Tercera vida
—Así es, sé que no eres un gato. Y tampoco un humano ahora.
Chan Yeol se quedó perplejo, no sabía si asustarse, sentirse más confundido o enojarse. Estaba entre esos tres estados a la vez. En lo que la anciana sonreía con malicia por anunciar algo que lo dejaría más sorprendido de lo que se encontraba.
—Porque fui quién te hizo esto.
Sin ninguna pizca de remordimiento se oía en su tono. Más bien, se regocijaba de su hazaña y tampoco parecía querer cambiar lo que hizo.
—Y pienso que te ves mejor de gato que siendo un desconsiderado humano. Porque parece que ser un animal te ha dado eso que te falta... ¿Qué es? Ah, sí. Empatía —le confesó, resaltando esa palabra con un énfasis que causó fruncir el ceño a Chan Yeol y empezar a maullar en respuesta—. Sí, puedo entenderte. Y mírate. Simplemente, estás ofendiendo cuando podría dejarte así para siempre.
Chan Yeol se calló. Esta vez, se le pudo entender. Y no precisamente para bien. Por más que un coraje le haya invadido, no deseaba quedarse siendo un animal a partir de ahora. Él quería regresar a su vida de antes.
—Sí, calladito, te ves más bonito. ¿En qué estaba? Ah, sí. En que enseñaría a personas como tú a ser más empáticos con los demás. Y adivina... Eres mi primer proyecto. Lo sé, lo sé. Estarás preguntándote qué soy... Déjame que te dé una pista de cómo poder revertir lo que te hice y podrás descubrir por tu cuenta lo que creas que pueda ser.
Le informó, sin dejar de sonreír con gracia, de ver ese rostro peludo con tanto desconcierto y sensación de escalofríos por erizar el pelaje mojado en posición de combate.
—Sigues siendo tan testarudo. A ver, si podrás revertir tus acciones. Escucha con atención, minino. ¿Cuántas vidas dicen que tiene un gato? ¿Estás dispuesto a ofrecer tus vidas? Eres capaz... ¿De ayudar por voluntad propia? Según lo que he visto... Ya has dado una vida. Me preguntó si podrás dar la siguiente.
Ladeo confuso la cabeza de no poder descifrar lo que le decía la anciana. Encima que cierta sensación de pesadez comenzó a percibir sobre todo su cuerpo que le hizo desplomarse en cuestión de segundos contra el suelo, cerrar los ojos con unas repetidas palabras que le provocaba creer que esto debía ser una maldita pesadilla y quería despertar pronto.
—O te quedarás como un gato para siempre.
Entre parpadeos se veía ser alzado, cargado en brazos y después ser llevado a cierto lugar que desconocía. Quiso protestar y no dejarse ser acomodado en una caja de cartón, pero, era en vano. No tenía las fuerzas necesarias para defenderse y menos solicitar ayuda. De repente, cerró por completo los ojos y se dejó vencer ante ese cansancio que lo llevó a dormir por varias horas.
—Parece que Henry ya despertó.
¿Henry?
Se preguntó Chan Yeol cuando comenzó a despejar su mirada para encontrarse con un par de ojos marrones que lo miraban con una alegría de verlo vivo. Eso le espantó y le hizo retroceder para estar alerta de fijarse a qué sitio había sido llevado.
—No, no te asustes, Henry. No te haré nada. Mira...
Chan Yeol se dio cuenta de que era a quién se referían con el nombre de "Henry", y la persona que lo llamaba por tal apelativo era un pequeño niño que no pasaba de los ocho o nueve años por la estatura que tenía y lo bien que sabía hablar y contar. Ya que contó las diez croquetas de pescado que puso en un recipiente que se encontraba a lado de un tazón pequeño de agua.
—Esto te gustará. Y te pondrá mejor.
Comer croquetas no solía estar en su menú de cuando era un humano y menos ser tratado como una mascota luciendo un nombre que no era de su agrado; por lo cual, salió de la caja de cartón que tenía dentro una pequeña tela de ropa que lo arropó en su descanso para echar una mejor mirada a su entorno y darse con la sorpresa de que ese lugar era peor que el anterior donde estuvo.
¿Acaso no saben lo que es limpiar?
—¡Vaya! Tu amiguito ya despertó.
¿Amiguito?
Un hombre que le echaba tener unos cuarenta y tantos años y ser posiblemente el padre de aquel niño, apareció en escena mostrando una cálida sonrisa de bienvenida a Chan Yeol. Lo primero que hizo Chan Yeol fue verlo de arriba abajo y arrugar la nariz por aquel particular aroma que desprendía y lo hizo alejarse unos pasos de él.
—Parece que no le gustan los camarones.
Chan Yeol se sorprendió un poco de que aquel adulto se haya dado cuenta de lo que pensaba y maulló para confirmar que se debía a eso. Era alérgico a los camarones. Lo ponían rojo como un tomate y tener muchas ganas de rascarse por todas partes, además de sentir que perdía el aire. El padre del niño decidió por irse a otra habitación para volver a dejarlo a solas con su hijo.
—Papá tiene que seguir con la comida. Hoy debemos vender más que ayer, por eso come tu comida que no comeremos hasta más tarde. Veré qué cosas llevar para que te distraigas.
Notó al niño darle la espalda para ir hacia una de las pilas de objetos desgastados por ponerse a husmear en su interior. Eso le dio oportunidad a Chan Yeol de inspeccionar mejor su entorno y recalcar que faltaba mucha limpieza por hacer. El lugar parecía algún tipo de almacén de cajas con objetos viejos y dañados. Porque había productos que reconocía estaban particularmente sin sus piezas restantes. Se preguntaba si eran recicladores o acumuladores compulsivos. Esa pequeña habitación no iba a aguantar mucho y observó que el cuarto contiguo estaba igual de repleto, pero a diferencia de que se podía ver una cama con muchas colchas y un calefactor casero construido a base de maceteros y otras herramientas útiles para mantenerlo en funcionamiento.
—¡Aquí estás!
Abrió más los ojos cuando se vio siendo alzado por unos cortos brazos que lo llevaron fuera de esa habitación y de la otra para terminar por un pasaje con poca iluminación hasta entrecerrar los ojos por el sol que alumbraba del exterior. Si aquel hogar le sorprendió. Quedo boquiabierto por observar en qué sitio habitaban. Edificios con la pintura desgastada, afiches pegados y despegados contra las paredes, en el suelo se veía bolsas de basura cerradas y abiertas con perros husmeando que gorrear. Y notar esos afilados dientes que le dedicaban lo llevó a aferrarse bien en los brazos del niño. Escuchó voces, anunciando precios para atraer público a sus negocios, a que compren sus productos que lo tenían arrugando la nariz por el olor de la carne, el pollo y los mariscos crudos tan expuestos y con falta de sanidad. Porque la higiene en aquel mercado era de otro mundo.
—¡Woah! ¡Harás carne de gato! ¡Al señor Kim le gustará eso, Lee!
Chan Yeol miró con pavor a aquel hombre calvo, de rostro arrugado y con falta de algunos dientes superiores que hacía muestra al reír. Traía puesto un mandil blanco de plástico con salpicaduras de sangre, al igual que el hacha que traía en su mano derecha, pues con la zurda sostenía el cuerpo de una gallina que le habían cortado recién la cabeza.
—No le escuches, Henry. Papá no te cocinaría.
No supo si sentirse aliviado o seguir asustado del lugar donde lo habían llevado. Prefirió seguir aferrado a los brazos del niño para saber hasta dónde iban a llegar. Vio que en su andar el señor Lee recibía miradas nada agradables mientras empujaba su carreta de comida por las ollas que cargaba encima, envueltas con unas telas en las tapas para que no se le cayeran en la subida. Un espacio pequeño a lado de unos locales de comida y par de barberías fue donde estaciono el carrito para comenzar a abrir su puesto bajando las tres bancas de plástico que se trajo, así como destapar las ollas y aquel pequeño balde de agua que dejó a un lado.
Chan Yeol no quería bajar de los brazos del niño, pero, de todos modos, fue colocado en el suelo, por el menor tener que ayudar a su padre en lo que se le pedía. Se percató que el señor Lee vendía dos tipos de sopa, también mazamorra de calabaza y camarones crudos. Se podía decir, que vendía de todo un poco, pues al niño lo mandó a vender las pocas verduras que trajo: diez tomates, cinco zanahorias y tres coles. El negocio parecía ir bien, ya que tenía su clientela que anduvo esperando porque abriera su puesto. Sin embargo, entre esa multitud que se armó a su alrededor, Chan Yeol no fue ajeno de erizar su pelaje por unas vibras nada buenas que observó a la vista en un grupo de tres personas con atuendos distintos a los clientes.
—Ya se te ha dicho, Lee. Que no puedes seguir vendiendo por esta zona. Los locales de comida comienzan a quejarse. Que das mal aspecto y que les están robando a sus clientes.
El tipo que le habló tenía una contextura muy gruesa por lo corpulento que era y sus ojos casi ni podía abrirlos por completo. El otro hombre a su lado se mantenía de brazos cruzados, dejando resaltar sus trabajados brazos en son de amenaza por ese severo gesto que le dedicaba al papá del niño. Ambos lucían prendas de ser dueños de algún puesto del mercado, a diferencia del tercer individuo que vestía con un traje azul chillón y estiraba ese ridículo bigote de ancla para mirar por encima de sus oscuras gafas de aviador a un preocupado adulto, a un asustado niño y a un alertado Chan Yeol.
—Parece que ese gato negro solo empeorará tu suerte, Lee. Porque no puedo seguir dejando pasar esto. Los demás locales pagan, pero tú, con lo poco que das, no alcanzas ni una parte de lo que ellos dan. Ya ve guardando todo y busca otro sitio donde vender. Que aquí ni te asomes de nuevo.
—Pero, señor Kim. Usted sabe... —el papá del niño quiso protestar; no obstante, el señor Kim le dio la espalda para dejar que aquel robusto hombre que habló primero vuelva a tener la palabra.
—Ya oíste, Lee. Ve guardar todo y no esperes que se te haga una escena como se le hizo al señor Cha. No queremos llegar a esos extremos contigo. Apura, a guardar.
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