CAPÍTULO ONCE
MARLÍS.
Empiezo a tararear, mientras muevo mi mano derecha, jugando con el agua que yace en el suelo.
Mi tierra está por todos lados repleta de agua. Esta solo nos da por las rodillas y en algunas partes de cultivos, el agua es de diferentes colores dependiendo del alimento que nazca en ese lugar; algunos son morados, otros rojos, amarillos y ya el resto del agua es cristalina, que es la que se usa para transportar a las otras tierras.
Siempre vengo a este lugar alejado de los demás, donde me siento en el agua, jugando con ella, sintiéndola mi amiga y donde puedo sentirme relajada... sentirme yo.
Disfruto mi soledad. Desde pequeña se me ha exigido demasiado y nunca tuve oportunidad de hacer amigos como hubiese querido. Mis únicos amigos son los libros y mi madre, aunque ya ella no esté.
Cuando estoy sola, mi aire es diferente, siento paz mental, siento que puedo hacer lo que quiero hacer, sin miedo a que me juzguen.
Aunque, cuando conozco a alguien, suelo ser muy energética, es como si mi pequeña interior se despertara y hace que me emocione, con ilusión de hacer amigos.
El día de la reunión para conocer a los futuros planetas, yo estaba muy nerviosa, pero al mismo tiempo estaba demasiado emocionada por hablarles, por saber sus nombres, por tal vez, tener una conversación con ellos.
Pero desafortunadamente no pude entablar conversación larga con ninguno, porque a veces veía a mi padre de reojo y veía que me miraba fijamente, con su rostro serio, ya que, antes de nosotros llegar a la reunión, me había dicho que no fuera muy hablativa y solo hablara lo necesario y que siempre fuera formal y con autoridad.
Me acuesto en el agua, dejando que me sumerja un poco, sintiendo su frescor en mi cabeza.
La verdad, no odio a mi padre por sus actitudes. Es cierto que a veces es un poco exigente, pero en realidad la única que falla soy yo, la única que lo decepciona y hace las cosas mal, soy yo; entonces, no puedo culparlo de algo en lo que soy la culpable, pero sin embargo, desearía no haber sido hija de un planeta y solo haber sido una simple luna que cumple órdenes del gobernante.
Duro un rato de paz en el agua, hasta que decido que es suficiente.
Me levanto, peinándome un poco mi cabello mojado.
Empiezo a caminar, jugando con el agua en mis pies.
Llego a mi hogar, viendo cómo el cielo se va tornando poco a poco naranjita, lo que significa que está atardeciendo y me toca entrenar.
Subo a mi habitación, cambiándome a mi uniforme de entrenamiento y tomando mi espada.
Desde el incidente con mi padre, empecé a entrenar sola, y cabe destacar que siento que estoy mejorando bastante al entrenar sin presión.
Entro al salón de combate, agarrando un muñeco un poco grande, para practicar.
—Hola, señorita Marlís.
Me espanto, viendo al meteoro sonreírme.
—Hola, que sepa que me acaba de dar un susto enorme.
Se ríe —por favor, no me hable tan formal, puedes tutearme, no estoy mayor tampoco.
«Bueno, tiene razón.»
Es joven. Tiene su rostro con una piel casi perfecta y muy bonita; un perfil remarcado; sus ojos son un poco achinados, y más al sonreír; pestañas normales; cejas normales; nariz perfilada; su cabello es corto, situado a un lado, un poco alborotado; sus labios son un poco finos; su color de piel es un poco entre blanco y bronceado; su cuerpo es delgado, pero tiene los brazos un tanto musculosos; diría que su estatura sería de 1.75.
Me río , un poco nerviosa —tienes razón, bueno, te ves joven, ¿cuántos años tienes?
—Tengo veinticinco.
—Ah, pues sí que eres bien joven, pero, es raro ver a lunas aquí. Normalmente esto está siempre solo.
—Me estoy entrenando para ser un guardián más —me sonríe.
Cabe destacar que su sonrisa es una mezcla de tierna y sensual.
—Wow, si logras entrar, serías el primer joven guardián —me quedo pensando —por cierto, no te he preguntado tu nombre.
Él se ríe. Su risa es suave y ronca.
—Me llamo Cal, un gusto, Marlís —me enseña su espada —¿te gustaría que practicáramos juntos?
Me alarmo, sintiendo el corazón latir fuerte.
—Eh... no sé, porque no soy muy buena en combate, necesito mejorar entonces no quiero que pases mal rato conmigo si fallo o algo.
Me mira, con el ceño fruncido.
—¿Quién dice que voy a pasar mal rato si cometes algún error? A ver, los errores son súper normales, y yo tampoco soy experto en combate, por eso te propuse practicar juntos, porque creo que podremos aprender de cada uno.
Bajo la mirada, recordando las veces que decepcioné a mi padre.
—Está bien, entrenemos.
Él me hace el favor de poner el muñeco en su lugar, mientras que nos posicionamos para combatir.
Empezamos a pelear, y solo sonaban las espadas.
Trato de echar a veces para atrás, defendiéndome, al igual que él lo hacía. En un momento, él pone su espada recta para darme en el abdomen, pero rápidamente logro meter mi espada en el medio, empujando y logrando que él soltara la suya.
De lo sorprendida y emocionaba que me puse, empecé a reírme y saltar de alegría.
—¡No puedo creerlo que te gané!
Cal recoge su espada, mirándome con una sonrisa.
Él se baja, en modo de reverencia.
—Felicidades, señorita Marlís —cruza los brazos —por eso nunca te adelantes a las cosas. Nunca digas que vas a fallar, sin haber fallado.
Le sonrío, sintiéndome más confiada —te agradezco tus palabras, de verdad me ayudan a confiar más en mí.
—¿Quieres otra?
—Vamos.
Empezamos a entrenar de nuevo, y mientras más empezaba a moverme y hacer algunos trucos que aprendí, me fui sintiendo más segura y con mucha adrenalina.
Entrenamos unas tres veces más, en las que aparte del primer combate, gané una más y él las otras dos.
Empezamos a reírnos, mientras siento la respiración agitada del calor.
—Eres muy buena, Marlís.
—Tú también sabes cómo defenderte.
Nos despedimos, sin antes ponernos de acuerdo para vernos mañana aquí mismo, en el atardecer.
Voy corriendo muy feliz a mi casa, para contarle a mi padre.
Subo a su oficina, viéndolo leyendo un libro, al entrar.
Le muestro una enorme sonrisa.
—No sabes lo feliz que estoy, padre.
Él enarca una ceja.
—Cuéntame.
—Como todos los días, sabes que al comienzo del atardecer voy a entrenar, entonces al ir, vi a un meteoro joven que me dijo que estaba practicando combate para ser guardián de nuestra tierra. Resulta, que el meteoro me propuso que practicáramos juntos, ya que los dos prácticamente estamos casi en el mismo nivel de combate —le sonrío, ilusionada —y adivina, ¡le gané dos veces!
—¿Cuántas veces practicaron?
—Cuatro veces. Yo le gané dos y él las otras dos.
—Te recuerdo que él es prácticamente un novato, así que seguramente por eso pudiste ganarle con más facilidad. Un guardián profesional es difícil que tú puedas ganarle, por eso necesitas entrenar día y noche.
La sonrisa se me borra un poco.
Ha sido como si me hubieran roto la burbuja en la que estaba y haya aterrizado a la realidad, de forma cruel.
—Sí, tienes razón —me toco el cabello con la mano derecha, mirando hacia a un lado —solo quería contarte eso, padre. Iré a mi habitación a tomar un baño, así que si me necesitas, estaré allí.
Me voy rápido sin esperar respuesta, sintiendo de nuevo el típico nudo y dolor en mi garganta que se me hace insoportable.
