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Capítulo 13: El Llamado a la Guerra

Mirela guia a Simo por varias calles sin preocuparse si este la sigue o no; solo procura mantenerse alejada de él. Algo que al zilér no le es indiferente, pero la deja ser en virtud de evitarse más insultos y prefiere disfrutar de la vista y no precisamente de la ciudad.

El traje que lleva puesto es inusualmente ajustado al cuerpo de la joven zilera. Se compone de una clase de camisa ajustada que marca claramente los límites de una espalda formida y muy bien definida. Seguida de un pantalón igual de ajustado que no deja a la imaginación el contorno de unas caderas suaves y unas piernas torneadas.

Por fin, salen a un espacio abierto. Una plaza donde convergen todas las calles y en cuyo centro se eleva una fuente de la que brota agua fresca y se acumula en un gran contenedor del que ve a las personas sacar agua. En las esquinas hay puestos de vendedores que ofrecen desde adornos y joyería hasta comida cruda o ya preparada.

Las personas en general, se mueven de un lado para otro. Compran o solo van de paso charlando, pero Simo nota que ciertas miradas se fijan en él. Pero no le causa ninguna incomodidad simplemente él también les observa con curiosidad. Es notable la diferencia de vestimenta de la zilera y los demás habitantes que llevan una túnica sobre ellos. Todos; mujeres, hombres, ancianos, niñas, niños visten esa túnica sobre la ropa que llevan.

Mirela se detiene frente a una entrada de la que entran y salen más personas.

—¡Apúrate lasal! —le grita y Simo se une a ella.

—Estoy impresionado con todo lo que he visto.

—Entonces, no eres más que un niño —responde ella y comienza a descender por unas anchas escaleras.

—Ya he vivido veinticuatro inviernos —replica el zilér.

—¡Ja! —reacciona Mirela—. En Soutiam no contamos los inviernos. Es más importante contar los veranos ardientes y secos.

—Supongo —replica Simo con sarcasmo.

Descendieron las escaleras por un buen rato, cruzándose con los que vienen subiendo. De pronto, se encuentran en una caverna natural tan extensa, que la vista se pierde a lo lejos. Y tan alta, que el zilér no pudo evitar, que su boca se abriera de la impresión. Del techo bajan largas y gruesas columnas repartidas sin ningún patrón en particular.

En medio de la caverna, corre un río con un suave caudal y a ambos lados crece una vegetación de la que es más notable, unos árboles de hojas rojas y plumosas, rodeados de un césped marrón que cubre casi todo el suelo de la cueva. Todo es una explosión de sensaciones para el zilér de Timuria que incluso se percata que ahí abajo es más fresco y siente una suave brisa que agita las esponjosas hojas de esos exóticos árboles que crecen bajo tierra, que supuso eran los productores de la deliciosa fruta que probara en la cena, de la noche anterior.

—Son los árboles de olots —se aventuró a asegurar.

—Así es —confirma Mirela que mira divertida la sorpresa en su rostro.

En eso, un tenac se les acerca. El enorme insecto se detiene frente a ellos y su jinete la saluda con respeto, llevándose las puntas de sus dedos al pecho y luego extendiéndola hacia ella. Un gesto que ya había visto hacer a los habitantes en la plaza. Al parecer un saludo común que la zilera imita hacia el recién llegado.

—Mirela —dice el hombre—. Ceo at bastek.

Otra nueva sorpresa para Simo. Al parecer los Soutiamnos, tenían otro lenguaje.

—Kar bastek jiz nua milos —responde ella—. Ar lasal erek Timuria.

Con las palabras «Lasal y Timuria», le quedó claro al zilér que hablaban él.

El hombre desmonta del insecto y se acerca a Simo vestido con el mismo tipo ropa que usa la zilera e igual de ajustado con el casco con forma de gota en su cabeza. Una vez está cerca, se lo quita, y observa inquisitivamente al zilér. Es un hombre de mediana edad en cuyo rostro las manchas rojas, recorren desde la frente hasta la barbilla. Son menos los espacios azules en su piel lo cual es una notable diferencia con la zilera que, solo tiene una larga mancha en el lado derecho de su rostro. Y en opinión de Simo, no le restaba nada de su belleza. El arrasí es de una musculosa estructura y el hacha que lleva en su mano, es bastante grande, aunque hueca, lo que permite que sea más liviana de lo que se ve.

—¿Así que eres timuriano? —pregunta el hombre frente él.

—¿Se me nota? —responde el zilér calmado y mirando al arrasí con cierto desafío.

—Dime tu nombre timuriano.

Simo se le queda mirando sin responder. Espera ganarse el respeto que el rango de su título merece.

—Su nombre es Simo ses Pardox—interviene Mirela para calmar la tensión entre ambos—. Es el zilér de Timuria.

Simo voltea el rostro para ver a Mirela. En su rostro notó algo de preocupación; sin embargo, al percatarse de que era observada, su expresión cambia por la que acostumbra, llena de seriedad e indignación.

—¡Arrg! —exclama el arrasí—. Así que un zilér.

—Asi es, Parkos —enfatiza Mirela—. Y es invitado de mi madre.

Parkos la mira como queriendo descubrir alguna mentira en sus palabras, pero luego su semblante cambia mostrando una animada sonrisa antes de echarse a reír.

—¡Bien! —exclama al fin—. Si es amigo de la jekara, es amigo de Parkos.

Tras decir eso repite el gesto de saludo hacia Simo y el joven le imita, lo que arranca una divertida risa a Parkos; que posa su pesada mano sobre el hombro del zilér y da un apretón contundente en este.

Simo no reacciona y se queda tranquilo, sonriendo amablemente.

—Mirela. Deberías llevarlo a ver a los arrasí entrenar. Estoy seguro que le gustará.

—Ya veremos Parkos —replica la joven.

Ella se acerca a Simo, lo que obliga a Parko a soltarle el hombro, se voltea y regresa a su tenac. Una vez lo monta, vuelve a mirarlos.

—Esperaré que vayan —dice al fin poniéndose el casco para retirarse.

El insecto se gira moviendo todas sus patas y luego da brinco que lo aleja rápidamente.

—Parece que le agrado —comenta Simo con sarcasmo.

Voltea a ver a Mirela y luego se toca el hombro. En la hombrera de su armadura echa de metal, Parkos había dejado su mano marcada, por lo que esta le aprieta.

—En mi opinión, quiere matarte —replica ella con una sonrisa maliciosa mirando el daño en la hombrera.


La nueva orden imperial, comienza a ejecutarse por todos los pueblos circundantes a las montañas y en especial en uno enclavado en un valle más elevado. Luego de la proclama, el anuncio se pega en el centro de cada pueblo.

Por orden imperial de la Jekara Aura ses Lonal.

Todo fruto, carne o suministro ha de ser entregado

a la guardia imperial para su disposición y repartición.

Todo productor que se niegue a obedecer, se considerará

rebelde al imperio y por ello será sometido y procesado.

Por supuesto que esta disposición no es aceptada con agrado por los habitantes cuyas vidas se ven perturbadas por la presencia de soldados armados y dispuestos a matar de ser el caso. Y es notable para Jornan los pocos hombres en edad mediana entre los aldeanos. Desde lo alto de las montañas, junto a Pryra observan la reacción de la gente ante el recogido de los productos.

—La mayoría de los hombres en edad de luchar, se esconde en las montañas —comenta el hecho a su esposa.

—¡Es abusivo lo que haces, Jornan! —reclama Pryra con la acostumbrada furia con que siempre se ha dirigido a él—. Me he sometido a tus deseos para evitar estas cosas.

—No debes preocuparte, mi Pryra —replica él—. Cada aldeano, cada familia recibirá una justa porción de los productos. Lo que quiero es dejar a los rebeldes sin suministros.

—Traerás combates a las aldeas. Inocentes pueden morir.

—Entonces, ruega para que los rebeldes se rindan por hambre y no quieran luchar.

—Pensé que habías cambiado —recrimina la zilera decepcionada—, pero veo que eres tan cruel como tu padre.

—Los vestemires comprenderán que ahora son parte de un gran imperio. No tienen que luchar, solo someterse.

—Los vestemires no se someterán. Preferirán morir.

—No, si su zilera les entrega ella misma las raciones.

—¡Piensas usarme! —exclama Pryra al comprender todo el plan de su esposo.

—Pienso que tu pueblo te necesita para aliviarlos en esta crisis.

Pryra se ha dado cuenta de que Jornan no ha caído en sus encantos. Más bien, ha sido ella quien cayó en su juego. Uno en el que ahora debe participar, por el bien de su pueblo.

—Ven mi amada —dice Jornan complacido con su silencio—. Es hora de que la zilera imperial, muestre la benevolencia con que el imperio trata a los que viven bajo su manto.

Dos jinetes de drácal, se acercan por detrás a Pryra y esta comprende que es la escolta que la obligará a representar su papel en la cruel estrategia de Jornan.

El máderal Parxor recibe al zilér que se une al contingente, con la acostumbrada cortesía y le indica sus cuarteles. Krisam, le mira con recelo, pues nunca ha tenido confianza en ese máderal. De seguro está enterado de todo lo sucedido y ya tiene instrucciones de su padre de vigilarle de cerca.

Pero Krisam, no pretende dar problemas. Seguirá el plan de su padre hasta el momento. Y en su mente se asienta la idea de que el máderal sufra también parte de su venganza.

Más tarde en sus cuarteles, Gorah extiende un tarro de keza a su amigo y se sienta junto él en silencio. La ira que Krisam lleva en su interior, pronto estallará, y él pretende contenerla antes de que pueda cometer una estupidez.

—Aunque estoy airado con mi padre —dice el zilér al fin—, no dejo de pensar que la muerte de Alena es toda mi culpa.

—¿Qué habría podido hacer? —pregunta Gorah en tono consolador.

—Pude habérmela llevado conmigo a Veste. Desde ahí, habríamos huido.

—Primero. Sabes que tu hermano te habría capturado antes de alcanzar la costa del continente. Segundo. Dudo mucho que la jekarzari te permitiera llevarte a su sanadora a un lugar de peligro.

—¡La dejé a merced de mi padre!

—Ya no sufras por eso. Si tanto deseas arruinar los planes de tu padre, vete. Yo miraré para otro lado.

—No. No tengo opción. Todavía está mi madre en medio de todo.

—Entonces, seguiremos el plan de tu padre.

—Por el momento, Gorah —responde Krisam con la mirada perdida—. Por el momento.

Krisam piensa que no debe dar a conocer su nuevo plan. Irá por la zilera y en el camino de regreso a Isla Lágrima, la matará. Eso provocará una guerra que debilitará al imperio, sobre todo si Soutiam se alía con Timuria. Jornan está demasiado lejos rodeado de enemigos y su padre no arriesgará a su heredero.

Por la muerte de su amada Alena, Krisam está dispuesto a ver todo Easrra arder en guerra.

Al refugio oculto de los rebeldes llega un feroz drácal, que sacude su cola violentamente. La jinete sobre este desmonta con agilidad y presurosa, busca con la mirada por todos lados.

—¡Xanos! —grita para dar a entender su apuro.

El líder rebelde se asoma y camina hacia la mujer.

—Han comenzado —anuncia—. Hay soldados por todas las montañas que nos rodean. Pequeños grupos han entrado a las aldeas y se han apropiado de todos los suministros.

—Tal y como decían los mensajes —cometa Xanos serio.

—Fue buena idea traer todo lo que pudiéramos antes de que lo hicieran —dice Zayia al unirse a su esposo.

—Sí. Y ahora están en nuestro territorio.

Xanos se entusiasma con la idea de derrotar al imperio de una buena vez.

—Hay otra cosa —dice la mensajera con seriedad—. La zilera Pryra está con ellos. Reparte comida entre los aldeanos a modo de alivio.

—De seguro, la están obligando —se apura a decir Zayia al ver la mirada furiosa de Xanos—. La pobre, solo ha sido rehén del imperio.

El líder, permanece en silencio pensando. Y solo luego de ver en los ojos de su esposa la convicción de sus palabras, toma una decisión.

—La rescataremos —pronuncia determinado—. Con la jekara de Vestemir en nuestro lado, todo el pueblo se levantará para seguirla.

Zayia sonríe al ver a su esposo recuperado y decidido.

—¿¡Escucharon vestemires!? —grita Xanos para ser escuchado por todos—. El imperio ha subido a las montañas para enfrentarnos. Pero las montañas nos apoyarán. El espíritu de los drajorks nos ayudará a acabar con ellos. Hunara, la diosa de la guerra, nos favorece. Por fin, sacaremos al imperio de Isla Veste, y luego...

A todo pulmón el grito victorioso de Xanos pretende contagiar a su gebte y declara con fuerza, con la certeza de un futuro en libertad.

—¡¡¡De todo Vestemir!!!

Cada hombre, mujer, niño y anciano hacen temblar la cueva con el grito de alegría y victoria.

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