Usted que de amor me enseñó.

Usted que riendo alegría me brindó.

Usted, mi sonrisa de invierno y donde me siento fortalecida; Usted mi luz magnifica.

Esa mujer que con gotitas de esperanza al retoño que entonces fui poquito a poco vió crecer. Sin conocer mis defectos me di a querer.

Hasta el día de hoy no logro entender cómo es que su aprecio me gané. Llegué por esa gran puerta un día sin saber que me encontraría con usted.

Una pequeña torpe e ingenua que de forma rara podía caminar. Esa era yo, niña inocente de mirada perdida y postura encorvada.

No sabe cuánto la amo, mi luz magnifica. Sin importar cuanto renegase me hizo  levantar.

Con su ayuda pude ver mi propia virtud. Y así aprender a ignorar las miradas ajenas que como espinas podían lastimar; Pues no eran más que la máscara de voces cobardes, sin valor alguno. Y dependía de mí dejarlas actuar.

Cuidándome desde lejos observaba mi  evolución. Pero...¿Por qué? ¿Qué hice yo para merecer su protección y cariño? Que de un momento para otro me otorgara su confianza....

Queriéndome como hija o no, usted es mi segunda madre desde que quiso alejar mis penas, borrar caras largas y desvanecer lágrimas de un rostro que todavia no sabe para qué vino en este mundo a nacer.

Aún con el correr de los años y lo que toque vivir, para mí usted, luz magnifica, es mi regalo más grande.