Me susurra órdenes al oído. Su voz fantasmagórica se cuela en mi sangre, animándome a ahorcar a mi hermano pequeño, ése que ríe a carcajadas mientras el alquitrán resbala por las esquinas de mis ojos. Convoca una manda de cuervos para que destrocen mis ojos a picotazos. Usa una pinza de cejas para desgarrar, capa por capa, el tejido de en torno a mi corazón. Se alimenta de la carne y escupe los trozos de metal. Me lleva de la mano hasta el borde del río Estigia. Me empuja hacia el precipicio. Detiene mi caída con una mano. Usa la otra para empujarme con mayor fuerza.

Mi amigo invisible es el mejor amigo que un cadáver podría desear, un día de estos conseguirá convencerme de que estoy vivo.