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CAPÍTULO DOCE


VANIA.

Todos tomamos asiento en el comedor, para el almuerzo.

Mis padres, Venek y yo.

Después de haber aceptado estar con Venek a causa de las amenazas de Berlice, mis días han sido una mierda.

Al decirle que aceptaba, me ordenó a ir a la oficina de mi madre y decirle que estaba enamorada de Venek y que no lo había dicho porque me daba vergüenza, pero que quería tener una relación formal y pública.

Mi madre, claramente, se puso feliz y me abrazó, se puso a llorar diciendo que su niña estaba creciendo, que me cuidara y que cuánto antes le llevara a Venek para conocerlo mejor.

A todas estas, Berlice estaba tras la puerta, escuchando, haciéndose de que estaba esperando que yo saliera.

Después de salir de la oficina, fui con ella pegada a buscar a Venek, el cual me recibió con una sonrisa asquerosa y burlona. Le dije que mi madre quería conocerlo, así que fuimos, hablaron y se hizo pasar por el meteoro más bueno, bondadoso, amoroso e inteligente del mundo entero, comprando a mi madre y a mi padre de inmediato y desde ese día, todos los días, de casi todo momento, está pegado de mí, sin dejarme respirar, sin dejarme en paz.

—A cada instante le digo a mi Vania que eres el mejor esposo que puede tener. Tan amoroso y maduro —dice mi madre, sonriendo. Mi padre asiente también.

—Vania es la mejor esposa que puedo tener, mejor dicho —él me mira, sonriendo, tomando mi mano derecha, acariciándola —es hermosa, cariñosa, sincera, obediente, lo es todo para mí.

Evito las ganas de hacer una mueca de asco, fingiendo una sonrisa de enamorada.

Empiezan a hablar mientras comen y yo solo me quedo escuchando sin prestar atención, sintiéndome en otro mundo.

—¿Saben qué veo un poco mal y asqueroso? —dice Venek, mientras mete su mano izquierda por debajo de la mesa, agarrando mi muslo derecho, con fuerza —las lunas que les gustan los dos géneros. Eso se ve muy mal y da vergüenza, es como si no se sintieran conforme con uno solo —se ríe.

—Tienes un poco de razón sí, es una vergüenza para la familia cuando saben que un hijo es así —dice mi madre.

Yo me mantengo mordiéndome la lengua.

—Ni yo me imagino la pena de esas lunas —dice mi padre.

—Por suerte no es el caso de nosotros —el fenómeno se ríe, mirándome.

Me río para disimular —¿y eso qué tiene que ver con nosotros?

—Por eso.

Terminamos de almorzar y mi madre se dirige a su oficina junto a mi padre.

Venek me sujeta de la cintura, acercándose a mi oído.

—Vamos a tu habitación.

No reclamo, solo me voy con él a mi lado para mi habitación, sintiéndome que no estoy aquí, sintiéndome vacía.

Él cierra la puerta tras él.

Yo me quedo inmóvil observándolo, esperando que haga lo que sé que va a hacer.

Me toma del rostro con su mano derecha, con fuerza.

—¿Por qué eres tan callada, eh? —empieza a olerme —me encanta tu olor, Vania.

—¿Para qué quieres que hable?

—No sé, que puedas ser más expresiva y demostrar el amor que me tienes —empieza a reírse con burla, mordiéndome el cuello.

Hago una mueca de dolor.

—No me hagas eso por favor —trato de quitar su cara de mi cuello con las manos y echarme para atrás, pero lo hace más fuerte —Venek, no —siento mis ojos llenarse de lágrimas, hasta que me suelta.

—No sabes lo que adoro tenerte en mi posesión.

Él me hala por los brazos, tirándome en la cama, empezando a romper el vestido que llevaba puesto, dejándome completamente desnuda, de golpe.

Ya no me quejo, ya no reprocho. Todos los días es lo mismo; me tira con fuerza, me quita la ropa de una manera brusca y empieza a abusar de mi privacidad va también con fuerza.

