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2. Una manzana de cuento

Una carta con un sello típico rojo se encontraba al lado de la extraña comida. A simple vista, parecía uno más del montón. ¿Por qué alguien me escribiría una carta? Y más aún, ¿Por qué nadie más me avisó de ello?

Cuando algo tanto de un fan como temas administrativos llega a uno de nuestros camerinos, suele venir una persona a dárnoslo, pero en esta ocasión no había nadie. Decidí abrir con cuidado y conocer que se escondía en su interior. Con un papel suave al tacto, la letra había sido escrita a máquina. En ella ponía: "De tu más preciado admirador, como muestra de afecto, te regalo esta manzana".

Cogí la manzana y le di una vuelta. Nunca había visto una de azul celeste; debía provenir de un pequeño pueblo, tal vez. Acerqué la comida a la boca y le di un mordisco.

—¡Ah! —un grito salió de las profundidades de mi garganta. Una corriente se quedó en un par de mis dientes.

Mis ojos se dirigieron hacia la carta, y, abajo, en letra más pequeña, ponía: "Sé que te gusta resolver acertijos".

Miré mi reflejo. Mi propia imagen se había visto distorsionada por aquella manzana. Conectaba mi vida de Rock y el aspecto duro que quería dar, con la parte fantasiosa que trataba de ocultar, frágil como un cristal y con la cabeza en las nubes. ¿Cómo se podía llegar alto si no era persiguiendo tus sueños?

El objeto me recordaba a la niñez, la inocencia y los cuentos que me contaban mis padres cuando era pequeña. Cuando pensaba que cualquier cosa podría obtener con tan solo chasquear los dedos y sin esfuerzo. No se podía reconocer como un rompecabezas o algo del estilo, era una simple manzana. Lo único que tenía de raro era el color, nada más.

Escuché un golpe en la pared que sujetaba el espejo. La partes que formaban la gran lámpara araña sujeta al techo se movieron por unos segundos. El camerino que se situaba a mi izquierda era de Marc, el Batería.

Me extrañaba oír aquel nivel de ruido después justo de tener algún ensayo o concierto. Normalmente, todos nos volvíamos a nuestras segundas casas sin mediar palabra y apenas entre nosotros nos cruzábamos, solo coincidíamos de camino a la sala. Nuestro tiempo libre era tranquilo, sin ruido. Tan solo, a veces, alguno de nosotros se ponía a practicar con su instrumento musical o tararear.

Lo cierto es que más de una vez había habido discusión por ello, pero empezaba a pensar que no había manera de resolver nuestras diferencias. Es más, me estaba empezando a dejar de importar todo.

Se abrió la puerta de al lado de golpe y me aventuré a saber qué pasaba. Miré la manzana y decidí llevármela conmigo para ver si podía tener alguna información sobre quién me lo había dejado.

La energía de mi camerino, había cambiado. Desconocía si se debía al objeto enigmático que residía encima de la larga mesa junto con la misteriosa carta.

Aunque me gustaba estar rodeado de otros, también apreciaba y disfrutaba de mi propia compañía. Si no era capaz de saber estar sola, como podría estar con alguien más. Por una vez, la sensación era diferente y deseaba, más que nunca, estar al lado de alguien. No me sentía segura en mi propio pequeño mundo.

Me encaminé hasta delante de mi puerta para ver, con sorpresa, como Marc apoyaba contra la pared a un chico de producción y se estaban besando. Recordaba, de antes de que decidiéramos formar un grupo de Rock, que había mujeres que iban detrás de él. Por lo que supuse que le gustaban las mujeres.

Me quedé parada allí sin saber si decir algo o volver al camerino. Cuando se intercambiaron las posiciones, pensé que lo mejor que podía hacer era la segunda opción. Justo cuando empecé a retroceder sobre mis pasos, se dieron cuenta de mi presencia.

—¿Eleena? —los dos me observaron un momento y se separaron—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —añadió con los ojos más abiertos y las cejas levantadas.

