Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo único

Las seis piezas

.

Venecia, Italia

Deathmask se encontraba sentado en la zona de mesas y sombrillas ubicada a unos pocos metros de la imponente Catedral de San Marcos. Un mesero le llevo un tarro de cerveza que le venía perfecto esa calurosa tarde de verano mientras observaba el barco anclado en uno de los muelles más allá. A un lado de la cerveza descansaban sus brazos al mismo tiempo que jugaba distraídamente con sus gafas de sol sin pensar en nada concreto.

Trasncurrían sus días en medio de un periodo vacacional ahora que estaba retirado de todas sus actividades con el Santuario manteniéndose alejado de Grecia por razones personales, principalmente, así que el último par de años lo había pasado recorriendo su país y algunas de sus más interesantes ciudades en búsqueda de ciertos objetos a los que les tenía un morboso aprecio personal.

Esa búsqueda lo llevó hasta Venecia, el sitio donde vendían aquellos hermosos objetos inanimados que tanto le atraían: las máscaras del carnaval.

La perfección de sus rostros, sus plumas multicolor y el estupendo trabajo artesanal que representaban lo apreciaba mucho más que cualquier otro coleccionista, no obstante lo que más amaba de esas máscaras eran sus expresiones; pues, muchas de ellas, parecían tener rostros estáticos y mudos, mientras que otras, poseían expresiones variadas: alegría, tristeza, sorpresa o ira. Deathmask podía pasar horas y horas repasando con sus dedos cada línea de expresión de todas y cada una de las máscaras que adquiría constantemente.

—Aún tengo tiempo... —se dijo observando su reloj de pulsera mientras sacaba de su envoltorio una máscara recién comprada que estaba colocada en la silla contigua— Es hermosa, un claro ejemplo de calidad superior —pensaba mirándola detenidamente.

Aquella pieza la adquirió en el mercado local ubicado varias calles más atrás donde se reunían cientos de turistas deseosos por comprar algún souvenir genérico y de bajo costo que llevar a casa. Deathmask no tenía preferencia por ese tipo de lugares sin embargo, en algunas ocasiones, se podían encontrar cosas interesantes como esa pieza que ahora tenía en las manos.

Un bello rostro de resina en cuyas facciones se apreciaba una expresión poco usual pues, pareciera, que la máscara tenía grabada un rostro asustado: la mueca en sus labios y las cuencas de sus ojos más abiertas de lo normal estaban disimuladas hábilmente por los listones cuidadosamente doblados y acomodados en la parte superior haciendo parecer un sombrero de arlequín acompañados por unos pequeños cascabeles dorados. La resina tenía unos toques de pintura simulando unas lágrimas que saldrían de los ojos de la máscara, si los tuviera.

—Si, solo es cuestión de buscar y se encuentran piezas interesantes como esta —una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras un ligero brillo se dejo ver en sus ojos mientras empacaba cuidadosamente la máscara devolviendola a su caja.

Al observar el reloj de pulsera nuevamente supo que era momento de pagar por la bebida y marcharse de ahí pues debía trasladarse a un sitio que era la auténtica razón de su viaje a Venecia. Así el joven dejó el dinero correspondiente colgándose en el hombro la bolsa donde estaba la máscara. Ese día era su cumpleaños, pero no era que tuviera deseos de festejar pese a haber recibido una avalancha de mensajes de felicitación genéricos de sus once amigos dorados en su teléfono móvil desde la mañana.

Se cansó más respondiendo un breve "Gracias" a todos que leyendo las palabras y frases salidas de cualquier tarjeta comprada en el supermercado. Aun así agradeció las atenciones de sus amigos, en especial, la de Shura pues él no escribió un mensaje genérico sino que añadió algo más que llamo su atención debido a lo inesperado:

"Estoy de vacaciones en el lejano oriente, en Japón para ser más precisos, y vi algo que quizás te agrade. Recordé que tu cumpleaños estaba cerca y lo compré para ti. Deberá llegarte por estos días. ¡Disfrutalo!".

Shura no era de los que enviaba regalos a nadie, salvo contadas excepciones. Deathmask se sorprendió al ver que él estaba dentro de esas excepciones, tomando en cuenta que los dos santos dorados rara vez llegaron a cruzar palabra durante sus días en el Santuario.

—Así que llegará por estos días... —se dijo pensativo— Me pregunto, ¿qué será eso que envió?

Sin perder más tiempo es que aceleró sus pasos alejándose de la zona de la Catedral para dirigirse a un barrio muy alejado de allí formado por una serie de callejuelas abandonadas y en decadencia. Tenía una cita en una de esas casuchas y debía presentarse puntualmente o le cancelarían. A pesar de la ubicación tan extraña, aquel sitio era de los más frecuentados por cierto tipo de personas amantes de las máscaras poco usuales, aquellos que les gustaban las piezas únicas que jamás se encontrarían en los locales del mercado o en las tiendas más especializadas, menos en los sitios destinados a los turistas.

No, aquel lugar era sumamente exclusivo y de conocimiento de unos pocos.

Deathmask llegó puntual a la casona ubicada a media calle, muy lejos del bullicio de la zona centro y, tras asegurarse de que nadie estaba cerca, llamó a la puerta haciendo sonar la campanilla cierta cantidad de veces. Un momento más tarde, la puerta se abrió y tras indicar una "palabra secreta" se le permitió el acceso.

El hombre frente a él lo guió por un pasillo escasamente iluminado que apenas si permitía ver el camino bajo sus pies y, al final de este, se encontraba una recepción en la cual estaba otro hombre perfectamente ataviado. Sus anfitriones llevaban máscaras con diseños que a Deathmask le resultaron muy interesantes y llamativos.

—Veo que ha venido a recoger el pedido número..., ¿es correcto? —dijo el vendedor bajo la máscara.

—Si, así es.

—¿Me permite la palabra clave para confirmar su identidad?

—Por supuesto, es...

Las paredes del pasillo eran color negro y estaban desnudas. Solo estaba la puerta principal detrás de él y una puerta al lado de la recepción por donde desapareció el empleado tras el mostrador. El antiguo santo de cáncer no estaba seguro de cómo había dado con ese sitio, pero lo agradecía pues, todo parecía indicar, que era del conocimiento de muy pocas personas. Y debía serlo dada la naturaleza de los artículos que vendían.

—Aquí los tiene —el enmascarado volvió a la recepción un momento después, llevando consigo tres cajas rectangulares grandes las cuales colocó delante del comprador, quien sonrió malicioso apenas el hombre las iluminó un poco con una lámpara de mano—, tres de nuestras mejores piezas. Observe el detalle de sus rostros, sus líneas de expresión y el decorado.

—Son hermosas, son de lo mejor que he visto en mi vida.

—Cómo sabe cada una de nuestras piezas es única y no contamos con duplicados. Usted fue muy afortunado en que estas quedarán así.

—Me alegro.

El pago por esas tres piezas fue sumamente elevado, pero valió la pena, se dijo volviendo a la entrada principal para salir a la calle y retomar su camino como si nada hubiera ocurrido llevando una bolsa con aquellos tres tesoros.

Antes de retirarse de Venecia para volver a su casa, decidió hacerse otro regalo de cumpleaños: un viaje en una góndola recorriendo alguno de los canales más famosos. Ese tipo de actividades era algo que cualquier turista haría y normalmente no repararía en ello, pero, dada la fecha especial, es que hizo una excepción.

.

Reggio Calabria, sur de Italia

Deathmask regreso a casa al día siguiente deseoso por colgar sus cuatro bellas piezas en las paredes de su hogar. Al iniciar sus años de retiro fue que adquirió una casa más o menos grande ubicada en un barrio residencial. Estaba rodeado por vecinos que apenas si reparaban en él y gente que se metía en sus asuntos, cosa que el joven de los cabellos azulados agradecía pues detestaba a las personas entrometidas.

Al cruzar la puerta fue recibido por un ambiente casi desolado pues apenas si tenía uno que otro mueble colocado aquí y allá. Deathmask no estaba precisamente interesado en muebles de diseñador o en tener alacenas altas en su casa, el foco de su atención eran los muros de la misma: las paredes blancas, amplias y altas que conformaban su hogar, las cuales estaba ansioso por llenarlas con los objetos más hermosos que solía tener en su templo en el Santuario:

Máscaras o rostros que colgaban de cada pared y cada columna.

Ya no podían ser rostros de personas muertas pero sí podrían ser los rostros de resina que se vendían en las calles de Venecia. Así fue como Deathmask se volvió un ávido comprador de máscaras cada que encontraba alguna por el camino colocándolas de forma simétrica y perfecta en la pared más grande de su casa. Ese muro estaba pintado color gris claro y sobre este trazó una cuadrícula muy delicada con hilos blancos asegurándose que las medidas de distancia fueran exactas en cada clavo de la pared.

Con el paso del tiempo se había hecho con una colección vasta de máscaras no solo de Italia sino de otros sitios llenos de folklore.

Aldebarán le había enviado unas dos o tres piezas desde diferentes puntos de América del sur, Afrodita unas máscaras nórdicas de expresiones salvajes que recordaban a los antiguos pobladores de aquellas tierras pasando a formar parte de su colección de tesoros. Con cuidado sacó de su bolsa las cuatro cajas sacando cada pieza de su embalaje deseoso por analizar con cuidado las últimas tres, las más importantes y costosas.

El lugar donde las había adquirido no era conocido más que por cierto grupo de personas amantes de los objetos morbosos; en este caso de las máscaras morbosas ya que las expresiones de sus rostros no eran comunes: eran capturadas de los rostros de personas que murieron de forma violenta en un asalto o en medio de un momento de tortura. Los artesanos de esas piezas tenían convenios con diferentes grupos delictivos los cuales los llamaban apenas se ejecutaba alguna víctima, así que todo el proceso no solo era rápido sino que así aseguraban a sus clientes que cada máscara era única.