Entro a mi habitación, cerrando rápido.
Me siento en una esquina, abrazando mis piernas con mis brazos, recostando mi cabeza de la pared.
Empiezo a observar mi alrededor, tratando de distraer mi mente para no pensar en el dolor.
Mi habitación traté de recrearla muy bien en mi mente para que me la construyeran de una manera donde yo pueda sentirme cómoda.
Mi casa de por sí está creada del elemento de la tierra de Júpiter porque es el elemento más protector para los enemigos. Pero, para mi habitación quise que las paredes y el techo fueran de la piedra larimar, porque al este tener unos tonos blancos y azules y a veces toques de marrón, me hace pensar en el agua, en las olas pequeñas de esta, algo que me relaja bastante y me hace olvidar.
El suelo quise tenerlo diferente y pedí que fuera del elemento de la tierra de Saturno. A parte de eso, quise que en una esquina de mi habitación, hicieran una piscina mediana, hecha también del diamante, la cual le da un toque espectacular al lugar.
Trato de distraerme viendo el techo y sus trazos de azul y blanco en algunas partes. Pero me está costando.
Pongo mis manos en mi cabeza, cerrando los ojos con fuerza.
Empiezo a sentir las lágrimas caer.
A veces quisiera preguntarle mirándolo a los ojos, si está arrepentido de que haya sido su hija, si de verdad algún día me quiso, cuál es su propósito conmigo.
Estoy tratando de dar lo mejor de mí, estoy tratando de defenderme y ser perfecta como se me ha exigido desde pequeña. Mi padre siempre me dijo lo mismo: sé perfecta, no hay imperfecciones, perfecta, perfecta, perfecta...
Lo que me mantiene con fuerza para aguantar este peso que tengo encima es mi madre y la futura corona.
Mi madre siempre intentó defenderme de los reproches de mi padre, ella siempre trataba de sacarme sonrisas y hacerme olvidar la tristeza. Pero después de que ella murió, ahora trato de olvidar solo pensando en los recuerdos con ella, en sus palabras, que aún me ayudan a seguir con ganas de triunfar, aunque en realidad quiera morirme.
Agarro mi espada que yace a mi lado, poniéndola acostada en mis piernas, empezando a pasar mi mano derecha por los filos de esta, viendo cómo me corta un poco la palma de la mano y los dedos.
Hago esto para distraerme, porque soy consciente de que esto sana en segundos. Solo lo hago para ver cómo brota un poco de sangre, donde empiezo a dejar algunas gotas en la espada.
URIEN.
Me siento en el primer escalón de las escaleras de mi casa, en el exterior, mirando al frente.
Me percato de Alek, quien está hablando efusivamente con una estrella que no conozco.
Desde aquel día, nuestra relación ha estado un poco tensa y extraña. Ya no me habla tan cariñoso como antes, no tenemos esas conversaciones grandes donde nos reíamos y disfrutábamos el momento.
He pasado mucho tiempo solo, donde he estado pensando qué hacer. Si sacrificar mi amor por él o sacrificar mi reputación.
De estar mirándolo tan fijamente, Alek se percata de mí, empezando a hablar algo con la estrella y alejándose de ella, caminando hacia mi dirección.
Alek me encanta. No me canso de decirlo una y mil veces. Su cabello azul claro es un poco rizado y me vuelve loco; sus ojos un poco grandes que contienen una mirada tan intensa que me transmite sensaciones de electricidad en mi cuerpo; sus pestañas de un largo normal pero abundantes, reforzando más su mirada intensa; sus cejas que parecen que las diseñaron con un amor inmenso, de tan perfectas; su nariz perfilada, que lo hace ver aún mejor; sus labios... sus labios le dan el toque perfecto, carnosos y un poco gruesos; su rostro remarcado, haciéndolo ver perfecto para mí; su cuerpo musculoso, ese abdomen con cuadros; su piel blanca y una estatura de unos 1.80 que me hace delirar.