—Nada. Justo iba a descansar un poco —señalé la parte del interior que se mostraba.

Marc, no era el que me conocía mejor, pero últimamente, tras distanciarme de Tom, era el que sabía más de mí y de mis tics nerviosos. Como parpadear de más cuando decía algo que no era verdad.

—Marc, me tengo que ir. Tengo que ir a arreglar un par de cosas de iluminación —sin hacerme ningún gesto, se marchó con la cabeza algo baja.

Cuando lo perdimos de vista, Marc se volvió, y tras asegurarse que nadie más había por allí, dijo:

—Eleena, no digas nada de esto a nadie. —me cogió del jersey por los hombros con cuidado—Tengo un rol que hacer sobre el escenario, si se llega a enterar el público, tendría una conversación con el jefe —me zarandeó un poco.

—No diré nada, lo prometo —levanté la palma de mi mano derecha—. Para que están los amigos —coloqué una mano sobre su hombro.

—Sí.—una expresión sombría cruzó por su rostro por un segundo—. Gracias ¡Nos vemos luego! —sonrió mientras entraba.

—Ah, ¡Marc! —saqué la manzana que mantuve escondida dentro de uno de los bolsillos del Jersey—. Encontré esto junto con una carta dentro de mi camerino después del concierto, es un rompecabezas ¿Me la has dado tú o has visto a alguien?

—No. ¿Existen rompecabezas más allá del Rubik? —frunció el ceño—. Seguramente, mientras estábamos en el escenario, alguien de administración te lo habrá dejado. No le des vueltas —me despeinó un poco el cabello y cerró la puerta.

Regresé hacia mi puerta y me crucé con el jefe que iba con la mirada fija hacia alguna dirección. Parecía estar sumergido en sus propios pensamientos.

Al poco, Tom se quedó delante de la puerta contraria de Marc y que quedaba a mi derecha. Con la cara enrojecida y los ojos llorosos abrió la manilla e hice lo mismo. Entré antes de que lo había visto en su estado.

Cuando cerré la puerta, pasó Hisoka hacia la dirección contraria a la que había ido el jefe. Pensé en preguntarles a los dos, pero lo mejor era esperar un poco a que las cosas se calmaran para Tom, y pillar a Hisoka en un momento que volviera a su camerino.

Me dejé caer en el sillón que quedaba junto a la guitarra. Aquella que me había acompañado desde pequeña y casi la única que me había visto en mis peores momentos. Con ella, cree las mejores canciones de amor, nostalgia y de temor.

Sin pensarlo, me vi reflejada en el espejo. No aparentaba para nada la imagen que había dado hace tan solo una hora encima del escenario. Ahora, tenía el cabello despeinado. Las bolsas en los ojos me avisaban de mi estado de salud. El tinte que rodeaba mis pestañas y escondía el color de mis labios oscurecían lo que de verdad sentía en ese momento. La ropa que vestía contrarrestaba con la personalidad que emergía cuando estaba a solas.

¿Por qué las personas cambiamos cuando nos encontramos solos a cuando estamos con alguien más? Cuando me veía de cara conmigo misma, salía a la luz mi verdadero yo, aquel que tenía miedo de que si los demás lo conocieran, salieran huyendo, o, por el contrario, se acercaran con cuidado, pero con solo saber de tu vida para después herirte. Al final y al cabo, solo queda el arriesgarse a confiar de la imagen que dan los demás.

Estiré los brazos y los coloqué a ambos lados de mi cuerpo. En uno de los lados, noté un bulto que sobresalía del bolsillo y me acordé del rompecabezas que alguien me había regalado. Continuaba pareciéndome raro el hecho que la persona no esperara a que volviera a mi camerino. Si era alguien de administración, debió preguntar a alguien y regresar más tarde con la esperanza que estuviera.

Algo me hacía sospechar que esa persona había esperado a que dejara mi segunda casa para acceder y dejar las dos cosas. Si no, con que otro motivo se aventuraría a entrar sin permiso a un espacio que consideraba privado.

