
1.Rockstar
Aceleré mis pasos, esquivando a la multitud de personas que me encontraba por el pasillo. La alfombra carmesí decorada con diversas formas geométricas se extendía hasta el infinito. Sin despegar la vista de mi objetivo, alcé la cabeza y no parpadeé ni un instante. Una manilla dorada contrarrestaba con la pintura blanca que le habían echado a la madera. Una gran estrella residía en la parte superior que iba acorde con el picaporte, tinte negra destacaba la palabra Eco en el centro.
—Tan puntual como siempre —torció el labio hacia arriba—. Tienes apenas cinco minutos para prepararte, la gente comienza a llegar y todo está listo en el escenario —añadió después de colocarse las gafas y mirar un par de papeles—. Y alegra esa cara.
Sin más, continuó en dirección contraria a la que había venido hasta que desapareció en una esquina.
Me adentré en mi espacio privado donde podía desconectar de todo y todos. Aunque tenía la suerte de compartir mi pasión y trabajo con mis mejores amigos, las últimas semanas nos habíamos distanciado un poco, sobre todo con Tom, mi amigo de la infancia.
El camerino no era muy grande, pero suficiente para que lo considerara un segundo hogar. Podía ser yo misma, dejar a un lado la presión de ser enérgica, mostrar que todo iba bien y sin sentir la presión por la imagen que daba al mundo. Nadie que me pudiera juzgar y evitar ser el centro de atención por unos segundos. Muchos desean la fama, pero desconocen las consecuencias de ello.
En el fondo, había un armario, y, un guarda-abrigos. A mi izquierda quedaba una pequeña mesa de cristal y un par de sillones; de uno de ellos, quedaba apoyada la guitarra eléctrica que combinaba la oscuridad con la sangre. A mi derecha y lo que ocupaba gran parte del lugar, una larga mesa de madera que llega hasta casi la puerta. Encima de ella, se encontraban variedad de cosméticos, notas de canciones y algún que otro cuaderno.
Colgado de la pared, había un ancho espejo rodeado de un marco que parecía ser de oro. De las esquinas, residían pequeñas fotografías, mis amigos y yo antes y cuando comenzamos a introducirnos en el mundo de la música. Habían pasado algunos años desde entonces, pero no recordaba cuando fue la última vez que sonreíamos y éramos felices.
Me acerqué al mi reflejo y con mis manos, me estiré la piel que quedaba debajo de mis ojos pardos con el borde dorado con el objetivo de ver si tenía bolsas o si tenía muchas venas rodeándome el iris. Anoche, no había podido conciliar el sueño.
Después, con un cepillo que había delante de mí, acabé de peinar los cabellos que quedaban sueltos y contrarrestaban con mi piel pálida. Observé el peine con más interés y me di cuenta de que algunos mechones negros se habían quedado atrapados en su interior.
Dirigí la vista hacia la ropa que me había puesto para llegar aquí. Un jersey oscuro con una calavera en forma de mano que levantaba el pulgar, índice y meñique. Unos pantalones de cuadros rojos y carbonizados con un par de cadenas que quedaban colgando de los lados. Las botas me llegaban hasta un cuarto de la rodilla y tenían algo de plataforma.
Incliné la cabeza hasta casi fundirme con el espejo y toqué el collar que me había regalado Tom tiempo atrás: Dos manos de metal cruzándose que formaban una mariposa. De detrás de mi hombro derecho, se visibilizó parte de una serpiente tatuada en mi piel. Me reseguí la ceja izquierda contraria hasta que mi dedo se topó con un espacio en blanco entre las dos partes que la conformaban.
Con el pintalabios carbonizado en la mano, abrí la boca y fui resiguiendo el camino de mis labios hasta que el color del erotismo se transformó en el de la frialdad. Con el pinta-uñas y los lápices hice lo mismo para las uñas y los ojos.
—Eleena —se asomó una cara conocida por la puerta—. Ya es la hora —hizo un chasquido Marc, uno de mis mejores amigos y con los que me llevaba mejor ahora.
—Agarro la guitarra y voy —localicé el objeto—. ¿No vas un poco fresco hoy? —añadí al ver que iba con la chaqueta de cuero medio abierta que se le veía el pecho.
—Así me da el aire. Con lo que vamos a sudar —la movió como si tuviera calor—.
—A mí no me engañas, lo haces porque te gusta ver la reacción de las chicas —levanté un lado de mis labios y una ceja.
—Me has pillado —se rindió con las manos—. Date prisa, los fans no pueden esperar a la gran estrella —me guiñó el ojo.
—¡Eso! Esperemos a la gran estrella —se escuchó la voz de Tom alejarse de mi puerta a medida que iba hablando.
Marc al ver el gesto casi imperceptible que hice con los ojos, se acercó y colocó una mano sobre mi hombro. Su mirada tranquila me daba ánimos sin necesidad de palabras.
—No le hagas caso. Está pasando por cosas personales y, una vez, lo escuché decir que estaba enfadado con él mismo por no haberse propuesto ser la voz cantante cuando decidimos crear el grupo.
—Solo me gustaría que volviéramos a ser cómo antes —confesé mirándolo a través del espejo.
—Ya verás cómo todo se arreglará. Tengo que irme ya —se despidió y se dirigió hacia la entrada del camerino.
—¡Espera! —le advertí mientras cogía la guitarra—. Vamos.
Cerré la puerta.
Caminamos en la misma dirección en la que había ido para venir al camerino. De paso, nos cruzamos con varias personas que iban a un destino que quedaba a nuestras espaldas. Algunos cuadros de paisajes colgaban de la larga pared neutral. Infinidad de puertas se alejaron de nuestra visión; desconocía la mayoría de ellas.
Marc se situaba a mi derecha. Era el más alto del grupo, rozaba casi los dos metros de altura, al contrario de mí. Sus manos desnudas echaban de menos su instrumento musical, que esperaba impaciente encima del escenario: La batería.
Giramos a nuestra derecha, justo donde había un foco que iluminaba una gran puerta pintada con sangre. Se destacaba del resto porque era la única que tenía dos puertas y no era blanca.
—Hemos superado la venta en taquilla —anunció el jefe cuando entramos—. Ahora que estáis todos aquí, olvidaros de los problemas que tenéis entre vosotros, Así que, por lo que más queráis, sonreír y actuar como si no pasara nada —exigió mirándonos a cada uno de nosotros.
—En eso de actuar, Eleena es una experta —soltó Tom desde el otro lado de la gran sala.
Desde aquí, llegaban a mis oídos una gran diversidad de conversaciones, idiomas y murmullos. De vez en cuando, se filtraba el aire que provenía del otro lado de la puerta que se escondía detrás de la gran cortina roja.
Tom me dirigió una fija mirada sobre mí. Sus ojos, negros como los cuervos, en otro tiempo, solo quería dormirme en sus brazos y estar así para siempre, pero ahora no hacía más que hundirme en una espiral sin fin. Su brillo se había perdido, y, en su lugar, residía el dolor y la tristeza de un mismo pasado. Por eso, lo evitaba a toda costa.
La iluminación de la sala, hacía resaltar sus piercings en forma de dragón en las orejas y en una de sus cejas. Su pelo a media altura era pálido en comparación con su ropa: Toda llena de esqueletos y el pantalón con cremalleras que se cruzaban entre sí por la cintura.
—Pues sí, sé ser profesional y dejar los problemas a un lado para trabajar. No como otros —contesté levantando una ceja. Marc intentó esconder una sonrisa.
—¡¿Y tú no dices nada, Hisoka?! ¡Siempre estás en las sombras! Eres el que menos fans tienes y el que menos dinero gana, ¿acaso no te molesta? —señaló al cuarto y último integrante.
Hisoka tenía rasgos asiáticos y llevaba unas grandes gafas, que, pocas veces, dejaba entrever las pequeñas expresiones de la cara cuando se daba la ocasión. Se limitó a girar el cuello hacia Tom y se quedó en esa posición. Cuando el jefe empezó a abrir la cortina, comentó:
—Trabajo con mis amigos, vivo de lo que me gusta, puedo comer y dar dinero a mi familia y tengo gente que me admira. ¿Qué más puedo pedir?
Todos, incluido el jefe, nos quedamos sin hacer ni decir nada durante un rato, ante aquellas palabras.
Desde que conocí a Hisoka, siempre me había dado la sensación de que nunca sabía que pensaba en verdad, aunque sí decía lo que sentía cuando se le pedía. Con un sencillo collar de pinchos, una camiseta negra con una chaqueta encima, unos tejanos y unas botas oscuras.
Parecía que todo se había calmado, hasta que Tom dijo:
—Las chicas no pueden ser Rockstar. Y menos aún ser líder de un grupo de rock. ¿Cuándo has visto una? —sonrió sin despegar la mirada. De la parte derecha de la cintura, asomó una parte de su bajo acústico con tonos oscuros y claros.
—Tom, ahí te has pasado —intervino Marc poniéndose en medio.
—La gente como tú le encanta ser el centro de atención y no es líder de un grupo porque cuando les resuena la palabra responsabilidad, se acobardan y no tienen el valor de tener un par cuando la situación lo requiere —contesté apartando a Marc y haciéndole frente dejando ver mi guitarra eléctrica ajustada en la parte baja de mi espalda. De hecho, los dos instrumentos se tocaban.
La voz de multitud de personas que habían comprado la entrada empezó a elevar la voz. Unos pasos se acercaron hacia nuestra posición mientras el jefe harto de la conversación, contestó tajante:
—¡Tom ya está bien! ¡O empiezas a comportarte y cuidar tus palabras o te voy a bajar el sueldo! — se acercó a él hasta tenerlo a escasos centímetros—- ¡Y tú! ¡Cuida ese lenguaje! —se giró hacia mí.
Tom abrió la boca, pero alguien abrió la puerta que, hasta hacía poco, estaba escondida tras las cortinas. Con una luz enfocando hacia la palabra "Escenario", indicaba cuál era nuestra dirección.
—Señor, ya pasan unos minutos de la hora que iba a comenzar el concierto y algunas personas se están empezando a poner nerviosos. —parte del cuerpo de una persona de media edad asomó por la esquina de la puerta.
—¡De acuerdo! Presenta al grupo que ya van de camino —ordenó y el hombre se fue y cerró la puerta—. Hacer el favor de ir al escenario y darlo todo por vuestros fans. Procurad que sea el mejor concierto de su vida, y que no se arrepientan de haber comprado las entradas. Han pagado por veros y escucharos —se pasó la mano por la cara y se despidió alejándose por donde Marc y yo habíamos entrado.
Los cuatro entramos en el largo y oscuro pasillo que había al otro lado de la puerta que conducía al escenario. Casualidades de la vida, estamos en las mismas posiciones por favoritismos, sueldo, comodidades y fama.
—¡Con todos vosotros, Eco, Coda, Clave y Trino! ¡Demos la bienvenida a 4 Rock! —el hombre que avisó de la impaciencia, nos presentó y se cruzó con nosotros cuando aparecimos en el escenario y saludamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por sonreír.
Multitud de personas aplaudieron, otras silbaron. No alcancé a ver de cuántas se trataban. Era una noche que refrescaba para ser principios de primavera. En este tiempo, había de todo: Desde gente llevando ropas de invierno hasta verano. La mitad, al menos, tenían el móvil con la linterna encendida. Algunos flashes hicieron que tuviera que entrecerrar los ojos mientras buscaba mi lugar.
Por mala suerte, Tom y yo teníamos un rol similar en el escenario, por lo que nos tocaba en varios puntos del concierto tener que actuar, mirarnos e intercambiar posiciones. Marc quedaba en el fondo junto a su gran batería en la izquierda, e Hisoka al lado contrario, con su teclado eléctrico.
Cogí el micro y me acerqué lo máximo que pude al público.
