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La mirada del Drajork

En la batalla, Kóroz ve hacia los lados y contempla a sus soldados controlando a los poseídos bastante bien. De modo que presta toda su atención al monstruo que se le acerca. La lanza soutiamna que lleva se extiende y el regente la hace girar en su mano en espera de que se acerque.

Mientras camina hacia él, Kóroz lo compara con un pómur gigante, solo su rostro muestra algo parecido a un easrriano asomado de entre una especie de pelaje, pero con todos sus dientes filosos y el musculoso cuerpo de ese ser no está conformado por la azulada piel easrriana, sino por la características placas acorazadas de los meslas.

Se detiene a unos pocos pasos del regente manteniendo esa sarcástica y malévola sonrisa que lleva desde que lo viera.

—¿Puedes hablar bestia? —pregunta Kóroz asomando una sonrisa de satisfacción, pues ha logrado su propósito, alejar a ese ser de sus soldados.

—Me llamo Rigorth —responde el monstruo con una cavernosa voz que a Kóroz le pareció que más provenía del lado oscuro del manto, que de «eso».

—Bien. Te enfrentarás a Kóroz ses Lonal. Hijo de Lonal ses Nexum. Regente de Nordente en honorable servicio del imperio inerio.

—¡No importa! —replica Rigorth a gritos—. ¡Vas a morir!

La sonrisa en el rostro de Kóroz se amplía.

—Será un honor encaminarte de regreso al manto, Rigorth, antes de mi muerte.

Tras decir eso, el regente levanta un poco su mano y el yelmo de su armadura llega a él. Una vez puesto, asume la posición para enfrentar al monstruo. Rigorth ruge violentamente y comienza la lucha...

Los soldados que fueron tras Kiena, la encuentran en una saliente, a una legua de la batalla.

—¿Cuál es su nombre gammar? —pregunta la máderal con urgencia una vez los tiene enfrente.

—Máderal Kiena, soy el gammar Trahor.

La mirada de la máderal se ve sombría y determinante.

—Gammar Trahor, acompáñeme de inmediato de regreso a la batalla.

—Tengo órdenes del regente de protegerla —responde Trahor—. Lamento decirle que no podemos regresarla a la batalla.

—¿¡Escuchó lo que le dije, gammar!? —estalla la mujer recalcando el rango.

—Lo... lo siento máderal, pero la orden del regente es superior a la suya —replica el gammar reflejando el conflicto en su mente...

Rigorth intenta aplastar a Kóroz con su martillo de guerra y este se le escurre entre las piernas con asombrosa agilidad.

Lejos de molestarse el kadil oscuro se ríe divertido mientras se voltea para encarar al regente. Kóroz ha retraído su lanza y la hace girar en su mano en espera de que el ser intente embestirlo nuevamente con su martillo.

A pesar de su tamaño y complexión, Rigorth se mueve con rapidez y agilidad. Manipula su martillo y este gira en su mano balanceado. De pronto lo extiende, Kóroz se inclina hacia atrás, esquivando por poco el golpe que habría sido devastador.

El regente gira hacia atrás y hacia un lado esquivando otro golpe que cae pesadamente al suelo el cual se quiebra, varias piedras se levantan. Aprovechando el área despejada, Kóroz apunta su lanza y la extiende. La punta del arma logra perforar la dura piel de Rigorth, lo que sorprende al monstruo obligándolo a soltar el martillo, lanzar un alarido de dolor e intentar tomar la lanza.

Kóroz la retrae con rapidez y un líquido negruzco emerge de la herida que ha dejado atrás. Rigorth ya no ríe...

Kiena trata de mantener la firmeza en su mirada, pero su preocupación por el regente es más notable. Para ocultarlo, le da la espalda al oficial y se asoma en la saliente, mirando en la dirección en la que la batalla estaría. Estima que se encuentra en la siguiente montaña, pero en la oscuridad de la noche no puede verse casi nada.

Rigorth toma el mango de su martillo y Kóroz aprovecha para moverse a su otro lado. El ser del manto, lo observa correr a su alrededor y en un preciso momento levanta el martillo hacia su oponente. El impacto es leve, pero suficientemente contundente al dar de lleno en la pechera de la armadura del regente que tuvo que esforzarse para no caer y esquivar el siguiente golpe.

Alejado del monstruo, Koroz examina el daño y se lleva la sorpresa de que la armadura se ha agrietado. «Esto es serio. Fue buena idea alejarte Kiena»...

Kiena intenta penetrar la oscuridad de la noche que cubre las cumbres de las montañas frente a ella. Le parece escuchar un leve rumor de batalla de entre esas mismas montañas. Ese monstruo debe haber alcanzado a Kóroz y nuevamente el miedo a la pérdida le invade. Entonces, desenvaina su espada.

—Gammar Trahor —dice ella decidida—, voy a volver a la batalla. Con o sin su apoyo...

Kóroz reacciona a tiempo y esquiva la maza que vuelve a pegar con fuerza en el suelo rocoso una vez más. Convencido de que puede dar otra estocada extiende la lanza y esta se entierra en el antebrazo. Un nuevo grito de furia emana de la boca de Rigorth que levanta su arma y la mueve en una barrida horizontal alcanzando al guerrero en el hombro. El regente recibe el impacto en su hombro y sale disparado a un lado, pero no suelta su arma...

—Máderal Kiena —replica Trahor en un tono casi suplicante—. Por favor no nos obligue...

—Sé que tienen sus órdenes —le interrumpe la joven señalando las montañas—, pero su regente y sus compañeros están allá. Y es allá donde debemos ir.

Apenas puede mover el brazo y al intentarlo, toda la hombrera de la armadura se cae a pedazos. No hay tiempo, el monstruo se le viene encima y Kóroz elude por escaso margen. El regente es de la opinión que no es muy honorable, pero; «¿Quién necesita ser honorable con semejante criatura?» Levanta su mano e intenta proyectar su maná hacia Rigorth para empujarlo, sin embargo, este solo se sacude un poco.

—Tu magia es débil —se burla Rigorth—. Magia de malkras es más poderosa.

Comienza a levantar el martillo, pero antes de completar el movimiento, una gran roca lo impacta. Por primera vez, Rigorth se ve en el suelo. Gruñe y grita de rabia. Al tratar de ponerse de pie otra roca, casi de su tamaño, le vuelve a pegar.

—No deberías existir, bestia —dice Kóroz—. Muere de una vez.

Rigorth estalla en una loca ira y se apura a levantarse. Justo a tiempo para esquivar la tercera roca que hubiera pegado en su cabeza. Comienza a correr hacia el regente que se prepara con su lanza. De pronto, el monstruo recibe una fuerte ráfaga de flechas luz.

Kóroz sonríe ante la oportuna intervención de varios de sus soldados.

—Regente Kóroz, le aconsejo que se retire —escucha decir al kadento que se le acerca—. Nosotros lo acabaremos.

Bajo el intenso ataque, Rigorth se ve imposibilitado de avanzar, pero no sucumbe. La piel de mesla que lo cubre es resistente.

—Tengo una idea —dice Kóroz—. Permítanme sus esferas.

Con su magia, Kóroz logra reunir unas catorce esferas y las encamina directo al ser del manto, que no puede evitar que estas se le peguen a la vez que se cubre del ataque de flechas luz. Los soldados detienen el ataque.

Rigorth, extiende sus brazos rugiendo y gritando, sintiéndose victorioso. Pero no tarde en percatarse de que está cubierto por las esferas que comienzan a brillar. Una última, se le pega al cuello. Desesperado trata de removerlas, el brillo se intensifica y decide correr despavorido hacia sus atacantes.

—¡Retirada! —grita el kadento volteándose a ayudar al regente

El monstruo se les acerca con las esferas en su punto máximo...

