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Tristan: Somos uno

A veces me asusta mi mujer. Ella puede ser la mujer más encantadora, pero también tiene una mente que a veces me pregunto si lo que pienso ahora, ella ya no lo hubiera pensado antes. Le cuento sobre lo que me dijo mi contador y me dijo que no me preocupara, que ella va a surtir la demanda de producción de mi hija con sus empresas. Que ya no me puedo meter en más empresas, con las que tengo, es más que suficiente.

—Es mejor abarcar poco, pero tenerlo todo controlado —dice sentándose en una de las sillas que están al frente de mi escritorio. Ella tiene una copa de whisky en su mano derecha—. Con tus contrabandos y las empresas que compraste de armas, es más que suficiente. —Ella hace una mueca al decir eso.

—Por eso quiero invertir con nuestra hija, es una forma de blanquear mis actividades —digo recostándome en mi asiento y ella me mira asesina—. Oye, con eso he podido crecer mi economía. No me juzgues mujer.

—Disculpa, pero me causa conflicto que luche tanto con la piratería y los contrabandista y esté casada con uno. —Ella le da un buen sorbo a su vaso y lo deja en el escritorio—. Sólo te pido no manchar el buen nombre de esta familia Tristan Godness.

—Jamás haría tal cosa —digo ofendido—. Sólo soy un... —No termino porque tocan a la puerta—. Adelante.

Mi esposa se gira cuando la puerta se abre y un guardia nos dice que el emperador Alexander Crown solicita una audiencia con nosotros.

—Dígale que entre —digo serio, mi esposa se pone tensa. Así que se pone en modo reina odiosa.

Alexander entra en mi oficina y mi esposa y yo nos levantamos educados.

—Por favor tome asiento señor Crown —digo señalando el sofá izquierdo. Mi esposa y yo nos sentamos en el sofá derecho, justo al frente del hombre—. ¿Qué se le ofrece señor Crown?

—Gracias por invitarme señor Godness, señora Godness —saluda a mi esposa, que ella sólo se limita a asentir y mirarlo sin emoción. Pero sé que por dentro estará pensando mil formas de ahogarlo en el océano—. Me place que la colaboración que estamos teniendo entre mi gobierno y el suyo esté siendo sumamente beneficioso. Y me gustaría actuar de buena fe en solicitarle permiso para cortejar a su hija, la princesa Louisa Godness.

Estamos en una buena época del año, donde el sol resplandece, las aves cantan y las flores están más vibrantes que nunca. Pero eso se fue al caño, porque desde la ventana de mi oficina se puede observar como las nubes se tornan negras, el viento sopla fuerte y el cielo truena de forma espantosa.

—Señor Crown, valoro la alianza que tiene con mi esposo. Y de seguro goza de una maravillosa posición política y económica. Pero declino su petición, considerando la gran diferencia de edad entre mi hija y usted —interviene mi esposa—. No me gusta la idea que mi niña ande con alguien que le multiplica la edad de manera considerable.

—Mis intenciones con su hija mis señores son honestas —dice firme, pero algo decepcionado por rechazar algo que otro lo hubiera aceptado con los brazos abiertos—. Y estoy consciente de la gran diferencia de edad. Es entendible su rechazo, también lo estaría si fuera mi hija. Pero me considero que soy un buen hombre, no pretendo propasarme ni mucho menos vulnerar la integridad de su hija...

—¿Lo hace por su visión cierto? —Le corto. Él me mira sorprendido—. Mi hija, de cabello como el fuego, conduciendo un vehículo nunca antes visto. Conduciendo hacia usted con cuatro niños con ella bajándose en la entrada de su palacio. Ella como su esposa y emperatriz, llevando la paz y el progreso en todo su reino.

Él se queda callado pensando en que decir.

—Mis visiones no se equivocan, mi señor. Me han guiado en estos doscientos treinta y cuatro años de gobierno, me han conducido hasta usted, en aceptar sus términos. He estado buscando a su hija por estos dos siglos, la he esperado sólo a ella y la he encontrado. Ella es el amor que está destinado para mí y usted lo sabe —declara decidido—. Le pido sólo el cortejo, un cortejo que puede durar diez años o veinte. Que la princesa tenga una edad más adecuada y en la cual ustedes se sientan cómodos.

—Aunque mi hija tenga cincuenta años, igual no me sentiría cómoda en aceptarlo señor —declara Lina decidida.

—Pero ya sería una mujer hecha y derecha capaz de decidir sobre su vida —responde educado el señor Crown serio—. Sólo quiero su permiso, tal vez ahora sea prematuro por la edad de la princesa ¿les parece tener esta conversación dentro de unos diez años? Así la princesa tendría la potestad y la madurez de aceptar mi petición.

—¿Qué le hace pensar que mi hija lo aceptaría? —pregunto a nada de pegarle puñetazo en la cara.

—Soy un hombre de fe y sé que su hija será mi esposa. Por supuesto con su bendición —dice inclinándose en su asiento—. Mi nave partirá dentro de una semana, la princesa me invitó a verla en su presentación de tesis y al baile de su promoción dentro de dos meses —dice mirándonos suplicante—. Si acepta mi cortejo a su hija señor Godness, pondré a todas mis tropas, naves y armamento a sus pies para su conquista. Y no estamos hablando de un número pequeño señor Godness, usted mismo los vio. Vio a los más de diez millones de soldados, las más de cien mil naves y ni hablar el número de armas. Usted vio mi visión, vio que la unión que tendría con mi esposa sería la clave para la paz y unidad del universo, cosas que usted profesa. Su hija será mi emperatriz y la veneraré como una diosa.

—He escuchado suficiente señor, le agradezco que se retire —exclama mi esposa tensa. El señor Crown asiente y se va. Salgo del trance gracias al estruendoso trueno—. Ni siquiera se te ocurra en pensarlo —me amenaza Lina poniéndome su dedo en la cara—. Pobre de ti si llegas a aceptar esa unión porque esas tropas no las usarás para tu conquista, sino en la implacable que será mi furia contra a ti.

—No voy a aceptar tal cosa, pero me preocupa que pueda manipular a Louisa en este tiempo —digo encogiéndome en el sofá. Su oferta militar es un sueño muy bueno para ser verdad, y ya había dejado claro que mis hijos no formarían parte de mis negociaciones, por muy generosa que sea—. Podemos hacer que Louisa se descante con ese sujeto, que no caiga en su trampa.

—¿Y qué propones? —pregunta mi esposa mirándome asesina.

—Decirle la verdad, al ella saber lo que ese hombre busca. La haría retractarse, Louisa odia...

No termino porque la puerta de mi oficina se abre de forma abrupta. Mi niña entra echa una furia.

—¿Se puede saber qué te pasa? —Lou exclama alterada hacia a Lina—. Tengo que correr más de cuatrocientas vueltas en una pista de tierra y a ti se te ocurre desatar un diluvio.

Miro hacia afuera por la ventana y si está lloviendo bien feo afuera. Genial, se supone que odie al hombre azul y ahora nos odia.

—¡Bien hecho Lina! —digo exaltado.

—¡¿Qué yo que?! —exclama Lina molesta y se escucha otro trueno—. Tú la querías vender.

—Eso no es cierto —replico enojado—. ¡Todo es culpa del idiota aquel! ¡No perdamos el foco mujer! ¡Haz que deje de llover, en primer lugar!

—¡No me grites! —exclama Lina hecha una furia.

—¡Cállense los dos! —nos grita Louisa y ambos hacemos silencio—. No me interesa quien haya empezado esto, pero me lo resuelven ahora. Tengo que presentar mi tesis mañana en una pista de tierra que ahora mismo debe estar hecha mierda, así que como los dos buenos padres y dioses que son. Resuelvan esto ahora ¿les quedó claro?

—Sí, Louisa —respondemos los dos culpables.

—Bien, ahora me iré a prepararme para mañana mientras que mis queridos padres resuelven esto ¿estamos? —dice en un tono condescendiente y ambos asentimos.

Louisa se va de la habitación y Lina me da un manotazo por la cabeza.

—¿Y eso que fue? —protesto tocándome donde me golpeo.

—Vamos, tenemos que arreglar lo que hiciste —dice levantándose del sofá y me arrastra hacia la intemperie donde estira sus manos hacia al cielo y de inmediato deja de llover. El cielo se mantiene gris—. No puedo ponerlo soleado de manera brusca, ya no puedo seguir jugando con el clima de este planeta. Ahora te toca a ti arreglar el lodo.

La arrastro hacia la pista antes que ella lograra escapar. Bueno la pista es lo que más cuesta ya que yo no soy el dios de los suelos y el lodo.

—Lo que puedo hacer es quitar el agua de la tierra, secándola y tú te encargas del resto —dice Lina poniéndose a trabajar—. Y después dice que no la queremos.

—Pues sí, otros padres la dejarían con la tormenta —digo aplanando la tierra que Lina ya le ha quitado el agua. Pasamos dos horas en esto hasta que el terreno vuelve a estar en sus óptimas condiciones.

—Bien, yo me voy a bañar —dice desapareciendo y yo también me voy.

Llego a mi cuarto de baño y la veo desnudándose.

—¿Necesitas ayuda con eso? —pregunto acercándome hacia a ella. Lina me deja quitarle las prendas y la ayudo a entrar en la tina—. ¿Puedo unirme?

—¿Por qué permitiría eso? —cuestiona recorriendo la amplia tina, tocando las estatuas y decoraciones.

—Eres mi esposa y extraño estar contigo—digo quitándome la ropa. Primero la parte de arriba y luego lo de abajo. Lina se acerca hacia mi lado de la tina mirándome desde abajo, ella estira su mano y me sujeta mis bolas. No las aprieta, pero siento la presión y el miedo—. Somos un equipo y lo sabes.

Ella me suelta y me invita a entrar. Lina me entrega una esponja y taño su cuerpo, me encargo de mimarla ya sea con la esponja, mis manos o labios. Yo estoy sentado mientras que tengo su sensual cuerpo delante de mí. Lina me acaricia el cuero cabelludo mientras que beso su abdomen, salgo de mi asiento de piedra y me arrodillo. El agua me cubre por el mentón mientras que lamo los genitales de mi esposa.

Los gemidos de Lina solo me excitan aún más. Con mis manos manoseo sus nalgas y las aprieto con el paso del tiempo. Lina se contonea, a veces pegándose más a mí como también queriendo huir. Pero no paro hasta escuchar sus gemidos con más fuerza, ella se corre en mi cara y es ahí donde me separo. Me levanto del suelo y me vuelvo a sentar, tomo la mano de Lina y la obligo a sentarse en mi entrepierna. Mi pecho choca con el suyo, mis labios reclaman sus labios y mi ser reclama su ser.

Amo a estar mujer con mi vida, amo todo de ella, aunque a veces me haga enojar. Eso no importa si terminamos de esta forma.

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