—¡Buenas noches, mundo! —algunos gritaron—. Vamos a empezar con la canción que todos estáis esperando, ¡Sombras de una noche! —Varios movieron el móvil de lado a lado, gritaron y volvieron a aplaudir.
Marc e Hisoka tocaron las primeras notas. Después le seguimos Tom y yo. Y esperé mi entrada para cantar. Esta canción se me ocurrió, dejamos de ser amigos para convertirnos en simples compañeros de trabajo, algunos más que otros.
Cuando Marc e Hisoka hicieron el mismo Do menor y pararon un segundo, respiré profundo:
—"Una sombra me observa desde hace un tiempo. Sabe quien soy, pero yo no lo conozco. Solo espera a que me despiste un segundo para devorarme y regresar en la oscuridad y dice:" —toqué la guitarra junto con Tom y fuego de ambas esquinas del escenario saltaron hacía llegar a las luces.
—"Únete a mí. Seamos uno. Ahora es tu turno, deja los sentimientos y sigue mis mismos pasos" —contestó Tom cogiéndome de la mano. Sonreímos los dos como si los problemas no se interpusieran entre nosotros, como si volviéramos al inicio de todo.
Tom y yo dimos una vuelta entre sí e hicimos un solo de guitarra. Volvieron a salir pequeñas llamas. Sus ojos se tornaron rojos por un segundo. De nuestras sienes, descendían unas gotas de sudor.
Los fans canturrean el estribillo mientras con sus linternas van moviéndose al compás de la música. Cuando me coloco en la posición donde antes estaba Tom y al dirigirme al público, observo carteles que ponen: "Te amamos, Eco" y "Eres la mejor" y eso me hace feliz. Pero cuando mi vista llega más al fondo, me topo con algunos carteles en el que hay escrito: "Las chicas cantan Pop, no Rock" o "Las mujeres están para cumplir, no liderar"; lo que hace que me desconcentre y me equivoque de tono por un segundo.
Marc me dirigió una rápida mirada, y luego, con Hisoka, hicieron su solo instrumental. Cuando Tom continuó con su bajo eléctrico, fue mi aviso para continuar y seguir con la guitarra:
—"La sombra se hizo más grande y se acerca a mí, me asegura que me acostumbraré, que después de la primera vez todo será más fácil. Pero solo sé que todo lo que conocía cambió, que desde que apareció, estoy cayendo en la locura y nadie me puede oír —un temblor se hace hueco en mi voz que amenaza, pero consigo reconducirlo—- Y acariciando mi mejilla dice:" —añado para dar paso a Tom.
Tom y yo saltamos, y, en ese momento, tanto las llamas del escenario como los que rodeaban el recinto en el que se encontraba el público, salieron dispersados y volaron desde un punto a otro.
Los fans enloquecidos se unieron a nosotros para el estribillo. Parecía una batalla de quien cantaba más fuerte. Algunos se pusieron a bailar.
—"Únete a mí. Seamos uno. Ahora es tu turno, deja los sentimientos y sigue mis mismos pasos" —Tom y yo nos unimos para hacer un último choque de guitarra.
Cuando acabamos de tocar nuestra canción más conocida, Tom y yo nos separamos. Marc movió sus muñecas para descansarlas un poco e Hisoka no hizo nada.
—¡Vamos con Lazos de Sangre! —acerqué el micro al público y este gritó.
La noche solo acababa de comenzar.
****
El cielo nocturno se tornaba más claro. La luna casi era invisible. El aire respiraba por su ausencia.
El hombre de mediana edad, que nos vino a avisar de la hora, se hizo presente, y con el micro de Tom advirtió:
—¡El concierto ha llegado a su fin! ¡Demos un aplauso a 4 Rock! —nos señaló mientras dejábamos las cosas, menos la guitarra y el bajo. Nos despedimos con una sonrisa—. ¡Y recordad, tenéis todo tipo de Merchandising en la entrada! —tras esas palabras, las personas empezaban a abandonar el lugar.
Volvimos a la sala donde, antes del concierto, había discutido con Tom. Lo único que me apetecía ahora mismo era descansar y darme una ducha. Estaba orgullosa del concierto que habíamos hecho, pero también contenta porque, durante un rato, ya no tendría que fingir.
Los carteles de aquellos hombres con que las mujeres no podían tocar el rock y liderar. Eran casi las mismas palabras que rato antes me había dicho Tom. Los hombres que piensan así nunca cambiaran, pero si hubiera contestado algo al ver aquello, les habría dado más voz. En caso de Tom, desconocía si se trataba de la fama o si siempre había sido así en este tema.
El jefe apareció con la misma seriedad de siempre.
—¡El concierto ha sido todo un éxito! —realizó un par de palmadas.
—Hubiera sido mejor, si Eleena no se hubiera equivocado de nota —comentó Tom.
—¿Por qué siempre tienes algo que decir, Tom? —preguntó Marc tras soltar aire.
—Lo que importa es que toda la gente le ha gustado y nadie lo notó—respondí sin parpadear.
—No me extraña que siempre la apoyes y estés de su lado, los dos sois los favoritos del grupo —Tom intercambió la mirada entre Marc y yo—. Y nosotros, tenemos que permanecer en las sombras —indicó a Hisoka, y luego él.
—¡Dejad de discutir como niños por dios! ¡Tú y yo tendremos una charla, Tom! —el jefe se interpuso entre los tres y amenazó a Tom—. Necesito hablar con Eco, así que os pido que salgáis de aquí.
Tom fue el primero en salir, sin decir ni una palabra ni nada. Le siguió Hisoka, con pasos sigilosos, que, si no lo hubiera visto, no estaría segura si se había marchado o no. Por último, abandonó la sala, Marc, con medio cuerpo, sacó la cabeza y se despidió:
—Nos vemos luego, Eleena —tras un gesto con la mano, cerró la puerta.
Cuando nos quedamos el jefe y yo a solas, se quedó en silencio un rato. Era el que tenía la piel más oscura de todos y el que tenía el pelo más largo de todos los chicos. Pasaba de los hombros y las rastas las tenía recogidas en un moño. Iba trajeado de la cabeza a los pies, cualquier diría que parecía más un banquero que otra cosa.
—Eleena, sé que estás poniendo tu mejor esfuerzo, pero intenta no provocar a Tom. Sé que tuvisteis un pasado en común y el estrés del trabajo y todo ha empeorado vuestra relación, pero lo que menos necesitamos es crear mal ambiente —me soltó poco a poco y con aire tranquilo y yo alcé las cejas.
¿Cómo? Las únicas veces que hablaba con Tom era para defenderme de sus acusaciones. Nada me interesaba menos que respirar su mismo aire e intercambiar palabras con él. Solo quería hacer mi trabajo y cuando tuviera que estar con él, que fuera lo más ameno posible para todos y para mí.
—¿Perdón? —junté las cejas—. El que provoca el mal ambiente es él y no yo, lo único que hago es defenderme de sus acusaciones, que, como creo que comprenderá, estoy en mi derecho —crucé los brazos—. Jefe —solté la palabra entrecerrando un ojo.
—Eleena, tú intenta no provocarle y ya está. Ya sabes que no da las mismas ganancias que lidere un hombre o una mujer, un grupo de música en general, y más, si se trata del Rock. Eso es todo —se dirigió hacia la puerta.
—Me estás diciendo que aunque me menosprecie y me insulte, no tengo derecho a contestarle porque soy mujer —el jefe se giró y cerró la puerta—. Capullo —le saqué el dedo de en medio.
Esperé unos segundos a que se alejara, lo que necesitaba era estar a solas. No quería saber nada de nada ni de nadie. Cuando creí que ya no me podría cruzar con ninguna persona, decidí ir hacia mi camerino. Me calmé al llegar a mi segundo hogar, mi zona de confort.
Para cuando entré en mi camerino, me encontré una extraña manzana y un sobre.
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