—¡Si es necesario, lucharé contra ustedes! —estalla Kiena contra el gammar y sus hombres—. Pero yo...

Una intensa luz ilumina media montaña. El ruido semejante a un trueno se apodera de todo el panorama aumentado por los ecos de la cordillera. Para Kiena es la inconfundible señal de que una esfera de gran poder ha estallado.

—¿Kóroz? —se pregunta la joven quedamente con la mirada fija en el punto, pero perdida en su mente.

Una solitaria lágrima se asoma a la comisura de su ojo izquierdo.

—¡Maldito Kóroz! —grita hacia la explosión—. ¡Maldito!

Zayia tira de los bordes del abrigo, como su pudiera sacarle más tela para cubrir el amplio pecho de su esposo.

—Cúbrete bien, Xanos —le dice tratando inútilmente de contener su llanto—. No se verá bien que el máderal del ejército de Véstemir enferme comenzando la guerra.

—Basta mujer —replica él—. Acabarás por romperlo. Ya tengo bastante ropa encima.

La mujer aprieta los puños aferrada al abrigo y deja caer la cabeza en el pecho de Xanos, antes de dejar escapar su llanto.

—Nunca te pusiste así en Isla Veste —comenta él tomando sus antebrazos.

—Allá peleabas contra soldados en las mismas condiciones —replica ella—. Las malkras... son algo distinto.

—Fuiste tú la que insistió en que esto era más importante.

—Y lo es Xanos —responde Zayia levantando la cabeza para mirarlo a los ojos—. Pero no puedo evitar preocuparme por ti.

—Enfoca tu atención en nuestro hijo, Zayia —dice él.

Xanos posa su mano sobre el vientre de su esposa, ya tiene ciento noventa anyals. Siente un leve movimiento en este y mira a su esposa sonriente. Zayia también sonríe.

—Incluso tu hijo se preocupa por ti —dice la mujer.

Xanos la besa.

—Me pareció que dijo: "Mi padre el vencedor" —comenta él para mantenerla sonriendo.

Zayia extiende los brazos hacia el cuello de su esposo y él se inclina para escucharla.

—Vencedor o no... vuelve con nosotros.

—Estoy motivado, Zayia —responde él acariciando el vientre de su esposa. Sellando su promesa con un beso.

Los cuernos suenan anunciando que el ejército de Véstemir se prepara para partir. La pareja se separa. Ya no dicen nada con sus voces, solo con sus miradas enfocadas uno en el otro.

Xanos se aparta de Zayia temiendo que pasará mucho tiempo antes de poder conocer a su hijo. Zayia le ve partir, temiendo no volverlo a ver.

—Realmente quisiera intentarlo mi... —Padda se vuelve a titubear—. Madre.

La mirada de Ilenda en su hija adoptiva no se parece en nada a la acostumbrada antes de ser adoptada. Pero por el vínculo madre e hija que han estado construyendo, Padda ahora no teme incomodar a la jekarzari, sino que teme decepcionar a su madre.

—Ya te he dicho que es peligroso, hija mía —advierte Ilenda.

Padda baja la cabeza.

—Una guerra está por comenzar, madre —replica tímidamente la joven—. Harán falta sanadores fuertes.

Una casi imperceptible sonrisa se dibuja en los labios de Ilenda.

—La mayoría de los sanadores ya están asignados a los ejércitos, Padda —le dice la madre—. Sin embargo, hice arreglos para que un sanador orlot te entrene.

Padda levanta la cabeza y está a punto de sonreír ampliamente, pero recibe la advertencia.

—El entrenamiento de los orlots para incrementar el maná, es muy intenso. Si no lo soportas deberás dejarlo. Podría matarte. ¿Lo entiendes?

—Sí, sí, sí —contesta la joven emocionada—. ¿Cuándo parto para el territorio del clan Orlot?

—¿Irte? ¿Y quién cuidará de mí? —inquiere Ilenda de pronto sonriendo al ver el rostro avergonzado y confundido de su hija—. Tenía ganas de volver a ver a Lothor y a Othena. Así que mandé por ellos y con ellos ha venido tu instructor.

Tras un gesto de Ilenda, el guardia apostado en la entrada de la habitación abre la puerta. Todos sonríen. La pequeña Othena se escapa de la mano de su hermano y corre veloz hacia ella, quien la recibe encantada. Por su parte, Lothor entra más solemne y se detiene a la distancia acostumbrada, para hacer la reverencia; a lo que Ilenda entorna los ojos.

—¡Ven acá, muchacho y dame un abrazo! —exclama la jekarzari extendiendo los brazos—. ¡Después de lo que hemos pasado!

A pesar de ser un joven orgulloso, Lothor no puede evitar el sentirse conmovido por la aceptación de la jekarzari.

—Déjame ver la marca de maldición —dice Ilenda al joven que no duda en exponer su hombro y cuello.

Ilenda examina el área afectada por la maldición, la cual pudo provocar una plaga en todo el reino de Ineria. Ve con satisfacción que esta ha desaparecido. Padda curiosa, observa por el lado.

—¡Impresionante! —exclama Padda viendo que el tratamiento de los sanadores del clan orlot ha dado resultado, donde ella apenas logró contenerlo.

La jekarzari se fija en la tercera persona que entró con los niños.

—¿Es usted el maestro sanador Silos ses Misna? —pregunta ella dudando que la respuesta sea afirmativa.

El joven que está frente a Ilenda muestra sus respetos con una reverencia, no parece de más de veinticinco inviernos. Pero ella sabe que, para ser maestro, se requieren al menos cuarenta, luego de dominar el maná en su máximo.

—Mi señora Ilenda —responde el joven—. Mi nombre es Axar ses Hissos. Y soy discípulo del maestro Silos. Fui yo quien le dio el tratamiento al joven Lothor.

—¿Por qué no ha venido tu maestro?

—Mi maestro acompañará las tropas del clan —explica Axar—. Me pidió que viniera y comenzara la instrucción que solicitó para su hija.

—Entonces, Axar ses Hissos, ella es su discípula —dice Ilenda señalando a su hija.

Ilenda voltea a ver a su hija.

—Padda. Ahí está tu maestro.

Padda se fija en el joven y este devuelve la mirada. Lentamente uno le sonríe al otro.

El beso es tan largo, que Aurala siente desfallecer entre los brazos de Krisam. Al separarse enfoca una mirada seductora en los plateados ojos del zilér; mientras que él, se sumerge en las doradas orbes de la zilera.

—Debes irte a tu habitación —dice Aurala bajando la cabeza.

Mas el tono en que lo dice, se escucha poco convincente. Krisam sonríe acariciando su espalda y la atrae hacia sí. No hay resistencia. Por el contrario, ella se aferra a más.

—¿Es normal que sienta miedo por lo que ha de venir? —pregunta Aurala con su cabeza apoyada en el pecho de Krisam.

—No serías easrriana, si no lo sintieras —responde él tomando su barbilla para mirarla—. Pero mientras llega, enfócate en el momento y no tendrás miedo.

Vuelve a besarla y se confunden en un beso apasionado que les hace olvidar el futuro. Juntos se tumban sobre el lecho y dejan llevar por el momento.

Afuera, los vientos de Hunara envuelven el castillo, la ciudad de Oblenga y todo el valle, con una fría sábana que congela las plantas y a toda bestia que toma desprevenida, fuera de sus refugios. Pero en los aposentos de la zilera Aurala, un manto de flores rojizas, blancas y amarillas se esparce provocado por el beso de Traina rodeando a la pareja que se da mutuamente.

—Aquí, mi jekarzar —decía el gammar orgulloso de su logro—. Lo encontramos al presionar este relieve.

Jornan sonríe al escuchar las palabras del gammar Kolthor, a quien encomendó desde que asumiera el título que buscara el arma mágica. El gammar retrocede un poco para permitirle presionar él mismo, el relieve que adorna una columna junto a la pared al fondo del pasillo.

—¿Qué se supone haya tras esta pared? —pregunta el jekarzar antes de presionar el mecanismo secreto.

—El patio, mi jekarzar —responde Kolthor —. Fue toda una sorpresa.

Jornan mira el relieve y lo presiona. Parece ser sólido, así que se sorprende al ver lo fácil que este cede, se hunde y una parte de la pared se desliza hacia afuera un poco.

Desliza los dedos por entre la ranura que se ha formado y al hallarla esta expone una oscura entrada. Jornan cierra el puño y este comienza a brillar antes de adentrarse en el desconocido hueco.

No tarda en percatarse de las escaleras que descienden. Mientras baja, seguido por el gammar y un guardia, el jekarzar piensa en miles de posibilidades de lo que habría de encontrar al fondo. Tal vez una gran fortuna, quizás un oscuro secreto de su padre o como espera...

La puerta al final de la escalera está cerrada, pero ha llegado muy lejos para que una sencillez lo detenga. Se concentra y esta se retuerce y dobla resistiendo a la presión hasta que cede estallando y regando sus pedazos por todo el cuarto secreto.

Al entrar se topa con un espacio vacío, no muy amplio, que parece haber sido excavado en la roca que sirve de cimiento a todo el palacio imperial. Al centro, una larga mesa llena de pergaminos, las paredes muestran escritos y símbolos y justo en el medio, una caja de madera de ignos cerrada. «¿Será lo que busco?»; piensa al momento en que pone sus manos y abre el pequeño cofre.

—Así que aquí estaba —dice Jornan.

Sus ojos brillan con rojizo fulgor reflejando la luz que emana de las manos de sus acompañantes.

«¿Será acaso esto el arma mágica?»; piensa a la vez que saca la esfera roja de la caja posándola sobre su mano para admirarla. El cuarto se ilumina con lúzminas y Jornan puede apreciar mejor lo que tiene en la mano.

—¿Es eso el arma mágica, mi jekarzar? —pregunta Kolthor curioso.

—No estoy seguro, mi padre nunca la describió —dice Jornan—. Aunque lo sea, tal y como me dijo, no funciona.

—Había susurros de que no se usaba, por lo poderosa que se supone que es.

—No importa —replica Jornan—. La situación lo amerita.

—¡Jornan! —le llama la voz de Pryra proyectándose en el hueco de la escalera.

—¡Estoy aquí, Pryra!

La mujer aparece en la entrada y se encuentra con la extraña escena.

—¿Qué es lo que haces? —le inquiere.

—Si logro que esto funcione —responde Jornan levantando lo que trae en la mano—, resolver el problema de las malkras.

Apenas Pryra se acerca a observar la esfera de cerca esta comienza a brillar. Del lado de Jornan, una forma de ranura amarilla aparece en medio como si fuera el iris de un ojo de animal; y como tal, se mueve como si buscara algo algo.

—¿Qué es eso? —pregunta Pryra asustada.

El iris se da la vuelta y encara a la mujer. Luego se enfoca en el cinto de esta, justo donde lleva la reliquia de Tárzaro. El guardia comienza a gritar con pavor.

—¡Por los dioses! —exclama al tiempo que cae de arrodilla con las manos cruzadas sobre su pecho, tal como lo hacen los feligreses en el templo—. ¡Es una reliquia! ¡Es el Ojo de Drajork!

Jornan y Pryra se miran mutuamente. Entre ellos, la reliquia de Anyal.


FIN DEL PRIMER PERGAMINO



Les doy las gracias por haber llegado hasta aquí. Prometo que no han de esperar mucho por el segundo pergamino.

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