El mismo día que mis padres lo conocieron, él me obligó a llevarlo a mi habitación. Cuando entramos, la cerró y yo estaba muy enojada y decepcionada, así que cuando él empezó a besarme, trataba de quitarme y lo empujaba y esto lo enfadó, por lo tanto, me agarró por la cintura, alzándome y tirándome de golpe a mi cama, lo cual me impresionó bastante y me asustó mucho.

Después, se subió encima de mí y yo trataba de luchar, de hacer fuerza para empujarlo, pero no pude. Él me rompió mi ropa, desabrochó su pantalón, mientras me agarraba las manos con mucha fuerza, hasta que finalmente terminó abusando de mí. Mi primera vez fue una violación.

Ese día sentí mi vida caerse en billones de pedazos. Me sentí sucia, me dolía bastante mi parte íntima, no podía caminar bien y cuando estaba frente a mis padres u otras lunas, debía sacar fuerzas donde no tenía para actuar muy normal, aunque en el fondo estuviera con un dolor insoportable. El segundo día fue igual, me dolía y trataba de caminar normal, pero me costaba y aún así, Venek, ese mismo día, también me usó, aún yo suplicándole que no lo hiciera, lo hizo sin importarle, y lo hizo con más fuerza que el anterior día, dejando que en el acto estuviera llorando desconsolada.

Él empieza a quitarse la ropa, con desespero, mientras lo miro, solo esperando.

Venek es de una estatura de 1.75; cabello un poco largo, dándole por el cuello y ondulado; sus ojos son un poco alargados, dándole esa mirada de odio y malicia más profunda; pestañas normales; cejas un poco finas y no abundantes; nariz perfilada; boca delgada; su perfil es en forma de corazón y es delgado, pero con cuadritos y los brazos un poco trabajados.

—¿Te he dicho que me encanta tu cuerpo y lo estrecha que estás? —dice eso mientras toma mis piernas, abriéndolas con brusquedad, para ponerse entre ellas —me siento afortunado de poder presumir que estoy con la hija de la planeta Venus —se ríe, empezando a penetrarme con fuerza.

Cierro los ojos, tratando de desconectarme de la realidad y respirando despacio, para controlarme.

Trato de mantenerme así, pensando en mi vida cuando era más feliz, pero era muy ingenua.

La verdad estoy empezando a odiarme un poco por las malas decisiones que he tomado en mi vida. La más horrible fue haber confesado mis sentimientos a Berlice, sabiendo yo que ese tipo de cosas se ven mal y podía salir muy mal su reacción, y aunque no reaccionó de esa forma, fue a su conveniencia, y ahora estoy pagando por mi error.

Venek termina de darse placer con mi cuerpo, yéndose a mi baño, dejándome sola.

Algo que agradezco, es que no tendré susto de embarazo. Aquí no es igual que como en la Tierra Maldita, donde si no se protegen de una forma, las estrellas pueden quedar embarazadas; aquí solo puedes tener un hijo al hacer un ritual donde tratas de conectarte con el divino creador, donde él te da el permiso de procrear otra vida o no.

Trato de incorporarme, sentándome, abrazando mis piernas.

A estas alturas no siento el mismo dolor de los primeros días. Ya me auto-resigné que viviré con él el resto de mi vida y no puedo dejar que el dolor me absorba la energía, así que llegué a un punto donde ya no siento nada. Solo siento vacío en mi pecho, solo trato de desconectarme de la realidad y fingir que no está pasando.

Venek sale del baño, con una toalla enrollada por sus caderas.

—Vete a bañar, anda.

Lo miro sin decir nada, levantándome para bañarme.

Al caminar hacia el baño, siento su mirada intensa, a pesar de que le estoy dando la espalda.

Trato de bañarme con suavidad, al menos para disfrutar un momento que debe ser de relajación, la cual se esfuma en segundos.

—Me gusta verte bañar —él se mete a la bañera, sentándose al frente de mí —súbete —mira sus piernas y luego a mí.

Respiro hondo, tratando de controlar las náuseas, mientras termino sentada a horcajadas.

—Venek, estoy cansada, podemos hacer esto más tarde o mañana.

Él se ríe —¿crees que a mí me importa que estés cansada? Mientras tenga ganas de ti, vas a cumplirme el deseo, las veces que sean necesarias.

Solo asiento con lentitud, mientras él me toma por la cintura, alzándome y dejándome caer de golpe, entrando su parte íntima en la mía.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de controlar el nudo en mi garganta.

«Desconéctate de la realidad, desconéctate...»

Él empieza a moverme arriba y abajo, obligándome a hacerlo con rapidez.

—¡Mírame! —me agarra el rostro con brusquedad.

Abro los ojos, sintiendo una lágrima caer de mi ojo derecho, sin haber podido controlarlo.

Cierro y abro los ojos viendo su asquerosa mirada. Su rostro haciendo muecas de placer y haciendo pequeños gemidos.

Termina por tener un orgasmo, empujándome de su regazo.

—Ya puedes bañarte tranquila, me iré, pero regreso en la noche, pequeña doncella —me sonríe, con burla.

Me abrazo las piernas, sintiendo un ataque que me arropa por completo. Empiezo a llorar de la forma que no había llorado desde hace días, dejando soltar todo mi dolor y tristeza.

Golpeo con fuerza la bañera, tirando un pequeño grito de frustración mezclado con mi enojo.

Siento un odio impresionante hacia Venek. Quiero matarlo, quiero hacerle daño. Lo odio, lo odio, lo odio...

Termino de llorar y bañarme, poniéndome un vestido por las rodillas, un poco suelto.

Evito mirarme en el espejo. No soporto hacerlo, porque me da asco ver en lo que me he convertido.

Camino hacia la oficina de mi madre.

—Hola, mami —le sonrío levemente.

—Hola mi Vania hermosa, ¿qué pasó?

—No quiero estar sin hacer nada, ¿hay alguna misión para hacer?

—No, mi niña, pero puedes entrenar combate. No está de más.

—Tienes razón, tengo muchos días sin entrenar.

Ella me sonríe, dándome un beso en la mejilla.

—Me siento feliz de que tengas a alguien que te haga feliz a ti.

Trago seco, fingiendo una sonrisa.

—Te amo, mamá.

—Yo te amo mucho más.

Me despido de ella, yendo a mi habitación para ponerme el uniforme de combate.

Me cambio, dirigiéndome al salón de entrenamiento, agarrando un muñeco y una espada, empezando a pegarle con los trucos que he aprendido.

Pienso en Venek y los golpes me salen con más fuerza y firmeza.

No paro de golpear al muñeco hasta que la espada se me zafa de la mano. Lo observo, viendo que de los golpes le hice muchos rasguños donde el material del muñeco salió hacia afuera.

No me percaté de eso al nublarme pensando en las torturas que quiero realizarle a Venek.

Tiro el muñeco en el contenedor de muñecos usados, yéndome del lugar.

Miro el cielo, viendo que se está poniendo más oscuro de lo que es, dándome a entender que está llegando la noche.

—Hola, niña bonita —me espanto, viendo a Geny a mi lado derecho, con una sonrisa igual de burlona que la del fenómeno.

—Hola... —bajo la mirada, sintiéndome un poco incómoda.

—¿Por qué tan triste? —se acerca a mi oído —siéntete feliz de poder tirarte a Venek, ¿verdad que es un buen galán en la cama?

La miro a los ojos —¿Te acuestas con él?

—Claro que sí —se ríe, sintiéndose superior.

—¿Te crees poderosa por estar acostándote con un meteoro que se acuesta con otra? No eres muy inteligente.

Se le borra la sonrisa, mirándome con odio.

—Al menos a mí no me obliga a tener relaciones con él.

Bajo la mirada, sintiendo mis ánimos por el suelo.

Empiezo a caminar hacia mi Celestium, ignorando la presencia de Geny.

Me subo, empezando a dirigirme hacia la tierra de Mercurio.

A veces me cuestiono cuál ha sido mi error para que mi vida se tornara tan dolorosa. He pensado en los errores que he cometido, y la verdad han sido estupideces. Siempre he tratado de ayudar a los demás de corazón, he tratado de ser buena, de brindarle mi apoyo a los demás, siempre lo he hecho, entonces no entiendo qué he hecho mal para que la vida me pagara así.

¿O acaso es un castigo del creador por tener gustos diferentes a los demás?

Al llegar a la tierra de Mercurio, veo a Merquiel esperándome.

—Hola, Merqui —le sonrío levemente.

—¡Por fin llegas! —me abraza con cuidado de no tocar mi piel descubierta —tenía cinco días sin verte, ¿por qué?

—Mi vida se ha vuelto un poco complicada la verdad —me siento —tengo pareja.

—¡¿Qué!? ¿Berlice?

—No, es... un meteoro que conozco desde hace muchos años.

—¿No que te gustaba Berlice?

—Me gustaba, lo acabas de decir.

—Pero no entiendo, Vania, cómo vas a decirme que tienes pareja de un momento a otro cuando sé que estabas muy enamorada de Berlice y ahora resulta que ya no y apareces con un meteoro de novio.

Suspiro —Hay cosas que es mejor no decirlas.

—¿De qué hablas, Vania?

—No te preocupes por eso.

—Vania, te conozco, ¿qué ha pasado?

—Merquiel, confía en mí por favor. Hay cosas que pasan porque pasaron y ya. Él me gusta, yo le gusto, así que ahora es mi pareja y estamos todos felices.

Él me mira un poco dudoso.

—Vania, voy a respetar que no quieras decirme la verdad, pero sé y sabes que yo sé, que no creo en eso de que de la nada tengas pareja porque sí y estás feliz —me señala con su dedo índice de su mano derecha —quiero que sepas, que estoy aquí para escucharte y consolarte como la hermanita que eres para mí.

Siento un nudo en la garganta.

—¿Puedo abrazarte? —le digo con la voz entrecortada.

—Con cuidado, pero sabes que puedes.

Me acerco a él, abrazándolo despacio, para que no se lastime.

Sin poder controlarme, empiezo a llorar en silencio, dejando caer todo mi dolor de una forma u otra.

Agradezco que al menos la vida me ha sonreído al acercarme a alguien como Merquiel. Es el único que nunca me ha traicionado, el único que siempre me ha dejado saber que está para escucharme, el único en el que confío ciegamente y sé que está dispuesto a meter las manos en ácido por mí.

Él medio me acaricia la cabeza, mientras me consuela diciéndome que todo estará bien y que puedo contar con él.

Termino de llorar, separándome de él, mientras me limpio las lágrimas.

—Tengo que irme, Merquiel.

—Sí, sí, no te preocupes, ve a descansar que lo necesitas.

«Es imposible el poder descansar.»

Le sonrío un poco, empezando a dirigirme a mi Celestium, subiéndome.

—Espero que nos podamos ver mañana.

—Te esperaré aquí, como siempre —me guiña un ojo, sonriendo de lado.

Me río de verdad, después de días sin hacerlo, mientras empiezo a irme hacia mi tierra.

MERQUIEL.

Veo a Vania irse, y hasta que no la pierdo de vista, no empiezo a caminar hacia mi casa.

Me da mucha tristeza verla de esa manera, porque sé que algo le está pasando, pero ella no quiere decirme.

Solo espero que no sea algo muy grave y que la mentirosa de Berlice no le haya hecho algún tipo de daño, porque sino, busco la forma de ir para allá y hacerla pagar con mis propias manos.

Llego a mi casa, viendo a mi padre en la entrada de esta, con los brazos cruzados.

—Hey, papá, ¿qué pasa?

—Llevo mucho tiempo esperando a uno de los guardianes que fue hacia los calabozos y todavía no regresa.

—¿Quieres que vaya a buscarlo?

Él me mira, dudando.

—Mm... no sé, Merquiel.

—No tengo problema con eso, no me pasará nada.

—Confiaré en ti.

Voy corriendo rápido hacia los calabozos, así hago un poco de cardio y me mantengo mejor.

Además, esto queda un poco retirado de los pueblos.

Los calabozos están ubicados en una especie de cueva muy subterránea donde meten a las lunas que deciden irse por el mal camino.

Es un lugar peligroso, porque a veces algunas de estas lunas logran escapar de su habitación donde los mantienen encerrados y pueden matar a cualquiera que logre entrar, para tener oportunidad de salir.

No obstante a eso, es demasiado tenebroso el lugar. Es muy oscuro, a veces solo se oyen las respiraciones, incluso, dicen que muchas de las veces los que caminan cerca del lugar, oyen gritos de dolor muy escalofriantes.

Estos calabozos cada una de las tierras las tienen, obviamente, pero en la tierra de Saturno aparte de tener a sus lunas encerradas allí, también tienen algunos refugiados de la Tierra Maldita en ese terrorífico lugar. Es algo de lo que no se habla mucho, es como la parte negativa de nuestros hogares y que nadie se atreve a mencionar.

Me percato de que estoy llegando al ver un letrero alto y grande donde dice: Bienvenido a los calabozos. ¡PROHIBIDO EL PASO SIN AUTORIZACIÓN DEL GOBERNANTE!

Si no es por ese aviso no me doy cuenta de la puerta en el suelo, la cual abro lentamente, con cuidado y vigilando de que no haya nadie atrás de ella.

Esta puerta solo se puede abrir por el exterior. Por más fuerza y golpes que los de adentro le den a esta puerta, si no tienen la llave, nunca la podrán abrir.

Por suerte a menudo traigo mi espada colgando de mi pantalón, porque siempre ando prevenido ante cualquier cosa.

Tomo mi espada, entrando despacio sin hacer mucho ruido, con posición de combate.

Siento las escaleras mojadas y un poco... ¿babosas?

«¡Ay, que asco!»

Por poco en un escalón pierdo el equilibrio, pero con rapidez me agarro de la pared a mi lado derecho.

Este lugar es demasiado hondo. Sigo bajando en forma de caracol y todavía no he llegado.

Paso un rato en lo mismo, hasta que por fin logro ver una pequeña luz y un pasillo.

Inclino la cabeza un poco, para ver que no haya nadie fuera, y efectivamente no hay, así que salgo, viendo el pasillo donde en cada lado de esta contiene puertas de hierro donde están las lunas.

Voy pasando con lentitud, espantándome al ver a un meteoro acercarse con violencia a su puerta, mirándome.

—¡Sácame de aquí, maldito, sácame de aquí! —él grita con desesperación y yo apresuro mis pasos para salir de ese pasillo, encontrándome con otro a la izquierda , donde doblo, caminando con cuidado.

Camino lento, donde logro oír unos susurros leves en una de las habitaciones.

Trato de concentrarme, viendo al piso y a los lados, hasta que logro ver que la habitación de la esquina, del lado izquierdo, está abierta.

«No jodas.»

Me agacho para tratar de que los demás, si es que hay alguien despierto, no logren verme con más facilidad, mientras me voy acercando poco a poco a esa habitación.

—¿Quién te envió aquí? ¿Mercurio, verdad? ¿Te envió para torturarme de nuevo, verdad? Todavía sigue dolido por lo que pasó.

Escucho a un meteoro, con un tono de voz enojado y amenazante.

—Perdóname la vida, por favor, solo soy alguien que recibe órdenes.

Definitivamente es el guardián que mi padre mandó.

Me acerco más a la puerta de esta, tratando de acechar un poco por el borde, logrando visualizar al loco de espaldas, con la espada del guardián apuntando al mismo y el guardián sentado en la cama, con los brazos alzados y su rostro con un semblante suplicante y aterrado.

Me levanto despacio, respirando hondo, preparándome para moverme rápido y empujar al encarcelado, donde con mi espada hago un giro con la que tiene en la mano, dejándola caer unos metros lejos de nosotros.

Saco ventaja, poniéndole mi espada en el cuello.

—Si te mueves, te corto la cabeza —lo miro a los ojos, desafiante.

El meteoro alza los brazos en forma de rendición, mientras cierra los ojos, riéndose a carcajadas, como un desquiciado.

—Me queda claro de que eres el hijo de mi querido Mercurio —abre los ojos, mirándome mientras sonríe ampliamente —dile, por favor, que Gael nunca se olvidará de él y de su querida esposa.

Lo empujo contra la pared, con fuerza, para evitar que haga algún movimiento.

El guardián a todas estas, se levantó rápido, después de salir de su trance, recogiendo inmediatamente su espada, poniéndose en posición.

Suelto al meteoro, sin dejar de apuntar mi espada hacia él, mientras voy caminando hacia atrás, hasta que logro salir de la habitación.

El guardián cierra la puerta inmediatamente colocándole su candado.

Observo al desquiciado, quién se sienta, viéndonos por unos instantes, y luego se acuesta lentamente en su cama, boca arriba.

Empezamos a irnos del lugar, con cuidado y en silencio, hasta que llegamos a las escaleras, donde el guardián caminaba de espaldas para vigilar y yo caminaba normal, viendo que no estuviera nada raro de camino a la salida.

Gracias al creador, no pasó más nada, así que salimos, e inmediatamente el guardián cerró la puerta con mucha fuerza, para que por ninguna circunstancia quedara abierta por accidente.

—No sabes lo que te agradezco que hayas ido a por mí —dice el guardián mientras caminamos —ese loco me iba a matar. Estaba seguro de eso.

—No me agradezcas a mí. Agradécele a mi padre que me dio el permiso de ir a buscarte.

Nuestro trayecto hacia el pueblo fue ameno, ya que empezamos a hablar un poco de la vida, de los trabajos que él ha realizado durante su período como guardián, entre otras cosas.

Llegamos a mi hogar, pero mi padre no se encontraba en la entrada como antes, así que nos dirigimos hacia su oficina, la cual estaba abierta, donde se podía ver claramente a un Mercurio dando vueltas y mi madre preocupada.

—La operación fue un éxito —digo, haciendo que se sobresalten.

—¡Hijo! —mi padre me abraza y mi madre corre hacia a mí de igual manera, terminando en un abrazo apretado entre los tres.

Se separan.

—¿Por qué maldita sea no salías de allí? —dice mi padre, mirando al guardián.

—Señor Mercurio, de verdad le ofrezco mis disculpas, pero cuando fui a revisar las habitaciones vi una que estaba abierta y esa luna me noqueó y me quitó la espada, con la cual me estaba apuntando al despertar y me estaba tratando de sacar información, diciendo que si usted me había mandado a torturarlo, tratando de sacarme más información personal y diciéndome formas en las que podía torturarme y matarme... —su mirada se pierde, recordando.

—Yo por suerte llegué a tiempo y pues pude quitarle la espada. Aunque, lo más curioso, es que me dijo que por favor, te dijera a ti que Gael nunca se olvidaría de ti y de tu querida esposa.

Al decirle eso, él abre los ojos, sorprendido, mirando rápido a mi madre, la cual baja la mirada, desviándola a otra parte.

Yo enarco una ceja, sin entender, pero tampoco no tengo ganas de meterme mucho en sus líos, así que me despido de todos, saliendo de allí.

Demasiado estrés ya he pasado yendo a ese lugar, así que no quiero sentirme más tenso.

Camino por las afueras de mi casa, cuando de pronto siento un golpe en mi nuca...

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Siento mis manos adormecidas y no logro moverlas como quiero.

Abro los ojos, dándome cuenta que tengo mis brazos hacia atrás, amarrados, y los pies también, sentado en el suelo.

«¿Qué cojones?»

—Hola, pequeño dormilón.

Miro hacia mi costado, visualizando al desgraciado de Renzo.

—¿Qué hiciste, estúpido?

Él se ríe —tenía que vengarme de una u otra forma, así que le pedí ayuda a mis viejos amigos para que pudieran traerte aquí y yo hacer el resto del trabajo —me sonríe —por cierto, el que te golpeó fui yo. Me siento orgulloso de haberlo hecho a la primera.

Observo el lugar, dándome cuenta que es un cuarto de cuatro paredes no muy anchas, donde en el lado izquierdo tiene una mesa con alimentos, y una cama que es la que está a mi lado derecho, donde Renzo está sentado, observándome.

Él finalmente se levanta, empezando a darme patadas en las costillas, donde yo me quejo, sin poder defenderme.

—No le temes a la muerte, Renzo —le digo, entre quejidos.

—No lo hago del todo, no, ¿para qué? Si de todos modos moriré algún día.

Empieza a golpearme el rostro, halarme el cabello mientras me da bofetadas, hacerme cortes en los brazos con un pequeño cuchillo y a reírse en mi cara.

—Aunque no te mate y sepa que los cortes se te irán borrando, disfruto mucho hacerte esto —se acerca a mi rostro —como no te imaginas.

La puerta se abre, pero no logro ver quién ha entrado, hasta que oigo esa voz.

—¿Qué estás haciendo, hermanito? —Es Dione.

«¿Su hermano?»

—Divirtiéndome un rato.

Ella me mira, asombrada, con los ojos de par en par.

—¿¡Eres loco o qué, Renzo!? —ella se arrodilla hacia a mí, empujando un poco a Renzo —¿¡cómo te atreves a hacerle eso!?

—¡Cállate la boca, Dione!

Ella empieza a desamarrarme los brazos, pero yo no logro articular ni una palabra, por el dolor. Solo miro y escucho.

—Eres un estúpido —ella se levanta, apuntándolo con su dedo índice —si vuelvo a saber que haces algo así, sea con Merquiel o con quien sea, te juro que se lo digo a mamá y papá.

—Ni se te ocurra.

—A mí no me retes, hermanito, que sabes de lo que soy capaz.

Dione vuelve a mi lado, ahora dejando libres mis pies, intentando levantarme.

Logro ayudarla a hacerlo, mientras ella me sienta en la cama, a lo que busca un botiquín de medicamentos para el dolor.

—Déjame sola con él, por favor.

Renzo, sin rechistar, se larga, azotando la puerta al cerrarla.

Dione empieza a limpiarme el rostro y el abdomen, de rastros de sangre, para luego empezar a darme masajes en algunas partes de mi barriga.

Me quejo, sintiendo dolor y ardor a la misma vez.

—Te ves hermosa hasta tratando de ayudarme.

Ella sonríe, sin dejar de hacer su trabajo.

—Puedo ser ruda y un poco odiosa, pero no acepto estos tipos de agresiones —me mira a los ojos —y menos cuando se trata de ti.

Sin poder controlarme, despacio, con mi mano derecha, la tomo del rostro, acercándome a ella lentamente, hasta que quedo a centímetros de sus hermosos labios.

Suspiro, susurrándole —¿puedo?

Ella asiente levemente, relamiendo sus labios, algo que me descontrola más y empiezo a besarla con deseo, mordiendo, relamiendo, disfrutando de su sabor, hasta que me separo de ella, tratando de respirar de nuevo.

Le sonrío, un poco travieso.

—No estuviste nada mal, Dione.

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