El cómo lo lograban sin ser descubiertos era algo que a Deathmask no le importaba mientras él pudiera volver y comprar más.

Tomó asiento en la mesa analizando las expresiones de las máscaras, delizando sus dedos por las líneas de cada pieza de resina, como si quisiera memorizar las líneas de dolor de las tres víctimas de las cuales se extrajeron los moldes, recreando en su cabeza el momento de tormento por el cual debieron pasar sin dejar de acariciar el material decorado con pintura y lazos de color.

—No imagine la exquisitez de estas piezas, son perfectas —se dijo saliendo del trance—. ¿Cuál será el mejor lugar para ellas?

La pared a su izquierda, la que dividía el área del comedor de la cocina, ya estaba completamente llena de máscaras, la pared frente a él estaba poblada a la mitad pensando que, tal vez, podría mover alguna de las piezas ubicada en la parte central para dar lugar a sus cuatro adquisiciones, las más bellas adquisiciones hasta ahora. Rápidamente reacomodo las máscaras del centro dejando las más hermosas en sitios estratégicos.

Al observar el progreso de su obra maestra, su mente lo llevó a sus días de infancia en el lugar donde vivió por poco tiempo; en ese sitio infernal se tenía la costumbre de colgar una máscara en la pared por cada persona que moría a manos del grupo delictivo que, prácticamente, tenía secuestrado su hogar. Deathmask podía pasar largos minutos contemplando las máscaras que colgaban de las paredes color borgoña acompañadas por una iluminación mortecina que les daba un aspecto lúgubre.

Esa afición la llevó consigo a sus días de adulto haciendo lo propio en el templo de cáncer, la única diferencia era que los rostros del cuarto templo eran personas que murieron por su propia mano o efectos colaterales que no podía dejar ir sino volverlos parte de su colección. Como esos días terminaron es que decidió retomar su más querido hobby en su nuevo hogar.

No sería la última vez que visitara aquel morboso local de máscaras, esa fue la primera vez realmente, la primera de muchas.

—Por fortuna tengo otras paredes para colgar más de ellas —pensó sonriendo maliciosamente.

En ese momento el sonido del timbre lo sacó abruptamente de tan delicioso momento haciéndole volver a la realidad. Tras atender la puerta fue que se encontró con un mensajero que le llevaba una caja mediana la cual recibió con sorpresa llevándola hasta su mesa de trabajo. En ese instante cayó en cuenta del mensaje de Shura siendo ese su envío.

Con precaución abrió el embalaje topándose con dos cajas medianas las cuales extrajo con cuidado abriendo una a una observando sorprendido el contenido: eran dos máscaras orientales de diseños interesantes y expresiones que no había visto antes. Una era una pieza conocida como "Okame", un rostro blanco y redondo de mejillas sonrosadas, ojos pequeños y alargados pintados en negro como las lineas de su cabello siendo la más aterradora de las dos, pensó alegremente. La otra era un rostro llamado "Koomote" la cual era ligeramente parecido al anterior siendo igual de perturbante.

—Amigo mío —dijo—, si que me conoces bien —sonrió para sus adentros al ver tan bello obsequio de parte de la persona más inesperada de su grupo de amistades.

Ya sabía donde las colocaría y debía hacerlo de inmediato antes de acomodar las demás máscaras. Las seis piezas nuevas que añadía a su colección lo volvían el mejor cumpleaños en mucho tiempo. Tras completar la tarea es que se deshizo de la basura volviendo a la zona del comedor a la que dedicó una mirada larga contemplando cada máscara en la pared.

—Debo pensar en la siguiente pared que usaré para colgar más máscaras.

Nuevamente sus reflexiones se vieron interrumpidas por el sonido del teléfono el cual dejó sonar un rato esperando que terminara el molesto repiquetear. Sin embargo, no finalizaba no quedando más que atender la llamada.

—Diga... Ah, hola —respondió en tono casi neutral— ¿Ahora? Pues no, no tenía planes... —indicó sin entusiasmo considerando no aceptar la invitación y quedarse en casa gozando de su soledad, pero un poco de diversión no le hacía mal a nadie— De acuerdo... —dijo al fin luego de que la voz al otro lado de la línea negociara un poco con él— Bien, te veré más tarde.

Tras finalizar la llamada en el teléfono fijo, pues la persona que llamó no tenía su número móvil, es que regresó su atención a su obra maestra sonriendo ampliamente. Aún quedaban muchas piezas que comprar sintiéndose afortunado por los muros en blanco que ofrecían posibilidades infinitas.

—No pararé hasta que esta casa esté llena de máscaras y creo que la mayoría serán de ese local en Venecia...

Un brillo mortecino se dejo ver en sus ojos azules un momento antes de dirigirse al cuarto de baño pues tenía un compromiso más tarde.

.

FIN

.

Algo breve por el cumpleaños de Deathmask. La persona que llama al final no es importante, no piensen en ello jeje.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro