3. ¿Sueños?
Cada noche, cuando cerraba los ojos, estaba más que acostumbrada a la oscuridad, como si de mi alma se tratara. Era casi como si no tuviera escapatoria y solo me acompañara la soledad. Podía gritar, llorar que nadie me iba a escuchar, mucho menos ver.
Mis antiguos mejores amigos, aquellos con los que puedo compartir mi pasión por la música y que ahora, a pesar de estar más cerca, también más lejos. No había pocas las veces en las que se habían contado entre ellos sus sueños, y yo me limitaba a escuchar. A mi memoria vino una de las conversaciones en el instituto:
—Buah —Tom estiró los brazos y de un pequeño salto se sentó en la mesa—. Esta noche, he estado dando un concierto, y luego, de la nada, hemos tenido que cancelarlo porque nos atacaban unos zombis —abrió los brazos a la vez que nos miraba a cada uno.
—Tío, que dices. ¿Qué tiene que ver eso con los zombis? —Marc le empujó con suavidad mientras se le formaba una sonrisa.
—No lo sé, pero ha sido todo muy loco —Tom juntó las cejas por un momento para luego soltar una carcajada—. ¿Y tú que has soñado, Marc? —Tom se inclinó hacia él.
Mar dirigió su vista hacia el balcón unos segundos y luego se volvió hacia Tom.
—Me he imaginado que estaba dando clases a unos chicos —agarró el cuaderno que llevaba encima con las dos manos.
—Hermano, sé que te gusta la Enseñanza, pero yo te veo en otro lado. Te he escuchado un par de veces tocar y se te da muy bien —Tom colocó una de sus manos sobre su hombro.
—Es muy difícil vivir del arte, quizás la profesión de profesor no es de los que más se cobra, pero me estaría satisfecho conmigo mismo —puso una de sus manos en el corazón.
Los cuatro nos quedamos un silencio, un rato, hasta que Hisoka empezó a hablar y me percaté de su presencia.
—Me encontraba con vosotros tres y éramos un grupo que nos dedicábamos a la música —Hisoka agachó la cabeza y sus mejillas se enrojecieron. —Marc y Tom se echaron una mirada.
Lo mejor era que pasara desapercibida hasta que sonara el timbre. Parecía que lo iba a conseguir hasta que Tom se giró hacia mí y preguntó:
—¿Cuáles son tus sueños? Cuando hablamos de ello, nunca dices nada —sus ojos expresaban una mezcla de curiosidad y preocupación. Todos se quedaron expectantes de mi respuesta.
—No lo tengo claro, algo que tenga que ver con la lógica o la música. Me gustan las dos cosas —me encogí de hombros, intentando esquivar lo que realmente quería saber.
—No, me refiero a lo que has soñado esta noche o alguna de estas últimas —sonrió y me guiñó un ojo.
—Cuando me despierto, no lo recuerdo—contesté con sinceridad.
En parte tenía razón, me era imposible acordarme de lo que había sucedido mientras dormía, simplemente, porque nunca había soñado y no tenía nada que compartir con ellos cuando se trataban de estos temas.
Desde que tenía uso de razón, había envidiado a las personas que vivían mil aventuras mientras recuperaban la energía tras un duro día, aunque fuera en blanco y negro. Hubiera preferido eso, a ser cada noche un cascarón vacío que parecía no tener aficiones, ambiciones, temores y deseos. Aislada y acompañada de las sombras de la oscuridad.
Esta vez algo cambió. Tras un largo rato rodeada de un muro negro, en alguna parte de la extraña habitación que había permanecido toda mi vida, algo parecido a unas puertas se abrieron y ante mí, una luz como de un atardecer aclareció mi soledad.
Asombrada por lo que estaba pasando, sin darme cuenta, me encaminé a averiguar qué se podría esconder detrás de esas paredes, pero sobre todo, si esto es lo que sentían mis amigos cada vez que soñaba.