Me levanté sin darme cuenta hasta que obtuve la carta entre mis manos y me volví a sentar.
Un bajo algo tímido empezó a resonar cerca de mí. Su música estaba compuesta de tonos llenos de ira. No había ni una sola nota que fuera alegre. Tom debía estar desahogándose de lo que fuera que había pasado al hablar con el jefe. Recordaba que, antes de subir al escenario, el jefe le advirtió que más tarde tendrían una conversación. No negaré que una parte de mí quería saber que es lo que habían estado hablando. Tom no era de esas personas que lloraban con facilidad. Sin embargo, con nuestra relación actual era mejor dejarlo solo.

Me esforcé por alejar aquella música que llegaba a mis oídos y que no entrara en mis pensamientos. En cambio, volví a revisar la carta.

La persona que la había escrito, sabía que me gustaban los rompecabezas. Y, aunque es verdad que cuando te haces un personaje público, los fans llegan a conocer varias cosas, me extrañaría que hubieran conseguido ese dato de mí. En todos los actos que el grupo había estado y los días que tenía libres, en ningún momento, me puse con algún tipo de juego lógico. Había procurado pasar desapercibida para poder mantener la máxima vida privada que pudiera tener. Por eso, solo había dos opciones: O alguien que conocía había vendido esa información, o, directamente, me lo había dejado una persona de mi círculo.

Tiré la nota a la mesa que quedaba delante del sillón y saqué la manzana del bolsillo. Jamás había visto un rompecabezas de este aspecto, y sobre todo, color. Tenía una tonalidad casi fantasiosa como las películas infantiles. Una inquietud se apoderó de mi cuerpo y las ganas de saber que se escondía en el corazón del acertijo me dejaba intrigada.

Siempre se me habían dado bien los juegos lógicos y mentales. Desde que tenía uso de razón, me había fascinado averiguar los engranajes de las cosas y de la vida en general. Cuando sacaba buenas notas, mis padres me recompensaban regalándome uno de esos libros de acertijos, rompecabezas o juegos. Me quedaba hasta altas horas de la noche, si era necesario, con tal de conseguir descifrar cómo funcionaba y ver lo que había dentro. Eso y la música eran mis únicas aficiones en la vida.

Nunca había considerado una prioridad relacionarme con los demás, pero a veces, encuentras personas con las que compartes intereses en común y eso crea relaciones. Como fue el caso de Tom muchos años después, ni siquiera sabía que lo tenía de compañero de clase hasta que coincidimos en practicar música en una sala en la hora de descanso.

Di una vuelta al objeto que quería hacerse pasar por comida. Era la primera vez que me asaltaba la duda de por dónde debía empezar. De liso y suave tacto, recorrí con mi dedo cada una de las pequeñas y grandes partes que lo conformaban, sin notar nada que sobresaliera de ningún lado. Lo único que se me ocurría era que como las manzanas normales, justo en el centro de la parte superior, el palo del fruto que se sostenía del árbol, grueso, se alargaba hacia arriba.

Con curiosidad, acerqué mi mano hacia allí, y estiré. De golpe, la manzana pintada de cuento se escondió en la parte más profunda, dejando salir, a la vez, un extraño mecanismo de diferentes formas y tamaños de madera. Era más complejo, sin duda que el Rubik, al fin y al cabo, tan solo había de agrupar cada color en una parte.

Aquí, sin embargo, era la primera vez que me sentía impotente. En todos los juegos en los que tuve que utilizar la lógica, me había resultado fácil qué debería hacer para resolverlo. Desconocía el propósito, y eso, aunque el miedo se apoderaba por momentos de mí, también emergía un instinto del ser humano: La intuición. Debía dejarme llevar por la energía que me transmitía en el cuerpo y corazón, y no por el cerebro.

Entrecerré los ojos con tal de intentar ver mejor el panorama general. Entonces, apenas perceptible al lado de uno de los mecanismos que sobresalían, se encontraba celo con la palabra "START". Era de un color tan claro que podría decir que alguien había pretendido borrarlo.

