
Capítulo 43: Victorias
El pasadizo les parece interminable y cuando están a punto de darse por vencidas, una pequeña luz llama su atención.
A medida que se acercan, el estrecho pasillo de roca se ensancha y luego se abre en una bóveda. Al momento en que entran, solo hay una lúzmina encendida, pero en cuanto llegan al centro, varias comenzaron a encenderse y así pueden ver con claridad que frente a ellas, hay un lecho de roca sobre el cual ven un cuerpo.
El cadáver de alguien vestido como pilaris. Un largo y ancho ropaje de color rojo intenso y líneas de costura doradas. De las ropas sobresalen huesudas manos y un cráneo, que da señales de llevar muchos inviernos en ese lugar en medio de la oscuridad. Claramente se trataba de Thosos, pero la misma pregunta se hizo presente en la mente de Pryra y Zayia.
Como si esperara esa pregunta, el rostro del pilaris loco aparece en la roca tras el lecho; esta vez de una tamaño descomunal.
—Cierto —dice el rostro asomado a la roca—. Ese es mi cuerpo en vida. Ahora mi esencia, se encuentra atrapada en esta montaña. Y aun así, lo veo todo, lo escucho todo, lo sé todo.
—¿Sabes qué ha sido de mi esposo?—pregunta Zayia con angustia.
El rostro permanece un momento tan quieto, que da la impresión de ser una tan solo una estatua.
—Xanos aún vive —responde al fin—. Pero no por mucho. El momento de su muerte está trazado.
—Por eso estamos aquí. Queremos rescatarlo —interviene Pryra —Necesitamos...
—La respuesta sigue siendo no —responde la roca viviente—. Es un motivo banal.
—¡Es mi esposo. El hombre al que amo! —grita Zayia colérica—. Si lo que te niegas a darnos nos permitirá rescatarlo...
—Rescatarás a un solo hombre, condenando al resto.
—Es el padre de mi hijo —replica la mujer—. Él haría lo mismo por mí.
Los grandes párpados de la imagen en la roca, se cierran, por un momento.
—El precio a pagar es demasiado alto —dice al volver a abrir las cuencas vacías.
—¡Yo lo pagaré! —dice Pryra—. Pagaré el precio con tal de salvar vidas. De liberar a mi pueblo.
—Dices que no es el deseo de sentarte en el trono de Véstemir —replica Thosos.
Pryra baja la cabeza. Muy en el fondo, cree que es exactamente lo que desea.
—Debiste seguir el plan de convertirte en jekarzari, aceptando el amor del zilér.
—Pero no podía seguir viendo cómo abusaba del pueblo —replica la joven—. Además, yo no lo amo.
—¿No lo amas? —Pryra dio un respingo al recordar que el pilaris lo sabe todo—. ¿O temiste sentir amor por él?
—Yo... no...
—¡Lo sabía! —grita Zayia—. ¡Usted ha mentido todo el tiempo! ¡Yo tomaré lo que vino a buscar!
—¡Zayia, no estoy mintiendo! —dice Pryra suplicante—. Siempre he querido la liberación de Véstemir.
—¡No mató al zilér!
—Pero lo haré —replica la joven—. Lo haré si con ello libero al pueblo del imperio.
—¿Tienes convicción? —interviene Thosos—. Porque pagarás con tu esencia, como lo hice yo.
Pryra mira los restos sobre la roca. Es entonces que nota el pequeño bulto sobre sus pecho, cubierto bajo las huesudas manos. Camina directo hacia los restos y frente a la roca del lecho en que se encuentran, una estatua se levanta.
—No busques la ruina de este mundo, jekara Pryra —dice la voz que emerge de la roca.
—La ruina será para el imperio —responde ella rodeando la figura de piedra.
—Perderás tu esencia y vivirás en un mundo asolado por la guerra.
—¡Mi mundo ya está asolado por la guerra! —grita la joven alargando los pasos para alcanzar los restos.
Al fin está cerca y posa su mano sobre el bulto. De pronto, la calavera se yergue un poco y los huesos de la mandíbula se abren y un grito amenazador brota de entre los roídos dientes.
La joven retira su mano y grita a su vez, sin dejar de mirar la grotesca imagen frente a ella. Pero luego se percata que el cadáver no ha revivido, tan solo se ha levantado por el empuje de una loza que emergió bajo este.
Zayia la observa con el corazón aterrorizado y se lleva las manos a su vientre. Pryra vuelve a posar la mano, aprieta el puño y de un tirón se hace con el bulto. La roca bajo la calavera desciende y esta se recuesta de lado con las vacías cuencas fijadas en la joven mujer.
El gigantesco rostro del pilaris que se proyecta frente a ella, permanece en silencio, demasiado quieto.
De pronto, comienza a agrietarse y grandes pedazos caen al suelo. La nariz cae muy cerca del lecho sacudiéndolo al punto de voltear los restos sobre Pryra, que retrocede con rapidez.
Cuando solo quedan los peñascos esparcidos, la cueva queda en silencio, las lúzminas se apagan y la mano de Zayia manifiesta luz para guiar el camino de regreso a la salida.
—¿Qué es lo que se ha llevado? —pregunta Zayia una vez están afuera.
—Si las historias son ciertas —responde Pryra mirando a la mujer, con una sonrisa triunfante en el rostro —. En este bulto, está el manto de Tárzaro.
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Gorah es el primero en llegar y los yokers tras él, avanzan y se le adelantan gritando y rugiendo como salvajes, con sus cascos con cuernos, blandiendo sus espadas en forma de equis, tirando todo lo que encuentran a su paso. Los imperiales retroceden o huyen, solo para ser atrapados bajo los enormes tenacs.
Woram apura el paso entre cadáveres y ve como los arrasí luchan imponentes, montados sobre sus tenacs extienden sus lanzas que con poca resistencia atraviesan cualquier barrera mágica. Un solitario tenac cae de un salto a su lado y provoca que se detenga.
—¡Llegamos a tiempo, hermano! —le grita el arrasí que lo monta.
Con el casco puesto, la voz del jinete de tenac se escucha cavernosa y potente, lo que confunde al zilér, preguntándose quién era este.
Leyendo su confusión, el jinete se quita el casco, dejando ver su rostro que dibuja una amplia sonrisa en Woram.
—¡Simo! ¡Como siempre me sorprendes con tus locuras! —exclama a su hermano.
—¡Bienvenido Simo! —le grita Karna —. Pero aún hay que hacer.
La dama azuza su drácal y avanza. Simo la señala.
—¿Ahora ella manda? —pregunta Simo riendo.
—Ya lo sabrás —responde Woram—. Cuando tengas a tu propia comandante en tu corazón.
Simo se pone el casco para evitar que su hermano note su sonrisa. Echa una ojeada por el campo de batalla y logra ver a Milera luchando salvajemente, antes de saltar tras Woram.
Kalkor parece invencible. A su último contrincante, lo estrella contra el suelo y luego le escupe. «Débil, inútil»; piensa mientras busca otro. El primero en acercase corriendo es Gorah, confiando en que su conocimiento de la forma de lucha imperial le dará algo de ventaja.
Pero el hombre no contaba con la descomunal fuerza del cruel. Su barrida con la espada arrancó la de Gorah de sus manos, por lo que no tuvo más opción que rodar hacia atrás evitando así que Kalkor le tomara, pero no por mucho, pues para su sorpresa, el máderal gigante ya estaba frente a él y antes de poder moverse, lo toma por el peto de su armadura.
Sin embargo, el amigo de Krisam, ya ha aprendido uno que otro truco del zilér. Sacude su bota y en esta se proyecta el filo que usaría en su espada. Y antes de que el golpe le llegue, se impulsa rozando el brazo que lo aprisiona.
Sorprendido, Kalkor suelta a Gorah y evalúa el daño. «Apenas un rasguño»; piensa, a pesar de que la herida casi llega al hueso. Recibe dos impactos a su espalda y al voltearse es una mujer yokar que le sostiene en reto la mirada.
Tan solo por orgullo, Kalkor se abalanza sobre ella. En el momento justo, la mujer se cuela por su lado rozando la espada en su costado; que de no ser por su armadura, habría dejado una larga herida. «Si dejo que una mujer me venza, merezco la muerte». La yokar se prepara para otra embestida, pero en esta ocasión, el gigante toma puñado de tierra.
No se lo arroja, solo lo lanza al aire, pero fue suficiente distracción para que él la tomara del brazo que sostiene la espada. Un leve pánico se asentó en ella. Pero Gorah se lanza hacia Kalkor, provocando que el gigante caiga y suelte a su presa, buscando levantarse otra vez.
Woram e Inos llegan y amenazan al máderal imperial con sus espadas, pero lejos de rendirse, Kalkor saca una daga de entre sus ropas y se prepara para luchar.
—¡Valiente o necio, máderal! —le grita Inos.
Enloquecido de ira, Kalkor arremete. Woram pretende avanzar junto a Inos, pero el orlot, le empuja a un lado. Le ha quedado claro al zilér que quiere ganarle solo.
Espada y daga chocan en el aire. Juntos en su forcejeo, se ve que el imperial es un tanto más grande que el líder de los orlots, pero eso no le da ventaja, porque el fuerte maná de Inos, le permite enfrentar al gigante.
Woram se voltea hacia el campo de batalla y ve como los tenacs han acorralado a los imperiales que aún quedan en pie y estos se rinden. Los woker invaden la colina por la derecha y los yokars han limpiado el lado izquierdo. Prácticamente, la batalla ha sido ganada y el único que aún combate, es el propio Kalkor.
Luego de varias escaramuzas, ambos hombres se separan. A modo de reto, Kalkor lanza su daga a un lado y con sus brazos, invita a Inos a luchar.
—Si así lo quieres —cometa el orlot y también arroja su espada a un lado.
Varios tenacs se reúnen a su alrededor, limitando el espacio de la pelea. Sin importar quién gane, todo está perdido para los imperiales. Pero a Kalkor, vicioso de la lucha, no le interesa más que vencer a este guerrero.
Sus manos se entrelazan, y pulsean con furia. Cuando parece que están atascados en su forcejeo, Inos jala la mano de su contrincante, causando que se incline y de inmediato, deja caer un cabezazo sobre la oreja de Kalkor.
Los presentes vitorean el golpe, pero antes de que el orlot, pudiera rematar con otro golpe, Kalkor ataja su brazo y riposta con el puño que alcanza el cuello de Inos haciéndolo retroceder, los espectadores gritan sorprendidos. Es en ese momento, que Rigara e Innusha llegan al lugar.
Antes de poder recuperarse, Inos recibe otro golpe en su cabeza que Kalkor con las manos entrelazadas, le ha propinado. Rigara se lleva las manos al pecho al ver a su amado caer de rodillas.
Sin tregua, Kalkor, lanza otro golpe y el orlot lo ataja, pero ha perdido la fuerza para responder. Por lo que el imperial, le toma del cuello, lo levanta y lo estrella contra el suelo.
Un leve murmullo se cuela entre los testigos de la pelea y Kalkor, se voltea caminando hacia la barrera de tenacs. Instintivamente los arrasí extienden sus lanzas y rápidamente el cruel, tira de la más cercana, estando a punto de halar al jinete con esta, entonces regresa hacia Inos que permanece en el suelo agotado por todo el esfuerzo.
—¡Uno a uno! —grita Kalkor—. Uno a uno iré matándolos.
Habla como embriagado de poder y lentamente camina hacia el guerrero con arrogancia. Inos se esfuerza por reaccionar, pero su cuerpo no responde. Mas su mente, es otra cosa. Como parte del entrenamiento para controlar el máximo de maná, la mente es la parte importante.
«El maná no está en los músculos, hijo. Sino en la mente. Una mente enfocada en el fuego de Anyal, nada la derrota». Las palabras de su padre, llegan a su recuerdo mientras que se enfoca en el fuego de Anyal que brilla radiante en el cielo de esa tarde. El cuerpo ya no le pesa tanto, levanta la cabeza y logra ver a Kalkor caminado hacia él lentamente mientras da su discurso de cómo acabará con todos, uno a la vez, hasta que solo él quede en pie.
—...escribirán pergaminos de mi hazaña —dice girando para fijarse en los rostros de quienes le rodean.
—¡INOS! —grita Rigara a todo pulmón —. ¡No te doy permiso de morir! ¡Levántate!
La mujer tarix quiere escucharse enojada y en parte lo logra.
Inos se sonríe al escucharla. «Es una tarix de nacimiento, pero una orlot de corazón».
Se incorpora para verla. El maná le imprime más fuerza. De pronto una lanza arrasí cae frente a él. Kalkor está demasiado entretenido y confiado en su discurso. Por fin, se fija en Inos y acercándose a él, se dispone a rematarlo.
Kalkor está cansado, ha perdido mucha sangre y es probable que muera luego de matar al timuriano, pero se conforma de dejar esa impresión en el enemigo. Quiere dejar la duda, y el miedo de que haya más como él en el imperio.
Estoca con la lanza contra Inos y este la desvía con la que tiene en la mano. Kalkor se sonríe, ha sido una lucha espectacular. Sabe que va a morir, pero nadie le venció. Levanta con ambas manos la lanza.
—Muere de una vez —le dice a Inos aún en el suelo—. Conviérteme en leyenda.
La lanza cae, pero su objetivo no es alcanzado. Se enterró profundo en el terreno. Entonces es cuando se da cuenta de que el timuriano se ha movido en el momento preciso y le ha alcanzado en el pecho con la lanza arrasí.
Hecha del mineral sagrado de los soutiamnos, la punta ha atravesado la armadura, hecha de la madera de ignos. El peto estalla en su pecho y la lanza ha penetrado hasta tocar su corazón.
Con sus únicos ojos sanos, ambos se miran con odio y cansancio. Inos se levanta al fin, manteniendo la lanza en su lugar. Kalkor jadea por el esfuerzo de mantenerse aún con vida.
—No lo has hecho bien, timuriano —dice el máderal como si estuviera molesto por eso.
El imperial toma la lanza y tira de esta enterrándola cada vez más profundo en su propio pecho, hasta que la punta se asoma por el espaldar de la armadura.
—¡Así es cómo se hace! —declara a gritos, entre borbotones de sangre que emanan de su boca.
Su único ojo se entrecierra y el gigante, el regente de Nordente y máderal de las tropas del norte, Kalkor el cruel, se desploma como los árboles de ignos de Ineria.
Los gritos de júbilo, estallan por todo el valle frente a la ciudad de Oblenga. Anyal comienza su descenso. Inos también cae de rodillas y es auxiliado por Rigara.
Ella lo abraza, lo colma de besos y él solo cierra su ojo y suspira.
—No se preocupe, dama Rigara —le asegura el sanador a su lado—. Solo está agotado por el uso excesivo del maná en su cuerpo. Aunque pudo haber muerto.
—¿Morir? —replica Rigara abrazando la cabeza del guerrero entre sus pechos—. Este hombre no morirá estando a mi lado.
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