No creía que se tratara de eso, ¿O sí? Después de pasarme tantos años, había aceptado que el resto de lo que me quedaba de vida continuaría siendo igual. Tal vez era que segundos antes de quedarme dormida, había pensado en aquella nota y en el rompecabezas.
Las puertas que me habían mantenido encerrada todo este tiempo se encerraron tras de mí, y, en su lugar, me encontré con un cuarto blanco. De algún rincón de la habitación, llegaba una suave brisa, pero todo parecía indicar que estaba cerrado.
Al dar un paso, la frescura de un líquido rodeó mi pie. Ese olor me era familiar, había disfrutado tantas veces de ello cuando sucedía que era imposible de olvidar: Agua de lluvia. Una parte o todo el suelo debía estar salpicado por las gotas que habían caído del cielo, que no podía ver; lo que me preguntaba, ¿Cómo podía haber llovido en un sitio como este?
Algo se oyó detrás de mí. Las paredes que formaban este segundo cuarto, fueron cayendo una a una, igual que cuando se formó el rompecabezas. Compartían similitudes lo que estaba pasando esta noche con el extraño objeto que me encontré en el camerino. ¿Mis amigos y compañeros se imaginarían estas cosas antes de soñar? ¿Estarían igual de confusos?
El suelo junto con el resto se desvaneció para dejar paso a la noche. ¿Qué clase de deseos me enseñarían? Tal vez como éramos antes de saltar a la fama, cuando teníamos un lazo estrecho y nos llevábamos bien. A veces, añoraba esos días.
—¿Hola? —solo recibí la respuesta del viento.
El cielo gruñó y corrientes de luz aparecieron entre las nubes. La luz llena resplandecía con una curiosa luz violeta. Delante de mí, se encontraba un largo descampado, tan vacío como el desierto. Un mar de lágrimas comenzó a descender de forma brusca a alimentar la tierra.
En ese momento no me di cuenta de que la naturaleza me estaba enviando un mensaje de advertencia y peligro. Quería hacerme llegar que me alejara de allí lo más rápido posible. ¿Cómo caer en algo así, sino en la fantasía de los sueños? Era la primera vez que lo experimentaba, y, para ser sincera, deseaba que a partir de ahora ocurriera cada noche.
El suelo lleno de vegetación pronto se vio cubierto de agujeros líquidos. Mi ropa quedó empapada y mi cabello mojado. No pude evitar mirar hacia arriba para ver la perspectiva de cómo pequeñas gotas podían llegar a formar ese pequeño río, y que, pronto, se convertiría en algo más.
El sonido de dos aceros chocando me distrajo. De la nada, a ambos lados del descampado, algo lejano, se encontraba un grupo numeroso de personas con vestimenta de guardia medieval. Me fijé en que unos llevaban un emblema amarillo, mientras que otros era de color naranja.
Algunos desde el pico de una pequeña montaña apuntaban con el arco apuntaban hacia el centro del campo de la batalla. Unos pocos se aventuraban a buscar su destino a lomos de su caballo, con la esperanza de salir ilesos de allí. Un mar de flechas descendió de las dos esquinas, haciendo que tuviera que cubrirme los brazos y correr para no acabar siendo atravesadas por ellas.
—¡Cuidado! —grité con todas las fuerzas intentando advertir a los objetivos en los que iba dirigido.
Estos pasaron cerca de mí y ninguno me oyó. En su lugar, el sonido de las flechas silenció a unas cuántas personas, y, una de ellas atravesó uno de mis tobillos. Como si de una picadura de mosquito se tratase, apenas me di cuenta en los primeros momentos. Tan solo había notado un cosquilleo, para luego sentir como una mancha roja iba bajando y oscureciendo mi zapato.
¿Era una mera espectadora? Si así fuese, la flecha habría pasado de largo. Por lo que me habían contado Tom, Marc e Hisoka, sus sueños siempre eran un reflejo de sus deseos.
Aunque no tuve la suerte antes, jamás me gustaría que pasara esto en el mundo; donde solo reinaran la destrucción, traición, miedo y muerte. Me imaginaba que vería cosas relacionadas con la música, los juegos lógicos, o, tal vez, cuando aún nos hablábamos.
Había visto numerosas series que aconsejaban que, si alguna vez me encontraba con un objeto clavado, lo mejor sería no sacarlo para no crear una hemorragia, pero del sitio que se trataba, pensé que no empeoraría la cosa. Me escondí detrás de uno de los árboles que se encontraba más próximos y partí una parte de la tela de mi jersey para hacer un nudo y pararla.
El juego de acero continuaba resonando por todo el lugar y las flechas que quedaban enterradas de ambos bandos en la tierra iban callando las almas de aquellos que se cruzaban en su camino. Pronto, los gritos de los que veían su vida pasar ante sus ojos cesaron, para dejar paso al silencio.
Las personas del bando que se mantenían en pie y habían salido victoriosas de la guerra, se retiraron hasta desaparecer. En la tierra, quedaron aquellos que habían perecido, con sus rostros llenos de angustia y horror. El agua se mezcló con manchas de un tinte rojo carmesí.
Con la sangre mezclándose con el trozo de tela que rodeaba el tobillo, me aventuré a atravesar la espesura del largo bosque que se extendía delante de mí. Una parte de mi interior gritaba que saliera corriendo de allí y deseaba que, si siempre los sueños eran así, prefería volver a quedarse encarcelada por lo que quedaba de vida. Una energía invisible me empujaba hacia mi destino, negándome la posibilidad de decidir mi camino.
La parte de abajo de los árboles quedaba escondida por la niebla. Mis zapatos se me llenaron de barro. La lluvia crecía por momentos, haciendo que temiera que llegara a haber una inundación. Un olor desagradable llegó a mis fosas nasales; pensé que podría tratarse de la mezcla de la tierra con el agua. Cuanto más avanzaba, más fuerte se volvía, al punto de que evitaba respirar a ratos para que no me entraran ganas de vomitar.
Unos graznidos me llamaron la atención. Poco más adelante, arriba, unos cuervos daban vueltas entre sí sin un rumbo fijo; se colocaron en las ramas de los árboles. Todo tipo de huesos, incluso calaveras, había tiradas por el suelo. Mantuve la vista baja para poder esquivarlos que resultó ser en vano; poco más adelante, varios tamaños quedaban estampados que era imposible no pisar alguno.
Fui dejando, poco a poco, todos aquellos simbolismos que se relacionaban con la muerte y el misterio. Lo que necesitaba ahora era un abrazo amigo, pero ¿Dónde podría ir? No podía escapar de mi mente, y mucho menos mientras durmiera. Le pedí a mi cuerpo que se despertara y no me hizo caso.
Delante de mí, apareció una montaña. Si entrecerraba los ojos y me esforzaba, podía ver pequeñas figuras que parecían ser casas. Me alegré de volverme a encontrar con personas, tal vez si les preguntara, me orientaría y obtendría respuestas.
El olor ha quemado, llegó a mis fosas nasales. A mi memoria vino cuando mi abuela calentaba su casa con la gran chimenea que tenía en el comedor. Su marido a primera hora cortaba la leña de los árboles para después dárselo a ella. Los echaba de menos, y, ese humo que salía de la parte de arriba de los hogares, me recordaba a ellos.
Apenas había un par de pueblerinos que caminaban por las calles, rumbo hacia el descanso tras un duro día de trabajo. Las ventanas de todas las casas estaban cerradas a cal y canto. Aunque sabía que la gente se vestía diferente, cualquiera diría que hacía siglos que el tiempo se había detenido.
—¡Disculpe! —me acerqué a una señora que tenía un pie dentro de su zona de confort—. ¿Podría decirme dónde estoy?
La señora de edad avanzada se me quedó mirando confusa, sin decirme ni una palabra. Me empecé a poner nerviosa, si vivía allí ¿No debería saber el nombre del pueblo? Pensé que tal vez tenía problemas de audición.
—¡¿Podría decirme dónde estoy?! —me acerqué a su oído. Ella se volvió y acabo de entrar—. ¿Hay algún sitio que me recomienda ir? —cambié la pregunta dándome por vencida.
—Allí —la mujer señaló una plaza.
—Muchas gracias —me despedí con un saludo en la mano.
—De nada, Eleena.
Al oír mi nombre, me volví para preguntarle a la anciana cómo sabía mi nombre, pero cerró la puerta. Tenía mis defectos como todas las personas; la mala memoria no era una de ellas. Repasé la conversación para mis adentros, y, en ningún momento, me presenté.
¿Cuántas horas habían pasado? Esperaba que faltara poco para despertarme. Me daba la sensación como si fuera el rompecabezas, y me tuviera que resolver a mí misma de un misterio que todos a mi alrededor ya conocían la clave. Por una vez, quise regresar para que me insultara Tom, prefería eso a seguir estando aquí. ¿Qué otra cosa podía hacer si no era seguir adelante?
El ruido que hacían mis zapatos, con cada paso que daba, era lo único que impedía que el pueblo cayera en silencio. El aire provenía de dónde poco antes se me clavó la flecha en el tobillo. Las estrellas brillaban con intensidad, y la luna continuó subiendo su posición.
Cuando llegué a la zona que me había indicado la señora, se parecía a cualquier cosa menos a una plaza. Consideraba que debía tener, al menos, unos asientos y algo de vegetación. En cambio, diversos tamaños de piedras estaban amontonados entre sí formando un círculo. En historia, me sonaba que alguna vez me explicaron sobre esta clase de monumentos.
Una luz salió de la esquina de uno de ellos; tenía cierto parecido a las luciérnagas. Me incliné para intentar cogerla, para sorpresa, se quedó quieta hasta que la punta de mis dedos la rozó.
El suelo empezó a temblar. Moví mis brazos para equilibrar mi cuerpo y evitar caerme. Las piedras, que hasta entonces eran inofensivas, se transformaron en sillas ascendiendo hacia el cielo. Cada una de ellas se quedó en una posición, unas eran más altas y otras bajas. Aparecieron seis personas con túnicas negras, dejaban ver sus cabellos canosos y pieles arrugadas. Una séptima estaba en el centro del círculo, al otro lado de dónde me encontraba; a diferencia de las demás, la tela le tapaba la cara.
—¿Quiénes sois? —pregunté alzando la voz para que llegara a sus oídos.
—Somos los guardianes —respondió el que quedaba más a la izquierda.
—¿De qué?
—Hace tiempo que esperábamos tu llegada, Eleena —añade el de más a la derecha.
—¿Cómo sabéis como me llamo? —me retiré un par de pasos hacia atrás, encontrándome con una barrera invisible que me impedía alejarme de la plaza.
—Conocemos todo de ti. Estudiaste en el Instituto Dafui. Te graduaste de Composición Musical en La Escuela de Artes TAI en Madrid. —comenzó el segundo de la izquierda—. Trabajas en Producciones MI, tus compañeros de trabajo son Hisoka, Marc y Tom. Parte del dinero que recibes del trabajo, se lo das a tu hermana Silvia para que se pueda mantener con el sueldo precario que tiene —siguió el segundo de la derecha.
—¿Quién os ha dado esos datos? ¡No le he dicho a nadie lo de mi hermana! —acusé con el dedo índice sin atreverme a dar un paso adelante.
La persona del centro se quitó la tela que me impedía ver su cara. No tenía músculos, ni piel. En su lugar, resaltaban los huesos que formaban la cara y el cuello, donde debían estar los ojos, solo había dos huecos vacíos y negros.
—Ya he estado una eternidad y no me queda mucho. Y tú vas a tomar mi lugar cuando eso pase —el del medio sacó una guadaña de un ángulo muerto de la silla—. Te convertirás en La Muerte.
Unas campanas resonaron de un campanario más allá de la plaza.
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