—Así que ahí estás —solté una sonrisa fugaz y sin pensármelo, arranqué el celo.
El lugar por el que debía comenzar, me recordaba a los engranajes que se encuentran dentro de los relojes y que hacen que funcionen. Tenía la misma dimensión que los Rubik, solo que aquí en cada lado había multitud de pequeños juegos para resolver y hacer que todo funcionara a una. Suponía a que, cuando eso pasara, algo sucedería.

Probé a mover el primero en las dos direcciones que estaba conectado a otro más pequeño y este, a la vez, estaba con un tercero que quedaba más abajo. Cuando conseguí que los tres quedaran enganchados, se escuchó un clic y un palo que hasta entonces estaba escondido, se quedó rígido hacia arriba.

Giré el extraño cubo para ver la parte de arriba y abajo. Estos dos eran los diferentes en comparado con los otros lados. En uno de ellos, había un círculo con un circuito y en cada parte, se destacaba un número; en el fondo, había una bola negra. En el otro, había unas vallas de madera, una de ellas levantada y que llevaba a palo que se acababa de levantar.

—Veamos... Sí muevo esto aquí... —pensé en voz alta.

Seguí a otro de los compañeros de lado que había resuelto, y repetí el mismo procedimiento que en el primero. En esta ocasión, había agujeros y fue cuestión de encontrar la posición en la que debía estar cada uno de los cuadrados con los espacios vacíos.

Cuando lo logré, otro de los palos apareció en la misma dirección. Me enfrenté a los dos costados que quedaban opuestos y eran de una similitud parecida al de los engranajes, así que para hacer estos dos no tuve ningún problema.
—Ya solo me queda uno... Yo puedo... —me animé a mí misma tras un largo suspiro.

La parte de arriba era la que estaban insertados los números del 1 al 7 y al final de todo, una bola negra esperaba impaciente recorrer su camino. Si todo salía bien, y según había visto en el extraño cubo, debía haber un último palo de madera que, al juntarse todos, hiciese o pasara algo. Estaba deseosa de querer averiguar, de qué se trataba, y ya de paso, poder descansar mi mente. Mis ojos empezaban a rogarme que los cerrara y recuperara fuerzas.

Hice un último esfuerzo. Centré toda mi atención a aquel pequeño laberinto que me separaba de conocer la verdad. Con cuidado, incliné el cubo hacia la posición del primer número, poco a poco, para que no se lo saltara. La bola del tamaño de una canica, caminó hacia donde le indicaba. Uno tras otro, fue pasando por cada uno de los números, en cada uno de ellos, una pequeña vibración provenía del interior.

—¡Lo he conseguido! —un brillo apareció en mis ojos junto con una gran sonrisa, que desapareció hace mucho tiempo.

Siempre que daba con la solución ante un juego de ejercicio mental cuando era pequeña, mis padres me felicitaban y me abrazaban. Ahora no tenía a nadie a mi lado que pudiera ver lo que había logrado, pero estaba orgullosa de ello. Mis ojos bajaron un poco por un instante.

La última madera rectangular salió de las profundidades y se unió al resto. Como si de magia se tratase, las puntas de cada una de ellas se unieron y se cerraron. El cubo vibraba y lo dejé en la mesa antes de que me hiciera daño. Nunca había visto uno como aquel, y por primera vez, tenía miedo y euforia por saber que iba a suceder.

Un polvo del color de la espiritualidad se esparció por el aire y a lo largo del camerino. Después de unos segundos, desapareció junto con el cubo, y, en su lugar, volvió a aparecer la manzana.
Mi cuerpo desprendió toda la tensión que había acumulado a lo largo del día y me dejé vencer por el cansancio. Sin poder resistirme, cerré los ojos y me dirigí a un mundo sin sueños.

No me había dado cuenta de que, mientras descifraba el enigma que representaba el rompecabezas, alguien se había parado detrás de la puerta. Y, de que mientras se esparcía el polvo, mi reflejo del espejo me había estado observando.



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