió paso por entre los hombres.

―Claus Iversen solía ser mi mayordomo y este hombre es su hijo. Ahora, responda.

Lance tomó partido en la conversación.

―Soy el Inspector Lance Jesper y estoy a cargo de la investigación. Traigo una orden de arresto para el hombre que trajo a Claus Iversen a esta institución por varios cargos, entre ellos intento de asesinato en contra de Su Majestad La Reina.

El médico palideció.

―La última vez que lo vi estaba empacando las pertenencias de su padre ―guardó la carpeta metálica debajo del brazo―. Nuestra institución provee cuidado y atención médica a pacientes mayores de cincuenta años con alguna condición limitante de manera temporal. Admitimos a Claus Iversen por una semana mientras su hijo tramitaba el ingreso a un hospital donde pudiesen tratar la condición de su padre de forma apropiada y exhaustiva.

―¿Hace cuánto dice que lo vio?

―Lo vi entrar a la habitación hace unos minutos, después de haber recogido la hoja del alta médica.

Lance salió disparado, junto a los guardias que lo acompañaban, por el pasillo que le indicó el médico. Riley se situó junto a ella y, tomándola del codo, la apartó.

―Deberíamos sacar a su padre de aquí ―le dijo―. No parece tener buen semblante. Necesita atención médica.

―Tienes razón. Deberíamos pedir una ambulancia para hacer el traslado.

Lo vio echarle un vistazo a Gastón, por lo que dirigió su atención a él. Arrodillado junto a su padre, le acomodó la ropa y luego el cabello. Cuando se aseguró de dejarlo en condiciones, se puso en pie. Se les acercó con tanta prisa que sus pasos retumbaron como un eco atroz en la habitación.

―Iré por mi hermano. Necesito hablar con él y que me dé una explicación para ―señaló a su padre― esto. Tiene que haber perdido la cabeza, sino no entiendo cómo pudo jugar de esa forma con la salud de mi padre. No está ni remotamente repuesto.

Piper lo detuvo al tomarlo por el brazo.

―¿Has perdido la cabeza? Permítele a la policía arrestarlo primero. Después podrás hacerle todas las preguntas que quieras.

―No lo entiende ―masculló entre dientes―. No lo creí capaz de lastimarme, pero viendo el estado en el que se encuentra mi padre, no puedo reconocer a mi propio hermano. Sus acciones muestran a otro Viggo que me asusta. Necesito que me explique el por qué lo está haciendo ¡Pudo haberle provocado la muerte!

―Sé que estás furioso. Siento exactamente lo mismo, pero es mejor mantener la cabeza fría. No hagamos alguna tontería de la que podremos arrepentirnos después. Tómalo de mí que he sido muy impulsiva. Viggo podría escapar si actuamos de forma tan errática.

Sus palabras no le habían devuelto la calma ni el raciocinio. Lo supo por la forma en que sus ojos se abrían y cerraban mientras intentaba calmarse.

―Piensa en tu padre ―apeló ella―. Necesita un buen médico, un especialista. Viggo puede esperar.

Aquello bastó para devolverle la razón. Asintió al tiempo que respiraba profundo para centrarse.

―Me encargaré del trámite para trasladarlo a Copenhague ―dijo―. Después, arreglaré cuentas con mi hermano.

La ambulancia llegó a la entrada de la institución a la par que Lance junto a los guardias, todos y cada uno con el semblante ensombrecido y la mirada enrabietada.

Piper los vio desde el interior del auto, donde Riley y ella habían pasado los últimos quince minutos de una larga espera resguardados en los alrededores del vehículo por su guardia y la del marqués.

El primer reporte se había dado dentro. Con el ceño fruncido, Lance les informó que no había podido dar con Viggo hasta el momento, pero que ordenó peinar la zona para su búsqueda. Inquieto por la incertidumbre, Riley le sugirió esperar por noticias en el auto, en el abierto exterior de la propiedad y resguardados por la guardia. Le parecía más seguro que esperar en una cerrada habitación donde podía acorralarlos.

―¿Crees que ya sepan algo?

―No parece muy contento ―respondió él―. Espera en el auto. Iré a preguntar.

Piper lo tomó de la mano.

―Voy contigo.

―¿Por qué siempre te vas en contra de lo que te digo?

―No voy en contra, pero no quiero quedarme aquí mientras resuelves mis asuntos.

―A veces tu independencia me parece exasperante ―bajó del auto y luego extendió la mano para ayudarla a salir―. Vamos, Mujer Maravilla.

Piper le sacó la lengua. Envolvió el brazo en torno al suyo para no tropezar sobre la grava.

―Te advierto que si no ha encontrado a Viggo, regresaremos de inmediato al palacio ―le dijo él―, así tenga que devolverte cargándote al hombro.

―Ni se te ocurra.

Le sonrió con burla.

―No me tientes, chiquilla.

Al percatarse de su presencia, Lance asintió en dirección a los guardias y ellos se dispersaron a distintos puntos.

―La institución tiene un estacionamiento exclusivo para el personal en la parte posterior de la propiedad y en el lateral izquierdo un estacionamiento para pacientes. Allí estaba el vehículo que utilizaba Viggo para transportarse. Por desgracia, no hemos podido dar con él. Suponemos que o anda rondando los alrededores o está oculto en una de las habitaciones de pacientes a la que no podemos tener acceso.

―¿Por qué no? ―demandó saber ella.

―Por la confidencialidad y seguridad del paciente. Ya he mandado a tramitar una orden. Mientras llega la respuesta, distribuí a los guardias para evitar una posible fuga.

Riley la observó con los ojos bien abiertos.

―Nos vamos ―dijo sin más.

Piper asintió.

La puerta de entrada se abrió, y a la distancia Piper observó a Claus en la camilla y a Gastón junto a él, asegurándose de que el traslado hasta la ambulancia fuese seguro para él. Le dijo algo breve a la enfermera antes de verla asentir y subir con él.

Gastón se acercó hasta ellos.

―Trasladarán a mi padre hasta el hospital de Copenhague ―informó―. Pedí a una de las enfermeras que fuera con él. Yo debo quedarme para encontrar a mi hermano.

―Deberías ir con Claus ―le aconsejó Piper―. El inspector nos avisará en cuanto lo encuentren.

―No puedo. Me resulta imposible quedarme de brazos cruzados y esperar. Prefiero ayudar. Si escapó, debe haber algún lugar que recuerde al que pueda ir.

―Si es lo que te parece, no intentaré hacerte cambiar de opinión, aunque pienso que deberías quedarte con tu padre. Te necesita más que Viggo.

―Cometió un error, un crimen. La única manera en que podría verla a la cara sabiendo lo que él hizo es encontrándolo y convenciéndolo de que la ayude a hacerle justicia a sus padres.

―No eres responsable de sus acciones.

―Tal vez lo he sido. Siempre supe que algo no andaba bien con él, pero no le di la importancia que ameritaba. Aún puedo arreglarlo.

Piper no pudo más que sonreírle, agradecida por sus palabras. Se le acercó y le ofreció un abrazo. Lo sintió tensarse ante el gesto, como si intentase decidirse entre corresponderle o mantener la distancia. Al final, los brazos de él la envolvieron con cariño, pero el gesto duró poco. Se separó en segundos e hizo un rápido asentimiento de cabeza.

A la distancia, como un eco capaz de sacudir a la montaña, el retumbe de un disparo le puso a Piper los pelos de punta, y su mente magullada por una sombra de olvido contempló un destello brillante que surgió en la lejanía. Un desconcertante pitido penetró por sus oídos, y en la garganta sintió la acidez del miedo que pronto circuló por sus venas con rabia. La vista se le tornó borrosa, sacando poco a poco de su panorama a Gastón, al inspector y a Riley.

Se aferró al brazo cálido que le impedía caerse, porque sus piernas eran cada vez menos capaces de soportar el peso de sus memorias abriéndose paso, rasgando entre la neblina para hacerse notar. Vio a pocos metros de distancia la silueta amenazadora, bañada en sombras, que se acercaba empuñando la pistola con la que la apuntaba. En el zumbido de sus oídos oyó la voz de su madre.

«¡No a mi hija! ¡Es una niña!».

Y el eco del disparo.

La mancha carmesí en el vestido rosado de la mujer, de cuyos grandes ojos se desbordaba el miedo, sucumbieron ante la sombra de la muerte que se tragaba su vida.

La sombra tragó el recuerdo, y luego lo vio.

Con su mirada de loco, de la que se desprendía una rabia trastornada, y con el arma temblándole en la mano por la fuerza desmedida con la que la sujetaba, Viggo se acercó con pasos lentos y pesados. La guardia se movilizó al instante y lo rodearon. Piper ni siquiera pudo contar cuantos hombres había, entre el descomunal despliegue de guardias y armas y la agonía de su propia mente navegando sobre la delgada línea de su presente y el agónico vaivén de las memorias de su pasado.

―Dime que te has vuelto loco ―masculló él. Le pareció ver que sus ojos se humedecían por el llanto contenido―. Mira cómo estamos por su culpa. Primero mamá, ahora papá ¿Por qué crees en sus mentiras?

Piper sintió un tirón en su barriga, e instantes más tarde comprendió que había sido Riley tirando de su brazo y ocultándola tras de él. La nublazón en sus ojos se disipó apenas para ver como él tomaba con discreción el arma oculta entre su ropa, de la que no se había percatado en todo el viaje, y aferraba las manos a su empuñadura.

Gastón avanzó con la mirada fija en su hermano, levantando las manos para que pudiese ver que él no iba a hacerle daño.

―No seas tonto y baja esa pistola ¿No lo ves? Te rodea la policía. No quiero verte hacer una tontería y que resultes herido.

―¿Yo? Lo único que me ha herido en la vida es la muerte de mamá. Sabes muy bien que fue por culpa de su familia ¿Por qué papá y tú se empeñan en restarle importancia a su negligencia? Ese maldito hombre al que llamábamos rey...

―Mamá tenía metástasis y las quimioterapias empeoraron su condición. El cáncer del pulmón la consumió en pocos meses. No fue culpa de nadie.

―Si la familia no hubiese explotado a mi madre en el trabajo, habría tenido tiempo de revisarse, y después el maldito rey despidió a papá. No pudo costear el tratamiento que ella necesitaba.

―Las cosas no pasaron así ―dio un paso hacia él. Riley detuvo el intento de ella por acercarse al sujetarla con su mano libre―. Escúchame, Viggo. Perder a mamá también me dolió, pero ya no eres un niño y tienes que entender que su muerte no fue culpa de nadie. Cometiste un error que va a joder tu vida, pero no tienes que hacerlo con la vida ajena. Conoces a la persona que asesinó a nuestros reyes. Piensa en cuanto te dolió perder a mamá cuando aún eras muy joven. Ahora imagina lo que fue para una niña de ocho años ver morir a ambos padres.

―¡A mí no me importan sus padres! ―masculló entre dientes―. ¡Me importa la mía y la justicia que merece! ¿Qué van a saber ellos de dolor y sufrimiento viviendo entre lujos y comodidades? A donde vayan siempre le hincarán rodilla y les permitirán lo que sea por haber nacido en cuna noble. A mí esas cosas no me importan. Corona o no, la memoria de mi madre se respeta.

―¡Ya basta! ―gritó su hermano―. Por muchos años fui paciente contigo, pero esta tontería se acabó. No entiendo cómo puedes tener la sangre tan fría para hablar de esa forma. Mamá no quería hacerse sus exámenes porque estaba enfocada en generar dinero para nuestro futuro. Todo lo que ganaba iba a parar a una cuenta destinada a nuestra educación. Ella se descuidó. Si a alguien vas a culpar, que sea a ella.

La acusación lo enloqueció.

―¿Cómo puedes culpar a mamá? ―trasladó la vista hacia Piper, y un escalofrío la sacudió por la intensidad de su mirada―. ¿Te ha metido esa idea en la cabeza? ¿Ella? Te cortaría la cabeza sin pensárselo. No es más que una niña engreída y egoísta.

―¡Y tú no eres más que un cobarde! ―gritó ella, cansada de mantenerse al límite―. Un egoísta que persigue una venganza injustificada. Yo no te he hecho nada para que te ensañes conmigo. Trataste de matarme, siguiendo las órdenes de un monstruo que me dejó huérfana. Tienes el alma tan podrida como él. La compasión que estaba dispuesta a sentir por ti se esfumó. Me encargaré de que pagues por lo que has hecho, no solo a mí sino a Margo, a tu hermano y a tu padre. Tú mismo te has encargado de quedarte solo.

El gesto lunático se instaló en el rostro de Viggo, oscureciendo sus ya oscuros ojos. Le tembló aún más la mano y el arma se movió según lo hacía su cuerpo, sacudido por los nervios, de lado a lado, como si estuviese de pie durante un terremoto. Masculló algo que no pudo entender, pero aun así lo supo. Se le heló la sangre cuando avanzó a pesar de saberse rodeado, con el cañón apuntando hacia ella. Riley la empujó y la dirigió hacia el interior del auto, pero no fue suficiente. Entre el reguero de cuerpos que la rodearon para protegerla, vio una enorme sombra ceñirse entre ella y su atacante, y con un grito desgarrador de dolor y agonía, el arma se disparó.

La súbita detonación la dejó fría, y la blanca neblina de sus memorias difusas volvió a cubrir su campo de visión. En su garganta se atoró un grito cuando vio el rostro de su madre. Las imágenes pasaron a prisa, martillándole el corazón a medida que su imagen difusa se abría paso a través de la neblina. Ante sus ojos se alzó un cañón, y una alargada sombra formó el brazo que, firme, trazaba una ruta de izquierda a derecha, como si le costase decidirse.

Finalmente apuntó hacia abajo, hacia ella, y en su estómago el pánico le dio un salto que lastimó su abdomen.

La voz de su madre se alzó por encima del escandaloso palpitar de su propio corazón. Tomándola del brazo y apartándola, haciéndola tropezar con sus propios pies y golpearse la espalda con la columna, la oyó decir:

―¡No a mi hija! ¡Es una niña!

Piper le vio el rostro enmarcado por el miedo, pero también por la ira. Sus ojos oscuros parecían dos llamas, encendiéndole la mirada, con una determinación tal, con un amor tal, que la quebró por dentro.

Cuando el disparo resonó, la bala la hirió en el pecho, desatando una mancha carmesí que tiñó su bellísimo vestido rosado. Oyó el llanto de la niña, un llanto que trajo consigo un grito desgarrador que destrozó sus nervios. La vio, moviéndose al ritmo de su trabajosa respiración, mientras desde algún lugar la voz de su padre gritaba, lloraba, se quebraba.

Con un palpitar doloroso, el rostro de su madre fue sucumbiendo ante las sombras, perdiéndose de nuevo entre sus memorias, pero recordando, de ahora en más por siempre, como la vida iba lenta, muy lentamente, desprendiéndose de sus ojos.

Oyó su nombre como un eco, lejano, casi como un susurro, y el calor de su voz la embriagó, protegiéndola de un dolor que no le permitía respirar. Sintió sus manos sacudirla mientras seguía clamando por ella con tal desesperación que parecía al borde del quebranto. La neblina se disipó de sus lastimados ojos, y vio el rostro de Riley comprimido por la angustia.

―Chiquilla, por favor, despierta ―sus manos le acunaron el rostro, dándole caricias en las mejillas con los pulgares―. Piper, reacciona, te lo suplico.

―¡Traigan a una maldita enfermera! ―en la distancia escuchó la voz del inspector.

Piper despegó los labios para respirar profundo, y con el aliento retenido el dolor tomó posesión de su pecho, desatando su inclemencia en ella. Un grito se escapó de sus labios temblorosos y los ojos se le humedecieron, apartando a Riley de su campo de visión unos instantes. Lo escuchó suspirar de alivio.

―Gracias, Dios mío ―su voz fue interrumpida por una maldición lejana.

Con la pesadez de su cuerpo presionándola contra el suelo, Piper se arrastró hasta poder levantarse. Riley la tomó de las manos y le sirvió de soporte. Una vez de pie, la envolvió con los brazos como si no la hubiese visto en años. Protegida entre ellos, las imágenes de su madre muriendo lentamente frente a ella se dispararon en su cabeza, convirtiéndose en cuchillas que le atravesaron la piel. Lloró, hasta el punto en que le costó respirar, siempre cuidada y mimada por las caricias que le daba él en la espalda.

Lance volvió a maldecir, y por encima de su hombro lo buscó. Lo encontró cerca de la ambulancia, rodeado de guardias que posicionados en círculos custodiaban un cuerpo inerte en el suelo. A Piper la invadió un escalofrío y de la garganta se le escapó un grito cuando los guardias se movieron.

En la lejanía, otro grito de agonía quebró el frío de la montaña, declarando con él una pérdida irreparable. 

No me odien, que ya de por sí me duele todo después de este capítulo 💔

Próxima actualización: viernes, 7 de febrero.

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