Él se sienta a mi lado, sin mirarme a la cara, solo mirando al frente.
—¿Cómo estás?
—Extrañando al verdadero tú —le hablo mirando al frente, también.
—Sigo siendo yo, solo... un poco pensativo e indeciso con nuestra relación.
Lo miro rápido.
—¿Quieres terminar conmigo?
Deja de mirar al frente, clavando su mirada fija a mis ojos.
—No, pero necesito pensar algunas cosas. Nuestra situación es muy difícil, Urien.
—Lo sé, pero no quiero perder al amor de mi vida.
Él suaviza su mirada, dejando ver una pequeña sonrisa.
Veo a mi madre bajar las escaleras de la casa, y de inmediato dejo de mirar a Alek y él se aparta un poco, mirando al frente.
—Hola, Alek lindo —Ella le sonríe.
—Hola, Nuriel, ¿cómo le va? —él le sonríe.
—Fantástico. Oye, si quieres puedes venir a cenar con nosotros, hace mucho que no lo haces y a veces Urien anda aburrido.
Miro a Alek de reojo, haciéndole muecas, evitando reírme.
—Es verdad, Alek, ya no cenas con nosotros, ¿por qué? —le digo, para molestarlo.
Él se rasca la nuca —Eh, bueno, porque a veces me iba a hacer misiones y así y pasar tiempo con mis padres, pero de verdad vendré a cenar con ustedes.
—Bueno, eso espero —mi madre me mira —y tú, holgazán, puedes ayudar aunque sea un poco con las misiones.
—¡Oye! No te pases madre, sí hago misiones —me levanto —es más, iré a la oficina de mi papá para que veas que sí hago.
Me voy con mi berrinche.
Abro la puerta de la oficina de mi padre, sin tocar.
—¿Hay misiones para hacer?
—Por ahora no.
Ruedo los ojos —no entiendo por qué mamá me dijo que hiciera misiones si no hay.
—No nos engañemos. A veces hay misiones y ni pasas por el frente de mi oficina.
—¡Mentira! Eso es solo cuando...
Casi digo que es cuando estoy con Alek.
—¿Cuando qué? —él enarca una ceja.
Cruzo los brazos, haciéndome el indignado —cuando nada. Ustedes no valoran mi sacrificio.
—Qué dramático eres, en serio. Mejor vete a mirar el cielo, no sé, algo.
Me voy un poco indignado, en dirección a la biblioteca, donde paso la mayor parte de mi tarde, hasta que cuando está casi llegando la noche, me dirijo a la cocina de mi hogar, empezando a ayudar a mi madre con el alimento.
Los planetas casi no tienen mucho tiempo para hacer algunas cosas de la casa. La pareja del gobernador, ya sea meteoro o estrella, debe ser el que cocine la mayor parte del tiempo.
Al terminar de preparar nuestra cena, empezamos a poner los platos y el banquete en la mesa.
Veo a Alek entrar y siento un pequeño calor en mis mejillas.
—Alek, tenía mucho tiempo que no te veía —dice mi padre, sentándose.
Nos sentamos todos, Alek quedando en frente de mí, mi madre a mi lado y mi padre al lado de ella.
Empiezan a hablar entre ellos dos sobre algunas misiones, mientras comemos. Alek y yo nos mantenemos callados y haciéndonos miradas.
—Dime Alek, ¿cómo te va con el romance?
Trago seco, sintiendo el corazón latirme rápido.
—Eh, bueno, ahora mismo no tengo que digamos un romance con nadie.
—¿Cómo que no? Ayer te vi con una estrella, creo que se llama Nina y estaban hablando mucho y pensé que ustedes tenían algo.
Dejo caer mi cuchara, por accidente.
Me aclaro la garganta, recogiéndola —perdón, sigan hablando.
—No, no se crea esas cosas Nuriel, yo solo tengo amistad con ella, es una buena estrella.
—Si quieres, Alek, podría conseguirte a alguien —ahora habla mi padre.
«Ahora se creen mensajeros del amor.»
—Miren, yo soy muy ilusionada con esas cosas. A mi hijo quiero conseguirle a una buena estrella para que se case —se ríe, mirando a mi padre —¿te imaginas a Urien casándose con una bonita estrella? Qué tierno sería.
Trago seco, de nuevo, sintiéndome incómodo.
—Te estás adelantando mucho, mamá.
—¡Claro que no! Ya en unos días vas a ser un planeta y vas a asumir muchas responsabilidades y necesitas a tu esposa a tu lado para que sea una ayuda tanto en las misiones como en tu vida.
Dejo de escucharla, sintiendo una ansiedad grande mientras más hablaba de casarme, de pareja, de todo.
Miro rápido a Alek, quien está mirando su plato, con la mirada triste.
Cierro mi mano derecha, con fuerza, sintiendo nervios e impotencia.
No sé lo que estoy haciendo, pero siento la necesidad de hablar, siento la necesidad de soltar las cosas de una vez por todas.
—No me gustan las estrellas.
Ellos me miran.
—¿Qué dijiste? —dice mi padre, pero evito mirarlo a los ojos. Solo miro a los lados.
—Me gustan los de mi mismo género. No me interesa casarme con una estrella, no me gustan, no siento nada por ellas.
—Urien... —Alek me llama, asombrado.
Me levanto, mirando a mis padres.
No quiero que sepan que estoy con Alek, porque no sé de qué serían capaz y no quiero que pierdan la relación que tienen con él. Me hundiré solo y si sale bien, estaré feliz, si sale mal, pagaré yo solo las consecuencias. No voy a involucrarlo porque no quiero verlo sufrir.
—Tenía miedo de decirles porque sé que para la sociedad es algo malo, pero no creo que lo sea y no puedo callarme lo que siento porque al hacerlo, el único que sufrirá seré yo.
—Urien, ¿te das cuenta de la atrocidad que acabas de decir? —dice mi padre, levantándose de la mesa.
—Sí, señor.
—No lo puedo creer... —dice mi madre, yéndose del lugar sin decir más nada.
—Urano, quiero...
No dejo hablar a Alek —Alek, perdón por el mal momento que te estoy haciendo pasar. Puedes irte, para que pueda hablar mejor con mi padre —lo miro fijamente, esperando que entienda mi mirada de suplicante.
—Está bien...
Veo cómo se va, cerrando la puerta de la entrada, donde solo se oyen las respiraciones mías y de mi padre.
—Urien, de verdad me acabas de decepcionar...
Siento un nudo en mi garganta.
—¿Por qué se lo toman tan mal si no le estoy haciendo daño a nadie?
—¡Es una vergüenza! —me apunta con su dedo índice —reza para que Alek no suelte esta atrocidad allá afuera.
«Créeme que no lo hará.»
—Confié en ti, Urien. Pensaba que con la forma en la que te críe, la forma en la que te di amor...
—Entiende una cosa, papá —mi mirada empieza a tornarse borrosa, de las lágrimas que van formándose —sus formas de criarme, sus formas de amarme, de enseñarme las cosas, ninguna de esas fueron culpables, porque yo solo fui así, yo solo soy así y punto. No entiendo por qué tanto alboroto.
—Urien, entiende que es una vergüenza. No sabes cómo pueden reaccionar afuera, no sabes lo que puedan decir los demás planetas, ¡no quiero que nos aparten de todo por esto! Te van a ver como el raro, Urien.
—No soy raro por tener una preferencia diferente. Eso no me define en nada.
Él suspira, sentándose de nuevo y sujetando su cabeza con ambas manos, cerrando sus ojos.
—Tú madre de seguro está destrozada, yo estoy que no puedo con mi vida ahora mismo y no sé qué más decir.
—¿Por qué estás tan negativo?
—No es negativo, Urien. Desde pequeños nos han enseñado las cosas que se ven como un error y lo sabes, y al tú venir y decir eso, entonces no sé qué hacer, porque ya lo hecho, hecho está y si en unos años vienes a decir que te gustan los meteoros y sales con la sorpresita de que te vas a casar con uno —me mira —las lunas y los demás pueden reaccionar muy mal.
Bajo la mirada.
—Y no importa tanto las opiniones de las lunas, importa más las opiniones de los futuros planetas que gobernarán contigo y me da terror que reaccionen mal y te hagan daño o que hagan que nuestra tierra quede en el olvido.
—Eso no va a pasar, papá, no creo.
Veo de reojo la silueta de mi madre, bajando por las escaleras.
Ella me toma del hombro derecho, empujándome hacia ella para que estemos frente a frente.
La miro. Tiene los ojos rojos y lágrimas en las mejillas.
—Olvídate de que soy tu madre, olvídate de que existo, no quiero que hables conmigo hasta que cambies. Mi único hijo un raro, una vergüenza... no sé qué estoy pagando —empieza a llorar, acercándose a mi padre.
Bajo la mirada, sintiendo mis labios temblar, dejando salir las lágrimas.
Empiezo a caminar hacia la puerta, para salir de allí.
Salgo corriendo, sin poder ver bien, por las lágrimas acumuladas en mis ojos.
Llego a la casa de Alek, tocando la puerta, sin importarme si me abre su madre o su padre.
—Urien —oigo un susurro atrás de mí.
Veo a Alek y no puedo evitar abrazarlo y llorar desconsoladamente.
—Mi madre me odia, Alek —me agarro de su camisa, enterrando mi rostro en su cuello, sin importarme mojarlo de mis lágrimas —mi padre me dijo que soy una vergüenza, que es una atrocidad.
Él me hala, llevándome a un pequeño refugio que tiene, donde la mayor parte de las veces nos encontrábamos.
Nos sentamos y me empieza a abrazar fuerte y acariciar mi cabeza.
—Sé que es muy doloroso y sé que sientes una tristeza y un rechazo fuerte, pero estoy aquí para ti, lo sabes —me da un beso en la cabeza, sin dejar de acariciarme —no te quise decir nada, pero hace ya días que les confesé a mis padres también, y... me pasó igual o peor, porque, me echaron de la casa.
Me aparto rápido, mirándolo a la cara.
—¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Dónde has estado durmiendo?
—He estado durmiendo aquí todo este tiempo y no quise decirte nada porque sabía que ibas a preocuparte, pero no podía ocultarlo por siempre y viendo lo mal que estás, quería que supieras que no estás solo en esto—pone sus manos en cada lado de mi rostro, esbozando una pequeña sonrisa —vamos a luchar juntos, Urien.
Lo beso. Lo beso suave, disfrutando cada tacto con sus labios, atrapándolos con mis dientes, mientras siento el sabor de mis lágrimas bajar.
Alek se empieza a echar para atrás, terminando de acostarse y yo pongo mis piernas a cada lado de sus caderas, sin dejar de besarlo.
Me separo para quitarle la camisa y él hace lo mismo con la mía.
Nos quitamos la ropa, empezando a darnos caricias y a tocarnos el uno con el otro, dándonos placer con la mano, mientras nos besamos.
***
Al terminar de tener nuestra intimidad, me acuesto a su lado, abrazándolo fuerte.
—Eres lo único que me hace feliz. Te amo, Alek.
—Yo también te amo, mi pequeño hipnotizador.
Nos reímos.
—Si quieres quedarte aquí conmigo por unos días o dormir aquí, puedes hacerlo. Sabes que este sitio es tuyo también, no quiero que te vayan a insultar o a incomodarte —empieza a acariciarme el brazo.
—Lo sé. Hoy por lo menos me quedaré aquí —lo miro, sonriente —es la primera vez que amaneceremos juntos.
Alek me mira, sintiendo esa mirada tan intensa que a veces tiene.
—Te amo, Urien.
—————————————-
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro