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CAPÍTULO DOS

Sólem.

Juego con la luz blanca que emana de mis manos, sentada en el alféizar de mi ventana.

—¿En qué piensas? — dice Samandia.

—Me preocupa no ser una buena planeta, como mi madre.

—Ay por favor Sólem, no te tengas tanta desconfianza, eres una guerrera, vas a saber luchar por todos nosotros.

—Eso espero, ser una guerrera como todos.

Veo a Samandia acostarse en mi cama — cambiando de tema, me encanta tu habitación, quisiera tener una igual.

Observo mi habitación.

Las paredes están echas del diamante blanco opacado de Júpiter, es una forma de protección, ya que su elemento al ser tocado por alguien que no es de aquí, corta la piel como dagas súper afiladas, provocando un dolor profundo de largos minutos; en cada esquina hay columnas hechas de la hermosa piedra larimar, al igual que el techo; y por último, el suelo, hecho del zafiro.

Si te fijas bien, te das cuenta de que mi habitación no fue hecha con el elemento principal de mi tierra, por decisión mía, lo único que está hecho de eso es mi cama y algunos objetos.

—Dudo mucho que los demás planetas quieran darte regalos de sus tierras para construir tu habitación — me rio.

—Qué desilusión.

Escucho el tocar de mi puerta.

—¡Adelante!

Mi padre entra, acalorado — tu mamá... — habla por partes, recuperando la respiración — el entrenamiento.

Me paro de inmediato, entendiendo.

No puedo creer que se me haya olvidado el entrenamiento con los otros futuros planetas. Ahora tendré que aguantar todo el regaño de mi madre.

Me voy al exterior, montándome en mi caballo Celestium.

Nuestros caballos Celestium contienen alas amplias, blancas y con accesorios brillosos tanto en sus alas como en su pelaje y cola; mi caballo se llama Cyrene, un tremendo galán.

Me dirijo con Cyrene volando hacia el lugar de entrenamiento, en la tierra de Júpiter.

Aterrizo, viendo a mi madre a pocos metros.

«Desde aquí la veo asesinándome con su mirada».

Me acerco a ella. Los demás están entrenando un poco con sus armas.

—No puedo creer que me hayas hecho pasar la peor vergüenza — sus ojos le brillan de la rabia — todos llegaron puntuales, y tú sin darle importancia a todo esto. Sólem, esto no es un juego que puedes dejar y tomarlo cuando te dé la gana, mi pueblo será tuyo, y me decepcionaría que todo lo que yo he logrado en mi tierra, lo arruine mi hija.

Sus palabras me han lastimado, ni siquiera puedo hablar, porque la verdad tiene razón, esto tan simple ha dicho mucho de mí.

—Sigo confiando en ti, pero no me decepciones, vete a entrenar.

Me enderezo, seria, yendo hacia los demás, mientras que sus padres planetas los observan.

Saco mi espada de diamante, lista para todo.

—Sólem, que gusto verte de nuevo, has tardado mucho — me saluda Júpiter.

—Mis disculpas, no tengo excusa para mi tardanza, pero no volverá a pasar.

—Bueno, ya que están todos aquí, creo que es adecuado empezar — el planeta Júpiter saca su espada, los demás planetas, incluyendo a mi madre, están a un lado, simplemente observando — como todos saben, en mi tierra nuestro don es cortar como dagas a cualquier criatura enemiga que no bienvenido. Por eso, a quien le toca enseñarles un poco de mi don, pero en objetos, es a mí.

Se dirige a una parte, donde se encuentra una fila de ocho muñecos, para practicar los golpes.

—Ustedes son siete, pero este extra es mío, para poder enseñarles — levanta al muñeco, poniéndolo más cerca de nosotros — lo primordial para un combate es llevar su pierna más fuerte para ustedes, atrás, mientras que la otra se mantiene delante, esto es para cuando su enemigo esté ganando un poco, defenderse con una patada, con el pie de atrás, para que duela más — le pega una patada al muñeco, que se ha quedado tambaleando, mientras que al instante le hace un corte con la espada, en el pecho; otra patada vuela a la cabeza del pobre muñeco, finalizando su demostración, enterrándole la espada donde se supone que va el corazón.

Todos nos quedamos atentos a sus movimientos.

—Esta fue una forma de atacar, porque la verdad nunca sabremos cuál se nos va a presentar. Ahora quiero verlos a ustedes, pero uno por uno — se queda viéndonos, mientras camina lentamente — sería bueno empezar por mi hijo.

Suspiro, aliviada, no quiero tener que ser la primera en esto.

Júpniel se endereza, parándose al frente de uno de los muñecos, haciendo las mismas técnicas que hizo su padre, pero, fallando en la patada de la cabeza.

—Lo siento, papá, tengo que practicar más.

—Tendrás mucho tiempo para practicar — de nuevo nos mira, sonriendo — querido Merquiel, dicen que los de tu tierra son uno de los más guerreros, quisiera ver si tú también llevas ese fuego en la sangre — lo mira fijamente, desafiándolo.

Merquiel se ríe, posicionándose firmemente ante el muñeco — te daré un poco de tu propia medicina — Merquiel le da una patada al muñeco, mil veces más fuerte de como lo hizo Júpiter en su demostración, y en la otra patada en la cabeza, lo hizo perfectamente. En realidad, todo lo hizo perfecto.

Merquiel le sonríe con malicia a Júpiter.

Júpiter se queda viendo el muñeco de Merquiel con atención— le faltó profundidad al rasguño del pecho, ese que diste no aturdirá del todo al enemigo — su comentario le borra completamente la sonrisa a Merquiel.

«Este es tu momento, Sólem.»

Me lleno de valentía y hablo.

—Quiero ser la siguiente.

Júpiter me mira, orgulloso — el escenario es tuyo, Sólem.

Ignoro mis nervios, parándome delante del otro muñeco, agarrando mi espada con firmeza. Me pongo en posiciones, dándole la primera patada, todo va bien hasta el momento. Le rajo un lado del pecho, pero en la patada de la cabeza, fallo, sin embargo, no me doy por vencida, armándome de valor y fuerza, logrando darle en la cabeza para enterrarle la espada en el corazón.

—Necesito practicar más aún.

—Es normal, pero me agradó que no te dieras por vencida a la primera, como algunos — se queda mirando a su hijo, Júpniel.

El siguiente en ir fue Urien, quien lo había hecho casi todo mal, pero no se rindió haciéndolo por segunda vez, quedándole mejor. Luego Naptier se armó de valor, con el único fallo de que al golpe de la cabeza le dio débilmente.

Marlís lo hizo más o menos y la última, que fue Vania, tuvo que intentarlo varias veces, por sus nervios.

—Les enseñaré esto último por hoy, para dejarlos con sus padres — él guarda su espada y nosotros lo imitamos — ustedes contienen algo muy importante; su piedra en el pecho, que, supongo ya saben que si se quiebra, ustedes se irán muriendo lentamente, así que por eso es de vital importancia proteger esa piedra en una batalla.

Cada uno de los planetas anteriores, los actuales y los futuros, contienen una piedra incrustada en el pecho, del color de nuestros elementos. Esa piedra contiene casi toda nuestra fuerza de vida, nuestros dones y poder, que al quebrantarse, todo eso se va escapando, hasta que nos consume totalmente. Por suerte, en todos los años que tiene Unicelestium, nunca se ha presentado en nuestras tierras una situación así.

Júpiter hace una equis con sus brazos, en el medio del pecho, cubriendo la piedra — si el enemigo intenta golpear aquí, hagan esto, porque siempre en una batalla tienen que ponerse la armadura que corresponde en sus antebrazos, para protegerse. Luego de hacer esto, si por algún motivo el enemigo sigue, bajen y diríjanse a la derecha o izquierda, con rapidez, aturdiendo al enemigo, y ataquen por la espalda, ya sea con golpe en el cuello, enterrándole la espada o como sea, ¿entendido?

—¡Sí! — decimos todos al unísono.

Nos separan, mientras que nuestros padres planetas se colocan al frente de nosotros.

—Debes aprender a controlar tu don y para eso vas a practicar conmigo —dice mi madre, observándome.

Nuestro don es una luz que emana de nuestras manos, que al enemigo, si sabes controlarla bien, lo deja ciego totalmente.

—Me niego, no pienso practicar contigo, ¿y si quedas ciega por mi culpa?

Mi madre rueda los ojos — te recuerdo que a nosotros eso no nos hace nada. Me puede dejar ciega por unos segundos y si es el poder total, solo será por dos minutos, pero no totalmente, ¿o se te olvidó? — ella enarca una ceja hacia mí.

—Se me olvidó.

—Necesito todo tu poder en tus manos — extiendo mis manos, dejando salir esa luz brillante, pero no siento que es todo el poder — sé que puedes más, usa tus fuerzas, porque sé que puedes controlarlo, quiero que pongas en tus manos el poder total — trato de hacerlo, y cuando creo que es todo el poder, dirijo mis manos a dirección de ella, tapando su rostro con mi luz.

Detengo el poder — ¿estás bien?

Ella se tapa los ojos por un momento, desorientada — solo fue por unos segundos, tenemos que practicar más.

Naptier.

Mi padre Neptuno se pone al frente.

—Ya hemos hablado de esto, solo practica conmigo — se remanga su ropa, dejando su brazo izquierdo descubierto.

Nuestro don es dejar al enemigo convertirse en una estatua de zafiro, con solo tocar; claro, si nos da la gana. Para mí es uno de los dones más fascinantes, si quiero tener una estatua en mi habitación, solo debo convertir a un enemigo en uno y ya.

—Trataré de usar todo mi poder, si te dejo como estatua, será un placer ponerte de reliquia en mi habitación — bromeo con él.

Preparo mis manos, colocándolas en su brazo, con mi mirada fija en ellas, para concentrarme lo más posible.

Siento la electricidad viajar por mi pecho, para llegar a mis manos, dejando el brazo de mi padre poco a poco convirtiéndose en zafiro, pero después todo ese poder se devolvió.

—No te estreses tanto, hijo, todavía nos falta mucho por entrenar. Te felicito, en el primer día te has esforzado mucho.

Marlís.

Mi padre se prepara para mi ataque.

Mi tierra contiene toda el agua vital de todas las tierras. Ese elemento lo tengo en mi sangre, y por eso puedo dejar salir agua de mis manos, un agua cristalizada, que automáticamente se cuela por las fosas nasales del enemigo, causándole un envenenamiento que puede o no ser letal.

Dejo salir mi poder, que se adentra en mi padre, pero los síntomas que deberían de darle por el comienzo del veneno, no se asoman.

—No sentí ni una pizca de los síntomas, debemos practicar día y noche.

Me siento un poco decepcionada — como ordenes, padre.

Urien.

—Espero no quedarme atontado cuando terminemos la prueba — dice mi padre.

—No creo, todavía no tengo el poder bien definido.

Si me apetece, viendo fijamente al enemigo, puedo lograr hipnotizarlo por un tiempo en específico. Es una ventaja de mi tierra, es gracias a mis ojos, que por su belleza, nuestro don es la hipnotización.

—Bien, hijo, comencemos.

Le agarro la cara a mi padre, intentando verlo fijamente a los ojos, sintiendo el poder en ellos, que mientras lo miro, siento algo que me ciega por un momento, avisándome de que logré hipnotizarlo.

Veo a mi padre con la boca un poco abierta y los ojos mirando a otro lugar, desorientado.

—Quiero que brinques cinco veces — le digo.

Mi padre empieza a saltar, contando, mientras yo me rio a carcajadas, hasta que él para en el número tres.

Él me mira, furioso — ¿no podías utilizar mi vulnerabilidad en otra cosa?, chistosito.

Merquiel.

Me enderezo ante mi padre, preparándome para lo que viene.

—Vamos a dejar que todo el fuego salga de tus manos, para combatir.

—Eso no es problema para mí, padre, nací preparado para esto, lo disfruto — le sonrío.

Siento la adrenalina correr por mi sangre, dejando salir de repente las llamas entre mis manos. Como es de esperarse, en mi tierra se manipula el fuego, uno de los dones más importantes, obviamente.

Le tiro una llama de fuego a mi padre.

—¡Cuidado! No te emociones tanto, ya me quedó claro que esto es pan comido para ti.

Vania.

Mi madre Venus abre la bolsa que tiene entre sus manos, dejando salir un conejo de las tierras de Júpiter, pero muerto.

—Con esto vamos a practicar.

Me empiezo a quitar las vendas de las manos — me da lástima con ese conejo, no quiero tener que quemarle la piel.

—Ya está muerto. Me costó encontrar uno muerto, porque la verdad no quería tener que matarlo yo, pero gracias a nuestro creador, apareció uno sin vida.

Mi madre lo coloca en el piso, mientras que yo me agacho, para tomarlo. No es difícil para mí hacer esto, porque nuestro don es uno de lo más fáciles, ya que lo tenemos literalmente pegado a nuestra piel, pero solo hacemos esto por protocolo, aunque nunca sabemos si yo podría tener algo mal con mi poder.

Inmediatamente cuando toco al conejo muerto, su pelaje empieza a hacer ruido, indicando que se está poco a poco quemando su piel, mientras que a los segundos empieza a hacer burbujitas y el conejo al final se vuelve nada, quemado totalmente.

Suspiro — lo siento conejito, espero puedas perdonarme algún día.

Sólem.

Al terminar el entrenamiento de hoy, cada uno se fue en sus distintos caballos Celestium.

Yo en cambio, en vez de irme a mi casa totalmente, quise visitar las tierras de Neptuno, desde los aires. Me encanta el color que yace de allí.

Cuando llego a sus tierras, me quedo con mi caballo, volando, admirando todo lo que hacen, como también su color.

Estoy tan metida en mis pensamientos, hipnotizada con su esplendor, que no me doy cuenta al instante de que está alguien al lado mío.

Veo a mi derecha, encontrándome con Naptier, en su caballo.

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¡Hola! Nuevo capítulo para poder disfrutar de mis maravillosos planetas.

Espero y disfruten de la lectura, ¡besos!ಥ⌣ಥ

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