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Capítulo catorce.

A partir de este capítulo, ya no estaré colocando frases. Perdí el documento donde las tenía enlistadas 💔

El palacio sucumbió ante el caos cuando sus paredes fueron sacudidas por aquel infernal grito.

El pulso de Riley se atoró en la garganta, creándole un áspero nudo que lo advirtió al instante de un peligro inminente. La caja con la tarta cayó al suelo. Sus manos, ahora libres, buscaron el arma que secretamente escondía entre su ropa, fuera del alcance de ojos curiosos. Expulsó de un solo golpe el aire en sus pulmones al sentir su peso en el agarre, al tiempo que su mente se preparaba. Le inquietaba la posibilidad de disparar. Nada lo había preparado lo suficiente para ese momento.

La duquesa apareció desde el pasillo izquierdo al subir la escalera. El pánico estaba dibujado en sus gestos elegantes.

―¿Qué ha sido ese grito?

―¿Dónde está la habitación de Piper? ―inquirió él.

―En la segunda planta, al final del pasillo derecho. Es la última puerta.

―Ve por los guardias ―le ordenó él―. ¡Ve!

Riley subió la escalera como un rayo. Se encontró con un laberinto complicado y múltiples puertas. Las gigantescas estatuas parecían mirarlo fijamente, como si le estuviesen preguntado por qué había tardado tanto. Les apartó la mirada y avanzó.

La puerta al final del pasillo estaba entreabierta. Los músculos de Riley se tensaron al observar una pequeña mancha de sangre en la madera blanca; la marca de un par de dedos deslizados a prisa sobre ella para abrirla. Aferró el arma con ambas manos y entró.

Resbaló un instante que le amenazó con hacer perder el equilibrio. Un jadeo ahogado se le atoró en la garganta cuando encontró la mancha roja, del tamaño de su mano abierta, manchando el suelo alfombrado

Con el corazón en un puño, bombeándole a galope sin contemplación, continuó hacia el otro lado de la habitación. Había un sofá doble pegado a la ventana, también rasgado. Al final, vio otra puerta a la que se acercó de inmediato. Estaba cerrada.

Riley se remojó los labios secos y apuntó a la puerta con el arma, aferrando a ella los dedos temblorosos y sudorosos.

―¡Abran la puerta! ―Gritó.

Él esperó. Por un instante, pensó que era poco probable que alguien estuviese allí por el macabro silencio que se formó tras su demanda. Después, casi inaudible, como abandonado por la fuerza, escuchó un quejido.

―¿Piper? ―la llamó―. Soy Riley ¿Estás ahí?

La puerta se abrió casi al instante. La luz de la luna iluminó su aterrado y pálido rostro que hizo ver sus ojos grises más oscuros de lo que eran. Su mano derecha agarraba con fuerza la cerradura como si fuese su único soporte. La izquierda presionaba su cuello, y le vio los dedos temblar al compás de su cuerpo. Acercándose casi arrastrando los pies, expuesta ahora a un poco más de luz, vio el resplandor plateado reflejándose en la sangre escarlata que le bañaba los dedos, deslizándose por su antebrazo y comenzado a gotear con lentitud hacia el suelo.

Estaba sangrando.

Riley bajó el arma.

―¿Pero qué diablos pasó? ―inquirió él a viva voz.

La vio abrir la boca, pero el solo esfuerzo la hizo toser. Soltó por accidente su soporte, y Riley tuvo que apartar el arma, arrojándola al suelo, para que sus brazos pudiesen detener su caída.

El reguero de pasos invadió la habitación. Elinor avanzó hasta ellos acompañada por varios guardias. Tenía los ojos llorosos y le temblaban las manos. Se abrió paso hasta Piper y la envolvió en un abrazo desesperado.

Piper la apartó con cuidado. La estaba lastimando.

―¿Qué sucedió aquí? ―la duquesa examinó la herida―. ¡Dios mío! Tiene que verte un médico de inmediato.

Piper parecía desesperada por hablar, pero la vocecilla se le quebraba, torturada por el dolor.

―Tienes que pedir una ambulancia ―masculló con dificultad―. Es urgente.

Piper señaló la puerta, y la duquesa se cubrió la boca con ambas manos cuando la vio.

―¿Cómo está? ―preguntó la duquesa.

Benjamín Dorante, decimoquinto duque español de Austeros, echó un rápido vistazo al expediente de Piper. Se ajustó los espejuelos para leer mejor. Le había tocado una noche dura en el hospital Hopenhauguen. Llevaba diecinueve horas seguidas trabajando, gran parte de ellas atendiendo a las víctimas de un incendio a pocas cuadras, y el cuerpo ya le pedía un descanso.

―La herida fue profunda y perdió bastante sangre, pero no hay que realizarle una trasfusión. De momento, le hemos dado medicamento por intravenosa para evitar una infección y aplicado la antitetánica.

Elinor suspiró, aliviada.

―Quiero que pase la noche aquí para monitorearla y asegurarme de haber neutralizado cualquier peligro. Se le cocieron algunos puntos, pero debo advertiros que podría quedar una cicatriz. Aun así, le he dado una pomada que tal vez le ayude. Podéis quedaros tranquila. Ese guardia amigo tuyo está con ella.

―¿Y Margo? ¿Ella cómo está?

―Salió de la operación hace poco. Tuvo una herida profunda también y perdió una considerable cantidad de sangre. De momento no se requiere una trasfusión, pero he mandado a revisar el banco de sangre como precaución. Por suerte, su tipo es común. Se repondrá pronto.

La duquesa sintió como el terrible dolor de cabeza que la había estado atormentado las últimas horas comenzaba lentamente a desaparecer. La imagen de Margo en el suelo, pálida y sudorosa, mientras se presionaba la herida en el vientre la había impactado muchísimo. Aún no entendía qué había sucedido ¿Quién había entrado al palacio y cómo? ¿Por qué herir a Margo? ¿Y qué hacía ella en la habitación de Piper?

Y luego estaba su sobrina. Esa pesadilla debía ser obra de ese monstruo que asesinó a su hermano. Con Piper devuelta y dispuesta a llevarlo ante la justicia, debió entrar en pánico. Le perturbaba la idea de que evadiera la seguridad. Ella estaba sola en esa habitación. Si no se hubiese encerrado en el baño, aquel desconocido la habría asesinado.

Ese pensamiento le provocó un terrible escalofrío.

―¿Qué tal la llevas? ―le preguntó Benjamín.

―Consternada. Confundida. Preocupada. Es una lista muy larga ¿De verdad quieres escucharla?

―Por supuesto que sí. Espero que toda la tensión de estas últimas semanas no te haya hecho olvidar de que, a pesar de habernos divorciado, puedes contar conmigo.

Una débil sonrisa se asomó en el agotado rostro de la duquesa.

―Te lo agradezco ―le brindó una cálida, aunque cansada, sonrisa―. Toda esta situación me mantiene constantemente agotada.

Benjamín acompañó a la duquesa hasta uno de los asientos más cercanos y allí la rodeó con uno de sus brazos.

―¿Cómo han ido las cosas? ―le preguntó él.

―Con varios altibajos. Saber la verdad sobre sus padres le sentó fatal. Es muy emocional.

―Es una chiquilla. Es normal. Además, eran sus padres.

―Es idéntica a su padre en tantas cosas. Sus gestos, su forma de hablar y su personalidad. Todo lo heredó de él, pero es tan emocional y valiente como su madre. Es inteligente e ingeniosa, pero muy impulsiva.

―¿Me ha parecido a mí o es curiosamente similar a su tía?

―Yo no soy impulsiva.

―¡Oh, venga ya! Recuerda que te conozco desde que somos críos. He visto tu faceta impulsiva.

―Yo la he controlado. Piper, por el contrario, la absorbe cada día más.

―Permitidle crecer un poco, mujer. Le habéis soltado mucho de golpe ¿Le has mencionado la boda con el marqués?

―Lo he hecho. Estaba hecha una fiera.

―No es para menos. Ya te lo había comentado. A nadie le gusta que le impongan cosas, mucho menos una boda.

―Lo sé, pero ella no ve lo que yo.

―Es una adolescente ¿Cómo pretendéis que ceda sin luchar?

La duquesa gruñó.

―¿Podríamos, por favor, dejar de hablar sobre esto? Me reventará la cabeza.

―Vale. Mejor te cuento como ha ido la transición de mi puesto. Me voy en unas semanas y me siguen cediendo casos estresantes. Están flipados.

Piper tocó el vendaje, cubriéndole parte de la base de su cuello, con la mano izquierda temblándole por el frío mientras hacía una mueca. La aguja le traspasaba la piel de su muñeca derecha donde la intravenosa le molestaba con un dolor palpitante y un corrientazo frío a medida que el líquido del suero penetraba sus venas. En su pecho saltaba todavía una empalagosa sensación que no se cansaba, sino más bien la agobiaba, haciéndose más palpable a momentos.

Aún no había podido reponerse del horrible susto que había pasado.

Cuando vio aquellas botas marrones, tuvo de inmediato la sensación de que no estaba sola. Lo sabía. Su cuerpo pedía a gritos que huyera, y era justo lo que deseaba hacer, pero estaba tan aterrada que no pudo mover ni un solo músculo. El desconocido abandonó su débil escondite y avanzó hacia ella. Lo vislumbró como una sombra sin rostro, porque un paño negro parecía cubrirle la cara, que vestía cada prenda de color negro, hasta los guantes que parecían de arquería. El sonido de sus pasos fue silenciado por la alfombra, haciéndole parecer impalpable, como una aparición.

Le tomó acercársele lo que a ella le tomó expulsar un jadeo de terror. Piper se armó de un frágil valor para apartarse, pero él, alto y de brazos largos, se le acercó en enormes pasos y detuvo su escapada al tomarla por el cabello. Le llevó ambos brazos tras la espalda y, colocando una brillante navaja sobre su cuello, la inmovilizó. La hoja le penetró la piel de su cuello, cortándole y perforándole la piel con una lentitud tal que la desequilibró por dentro. Pronto comenzó a sentir el líquido espeso y cálido de su sangre. Haciendo uso del estallón de adrenalina que desató su miedo, logró golpearlo en las costillas con los codos.

No pudo perpetrar el escape. La agarró por el cabello otra vez y la arrojó al suelo con una rabia que le erizó la piel. La angustia golpeteaba en su garganta mientras lo observaba acercársele con un avance lento, contado, pasivo. La navaja en su mano brillaba escarlata por el brillo plateado de la luna sobre la sangre. Ella seguía arrastrándose en la alfombra, tan aprisa como el agotamiento y el miedo le permitían. Sabía que era cuestión de un par de pasos para que le diera alcance, pero su andar era una agonía que la volvía loca ¿Por qué no solo avanzaba hasta ella y la asesinaba?

Parecía disfrutar la sanguinaria persecución, asechar a la presa, acorralarla.

Terminó refugiándose en el único lugar al que podía huir: el baño.

Lo último que se hubiese imaginado era encontrar a Margo allí, pálida y débil, con una herida en el vientre que no paraba de sangrar. El hombre al otro lado de la puerta comenzó a golpearla con la navaja, haciendo crujir la madera, sacudiéndola con una fuerza que llevó a Piper al borde del pánico. Estaba aterrada y sin saber qué hacer. Solo fue capaz de gritar.

Los golpes se detuvieron. Pocos minutos más tarde escuchó la voz de Riley. Aunque cansada y aterrada, un inmenso alivio la sacudió por dentro al percatarse de su presencia, a pesar de que le apuntaba con un arma. Al verla, bajó el cañón y, finalmente, se sintió a salvo.

¿Quién era ese hombre y qué quería? Solo había dos respuestas posibles a tan importante interrogante.

La primera: aquel hombre, porque era algo que le había quedado más que claro, era el asesino de sus padres. Tenía todo el sentido del mundo. Debió haberse sentido acorralado por sus amenazas a viva voz. La desconcertaba que estuviese al tanto que había vuelto al Palacio. Un escalofrío le recorrió toda la columna. Sea como sea, si él era su asesino, las mismas manos que le arrebataron a sus padres estuvieron a punto de quitarle la vida.

La segunda: era un enviado del verdadero asesino. También guardaba mucho sentido. Quería deshacerse de ella, pero temiendo que pudiese ser capturado decidió enviar a alguien. O tal vez sabía que no le sería tan sencillo escabullirse al palacio. Tal vez podría ser reconocido.

Muchos tal vez y ningún acierto comenzaron a provocarle dolor de cabeza. Estaba cansada de aquella constante molestia.

Frustrada, se frotó la cabeza con la mano derecha, una tarea complicada por el constante palpitar en su muñeca. Sentía dolor en todas partes: en la parte izquierda del cuello por la herida, la cabeza por el tirón de pelo, que aún le parecía sentirlo, en la muñeca por la intravenosa y la espalda por todo el rato recostada. Como si su mente no hubiese recibido el agotamiento, se dio rienda suelta a su maquinación de posibilidades.

No había comprendido el verdadero peligro que corría hasta esa noche. Amalienborg debía ser el lugar más seguro del país. Sin embargo, terminó por convertirse en el palacio donde casi pierde la vida. Ante una situación así, comprendió el por qué su tía pretendía protegerla así tuviese que ocultarla en medio de la nada. Ni siquiera en el hogar de su infancia estaba a salvo. La pobre debía de estar al borde de una crisis.

―Elinor infartará si no te ve acostada.

Alzó la vista y lo miró. Riley estaba sentado en la única butaca de la habitación, con un vaso de cartón en cuyo interior tenía el café que se negaba a enfriarse.

Desde que se despertó ya no sabía cuánto tiempo, le comenzó a molestar la herida, así que se las ingenió para sentarse en la cama y sacar las piernas. Aunque cansada, columpiarlas le ayudaba a mantenerse tranquila. Su tía parecía hacerle ordenado a Riley no dejarla sola, porque para hacerse del café tuvo que pedirle a uno de los guardias que se lo comprara.

―Me molesta estar recostada ―le dijo. Un bostezo se le escapó, y duró tanto como el efecto adormecedor del medicamento lo incitó―. ¿Qué hora es?

Riley sacó su teléfono del bolsillo y revisó la pantalla.

―Poco más de las dos de la madrugada.

―¿Sabes algo de Margo? El médico me dio algo para el dolor que me hizo dormir. No tuve tiempo de preguntarle.

―Salió hace poco de cirugía. Al parecer está bien.

Ella suspiró, aliviada.

Riley dejó el vaso sobre la mesa junto a la cama y de acercó a ella. Tenía las manos escondidas tras su espalda mientras la miraba fijamente. Sus ojos lucían distintos. No eran altaneros, burlones o sarcásticos, sino que brillaban amables y compasivos. Por un instante, aquella actitud inusual en él la asustó más que una navaja sobre su cuello.

―¿Cómo estás tú? ―quiso saber él.

Santo Dios, ¡incluso su voz se oía distinta! Más amable, apacible y cálida. Piper se removió inquieta en la cama de hospital. Le gustaba su voz agradable. Combinaba de alguna forma con su mirada intensa. Solía ser tan frustrante e insensible con ella algunas veces, diciendo cosas hirientes con la misma facilidad con la que respiraba, que no se esperó aquel cambio brusco de actitud.

―Estoy bien ―afirmó ella.

―¿Cómo vas con...? ―señaló con su índice izquierdo su cuello. Piper retrocedió en la cama―. No iba a tocarla, lo siento.

Devolvió la mano tras su espalda, pero no se apartó. Se instó un silencio denso entre ellos, uno que casi pudo palpar.

―De verdad lo siento ―musitó él después de un rato.

Piper relajó su posición defensiva y le obsequió una sonrisa amable.

―Está bien. No es nada.

―Es que lo es. Digo, no. Quiero decir ―él hizo una mueca con la boca―. Sí es algo. Elinor me contrató para ser tu guardia personal. Me suplicó que te mantuviera a salvo y anoche fallé estrepitosamente. Debí estar ahí para impedirlo.

―Pero lo impediste.

―No impedí eso ―señaló la herida desde la distancia―. Pudieron haberte asesinado y, además, apuñalaron a Margo. Fallé en el cumplimiento de mi trabajo.

―Tu trabajo es mantenerme a salvo y es lo que hiciste. No ibas a poder impedirlo. Ese hombre ya estaba en la habitación cuando llegué. Evadió a cada uno de los guardias. Tendríamos que haber estado pegados hombro con hombro para que lo hubieses visto venir a tiempo. Afortunadamente, Margo y yo estamos bien.

―Pero...

―Oh, Riley, déjalo ya.

Riley descansó el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, mostrando en sus gestos su descontento. Terca conformista, masculló en su mente. Solo una terca como ella se conformaría con tan poco. Valiente su esfuerzo: llegar cuando ese hombre la había acorralado como un animal para rebanarle la garganta. Reconocerlo despertaba una ira que lo engullía. No había otra forma de describirlo: era un animal salvaje acorralando a su presa ¿Qué habría pasado si hubiese llegado más tarde? ¿Si hubiese pasado a darle visita a Elinor primero? ¿O si hubiese decidido presentarse a trabajar a la mañana siguiente? Santo Dios. Solo con imaginarse aquello sintió la expansión de la cólera palpitando en su garganta.

―¿Qué hay contigo? ―la voz de Piper atrajo su atención―. ¿Dónde estuviste?

Riley cambió el peso de su cuerpo a la pierna derecha.

―Estaba resolviendo un problema personal ―le respondió.

―¿Lograste hacerlo?

Él torció la boca.

―Sólo una parte.

―¿Qué pasó con la otra?

―Ahí va.

Piper hizo un puchero.

―¿No me vas a contar?

―No suelo hablar sobre mis problemas personales.

―Oh, vamos. Tú conoces los míos. De hecho, formas parte de la solución. Tal vez yo pueda serlo con los tuyos.

―Lo dudo.

―Soy muy buena dando consejos. Solo que, respecto a la práctica, soy pésima aplicándolos en mí misma.

La observó un rato en completo silencio. Los ojos grises de ella seguían cada movimiento que él hacía, hasta el más pequeño. Sintió que analizaba sus debilidades, como si él fuese un enemigo al que vencer. O al que hacer hablar.

Riley expulsó su tensión en un largo suspiro.

―Mi familia pasó por un problema económico un par de años atrás. Mi madre y mi padrastro habían creado una empresa de diseño y construcción de jardines. Alan, mi padrastro, firmó un contrato con el dueño de una cadena de hoteles al sur de Londres. Quería un nuevo diseño que fuera a la par con las remodelaciones en los edificios. Dada sus exigencias, la compra de materiales equivalió a un total bastante elevado. Todo marchaba bien hasta que se inició el proyecto. Al revisar, los materiales en el camión no fueron los encargados. El dueño de la cadena responsabilizó a mi padrastro, alegando que había intentado estafarlo. Le levantó una denuncia y los gastos legales nos tenían hasta el cuello ―alzó un poco los hombros―. Le pedí ayuda a alguien y, bueno, ahora quiere que le devuelva el favor.

Piper arrugó el ceño.

―Riley, ¿hiciste algo ilegal? ¿Por eso vives aquí en Dinamarca?

―Ese es el problema. No fue ilegal, pero accedí a condiciones que no cumplí. No podré liberarme de él hasta que le pague.

―¿Es mucho dinero? Podríamos revisar las cuentas y...

Él agitó la cabeza frenéticamente.

―Lo resolveré con mis propios medios.

―Podría hacerte un préstamo. Estableceremos un monto mensual como pago.

―No.

―No es por ofender, pero tu sueldo no dará abasto. Si fuese así le habrías pagado hace mucho tiempo.

―No voy a aceptar tu dinero.

―Me has ayudado más de lo que crees. Puedo devolverte el favor.

―No te hice un favor. Cumplía con mi trabajo.

Piper se tensó al escucharlo. Parecía que nunca se cansaba de recordarle aquello. Cada vez que tenía la sensación de que podrían ser amigos, él le repetía que era no era más que un simple guardia cumpliendo con su trabajo. Por alguna razón, ella continuaba tratándolo como un amigo. Se sentía cómoda y escuchada cuando estaba con él, como si pudiese contarle lo que sea al saber que le prestaba toda su atención. Pero no era un amigo. Solo la escuchaba porque era su trabajo.

Piper subió las piernas a la cama y le apartó la mirada, decidida a permanecer en silencio.

Él no tenía las mismas intenciones.

―La verdad es que no es solo el trabajo ―inclinó un poco la cabeza―. Me agradas. Algo así.

Piper no se esperó aquello, y por un instante no supo qué debía decir.

―No es que salte de emoción con cada problema en el que me metes ―continuó él―. Ir a una cena, esconderse en pasillos secretos, escapar de la guardia para visitar a Charles, perseguir a un asesino en el palacio real... Pero al menos es agradable hablar contigo. No sé. Ya que tengo que pasar mi día cuidando de una princesa, me alegra que, al menos, seas tú. Incluso con tu sobre exposición a las malas noticias y tu actitud intimidante.

Ella dejó escapar una risita.

―¿Eso significa que tenemos la oportunidad de ser amigos?

Riley se encogió de hombros.

―Supongo, pero debo advertirte que soy pésimo en ese ámbito, así que puede terminar muy mal.

―Ya veremos cómo nos va en la marcha.

Él le sonrió, y ella le devolvió el gesto. Bajó las piernas de la cama y las meció en el aire para estirarlas.

―Voy a buscar al médico. Necesito saber cómo está Margo.

―Yo lo haré ―señaló con la barbilla el porta suero―. Tienes un peso extra que mover.

Por supuesto, ella ignoró su propuesta.

Piper perdió un poco de balance al ponerse de pie. Un rayón de luz blanca pasó por sus ojos y sintió que su cuerpo perdía energías, casi como si el edificio se le hubiese venido encima. Por un instante, la nublazón del mareo se tragó la habitación, y con la pérdida de la fortaleza en las piernas de sintió caer.

Aquello nunca pasó, y cuando el borrón del momento terminó comprendió el por qué.

Riley tenía las manos en su cintura y su pecho estaba tan cerca al de ella que lo pudo sentir moviéndose tan prisa como su respiración. Levantó la vista nubosa con lentitud, y un incómodo e inusual brincoteo se desató dentro de ella cuando encontró los ojos grises de él. Sus narices casi se tocaban. Piper inspiró el aroma que desprendía su presencia. Olía muy bien: a primavera después del invierno o al calor del sol después de la lluvia. La calidez que emanaba de su piel se mezcló con la de ella y aquello la hizo sentirse extrañamente mejor.

Nadie jamás la había hecho sentirse así de bien antes.

Riley separó un poco los labios y dejó escalar el poco aliento que había logrado atrapar para sobrevivir. No pensó muy bien lo que hacía. La vio a punto de desvanecerse y su cuerpo actuó al instante, pero no precisó cuán cerca quedaría el uno del otro, casi piel contra piel, y aquello lo desconcertó más de lo que hubiese querido admitir. De cerca, sus ojos grises eran mucho más deslumbrantes y aventureros, casi como diamantes o curiosos como el cuarzo, pero mucho más bellos. A pesar del frío y la combinación de medicamentos y productos de limpieza, pudo detectar ese olor dulce que emanaba de su piel. Aquello fue tan desconcertante para él como el imberbe deseo de probar su boca.

La idea lo arrojó de vuelta a la prudencia. Se alejó de ella tan rápido como le fue posible. Una extraña sensación de desdicha lo arropó, como aquellas veces en que se daba cuenta de que debió haber hecho algo, pero lo dejó pasar. No fue capaz de mirarla fijamente. Lo gobernaba una inusual vergüenza. Por su puesto que no había forma de que ella supiera lo que él había estado pensando, pero continuaba buscándolo con los ojos grises como si así fuera.

Es una chiquilla, se recordó. Es solo una niñita. No dejes que te intimide.

Se rascó la cabeza y volvió a retroceder un par de pasos. Deseó poder llamarla su zona segura, pero no había tal cosa cuando ella estaba en la misma habitación que él. Pareciera que ella invadía todo y le robaba espacios para esconderse.

―Habrá que preguntarle al médico en qué habitación está Margo ―dijo.

Ella asintió. Ninguno se movió. Después de lo que parecía una vida entera, Riley se animó a levantar la vista. Piper sonreía, y en silencio se maldijo por encontrarla guapa, a pesar de su palidez y los gestos visibles de cansancio. Deseó gritarle que dejara de hacerlo. Le complicaba la tarea de concentrarse.

―¿Debo abrirte la puerta o...? ―divagó él.

Piper se echó a reír.

―Tranquilo, puedo abrir mis propias puertas. Solo salgamos de aquí.

Apenas lograron dar unos pocos pasos fuera de la habitación cuando otro mareo la azotó. Un instante después, alcanzó a un enfermero que le brindó una silla de ruedas. Piper parecía frustrada con la ayuda extra.

Al doblar por el pasillo se encontraron a la duquesa. Al verlos, se les acercó a prisa, haciendo que los tacones que llevaba puestos repiquetearan en el suelo como movidos a rabia.

―¿Pero qué haces fuera de la cama? ―centró su atención en Riley―. ¿Por qué la dejaste?

―¿Por qué me regañas como si hubiese forma de detenerla?

―Basta ―musitó Piper―. ¿Crees que pueda ver a Margo?

―Está en reposo. Por ahora, sólo su esposo podrá entrar a verla.

―¿Está casada?

―Con el Primer Ministro actual.

―¿Es en serio?

―¿Por qué te sorprende?

―Porque no sabía que estaba casada, ¡mucho menos con el primer ministro!

―No preguntaste.

―Claro, porque preguntar me ha resultado de maravilla desde que llegué.

La duquesa la reprendió con la mirada.

―Vuelve a la habitación. Mañana, cuando estés descansada y Margo un poco más repuesta hablaremos. Tal vez ―detalló―. Además, deberías guardar tus fuerzas para la llegada inminente de mi madre ―fijó su atención en Riley―. En especial tú.

El aludido alzó ambas cejas.

―¿Yo por qué?

―No le gustó saber que su guardia personal no estaba con ella al momento de lo ocurrido.

―Hablaré con ella cuando llegue ―dijo Piper―. Coloca algunos guardias frente a la puerta de Margo. Es nuestra responsabilidad garantizar su seguridad, en especial después de lo sucedido.

―Ya me hice cargo de eso. Ve a la habitación a descansar, por favor. Lo menos que debes hacer ahora es esforzarte. Debo hacer unas llamadas importantes, pero en cuanto me desocupe iré a verte. Riley se quedará contigo ―mirando al aludido, añadió―: ¿Verdad?

Él levantó los hombros.

―Está bien.

―¿Estás cómoda? ―le preguntó él mientras se apartaba de la cama.

Piper no sabía si estaba cómoda, pero sí cansada. Apenas su cuerpo tocó el colchón, el agotamiento invadió su adolorido cuerpo, despertándole el sueño como si estuviese en una mecedora.

―Lo estoy ―respondió.

―¿Necesitas algo?

―No. Puedes irte si lo prefieres.

―Ya le dije a tu tía que me quedaré.

―Lo sé, pero afuera hay varios guardias. Puedes irte y descansar un poco.

―Estoy bien con esto ―dijo mientras tiraba de la butaca para acercarla a la cama.

Ella no le dijo nada. Movió la mano derecha y la descansó sobre su barriga, pero al instante desistió y la devolvió sobre la cama. El frío en la habitación le despertó un dolor punzante y helado en la intravenosa, como si un líquido frío le estuviese perforando las venas.

Hizo una mueca, y al instante lo escuchó decir:

―Esa cosa molesta, ¿no es así?

Piper lo miró.

―¿El suero? ―él asintió. Después, ella lo hizo una sola vez―. Se siente frío.

―La última vez que me pusieron una tenía catorce años. Creo que era un virus. Estuve dos días hospitalizado y una semana en cama después del alta. El líquido parece penetras las venas en frío, y la peor sensación es cuando se vuelve un dolor punzante.

―Yo no me suelo enfermar.

―Bueno, no estás aquí por una enfermedad.

Como si se supiese invocada, la herida le palpitó. Parpadeó varias veces mientras se centraba en ignorar el dolor tanto como le fue posible.

―Basta de charlas ―le dijo él―. Duérmete.

―No sé si pueda dormir.

―No quieres que es diferente.

Levantó las comisuras, pero no dijo nada. Instaló la mirada en el techo blanco al tiempo que fijó su atención en los puntos de su cuerpo donde el dolor era mayor. La parte izquierda de su cuello encabezaba la lista, seguida por el cuero cabelludo y la muñeca derecha. Otros dolores menores llamaron su atención: el estómago, probablemente por haberse tenido que saltar la cena, la espalda por la incomodidad de no poder moverse mucho para evitar lastimarse.

―¿Tienes un compositor favorito?

Piper volteó el rostro hacia él con lentitud. Tenía la mirada fija en la pantalla de su teléfono mientras deslizaba los dedos sobre ella.

―¿De qué? ―le preguntó.

―Violín.

―Tchaikovsky, Dvorak, Puccini.

Levantó la mirada un instante.

―¿Alguno con un nombre más sencillo? ¿Uno que sepa escribir?

―Esos son apellidos.

Riley adoptó un gesto pensativo.

―Oh ―golpeó la pantalla varias veces―. ¿Algún otro que quieras añadir a la lista?

―Bueno, mis tres favoritos son los más conocidos: Vivaldi, Paganini y Bach.

―Sólo conozco a Bach.

Presionó el pulgar en la pantalla y al instante comenzó a sonar la música de un violín. Dejó el teléfono sobre la mesa junto a ella y, acomodándose en su asiento, se cruzó de brazos. Le tomó un largo instante deshacerse del hechizo que la música había creado en ella. El violín era un instrumento que podría escuchar por siempre.

―¿Por qué lo pusiste?

―Ayer en la mañana, cuando entré a la habitación mientras tocabas violín, te escuché desde el pasillo. No sé nada sobre instrumentos. Soy tan solo uno más del montón que les gusta escuchar la música que otros crean sin abundar en el proceso. Aun así, uno no está exento de lo que te hace sentir, y escucharte tocar fue... ―permaneció en silencio un instante, como si intensase encontrar la palabra adecuada―. Creo que tienes una bendición en las manos. Se percibe que es lo que te apasiona, y puedo entender por qué te asustaba perder la oportunidad de dedicarte al violín por el resto de tu vida.

Aquello la tomó tan de sorpresa que no supo cómo responderle. No solía hacerle un cumplido, y cuando sucedía le dejaba una sensación extraña, como si estuviese hablando con otra persona.

Consciente del silencio de ella, Riley habló.

―Supuse que escuchar el sonido del violín te ayudaría a dormir.

Piper escuchó atenta al cambio de música. Sonrió al reconocerla.

―Es mi estación favorita de Vivaldi ―al observar la confusión en su rostro, decidió explicarle―. Compuso cuatro conciertos y los nombró como a las estaciones. Las cuatro estaciones es su obra más conocida. Esa pieza es el verano en presto.

―No la había escuchado, pero me gusta.

Con el pasar de los segundos, a medida que la melodía avanzaba, la vio parpadear cada vez más lento, embriagada por el sueño. Se mantuvo quieto y en silencio mientras la observaba para no espantarle la ensoñación que minutos más tarde, cuando una nueva pista comenzó a sonar, la derrumbó. Contempló maravillado como sus rasgos se fueron suavizando, convirtiéndole el rostro rasgado por los gestos de preocupación y miedo en un ángel que ha retornado a la paz. Le envidió la tranquilidad que proveía el sueño. En su pecho continuaba martilleando la inquietud.

Consiente estaba de la situación de la familia, así como del hecho de que un descuido, como el de anoche, podría presentar un resultado catastrófico. Descuidó su puesto por resolver un problema personal que no parecía tener una solución sana y positiva de momento, y las consecuencias de sus actos las sufrió la chiquilla. Ella ni siquiera había querido responsabilizado de lo sucedido, cuando lo era ¿Qué clase de guardia permite que hieran a la persona de la que era responsable? Le enfurecía que ella no lo viese de esa manera. La culpa propia lo engullía, y quería darse de a golpetazos por ello.

Escuchó un par de pasos acercarse a prisa y detenerse frente a la puerta, por lo que, al verla abrirse, se puso en pie y buscó el arma tras su ropa. Una maldición se le atragantó en la garganta al recordar que la había ocultado en el armario de la habitación para que Piper no la viera.

Suspiró de alivio al percatarse de que era Elinor.

―Parece que se ha dormido ―musitó en voz baja mientras la cerraba. Acercándose, se cruzó de brazos sin apartar la mirada del rostro dormido de su sobrina―. Pensé que le costaría.

Riley señaló el teléfono.

―Se ha dormido con la música del violín.

Una sonrisa cansada se asomó en los labios de la duquesa.

―Acabo de terminar una llamada con mi hermano. Está frenético y ya ha amenazado a cinco de los empleados y suspendido a tres mientras se lleva a cabo una investigación. Enfureció cuando le pedí que no permitiera la divulgación a la prensa.

―¿Por qué no?

―Alguien entró al palacio del rey y no sabemos cómo. Margo fue apuñalada y a Piper casi le cortan la garganta. No quiero que nada se filtre. Eso sería mantener informado al responsable.

Él asintió, demasiado cansado para debatir.

―¿Cómo estás tú? ―le preguntó.

―Supongo que bien.

―¿El médico no ha dicho nada más sobre Margo?

―Sólo que estará en reposo y sin recibir visitas hasta mañana. Su esposo pasará la noche con ella.

―Ni siquiera me atrevo a decirte que vayas a descansar.

Ella lo miró, y la intensidad de su mirada fue tal que Riley se hizo pequeño en el asiento.

―Aún tengo llamadas que hacer, así que usaré la oficina de Benjamín. Markus cree que es mejor para Piper si habitamos el Palacio de Federico VIII mientras la policía investiga. Mi cuñada se está haciendo cargo de administrarnos el personal.

―Me parece bien.

―¿No quieres que te pida algo más cómodo? ―preguntó señalando a la butaca.

―Estoy bien.

Ella asintió, y despidiéndose rápidamente abandonó la habitación. La música del violín seguía resonando y pronto lo envolvió la suavidad de las notas, golpeteando su sueño hasta despertárselo. Parpadeó un par de veces para mantenerse despierto, pero instantes más tarde, cuando cerró los ojos por accidente, se quedó dormido.

Lo despertó la puerta al abrirse.

Para el momento en que se frotó los ojos y se puso en pie, medio tambaleándose por la ensoñación, se percató de que Piper ya estaba levantada.

En la puerta, la duquesa traía en las manos tres vasos de cartón con café. El olor le perforó las fosas nasales al instante.

―¿No te vi hace unos minutos? ―le preguntó.

―Más bien hace unas horas. Son las tres de la tarde.

Una sonrisa burlona se instaló en el rostro de Piper.

―Dormiste doce horas ―le dijo.

―Mentira ―masculló él―. Si me quedé dormido hace un momento.

―Es en serio.

La observó para darse cuenta de que traía puesto un vestido largo azul marino cuyo cuello le cubría la venda. De su muñeca había desaparecido la intravenosa, y una gruesa gaza se la envolvía.

―Mierda ―se frotó los ojos con rapidez―. No debí quitar la alarma.

La duquesa le brindó uno de los vasos.

―Te traje café. Margo pidió que fuéramos a verla.

―¿Está en condiciones? ―le preguntó mientras lo aceptaba.

―Lo sabremos al verla. Si la veo muy fatigada postergaremos la reunión ―miró a su sobrina, y ella con lentitud asintió.

Margo se veía mucho mejor. Por supuesto, haber controlado el sangrado y recibir un tratamiento médico invasivo aportó a su buen estado. Piper creyó que la encontraría diferente: pálida, adolorida y quejumbrosa. Pero, en realidad, la recibió con una sonrisa cansada y una disculpa expulsada de su temblorosa boca apenas la vio.

―Debí tener en cuenta los pasadizos secretos, Su Alteza. Le ruego me disculpe.

La aludida se acomodó en el borde de la cama. No entendía por qué se disculpaba. Margo había resultado herida al igual que ella. De hecho, la pobre mujer se había llevado la peor parte del ataque.

―No te disculpes, por favor. No ha sido tu responsabilidad.

―Lo ha sido. Antes de la mudanza, me comuniqué con Su Majestad y él me permitió organizar a los guardias para su llegada. He olvidado por completo los puntos sensibles como los pasadizos secretos de la familia. Creo que ha entrado por ahí.

―¿Por qué lo crees?

Margo le pidió a Riley que anotara todo lo que le dijese en caso de que algo le sucediese. Quería que sus palabras quedaran plasmadas en algún lugar. No tenía nada a la mano para anotar, así que tomó su teléfono y grabó la conversación. Al otro lado de la cama, la duquesa se cruzó de brazos por el frío. Aquello le provocó un escalofrío incómodo.

―Tras habernos cruzado en las escaleras, aproveché que había ido a hablar con su tía para prepararle el baño, ¿lo recuerda? ―comenzó a decir. Piper asintió―. Dejé la bañera llenándose mientras acomodaba las maletas en una esquina de la habitación. Coloqué visible la que contenía sus pertenecías más personales, así no se le presentaría problema al buscarlas. Ahí fue donde me topé con él, escondido entre la pared y el armario. Estaba vestido por completo de marrón, desde sus pantalones hasta la cazadora y las botas. Estaba usando un pasamontaña. Tenía algo en el cuello, pero no he logrado recordar con claridad qué.

―¿Podría ser una marca de nacimiento o una cicatriz?

―Tal vez, no estoy segura. No pude verlo a detalle. Tuvimos un forcejeo dentro de la habitación y después me apuñaló. Me ocultó en el baño. Poco después comencé a escuchar ruidos. Parecía que estaba desesperado por encontrar algo. Entre una u otra cosa, lo último que recuerdo es a Su Alteza encerrada conmigo.

―La habitación estaba echa un desastre ―añadió Riley al terminar sus anotaciones―. Las sábanas y los muebles estaban rasgados y fuera de lugar.

Piper asintió.

―Mencionaste los pasadizos secretos, ¿por qué? ¿Piensas que entró por ahí?

―Es posible. En ese pasillo hay dos estatuas. Una de ellas es falsa. Esconde una puerta de escape y lleva directamente al patio trasero. Es uno de los únicos tres pasadizos a los que se puede acceder desde afuera.

―Pero deberían ser secretos, ¿no es así? De estricto conocimiento familiar.

―Deberían.

―Suponiendo que este hombre haya descubierto cómo entrar, podemos suponer también que usó la misma vía para escapar. Podría explicar por qué desapareció tan pronto. Las estatuas quedan muy cerca de mi habitación.

―Voy a revisar los planos de la propiedad ―interrumpió Riley―. Habrá que examinar cada uno de esos pasadizos y, además, las habitaciones. Si estaba buscando algo, habrá que descubrir qué es, lo que es un poco difícil porque no tenemos un punto del qué partir.

―Buscaba en mi habitación, pero no entiendo qué. No traje muchas cosas.

―¿Recuerdas haber traído algo importante de Tórshavn? ―preguntó Riley―. Tal vez algo de tus padres.

―No tenía nada, salvo mi ropa, el violín, algunas prendas hechas a mano y mi reproductor de música. Nunca he tenido un teléfono. Tampoco poseo algo de mis padres. Todas sus cosas y las mías permanecen en nuestras antiguas habitaciones.

―Entonces estamos igual que antes. Sin nada.

―Tal vez no solo ha buscado en mi habitación ―comentó Piper―. Si continuamos pensando que estaba utilizando uno de los pasadizos secretos, eso podría significar que lo conoce desde hace bastante tiempo. Quizá ha estado entrando y saliendo del palacio a su antojo, yo que sé. Ya que no ha encontrado lo que buscaba, sea lo que sea, pudo haber pensado que lo tenía yo, así que aprovechó que habíamos vuelto al palacio para revisar. Era un doble triunfo: encontraba lo que había estado buscando y, de una vez, me asesinaba.

Se hizo un silencio helado que la hizo impacientarse.

―Todos llegamos a la misma conclusión ―afirmó―. Ese hombre debe o ser el asesino de mis padres o alguien a quien le pagó.

La habitación se vistió de tensión, comprobando que sus palabras habían sido acertadas. De una u otra forma, todos habían llegado a la misma conclusión.

―Al menos hemos obtenido algo bueno de todo esto ―murmuró Piper.

La duquesa la observó como si se hubiese vuelto loca.

―¡Casi te rebana la garganta y Margo estuvo a punto de morir! ¿Dónde están esas buenas ganancias?

―Ahora sabemos que no tiene escrúpulos y que asesinará a cualquiera con tal de llegar a mí, así que podremos ser aún más precavidos y duplicar la seguridad. Además, sabemos que busca algo y que piensa que yo lo tengo. Aún mejor. Él no lo tiene, así que existe la posibilidad de encontrarlo primero. Si es tan importante para escabullirse al palacio de la familia real, tal vez sea algo que lo vincule con la muerte de mis padres.

La duquesa permaneció en silencio mientras procesaba aquello.

―Markus y yo hemos acordado que te mudarás al edificio de enfrente, al Federico VIII. Dadas las circunstancias, la seguridad deberá proceder de otra manera. Este palacio también tiene pasadizos, por lo que deberemos reorganizar los puntos estratégicos.

―Puedo hacerlo desde la cama ―se ofreció Margo.

―No ―le dijo Piper―. No quiero que hables de trabajo o te involucres en él hasta que te repongas.

―Pero, Su Alteza...

Piper levantó la barbilla, y la mujer al instante desistió.

―¿Cuándo nos cambiaremos al Palacio de Federico XIII? ―preguntó ella.

―La propiedad ya está lista para habitarla. Iremos directo una vez que salgamos del hospital.

―Bien. Me gustaría ver a tío Markus al llegar. Quiero hablar con él.

―¿Sobre qué?

―Quiero que inicie los trámites cuanto antes y que reúna al Folketing para ponerle fecha a mi proclamación.

Elinor sonrió. De los ojos grises de ella centellearon las llamas de la dinastía Lauridsen, y Piper estaba dispuesta a quemar todo a su paso.

La heredera estaba lista para la batalla.

Próxima actualización: martes, 16 de junio.

Les recuerdo que ya había dicho que actualizaría una vez a la semana (viernes) si el capítulo es largo, y dos (martes y viernes) si era corto. El 13 y 14 han sido largos, es por eso que no ha habido doble actualización :)

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